Dark Chat

miércoles, 5 de mayo de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPITULO 7


Con tanta gente arremolinada en la antesala le iba a ser imposible encontrarla. Volvió a estirar su cabeza por encima del gentío para ver si conseguía localizarla pero era inútil.


-¿A quién buscáis? -la voz aguda y afilada de Tanya resonó en sus oídos.


Justo en ese momento vio su rostro entre la gente y, sin darle mayor explicación a su acompañante, la hizo caminar para dirigirse a ella. Conforme se fue acercando, sendas figuras masculinas se hicieron visibles a su lado. El mayor de ellos, por sus vestiduras, hacía suponer que era un rey, y, fijándose en sus facciones que le resultaban tan familiares podía casi asegurar que era el padre de Bella. Sin embargo, el joven noble de largo y oscuro pelo que la hacía sonreír en esos momentos fue el que más captó su atención, teniendo en cuenta la punzada que golpeaba su corazón una y otra vez viendo como tomaba sus manos de modo tan afectivo.


-Buenos días, Alteza -la saludó en cuanto llegó hasta ella.


-Buenos días -contestó Bella. -Permitidme que os presente a mi padre, el Rey Charles y al Príncipe Jacob de Dagmar. Él es el Príncipe Edward de Meissen.


Edward le dedicó una reverencia a ambos en silencio, con su mirada fija en aquel joven. Pasados unos segundos y en vista de que nadie parecía reparar en ella, Tanya decidió anunciarse ella misma.


-Yo soy la Princesa Tanya -se presentó, inclinándose primero ante Charles y después ofreciéndole su mano a Jacob, tomándola él para besarla levemente. Tras eso, volvió a colgarse del brazo de Edward. Bella sintió que le faltaba la respiración.


-¿Eres el hijo de Carlisle? -preguntó Charles, pensativo.


-Sí, Majestad -le informó apartando por fin la vista de Jacob -¿le conocéis?


-Sí, desde hace algún tiempo.


Bella lo miró confundida.


-La ayuda de tu padre fue inestimable hace algunos años, cuando un brote de escarlatina azotó mi Reino amenazando con diezmar la población -le dijo a Edward -Tú aún eras muy pequeña, por eso no lo recuerdas -miró a su hija. -¿Va a asistir a la ceremonia? -añadió -Si es así me gustaría mucho saludarlo.


-Llegó hace algunos días en compañía de mi madre. Si gustáis acompañarme puedo indicaros donde está.


Ahora Edward posó su mirada sobre Bella y ella no pudo definir a que se debía el fuego intenso que desprendían esos ojos verdes, simplemente no fue capaz de sostener su mirada y se giró hacia Charles.


-Padre, yo voy a ayudar a Alice -le informó. -Después vendré a avisarte cuando ya esté lista.


Hizo una reverencia y se apresuró a alejarse de ellos, de aquellos ojos verdes que parecían querer atormentarla y de aquella muchacha de cabellos dorados cuya sonrisa ladina sabía iba a acompañarla durante el resto del día.


A través de las vidrieras, la luz del atardecer, coloreada por centenares de cristales iluminaban la iglesia. Bajo ese halo mágico y encantador Jasper esperaba junto al altar. Edward, como su padrino, lo acompañaba. El toque de campanas anunció que la novia se disponía a hacer su entrada. Jasper respiró hondo, por enésima vez desde que entrara a la iglesia, antes de girarse a mirarla. Y ahí estaba, la más hermosa de las apariciones.


Rosalie no había exagerado en su descripción aquel día, al contrario, ni la más divina deidad podía ser comparada a Alice en belleza, incluso la misma Afrodita estaría ardiendo en el Olimpo ante tal esplendor. Su pelo negro salpicado con pequeñas flores blancas enmarcando su rostro, la blanca muselina entallando su cuerpo hasta su cadera para luego volverse etérea, vaporosa sobre sus pasos, el organdí cubriendo desde sus hombros sus delicados brazos. Un escalofrío recorrió su espalda al pensar que la criatura más bella sobre la faz de la tierra estaba a pocos metros de convertirse en su esposa.


Alice, del brazo de su tío se dirigía lentamente hacia él. A pesar de todas las miradas se dirigían a ella con gesto sonriente, Alice no podía apartar ni un sólo segundo sus ojos de Jasper, enfundado en aquella túnica azul marino contrastada con ribetes y cinturón dorados, que resaltaban más su rubio cabello, tan apuesto, tan gallardo, tan caballero, su caballero.


En cuanto llegaron al altar, el Rey Charles le entregó la mano de Alice a Jasper. Sendas sonrisas nacieron en sus labios en cuanto sus pieles y sus miradas entraron en contacto y así hubieran seguido a no ser por la voz del obispo que daba comienzo a la ceremonia, obligándoles a mirarle.


Para Alice, todas las palabras del obispo resonaban huecas y vacías en su mente. La incertidumbre de lo que iba a pasar a partir de ese día era más que tangible y, por desgracia, la respuesta a sus dudas no la hallaría en las sagradas escrituras. Por un segundo deseó que el tiempo previo a su boda hubiera sido mayor, haber tenido la oportunidad de conocer a su prometido mejor. Pero el recuerdo de los últimos días vino a su mente. Jasper se había comportado de una forma muy gentil y considerada con ella, incluso complaciente y comprensivo y eso, al menos, le daba razones más que suficientes para afrontar esa nueva etapa de su vida con esperanza.


Alice vio como Edward se aproximaba a Jasper para entregarle los anillos.


-Tomad vuestras manos y que vuestros votos sean escuchados -exclamó el obispo mientras ambos se ponían frente a frente y se tomaban las manos.


Jasper, con su mirada fija en Alice, empezó a recitar los votos que ella hubiera escrito para ellos.


-No podéis poseerme, puesto que sólo me pertenezco a mí mismo. Pero mientras ambos lo deseemos, os doy todo lo que me pertenece y pueda ser dado -comenzó Jasper.


-No podéis darme órdenes, puesto que soy una persona libre, pero os serviré en todo aquello que me pidáis y la miel sabrá más dulce si viene de mis manos -respondió Alice.


-Os prometo que el vuestro será el único nombre que grite en la oscuridad de la noche, y vuestros los ojos en los que me miraré cada mañana. Os prometo el primer bocado de mi plato, y el primer sorbo de mi copa.


-Os encomiendo mi vida y mi muerte, y confío ambos a vuestro cuidado.


-Seré un escudo para vos, y vos lo seréis para mí. Nunca os difamaré, ni vos a mí tampoco -aseguró él.


-Os honraré siempre por encima de los demás, y si se da alguna diferencia entre nosotros, que sea resuelta en nuestra privacidad, sin hacer partícipes a extraños de nuestros agravios.


-Estos son mis votos matrimoniales para nosotros -concluyó Jasper mientras colocaba el anillo en el dedo de Alice.


-Estos son mis votos matrimoniales para nosotros -respondió Alice colocando a su vez el anillo en el dedo de Jasper.


Sin dejar de mirarse ni un instante, sus manos volvieron a buscarse para unirse de nuevo.


-Los exhorto a que sean fieles a los votos que han tomado y que estos anillos sean el símbolo que los selle -prosiguió el obispo -Ante Dios y ante los Hombres, os declaro marido y mujer.


Mientras un murmullo de admiración se iniciaba a su alrededor, Jasper posó su mano en la mejilla de Alice que se sonrojaba bajo su tacto. Hubiera mentido si negase que la emoción le embargaba en ese momento, por fin Alice era su esposa y el sentimiento de felicidad que ocupaba su corazón era estremecedor. Con su otra mano en la cintura de la muchacha la atrajo hacia él, inclinando lentamente su rostro sobre el suyo. De nuevo respiró el dulzor de su aliento y le pareció casi más delicioso que el día anterior. El deseo de saborear aquellos labios se hizo más poderoso si cabe, dando paso a un ardor que amenazaba con consumirle si no lo hacía. Muy despacio posó sus labios sobre los suyos, eran mucho más suaves y dulces de lo que él había imaginado y, quizás debería haber sido un poco más consecuente con el momento y el lugar en el que estaban pero, el sentir por fin el contacto de su piel, de su boca, le hicieron olvidarse de todo. Entreabrió sus labios capturando de nuevo los de Alice, necesitaba sentirla más cerca y mientras sus labios danzaban sobre los suyos la apretó más fuerte contra su cuerpo.


Los aplausos y vítores de los presentes le hicieron volver a la realidad y, mucho más pronto de lo que él hubiera querido, se separó de ella, que, sonrojada lo miraba tímidamente con cierto asombro dibujado en sus ojos.


De nuevo tiñeron las campanas, mientras resonaban las trompas y cornetas. El jolgorio del ceremonial se tornó en solemnidad, la cual quedaba reflejada en los dos sacerdotes que ahora se situaban en el altar a ambos lados del obispo, portando sobre sus manos las vestiduras reales. El obispo las bendijo mientras Jasper y Alice se arrodillaban frente a él. Tras eso, tomó aceite y los ungió a ambos. Uno de los sacerdotes le ayudó a colocar sobre los hombros de Jasper la capa real y le entregó el cetro mientras el obispo, sujetando la corona por encima de su cabeza, recitaba el juramento.


-Jasper, Rey de los Lagos por derecho de sangre, Rey de Asbath por derechos conyugales, ¿juráis solemnemente gobernar los Pueblos de ambos Reinos y sus Posesiones y otros Territorios pertenecientes a cualquiera de ellos, según sus respectivas leyes y costumbres? -preguntó el obispo.


-Sí, lo juró -sentenció firmemente.


-¿Os comprometéis a respetar y defender a vuestro Pueblo, asegurando la paz y haciendo justicia con misericordia?


-Sí, me comprometo -aseguró, antes de que el obispo le colocara finalmente la corona.


Cuando Jasper se puso en pié, el otro sacerdote se dirigió hacia Alice que aún continuaba de rodillas y, con su ayuda, le colocaron la capa. Jasper le hizo entrega a Alice del cetro y, tal y como hiciera el obispo anteriormente con él, sujeto la corona de Alice sobre su cabeza mientras le repetía el juramento a su esposa.


-Alice, Reina de Asbath por derecho de sangre, Reina de los Lagos por derechos conyugales, ¿juráis solemnemente gobernar los Pueblos de ambos Reinos y sus Posesiones y otros Territorios pertenecientes a cualquiera de ellos, según sus respectivas leyes y costumbres? -le preguntó.


-Sí, lo juró -contestó ella.


-¿Os comprometéis a respetar y defender a vuestro Pueblo, asegurando la paz y haciendo justicia con misericordia?


-Sí, me comprometo.


Jasper colocó la corona en su cabeza y, tomando sus manos la ayudó a levantarse.


-Que la Gracia de Dios os acompañe y os ayude a cumplir con vuestros votos y vuestros juramentos por siempre. Podéis ir en paz -concluyó el obispo haciendo la señal de la cruz dirigiéndose a todos los presentes.


Sin soltar la mano de su esposa y rodeados por los aplausos y felicitaciones de todos los asistentes se encaminaron hacia el Salón del Trono, donde tendría lugar el festín en honor a los novios.


Como era de esperarse, fue un banquete digno de Reyes, con decenas de deliciosos platillos a base de venado, cerdo, cordero, pescado... todo para saciar hasta el paladar más exquisito, y aderezado con interminables barriles de cerveza y barricas de hidromiel y vino para alegrar los ánimos de los comensales y festejar por todo lo alto. Una compañía de juglares amenizaba el ambiente con tocatas y representaciones y, una vez que se retiraron las bandejas y se dio por terminado el banquete hicieron sonar sus laúdes y flautines, animando a los presentes a unirse a la danza.


Bella aprovechó ese momento para acercarse a los novios que se hallaban sentados presidiendo la mesa, y darles por fin la enhorabuena personalmente.


-Majestades -se dirigió a ellos con semblante severo y haciendo una profunda reverencia. Jasper y Alice rompieron a reír. Bella no pudo mantenerse seria por más tiempo y soltó una carcajada.


-Mira que eres tonta -la regañó Alice palmeando su brazo sin parar de reír.


-¡Alice! -la recriminó en broma -¡tu esposo va a creer que no te guardo el respeto suficiente! Si me manda al calabozo por ello tú serás la responsable y recaerá sobre tu conciencia de Reina -la amenazó.


-Lo único que va a pensar es que te has bebido tú sola una barrica de hidromiel -le dijo. Jasper no podía dejar de reír ante la escena que estaba presenciando. Sin duda, el buen talante de las dos primas era envidiable.


-Pues déjame informarte de que sólo he bebido un vaso y ha sido para brindar por vuestra felicidad -le aclaró.


-Muchas gracias -dijo Jasper sin parar de sonreír.


-Pero mi señor, ¿acaso le creéis? ¿no veis el fulgor de sus mejillas? -bromeó Alice. -Tal sonrojo no puede ser producto de un sólo vaso.


-Es que hace mucho calor aquí -se justificó Bella. -De hecho me dirigía al jardín a tomar el fresco -le informó.


-Creí entender que veníais a felicitarnos, Alteza -contestó Jasper, uniéndose a la broma. Bella hizo una mueca al verse descubierta.


-Tienes ventaja -le reclamó a su prima -sois dos contra una -refunfuñó Bella. La pareja se miró y comenzaron a reír nuevamente.


-Creo que estaría bien esa visita al jardín -le aconsejo finalmente Alice -¿Quieres que te acompañe?


-No, no, como se te ocurre abandonar tu fiesta -la regañó Bella.


-En cualquier caso no deberíais salir sola -admitió Jasper. -Emmett, ¿puedes venir? -le pidió haciéndole una seña para llamar su atención.


-Majestad -dijo mientras hacia una reverencia en cuanto llegó hasta ellos. Ambas primas rieron al unísono al recordar el mismo gesto de Bella hacía unos momentos. El rostro serio de Emmett se llenó de confusión.


-La hidromiel -dijo Jasper en tono divertido a modo de explicación. Emmett asintió entendiendo. -De hecho, quería pedirte que acompañaras a Su Alteza al jardín, a que tome un poco de aire.


-Por supuesto, Majestad -accedió Emmett con una sonrisa, extendiendo su brazo hacia Bella. -¿Vamos, Alteza?


Bella asintió y tomó su brazo.


-Ah! Y mi enhorabuena a los dos -añadió con voz chisposa antes de retirarse. Ambos le respondieron con una sonrisa.


De camino al jardín, pasaron cerca de Edward y de su rubia acompañante. Bella hizo todo su esfuerzo por mantener su sonrisa y no dirigir su mirada a ellos en ningún momento. Era cierto que había bebido un poquito más de la cuenta. Tener a la pareja en la mesa de enfrente donde perfectamente podía observar las atenciones que la Princesa Tanya le prestaba a Edward estaba poniéndola de muy mal humor, así que decidió solventarlo con un par de vasos de hidromiel y, la verdad, había funcionado, hasta ese momento en que sus efectos eufóricos estaban evaporándose, dejando paso al sopor.


-¿Os encontráis bien? -le preguntó Emmett mientras la ayudaba a sentarse en uno de los bancos de piedra del jardín.


-Oh, sí, no te preocupes, Emmett, Alice ha exagerado un poco -le tranquilizó Bella. -Ya sabes que no me siento muy cómoda en las celebraciones y con tanto gentío me estaba empezando a acalorar.


-Justo lo contrario que vuestra prima -puntualizó él.


-Sí -sonrió Bella -Alice está disfrutando muchísimo. Hay tantos invitados, incluso han acudido de reinos tan lejanos que apenas sabía que existían -admitió.


-¿Entonces no conocéis al joven que ha estado acompañando a la Princesa Rosalie? -le inquirió Emmett.


Bella lo miró extrañada. Era cierto que Rosalie había estado acompañada por cierto joven durante todo el día. En realidad no se había apartado de ella ni un instante y parecían haber congeniado por las miradas y sonrisas que ambos se dedicaban.


-Bueno, no lo conocía pero Su Alteza me lo presentó al terminar la ceremonia -le explicó. -Su nombre es James y es el Duque de Bogen.


Emmett lo miró con aire de desconfianza.


-Efectivamente, ese es uno de los reinos de los que te hablaba. Yo tampoco lo conocía -concordó ella. -Pero ¿por qué la pregunta? -quiso saber.


-Su cara me resulta familiar.


-¿Te resulta familiar? -preguntó sorprendida.


-Sí y admito que me tiene desconcertado. Estoy seguro de que lo he visto antes pero no consigo situar donde ni cuando -le explicó atormentado.


-Bueno, teniendo en cuenta lo lejano de su Reino, no creo que hayas tenido muchas oportunidades de verlo. Quizás sus facciones te recuerdan a alguien más -supuso Bella.


-Puede ser -dudó Emmett.


-Que casualidad encontraros aquí -la voz de Edward interrumpió su conversación. -¿Os encontráis bien, Alteza? -preguntó al verla en compañía del guardia.


-Necesitaba aire fresco y Emmett me está acompañando -le dijo sin apenas mirarlo.


-En realidad, quisiera volver al Salón por si a Sus Majestades se les ofreciera algo -admitió él. -Así que, ya que vos...


-Por supuesto, Emmett, yo me hago cargo de la princesa -se ofreció Edward amablemente. Emmett se inclinó agradecido.


-Entonces, si me disculpan, yo me retiro -añadió el guardia casi marchándose de inmediato, sin dejar que Bella contestase.


-Creo que deberíais entrar también, vuestra pareja podría extrañar vuestra presencia -le aconsejó Bella con la ironía marcando su voz.


Justo en ese momento, a lo lejos, escucharon la voz de Tanya y de Jacob, llamándolos.


-Creo que podría decir lo mismo de vuestro acompañante -concluyó Edward con disgusto.


Sin darle oportunidad de reclamar, la tomó de la mano y tiró de ella, corriendo hacia el interior del jardín, alejándose de aquellas voces que los reclamaban. Se dirigió hacia uno de los setos altos que se situaban casi al final del parterre y se ocultaron detrás.


-¿Me podéis explicar que estáis haciendo? -le espetó Bella mientras se soltaba de su mano.


-Bajad la voz -le ordenó él.


-¿Qué pensaría vuestra prometida si supiera que os escondéis de ella? -le preguntó con sarcasmo.


-¿Qué os hace pensar que es mi prometida? -La voz de Edward sonó contrariada.


-¿Qué tal si os digo que ella misma? -le contestó. Edward la miró lleno de confusión.


-He tenido la fortuna de gozar de su compañía durante la ceremonia -le explicó Bella. -El momento más interesante ha sido cuando, entre suspiros lastimeros me contó sus deseos de ser ella la que ocupara el lugar de mi prima pero con vos a su lado.


-¿Y eso os hace pensar que es mi prometida?


-Eso, que me haya hablado de sus intenciones de mandar a bordar vuestras iniciales en todo su ajuar y el hecho de que no os hayáis separado de ella ni un instante en el día de hoy -le informó cruzándose de brazos.


-Si es por eso yo debería pensar lo mismo de vos y del Principe Jacob -le reclamó.


-¿Os ha dicho que también va a bordar su ajuar con nuestras iniciales? -cuestionó llena de ironía.


Edward tuvo que esforzarse para no reír. Quizás Bella no era consciente de ello pero, cualquiera que los hubiera visto, podría asegurar que estaba presenciando la típica escena de celos entre enamorados. Edward no podía negarse que estaba disfrutando de la situación, además de que Bella se veía aún más hermosa así, tan irritada como estaba, con sus mejillas ardiendo por el enojo.


-Él tampoco se ha separado de vos ni un instante -le aclaró por fin.


Tal afirmación la dejó sin argumento.


-¿Debo entender por vuestro silencio que es vuestro prometido? -quiso saber.


-Tenéis mala memoria. Ya os dije que no estaba prometida.


-Lo recuerdo perfectamente, igual que recuerdo que me dijisteis que un "posible" pretendiente os aguardaba -la corrigió él. -Imagino que os referíais a él.


Bella se limitó a asentir sin atreverse a mirarlo.


-Si sigo haciendo gala de mi buena memoria, vos me dijisteis que no estabais interesada. Aunque en realidad no sé si os referíais al matrimonio o a él -dijo en tono acusatorio.


-¿Tenéis algo que reclamarme? -le reprobó.


-En absoluto, Alteza. Sólo intento descubrir el motivo por el que no os habéis separado de él ni un segundo. Pero, por supuesto que no tenéis que darme ningún tipo de explicación si no es vuestro deseo.


-Pues para vuestra información os diré el Príncipe Jacob es un amigo de la infancia al que tengo en alta estima. No me parecía correcto dejarle solo teniendo en cuenta de que a la única persona que conoce, aparte de mi prima y mi padre, soy yo. Puedo aseguraros que ellos le habrían acompañado encantados si no hubieran estado un tanto ocupados. Os recuerdo que eran la novia y el padrino -añadió con sorna.


-Sin embargo, me parece injusto que, acaparando él todo vuestro tiempo, el resto no hayamos tenido ocasión de disfrutar de vuestra compañía -admitió tras un breve silencio, sintiendo cierto alivio al ser sus temores infundados.


Ahora Bella lo miraba asombrada.


-No creo que necesitéis de mi compañía si tenéis a la Princesa Tanya colmándoos de atenciones -afirmó, arrepintiéndose inmediatamente de sus palabras. Se giró para no enfrentarlo. Quizás estaba dejando demasiado claros los motivos de su comportamiento y eso era algo que no estaba dispuesta a reconocer.


-Es posible que ya hayáis olvidado los momentos tan agradables que hemos pasado en estos últimos días, y puede que tampoco os diga nada el hecho de que haya intentado acercarme a vos durante todo el día sin haberlo conseguido. Casi he tenido que raptaros para hablaros -dijo sonriendo. -Vuestro casi-pretendiente es muy obstinado.


Bella no pudo evitar reír. Edward se colocó ante ella y, levantando su barbilla, la obligó a mirarle.


-Por fin -dijo con alivio. -¿Debo entender por vuestra risa que ya no estáis disgustada conmigo?


-En ningún momento he dicho que estuviera molesta con vos -le corrigió, apartándose de él, debía hacerlo si pretendía mantener la compostura. Pero su nerviosismo no le pasó desapercibido a Edward y sintió deseos de presionarla un poco más, su rubor era adorable. Sin embargo no era el mejor momento, apenas si le conocía y ella podría malinterpretar sus intenciones, cosa muy probable en vista de su malestar.


-Me alegra el saberlo. Y por si os queda alguna duda, os aclaro que la princesa no es mi prometida, ni hay intención por mi parte de que así sea -añadió.


-Creo que no es a mí a quien debéis aclarárselo -le instó mirándolo duramente.


-Tenéis razón -admitió. -Quizás ella haya confundido mi caballerosidad con otro tipo de atenciones. Deberé reparar mi falta lo antes posible. Sólo espero que este malentendido no me prive de vuestra compañía -concluyó lanzándole a Bella una de esas sonrisas deslumbradoras.


-Sí así lo deseáis... -titubeó ella.


-Por supuesto que lo deseo -susurro él. Bella giró su rostro intentando ocultar su sonrojo. Edward rió para sí, en verdad era encantadora. Tomó de nuevo su barbilla para disfrutar de nuevo de ese ardor en sus mejillas.


-Me veo en la obligación de recordaros que pasado mañana tenemos otra de nuestras acostumbradas citas. Si no recuerdo mal es vuestro turno y espero que no faltéis a vuestro compromiso -le insinuó -no querréis quitarme la satisfacción de escuchar vuestra voz ¿verdad? -musitó Edward.


Aquella voz aterciopelada como un murmullo la turbaba por completo. No era capaz de articular palabra, simplemente se limitó a negar con la cabeza, o ¿debería haber afirmado? Sentir la suavidad de sus dedos en su barbilla tampoco ayudaba. Si al menos dejara de mirarla así, si le permitiera pensar con claridad. Pero Edward no tenía intención de hacerlo, al contrario, parecía haberse perdido en la oscuridad de esos ojos, en el fulgor de sus mejillas. Lentamente recorrió la línea de su rostro hasta su mejilla, sintiendo el calor en las yemas de sus dedos. Bajo su tacto, Bella sintió como un escalofrío recorría todo su cuerpo, haciéndola temblar.


-¿Tenéis frío? -preguntó suavemente. Bella asintió. Sin que apenas se diera cuenta, Edward se había quitado su capa y se la había puesto sobre los hombros.


-Creo que debería entrar. Ya es tarde y debo ayudar a mi prima a prepararse -dijo al fin en un momento de lucidez.


-Está bien -accedió Edward mientras le ofrecía su mano.


Cuando entraron al Salón a Bella no le pasaron inadvertidos los rostros de Tanya y de Jacob. Se alegró al ver que Esme y Rosalie la llamaban, era el momento de llevarse a Alice a sus aposentos. Respiró con alivio sabiendo que no tendría que lidiar con Jacob en ese instante. Se despidió de Edward devolviéndole la capa y, en compañía de las otras dos mujeres, fueron en busca de su prima.


En la recámara de Alice, la tres mujeres revoloteaban a su alrededor disponiéndolo todo mientras ella las observaba sentada en su cama. El vestido de muselina era sustituido ahora por una larga camisola de lino abrochada con lazos de seda y su pelo se veía libre de aquella lluvia de flores que lo habían adornado hasta hacía un momento. No quedaba rastro de la novia que había entrado poco tiempo antes en aquella habitación, ocupada ahora por una esposa, que esperaba en el que sería el lecho conyugal.


-Verás como todo va a salir muy bien -le susurró Bella mientras la abrazaba antes de irse.


Alice asintió mientras veía a su prima unirse a Esme y a Rosalie. Las tres le dedicaron una sonrisa de confianza antes de cerrar la puerta. Apretó las rodillas contra su pecho, suspirando profundamente, tratando de controlar los temblores que provocaba su nerviosismo.


Sabía perfectamente lo que iba a suceder esa noche pero, aún así no pudo evitar que aflorara su temor virginal. Sólo esperaba que él se mostrara tan gentil como lo había sido hasta entonces. Sin duda ella cumpliría con su deber de esposa y se entregaría a él, pero confiaba en que él se conformara con recibir sólo su cuerpo, pues aún no estaba preparada para entregarle su alma y su corazón.


Otra vez deseó haber tenido más tiempo para conocer a su marido. No podía negar que ciertos sentimientos empezaban a brotar en su corazón pero ¿era eso el amor? Rápidamente desechó esa idea de su mente y se convenció de que, en realidad, no tenía motivo de queja. Muchas mujeres que se veían obligadas a contraer matrimonio como ella se entregaban a sus maridos sin sentir ningún tipo de atracción por ellos, hasta sentían hastío. Al menos Jasper le resultaba muy atractivo, incluso debía reconocer que le agradaba como hombre. Recordó el beso que le había dado horas antes en el altar y se sintió ruborizar de nuevo. Recordaba como la había apretado contra su cuerpo mientras acariciaba sus labios con los suyos con vehemencia, sintiendo el ardor emanando de su boca, como si el deseo por besarla hubiera estado por encima de su propia voluntad. Alice se estremeció y apretó más las rodillas contra su pecho. ¿sería eso suficiente para ellos?


Alice escuchó pasos en el corredor que se detenían frente a su puerta.


-¿Puedo pasar, mi señora? -preguntó Jasper desde el pasillo.


-Adelante -le indicó ella. El momento ha llegado, dijo para sí. Suspiró nuevamente intentando mostrarse más calmada ante él. Jasper cerró la puerta y se quedó de pié, cerca de la cama.


-¿Qué os ha parecido la fiesta? -preguntó intentando iniciar la conversación.


-Bien -musitó Alice, esforzándose por que no se le cortase la voz.


-Si no fuera porque el protocolo lo exige, habría invitado a menos de la mitad. Reconozco que no conocía a muchos de los que han asistido -continuó.


Alice contestó con un simple movimiento de cabeza. Jasper sonrió ante lo evidente. Se sentó en la cama frente a ella, tomó una de sus manos aferrada a sus piernas y la besó.


-Tranquila -le susurró acariciando su mano lentamente. Alice sintió que su caricia lanzaba olas de sosiego por todo su cuerpo.


Jasper aguardó paciente hasta que notó su respiración más pausada, tras lo que volvió a hablar. -No pienso forzaros a nada -le dijo soltando su mano -no pretendo que os entreguéis a mí esta noche.


Alice lo miró sorprendida y llena de confusión.


-Os ruego que no me malinterpretéis, no os estoy rechazando -se apresuró a explicarle. -Al contrario, os estoy ofreciendo lo que creo que podría tener más valor para vos en este momento, todo mi tiempo.


-No os comprendo, mi señor.


-Sé que cumpliríais sin reparos con vuestros deberes como esposa y yo lo aceptaría gustoso si sólo buscara cubrir mis necesidades como hombre, pero, en estos momentos me urge más satisfacer la necesidad de mi alma. Para ser sincero, busco algo más de nuestra unión, algo más que la simple unión de dos cuerpos -habló con gran calma.


Alice guardó silencio. Prefería dejarle terminar, temía estar confundiendo sus palabras así que decidió no interrumpirlo.


-Dudo que esta noche podáis entregarme algo más aparte de vuestro cuerpo y de vuestra virtud, que, sin duda, serían el más preciado de los regalos. Sin embargo, hay algo que me dice que eso no sería suficiente ni para mí, ni para vos. Y sé que es una osadía por mi parte pretender que algún día podáis entregarme vuestro corazón por entero, pero sí espero que, al menos, se sienta preparado para aceptarme como esposo y como hombre.


Alice no podía creerlo, de nuevo creyó que Jasper tenía el poder de leer en su alma de una forma clara e inequívoca. ¿Acaso había escuchado sus pensamientos y sus plegarías de hacía unos minutos?


-Por mi parte, prometo esperar pacientemente ese momento y, con la Gracia de Dios, confío estar a vuestro lado cuando llegue ese día.


Sin más, tomó de nuevo su mano y la besó en la palma.


-Ahora descansad -dijo mientras con su pulgar acariciaba el lugar donde se habían posado hacía un instante sus labios. -Acordaos de que mañana debemos asistir al torneo que ha organizado Edward en nuestro honor.


-Que descanséis -asintió ella sonriendo tímidamente. Jasper respondió con otra sonrisa, tras lo que se levantó y, con paso decidido, se dirigió a la pequeña puerta que separaba las habitaciones por la que desapareció.


En cuanto escuchó como se cerraba la puerta, Alice se dejó caer sobre la cama llena de alivio, pero también de confusión. ¿Era cierto lo que acababa de pasar hacía unos momentos en esa habitación o sus anhelos habían jugado con su subconsciente y había sido todo producto de su imaginación?


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CAPITULO 8

Bella se detuvo frente a la puerta de la recámara de su prima, con el puño alzado. Dadas las circunstancias, quizás no era el momento apropiado para una visita matutina. Había decidido retirarse cuando escuchó que se abría la puerta de al lado, encontrándose con Jasper que la miró sorprendido al verla allí. Bella se sonrojó al pensar de nuevo en su intrusión.


-Buenos días, Majestad -le saludó rápidamente haciendo una reverencia. Jasper sonrió.


-Alteza, teniendo en cuenta que ya somos familia y que os hospedáis en el castillo, hecho que confío será por una larga temporada, opino que podríamos saltarnos ese formalismo ¿no creéis? -puntualizó con expresión confiada.


-Gracias por la deferencia, Majestad -sonrió Bella.


-No las merece. Además, de otro modo deberíais actuar igualmente con vuestra prima y creo que anoche quedó de manifiesto cual sería el resultado -Bella enrojeció al recordar su comportamiento poco decoroso de la noche anterior.


-No era mi intención incomodaros, Alteza -se apresuró a añadir. -Anoche era un motivo de celebración y vuestra actuación no desentonó en absoluto con el ambiente jocoso y animado propios de la ocasión. De hecho, me alegro de que os divirtierais -concluyó.


-Sí, Majestad -afirmó algo más calmada. Jasper asintió.


-Imagino que vuestra prima aún duerme -le indicó cambiando de tema. -Por favor, decidle que la espero en el comedor para desayunar.


Dicho eso, se retiró dejando a Bella sumida en la confusión. Cuando entró en la habitación halló a Alice desperezándose.


-¿Con quién hablabas? -preguntó con voz somnolienta.


-Con tu esposo -respondió aún confundida.


-¿Sucede algo? -dijo al ver la expresión de su prima. Bella se mantuvo en silencio mientras se acercaba a la cama para sentarse, tratando de ordenar sus ideas.


-¿Qué pasa? -le inquirió Alice impaciente ante su silencio.


-¿Me equivoco si pensase que Jasper no ha dormido contigo? -susurró insegura ante la suposición que se abría paso por su mente.


-Estás en lo cierto -afirmó con aire despreocupado.


-¿Cómo? -se sorprendió Bella. Alice pasó a narrarle lo sucedido en la que debería haber sido su noche de bodas.


-Aún no puedo creerlo -admitió sin ocultar su asombro cuando Alice terminó su relato.


-Yo tampoco sé muy bien que pensar -concordó Alice. -No sé como tomarlo, por un lado me aseguró que no era rechazo hacia mí pero, no concibo que motivo le llevó a no querer consumar nuestro matrimonio -reconoció un tanto avergonzada por el tema que estaban tratando.


-Yo sí creo entenderlo -aseguró firme. Alice la miro incrédula.


-¡Ah, sí! Ilústrame -se mofó.


-Te está pidiendo que lo ames -sentenció Bella. Alice hizo estallar una carcajada.


-Bella, creo que aún te duran los efectos de la hidromiel -se rió.


-No estoy bromeando, Alice. -La voz de Bella sonó seria. -Él mismo te dijo que esperaba algo más de vuestra unión, algo más allá de lo físico, algo espiritual. Qué más aparte del amor puede hacer que los lazos matrimoniales sean indelebles e irrompibles.


-No hay que ser tan místico, Bella. El respeto, la lealtad e, incluso, el afecto serían suficientes -respondió Alice convencida.


-Me cuesta mucho creer que, precisamente tú, pienses que esas puedan ser las bases de un matrimonio -se rió


-En un matrimonio convenido eso es más de lo que se pueda desear -afirmó con cierta aflicción.


-¿Me quieres convencer de que lo único que puedes llegar a sentir por tu esposo es "afecto"? -cuestionó haciendo hincapié en esa última palabra -Pues déjame decirte que ya es un poco tarde para eso -se burló Bella. Alice le hizo una mueca.


-Alice sabes que tengo razón y el único motivo por el que intentas negarlo es porque estás enamorada de él y tienes miedo a su rechazo.


-¡Bella! -la reprendió alice.


-¿Acaso no ves que quizás él no te lo ha dicho abiertamente por el mismo motivo? -continuó, haciendo caso omiso a sus replicas y mohines. -Con certeza Jasper piensa que, siendo tan breve el tiempo que os conocéis, es poco probable que sientas algo por él y prefiere mostrarse cauteloso y darte tiempo con la esperanza de que algún día le correspondas. Pero además, de esa forma, él también protege sus sentimientos frente a un posible rechazo por tu parte.


Alice quedó muda ante tal razonamiento.


-Por eso no quiso que te entregaras a él, no quiere tu cuerpo únicamente sino tu corazón -concluyó Bella.


-¡Bella! -la espetó enrojecida.


-Piensa lo que te digo detenidamente y verás que tengo razón -añadió. -Por lo pronto vístete que tu esposo te espera a desayunar.


-¿Qué? ¿Y por qué no me lo has dicho antes? -le exigió Alice saltando de la cama mientras Bella la observaba sin parar de reír.


Con tantos caballeros y nobles reunidos en la arena, el torneo prometía ser todo un éxito. El palenque estaba repleto de estandartes, banderas, gallardetes y escudos de armas pertenecientes a los participantes que representaban a sus reinos en la contienda. Al ser por motivo de celebración, todas las armas eran simuladas para evitar heridas y daños en los combatientes, pero eso no le restaría vistosidad y emoción a los juegos.


En el tablado real, presidido por Jasper y Alice y custodiados por Emmett, se encontraban Bella y su padre, Rosalie, que seguía acompañada por el Duque James como si fuera su sombra, los padres de Edward y, para descontento de Bella, la Princesa Tanya y su familia. Observó como, a pesar de la indiferencia que mostraba Edward, Tanya no hacía más que dedicarle sonrisas insinuantes tratando de llamar su atención.


Edward, a pesar de haber organizado él mismo el torneo, participaba en los juegos. De hecho, en ese momento se encontraba en la liza escogiendo una de las armas sin corte para el combate a espada que tendría lugar a continuación. Bella se estremeció al ver como Jacob, blandiendo ya su arma, se aproximaba a la liza desde el otro extremo, el del contrincante. Aún recordaba lo enojado que se había mostrado con ella después del desayuno, reprochándole el haber abandonado la fiesta la noche anterior, para volver del brazo de Edward, mientras él la había estado buscando por el jardín.


Sabía que aún estaba molesto pues las excusas que Bella le había dado no le habían parecido suficientes. Sin embargo, en cierto modo, a Bella no le preocupaba en demasía pues, en su opinión, sus explicaciones habían sido más que satisfactorias en aras de su compromiso de amistad para con él. En cualquier caso, le preocupaba que Jacob pudiera descargar su enojo con Edward, las armas podían ser corteses, pero un golpe con mala voluntad podía dejarlo maltrecho.


Tanya volvió a agitar su pañuelo por enésima vez llamando la atención de Edward indicándole que se acercase. El muchacho observó con desgana como la mayoría del público cuchicheaba mirando a la princesa, así que ya no consideró oportuno el ignorarla por más tiempo. Mientras se acercaba al tablado miró a Bella con ojos afligidos, casi con una disculpa, aunque no servía de mucho al ver lo apagado de su mirada oscura. Tanya estaba empezando a resultar una molestia, su acercamiento a Bella se estaba viendo empañado por el comportamiento de la princesa.


-Deseo que llevéis mi pañuelo en prenda para que os dé suerte en el combate -le pidió en cuanto se acercó a ella. Edward asintió tomándolo y volvió a dirigirse hacia la arena. Lógicamente, y para su disgusto, debía aceptar, no podía desairarla en público, pero al menos, no lo ató a su muñeca como símbolo de afecto a la dama dueña de la prenda, si no que lo ató en el mango de la espada. Ese gesto que daba un atisbo de alivio al tormento de Bella, suponía cierta indignación, aunque bien disimulada, para Tanya.


Jasper levantó su brazo indicando a los combatientes que tomaran sus posiciones. Cuando ambos se hallaban listos, lo bajó rápidamente, dando así comienzo al encuentro. Como eran juegos amistosos, la lucha acabaría cuando uno de ellos desarmara al otro o cuando le hiciera salir dos veces del ámbito marcado con cal en la liza.


Jacob comenzó el ataque, sus lances eran poderosos, aunque Edward los esquivaba con maestría.


-El príncipe tiene brazo potente -le comentó James a Rosalie.


-Sí -admitió ella -pero os sugiero que no perdáis de vista a mi primo, su agilidad y rapidez son asombrosas -le sugirió.


Emmett seguía de cerca la conversación de esos dos tratando de ocultar su mal humor. El hecho de no poder situar el rostro del duque lo irritaba, estaba completamente seguro de que lo había visto antes. Además, no ayudaba a su humor el hecho de que no se separara de la princesa ni un momento. No hacía más que intentar adularla con su palabrería, cosa que le hacía gracia pues casi rozaba la fanfarronería en su afán por agradarla. En cambio, lo que se le fastidiaba realmente era lo complacida que se mostraba ella. El por qué escapaba a su entendimiento pero el sonido de cada una de sus risas provocadas por la cháchara de aquel duque le estrujaba las entrañas dolorosamente. Un grito de exclamación por parte del público le hizo fijarse de nuevo en la lucha. Al parecer, Jacob había golpeado a Edward en el brazo izquierdo con su espada, haciéndole perder el escudo y dejándolo dolorido.


-Vuestro amigo se toma el combate muy en serio -le indicó Jasper a Bella.


-Eso parece -admitió ella preocupada.


Edward apartó rápidamente con el pié el escudo y tomando la espada con ambas manos, comenzó a moverse alrededor de Jacob. Debía reconocer que sus ataques eran decididos y firmes y su energía parecía inagotable, era un buen adversario. Jacob, sin más dilación lanzó otro ataque, haciendo saltar chispas de la espada de Edward cuando lo recibió. Edward sabía que esa impetuosidad y esa fuerza eran buenas cualidades para un combate, pero no las únicas. Jacob prosiguió con sus ataques contundentes mientras Edward se mantenía a la defensiva. El saberse dominante le daba nuevos bríos a Jacob, por lo que sus embates se volvían cada vez más agresivos. El joven se alejó un poco para volver a arremeter con violencia y, de nuevo, Edward recibió su golpe pero esta vez, con una gran muestra de agilidad y presteza, se apartó inmediatamente de él. La propia fuerza que Jacob asestó a su ataque y sin la espada de Edward para absorber esa potencia, hizo que su propio cuerpo se desequilibrase y cayese al suelo. Rápidamente Edward apartó su espada con el pié mientras con la suya apuntaba sobre el pecho de Jacob, que lo miraba desde el suelo con los ojos llenos de furia, mientras el público rugía de excMitación ante el desenlace del encuentro. Edward miró a su primo que, asintiendo con la cabeza anunciaba que, efectivamente, la lucha se había desarrollado de modo honorable y, por tanto, él era el ganador. Le ofreció la mano a Jacob para ayudarle a incorporarse pero, tal y como Edward esperaba, la rechazó. Ambos se colocaron ante el cadalso real inclinándose mientras todos aplaudían en reconocimiento a los luchadores. Edward miró a Bella que le sonreía mientras aplaudía como los demás. Que aquellos ojos volvieran a dedicarle su brillo bien valían los golpes que Jacob le había asestado.


-Veo a que os referíais, Alteza -puntualizó James.


-Ya os lo dije -sonrió Rosalie mientras aplaudía a su primo. -Por cierto, tengo cierta curiosidad, Excelencia.


-Podéis preguntarme lo que deseéis -acordó complaciente.


-Habiéndome relatado varias de vuestras gestas y contiendas de las que habéis sido partícipe, algunas tan cruentas como la Batalla de Teschen, y entendiendo que sois un hombre de acción, me sorprende que no hayáis participado en los juegos.


-¿La Batalla de Teschen? -pensó Emmett mientras les escuchaba lleno de confusión. Esperó que el duque la corrigiera en su error, sin duda Rosalie había confundido el nombre de la batalla en cuestión pero, esa corrección por parte del duque no llegó jamás, sólo escuchó su risa presuntuosa.


-Reconozco que están resultando muy interesantes pero no lo suficientemente excitantes como para que me alienten a dejar vuestra compañía -murmuró insinuante.


-¿Y cómo deberían ser para alentaros? -susurró ella siguiendo su juego. Rosalie recibió una mirada de censura por parte de Jasper. Aquel duque desconocido no le inspiraba ninguna confianza y el hecho de que su hermana se mostrase tan cordial y entusiasmada con él no le agradaba en absoluto. Sin embargo, a ella no parecía importarle su opinión.


-Quizás si fuese otro el premio -sugirió él.


-¿Cómo cual? -quiso saber.


-Un beso.


-¡Excelencia! -exclamó Rosalie con fingida reprobación.


-Por un beso vuestro lucharía con cualquiera que esté dispuesto a probar el hierro de mi espada -aventuró James.


-Entonces no os importaría pelear conmigo, Excelencia -la voz de Emmett hizo que todas las miradas de los que estaban en aquel tablado se posaran sobre él. No había terminado de hablar cuando ya se sintió arrepentido de lo que estaba diciendo. No podía entender el motivo de aquel arrebato suyo, quizás fue la palabrería de aquel duque fanfarrón o esa risa femenina que seguía golpeando su pecho. De todos modos, ya era demasiado tarde para lamentarse y debería llegar hasta la última consecuencia en la que derivase su imprudencia.


-¿Contigo? -James lo miró con desdén -¿Cómo te atreves? ¿No sabes que en un torneo sólo pueden participar nobles y caballeros? -lo observó de pies a cabeza -Viéndote no creo que seas ninguna de las dos cosas -dijo con sorna.


-Vos mismo habéis dicho que os enfrentaríais a cualquiera, Excelencia -respondió Emmett con seguridad. -Con esa afirmación vos mismo revocáis esa regla. Por otro lado -prosiguió -como podéis comprobar, Asbath, la patria de Su Majestad, la Reina, no ha tenido representante en el torneo. Si Su Majestad lo permite, sería un honor para mí representarlo.


-Un honor y una osadía -espetó con indignación -Pretendiendo enfrentarte a un noble...


Viendo que Jasper no intervenía interrumpiendo ese enfrentamiento verbal entre ambos hombres, Emmett decidió continuar.


-Excelencia, en la arena poco papel tienen la nobleza y los títulos. Se miden el coraje y la valentía de los hombres y eso no es exclusivo de la realeza -aseveró. -En cualquier caso, si vos pensáis que la sangre azul que pueda correr por vuestras venas influiría en el desarrollo de la contienda, ya no tenéis de que preocuparos, pues con seguridad os haréis con el triunfo. Como bien habéis dicho, no soy ningún noble, sólo un simple guardia -le desafió mirando fijamente a sus ojos. Tras unos segundos se colocó frente a Jasper y se arrodilló ante él, inclinando su cabeza con humildad.


-Majestad, os ruego me concedáis el honor de poder representar a mi patria en este torneo en el que precisamente festejamos que Su Majestad se haya convertido en nuestro rey.


-Levántante, Emmett -murmuró Jasper tomándolo por el brazo para que se incorporara. Alice le lanzó una mirada exhortativa a su marido, le preocupaba que se ofendiera ante la petición del muchacho. Jasper le dedicó una leve sonrisa para calmar su angustia mientras se ponía en pié.


-Mi primo, el Príncipe Edward, ha organizado estos juegos con la única intención de entretener a los presentes y festejar, como broche a las celebraciones del día de ayer ¿cierto? -preguntó dirigiendo la mirada a Edward que se había acercado al estrado al escuchar a Emmett. Edward asintió firmemente mientras sonreía, preguntándose que cariz tomaría la inusual petición del guardia. Por supuesto que no coincidía en absoluto con lo que afirmaba el tal llamado James que, por cierto, le era del todo desagradable, al contrario, el discurso de Emmett le había resultado de una lógica irrefutable. A pesar del malentendido respecto a su comportamiento con Alice de los primeros días, siempre se había mostrado impecable en su actitud, y el desafío lanzado al estirado del duque había hecho que, sin duda, se ganase su simpatía. Ojala su primo lo dejara combatir y le diese una buena lección.


-Como bien ha puntualizado Emmett, Asbath no ha tenido representación en este torneo -concordó Jasper. -Siendo en parte estos juegos en honor a mi esposa, no es justo que así sea. Teniendo en cuenta eso, el hecho de que, efectivamente, esto es para el divertimento general y sin que sirva de precedente, no tengo inconveniente alguno en que participes en estos juegos -le confirmó a Emmett. Luego se giró hacia James.


-Yo mismo he escuchado como le decías a mi hermana que lucharías con cualquiera. Como hombre de honor deberías mantener tu afirmación y enfrentarte a mi guardia -resaltó Jasper esas dos palabras, dándole a entender así a James que, pretendiendo ofender a Emmett lo ofendía a él también.


-De acuerdo, Majestad -asintió contrariado -Pero ya que accedo a un pedido tan poco común, creo que deberíais concederme cierta deferencia.


-¿Y cuál sería? -preguntó.


-Yo elegiré la suerte en la que nos enfrentaremos -propuso.


-Me parece justo -accedió Jasper. -¿Qué escoges?


-La justa -sonrió con perfidia.


Alice trató de ahogar un gemido de preocupación, en realidad todos se habían sorprendido ante tal sugerencia, incluso Rosalie lo miraba con turbación. Por un momento desvió su mirada hacia Emmett, al que no parecía afectarle lo que acababa de oír. Rosalie pensó que hasta ahí había llegado la insolencia del guardia. La justa solía practicarse sólo en torneos y no creía que Emmett hubiera participado en muchos dado su estatus, así que su inexperiencia era casi una certeza. Además, solía evitarse en torneos amistosos pues, aunque la lanza fuese roma, las caídas del caballo eran muy frecuentes y el jinete podía resultar gravemente herido. Jasper también lo miró con recelo, pero Emmett asintió aceptando el reto.


-De acuerdo -sentenció Jasper finalmente. -Os recuerdo a ambos que se trata de un torneo amistoso. Se harán cuatro pasadas, cada toque al adversario será un punto pero, si alguno es derribado perderá la contienda. En caso de empate, lucharéis a espada.


Los dos hombres asintieron aceptando las reglas y se encaminaron a la liza, cada uno a un extremo para elegir la lanza. Pero antes, James volvió sobre sus pasos y se dirigió a Rosalie desde la arena.


-Alteza, ¿me ofreceríais vuestro pañuelo como prenda? -le pidió. -Sería mi amuleto.


-Por supuesto, Excelencia. -Rosalie miró a Emmett por un segundo y vio como, apoyado en la lanza, los observaba con desgana. La rabia se apoderó de ella y así se lo hizo saber con la mirada mientras le entregaba su pañuelo a James. Deseó que el duque dejase su amor propio por los suelos como castigo por su descaro. James se encaminó de nuevo a la palestra colocándose el pañuelo en la muñeca, dirigiéndole una mirada victoriosa al guardia. Emmett por su parte se mostró impasible aunque en su interior maldecía esa nueva faceta recién descubierta de su naturaleza, la impetuosidad, y todo provocado por aquella mujer coqueta y altanera. Miró el rostro afligido de Alice y le dolió en lo más profundo. Sin duda tenía muchos motivos por los que ganar esa justa.


-Mi señor, quisiera pediros algo -susurró Alice apenada.


-¿Qué sucede mi señora? -Jasper tomó su mano preocupado.


-¿Puedo ofrecerle mi pañuelo a Emmett? -preguntó con aire inocente.


-Claro que sí -asintió sonriendo ante la candidez de su esposa. Vio que no sólo su afecto por el guardia si no la inquietud por su seguridad la incitaban a hacerle sentir respaldado y a él, lejos de molestarle, le pareció un gesto lleno de bondad.


Alice se puso en pié produciendo un silencio generalizado en los presentes. Los murmullos no se hicieron esperar, todos se preguntaban a que se debía el comportamiento de la soberana. Alice miró a su esposo, quizás debería haber sido más cautelosa. Comprendió en ese momento a que se había referido Emmett aquel día al decirle que su actuar podía repercutir en su esposo. Jasper, para consuelo de Alice, pareció leer su pensamiento como acostumbraba a hacer y él mismo hizo un gesto a Emmett para que acudiera hasta ellos en muestra de apoyo por su proceder.


-Majestad -se inclinó ante Alice.


-Quisiera que me honraras aceptando mi pañuelo -dijo dulcemente pero con decisión.


Emmett no pudo ignorar las murmuraciones a su alrededor y miró a Jasper. Él asintió con la cabeza dando su aceptación así que Emmett ofreció el mango de su lanza a Alice, como señal de respeto, para que ella misma anudase el pañuelo.


-No dudo que dejarás en buen lugar la patria de tu reina -le aseguró Jasper, alentándolo.


-Gracias, Majestad -hizo una reverencia y caminó hacia su caballo. El propio capitán de la guardia, Peter, se había apresurado a traerlo de las caballerizas y prepararlo para él, incluso ya le ofrecía una cota de malla y la lorica para que protegiera su pecho y un yelmo. Emmett palmeó su espalda agradecido. Tantas muestras de apoyo le estaban empezando a abrumar, acrecentando su coraje e intentó por todos los medios que aquella fría mirada azul dejase de producir efecto en su buen ánimo.


Aprovechando ese momento en que los dos jinetes se acomodaban en sus respectivas monturas y se preparaban para iniciar la justa, Edward subió al tablado. Con el pañuelo en la mano se dirigió hacia Tanya.


-Gracias, Alteza -le dijo ofreciéndole el pañuelo.


Tanya le sonrió, mirándolo a través de sus pestañas y con un leve movimiento se desplazó en el banco dejando un hueco, invitándole a sentarse con ella. Edward sin embargo ignoró ese detalle y caminó hacia donde estaba sentada Bella con su padre.


-Alteza, ¿puedo tomar asiento? -preguntó.


-Por supuesto -respondió ella con sorpresa. Estaba completamente segura de que Edward iba a sentarse con Tanya. Se movió acercándose más a su padre y le dejó un espacio a su lado.


-Enhorabuena, muchacho -le felicitó Charles. -Tu destreza es asombrosa.


-Me alabáis, Majestad -le agradeció.


En ese momento, Jacob accedió al cadalso y, al ver el lugar que Edward estaba ocupando, su expresión abatida se llenó de enojo. No tuvo más remedio que sentarse al otro lado de Charles.


-Bien hecho -felicitó a su hijo también Carlisle que estaba sentado justo delante de Bella. -¿Necesitas que le eche un vistazo a ese brazo?


-No te preocupes, papá -dijo restándole importancia.


-Yo creo que sería buena idea -bromeó Charles -Personalmente he sufrido las consecuencias de la fuerza incontrolada de este muchacho y te aseguro Carlisle que el hematoma tardó varias semanas en desaparecer.


Ambos reyes rieron ante el comentario.


-Creo que debes seguir practicando tu autodominio -le palmeó Charles en el hombro a Jacob, que sólo emitió un gruñido como respuesta.


-¿Os duele mucho? -le preguntó Bella a Edward al ver que se palpaba el brazo.


-Un poco, pero ha valido la pena -susurró él sonriendo.


-Pues no entiendo por qué pueda valer la pena exponerse innecesariamente con este tipo de juegos absurdos -le regañó ella.


-Es sólo un deporte -se justificó.


-Un deporte muy violento -le corrigió. -No alcanzo a comprender el amor que le tenéis los hombres al peligro y los desafíos. Mirad a Emmett sin ir más lejos. Lo único que va a conseguir es que le rompan un par de huesos -concluyó con una mezcla de reproche y angustia.


-¿No creéis en sus habilidades? -dudó.


-¿Cómo se puede ser hábil en algo que se desconoce o no se practica?


-Pues para ser la primera vez que toma una lanza, no lo está haciendo nada mal -advirtió Edward mirando al muchacho que ya se hallaba en su montura al extremo de la palestra.


Emmett respiró profundo y notó como su pecho se apretaba contra la armadura. Era cierto que nunca había participado en una justa, pero había presenciado muchos combates en Asbath pues el difunto rey sí era aficionado a este tipo de juegos. Además era diestro con las armas y en la lucha y, por otro lado, tenía muy claro su objetivo, golpear con fuerza sobre la armadura de aquel duque jactancioso que se encontraba en el otro extremo de la liza.


Jasper alzó su brazo indicando el inicio de la justa. El toque de trompetas anunció la primera pasada. Emmett apretó su puño contra la lanza y azuzó a su caballo, con la mirada fija en el duque a través de las aberturas del yelmo. Cuando ambos jinetes se encontraron en mitad del recorrido, James estiró su brazo con fuerza y golpeó con su lanza en el hombro de Emmett, haciendo que su cuerpo girara debido a la violencia del ataque. Soltó al instante la lanza llevando su mano al hombro golpeado, aquel maldito duque no se andaba con rodeos.


Alice tapó su boca con sus manos. Emmett no iba a salir bien parado de esto. Apartó un momento la mirada de la liza hacia su esposo.


-Mi señor, podríais pedirle a vuestro tío que revise a Emmett después de la justa, si es que sobrevive -dijo esto último casi en un susurro. Jasper lanzó una carcajada.


-Deberíais tener un poco más de confianza en Emmett, mi señora -le instó -Y en cuanto a mi tío, le complacerá mucho si se lo pedís vos misma.


Alice asintió y volvió la vista a la arena de nuevo. Emmett ya estaba preparado para el segundo embate. Sonaron de nuevo las trompetas y espoleó con brío a su caballo. Esta vez midió mejor la distancia y lanzó un golpe certero que se estrelló en la armadura del duque. Uno a uno. Emmett sería un inexperto pero no se lo iba a poner nada fácil.


Con el tercero de sus ataques, James hizo notar su ruindad al levantar su lanza buscando el rostro de Emmett, arrancando su yelmo que salió por los aires como consecuencia del golpe. El público abucheó al duque sonoramente, pues a pesar de estar permitido, ese tipo de acción se consideraba un golpe bajo. Emmett perdió la orientación por un segundo, se sentía mareado, pero se aferró a las riendas de su caballo, por nada del mundo caería de su silla. Peter se acercó a él rápidamente.


-¿Estás bien? -le preguntó mientras le ayudaba a detener su caballo.


-Si, el mareo se me pasará enseguida -dijo mientras restregaba sus sienes. Peter le alcanzó el yelmo.


-No -lo rechazó Emmett.


-¿Estás seguro? -le inquirió Peter sin ocultar su desacuerdo. Emmett se limitó a afirmar con la cabeza.


-Está loco -aseveró Edward riendo.


-¿Qué pasa? -preguntó Bella sin comprender.


-Pretende enfrentar el siguiente embiste sin yelmo -le explicó aún divertido.


-¡¡Pero eso es una temeridad!! -se escandalizo Bella -¿¿¡¡Y vos os reís!!?? -le reprendió duramente. -Sin yelmo, otro golpe parecido al de antes podría matarlo.


-Tranquila, Alteza -la calmó -Comprobaréis vos misma que esta imprudencia no es gratuita. Me es grato descubrir que su coraje, lealtad y audacia son equiparables.


-No os entiendo


-Es un ardid -le aclaró a una Bella atónita.


Y así era. Emmett sabía muy bien la furia que había despertado en el duque al retarlo y el enfrentarse a él tan desprotegido suponía una tentación, era una oportunidad perfecta para infligirle un gran daño y James no perdería la ocasión. Emmett imaginó la mente retorcida del duque disfrutando con anticipación.


Respiró profundamente esperando el cuarto toque de trompetas. Jaleó su caballo sin separar ni un instante su vista de su objetivo, sin apenas pestañear mientras se acercaba a él. En cuanto percibió que James comenzaba a alzar su lanza buscando de nuevo su rostro, Emmett giró su cuerpo, consiguiendo así esquivarlo, enviando con este giro toda su fuerza hacia su lanza que reventó contra el centro de su pecho. James no fue capaz de repeler tal choque y cayó del espaldas sobre la arena.


El público estalló en aplausos ante tal valentía, incluso Peter en compañía de algunos guardias ya alzaban a Emmett y lo llevaban en volandas hacia el tablado, sin preocuparse ni por segundo por el vapuleado duque cuyo orgullo estaba ahora por los suelos, al igual que sus nobles posaderas.


Emmett se arrodilló frente a Alice, que no paraba de aplaudir llena de alegría y alivio, y le devolvió su pañuelo.


-Estoy tan orgullosa de ti, Emmett -exclamó Alice, conteniéndose para no abrazar a aquel joven que quería como un hermano, tal y como habría hecho si no tuviera que guardar las apariencias.


-El pundonor de tu patria y de este reino -le felicitó Jasper.


-Gracias, Majestad -respondió Emmett poniéndose de pié.


-Rosalie, ¿ya estáis preparada para hacer entrega del premio al ganador de la justa? -la voz de Tanya resonó en el tablado dejando a todos sin habla.


-Nunca acepté esa condición -alcanzó a contestarle titubeando.


-Pero querida, estoy completamente segura de que si el duque hubiera resultado vencedor os lo habría reclamado con plena justicia y podría apostar a que vos habríais accedido gustosa -la sonrisa maliciosa de Tanya no daba lugar a dudas de sus intenciones. Por todos era sabido que envidiaba a Rosalie por su gran belleza y había encontrado la excusa perfecta para dejarla en evidencia. Rosalie la miraba horrorizada.


-Por favor, ¿acaso vuestra virtud reside en vuestros labios? -insistió Tanya.


Rosalie sabía que era una encerrona, de cualquiera de las formas quedaría en vergüenza. Su honorabilidad quedaría en entredicho si rehusaba pues era innegable que aquel enfrentamiento había sido producto de su propia coquetería. Pero, aceptar lo que Tanya sugería era permitir a Emmett que la besara. Su cuerpo al completo se estremeció ante ese pensamiento. Era una bajeza dejarse besar por alguien inferior a ella. Sin embargo, el imaginar los labios de Emmett sobre los suyos hizo que algo se incendiase en su interior, el poder sentir sus fuertes manos sobre su piel despertó en ella un ardor que jamás había sentido y por un momento se hizo dueño de sus actos y sus palabras.


-Tenéis razón, Alteza -respondió fingiendo indiferencia ante el asunto -No arriesgo ni mi virtud ni mi corazón con un beso y es lo justo ante su victoria. ¡Muchacho! -le llamó sin mirarlo y alzando su barbilla altanera -¿a qué esperas para buscar tu premio?


Emmett hizo gala de toda su voluntad para reprimir una sonrisa que luchaba por asomar a su boca. No, esto era demasiado. Así que la diosa de la vanidad era capaz de besarlo con tal de no dejar en tela de juicio su palabra. Y al parecer, él debía aceptar su favor como si fueran migajas, tratándolo con desdén, sin dejar nunca de lado su petulancia. Esa princesa engreída estaba llegando incluso a herir su orgullo masculino y no estaba dispuesto a permitirlo. Muy bien, el desafío había pendido sobre su cabeza desde que llegó a ese castillo y había tratado por todos los medios de evitarlo. Sería el segundo reto en ese día y, como con el anterior, llegaría hasta las últimas consecuencias.


Sin vacilar caminó hasta ella y fijó su mirada en la suya, su frío azul ardía ahora, seguramente de indignación. Posó sus manos en sus codos y la notó temblar ante su tacto, a causa, pensó, de la rabia. Poco a poco fue acercando su rostro al suyo, fijando ahora sus ojos en sus sonrosados y tentadores labios y el temblor en ella se hizo más evidente. Emmett sonrió levemente mientras se acercaba cada vez más a su boca. Rosalie cerró fuertemente los ojos, casi apretando los labios, esperando que ese trance terminase lo antes posible y tratando por todos los medios de desviar su atención del calor que emanaba de esas manos varoniles sobre su piel. Su corazón, escapando a su control comenzó a golpear con fuerza en su pecho cuando el aliento de Emmett rozó su piel, estaba tan cerca...


De repente, sintió que el rostro de Emmett se apartaba del suyo y notó de nuevo ese aliento pero, esta vez, cerca de su oído. Rosalie abrió los ojos llena de confusión.


-Veo que os encanta que os traten como un trofeo -le susurró de forma casi imperceptible, tras lo que se apartó de ella rápidamente.


-Alteza -dijo dirigiéndose a Tanya -si bien es cierto que soy el digno ganador de esta justa, no soy merecedor de un obsequio semejante. Un plebeyo como yo -prosiguió ahora mirando a Rosalie -no puede ser tan pretencioso y aspirar a probar la miel de unos labios tan inalcanzables para alguien de mi condición.


Dicho esto se inclinó ante ella y tomando una de sus manos se la besó. Si más dilación bajó del cadalso, alejándose, dejando a Rosalie llena de furia mientras, entre los pliegues de su vestido, restregaba su mano con fuerza donde Emmett había depositado su beso hacía un instante. Emmett sintió la aprobación de los presentes con sus risas y aplausos y, aunque sabía que eso sólo alimentaba su estúpido amor propio de hombre, se sintió complacido. La justa no sería el único reto del que saldría victorioso.