Dark Chat

viernes, 18 de marzo de 2011

Corazon de Hierro

Cap. 6 Deseo Incontrolable




—¡Edward! ¡Edward! —lo llamé, pero él por nada del mundo parecía querer despertar, moví su cuerpo y parecía sin vida, su piel estaba aún mas blanca que de costumbre y sus manos que hace pocos minutos las había sentido quemar en mi piel ahora estaban heladas. ¿Por qué había sucedido esto? No pude evitar preguntarme.

—¡Señor Cullen! —dijo la horrorizada voz de Will, se acercó lentamente a donde estábamos, yo estaba sentada en el suelo y Edward estaba con su cabeza apoyada en mi regazo—. ¿Qué le ha pasado? —me preguntó de inmediato.

—Estaba discutiendo con alguien por teléfono y de pronto le vino ésta crisis, pero no es momento para explicar ¡Llame a una ambulancia!

—Sí… sí —respondió atropelladamente. En menos de diez minutos estaba una unidad de rescate medico en la casona, subieron rápidamente hacia la habitación y comenzaron a trabajar en él.

—¡Atrás por favor! —nos dijeron cuando llegaron a nuestro lado.

—Yo soy su enfermera —le dije tratando de ayudar.

—Bien señorita, entonces infórmenos.

Mientras ellos lo inmovilizaban les conté rápidamente de la extraña patología que tenía Edward.

—Entonces lo llevaremos al St. Mathew, síganos por favor.

—Sí —respondí rápidamente, tomé mi abrigo del sofá y los seguí mientras lo bajaban inmovilizado en una camilla—. ¡Will! Encárgate de avisarle a quien creas correspondiente, después vete al hospital, tu sabes mejor que yo los aspectos legales del señor Cullen

—Sí señorita, el chofer ya está afuera esperándola.

Salí de la casa corriendo y me metí al auto, James, el Chofer de Edward, me esperaba atento afuera.

—Al St. Mathew —le dije antes de entrar, él sólo asintió y rápidamente se subió al auto, manejó a toda velocidad por las calles de Chicago, saqué mi celular y busqué rápidamente el número de Emmett.

—¡Bella! —me dijo alegre cuando contestó—. ¿Qué sucede?

—Edward acaba de tener una recaída —un silencio de sólo unos segundo se hizo en el teléfono.

—¡Mierda! —exclamó el doctor—. ¿A dónde lo llevaran?

—Al St. Mathew, ya casi estamos llegando.

—Bien, salgo de inmediato —ambos cortamos la comunicación. Mordí nerviosa una de mis uñas, tenía una opresión gigante en el pecho y lo único que quería era llorar, jamás me había pasado esto en el hospital, hasta en las peores situaciones sabía controlarme muy bien, pero por lo visto éste no era el caso.

Llegamos al estacionamiento, le pedí a James que se quedara cerca por si lo necesitaba, cuando sacaron a Edward de la ambulancia mi pecho se oprimió aun mas, venía mas pálido que cuando lo sacaron de la casa. Los paramédicos lo hicieron pasar a urgencias, pero un guardia me retuvo en la entrada.

—Lo siento, no puede pasar.

—Pero soy la enfermera del señor —le repliqué muy molesta.

—Lo siento, pero sólo familiares directos pueden pasar.

—¡Demonios! —grité exaltada, ganándome todas las miradas que había a mi alrededor. Caminé hacia donde había unos ventanales y ahí me quedé esperando.

Al pasar de los segundos, los minutos, mi cabeza iba generando diferentes ideas, sólo unos momentos más tarde casi me golpeé contra la pared por estar pensando cosas terribles. No sabía porque eran pero tenía un gran miedo de que a Edward le sucediera algo, yo no quería eso.

Mi traicionera mente también me mostró lo que habíamos pasado esa tarde, no habían pasado ni dos horas desde que él me había hecho experimentar tan exquisitos sentimientos. Él, un hombre de dinero, de poder, con clase, me había intentado seducir, no podía imaginar como él podría haberse fijado en mí. O tal vez yo era muy ilusa y sólo estaba jugando conmigo. Una tarde que sólo podría haber estado preso de un deseo contenido y yo era la única para ayudarlo a liberarse, debe haber estado ansioso de que llegara alguna de sus modelos.

Al cabo de una hora entró Emmett por la puerta de la urgencia, me vio, pero pasó directamente hacia la puerta por donde habían ingresado a Edward, comencé a pasearme por todo el lugar nerviosa por lo que sucedía, no tenía ni idea de cómo estaba, pero ansiaba tener noticias sobre él.

—Familiares del Señor Edward Cullen a informaciones por favor —la voz del alto parlante me hizo salir de mis pensamientos, miré el reloj de la pared y ya eran casi las nueve de la noche. Caminé rápidamente hacia donde se indicó, yo no era un familiar, pero tenía que saber cómo estaba.

—Buenas noches —saludé a la enfermera que estaba en el mesón—, mi nombre es Isabella Swan nece…

—Ah, señorita Swan, pasé por favor —mi cara demostró la sorpresa que tenía, la enfermera salió del mesón y me indicó que siguiera por el pasillo hasta el Box 5, agradecí y rápidamente me dirigí allá.

Atravesé el pasillo a zancadas, estaba nerviosa, mi cuerpo me traicionaba y demostraba todo el miedo que sentía ¿Por qué? Ni siquiera yo misma lo sabía, necesitaba ver a Edward y saber que estaba bien, sólo eso podría calmarme. Llegué al Box y mis ojos se clavaron en un cuerpo que estaba en la camilla.

—Edward —susurré sólo para mí, él estaba en una camilla, tan pálido como llego y con sus ojos cerrados, a su lado estaba Emmett rellenando una ficha—. Dios…

—Bella —Emmett levantó la vista y se paró a saludarme—, buenas noches —me dijo con un beso y abrazo.

—¿Qué ha pasado? ¿El señor Cullen está bien? —le pregunté con miedo de que la respuesta no fuera buena.

—Sí, por ahora lo está. Tuvo un fuerte colapso, pero no sabemos a qué se debió, dime ¿qué pasó antes de que esto pasara?

—Estábamos en su habitación y luego… —mi rápida mente me mostró en sólo unos segundos lo que yo trataba de omitir, mis ojos miraron a Emmett y los de él se posaron en los míos esperando una respuesta.

—Me puse… a discutir —interrumpió la voz de Edward desde la camilla, ambos nos giramos y no pude contener la alegría que tenía de ver que estaba bien, me acerqué lentamente hacia su cama, sus ojos estaban igual de intensos y su cara comenzaba a recuperar su tono normal.

—Hola —me saludó, y no pude reprimir la sonrisa.

—Hola —le respondí.

—Edward, amigo, ¿cómo estás? —le preguntó Emmett, adelantándose y poniéndose entre nosotros.

—Bien —le dijo, llevándose una mano a la frente—, pero no sabes cómo me duele la cabeza.

—Es normal, lo que tuviste hoy fue un fuerte colapso y por lo que me dices puede que haya sido provocado por una situación en la que te estresaste. Iré por la enfermera y el doctor de turno para que examinen tu condición.

—Está bien —le dijo con voz ronca, inmediatamente que Emmett se fuera sus ojos se fijaron en los mío—. Acércate —me pidió con el mismo tono de voz.

—¿Cómo se siente? —le pregunté mientras me paraba al lado de su cama.

—Mejor, aunque como les dije me duele muchísimo la cabeza, dime ¿dónde está Will?

—Llegó, pero se está encargando del papeleo, yo no entiendo de eso —respondí bajando mi mirada.

—Bien, no tienes porque, tú tienes que estar conmigo en éste momento, de lo demás que se encargue él —por una razón que no adiviné mis mejillas se tiñeron de rojo al escuchar esas palabras.

—¿Necesita algo? —le pregunté.

—Sí — me dijo serio—, acércate ya que no puedo gritar —acorté la poca distancia que me separaba de la cama, me incliné un poco para que pudiera hablarme—. Necesito un beso —susurró.

Giré mi cabeza para verlo, pero fue aun peor, en sólo unos segundos una de sus manos tomó mi muñeca atrayéndome hacia él, su otra mano se metió entre mi cabello y mi nuca pegándome aun mas a él. Cuando menos lo esperé nos estábamos besando, estaba probando de sus labios. El beso fue completamente pasional y lleno de lujuria, en sólo unos segundos mi cuerpo y cada partícula de mi ser reaccionaron ante sus labios, su cálida lengua se metió en mi boca haciendo estragos, no pude resistirme a besarlo, me era imposible.

—¿Qué hace? —le pregunté, mientras se separaba para dejar pequeños besos en mi boca, él me hizo callar.

—Bésame —me dijo, dejándome completamente desconcertada, sus manos siguieron agarrándose fuerte de mi muñeca y a mi nuca, sus labios nuevamente entraron en acción y el deseo que había contenido de la otra vez despertó con mayor fuerza que antes, me separé bruscamente de él para buscar aire, solté el poco que tenía dentro en un sonoro gemido. Sus besos comenzaron a bajar hacia mi cuello, sus labios me quemaban cada pedazo de piel que dejaban. Mi conciencia estaba escandalizada, estábamos en un hospital, separados de la gente sólo por una cortina, en cualquier momento podría entrar alguien y descubrirnos, pero eso al parecer a mi jefe no le importaba, porque sus caricias cada vez se hacían más intensas.

Me soltó de la muñeca y de la nuca, pero rápidamente pegó sus manos a mi cintura, yo no me encontraba en la mejor posición posible, tenía medio cuerpo recostado arriba de la cama, nuestros pechos estaban uno sobre el otro sintiendo cada respiración que daba el otro. Me apretó contra su cuerpo y despertó sentimientos que jamás pensé descubrir sólo con un beso, su agarre era tan demandante y necesitado que con sólo sentirlo aprisionándome contra su cuerpo me hacía excitarme mas y mas.

—¡Ah! —gimió contra mi cuello, su lengua lamió todo lo que tenía a su paso, pero cuando justo sintió a alguien en el pasillo me soltó de inmediato empujándome fuera de la cama, mis piernas flaquearon por lo intenso de la situación. Sólo tuvimos unos segundos para mirarnos, pero me parecieron eternos, sus ojos me observaban de arriba hacia abajo, su pecho subía y bajaba frenéticamente, los labios de ambos estaban completamente hinchados por la precisión que hicimos al besarnos, una sonrisa torcida apareció en su rostro y me derritió por completo, mi corazón se agitó aun mas y mis mejillas se tiñeron de un color rojo intenso, lo miré y en su rostro sólo pude distinguir la lujuria.

—Bueno Edward —dijo Emmett corriendo la cortina—, el doctor vendrá enseguida. Bella —se refirió a mí, pero yo no podía hacer otra cosa más que mirarlo, él también me observaba con la misma sonrisa en su rostro. ¡Maldición! ¿Me estaba tentando?—, Bella —me llamó nuevamente.

—¿Sí? —pregunté.

—Es hora de que te vayas, es muy tarde y tu horario terminó, no es necesario que te quedes.

—Sí… sí, pero… —intenté replicar.

—Vete a casa y mañana pasare por la mansión a decirte lo que pasó —miré nuevamente a Edward y él no había cambiado su cara.

—¿Trajiste tus cosas al hospital?

—No —susurré—, pero no importa, me devolveré a la mansión a buscarlas.

—No —sentenció Edward—, dile a James que te lleve a tu casa, mañana él también irá a recogerte, no es necesario que te vayas a mi casa nuevamente, Emmett tiene razón, para ti fue bastante por hoy.

—Pero señor Cullen —intenté rebatirlo, aún me sentía un poco culpable por no haber podido hacer nada mas, de verdad me quería quedar, pero al contrario de eso necesitaba tener una seria charla con éste hombre, debía saber que estaba pasando por su cabeza para que hiciera todo esto.

—¡Ya basta! —me gritó, y se llevó de inmediato una mano a su cabeza—. ¡Maldita sea!

—Bella, no reclames por favor, acepta lo que dice Edward y vete a descansar, ya mañana hablaremos.

—Está bien —les dije—. Mañana nos vemos entonces.

—Buenas noches Bella.

—Buenas noches —se despidió Edward.

—Buenas noches a los dos.

Salí del Box con la sola idea de llegar a mi casa a bañarme con agua fría, éste hombre estaba jugando con mis sentimientos y al mismo tiempo con las reacciones de mi cuerpo. ¡Demonios! ¡Maldito cuerpo traicionero! Salí al estacionamiento y apenas James me vio abrió la puerta para mí. El auto comenzó a recorrer las calles de Chicago, hacía un frio de los mil demonios, toda la gente andaba con el mayor número de prendas posibles, cerré los ojos y me permití recordar el beso. Sin duda Edward Cullen era un besador nato o tal vez los años de experiencia le habían dado esa facultad. Toqué mi boca y la sentía arder ante el contacto con mis dedos, no podía evitar que ese beso me gustase, porque así fue, mi mundo se torció al sentir sus labios sobre los míos, tan suaves, tan cálidos, tan dulces… de sólo pensar en ellos o estar contra su cuerpo me hacía estremecer.

Al otro día James llego puntual a buscarme, por irme con él pude levantarme un poco más tarde ya que nos iríamos directo a la mansión, al llegar allá estaba todo en silencio, mis piernas temblaron con la sola idea de estar a solas con Edward, la tensión sexual que sentía se comenzaba a sentir en todas partes y al parecer él ya se había dado cuenta.

—Buenos días Señorita Swan —me saludó Will—, antes de que suba esto es para usted —en sus manos había un sobre, lo recibí.

—¿Qué es esto? —pregunté con duda.

—Es su paga, recuerde que ahora sus pagos serán semanales. En el sobre están las dos semanas que lleva trabajando aquí y está el cheque de ésta semana —me quedé plantada sin poder mover un sólo musculo, ¿de verdad me iba a pagar todas las semanas como me había dicho? Abrí el sobre y mis ojos se salieron de orbita cuando vi las cantidades que había marcadas en los cheques, los miré detenidamente y la firma inconfundible de mi jefe estaba allí.

—Pero… pero… esto es más de lo que tenía que recibir.

—El señor Cullen autorizó los montos y firmó los cheques, así que no hay nada incorrecto, esa es su paga ¿o es que a caso no la quiere?

—¡Sí! —exclamé, sin disimular la necesidad que tenía de éste dinero—. Es solo…

—No se preocupe, a todos nos ha pasado así, si su trabajo es importante y bien hecho el señor Cullen siempre la recompensará, él es un hombre muy generoso.

—Ya ve —le dije, perdiendo mis ojos nuevamente en los cheques.

—Bueno, no la detengo más, que pase buenos días —se despidió perdiéndose en los pasillos de la mansión.

Webber ya me lo había dicho, Edward Cullen era un hombre que sabía pagar por un servicio bien hecho. Entonces a él le gustaba como trabajaba porque si no… no sabía realmente que tenía en mente ese hombre.

Golpeé suavemente y entré, él estaba en el mismo lugar de siempre, pero ésta mañana se veía diferente, una sonrisa arrebatadoramente sexy se posaba en sus labios.

El día paso rápido, Emmett nos visitó en la mañana y estuvo todo el día allí, discutimos unos diagnósticos y se retiró después del medio día. La tarde paso casi igual, Edward durmió mucho debido a los medicamentos que le estaban dando, disfruté toda la tarde viendo como su angelical rostro descansaba, él podía verse como un ángel cuando dormía, muy diferente a lo que era la realidad. Cuando el reloj marcaba casi las seis de la tarde me salí de la habitación para ir al baño, Edward estaba en el suyo ya que quería darse una ducha. Rápidamente me lavé las manos y me arreglé para partir.

—Señor Cullen —lo llamé cuando estuve en su habitación.

—Me estoy bañando —gritó desde adentro, la puerta estaba abierta. ¡Qué descarado! Pensé. Sin necesidad de pensarlo dos veces me hice hacia atrás y me fui a una de las ventanas en donde él no pudiera verme, no quería por nada del mundo malos entendidos con él, por mucho que deseara que me tocara nuevamente. Sus manos sobre mi piel eran como la miel para las abejas, sólo me había enfrentado dos veces a esa situación y podría decir que me hice adicta a sus manos.

—¿Qué hace allí? —me preguntó extrañado, estaba sentada en una de las esquinas de la habitación, escondida detrás de un pilar que me dificultaba la visión hacia el baño. Él se asomo por aquel pilar y casi palidecí cuando vi su torso desnudo.

—Nada —respondí lo más normal que pude—, sólo estaba esperándolo, no quería importunarlo —por su rostro se extendió una sonrisa torcida que me estremeció todo mi cuerpo.

—¿Importunarme? —rió y caminó hacia su cama, se sentó en una de las orillas y se secó el cabello—. Bueno —me dijo pasando la toalla por su cabello, ¡Dios! Hasta cuando se seca, es sexy… Traté de mirar hacia otro lado, pero su suave voz llamó mi atención nuevamente—, se supone que hoy día yo debería haber vuelto a mi empresa, pero como tuve esa maldita crisis no pude.

—Es verdad.

—¿Pero sabe una cosa? No voy a dejar que ésta maldita enfermedad me deje imposibilitado, volveré a trabajar igual.

—¿Emmett sabe de esto? —le pregunté dudosa.

—No y no tengo porque explicarle —me respondió con un tono serio—, él mismo dijo que ni siquiera sabían que tenían, así que si no saben no tengo de que cuidarme ¿no cree? —volvió a sonreír, eran las primeras veces que lo veía sonreír tan abiertamente, me tenía embobada mirándolo.

—Si usted lo dice —le comenté mientras tomaba mis cosas encima de uno de los sillones, en unos cuantos segundos sentí una presencia al lado de mi cuerpo, me giré y di un respingo por verlo parado tan cerca de mí. Todo lo que tenía en mis manos cayó al suelo.

—¿Cuestiona mis decisiones, señorita Swan? —preguntó cerca de mi rostro.

—Señor… señor Cullen, aléjese —dije, tartamudeando y quitándole toda credibilidad a lo que decía.

—¿De verdad quiere que me aleje? —preguntó tomándome por la cintura.

—¿Qué pretende? —pregunté en un susurro mientras disfrutaba del aroma de su cuerpo, cerré mis ojos para grabarlo en mi mente.

—¿Acaso no es obvio? —respondió con otra pregunta, su nariz se acercó a mi cara y comenzó a trazar una línea sobre mi mejilla. Una de sus manos subió de mi cintura a mi espalda para presionarme contra su pecho.

—Por favor, ya basta —le pedí en un susurro contra su piel—, no juegue conmigo.

—No lo hago, pero —besó mi mejilla— esto es algo que los dos deseamos ¿no lo crees? Ah… —suspiró—. Bella…

Gracias a mi piel la enorme excitación que estaba sintiendo no exploto fuera de mi cuerpo, sus manos se sentían ardiendo contra la piel de mi espalda. Un golpe en la puerta nos hizo separarnos bruscamente, Edward parecía molesto por la intromisión, pero yo agradecía al cielo que alguien nos hubiera detenido, si no, no sabría que hubiera pasado.

—Señor Cullen —dijo Margarite por teléfono—, el Señor Black lo llama por teléfono.

—Ah —dijo con voz seria y un poco malhumorada—, deme ese teléfono —se lo quito de las manos. Sin pensarlo dos veces caminé a toda prisa hacia la puerta—. Señorita Swan —me gritó haciéndome pararme en el mismo momento, me giré y él sonreía, un calor que salió de la parte baja de mi estomago me quemó la piel—, recuerde que mañana deberá acompañarme a la empresa, así que venga con ropa casual —guardó silencio y sonrió más abiertamente—. Y mañana seguiremos con ésta conversación.

No pude responderle nada, me dejó helada. ¿Mañana seguiríamos? ¿Mañana volvería a besarme?, maldita sea… en que me estaba metiendo. Tenía una sonrisa pervertida dibujada en su rostro, me giré y salí a toda prisa de la habitación. Bajé las escaleras de la casa en sólo unos segundos. Sólo cuando uno de los grandes portones se cerró a mi espalda me sentí un poco más tranquila, ese hombre me trastornaba, había probado sólo dos veces sus labios y ya ansiaba mas, si alguna vez llegábamos a tener otro tipo de contacto eso sabría a gloria.

La noche no fue mejor, mis pensamientos eran morados por ese hombre que con sus besos me había llevado al cielo, me levanté de la cama y fui por un café, era media noche y hacía bastante frio. Me acerqué a la ventana, todo parecía tan tranquilo, no podía evitar que mi mente maquinara diferentes ideas con el cuerpo de Edward, no podía negar la enorme atracción sexual que tenía hacia él, poseía un cuerpo maravilloso, todo en él me invitaba a mirarlo.

—Esto es serio —dije en un susurro, con la vista pérdida en las luces de la ciudad pensé en lo que pasaba, sabía que no podía involucrarme mucho con él ya que era mi jefe y además éramos de dos mundos totalmente diferentes. Él era un magnate, yo una simple enfermera, no había manera de relacionarnos. Otro punto en ésta historia eran los sentimientos, no podía dejarme involucrar sentimentalmente con él, ya que sabía de sobra que él sólo jugaba con las mujeres que tenía y yo no sería agregada a la lista, debía tener cuidado.

En la mañana el día amaneció tan frio como la noche de ayer, le serví el desayuno a mi padre y hermana, comimos todos juntos y me despedí de ellos para ir al trabajo, cuando iba saliendo del edificio me encontré con una enorme sorpresa.

—Buenos días señorita Swan —me saludó James, el chofer de la mansión, estaba apoyado en el enorme mercedes de color negro, el auto de mi jefe.

—¿James? —pregunté atónita—. ¿Qué haces aquí?

—El señor Cullen me mandó por usted.

—¿Pero por qué? —pregunté asombrada por el «gesto»

—No lo sé —rió—, recuerde que yo sólo sigo ordenes, ¿nos vamos? —abrió la puerta del auto.

—Sí… sí claro —tartamudeé.

El camino fue muy tranquilo, llegamos a la casona y Will fue quien nos recibió.

—Buenos días —saludó con el mismo tono de voz de siempre.

—Buenos días —respondí.

—El señor Cullen la está esperando en el comedor, pase por favor.

Asentí y caminé en dirección al enorme comedor, al entrar contuve el aire por tan divina alucinación que había. Edward estaba sentado en la punta de la enorme mesa, llevaba un traje de color negro que acentuaba sus hermosos ojos, su cabello cobrizo seguía tan despeinado como siempre, estaba perfectamente afeitado y arreglado. Levantó la vista de su café y sonrió.

—Buenos días señorita Swan —me saludó con un tono vivo y sensual.

—Bue… buenos días señor Cullen —saludé atropelladamente.

—Hoy tendrá que acompañarme medio día a la oficina, pero no se preocupe que no será mucho.

—Está bien —le dije.

—Bueno ya es hora de irnos. ¿Will? —llamó con una suave voz, el mayordomo apareció de la nada y llegó al lado de su patrón—, iré a la oficina, cualquier cosa que necesiten me llaman allá.

—Sí señor.

—Si llama mi madre o hermana diles que me llamen a la oficina.

—Sí señor.

Dejó a Will atrás y se encaminó hacia la puerta, allí lo esperaba Rebecca con su abrigo y un portafolio. Él se pasó su enorme chaquetón y salió hacia el auto.

—Que pasen buen día, señor Cullen, señorita Swan —nos despidió. Él salió sin agradecerle a nadie, lo seguí rápidamente hasta el auto y entré.

—¿A dónde vamos señor? —le preguntó James.

—A la oficina, por favor —le respondió mirando por la ventana.

El viaje fue muy silencioso y algo tenso, estábamos sentados en el auto y sólo unos cuantos pasos nos separaban, sus manos descansaban en su regazo al igual que las mías, me sentía nerviosa por no saber que estaba pensando, casi de reojo miré hacia su lado y tenía la vista perdida en el paisaje mientras que yo me moría por no saber que sucedía. La tensión se incrementó cuando por accidente rocé una de sus piernas con mi rodilla, él giró su vista y me sonrió abiertamente yo no pude evitar sonrojarme furiosamente porque sabía lo que él estaba pensado, en su cara la palabra «sexo» estaba grabada con fuego.

Llegamos al enorme edificio que contenía sus oficinas, todo el mundo entraba y salía de él. James se bajó rápidamente para abrirnos la puerta, cuando la gente que estaba cerca se dio cuenta de quien venía en el auto todos se quedaron mirándonos, diferencie muchas caras y expresiones, la que predominaba era el miedo.

—Buenos días Señor Cullen —lo saludó una recepcionista, casi se abalanzó contra el escritorio para saludarlo, Edward no la saludó ni la miró, pero en la mujer centellaba el deseo en su mirada.

Subimos hasta el piso treinta del edificio, creo que era el último. Cuando el ascensor se abrió un enorme recibidor fue el que nos recibió, miré a mí alrededor y había unas cuantas oficinas, todas ellas se veían bastante espaciosas, sin duda estábamos en el piso de todos los gerentes. Edward caminó hacia donde había dos puertas gigantes, abrió una de ellas y me dejó pasar. Del otro lado estaba una señora de edad avanzada, tenía cabellos de color blanco muy marcados en su cabeza, las pequeñas arrugas en sus ojos denotaban su edad.

—Buenos días Irene —la saludó con tono suave, la mujer reconoció el tono de voz y levantó la cara asombrada.

—¡Dios mío! ¡Edward! —saludó efusivamente, me extraño que al mirarlo él tenía una dulce sonrisa en sus labios—. Hijo, por dios ¿por qué no me avisaste que volvías hoy día?

—Porque no lo sabía, ayer tuve una recaída, pero parece que ya estoy mejor —su tono de voz era dulce y suave, la mujer se paró a saludarlo de beso y abrazo los cuales él respondió sin problemas.

—Qué bueno que ya estás aquí, ¿y ella quien es? —preguntó refiriéndose a mí.

—Mi nombre es Isabella Swan, señora, mucho gusto —le dije extendiéndole mi mano, ella la recibió con una amplia sonrisa.

—Isabella es mi enfermera, me estará acompañando el tiempo que sea necesario. Más tarde ve a mi oficina para que redactes unos memos.

—Sí, claro.

Edward continuó su paso hacia la oficina y lo seguí, la mujer nos dio una dulce sonrisa que me dejó desconcertada.

—Irene era una de las secretarias de confianza de mi padre —dijo Edward sentándose en el sillón de su escritorio, miré alrededor y me maravillé por todo lo que había. Era una de las oficinas más grandes que había visto, tenía un enorme estar en el medio de ella, cuadros de pintores famosos por todas partes y en el medio estaba situado su escritorio, era de madera con una base de vidrio grueso. Caminé lentamente y dejé mi abrigo junto con mi bolso encima de uno de los sillones—. ¿Trajo implementos? —me preguntó mientras veía lo que tenía arriba del escritorio.

—Claro, si a usted le pasa algo deberé actuar rápidamente, además, lo que pasó la otra vez me pilló totalmente mal parada.

—Pero no fue su culpa, que yo esté fallado no significa que usted sea la culpable —sonreí, él me miró, pero sólo desvió su mirada hacia los papeles—. Tome asiento, nos quedan por lo menos unas cuatro horas más aquí —me dijo tomando el teléfono y llamando.

La mañana fue completamente ajetreada, no paso mucho tiempo antes de que la oficina se llenara de gente, directivos, accionistas, empleados y muchas personas más. Toda la mañana vi a Edward hablar con personas acerca de balances, dinero, reuniones, proyectos y diferentes cosas. Alrededor del medio día leía muy entretenida un libro, su voz muy cerca de mi oreja me sacó de mis cavilaciones.

—¿Está aburrida? —preguntó cerca de mi oído. El sólo sentir su halito cerca de mi piel hizo que se me erizaran los vellos.

—No —respondí en un susurro, giré mi cara y él estaba extremadamente cerca de mí, estaba apoyado en el brazo del sillón, sus ojos brillaban y su boca estaba entreabierta.

—Bésame —me volvió a pedir, dejándome helada.

—¿Qué? —le pregunté, pensando que había entendido mal.

—Bésame —me urgió, sin darme el chance para decir algo mas tomó mi rostro y lo acercó al suyo.

La pasión que generaron sus labios en los míos me dejó aturdida, éste no era un beso como cualquiera, era ansioso, necesitado, sentía su ansia por mis labios. Su boca se abrió para dar paso a su lengua, la mezcla de ambas me provocaba un calor intenso. Sus labios devoraban los míos rápidamente y sin darme permiso para escapar, sus manos sujetaban con fuerza mi cara. Cando el deseo ya fue incontrolable no me resistí mas y solté el libro que estaba leyendo, llevé mis manos hacia su cara y la sujete para profundizar más, me pareció verlo sonreír entre besos, pero creo que fue mi imaginación.

—Señor Cullen —gemí cerca de su boca, tomó mi cuerpo por la cintura y lo recostó sobre el sillón, sin perder permiso se recostó sobre mí sin hacerme daño. Ese día me había puesto una falda de traje y una blusa, no sé porque lo había hecho, tal vez para no verme como mamarracha. Sus manos siguieron las líneas de mis medias hacia los muslos y se adentraron por dentro de la falda, acarició mis muslos y apretó la carne de ellos.

Edward estaba arriba de mí, presionando mi cuerpo contra el de él. La interminable sesión de besos continuo, pronto soltó mis labios y trazó una línea hacia el cuello, bajó hasta mi pecho y me miro, no sé que estaba buscando en mi mirada, pero no me resistí y jalé sus cabellos contra mi pecho para que continuara, él sólo sonrió y siguió con su trabajo. Sus rápidos dedos comenzaron a soltar mis botones, a medida que la piel de mi pecho quedaba expuesta él iba besando todo a su paso, abrió completamente mi camisa y observó mis pechos. Cuando estaba dispuesto a continuar con su labor un golpe en la puerta nos hizo saltar de donde estábamos.

—¡Maldita Sea! —dijo parándose, la cara se me puso de todos colores, rápidamente abotoné mi camisa y me senté, él cuando vio que ya estaba todo en orden dio la entrada—. Esto acaba acá — susurró—. Pasa.

—Señor Cullen —le dijo un hombre de mediana edad—, necesitamos que revise unos gráficos.

—No —respondió con la voz ronca, se sujetó el tabique de la nariz y frunció el ceño—, no lo hare, envíamelos a mi casa y más tarde los veo, ahora me tengo que ir —sentenció, se giró sobre sus talones y fue por sus cosas, volvió a donde estaba yo y me agarró suavemente del brazo.

—Nos vamos —me dijo serio y con los ojos negros. Asentí nerviosa.

En el auto estaba aterrada, él no me había dirigido la palabra, nuevamente sucumbí ante sus besos y no sabía que podía pasar, ¿qué demonios estaba tramando? Cuando llegamos a la mansión James nos abrió la puerta, bajé lentamente, Edward al contrario bajó con el mismo ritmo con el que habíamos salido de la oficina, como si la vida dependiera de ello. Cuando estuvimos fuera del auto nuevamente me tomó del brazo y me metió a la casa.

—¿Qué pasa? ¡Me duele! —le dije mientras me arrastraba al recibidor.

—Cállate y sígueme —me pidió con la voz aún ronca. Will nos recibió en la puerta.

—Buenas tardes se…

—¡No quiero que nadie me moleste! ¡Le prohíbo subir al tercer piso! —exigió molesto, mientras pasaba conmigo a rastras hacia la escalera.

—Sí señor —el hombre alcanzó a responder cuando ya casi íbamos llegando al segundo piso. Edward estaba como cegado, caminaba exasperado por los pasillos de su casa.

—¿Qué demonios le pasa? —le pregunté cuando llegábamos al tercer piso, terminó de subir los escalones y rápidamente cruzó el hall que estaba antes de su habitación. Pasamos a velocidad sobrehumana y me metió en la habitación.

Cuando estuvimos allí me giré hacia él para preguntarle qué demonios pasaba, pero ni siquiera alcancé a suspirar porque él ya venía de camino hacia mí. Tomó mi cara con urgencia y me besó nuevamente.

—Señor Cullen —le dije tratando de separarme, él no me contestó y me pegó nuevamente a su cuerpo.

El forcejeo que comenzamos fue completamente excitante, entre besos y caricias traté de alejarme, pero mi cuerpo me pedía a gritos que no lo hiciera, sin poder resistirme más me rendí ante sus ataques. Pasé mis manos por su cuello y lo pegué aun mas a mí, nuestros cuerpos estaban completamente excitados, cada uno vibraba con el contacto del otro, sus labios bajaron frenéticos hacia mi cuello buscando besar mi piel, mis manos las llevé hacia su cabeza acercándolo aún más. Con fuerza bruta me abrió y sacó la camisa, al verme con el torso desnudo ante él sonrió de manera sensual, se pegó a mi pecho besando todo lo que podía a su paso, la urgencia y la rapidez con la que lo hacía me daba cuenta de la enorme excitación que sentía, igual a la que se formaba en mi.

—Señor Cullen —gemí cuando me sacó el brasier, dejando mis pechos al descubierto, tomó uno y lo devoró, mordió mi pezón para luego lamerlo.

—Edward —me corrigió contra mi piel—, no mas señor, sólo Edward —asentí mientras él devoraba mis pechos, mientras lo hacía con uno el otro era masajeado por su mano.

Ambos comenzamos a avanzar, mi espalda chocó contra una muralla, se hincó en el suelo y comenzó a bajar mi falda junto con todo lo demás, sólo quedaron mis zapatos de tacón y mis medias que se sujetaban a la mitad del muslo. Sus besos bajaron de mis pechos a mi abdomen, cuando llegaron a la parte baja del estomago no pude contener mas mis gemidos, sus manos rápidas acariciaban todo lo que tenían a su paso, mi espalda comenzó a arquearse de a poco.

Acarició la parte baja de mi vientre para luego comenzar a explorar mi centro. Sus dedos se fueron rápidamente hacia dentro, se levantó y comenzó a besarme en un ritmo frenético, miles de gemidos se desprendían de mi boca, su nombre comenzó a salir cargado del placer que él mismo me generaba. Sus manos me tomaron por la cintura para sentarme sobre él, sentada a ahorcadas avanzó lo que nos separaba de la cama y me tiró sobre ella, mi pelo quedó desparramado sobre el edredón de color dorado.

Me sentía excitada al máximo, tenía el cuerpo vibrando solo porque sabía lo que venía. Edward se paró en frente y sus ojos devoraron cada parte de mi cuerpo, una sonrisa sexy apareció en sus labios y rápidamente comenzó a sacarse la ropa. Todo lo que había pasado antes me había dejado un deseo por él, pero ahora podría decir que moriría si él no continuaba ahora mismo, lo necesitaba y sabía que él también.

Cuando estuvo desnudo ante mí, mis ojos se agrandaron al ver su cuerpo, era lo más hermoso que había visto, bajo los rayos de sol de medio día que entraban por los ventanales su piel parecía brillar. Se recostó sobre mí sin dañarme, la urgencia que había en sus movimientos seguía igual o más intensa que antes, besó mi cuerpo y me excitó sobremanera, no podía aguantarlo más, lo necesitaba conmigo. El deseo que había sentido en estos días no era nada comparado con lo que sentía ahora.

—Edward —gemí cuando sus caricias ya me estaban volviendo loca de placer.

—Dilo… ¿Qué quieres? —me dijo contra la piel de mis senos, su boca mordisqueaba uno de mis pezones y sus dedos se adentraban en mi centro penetrándome rápidamente.

—Te quiero —dije sin un ápice de vergüenza—, te quiero dentro —le rogué cuando pensaba que no podía sentir aun mas placer. Él sonrió y se posó sobre mi cuerpo, abrió mis piernas y sin ninguna contemplación me penetró, el dolor que sentí por unos momentos dio paso al placer más exquisito que podría haber sentido.

Mientras él me penetraba muy rápido y fuerte enredé mis piernas en sus caderas aprisionándolo contra mí, mi espalda se arqueaba constantemente, en un intento por desahogar el placer que sentía, tomé su cuello y lo atraje hacia mí, mi lengua y labios lamieron toda la miel que se extendía majestuosa ante mí. Mis besos y caricias llegaron hasta el lóbulo de su oreja, lo tomé con mis dientes y lo succioné, imaginando la parte de su cuerpo que me estaba proporcionando tamaño deseo, gemí de manera audible cuando él acrecentó su penetración haciéndola más rápida.

—Edward —mis gemidos iban entrelazados con su nombre, abrí mis ojos y su cara estaba desfiguraba por el placer que sabía estaba sintiendo. La penetración se detuvo y salió de mi cuerpo, en sólo unos segundos reaccioné y nos hice girar, quedando yo encima de él. Besé su cuello y bajé lamiendo todo a mi paso, devoré sus hombros y su pecho, sus manos acariciaban mi espalda acrecentando el fuego que sentía, me subí a horcajadas sobre él, su miembro erecto me penetro y produjo una descarga mayor de placer.

Sus manos se fueron a mis caderas y me levantaron para ayudarme con la penetración, el roce que se creaba entre mi centro y su piel me hacían excitarme más, se enderezó y se pegó a mi pecho, mis senos quedaban a la altura de su boca, cosa que él supo aprovechar de inmediato, el vaivén se hizo más intenso y una burbuja de placer se formó en mi parte baje baja del estomago, el orgasmo estaba cerca. Mis movimientos se hicieron más rápidos al igual que los de él, sus manos me presionaron contra su erección haciendo mi profunda la penetración.

—¡Ah! Bella —gimió contra mi piel—, Bella —volvió a gemir, pero más fuerte, sólo basto escucharlo gemir mi nombre para que el orgasmo diera rienda suelta al placer, el ritmo fue frenético, ambos alcanzamos el clímax envueltos en una burbuja llena de gemidos y caricias.

Edward cayó desplomado en la cama conmigo encima de él, ambos nos seguíamos moviendo debido a lo intenso del orgasmo, su respiración era errática y sus ojos estaban cerrados. Estaba exhausta, esto jamás lo había sentido, no sé cómo ni cuándo, pero me quedé dormida encima de su pecho, exhausta y satisfecha.

Un ruido en el pasillo me hizo sobresaltarme, levanté la cabeza y aún seguía en el mismo lugar, estaba sobre el pecho de Edward, ambos estábamos tapados con el edredón de color dorado, él estaba plácidamente dormido su rostro se notaba descansado y al parecer tenía un buen sueño ya que una pequeña sonrisa se vislumbraba en sus labios. Sacudí mi cabeza y me levanté sin hacer mucho ruido, miré el reloj de la pared y marcaba las nueve de la noche.

—Demonios —dije, y Edward se removió en la cama, me tapé la boca y guardé silencio para que no se despertara, tomé mis ropas que estaban tiradas por toda la habitación, me vestí rápidamente y salí de allí.

La mansión Cullen por las noches estaba completamente deshabitada, salí de allí sin ser vista, el frio de la noche impactó de lleno en mis mejillas que aún estaban sonrojadas, ¿qué demonios había hecho? ¡Me había acostado con Edward Cullen!

Sabía que esto me traería consecuencias y era algo que no podría negar, había pasado la noche más increíble del mundo, pero con un hombre que tenía el corazón tan frio como el hierro, un hombre que no tendría contemplaciones conmigo y que definitivamente no me incluiría en su vida. Él sólo había saciado su deseo conmigo y eso era algo que tendría que aceptar, no quería verme involucrada con alguien que ni siquiera sabía amar.