Momentos vividos contigo, inmortalizados en mi alma
Carne de mi carne, sangre de mi estirpe, agua de mis mares
La noche no te detuvo ante el futuro que te arrebató de mí...
Uaral – Eterno en mí
Cap.31Vacío, parte II.
Alice fue retirada de Bella al poco tiempo para no correr riesgos. Jalada gentilmente del brazo por Damián, volvió a cerrar los labios y bajar la mirada hacia el suelo, con resignación. Sabía a donde se dirigían.
El enorme vampiro ya le esperaba. Damián se sentó a su lado y mantuvo su mano atada a la suya, mientras Coátl enterraba sus dientes en el mismo lugar de su brazo, filtrando su dolorosa ponzoña que, cada vez, le lastimaba más a nuestra pequeña inmortal. Alice tensó la barbilla en cuanto sintió el veneno causar sus punzantes efectos, pues, pasará lo que pasará, jamás permitiría que le vieran ni la más mínima emoción de sufrimiento en su rostro. No lo permitiría...
La mascara inexpresiva permaneció hasta que Damián la llevó de vuelta a su habitación. Silencio, siempre en silencio. Con su mente bañada en el recuerdo de aquel de la que había sido separada. De sus rubios cabellos y su dorada mirada... de su voz tan gentil a la hora de hablarle y de la sonrisa pequeña que siempre le dedicaba al verla. De su música, las melodías tan hermosas que había conocido a su lado, del movimiento de sus masculinas manos al agitar el arco para que su violín cantara... De las noches que había pasado sentada a su lado, con su cabeza recostada en su frío hombro.
Le extrañaba demasiado... Y, aunque pensar en él le perjudicaba, era mejor el sufrir a olvidarle, a no tenerle presente en sus recuerdos. Ese era su único consuelo: la imagen de aquel al que tanto quería. No importaba cuánto doliera, no habría condena que valiera la pena su olvido. No pudo evitar cerrar en un puño su mano, cuando sintió que Damián comenzaba a pasear sus labios sobre ella
–Me pregunto, ¿Cuánto tiempo más me rechazarás? – Preguntó él, desistiendo de su caricia, pero sin liberarle de su agarre – ¿Cuánto tengo que esperar para que me aceptes?
–Espera lo que quieras – se atrevió a contestar Alice – Me temo que ese día jamás llegará.
–Podría apostar a que cambias de opinión tarde o temprano – sonrió juguetonamente Damián, contento de obtener, aunque fuera en forma de reproche, una respuesta
–Yo que tú no lo haría. ¿Cómo esperas que llegue a sentir por ti algo más que rencor, cuando has sido tú quien me ha arrancado de lo que más quiero?
–Eso puede cambiar, si tú lo deseas. Yo puedo ocupar su lugar
–No sabes nada de lo que dices – soltó la pequeña, sorprendiéndose ella misma de lo relativamente sencillo que era el discutir con el posible asesino de Jasper – ¿Acaso no lo entiendes?
–Intento hacerlo – aseguró él – Sé que, por razones obvias, ahora me guardas rencor; pero, sin algo me ayuda el decírtelo, debes saber que no fui yo quien lo mató. Tú misma fuiste testigo de que no le dañé realmente, pues estabas ahí presente. Te sonará extraño, y tal vez un tanto ilógico, pero quiero hacerte feliz.
–Fracasaste desde el primer momento, entonces – informó ella, con melancolía...
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Las melodías tristes, pausadas e hirientes, se elevaban por el aire como un canto eterno de llanto. El arco, en conjunto con las cuerdas, parecía también lamentarse por la pérdida de ella. El viento agitaba con zozobra los rubios cabellos del vampiro que, con los ojos cerrados, ocultaba su mirada dolida y apesadumbrada, mientras sus manos no paraban de hacer tocar el instrumento que se desgañitaba en lamentos. Esas afligidas notas, eran apenas un vago reflejo de la congoja que se había instalado en su corazón, pues, su suplicio era incontable, imposible de representar. Ni el agua de los mares hubiera bastado para poder describir el llanto que derramaba interiormente. Jasper no podía vivir sin ella y, a pesar de ser él quien decía al resto de sus hermanos que todo saldría bien, ya comenzaba a dudar de sus palabras.
Había pasado cerca de un mes desde que Alice no estaba a su lado. Un mes desde que los Vulturi habían hecho un mandado al resto de los vampiros para conseguir aliados, pero, tal y como se había predicho, pese a que varios estaban ahí, dispuestos a ayudar; otros se habían ido al lado de los Rumanos, exigiendo su “libertad”; y muchos más hicieron caso omiso y decidieron no actuar en ninguna de las dos partes. Hasta la fecha, el aquelarre estaba constituido por 57 vampiros y desconocían con cuántos hombres contaba el enemigo... Los entrenamientos eran diarios y los planes de ataque aún no se llevaban a cabo. La desesperación comenzaba a cubrirle, aunque intentaba apaciguarla, dudaba tener más fuerzas para ello. Se estaba volviendo loco.
¡Y él, que pensaba, que sólo habían dos maneras de estar muerto!... ¿Podría un demonio maldito desgarrarse en llanto? Casi pudo jurar que sintió una lágrima bajar por su mejilla, pero fue sólo la brisa fresca que le acarició.
Alice...
El violín pronuncio su nombre con lamento infinito. ¿Cómo estaría ella? Si tan solo sus maestros no le impidieran el salir de ahí más que en compañía de Emmett, Felix o Demetri, quienes jamás le permitirían ir a aquel castillo para irla a buscar, tal vez su sufrimiento tuviera un poco de sosiego. Se conformaría con verla, comprobar que estaba bien... Sólo pedía eso: su felicidad... aunque... ¿Se podría conocer la dicha al no estar juntos? El tiempo, a pesar de ser, él, un inmortal, desfilaba tortuosamente lento y simbolizaba demasiado. El paso de un segundo jamás laceró tanto los pechos de unos vampiros como aquella vez.
–Basta – susurró Violeta, apretando su rostro al pecho de Edward y enterrando sus deditos en la camisa de éste – Dile que pare, por favor. Ya no quiero seguir escuchando un llanto tan fúnebre
El vampiro cerró los ojos y suspiró profundamente.
–Si sientes dolor y tristeza es la prueba más clara de que estas vivo – susurró – ¿No crees que es irónico? Nuestro cuerpo no cambia y es duro y frío como un cadáver, pero reacciona de manera intensa ante los sentimientos cuando éstos se despiertan. ¿Significa eso que al amar nos convertimos en mortales, de una u otra manera?
Violeta expulsó un sollozo ahogado, sintiendo como sus cabellos eran acariciados por las manos del melancólico vampiro que, al igual que ella, era golpeado por cada nota que el violín de Jasper despedía.
Edward apretó los dientes cuando ya no pudo soportar más aquel masoquismo. La impotencia de no poder hacer nada se le sumaba a su desesperación por no tenerla a su lado. Se puso de pie, alejando a Violeta con delicadeza, y se encaminó hacia la salida del castillo.
–¿A dónde vas? – le preguntó la chiquilla
No contestó, no tenía una respuesta. Solo quería salir... dejar de estar escondido. Ir por ella...
–Lo siento, Edward. No podemos abrirte la puerta – intentó razonar Demetri, sin moverse de la entrada que vigilaba
–Hazte a un lado, por favor – la voz del vampiro fue amenazante, bañada en irritación contenida - ¡Que te hagas a un lado!
–Hermano. Entendemos la desesperación que estas pasando – intentó persuadir Emmett, tomándole por el hombro – Pero si no te controlas puedes hacer locuras que...
–¡Me vale una mierda lo que me pase! – Interrumpió Edward, bramando en furia chorreante y acaudalada, aventando a Emmett a un lado y tomando a Demetri por las ropas, amenazándole con hacerle lo mismo si no accedía a darle paso – Soy yo el que se expone si sale. A ustedes no les importa, ustedes no tienen ni la más maldita idea de lo que Jasper, Violeta y yo estamos sintiendo. ¡No entienden!...
Un poderoso impacto, dado directamente hacia su estomago, fue lo que le dejó sin habla, tirándolo al suelo y sintiendo como la fuerte presión de la planta de un pie apretaba su pecho.
–Actúas como un demente – le acuso Aro, viéndole desde arriba – Como un animal irracional. Si a ti no te interesa lo que pase con tu vida, a nosotros si nos importa la seguridad de nuestro aquelarre. ¿Es que no lo entiendes? Si te capturan pueden saber dónde nos escondemos. ¡Nos arriesgarías a ser atacados, por sorpresa, una segunda ocasión! Si sigues con ese comportamiento tan osado, ordenaré a que te encadenen – advirtió, retirándose.
Emmett llegó para ayudarle a levantarle, no físicamente, si no de manera moral. Si bien lo que Edward decía era cierto, y él no podía más que intentar imaginarse por todo lo que se siente al no tener a la persona querida a tu lado, no eran necesarias muchas explicaciones para ver que su hermano se estaba deshaciendo en dolor.
–Edward – llamó la voz de Carlisle, quien apareció, con su gentil semblante, a pocos metros de ellos – Acompáñame, hijo.
El muchacho asintió, despidiéndose de Emmett con una mirada que le agradecía y le pedía perdón al mismo tiempo. Caminó detrás de Carlisle, hasta llegar a lo que era una pequeña estancia oscura.
–Se burla de las llagas el que nunca recibió una herida – dijo el rubio vampiro, citando las líneas de la obra de Shakespeare, mientras fijaba su mirada hacia la ventaba que le mostraba la lúgubre noche sin estrellas ni luna – Yo, tal vez este haciendo lo mismo de manera inconsciente; pero, al menos, puedo tener una idea más certera de lo que sientes. Lo viví cuando aprecié la mirada de Stefan fijarse en Esme con deseo. Es una emoción lacerante que te quema el cuerpo... Que te enferma. Para mi fortuna, ella está ahora conmigo. Así que solo fue una ligera demostración de lo que ahora te carcome, pero fue suficiente para sentir que la piel se me desgarraba lentamente – se giró entonces para quedar frente a él y posó una de sus manos sobre su hombro derecho, sonriéndole de manera consolante – Estoy orgulloso de ti, Edward. No sé si yo hubiera sido capaz de soportar tanto. El tiempo para nosotros, los vampiros, es quimérico y sin sentido cuando no tenemos por quién existir; sin embargo, cuando hay algún sentimiento humano habitando en nuestros pechos, el tiempo se vuelve valioso, adquiere significado y cada segundo cuenta como un siglo vivido... Sé que no debería de hacer esto – agregó – mañana si gustas, puedes acompañarme a cazar, saldré en la caída del crepúsculo y, estando afuera, dejaré que hagas lo que desees en ese momento...
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–¿Qué pasa? ¿Acaso no te gustó el vestido que te compré? – preguntó Azael al entrar y ver a Bella con la misma ropa – Es negro – apuntó, tomando la prenda entre sus manos – ¿Cuál es el problema?
–No lo quiero – sentenció la muchacha, con voz fría, sin si quiera verle.
El vampiro se aproximó y, con fuerza, tomó su rostro entre sus manos, pero ella se zafó rápidamente y con facilidad.
–Veo que tu escudo se está fortaleciendo – sonrió Azael con suficiencia – Mi contacto ya no te debilita como antes. Su poder crece así como tu soberbia... Pero – añadió, volviéndole a tomar por los hombros, con muchísima más energía, contra la cual Bella ya no pudo luchar – Creo que ya es tiempo de que comiences a ser más complaciente.
Bella tembló al sentir el rostro del vampiro acercarse al suyo para que sus labios se posaran sobre los de ella. No era la primera vez que lo hacía, pero el repudio que éstos le causaban, por muy bellos que fueran, era indomable. Ella solo anhelada el sabor del que se encontraba lejos...
Su temor se acrecentó cuando se percató que Azael no se alejaba, como siempre solía pasar al percibir su rechazo, si no que, por el contrario, la recostaba sobre la cama, ignorando los forcejeos que ella hacía para impedirlo. Si bien Bella era una neófita, la fuerza de aquel inmortal era como un cumulo de todas las energías que robaba a los que tocaba. No por algo había logrando vencer a Edward. La chica comenzó a enterrar las uñas en los brazos de él, pero su piel era impenetrable.
–Hagas lo que hagas. No impedirás que esta vez seas mía – le dijo Azael, cuando, al jalarle de los cabellos, había logrado que le dejara de besar por un momento.
Bella nada pudo hacer al respecto contra las fuertes manos que le propinaban, con cada caricia dada, una fuerte punzada de dolor. Los dedos masculinos la comenzaron a desvestir. Pensó la muchacha que no había infierno más terrible del que había vivido todas esas semanas sin Edward, pero qué equivocada se encontraba. Lo supo cuando su cuerpo fue obligado a entregarse a otro que no era él... cuando ese maldito vampiro se adentró en ella, ignorando todo lo que hizo para evitarlo. Y es que, ¿Cuántas veces no había deseado ella que ese momento llegara en compañía de Edward, que fuera él, y solo él, su dueño en todos los sentidos; que fueran sus manos la que le desnudasen de manera lenta y fueran sus labios quienes le robaran su inocencia?
Pero, como tantas veces pensó en un pasado: Ese tipo de situaciones maravillosas sólo son producto de fantasías creadas por la imaginación soñadora de personas con mentes volátiles. Bien comprobado lo tuvo cuando Azael, susurrándole al oído, le dijo:
–Me perteneces, Bella. ¿Te queda duda alguna de ello ahora?
En cuanto él se fue, ella se apresuró a tomar sus ropas y vestirse, intentando ser fuerte y no lamentarse. No iba cambiar lo sucedido con sentarse a sollozar y a repetir el nombre de Edward todo el tiempo. Inspiró profundamente, tomando del aire la frialdad para mantenerse de pie; solo sus puños apretados a sus costados y la apagada luz de su mirada le delataron ante a Alice cuando ésta entró, para hacerle su acostumbrada visita.
La pequeña no necesitó explicaciones. Lo supo nada más al tomar la mano de su amiga y sentir el involuntario temblor de éstas, hablando por ella.
–Bella – le abrazó, muy fuerte, sin decir más. Sabía que ni mil palabras podría borrarle todo ese dolor que ella no se atrevía, siquiera, a imaginarse.
Cuánto deseaba la castaña poder quedarse dormida en los brazos de su hermana, para olvidar, al menos, un momento. ¿Quién se imaginaría que la manera más burda de descubrir los defectos de la inmortalidad se le presentarían de esa manera?
El silencio las sumergió durante varios minutos. Mostrando un tipo de consuelo extraño, pero mucho más sincero y efectivo que los acostumbrados. Ni una sollozaba, ni la otra hablaba, exigiendo un “desahogue”. Simplemente, Bella cerró los ojos y recargó su cabeza en el pecho pequeño de Alice, que se limitó a acunarla...
¿Cuánto más tendrían que soportar? ¿Acaso la espera sería eterna? ¿Era posible que, realmente, ellos estuvieran muertos y su retorno no era más que ilusorias esperanzas?... Sin darse cuenta, movida por la necesidad de creer todo lo contrario, el canto que hacía todas las noches en su interior, comenzó a salir de sus labios, dando notas suaves y apenas audibles para el oído de un humano.
Kiss me sweet (Bésamesuavemente)
I’m sleeping in silence (Estoy durmiendo en silencio)
All alone, in ice and snow (Completamente sola, en el hielo y en la nieve)
In my dream I´m calling your name (En mis sueños, llamo tu nombre)
You are my love (tú eres mi amor)
Kiss me sweet (Bésame, suavemente)
I´m sleeping in sorrow (Estoy durmiendo en el dolor)
All alone (Completamente sola)
To see you tomorrow (para verte mañana)
In my dream I´m calling your name (en mis sueños, llamo tu nombre)
You are my love (Tú eres mi amor)…
Damián, quien a pocos metros se encontraba de ahí, recargó su espalda en la pared, mientras suspiraba profundamente y se llevaba los dedos al puente de la nariz. ¿Qué más tenía que hacer para que Alice pudiera ser feliz? se preguntaba, cuando Mâred llegó a su lado
–¿Quieres verlas? – ofreció la pequeña
–No – contestó el vampiro de cabellos plateados, enderezando su cuerpo y volviendo a caminar en dirección a su recamara.
La niña le vio alejarse y una sombría expresión le recorrió su hermoso rostro al ver a su hermano sufrir. Caminó después hacia su habitación, encontrándose al entrar con la imagen de Darío, parado, viendo hacia la ventana. Completamente inmóvil, como una estatua que solo se movía en contadas ocasiones.
–Han traído alimento – anunció, acercándose y entrelazando sus bracitos alrededor de él – Bajemos.
No obtuvo respuesta. Darío sólo se limitó a dar media vuelta y, a pesar de tenerla enfrente, no se molestó en dirigir su mirada hacia ella.
–¿Quieres que te traiga la comida a la recamara? – ofreció Mâred, que fuera de sentirse ofendida, como en un principio pasaba, se entristeció por la indiferencia afilada de aquella mirada gris.
Darío volvió a responder con su silencio, dando media vuelta para mirar nuevamente hacia la ventana, por la cual, había gastado todas sus noches antes de conocer a Violeta... La situación, podría decirse que era la misma: otra vez solo con aquel inanimado objeto que le regalaba la noche como compañía y consuelo; pero no era así. La situación se había tornado mucho más desoladora, mucho más trágica. En su pasado, él estaba resignado a pasar toda su eternidad en soledad y sombras. Sin atreverse, ni al menos, a imaginarse la compañía de alguien más, que no fuera la de sus hermanos... ni creyendo de lejos que ella aparecería...
No. Definitivamente, nada sería lo mismo nunca. ¿Cómo olvidarla? ¿Cómo sacar de sus entrañas su sonrisa tan divina que le había prendado desde el primer momento que le vio? Violeta había sido su rayo de luz personal. La pequeña – pero sustancial – parte que le faltaba. La razón por la que tanto había esperado para su existencia... Violeta era ese todo por el cual vivir. Y ahora, ya no estaba con él... volviendo su presente en una cuchillada despiadada que se incrustaba sobre su pecho con cada segundo que el reloj daba.
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–Señor, tenemos visitas – anunció Mâred, mostrándole a Vladimir, Stefan, Azael y Damián, la imagen de Edward justo fuera de las puertas del castillo, peleando contra los guardias que le impedían el paso.
–Está loco – se mofó Vladimir – Viene a buscar su muerte.
Azael estiró una sonrisa burlona y malvada al verle.
–No, padre. Viene a buscar algo más – aclaró, dando media vuelta y caminando hacia la salida
–¿A dónde vas? – preguntó Damián
–A platicar un rato – contestó, saliendo al encuentro de su enemigo y ordenando a los vampiros que le atacaban que se retirasen
El cuerpo de Edward se tensó en cuanto le tuvo frente a frente y un gruñido se le escapó por lo bajo, al mismo tiempo que su dorada mirada se tornaba negra como las enfurecidas y coléricas sombras que amenazaba exterminar todo a su paso.
–Creo que tú y yo tenemos asuntos de qué platicar, antes de que te mate – anunció Azael, sin dejar de lado esa sonrisa sardónica que pintaba sus labios