Dark Chat

martes, 2 de febrero de 2010

Renacer

Hello mis angeles hermosos como estan?? espero que muy bien
bueno aqui les traigo un  cap  mas de este hermoso fic, por fiss mis angeles dejen suss comentarios y tambien les aviso que ya nos quedan pocos cap , para el final.
mil besitos
Angel of the dark
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Capítulo 14: Ángel



“¿Edward?”


“¿Edward?”


Llamaba una y otra vez con mi mente


“Edward… ven…”


Nada. Nadie contestaba. Qué horror… Tenía miedo. No por la oscuridad, ni por que me encontraba sola. No era eso. Estaba aterrada al no escuchar la respuesta que quería; de no escucharlo a él, a su voz, pausada y suave.


“Edward…”


Musité, por última vez y resignándome mientras lo hacía.


Era claro que él no estaría ahí esa noche. No tenía por qué. A pesar de que yo le amaba, él solo me miraba como su amiga, como su pequeña hermana… Aunque, entonces, había una posibilidad ¿no? Como hermano, podría sentir algún instinto de protegerme. Tal vez viniera. Realmente así lo esperaba… Pero, estaba más que segura que eso no sucedería. ¿Quién se atrevería a salir con esta lluvia que amenazaba con inundar a Forks?


Abracé fuertemente mis piernas y hundí mi rostro en ellas. Supongo que era enfermizo el no desear otra compañía que no fuera la de él en ese momento. Aunque Charlie no se hubiera encontrado trabajando en la comisaría y estuviera a mi lado, podía afirmar que el miedo que oprimía mi pecho seguiría siendo el mismo.


La luz se había ido y los rayos que centellaban en el cielo parecían atacar mi pequeña casa con fuerza impetuosa. Apreté mis labios para no gritar y me sentí cobarde. Tal vez, de algo sirva mencionar que, para ese entonces, tenía trece años. No era muy pequeña, lo sé, pero si lo suficientemente frágil de mente como para no olvidar lo que, ayer por la noche, me había atrevido a ver junto a Edward: Películas de terror. ¡Qué tonta había sido al aceptar e intentar hacerme la valiente! Ahora estaba pagando las consecuencias de mi fingida intrepidez, pues las imágenes de los monstruos asesinos estaban siendo perfectamente creadas por mi imaginación, dándole forma a todas las cosas que adornaban mi casa.


Plot, plot, plot… El sonido de unos pasos, dados contra la madera del suelo….


Crac, crac… El sonido de la puerta de mi casa abriéndose sin previo aviso.


Plot, plot, plot… más pasos aproximándose y parando, justo frente a mí.


Encogí mi cuerpo y me abracé fuertemente, apretando mis labios para reprimir el histérico chillido que amenazaba con expulsarse de mi garganta. Mi cuerpo temblaba y no era precisamente por el frío. Una lágrima temerosa se escurrió por mi mejilla y yo me negué a abrir los ojos. No quería ver a la bestia que se encontraba frente a mí. Seguramente estaba deforme, con la piel desbaratada y garras podridas en la punta de sus dedos. Probablemente, si le veía, antes de matarme, me regalaría una sonrisa macabra con dientes putrefactos y afilados. No. Mejor me concentré en pensar en el muchacho a quién amaba en secreto. En su angulado y pálido rostro, en sus ojos verdes y sus espesas y negras pestañas. En sus labios perfectos y sus blancos dientes. En su voz amable y tierna…


“Bella” - ¡Oh! Me sorprendí mucho al escucharle. Definitivamente mi mente estaba realizando su trabajo de manera eficaz – “Bella”


Sentí una mano posarse sobre mi cabello y, al contrario de lo que imaginé, el contacto prometía ser delicado y para nada agresivo. Fue entonces cuando me atreví a levantar la mirada y, de esa manera, encontrarme con mi ángel, completamente empapado y con su rostro preocupado a pocos centímetros del míos. ¿Acaso estaba soñando? ¿O es que el monstruo, que había entrado a mi casa, ya me había matado y me encontraba en el cielo?


“Bella, ¿Te encuentras bien?” – pidió saber, mientras yo me deleitaba con la belleza de su rostro, adornado por las gotas cristalinas que de su cabello color cobre escurrían, lo cual, me hizo comprender que no era un sueño. Estaba claro que mi imaginación era incapaz de dibujar algo tan sublime.


¿Si me encontraba bien? Ahora, con él, junto a mí… por supuesto que si


“Bella” – insistió, ante mi mutismo, el cual fue rotó por mis sollozos.


Sus brazos me envolvieron y me trajeron hacia él, consolándome en silencio y posando sus labios sobre mi cabello. No me importo, ni un solo poco, que su ropa empapara la mía. Con mi rostro hundido en su pecho, el frío no existía.


“Tranquila, no tengas más miedo. Estoy aquí” – susurró, mientras me acunaba tiernamente.


Si, el estaba ahí, como siempre desde que lo había conocido: protegiéndome, cuidándome, procurándome… amándome. Siendo siempre mi ángel, levantándome cuando me caía, secando mis lágrimas cuando las derramaba, ingeniándoselas para nunca abandonarme, luchando contra lo que se interpusiera en su camino, con tal de llegar hacia mí.


Él estaba ahí, lo estaría por siempre, y era eso lo único que importaba…


Aquella secuencia de imágenes llegó a mi memoria mientras sentía como cada milímetro de mi piel se calcinaba de manera violenta y agitada. Era algo reconfortante saber que, a pesar de todo el tiempo transcurrido, Edward seguía estando a mi lado, con su mano fuertemente apretada a la mía para infundirme valor y apoyo.


“Estoy aquí…”


Esas palabras mágicas fueron lo que me llevaron a reprimir los gritos que estaba dispuesta a levantar. Por el contrario, me sentí dichosa y me pregunté qué era lo que había hecho para que un hombre como él me fuera otorgado, no una, ni dos, ni tres, ni cuatro veces… Estaba segura que Edward y yo llevábamos juntos mucho más tiempo del que nosotros imaginábamos. ¿Cuántas veces habremos separado y reencontrado, realmente? ¿Cuántas épocas no han visto nuestros ojos? ¿Cuántas ocasiones nuestras manos no se han visto unidas? ¿Cuántas veces él no ha estado ahí, a mi lado, mientras yo agonizaba, o viceversa? ¿Cuántas lágrimas no han derramado nuestros ojos? ¿Cuántas veces nuestro amor se ha visto inconcluso? Nunca sabremos la respuesta… Pues el destino, a pesar de que nos une siempre, se empeña en separarnos.


“Te quiero…” – escuché que me susurraba, mientras el ligero roce de sus dedos acariciaba mis mejillas.


Ah… tal vez nunca obtendría una respuesta, pero si una motivación para nunca dejarme caer… y era precisamente eso: el saber que él me amaba de la misma manera irrevocable y eterna que yo. Una lágrima se derramó por mis mejillas, al sentirme plena y feliz.


Esa fue la última gota salada que Edward secaría con sus dedos.


EDWARD POV


Mis pupilas siguieron el rumbo de la pequeña lágrima que se paseaba, lentamente, por sus mejillas. Un nudo se formó en mi garganta, mientras me maldecía por hacerle pasar por tanto sufrimiento. Mi familia se encontraba a pocos metros de mí, con sus mentes completamente en silencio.


Inspiré profundamente, mientras cerraba mis ojos y recordaba…


“Y bien… ¿Qué era lo que me querías decir?”


Era la tercera vez, durante toda la tarde, que Bella volvía a insistir con la misma pregunta. Yo, por mi parte, no era capaz de alzar mi mirada hacia ella. Fue una de las veces en que más rápido latió mi corazón. Recuerdo que las manos me temblaban y sudaban, mientras que las mejillas se encontraban casi hinchadas por el rubor que las pintaba.


“¿Edward? ¿Te encuentras bien?” – inquirió, ante mi silencio.


“Estoy bien” – logré soltar, con voz cortada. Bella inclinó su rostro, intentando buscar el mío con su mirada.


“No lo parece” – indicó. No se imaginaba, ni de lejos, lo que tanto deseaba decirle. Había callado este sentimiento durante más de un año y ya mi alma no podía seguir reprimiéndolo. Necesitaba ser liberado, aún si eso significaba que ella pudiera no llegar a corresponderme.


Y es que Bella era especial. Era única. Su carácter maduro, su mirada profunda y transparente, sus mejillas que se sonrojaban con suma facilidad, y su sonrisa tímida, demasiado discreta, la habían convertido en el ser más preciado que pudiera llegar a tener en esa y en todas las vidas. Recuerdo que tomé una bocanada de aire, para intentar liberar mi lengua y poder soltar así las palabras que, durante meses, había intentado, una y otra vez, decir y que, todo el tiempo, se negaban a salir.


“Bella” – logré articular, mientras los latidos de mi corazón se aceleraban. Pum, pum, pum… - “Bella” – volví a repetir y, me vi interrumpido por otra voz ajena y masculina


“¡Isabella!” – exclamó un joven, de nombre Tayler – “Hola”


“Hola” – contestó la aludida. El chico se había acercado, ignorando mi presencia, y le había tomado las manos entre las suyas. Aún puedo sentir el sabor amargo que en mi boca se produjo ante el torrente de rabiosas emociones que me acudieron. Esa tarde fue cuando conocí lo que eran los celos: un cruel sentimiento ardiente y torturante – “¿Se te ofrece algo, Tayler?”


“Bueno, Salí a caminar un poco y decidí pasar a tu casa, para visitarte e invitarte a salir”


Me sentí sorprendido, molesto, irritado, violento, triste… Empuñé mis manos sobre mis rodillas y apreté la mandíbula, al mismo tiempo que los dientes me crujían.


“¿Qué dices, Bella?” – también sentí miedo por escuchar la respuesta que saldría de sus labios. ¿Y si aceptaba? ¿Significaba eso que ella también se sentía atraída por ese muchacho de cabello?


“N-no… no creo que eso sea posible, Tayler” – casi me puse a aplaudir en ese momento y vi, con gran satisfacción, como el pretendiente se largaba con la cabeza inclinada hacia abajo.


Bella suspiró pesadamente, mientras su mirada se concentraba en el chico que caminaba, ya, a varios metros de distancia. Otra duda, otro temor mucho más intenso me llenó. ¿Y si solamente lo había rechazo por simple timidez?... ¿Y si ella realmente si quería salir con él?


“Hubieras aceptado” – dije, sin pensarlo, impulsado por los celos desgarrantes – “Pareces triste por no haberlo hecho”


“¿Por qué me hablas así?” – inquirió ella, mientras me fruncía el ceño


“¿Así cómo?” – reté, endureciendo mi voz


“Así, como si estuvieras enojado conmigo” – explicó


“¿Yo enojado? ¿Por qué debería de estarlo?”


“No lo sé. Dímelo tú”


“Tal vez sea todo lo contrario. Tal vez tu eres la que esta irritada por no salir con tu amiguito Tayler”


“¿Y qué te hace pensar eso? ¿Qué tiene que ver Tayler aquí?”


“¿Te gusta?” – exigí saber, mientras acercaba mi rostro, de manera inconciente, al suyo.


“¿Qué?”


“¿Que si te gusta?”


“¿Qué estupidez es la que preguntas?”


“Responde” – pedí, tratando de controlar mi desalentadora impaciencia.


Bella me miró endurecidamente. Fue algo muy curioso por que, después de meses tras conocernos y ser los mejores amigos, esa era la primera discusión que estábamos teniendo. ¡Y yo que pensaba declararle lo que sentía por ella!


“¿Y qué hay si me gusta?” – contestó, haciendo todavía frente a la guerra de ceños fruncidos que teníamos. Su respuesta me aniquiló. Me destrozó. Y fue aquella furia melancólica la que me hizo actuar de forma impulsiva, llevando mis labios a los suyos, para rozarlos por un breve, pero intenso, momento.


Aún conservo, claramente, la imagen de su rostro al separar nuestras bocas; la mirada que me dedicó, mientras sus mejillas se presentaban completamente sonrojadas…


“¿Por qué has hecho esto?” – reprochó, con un susurro


“Por que te quiero” – contesté, y me alegró mucho de que mi voz hubiera sonado firme y segura – “Te quiero, Bella” – volví a decir, con mis pupilas fundidas en las suyas


“No bromees de esa manera. No es divertido”


“¡No estoy bromeando!” – aclaré, claramente frustrado por su incredibilidad


“Edward, en serio, si no quieres que me enoje contigo…”


“¿Por qué deberías de hacerlo?”


“¡Por que ya te dije que esto no es gracioso!”


“¡Pero, Bella, te estoy diciendo la verdad: Te quiero!” – dije, por tercera vez y, tomándola por los hombros, agregué – “¿Por qué no me quieres creer? ¿Es acaso por que no me puedes corresponder?”


“No es eso” – admitió, huyendo de mi mirada – “Es todo lo contrario”


“¿A qué te refieres con eso?”


“A que…” – calló, por un momento


“Bella, no te sientas mal por mí” – dije, ante su silencio, resignándome a no poder ser dueño de su cariño – “Si te confesé mis sentimientos, no fue por otra cosa, si no por la simpleza de ya no poder mantenerlos en secreto. No creas que espero a más. Sé perfectamente que tu solo me miras como un amigo y yo…”


“Yo también te quiero” – interrumpió, dejándome mudo de felicidad – “Lo que tu sientes por mí es correspondido de manera ferviente… No dudes de ello, pues esto que siento es eterno e irrevocable. Sé que es pronto para decirlo, pero dudo mucho que algún día me llegue a retractar de estas palabras”


… Los últimos años mortales que estuve con Bella fueron como vivir en un edén. Mi mundo era, es y será siempre ella. Podrá haber miles de mujeres a mi lado. Podrá rodearme todo la humanidad mortal e inmortal; pero el centro de todo será Isabella Swan. Mi mujer, mi amiga, mi amante, mi señora en esta y en todas las vidas pasadas y futuras…


Un sonido, casi sordo, me hizo abrir los ojos.


“Jacob” – susurré, al encontrarme con la dolida mirada del licántropo, quien me mantenía, estrictamente, privado de su mente.


“Me largo de aquí” – informó – “Ya no tengo nada más que hacer”


“No puedes salir. Te pueden atrapar” – recordé


“como si me importara” – logré leer su mente, en aquel pequeño lapso de descuido. Él gruñó fuertemente, al sentirse descubierto


“Jacob, falta poco para que despierte. Estoy seguro que ella se alegrara mucho de verte.”


“Tal vez” – contestó, con desdén – “Pero el problema aquí es: si yo voy a sentir lo mismo al verla convertida en uno de ustedes”


“Esto no tiene por que ser así…” – callé cuando logré escuchar unos pasos cerca de nuestro escondite.


Mi familia, al igual que Jacob, tensaron sus cuerpos y, al igual que yo, agudizaron todos sus sentidos para identificar cada movimiento dado en el exterior.


“No son humanos” – pensó Alice, con frustración – “No puedo ver de quién o quienes se trata”


“¿Serán Elizabeth y los demás?” – dije en voz alta


“No” – negó Carlisle – “Ellos no dejarían la cueva por nada del mundo. Mucho menos para seguirnos”


“Tal vez son licántropos” – aventuró Esme


“No lo son” – masculló Jacob, mientras olfateaba – “Ese aroma es diferente. No es un vampiro, no es un humano… no es un licántropo. ¡Maldición! – exclamó – “Ha logrado entrar a la cueva ”


“¡¿Quién eres?!” – pregunté y, como respuesta, una silueta fina y delgada fue tomando forma, hasta llegar hacia nosotros.


“Padre” – susurró la hermosa muchacha, con la mirada puesta sobre mí, al mismo tiempo en que la mano de Bella apretaba, con fuerza, la mía y sus ojos se abrían, de par en par.