Capitulo 2
La guía establecía que el Palacio del León era del siglo XII y de estilo morisco, construido en Sierra Nevada. Desde el se veía toda la ciudad de Granada. La carretera que llevaba al castillo era muy empinada, y Bella tuvo que cambiar a una marcha más corta. Pensó que, si seguía subiendo, llegaría a las nubes.
En la distancia, podía ver las montañas que se alzaban aún más. Todavía tenían nieve en las cimas, pero donde estaba ella todo estaba verde. Llovía, lo que acompañaba su humor.
Ha estado lloviendo durante tres días –le había dicho el encargado de su hotel cuando había llegado a Granada- No es muy corriente, teniendo en cuenta que la primavera está terminando… pero espere, mañana saldrá el sol y usted estará feliz.
Pero Bella pensó que aquel hombre no sabía que se requería más que un cambio en el tempo para levantarle el ánimo. Se imaginó a su padre, demacrado, y sin afeitar, desplomado en una silla. El magnífico encargado de banca se había desmoronado ante sus ojos y en su lugar había un hombre completamente destruido.
No puedes hacer nada cariño –le había dicho Charlie- intentando sonreír.
Incluso en aquellos momentos su padre había seguido tratando de proteger a su única hija, lo que había provocado que ella estuviese decidida ha hacer algo.
Su padre era su héroe, el hombre más maravilloso sobre la faz de la tierra, pero la impresión que le había causado la mal versión de fondos que había provocado esté en el banco le había dejado muy impresionada. Había comprendido sus razones, desde luego. Todos aquellos años observando cómo su madre se deterioraba debido a su enfermedad neuronal habían sido devastadores. Charlie había tratado de buscar remedios para lo incurable. Lo que fuese, desde remedios herbales chinos, hasta los costosos tratamientos en los Estados unidos; había merecido la pena haberlo intentado para aliviar el dolor de su adorada esposa.
Pero al final todo había sido inútil, y Renée Swan había fallecido hacía dos años, pocas semanas antes del veintiún cumpleaños de Bella. Ella no había sabido hasta hacía un par de semanas que su padre había financiado los tratamientos de su madre jugando dinero ni que aquella adicción le había llevado a "tomar prestado" dinero del Europa Bank, la filial británica del banco de Masen, para haber pagado sus deudas.
Siempre planeé devolverlo, lo juro –había dicho Charlie ante el espanto de su hija- Un golpe de suerte, eso era todo lo que necesitaba. Hubiese podido devolver el dinero, cerrar las cuentas falsas y nadie se hubiese enterado de nada.
Pero lo habían hecho. Un auditor había visto irregularidades y habían llegado hasta el fondo del asunto. Y ella sólo había podido ver cómo su mundo, más importante aún, su padre, se desmoronaban.
Murmurando, angustiada, volvió a fijar su atención en la carretera, que seguía empinada. En un momento dado agarró el volante con fuerza al ver un despeñadero y darse cuenta que, si hacía un mal movimiento con el coche, podría caer por el barranco. Odiaba las alturas y comenzó a marearse. Se planteó dar la vuelta, pero la carretera era demasiado estrecha. Y además tenía un trabajo que hacer.
El Palacio del León era la residencia de la familia Masen desde hacía muchas generaciones ye deseó que el duque estuviera en casa. Las cartas que le había mandado no habían obtenido respuesta, y todos los intentos de contactar con el por teléfono habían sido evitados por su eficiente equipo personal. Desesperada, había viajado a las oficinas centrales del banco en Madrid y desde allí había tomado un avión hasta Granada, donde le habían informado de que le presidente estaba en su residencia privada en las montañas.
Para su alivio, la carretera comenzó a hacerse menos empinada y al dar la vuelta a la curva, pudo ver el castillo.
Cuando por fin se bajó del coche, tenía el corazón revolucionado. Le dolían los músculos, aunque no sabía si debido a la difícil conducción o al hacho de que por fin iba a ver a Edward Masen.
El castillo era un ejemplo impresionante de la arquitectura morisca, pero Bella no dejaba de mirar la puerta, que estaba flanqueada por dos leones de piedra. Se estremeció y pensó que no le gustaría estar por allí a obscuras. En realidad no le gustaría estar allí, pero el duque de Masen era el único que podía salvar a su padre y cuanto antes lo viera, mejor.
Se estaba empapando bajo la lluvia y se acercó de nuevo al coche para tomar la pashimina* que había llevado con ella.
Entonces se dirigió a llamar a la puerta, y justo cuando iba ha hacerlo, está se abrió y aparecieron dos figuras. Una de ellas era claramente miembro del personal del castillo y la otra era un hombre mayor.
He venido a ver al duque de Masen –dijo Bella con la voz entrecortada.
Gracias a las vacaciones que había pasado durante años con su tía Esme en Málaga, hablaba español con fluidez.
Si tiene aprecio por su vida, señorita, no se lo recomiendo –dijo el anciano- El duque no está de muy buen humor.
Pero Bella esperanzada, pensó que por los menos estaba en el castillo. Edward Masen estaba allí y todo lo que ella tenía que hacer era convencer al mayordomo de que le permitiera verlo.
Varios minutos después estaba en las escaleras.
Por favor –suplicó por última vez.
Lo siento, pero es imposible. El duque nunca recibe visitas imprevistas, insistió el mayordomo, impaciente.
Pero si le dijera que estoy yo aquí… le prometo que sólo le robaré cinco minutos.
Pero el mayordomo cerró la puerta y ella, en un impulso infantil, le dio una patada.
Maldito seas, Edward Masen –murmuró, parpadeando para apartar las lágrimas.
Parecía que no tenía otra alternativa que conducir de vuelta a Granada, pero no podía soportar pensar que había fallado.
No podía darse por vencida; el duque de Masen estaba allí, al otro lado de aquellas paredes, y debía de haber alguna manera de acercarse a el y hacer que la escuchara.
Recordó de nuevo a su padre, al que la muerte de su madre había afectado muchísimo y que estaba sumido en una profunda depresión. Si pudiera quitarle el miedo que tenía de ir a prisión, una probabilidad muy probable según el señor Félix, el abogado de la familia, quizá el pudiese salir de la terrible situación en la que se encontraba.
Había parado de llover y aunque el cielo estaba todavía gris, tenues rayos de sol trataban de abrirse paso a través de las nubes. Entonces diviso una verja que daba al patio. Se dijo a si misma que seguramente estaba cerrada, pero, para su asombro, al empujarla se abrió y pudo entrar al patio.
El jardín era hermoso; era como un pedazo de cielo que logró calmar sus nervios. Estaba repleto de fuentes y capullos de rosas. En un impulso, arrancó una flor y la olió. Durante unos preciados momentos sintió cómo el peso de sus preocupaciones la abandonaba. Podía haberse quedado allí para siempre, oyendo el dulce cantar de los pájaros.
Pero cuando estaba observando embelesada una de las piscinas, tuvo la sensación de que alguien la observaba. Se dio la vuelta despacio y se quedo sin aliento.
Había un hombre en el extremo opuesto al jardín, pero incluso desde la distancia su altura era notable.
Bella pudo sentir el poder y la fuerza de el, pero llamó más su atención el doberman que éste tenía a su lado. El miedo se apodero de ella. Aquella no era una mascota amigable; sin duda era un perro de defensa, y aquel hombre debía de ser un miembro de seguridad del castillo.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que había entrando a una propiedad privada sin autorización. Lo más sensato sería acercarse al hombre y disculparse, pero la expresión de su cara le parecía aterradora. El instinto se apoderó de ella y salió corriendo, pero al mirar hacia atrás por encima de su hombro vio que el hombre había soltado al perro, que corría hacía ella.
Aterrorizada, Bella trató de encontrar una salida, pero el jardín estaba rodeado por cuatro paredes, tres de las cuales eran muy altas, aunque la cuarta era vieja y más baja.
El perro estaba casi sobre ella y pudo imaginarse sus afilados dientes hundiéndose en su carne. Desesperada, comenzó a subir a la vieja pared y utilizando toda su fuerza, logro llegar arriba. Se tranquilizó diciéndose así misma que ya estaba segura. El perro estaba debajo de ella, ladrando furioso, pero con suerte ella lograría pasar al otro lado. Al dirigirse a bajar por la pared por la calle se dio cuenta de que estaba demasiado alta, y que si lo intentaba seguramente moriría en la caída. Su única alternativa era volver a bajar al jardín… donde la esperaba el perro.´
Pero se quedo paralizada por el miedo.
Tranquilo, Alec –dijo Edward, acercándose sin prisa hacia su perro.
No sintió ninguna pena por aquella mujer y pensó que se podía quedar allí arriba todo el día. Estaba más que harto de los paparazzi que le perseguían constantemente. Ya tenía suficiente con aguantarlos en la ciudad y ver a una periodista en su castillo le pareció demasiado.
¿Cómo ha logrado entrar? –exigió saber impacientemente- ¿Y que es lo que quiere?
No podía ver que llevase ninguna cámara pero, mientras ataba al perro, pensó que quizá se le había caído cuando huía de el.
Baje de ahí; el perro está atado y no le hará nada.
Pero Bella no se movió y Edward frunció el seño; no estaba de humor y todo lo que quería era que aquella mujer se marchara de su propiedad. Al mirarla con detenimiento se dio cuenta de que no era española, por lo que repitió lo que había dicho en inglés, ya que solía ser un medio universal de comunicación.
No puedo bajar –dijo por fin Bella, apenas susurrando, estaba paralizada por el miedo debido a la altura de la pared y sintió como le daba vueltas la cabeza.
Señorita debe bajar de ahí –dijo el con cierto toque de apremio.
Pero entonces se dio cuenta de que ella estaba aterrorizada y a punto de desmayarse.
No tiene por que tener miedo –dijo en un tono mas suave- no le haré daño, ni tampoco el perro. Suéltese y yo la agarraré.
Ella siguió paralizada ya Edward se asustó al ver como palidecía y cerraba los ojos. Por más que odiara a los periodistas, no quería ver a aquella chica despeñada.
Señorita, salte a mis brazos; conmigo estará segura. ¿Cómo se llama? –exigió saber.
Mi nombre es… Isabella… Bella Swan –dijo ella mientras se dejaba caer, justo antes de desmayarse.
Cuando Bella abrió los ojos, el terror se apoderó de ella al ver que el la llevaba en brazos.
¿Dónde me lleva? –exigió saber- Déjeme en el suelo.
No podía ver claramente la cara de aquel hombre, ya que el gorro le ensombrecía el rostro, pero su cuadrada mandíbula indicaba una gran fortaleza. El se detuvo y la dejó en el suelo, ante lo que ella se tambaleó y cayó de rodillas.
El hombre no hizo ningún intento de ayudarla; en vez de ello se quedó observándola, con el perro a su lado.
No me puedo creer que soltara al perro para que me atacara –dijo de forma acusadora, incapaz de controlar el temblor de su voz.
No me gusta la gente que se mete en propiedad ajena –contestó el hombre con dureza. A pesar de su fuerte acento hablaba perfectamente ingles.
Bella alzo su cabeza para mirarlo; su arrogante postura la irritaba. Seguramente sería un miembro del personal del castillo, pero estaba mirándola como si aquel fuera suyo.
¿Por qué ha entrado aquí? –pregunto el.
He venido a ver al duque de Masen –contesto ella, haciendo un esfuerzo por levantarse. Todavía se sentía débil y desorientada.
¿Para que? –pregunto Edward, sin hacer ningún intento por ayudarla.
Por razones personales –contesto ella, levantando la barbilla y mirando a aquel hombre.
Afortunadamente no recordaba la caída, pero lo que estaba claro era que el la había salvado de romperse algunos huesos. No quería siquiera imaginarse si hubiese caído al otro lado de la pared, por el precipicio de la montaña…
Gracias por tomarme en brazos –murmuró con voz ronca- Entiendo que esto es un jardín privado, pero yo he venido para ver al duque y…
Al duque no le gusta que le moleste gente que no ha sido invitada –informó altaneramente el hombre.
Aquello irritó a Bella, que recordó su propósito de ver al duque, fuese cómo fuese.
Yo no vengo de improviso, tengo… una cita –mintió humedeciéndose los labios.
El hombre no respondió, pero su lenguaje corporal dejó clara incredulidad.
Si. He llegado pronto y antes que quedarme esperando en el coche, decidí explorar el terreno. Lo siento –dijo, mirándolo con sus ojos cafés chocolatados y esbozando una tímida sonrisa- Quizá el duque ya esté preparado para verme. ¿Podría llevarme ante el?
Edward mantuvo silencio durante tanto tiempo, que ella sintió cómo la tensión se apoderaba del ambiente y cuando por fin habló, se sobresaltó.
¿Está segura de que quiere entrar al Palacio del León, señorita Swan?
Desde luego –contestó- Le seguiré, ¿le parece?
Está bien –dijo el hombre, dándose la vuelta y dirigiéndose a toda prisa a entrar al castillo.
Bella tuvo que hacer un esfuerzo para seguirlo. Cuando por fin entraron, le faltaba el aliento. Siguió a su guía por unas escaleras de piedra hasta una gran habitación que supuso debía ser el despacho del duque.
Ante su consternación, el hombre la siguió dentro de la habitación y le dio un vuelco el corazón cuando éste cerró la puerta tras ellos.
Ignorándola, Edward sacó su teléfono móvil y murmuró algunas palabras al aparato.
¿Vendrá el duque? –pregunto ella, mirando su reloj abiertamente.
Le prometo que no tendrá que esperar mucho tiempo, señorita Swan –contestó el suavemente.
Pero Bella se dio cuenta del sarcasmo que desprendía la voz de el y su aprensión aumentó. Observó como el hombre se quitaba el abrigo y le maravillo su formidable físico.
La policía llegara muy pronto –dijo el al quitarse su sombrero, sonriendo.
¿La policía? –dijo ella muy impresionada.
Aquel hosco extraño era más que guapo… le había dejado sin palabras. Su cara era perfecta. Tenía la piel blanca, el pelo de un extraño color cobrizo, y unas facciones duras, complementadas por sus curiosos ojos color verde esmeralda que emitían destellos de fuego.
Bella sintió como si el la estuviese desnudando con la mirada. Se ruborizó y sintió, horrorizada, como un cosquilleo le recorría los pechos.
Usted no es el jardinero ¿Verdad? –espetó ella, desesperada por ocultar su vergüenza ante la reacción de su cuerpo- Supuse que usted era miembro del personal del castillo. ¿No me irá a decir ahora que el duque de Masen es usted? –añadió.
Entonces se dio cuenta de que era cierto y que por eso el tenía aquel aire de superioridad. Humillada, deseó que se la tragara la tierra.
Y usted señorita Swan, aparte de ladrona, es también mentirosa –Edward hizo una pausa- Debe ser cosa de familia –murmuró.
En ese momento Bella se dio cuenta de que el sabía quien era ella. A el no le sería fácil olvidarse de su apellido. Respiró profundamente, tratando de encontrar las palabras para explicar su visita. Pero se había quedado en blanco y no podía dejar de mirar al duque, que era el hombre más guapo que jamás había visto.
Reconozco que dije una pequeña mentira, pero no soy una ladrona –dijo entre dientes, ruborizándole al recordar la historia que se había inventado sobre la cita que tenía con el.
¿Ah no?¿Entonces quién te dio permiso para robar de mi jardín? –dijo el acercándose a ella.
Bella se quedó muy quieta mientras el le acariciaba con un dedo la mandíbula, bajando a continuación hacia su escote. Se quedo sin aliento y se sintió mareada debido a la falta de oxígeno. Se quedó mirándolo y dio un grito ahogado cuando repentinamente el agarró la flor que ella se había colocado en el ojal de su camisa.
Solo es una rosa –susurró.
¿Y que significa una robar una rosa cuando tu padre ya me ha robado tres millones de libra, verdad? –murmuró el sardónicamente.
¡Oh, Dios! –gimió Bella al recordar de nuevo la gravedad del delito que había cometido su padre- Sé que parece mal…
No parece mal, señorita Swan, parece horrible –comentó Edward.
Lo siento –ofreció, consiente de que sonaba muy inapropiado- Se que mi padre ha obrado erróneamente… pero tenía sus razones –comenzó a decir
Estoy seguro que así fue. Y se las podrá explicar todas a un juez –dijo el, interrumpido por la llamada de teléfono de su escritorio.
Bella sabía que aquella llamada telefónica era para informarle de que la policía había llegado, y el pánico se apodero de ella.
Ha sido fascinante conocerla, señorita Swan, pero me temo que ya es hora de que se marche –dijo Edward fríamente.
¡Por favor! Tiene que escucharme. Mi padre…
Se merece todo lo que le va ha ocurrir –dijo el duque desde la puerta. Su lenguaje corporal dejaba claro que se le estaba acabando la paciencia.
El está enfermo. Mentalmente enfermo. No sabía lo que estaba haciendo.
Oh, venga ya, seguro que se puede inventar algo mejor. Charles Swan se aprovechó de su situación y durante los últimos dieciocho meses ha estado transfiriendo dinero a cuentas falsas. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo –dijo Edward, agarrando el picaporte de la puerta.
No veía otra salida. Por favor… concédame cinco minutos de su tiempo –imploro- Permítame explicarle las razones por las que hizo lo que hizo.
Durante un momento, Bella pensó que el duque la iba a sacar de allí a rastras., pero entonces llamaron con fuerza a la puerta.
¿Qué ocurre? –exigió saber el en su propio idioma.
No sabía que ella podía entender y que se enteró de que la policía estaba esperando en el vestíbulo.
Se dio cuenta de que había fallado, y las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a correrle por las mejillas.
La guía establecía que el Palacio del León era del siglo XII y de estilo morisco, construido en Sierra Nevada. Desde el se veía toda la ciudad de Granada. La carretera que llevaba al castillo era muy empinada, y Bella tuvo que cambiar a una marcha más corta. Pensó que, si seguía subiendo, llegaría a las nubes.
En la distancia, podía ver las montañas que se alzaban aún más. Todavía tenían nieve en las cimas, pero donde estaba ella todo estaba verde. Llovía, lo que acompañaba su humor.
Ha estado lloviendo durante tres días –le había dicho el encargado de su hotel cuando había llegado a Granada- No es muy corriente, teniendo en cuenta que la primavera está terminando… pero espere, mañana saldrá el sol y usted estará feliz.
Pero Bella pensó que aquel hombre no sabía que se requería más que un cambio en el tempo para levantarle el ánimo. Se imaginó a su padre, demacrado, y sin afeitar, desplomado en una silla. El magnífico encargado de banca se había desmoronado ante sus ojos y en su lugar había un hombre completamente destruido.
No puedes hacer nada cariño –le había dicho Charlie- intentando sonreír.
Incluso en aquellos momentos su padre había seguido tratando de proteger a su única hija, lo que había provocado que ella estuviese decidida ha hacer algo.
Su padre era su héroe, el hombre más maravilloso sobre la faz de la tierra, pero la impresión que le había causado la mal versión de fondos que había provocado esté en el banco le había dejado muy impresionada. Había comprendido sus razones, desde luego. Todos aquellos años observando cómo su madre se deterioraba debido a su enfermedad neuronal habían sido devastadores. Charlie había tratado de buscar remedios para lo incurable. Lo que fuese, desde remedios herbales chinos, hasta los costosos tratamientos en los Estados unidos; había merecido la pena haberlo intentado para aliviar el dolor de su adorada esposa.
Pero al final todo había sido inútil, y Renée Swan había fallecido hacía dos años, pocas semanas antes del veintiún cumpleaños de Bella. Ella no había sabido hasta hacía un par de semanas que su padre había financiado los tratamientos de su madre jugando dinero ni que aquella adicción le había llevado a "tomar prestado" dinero del Europa Bank, la filial británica del banco de Masen, para haber pagado sus deudas.
Siempre planeé devolverlo, lo juro –había dicho Charlie ante el espanto de su hija- Un golpe de suerte, eso era todo lo que necesitaba. Hubiese podido devolver el dinero, cerrar las cuentas falsas y nadie se hubiese enterado de nada.
Pero lo habían hecho. Un auditor había visto irregularidades y habían llegado hasta el fondo del asunto. Y ella sólo había podido ver cómo su mundo, más importante aún, su padre, se desmoronaban.
Murmurando, angustiada, volvió a fijar su atención en la carretera, que seguía empinada. En un momento dado agarró el volante con fuerza al ver un despeñadero y darse cuenta que, si hacía un mal movimiento con el coche, podría caer por el barranco. Odiaba las alturas y comenzó a marearse. Se planteó dar la vuelta, pero la carretera era demasiado estrecha. Y además tenía un trabajo que hacer.
El Palacio del León era la residencia de la familia Masen desde hacía muchas generaciones ye deseó que el duque estuviera en casa. Las cartas que le había mandado no habían obtenido respuesta, y todos los intentos de contactar con el por teléfono habían sido evitados por su eficiente equipo personal. Desesperada, había viajado a las oficinas centrales del banco en Madrid y desde allí había tomado un avión hasta Granada, donde le habían informado de que le presidente estaba en su residencia privada en las montañas.
Para su alivio, la carretera comenzó a hacerse menos empinada y al dar la vuelta a la curva, pudo ver el castillo.
Cuando por fin se bajó del coche, tenía el corazón revolucionado. Le dolían los músculos, aunque no sabía si debido a la difícil conducción o al hacho de que por fin iba a ver a Edward Masen.
El castillo era un ejemplo impresionante de la arquitectura morisca, pero Bella no dejaba de mirar la puerta, que estaba flanqueada por dos leones de piedra. Se estremeció y pensó que no le gustaría estar por allí a obscuras. En realidad no le gustaría estar allí, pero el duque de Masen era el único que podía salvar a su padre y cuanto antes lo viera, mejor.
Se estaba empapando bajo la lluvia y se acercó de nuevo al coche para tomar la pashimina* que había llevado con ella.
Entonces se dirigió a llamar a la puerta, y justo cuando iba ha hacerlo, está se abrió y aparecieron dos figuras. Una de ellas era claramente miembro del personal del castillo y la otra era un hombre mayor.
He venido a ver al duque de Masen –dijo Bella con la voz entrecortada.
Gracias a las vacaciones que había pasado durante años con su tía Esme en Málaga, hablaba español con fluidez.
Si tiene aprecio por su vida, señorita, no se lo recomiendo –dijo el anciano- El duque no está de muy buen humor.
Pero Bella esperanzada, pensó que por los menos estaba en el castillo. Edward Masen estaba allí y todo lo que ella tenía que hacer era convencer al mayordomo de que le permitiera verlo.
Varios minutos después estaba en las escaleras.
Por favor –suplicó por última vez.
Lo siento, pero es imposible. El duque nunca recibe visitas imprevistas, insistió el mayordomo, impaciente.
Pero si le dijera que estoy yo aquí… le prometo que sólo le robaré cinco minutos.
Pero el mayordomo cerró la puerta y ella, en un impulso infantil, le dio una patada.
Maldito seas, Edward Masen –murmuró, parpadeando para apartar las lágrimas.
Parecía que no tenía otra alternativa que conducir de vuelta a Granada, pero no podía soportar pensar que había fallado.
No podía darse por vencida; el duque de Masen estaba allí, al otro lado de aquellas paredes, y debía de haber alguna manera de acercarse a el y hacer que la escuchara.
Recordó de nuevo a su padre, al que la muerte de su madre había afectado muchísimo y que estaba sumido en una profunda depresión. Si pudiera quitarle el miedo que tenía de ir a prisión, una probabilidad muy probable según el señor Félix, el abogado de la familia, quizá el pudiese salir de la terrible situación en la que se encontraba.
Había parado de llover y aunque el cielo estaba todavía gris, tenues rayos de sol trataban de abrirse paso a través de las nubes. Entonces diviso una verja que daba al patio. Se dijo a si misma que seguramente estaba cerrada, pero, para su asombro, al empujarla se abrió y pudo entrar al patio.
El jardín era hermoso; era como un pedazo de cielo que logró calmar sus nervios. Estaba repleto de fuentes y capullos de rosas. En un impulso, arrancó una flor y la olió. Durante unos preciados momentos sintió cómo el peso de sus preocupaciones la abandonaba. Podía haberse quedado allí para siempre, oyendo el dulce cantar de los pájaros.
Pero cuando estaba observando embelesada una de las piscinas, tuvo la sensación de que alguien la observaba. Se dio la vuelta despacio y se quedo sin aliento.
Había un hombre en el extremo opuesto al jardín, pero incluso desde la distancia su altura era notable.
Bella pudo sentir el poder y la fuerza de el, pero llamó más su atención el doberman que éste tenía a su lado. El miedo se apodero de ella. Aquella no era una mascota amigable; sin duda era un perro de defensa, y aquel hombre debía de ser un miembro de seguridad del castillo.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que había entrando a una propiedad privada sin autorización. Lo más sensato sería acercarse al hombre y disculparse, pero la expresión de su cara le parecía aterradora. El instinto se apoderó de ella y salió corriendo, pero al mirar hacia atrás por encima de su hombro vio que el hombre había soltado al perro, que corría hacía ella.
Aterrorizada, Bella trató de encontrar una salida, pero el jardín estaba rodeado por cuatro paredes, tres de las cuales eran muy altas, aunque la cuarta era vieja y más baja.
El perro estaba casi sobre ella y pudo imaginarse sus afilados dientes hundiéndose en su carne. Desesperada, comenzó a subir a la vieja pared y utilizando toda su fuerza, logro llegar arriba. Se tranquilizó diciéndose así misma que ya estaba segura. El perro estaba debajo de ella, ladrando furioso, pero con suerte ella lograría pasar al otro lado. Al dirigirse a bajar por la pared por la calle se dio cuenta de que estaba demasiado alta, y que si lo intentaba seguramente moriría en la caída. Su única alternativa era volver a bajar al jardín… donde la esperaba el perro.´
Pero se quedo paralizada por el miedo.
Tranquilo, Alec –dijo Edward, acercándose sin prisa hacia su perro.
No sintió ninguna pena por aquella mujer y pensó que se podía quedar allí arriba todo el día. Estaba más que harto de los paparazzi que le perseguían constantemente. Ya tenía suficiente con aguantarlos en la ciudad y ver a una periodista en su castillo le pareció demasiado.
¿Cómo ha logrado entrar? –exigió saber impacientemente- ¿Y que es lo que quiere?
No podía ver que llevase ninguna cámara pero, mientras ataba al perro, pensó que quizá se le había caído cuando huía de el.
Baje de ahí; el perro está atado y no le hará nada.
Pero Bella no se movió y Edward frunció el seño; no estaba de humor y todo lo que quería era que aquella mujer se marchara de su propiedad. Al mirarla con detenimiento se dio cuenta de que no era española, por lo que repitió lo que había dicho en inglés, ya que solía ser un medio universal de comunicación.
No puedo bajar –dijo por fin Bella, apenas susurrando, estaba paralizada por el miedo debido a la altura de la pared y sintió como le daba vueltas la cabeza.
Señorita debe bajar de ahí –dijo el con cierto toque de apremio.
Pero entonces se dio cuenta de que ella estaba aterrorizada y a punto de desmayarse.
No tiene por que tener miedo –dijo en un tono mas suave- no le haré daño, ni tampoco el perro. Suéltese y yo la agarraré.
Ella siguió paralizada ya Edward se asustó al ver como palidecía y cerraba los ojos. Por más que odiara a los periodistas, no quería ver a aquella chica despeñada.
Señorita, salte a mis brazos; conmigo estará segura. ¿Cómo se llama? –exigió saber.
Mi nombre es… Isabella… Bella Swan –dijo ella mientras se dejaba caer, justo antes de desmayarse.
Cuando Bella abrió los ojos, el terror se apoderó de ella al ver que el la llevaba en brazos.
¿Dónde me lleva? –exigió saber- Déjeme en el suelo.
No podía ver claramente la cara de aquel hombre, ya que el gorro le ensombrecía el rostro, pero su cuadrada mandíbula indicaba una gran fortaleza. El se detuvo y la dejó en el suelo, ante lo que ella se tambaleó y cayó de rodillas.
El hombre no hizo ningún intento de ayudarla; en vez de ello se quedó observándola, con el perro a su lado.
No me puedo creer que soltara al perro para que me atacara –dijo de forma acusadora, incapaz de controlar el temblor de su voz.
No me gusta la gente que se mete en propiedad ajena –contestó el hombre con dureza. A pesar de su fuerte acento hablaba perfectamente ingles.
Bella alzo su cabeza para mirarlo; su arrogante postura la irritaba. Seguramente sería un miembro del personal del castillo, pero estaba mirándola como si aquel fuera suyo.
¿Por qué ha entrado aquí? –pregunto el.
He venido a ver al duque de Masen –contesto ella, haciendo un esfuerzo por levantarse. Todavía se sentía débil y desorientada.
¿Para que? –pregunto Edward, sin hacer ningún intento por ayudarla.
Por razones personales –contesto ella, levantando la barbilla y mirando a aquel hombre.
Afortunadamente no recordaba la caída, pero lo que estaba claro era que el la había salvado de romperse algunos huesos. No quería siquiera imaginarse si hubiese caído al otro lado de la pared, por el precipicio de la montaña…
Gracias por tomarme en brazos –murmuró con voz ronca- Entiendo que esto es un jardín privado, pero yo he venido para ver al duque y…
Al duque no le gusta que le moleste gente que no ha sido invitada –informó altaneramente el hombre.
Aquello irritó a Bella, que recordó su propósito de ver al duque, fuese cómo fuese.
Yo no vengo de improviso, tengo… una cita –mintió humedeciéndose los labios.
El hombre no respondió, pero su lenguaje corporal dejó clara incredulidad.
Si. He llegado pronto y antes que quedarme esperando en el coche, decidí explorar el terreno. Lo siento –dijo, mirándolo con sus ojos cafés chocolatados y esbozando una tímida sonrisa- Quizá el duque ya esté preparado para verme. ¿Podría llevarme ante el?
Edward mantuvo silencio durante tanto tiempo, que ella sintió cómo la tensión se apoderaba del ambiente y cuando por fin habló, se sobresaltó.
¿Está segura de que quiere entrar al Palacio del León, señorita Swan?
Desde luego –contestó- Le seguiré, ¿le parece?
Está bien –dijo el hombre, dándose la vuelta y dirigiéndose a toda prisa a entrar al castillo.
Bella tuvo que hacer un esfuerzo para seguirlo. Cuando por fin entraron, le faltaba el aliento. Siguió a su guía por unas escaleras de piedra hasta una gran habitación que supuso debía ser el despacho del duque.
Ante su consternación, el hombre la siguió dentro de la habitación y le dio un vuelco el corazón cuando éste cerró la puerta tras ellos.
Ignorándola, Edward sacó su teléfono móvil y murmuró algunas palabras al aparato.
¿Vendrá el duque? –pregunto ella, mirando su reloj abiertamente.
Le prometo que no tendrá que esperar mucho tiempo, señorita Swan –contestó el suavemente.
Pero Bella se dio cuenta del sarcasmo que desprendía la voz de el y su aprensión aumentó. Observó como el hombre se quitaba el abrigo y le maravillo su formidable físico.
La policía llegara muy pronto –dijo el al quitarse su sombrero, sonriendo.
¿La policía? –dijo ella muy impresionada.
Aquel hosco extraño era más que guapo… le había dejado sin palabras. Su cara era perfecta. Tenía la piel blanca, el pelo de un extraño color cobrizo, y unas facciones duras, complementadas por sus curiosos ojos color verde esmeralda que emitían destellos de fuego.
Bella sintió como si el la estuviese desnudando con la mirada. Se ruborizó y sintió, horrorizada, como un cosquilleo le recorría los pechos.
Usted no es el jardinero ¿Verdad? –espetó ella, desesperada por ocultar su vergüenza ante la reacción de su cuerpo- Supuse que usted era miembro del personal del castillo. ¿No me irá a decir ahora que el duque de Masen es usted? –añadió.
Entonces se dio cuenta de que era cierto y que por eso el tenía aquel aire de superioridad. Humillada, deseó que se la tragara la tierra.
Y usted señorita Swan, aparte de ladrona, es también mentirosa –Edward hizo una pausa- Debe ser cosa de familia –murmuró.
En ese momento Bella se dio cuenta de que el sabía quien era ella. A el no le sería fácil olvidarse de su apellido. Respiró profundamente, tratando de encontrar las palabras para explicar su visita. Pero se había quedado en blanco y no podía dejar de mirar al duque, que era el hombre más guapo que jamás había visto.
Reconozco que dije una pequeña mentira, pero no soy una ladrona –dijo entre dientes, ruborizándole al recordar la historia que se había inventado sobre la cita que tenía con el.
¿Ah no?¿Entonces quién te dio permiso para robar de mi jardín? –dijo el acercándose a ella.
Bella se quedó muy quieta mientras el le acariciaba con un dedo la mandíbula, bajando a continuación hacia su escote. Se quedo sin aliento y se sintió mareada debido a la falta de oxígeno. Se quedó mirándolo y dio un grito ahogado cuando repentinamente el agarró la flor que ella se había colocado en el ojal de su camisa.
Solo es una rosa –susurró.
¿Y que significa una robar una rosa cuando tu padre ya me ha robado tres millones de libra, verdad? –murmuró el sardónicamente.
¡Oh, Dios! –gimió Bella al recordar de nuevo la gravedad del delito que había cometido su padre- Sé que parece mal…
No parece mal, señorita Swan, parece horrible –comentó Edward.
Lo siento –ofreció, consiente de que sonaba muy inapropiado- Se que mi padre ha obrado erróneamente… pero tenía sus razones –comenzó a decir
Estoy seguro que así fue. Y se las podrá explicar todas a un juez –dijo el, interrumpido por la llamada de teléfono de su escritorio.
Bella sabía que aquella llamada telefónica era para informarle de que la policía había llegado, y el pánico se apodero de ella.
Ha sido fascinante conocerla, señorita Swan, pero me temo que ya es hora de que se marche –dijo Edward fríamente.
¡Por favor! Tiene que escucharme. Mi padre…
Se merece todo lo que le va ha ocurrir –dijo el duque desde la puerta. Su lenguaje corporal dejaba claro que se le estaba acabando la paciencia.
El está enfermo. Mentalmente enfermo. No sabía lo que estaba haciendo.
Oh, venga ya, seguro que se puede inventar algo mejor. Charles Swan se aprovechó de su situación y durante los últimos dieciocho meses ha estado transfiriendo dinero a cuentas falsas. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo –dijo Edward, agarrando el picaporte de la puerta.
No veía otra salida. Por favor… concédame cinco minutos de su tiempo –imploro- Permítame explicarle las razones por las que hizo lo que hizo.
Durante un momento, Bella pensó que el duque la iba a sacar de allí a rastras., pero entonces llamaron con fuerza a la puerta.
¿Qué ocurre? –exigió saber el en su propio idioma.
No sabía que ella podía entender y que se enteró de que la policía estaba esperando en el vestíbulo.
Se dio cuenta de que había fallado, y las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a correrle por las mejillas.