Cap . 8 Estas tentándome
No estaba preparado para escuchar esa confesión de sus labios, dolió, se sintió tan doloroso como un puñal en la mitad del corazón, igual que un sable aquellas palabras se adentraron en mi ser llegando hasta medula de mis hueso sin piedad.
En ese minuto me quede sin habla, atónito, sin argumentos, sin nada que reprochar en realidad era incapaz de sacar de mi mente la imagen mental que me había formado producto de aquella confesión a cambio simplemente la observe impertérrito buscando la lógica a todo, a mi vida, a nuestra aventura, a esto.
¿Bella estaba embarazada de él? ¿Se había acostado con los dos? ¿El mismo día?
No podía creerlo, me rehusaba a creer que sus promesas hubieran sido una mentira, me rehusaba a creer que ella, mi ángel personal, la razón de mi existencia me hubiera engañado.
¿Cuándo? ¿Cómo?
Y al segundo de pensar aquello se apoderó de mí una furia indescriptible, asemejada solo al odio profuso que se tiene por un enemigo. Su expresión aterrada y avergonzada me lo estaba gritando todo, lo que por un minuto pensé podría ser una clase de pesadilla, una mentira tonta era una irrefutable y segura verdad.
La mujer frente a mí no tenía idea de quien era el padre de su hijo ¡Insólito! ¡Macabro! ¡Estúpido! ¡Bestial! ¡No podía ser verdad! Ella, no.
El repiqueteo constante y fastidioso de un par de zapatos me hizo regresar a la macabra realidad del momento. Dudé.
Quise acercarme hasta su posición, por un cuarto de segundo mi corazón grito, de manera desgarradora que ese hijo era mío y nubló mi orgullo de hombre traicionado pero esa misma fracción de tiempo hizo surgir al demonio interno que me grito lo contrario y me hizo finalmente dudar.
No tenía que haber sido ni biólogo ni medico para darme cuenta de las probabilidades, eran la mitad que fuera mío y la mitad que fuera de él. Incluso sí él había sido el primero yo contaba con las mismas chances. Macabro juego del destino… ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón… ¡Maldito!
En ese minuto quise indagar por algo demasiado obvio a esa altura pero luego pensé ¿Para qué? ¿Con qué objeto?. Mis pasos me llevaron hacía el lado contrario al que Bella estaba esperando. Huía.
Con un dejo de tristeza noté ahora como su expresión se hacía incluso más aterradora. El miedo la embargó por completo.
¿Acaso yo estaba fallándole? ¿Acaso ella no me había fallado a mí?
Compromiso, solo había pedido compromiso y verdad a cambio había obtenido la más maravillosa y adictiva mentira pero al final y al cabo una simple mentira.
El susto reflejado en aquellos hermosos ojos marrones la delató y al notar como alzó sus cejas sorprendida al verme tomar la cortina que nos cubría era la señal inequívoca de una decisión tacita pero explicita: Me iría.
Ella, en su infinita suspicacia femenina lo había adivinado incluso antes que yo. Me habló enseguida.
— Edward… no… por favor… escúchame… —fueron sus primeros monólogos corrompidos por un llanto que comenzaba a fluir y que extrañamente hoy no me conmovió. Guardé un silencio castigador, una censura a un daño irremediable.
Giré mi cuerpo dándole la espalda apenas la sentí sollozar ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué él? ¡Mierda! ¡Mil veces mierda! ¡Malditas hormonas! ¡Maldito deseo! ¡Maldita humanidad!
— Te lo suplicó… sólo escúchame —balbuceó con la voz ahogada.
Entonces cerré mis ojos aún sin darle la cara y sentí como en mi el orgullo fue más fuerte, no podía, simplemente no podía, no era tan noble como el personaje, jamás lo había sido. Era irremediablemente tan solo un humano, un hombre, uno al cual le habían mancillado el espíritu.
— No… me dejes —pidió en un grito desgarrador y guardó silencio sorprendida de ella misma. Sentí como respiró hondo y esa petición fue la última que escuche.
Tropecé con todo aquel que se cruzó por mi camino, a tientas logré salir de aquel recinto y para cuando lo hice ya había amanecido. Caminé sin sentido por varias horas hasta que me detuve en un callejón quien sabe donde. Fue a mí ahora a quién le dieron nauseas, nauseas de solo imaginármela en sus brazos y luego ¿en los míos?
— ¡Edward! —sentí un grito en la distancia, fue como si ella estuviera allí junto a mí lo que era imposible, la había dejado sola en aquel hospital hacía horas.
Mi corazón colapso. Una ráfaga de aire se coló por el callejón donde permanecía recargado contra la pared, con mi rostro entre las manos. Estábamos en Hawai y yo sentía frío.
De pronto sentí que no era correcto lo que acaba de hacer, dejarla allí en aquel lugar a su suerte, sola. Completamente abandonada y quise volver. Alce mi cuerpo cargado de arrepentimiento ¿Se suponía que yo la amaba?
Sí era así entonces ¿Por qué mi corazón se desgarraba y colapsaba de rencor? Encaminé mis pasos hacía la salida dispuesto a volver por ella pero aquel intento fugaz se vio apagado por una interrogante ¿Cómo iba a ser capaz de enfrentar que Bella iba a tener un hijo que no era mío? Desistí y volví a maldecirlo a él y a mí mismo por haber caído en el juego mortal de la seducción.
Nuestro amor se había roto como un jarrón en mil pedazos y ella había sido la culpable de aquello pero entonces ¿Por qué me sentía tan mal?
Me lleve las manos a mis bolsillos delanteros y tomé entre mis dedos temblorosos mi celular, el causante de todo, el testigo de mucho. La pregunta era ineludible: ¿A quién debía avisarle? ¿A él?, ¿a sus padres?, ¿a los productores?, ¿tal vez a Rosalie?
La decisión era difícil. Camine en círculos con el pequeño aparto entre mis dedos ¿Le habría avisado ya ella a alguien?
¡Podría ser tu hijo!
Me grito una vocecilla interior y no podía irme sin saberlo. No podía simplemente alejarme y fingir que nada había pasado, eso me convertía en un cretino, uno que no era.
Tenía que encontrarle una explicación lógica a toda esa verdad que me había confesado. Necesitaba acallar este sentimiento de tan confuso que había inundado mi corazón por completo y que a cada segundo seguía nublando mi razón. Caminé hasta la calzada solo para advertir que, extrañamente y contra lo que había pensado, no me encontraba muy lejos del hospital.
Llegue de vuelta y justo en el momento en que iba a preguntar por el medico que había tratado a Bella, le vi.
— ¿Puedo hablar con usted? —le pedí desesperado.
Necesitaba un consejo, necesitaba hablar con alguien, que alguien me dijera si eso era posible, necesitaba aferrarme a algo para volver donde ella.
— Claro —contestó extrañado.
Dejó un block de apuntes y nos apartamos hacía un costado.
— y bien usted dirá —exclamó y se quedo mirándome pensativo.
— ¿Qué era lo que tenía que preguntar? ¿Podría el darme la respuesta que buscaba? ¿Haría la diferencia su respuesta? ¿Qué haría si las probabilidades aumentaban en su favor y no en el mío? ¿Podría vivir con ella y con un hijo que no era mío?
Había una que estaba encabezando la lista pero que no me atrevía a preguntar.
¿Podría ser de ambos?
Pero como iba a revelarle a un médico, a su médico que, quien supuestamente era mi "novia" "mi esposa" a sus ojos se había metido con dos hombres al mismo tiempo. Sonaba extraño, incorrecto, vulgar. Suspiré arrepentido. Miré al horizonte y disfrace la pregunta.
— ¿Hay maneras de saber quién es el padre del bebe? —inquirí mirando literalmente al suelo avergonzado por dudar ¿Acaso no tenía motivos suficientes para hacerlo?
Alce tímidamente mi vista justo cuando termine de formular la pregunta, el médico suspiró poniendo sus manos en los bolsillos.
— ¿Crees que no es tuyo? —cuestionó y mi corazón latió con furia.
¿Lo creía?, me pregunté yo mismo.
— Es complicado —contesté, sus ojos me escrutaron de una manera un tanto reprobatoria ¡Sí él supiera! Pensé.
— Existen pruebas de ADN que son bastante concluyentes… —concluyó directo y certero. Sin anestesia y un tanto molesto. Aún así lo interrumpí.
— ¿Podrían realizarse, esas pruebas, ahora? —averigüé atropelladamente.
— ¿Prenatales? —Exclamó en un balbuceo exagerado, asentí —Podría pero… ¿No sería más fácil que le preguntarás a ella sobre la paternidad? —-comentó.
Era cierto, en cualquier otra circunstancia sería lo correcto. Simple y fácil, tan solo una pregunta y una respuesta pero no estábamos frente a una situación ordinaria ni común. ¡Ella no lo sabía!
— ¿Podrían realizarse ahora? —insistí
— No —contestó y luego agregó — Esas pruebas se realizan desde la décima semana —aclaró aún más ante mi expresión desconcertada, enmudecí ¿Más de un mes con la duda? ¡Castigo y más castigo!
— Hacerlas ahora es riesgoso, podría sufrir una perdida sin considerar que evitamos una hace algunas horas nada más —añadió — Mi sugerencia es que, de insistir en hacerlas, fuera lo más avanzado del embarazo que se pudiera, incluso yo, de manera personal, preferiría que esas pruebas se hicieran después que naciera el bebe —decretó enarcando una ceja mientras lo explicaba.
¿Cómo iba a esperar nueve tortuosos meses haciéndome tal vez falsas ilusiones de un hijo que no era mío?
Era de noche y estaba realmente cansado, tenía unas inmensas ganas de tirarme en la cama por lo que no dude en entrar a pesar que el ascensor venia lleno.
Tenía claro que mi cuerpo se apretujaría contra el de la persona frente a mí pero a esta altura me daba lo mismo. Para mi suerte era una mujer, hubiera sido bastante vergonzoso e incomodo que hubiera sido un hombre. Mi piso era el veintitrés y recién estábamos llegando al tercero.
Un perfume embriagador llego hasta mi nariz cuando el cuerpo, diminuto y frágil, se movió en su posición. De inmediato despertó mis instintos más básicos y el movimiento sutil pero persistente del elevador lo acrecentó.
Su cuerpo se friccionaba contra el mío y era primera vez que me sucedía algo así. Literalmente sentía su trasero acercarse peligrosamente hasta aquella parte más sensible de mi cuerpo y que, aunque yo no quisiera, no tardaría en reaccionar.
Fue entonces cuando el ambiente se colmó de una extraña esencia despertando mis deseos más libidinosos. Traté y juro que traté de quitar aquellos deseos, incluso busque la gota de aire, inexistente a este punto del trayecto, que pudiera hacerme desistir de tener fantasías sexuales dentro de un ascensor repleto pero no lo logré. Lo más cerca que estuve de apagar ese deseo, ahora creciente, fue ver en el rostro de varios de los pasajeros reprochando ese movimiento, para mi totalmente desesperado, que yo realicé. Mala idea había sido subirse, mala idea buscar la gota de aire. Me fulminó la mirada de una señora que estaba dos cuerpos de distancia, sentí como sus ojos negros se clavaron en los míos mientras enarcaba sus cejas y fruncía el ceño, después de sostener su mirada por unos breves minutos, los suficientes para hacerme sentir miserable, desvió su mirada hacía la puerta despectivamente.
¿Qué se supone tiene que hacer uno?
Pensé enojado mientras le devolvía la mirada molesta de regreso.
Esperar por el siguiente
Me contestó de inmediato la conciencia.
Para el piso séptimo estaba exasperado y aunque se habían bajado un par de personas aún había aglomeración en aquel diminuto espacio. Grande y oportuna fue mi sorpresa cuando las puertas se abrieron por tercera vez en el décimo piso respiré aliviado al advertir que, finalmente y contra todo pronostico, el ascensor quedaría completamente desocupado.
Espere pacientemente por que todos bajaran a un costado, entré de vuelta y justo cuando las puertas se iban a cerrar unos dedos finos se interpusieron. Automáticamente y sin pensarlo, mis manos se fueron al tablero y apreté el botón para que permanecieran abiertas.
Jamás había visto unos ojos marrones como aquellos, ni un cuerpo tan perfectamente delgado que sería la envidia de cualquier mujer al menos cien metros a la redonda. Entro despacio, sin mirarme directamente y se recargo contra la pared opuesta a la mía con la vista al frente.
La miré de reojo solo para darme cuenta que su cuerpo estaba fundado en un precioso y ajustado vestido de verano, tan ceñido al cuerpo que dudaba que fuera legal ponérselo. Cuando miré el tablero de los pisos me percaté que habían aún dos lucecitas encendidas: una era la mía que correspondía al piso donde iba y la otra debía ser de ella, cuando lo analice me percaté de lo impensado, ella había sido el cuerpo que había estado por seis pisos frente a mí y contra el cual el mío había estado friccionando producto del movimiento. Suspiré.
Trece, catorce, quince
Titilaba en el tablero, lento y tortuoso cambiaban los números, uno a uno, suspiré otra vez tratando de contener en mi esa esencia que ahora embriagaba a todo el elevador, miré al techo. Tenia que sobrevivir hasta el veintitrés claro que ella se bajaría en el diecinueve.
Dieciséis
El cuerpo a un costado de mí hizo un movimiento totalmente involuntario pero enteramente provocador. Disparo mi adrenalina al sentir como su cuerpo, más específicamente sus caderas, sin querer rozaron contra mis piernas cuando se puso frente a mí para bajarse
Diecisiete, dieciocho
Mi corazón comenzó a latir furioso y una idea maliciosa cruzo mi mente lujuriosa. Miré el botón rojo característico, ese que nadie quiere apretar a menos que este en una emergencia. Una real emergencia. Cuando el indicador cambio del número mostrando un despampanante diecinueve más luminoso que lo habitual y a segundos que las puertas se abrieran. Di el paso certero y mi dedo apretó aquel indeseable botón.
La luz de un blanco iluminado cambio a un tostado sombrío – luz de emergencia – por fracción de segundos ninguno hizo ningún movimiento, nos quedamos estáticos donde estábamos, solo sentía el repiqueteo de mi corazón en mis oídos
¿Qué estaba haciendo? me grité en mi interior.
Un impulso de arrepentimiento me invadió y justo cuando iba a arrepentirme de haber detenido intencionalmente el ascensor sus delicados dedos me lo impidieron. Basto solo ese roce tan ingenuo e inocente pero tan morbosamente esperado para que el deseo desenfrenado tomara el control.
Se giró sobre su posición encarándome, advertí de inmediato sus labios que ahora estaban teñidos de un rojo topacio. Me quede absorto contemplando aquel par de labios, imaginando como sería besarlos cuando mi fantasía se cumplió. Su rostro se acercó al mío y sin mucho preámbulo me beso. Nuestros labios danzaron ese rito tan viejo y conocido pero tan perversamente exquisito.
La tibieza de su boca contra la humedad de mi lengua era una droga que si volvía a probar me convertiría en un adicto sin posibilidad. Nos invadió la urgencia propia de dos amantes, recargue desesperado su cuerpo contra la pared trasera del vendito elevador.
Sentí como sus manos, tersas y tibias tomaron mi rostro entre ellas acariciándolo mientras aún nos besábamos. Sólo me separé de aquellos labios hechiceros por la necesidad de aire. Su mirada me penetró hasta el último hueso de mi cuerpo, me deseaba y eso me incitó.
Sus mejillas teñidas de un carmesí hermoso producto del encuentro que estábamos teniendo me dio el vamos para hacer lo siguiente. Tome con la fiereza necesaria pero con sutileza extrema su mentón a objeto de girar su rostro. Quería besar cada parte de su cuerpo para intoxícame de ella. Sin pudor alguno mordí lentamente su piel expuesta hasta llegar a la base de su cuello con sutiles besos. Mientras aún saboreaba esa piel exquisita delinee su figura para mí.
Sin romper el contacto hipnotizador de su cuerpo cercano al mío tracé su figura con habilidad. Roce sutilmente sus caderas con la punta de mis dedos que se colaban entre los pliegues de su ropa, cuando llegue hasta el borde interior de su muslo apreté la palma de mi mano contra esté y sentí como brotó de sus labios un jadeo vergonzoso.
Tomé entre mis dedos la tela maldita que retenía a mi presa cautiva y si mucha premeditación la rasgué lo suficiente para abrirme paso entre ella. Sentí como su cuerpo brinco por el sonido que provocó esa acción y miré esos ojos castaños ahora dos luceros encendidos por la llama de la pasión.
Sus dedos temblorosos desabotonaron lo necesario de mi camisa, extasiada observó deseosa mi dorso semidesnudo al tiempo que yo la recargaba contra la baranda que estaba detrás de su cuerpo. Entonces hice lo propio con su ropa interior, la bajé sin despegarle la mirada de encima. No pude evitar, al alzar mi cuerpo, recorrer sus piernas con las yemas de mis dedos. Fui testigo privilegiado de cómo al llegar a su entrepierna, su pecho se contrajo con fiereza. Su respiración se hizo errática y los jadeos no se dejaron esperar.
La miré.
Era exquisito ver como se saboreaba sus labios mientras me daba esa mirada que calaba directo hasta mi alma. Aun apoyada, puse mis manos en sus nalgas y alce en el aire su cuerpo, ella enrolló sus piernas con fuerza alrededor de mi cintura.
Sin pedir permiso y en realidad sin dármelo concreté lo que ambos habíamos estado deseando. Sin quitarle la vista de encima entre y salí de su cuerpo como un esclavo dispuesto a complacer a mi diosa perfecta y que de hoy en adelante se convertiría en mi objeto de adoración.
Nuestras respiraciones se hicieron mucho más erráticas y entrecortadas a medida que la fricción de nuestros cuerpos acrecentaba. Cada jadeo que sus labios exclamaban era la paga suficiente para seguir una y otra, sin detenerme jamás. Un escalofrió recorrió mi espalda y una urgencia por gritar se apodero de mi ser. Soltó sus manos de la baranda y las puso alrededor de mis hombros mientras se acercaba a besarme nuevamente. Estaba sintiendo ese placer incalculable cuando ella susurró a mi oído.
¡Este hijo no es tuyo!
Abrí mis ojos solo para encontrarme con nada. Un lado de la cama vacío y frió, los latidos de mi corazón estaban punzando en la entrada de mi garganta y tenía frente a mí el reflejo de la luz del despertador que titilaba la hora
Tres de la madrugada
A esta altura había perdido la cuenta de las veces que había soñado con ella y con aquellas palabras que había sellado el destino de ambos. Habían pasado cuatro semanas y medía desde el día del hospital, un mes completo en que no la veía ni tenía noticias de ella. Las grabaciones se habían pospuesto justamente hasta este fin de semana a causa de ella y se su "problema".
A partir de día lunes no solo volvería a mi tortura personal, sino que justamente ese día por la tarde me iría a realizar la dichosa prueba de paternidad que yo mismo había insistido en realizar.
¿Qué buscaba con ello?
Aún no lo tenía claro, tal vez, consuelo de que diera positivo a favor mío y con eso sentir que había vencido sobre él aunque tenía claro que nada sería igual nunca más. Me giré sobre mi cuerpo para quedar de espaldas contra la cama. Mirando nada más que el techo y recordándola, recordando tantas noches y días completos, recordando momentos de felicidad que ahora eran tristes recuerdos.
Cómo necesitaba fumar un cigarro pero ni para eso tenía cabeza en ese momento, las palabras que ella había pronunciado aquel día en aquel frío hospital se me repetían una y otra vez sin piedad.
Aquel día yo había huido, como un vil y ruin delincuente había marchado sin mirar atrás. La había dejado sola sin importarme su suerte ni el que dirán. Incluso esa misma madrugada cuando ellos me informaron que las grabaciones serían pospuestas había corrido, literalmente, hacía el aeropuerto y me había embarcado en el primer vuelo que encontré de regreso.
Volví a girar mi cuerpo esta vez quede de lado en la cama con la cabeza apoyada en mi palma mirando el teléfono celular en la mesa de noche. Era tentador, demasiado para mantener mi palabra de "no llamarás", apunto de sucumbir me pregunté en mi interior.
¿Llamarla? ¿Para qué?
Estaba frenéticamente dolido. Desde Hawai solo habíamos tenido una breve pero intensa discusión apenas ella piso suelo americano.
¡Quiero esa prueba!
Exigí y ella se negó por supuesto.
¡No necesito ni de ti ni de él!
Contestó.
Me constaba por Emmett que ella se había mudado con Rosalie al día siguiente que piso el país. Ahora tenía cerca de los tres meses de embarazó.
¿Qué haría si era mío? O mejor dicho ¿Qué haría si no lo era?
Eran las interrogantes que me había rondado por todo este tiempo como una sombría realidad. Cada día que pasaba la deseaba con mayores ansias incluso creía que estaba a punto de enloquecer.
Los sueños se hacían repetitivos y cada vez eran más tormentosos. Mi mente me hacía anhelarla con desesperación pero la relación se había roto tal cual como se rompe un jarrón fino cuando cae al suelo, no importa cuanto trates de restaurarlo siempre están las hendiduras como fiel reflejo de aquella caída.
Me levanté, necesitaba una ducha fría para quitarla de mi mente. Entre al baño aun con la esencia de su piel impregnada en la mía. No podía negar que tenía a Bella marcada a fuego.
Para cuando finalice ella no me había abandonado ni un segundo, aún estando sentado en el sofá mirando mí reflejo en la pantalla del televisor seguía pensando en ella.
Otra vez, con el reflejo oscuro de mi silueta, mi mente jugo en contra y las fantasías se sucedieron una a una. Su piel, sus caderas, su tibieza, su sudor, sus pechos, sus jadeos, todo. No había lugar en ese departamento que no me la recordará y a esta altura estaba quebrantando mí voluntad de mantenerme lejos de ella. Dos minutos más con esas imágenes e iría hasta su departamento sin importarme que me aventará la puerta sobre las narices.
¡Vamos Edward hiciste una elección!
Me repetí pero yo la quería a ella. Algo bueno había salido de todo esto, ellos ya no estaban juntos. Al menos tenía el consuelo que si no era mía no era tampoco de él.
Prendí la televisión en un intento desesperado por acallar a Bella. Cambie canal por canal desesperado sin destino y esto no estaba ayudándome. Me lleve las manos a la boca decidiendo si ir por ella o no.
Miré el reloj en mi mano – cuatro de la madrugada – había pasado media hora y yo aún seguía pensando en ella, en su exquisita manera de amar, en cuanto la amaba a pesar de todo. ¡Yo la perdonaba!, en realidad mi alma lo hacía pero era mi orgullo quién gobernaba a la razón.
Como odiaba ser tan predecible, otra vez había perdido la perspectiva y es que lo que sentía por ella era más fuerte.
Estacione fuera del departamento de Rosalie, estaba conciente que ella no estaba, tal vez por ello finalmente me había decido a venir. Otra vez estaba de mi parte el destino, ella junto a Emmett se habían ido de "paseo romántico".
No tuve problemas en burlar al conserje que estaba roncando en su puesto de trabajo. Sin dudar subí hasta el décimo piso y camine el pasillo que mediaba entre el ascensor y la puerta del departamento.
Dude frente a la puerta
¿Qué le diría? ¿Ella quería hablar conmigo? ¿Quería estar conmigo a pesar que la había dejado literalmente votada? ¿Podría perdonar mi tonta inseguridad?
Luche por irme y camine dos veces separándome de la puerta hasta que finalmente me decidí a tocar. Puse mi dedo sobre el timbre y fue entonces cuando me llamo la atención que el junquillo de la puerta estuviera separado.
Puse mi mano en la puerta y se abrió
¿Abierta?
Mala señal, mi corazón se disparó pensando lo peor. Camine resuelto por la sala de estar y no había nada, todo estaba oscuro y en orden. Llamé por su nombre pero nadie contesto. Hasta que una luz al final del pasillo evidencio que había alguien.
¿Podría Bella olvidar cerrar la puerta? ¿Sí se había caído? ¿Si alguien había entrado a robar?
Eran las interrogantes que a medida que caminaba en dirección a la recamara se sucedieron en mi mente. Abrí la puerta que estaba entre abierta. La luz estaba encendida, deslice mi vista hacia la cama y estaba abierta pero no había señales de Bella. Cuando estuve cerca de esas sabanas blancas me golpeo la culpa.
Había una gran mancha de sangre en la mitad y perdí la noción del tiempo y del espacio, camine con el corazón en la mano hasta el baño porque se sentía el agua de la regadera.
Cuando entré al cuarto de baño todo se vino abajo. Un camino de sangre hasta donde se encontraba su cuerpo estaba dibujado en las baldosas, mi corazón latía con fuerza en mi garganta. Abrí la cortina de baño y mi alma se retrajo.
Bella, mi adorada Bella, mi ángel celestial estaba acuclillas sosteniendo el peso de su cuerpo, tenía sus brazos puestos alrededor. Estaba con la vista perdida bajo el agua que escurría hacia el sumidero. Se podía ver de forma sinuosa como escurría la sangre sin control.
— ¡¿Bella? —la llamé.
Pero mi voz pereció sin fuerza y tuve que toser para hacerla más firme y audible. Me acerque pero ella rehuyó.
— ¡No me toques! —pidió en susurró desgarrador.
No sabía qué hacer o qué decir. Mi vista se desvió a la nada con torpeza. Apreté mis ojos mientras tomaba la toalla detrás de la puerta y corté el agua de la regadera, cuando lo hice me percaté que era agua helada.
— Tengo que —exclamé dudoso —… debemos ir a un hospital —susurré mientras ponía la toalla cubriéndola pero ella me sujeto por los brazos.
Sus ojos marrones estaban desorbitados y se notaba que había estado llorado descontroladamente.
— ¡No! —sentenció
— Bella necesitas atención médica —objeté
— ¡Ya murió! —gritó desesperada y me quede helado.
Completamente mudo. Solo atiné a estrechar contra mis brazos, su cuerpo mojado y la culpa me invadió por completo. La había dejado sola provocando esto.
— ¿Qué paso? —le pregunté luego de un rato cuando su cuerpo dejo de temblar.
Aún permanecíamos en el suelo del baño.
— Cuando desperté ya estaba muerto —susurró enterrando su cara contra mi pecho.
La volví apretar contra mí, tratando de reparar en algo la falta y me sentía miserable. Jamás pensé que podría pasar algo así, si lo hubiera sabido hubiera permanecido con ella.
Él
Podría haber sido mío, hoy podría haber muerto mi hijo reflexioné. Tomé aire y la saque de la tina mientras caminaba con ella me percaté que seguía escurriendo la sangre de su cuerpo.
— Tienes que ir a un hospital —insistí y en ese minuto su cuerpo flaqueo, se ladeo inerte, sin vida y la desesperación afloró.
— ¡Bella! Bella! Bella!
Me inundo un sentimiento demasiado fuerte que contrajo mi pecho, de pronto no podía respirar, ni siquiera podía hablar la tenía entre mis brazos completamente indefensa, sin vida bañada en sangre y era mi culpa, yo había sido el culpable.
Abrí mis ojos y me quede helado.
¿Lo había soñado?
Frente a mí las luces del reloj despertador.
Seis y media de la madrugada
Regularice mi respiración mientras una idea cruzo mi mente. Me levanté corriendo, me vestí en dos segundos y salí a su encuentro. Tenía que cerciorarme que había sido un sueño macabro pero eso solo un sueño.
Tenía que cerciorarme que tanto ella como ese bebe estaban bien. Estaba haciéndose habitual esto de pasarse luces rojas y pasar incluso con amarilla. Pare el auto y entré sin detenerme, deje al conserje chillando en la entrada del edificio.
¡Señor! ¡Señor! ¡No puede pasar si no se registra!
Como el ascensor se demoró en llegar tome las escaleras de servicio y subí corriendo. Hice lo propio por los pasillos hasta que llegue a mi objetivo, golpee la puerta con la mano.
— ¡Bella! —la llamé desesperado pero la puerta no se abría.
Entonces ¿no fue un sueño?
Pensé horrorizado porque mi pesadilla se hubiera hecho realidad. Al tercer golpe la puerta se abrió y sus ojos castaños dormidos me recibieron.
— ¿Edward? ¿Qué haces aquí? —me preguntó con la voz suave aún adormilada y me acerque para besarla.
Así de improviso sin pedir permiso, la bese con la urgencia de estar besando un recuerdo. Ella me correspondió el beso y me perdí en sus caricias, en ese ritual tan exquisito y como había necesitado de sus besos, de esa expresión de amor tan simple que alguien podía dar a su ser amado.
¿Era justo que yo volviera a su vida de esa manera y luego de haberla abandonado ante una duda?
Me pregunté acariciando su rostro y supe que no era correcto lo que hacía. Yo la había abandonado y en cierta medida era lógico que ella no me perdonara, no podía jugar con ella, no podía clamar por perdón. Rompí el beso sin quererlo y aún con mi vista perdida en ella y con la necesidad de volver a besarla finalmente hablé.
— Yo lo siento, no debí venir —me disculpé avergonzado por mi arrebato y caminé sobre mis pasos para irme, lo hice luchando por no arrepentirme.
Sentí que corrió al interior del departamento y para cuando iba a tomar el ascensor ella me detuvo. Tenía un papel doblado a la mitad en su mano.
— Edward, este hijo es tuyo —me confesó extendiéndome el papel y la abrace estrechando su cuerpo contra el mío.