Capítulo 21: La Partida.
EDWARD POV
El escarlata de sus ojos permanecía fijo en mí. Su rostro estaba sereno. Extraño, pensé, generalmente el despertar de un humano como vampiro no suele ser tan... pasivo. Carlisle estaba a mi lado y nos flanqueaban tres hombres más.
Simple precaución, los neófitos suelen ser demasiado agresivos. Sin embargo, este hombre estaba en completa calma. Hasta sus pensamientos encarnaban una laguna vacía y sosegada; constante. Con una sola imagen y nombre repitiéndose periódicamente: Alice, Alice, Alice...
Mi padre posó una de sus manos sobre su hombro. Sus movimientos habían sido pausados, precavidos... innecesarios. Jasper no se inmutó en lo más mínimo. Seguía en completa parálisis, en un estado casi catatónico.
Alice...
–Bienvenido, hijo
Jasper asintió, muestra clara que estaba escuchando, de que entendía todo. En la guarida se había alzado una perenne afonía. Todos esperaban alguna reacción, algún movimiento. Alguna palabra. Nada. Solo silencio. Sentí una punzada en las sienes.
Alice...
–Dejémoslo solo – propuse – lo necesita.
Sabían que podían confiar en mí. Al final de cuentas, yo era el que lo podría llegar a entender mejor gracias a la posibilidad de escudriñar su mente.
Salimos de la habitación en donde se encontraba, me senté en una de las rocas. La luna seguía iluminando al bosque con sus rayos plateados. Suspiré. Su recuerdo arribó otra vez, con mucha más fuerza que antes. ¿Cuánto tiempo pasaría para volver a verla? Decidí no pensar en una respuesta. Era cobarde para el dolor.
Preferí llevar mis pensamientos hacia otra parte: Laurent. Ese maldito había escapado, junto con otro pequeño grupo de hombres, y no teníamos rastro alguno de ellos. Necesitaba encontrarlo. Una bestia como él no podía seguir con vida, no cuando, sabía yo, su principal objetivo era matar a Bella.
Sonreí irónicamente. ¡Quién lo diría! Yo, quien había deseado tanto aniquilarla, ahora daría mi vida por protegerla... Si, definitivamente lo haría. No me cabía duda alguna de ello.
La madrugada cayó envuelta en una profunda desolación. Había en la atmosfera cierta nostalgia, cierta angustia que se iba propagando conforme cada segundo pasaba.
Escuché sus pensamientos venir antes de verlo.
–Toma asiento – indiqué. El rubio accedió – ¿Cómo te sientes?
–Confundido...
–Entiendo – asentí. Parecía que el que pudiera leerle los pensamientos no le asombraba ni incomodaba
–¿Por qué...?
–Tú no querías morir – contesté – no querías morir por ella.
–Alice... – su melancolía era palpable.
Asentí.
–Tal vez no fue lo mejor – me disculpé – actué por impulso. La intensidad de tus pensamientos, de tu amor por ella... me sentí identificado contigo.
Su mente quedó en blanco por un momento. Volví a evocar sus pensamientos: la furia y doliente impotencia de no hacer nada para cambiar el destino. El miedo de perecer y yacer en cenizas, sin volver a verla, sin poder cuidarla. No importaba si ella no lo amaba, si no iban a poder estar juntos jamás, él se iba a conformar con ser su guardián, su protector, el que daría diez mil veces su vida para salvaguardarla de todo peligro, el que viviría para procurar que fuera feliz.
Y los pensamientos de la princesa no habían sido menos escandalosos. El febril deseo de ser la dueña de su dolor, la absoluta resolución de dar hasta su alma con tal de librarlo de la muerte. Toda esa combinación de incondicionalismo, de amor puro y entrañable, había sido como un reflejo de un oscuro mar en el que yo, tiempo atrás, me había sumergido.
Ser el único testigo de toda esa angustia fue como revivir pasados recuerdos que se negaban a mostrarse límpidamente; pero que me aseguraban tres cosas, de las cuales yo era incapaz de albergar la más mínima duda. Una, yo había amado a una mujer de la misma manera que Jasper, con la misma intensidad, con el mismo impulso de protegerla contra todo lo que pudiera hacerle daño. Segunda, yo también había sido amado por ella que, al igual que la princesa Alice, daba todo por mí. Y, tercera, nosotros también habíamos sido de razas diferentes, lo nuestro también había sido un amor prohibido...
–Gracias – dijo, rompiendo en silencio y mis cavilaciones.
Le miré, su expresión seguía siendo serena. Su rostro estaba inclinado hacia abajo y jugaba, con la punta de sus dedos, la tierra húmeda.
–Pensé que me maldecirías por haberte hecho esto
–No, nunca pensaste esto – discutió – siempre supiste que estabas haciendo lo correcto. Leíste mis pensamientos, me imagino que es como si hubieras encarnado en mi alma, hiciste lo que tú desearías hubieran hecho por ti y nadie, ningún ser vivo, es lo suficientemente valiente como para cambiar una salvación por una condena. Desde un principio supiste que me estabas salvando... Y te lo agradezco, sinceramente.
–No tienes por qué – puse una mano sobre su hombro – Al final de cuentas, te di la inmortalidad, pero te arrebaté la posibilidad de estar a su lado
–Yo no voy a hacerle daño a ninguno de ellos – sentenció, mirándome a los ojos
–Nadie te pedirá que lo hagas – tranquilicé – mi familia, en realidad, jamás ha atacado a la Realeza. He sido yo y un infructífero número de hombres quienes siempre hemos querido revelarnos; pero las cosas han cambiado, Jasper. El ataque al Castillo no fue provocado por mí, si no por el mismo que estuvo a punto de arrebatarte la vida. He regresado con mi gente. Tal vez sea ya muy tarde para remediar todos los errores que cometí en los años pasados... pero haré el intento. Ahora, mi única prioridad es atrapara a Laurent.
–También la mía – asintió
–Tenemos más cosas en común de las que creemos
–Si – acordó – la más importante: ambos estamos enamorados de dos princesas inmortales.
Mi espalda se irguió ante su comentario. Él seguía viéndome fijamente. Sus pensamientos estaban estrictamente cerrados. ¿Cómo era posible...?
–No es necesario ser lector de mentes – aclaró – mientras agonizaba, podía sentir toda tu desesperación por alguien ahí presente. Ahora, puedo reparar tu añoranza, que se combina con la mía como si se tratara de una sola. Me salvaste no por lastima, si no por que te viste reflejado en mí. Ahora lo entiendo. Pero tú no amas a Alice. Amas a su hermana, a la princesa Isabella. Lo sé, lo percibo con tanta fuerza que casi se vuelve tangible para mis manos.
–No debes de emocionarte con el don que te ha sido otorgado – evadí, poniéndome de pie – algunos se vuelven locos. Lo mejor sería que te lleve a casar, has de estar sediento.
Escuché su risa tranquila detrás de mi espalda y sus pasos aproximarse.
–Vamos
–Pareces demasiado resignado –apunté. Se encogió de hombros
–Todo es mejor a lo que me esperaba. Ahora, en realidad podré cuidarla... por siempre.
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ROSE POV
Él dormía. Yo lo contemplaba, sin parpadear, con la mandíbula tensa y los ojos cristalinos. Suspiré, mientras mis dedos se apretaban alrededor del objeto que sostenía de manera cobarde. El aire que llegó a mis pulmones dolió. Mi rostro se crispó ante la molesta sensación, pero no dejaba de verle. Tal vez, inconscientemente, mi alma pedía grabar, muy en el fondo, la gloriosa imagen de su rostro sereno.
Las heridas de Emmett estaban casi del todo curadas. Su mejoría había sido pronta, solo quedaban pequeñas contusiones por cicatrizar. Llevé mis manos hacia la venda que tenía enrollada sobre la frente. La acomodé. Aproveché para acariciar su mejilla. Otra vez dolor. En todas las décadas de mi vida había experimentado algo tan similar. El esfuerzo que hacía por no llorar era enorme. Mi actitud era vergonzosa. Y yo que pensaba haberme familiarizado con el sufrimiento. ¡Qué equivocada estaba! El corazón jamás logra asir de la mano a las penas. Emmett me enseñó eso.
Mis manos temblaban, agitando el frasco de cristal que en ellas reposaba. Lo tenía que hacer. No había otra manera. Esto que sentía por él era demasiado fuerte, demasiado peligroso. Amenazaba con ablandar mi alma, con dejar todo mi rencor a un lado, con traicionar la memoria de toda mi familia.
"Puede que ahora no me digas que me quieres, pero lo sientes y no lo puedes controlar"
Qué ciertas habían sido sus palabras. Tal vez, si no las hubiera dicho, no estaría dispuesta a hacer esto. Hubiera podido afirmar que el salvarlo había sido solo un simple desliz, una mera forma de agradecimiento. Hubiera seguido mintiéndome a mi misma diciéndole que lo odiaba mientras lo besaba y dejaba que me encontrara... Pero no. Lo que yo sentía por él estaba declarado, impregnado en mi sangre. Y el único modo de borrarlo era de esta manera.
Destapé el frasco. Por primera vez en varios minutos, dejé de ver a Emmett y presté atención al líquido que se introduciría en nuestras bocas. Estaba temblando, prueba clara que, después de todo, era una maldita cobarde.
–Es necesario – susurré. Luego, decidí por dárselo a él primero. ¡Si, era una basura! Egoísta... carente de valor. Demasiado poco para un hombre como Emmett.
Su sueño era demasiado tranquilo. Traté de actuar de manera rápida, sin detenerme a pensar. Metí una de mis manos para sujetar su espalda y con la otra, acerqué el frasco para que la pócima se vertiera por sus labios, que se apretaron repentinamente. Emmett abrió los ojos, clavándolos en los míos.
–Hagas lo que hagas, aún así me des cientos de pócimas, no dejaré de amarte, Rose – susurró, tomando mi rostro entre sus manos.
Permanecí inmóvil, pasmada... Agradecida. Sus dedos enjuagaron las lágrimas que mojaban mis mejillas.
–¿Por qué? – Preguntó, con voz dolida – ¿Acaso tan malo es amarme que estás dispuesta a sacrificarte? Mira cómo tiemblas – señaló, sin darse cuenta que él se encontraba en la misma situación – ¿en realidad quieres que olvidemos esto?
–No – contesté, soltando el frasco que cayó al suelo – no quiero.
–Al fin, Cielo Santo – musitó, alegremente, mientras su frente se pegaba a la mía y sus manos se hundían en mis cabellos – Dime que me quieres – pidió, con cálido aliento golpeando mis parpados – dímelo, Rosalie. Necesito escucharlo.
–Te quiero – murmuré y, sin esperar más, sus labios se instalaron en los míos intensamente. Mandando, con su humedad, varias de descargas eléctricas que removieron cada punta de mi piel.
Dejé escapar un suspiro. Me besó con más pasión. Sus manos abandonaron mis cabellos y se pasearon con tórrida lentitud por mi cuello hasta llegar a mis brazos y bajar por mi cintura. Temblé. Mi respiración se volvió irregular. Cerré los ojos e hilé mis dedos en sus oscuras hebras cuando sentí sus labios cerca de mi oído.
–Quiero hacerte mía – confesó, con voz gruesa y suave. Me abandoné entre sus brazos, pegando mi cuerpo al suyo, en una silenciosa aceptación a sus palabras. Mi boca buscó la suya.
–¿Qué esperas entonces? – musité, contra sus labios. Él sonrió. Mis dedos comenzaron a pasearse por su pecho y brazos desnudos, delineando cada línea de sus músculos.
Me empujó delicadamente para que mi espalda cayera sobre la cama y sus labios comenzaron una húmeda peregrinación hacia mi cuello y la entrada de mis pechos. Comenzó a deshacer el amarre de los listones de mi vestido, el cual se deslizó hacia abajo para dejar mi piel desnuda frente a sus ojos oscurecidos. Un ligero rubor se asomó a mis mejillas. Nuestros pechos subían y bajaban, agitados. No era la primera vez que yo me mostraba de esta manera frente a un hombre. Tampoco era la primera vez que él miraba a una mujer sin ropa. Pero si era la primera vez que ambos estábamos entregando más que nuestros cuerpos.
–Eres preciosa – susurró, volviéndome a besar, mientras sus manos acariciaban mi cintura, mis pechos, mis piernas...
Un gemido se escapó de mi garganta al momento en que sus labios comenzaban a acariciar mis senos, endureciendo, con la humedad de su lengua, mis pezones. Me miró a los ojos, con un brillo travieso y esbozando una sonrisa juguetona.
–Esto no se ve a quedar así, querido – advertí, dirigiendo mi mano más debajo de su abdomen, capturando su masculinidad.
Él gruñó. Sonreí, complacida. Nuestras bocas se volvieron a unir, con desesperación.
Sus brazos me elevaron de la cama, mis piernas se enrollaron en su cintura y ambos gemimos ante el primer contacto entre nuestras intimidades. Nuestra sangre hervía. Las agitadas respiraciones de ambos inundaron la pequeña cabaña. Nuestros cuerpos buscaron la manera de estar completamente unidos mientras él comenzaba a adentrarse en mí. La punta de mis senos acariciaba su duro y sudado pecho. Nuestros besos sosegaban los violentos jadeos que comenzamos a expulsar conforme la velocidad de nuestras caderas aumentaba. Mis uñas se enterraron en su espalda, sus dedos apretaron mis muslos. Me encontré musitando su nombre conforme las tórridas vibraciones, creadas por su penetración, sacudían mi cuerpo. La llama aumentó. Mis piernas se tensaron a su alrededor, sus brazos me apretaron hasta lo imposible contra él. La llama explotó. Sendos gemidos salieron de nuestras bocas. Quedamos inmóviles por un momento, esperando a que los últimos espasmos dejaran de erizar nuestras pieles.
Besó dulcemente mi hombro y después me dejó caer en la cama, con delicadeza. Se acostó a un lado y me atrajo hacia su pecho. Suspiré, mientras sentía que sus labios acariciaban mis alborotados cabellos. La punta de mis dedos seguía recalcando las líneas de su abdomen.
–Prométeme que jamás volverás a pensar en una locura – pidió – prométeme que jamás intentarás olvidarme o hacer que yo te olvide
–¿Y qué me darás tu a cambio? – pregunté, alzando la mirada para ver su rostro. Sonrió.
–Yo solo te puedo ofrecer mi vida, mi amor eterno. ¿Basta con eso?
–Si – asentí, con una sonrisa – Con eso es suficiente.
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ALICE POV
–Alice, no puedes irte – suplicó James, coreando a mi padre y madre, mientras la cena llegaba a su final
–Dijiste que después de la cacería podía hacerlo – recordé – ¿Ahora que excusa pondrás para retenerme?
Todos me miraron con ojos dilatados, sorprendidos de mi actitud tan violenta. Bajé el rostro, avergonzada. Mis manos se empuñaron debajo del mantel. Empleé toda mi fuerza de voluntad para no echarme a llorar frente a toda mi familia.
–Por favor – supliqué – les pido que me comprendan. Mi lugar no esta aquí... al menos, no por ahora
–Te mantienes encerrada en tu habitación días y noches enteras – habló mi madre por primera vez – vienes al comedor, sin tocar alimento alguno de tu plato, ¿Y lo primero que nos dices es que te vas?
Suspiré. Si tan solo pudiera explicarles todo lo que pasaba. Pero, ¿Cómo decirles la verdad? "Mamá, papá, en el ataque que recibió el castillo, Jasper, un guerrero al que ustedes solo recordaron los primeros tres días y dieron por muerto, fue mordido por un vampiro; pero antes de que eso pasara, yo me había enamorado de él. Ahora sé que es un enemigo, pero no por eso puedo odiarlo. No quiero traicionar a mi raza yendo en su búsqueda. Así que, prefiero irme, si bien no para olvidarlo, ya que eso es imposible, mínimo para que su recuerde no pegue de manera tan despiadada a mi corazón"
Imposible. Irreal... El saber que tenía que lidiar, al igual que Bella, sola con mi dolor, me partía el alma, me estrujaba el pecho.
–Alice, ¿por qué lloras? –se alarmó James.
Busqué rápidamente mi pañuelo y me enjuague las traicioneras lágrimas.
–Sé que no es plausible esta actitud mía – me excuse – pero les pido, encarecidamente, comprendan y confíen que es por mi propio bien.
–Has estado tan extraña desde que nos atacaron – murmuró mi hermano, con rostro sombrío, culpable – ¿Es que acaso pasó algo que te haya lastimado tanto que no puedas ni contarlo?
Si... Exacto. Silencio de mi parte. Silencio por parte de todos.
–Eres mi hermana más pequeña y te amo – dijo al fin James – por mi no hay problema alguno en que te marches, si eso promete aliviar las heridas que surcan tu alma.
–James... – susurró mi padre, pero él interrumpió, negando resignadamente con la cabeza
–No se puede curar a un ave si, al tenerla entre sus manos, se niega a mantener sus alas quietas. ¿Para cuándo quieres que se aliste el carruaje?
–Para mañana en la mañana. En cuanto el sol de su primer destello en el cielo...
–Alice – interrumpió Bella – ¿Te molestaría que fuera yo quien te acompañara?
–¡¿Tú también, Isabella? – exclamó mi madre, con voz ahogada. La castaña bajó la mirada. Al igual que yo, odiaba hacer sufrir a nuestra familia de esta manera. Sobre todo en estos momentos, que Emmett seguía sin aparecer. Pero comprendía, aunque sabía nada de su historia, que también para ella esto era necesario.
La tomé de las manos y le sonreí afectivamente
–De ninguna manera. Bien sabes que siempre me serás una buena compañía
Ambas dirigimos nuestra mirada hacia James, quien no podía ocultar la creciente tristeza en sus atractivas y serenas facciones.
–Ya lo he dicho – suspiró – yo solo anhelo su felicidad.
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BELLA POV
Caminé hacia la ventana después de empacar el último vestido. Mi mirada se perdió en el oscuro horizonte de frondosos arboles y pinos, bañados bajo la luz plateada de la luna. Una lágrima se escurrió por mi mejilla.
Perdóname...
No me gustaba romper promesas, por eso evitaba hacerlas.
–¿Bella?
–Adelante, Alice
–El carruaje ya está listo – informó – Una de las doncellas ya viene en camino para recoger tu equipaje
Me limité a asentir, sin dejar de ver hacia el horizonte.
–Bella – mi hermana me tomó de las manos – ¿Estás segura que quieres ir conmigo? No pareces demasiado convencida
–Tú tampoco – apunté, al ver su rostro triste
–Es lo mejor – susurró, más para ella que para mí
–Si – acordé – lo mejor...
Un toque de nudillos llamó a la puerta
–Bella – era Jacob – ¿Estás despierta? ¿Me permites hablar contigo un momento?
Salí inmediatamente. Alice me siguió y, después, nos dejó solos.
–Jacob, deberías de estar descansando – recordé – tus lesiones aún no sanan...
–Me importa un bledo mis lesiones – interceptó, con voz gruesa y mirada furiosa – Me han dicho que te vas... ¿Es eso cierto?
–Si... – bajé el rostro, huyendo de sus intensas pupilas
–¿Y por qué no me habías dicho absolutamente nada?
–No sabía que tenía que darte explicaciones – contesté, indignada por la forma en que me estaba hablando.
Él resopló y se llevó los dedos hacia el puente de su nariz. Después, como si eso no hubiera sido suficiente para tranquilizarse, su puño golpeó endeblemente la pared.
–¿Te vas por mi? ¿Es por todo lo que te he dicho...?
–No, Jacob – interrumpí – no es por ese motivo por el cual he decidido irme
–¿Entonces?
Apreté los labios y negué con la cabeza, diciéndole silenciosamente que no podía contestarle. Él tomó mi rostro entre sus cálidas manos y, sin aviso previo, su boca se unió a la mía. El choque de sus labios erizó mi piel. Intenté alejarme, pero sus dedos se apretaron en mis brazos, advirtiéndome, con su fuerza, que no me soltarían. Cerré los ojos, esperando a que rescindiera de su actitud. Mi espalda se arqueó ante su intensidad. Sensaciones distintas penetraron mis sentidos. El nuevo sabor que se fusionó con mi saliva era maravilloso, pero no suficiente. No lograba evacuarme de la realidad, no lograba estremecerme de pies a cabeza, tampoco amenazaba con detener mi corazón...
El licántropo no podía hacerme olvidar al vampiro.
–Lo siento, soy un idiota – admitió, susurrando, cuando al fin me abandonó –Pero necesitaba hacerlo. No soy bueno para estas cosas, ¿Sabes? Supongo que decir que te quiero es una excusa muy pobre, pero no hallo otro juego de palabras más sincero que ese para justificar lo que acabo de hacer. Discúlpame...
–Jacob...
–Ve a donde tengas que ir – interrumpió, con amarga suavidad – no soy quién para detenerte... Sé que, al final de todo, volveré a verte.
–Tengo entendido que partirás a tu reino en unos días más – recordé. El moreno asintió
–Hemos buscado al Rey Emmett hasta debajo de las piedras y, desgraciadamente, no le hemos encontrado. Los vampiros también se han refugiado, han sufrido demasiadas bajas, dudamos mucho ataquen por el momento. Volveré en cuanto reciba la carta de tu hermano pidiendo nuestro apoyo – aseguró – Espero verte para entonces.
–No quiero hacer más promesas – musité.
Él sonrió
–No te las estoy pidiendo, Bella. No pienses que no estoy consciente de nuestra condición. Tú eres una princesa, yo soy un licántropo. Aunque lo desee, no podemos estar juntos por leyes naturales... y lo entiendo. No soy un ser resignado, pero tampoco soy un imbécil. Por primera vez seré alguien conformista. Me conformo con que sepas que te quiero y que siempre estaré ahí, para ayudarte en todo lo que me sea posible.
–Gracias...
–Buena suerte – deseó, acercándose para besarme, brevemente, por segunda vez.
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Estaba perdida en el inmenso paisaje que pasaba al lado, en el bosque verde al que tanto me dolía dejar conforme las ruedas de la carroza avanzaban sobre el sendero rocoso. Las cristalinas gotas de lluvia se resbalaban por la ventana. Alice y yo viajábamos en completo silencio, con la mirada enganchada hacia afuera. Estaba casi segura en quién se estaba despidiendo. Aunque no me lo dijera, había podido notar la angustia por aquel joven guerrero que había sido mordido por Edward. Una angustia muy similar a la mía, igual de fuerte, igual de muda.
Me hubiera gustado tomarle de las manos y decirle "Todo estará bien. Lo superaremos" ¿Comprendería el plural de mis palabras? Tal vez si. Tal vez tampoco ella necesitaba explicaciones para saber que mi situación y la suya eran casi las mismas. Pero, ¿Cómo dar consuelo cuando tu misma te estás enterrada en tu propia lápida de aflicción y confusión, cuando, a cada momento, te asaltan borrosas imágenes de un pasado inconcluso, de un amor al que no logras recordar, pero tienes la certeza de que sí existió; de que ha revivido en cuanto te sumerges en sus pupilas doradas?... ¿Cómo, si tienes miedo hasta de lo que piensas, cuando no sabes distinguir entre el pasado y el presente, entre lo verdadero y lo falso, entre aquel joven desconocido, el licántropo o el vampiro que, en un principio, te quería matar y después te salva hasta el grado de arriesgar su propia vida por ello?
Respuestas era lo que tanto buscaba y nunca hallaba. Mejor dejar las cosas así. Mejor huir ahora, que probablemente es tiempo, de lo que promete envolverte en gruesas mantas de desolación.
Cerré los ojos. Inspiré. Disfruté del amargo sabor del adiós...
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Habían pasado demasiados días, interminables noches, desde que él y ella se habían despedido con la promesa de verse una vez más. Sus pies hundían la frágil hierba mientras se adentraba en el prado de manera inconscientemente sigilosa, sin provocar ni el más mínimo ruido. La luna parecía tener como misión seguirle e iluminarle. Sus cabellos cobrizos se agitaban con el viento húmedo que soplaba, acariciando su pálido rostro. El dorado de sus ojos no podía ocultar la decepción de no encontrarla.
Tomó asiento sobre la misma piedra en la que acostumbraba pasar todos los días, esperándola. Suspiró con melancolía. Luego, cerró los ojos. Dejó que la lluvia le empapara, mientras los confusos recuerdos le alcanzaban.
Edward...
¿Quién era ella? ¿Cuál era su nombre? ¿En dónde la había conocido? ¿En dónde la había perdido? Se esforzaba tanto por encontrar una respuesta y comprobó que en su pasado habían demasiados huecos oscuros que solo se llenaban con la presencia de la princesa a la que, noche tras noche, esperaba.
–Isabella – musitó, con anhelo.
Debía admitirlo. Debía gritarlo. La extrañaba con locura, con enfermiza ansiedad. La necesitaba. Su ausencia laceraba más que el ardor provocado por la abstinencia de alimento. Estaba seguro de poder pasar semanas enteras sin ingerir sangre, pero sin ella... ¿Viviría otro día más? El tener muerto el corazón, desgraciadamente, no significaba dejar de sufrir. El ser un vampiro tenía grandes desventajas en este presente. El ser la única especie inmortal incapaz de dormir supuso, por primera vez, una terrible maldición. Aunque, ¿Quién le aseguraba el no añorarla también en sueños?
Hundió el rostro entre sus pálida y pétreas manos. Esta lejanía comenzaba a convertirse en un ardiente calvario. ¿En qué momento había pasado? ¿En qué instante se había sembrado el nombre de Isabella tan profundamente entre sus entrañas? No lo recordaba. Hasta esas dudas estaban carentes de nitidez
–Podríamos ir al Castillo – se sobresaltó al escuchar la voz justo detrás de él. No necesitó girar el rostro para ver de quién se trataba
–No te escuché llegar
–No escuchas nada desde hace días
–Tú eres el menos indicado para juzgarme
Jasper calló. Apretó los labios. Edward sonrió de manera irónicamente triunfante.
–Al menos tú tienes la esperanza de que vendrá.
–Al menos tú tienes la certeza de que te ama
–Ya no lo sé – reconoció el rubio vampiro, con suma tristeza – Han pasado demasiadas cosas. Los sentimientos cambian
–Así es – asintió Edward – el mismo miedo tengo yo. Esperar también cuesta – agregó, con un suspiro – El tiempo es un jugador desalmado, prolonga sus noches cuando anhelas que éstas sean más cortas.
–Quiero verla, de lejos, no importa...
–No podemos acercarnos al Castillo, sería arriesgar a nuestra familia
–Lo sé – reconoció Jasper, inclinando el rostro hacia abajo
Edward suspiró. Sus ojos dorados contemplaron el cielo. El amanecer estaba cerca. Ella ya no vendría... Al menos no esa noche.
–¿Te has alimentado? – Preguntó, poniéndose de pie, obteniendo una negación como respuesta – vamos, los ciervos están tomando agua en el río
Jasper se concentró para captar el sonido de las lenguas sumergiéndose en la líquida superficie. También logró percibir las patas hundiéndose y raspando la tierra húmeda... y, por último, el olor de su sangre.
Gruñó, la boca se le hizo agua, los ojos se le oscurecieron. Edward se agazapó, él le siguió. Comenzaron a correr, penetrando en el bosque. Ambos jóvenes como ángeles salvajes esquivando ramas y raíces con excelente precisión. Detuvieron su marcha cuando estuvieron cerca de sus indefensas presas. Sus movimientos se tornaron felinos, sensuales, ligeros. Escucharlos era imposible. Sus sedientas pupilas brillaban entre la oscuridad de las ramas. Se lanzaron hacia los mortales mamíferos de un solo y grácil salto. Sus fuertes y pálidas manos se aferraban, instintivamente, a la masa cálida y convulsionada que se debatía, inútilmente, entre ellas. Sus colmillos traspasaron la capa de piel y grasa, con suma facilidad, hasta llegar a su objetivo. La sangre entró a borbotones por su garganta, entibiando, con su espesa y dulce esencia, hasta la punta de sus dedos. Se asomó un ligero rubor a sus mejillas. El dorado volvió a cubrir sus ojos (en Edward, con un matiz más cristalino. La sutil diferencia entre un Sangre Pura y un Creado). No habían terminado de saciarse cuando Edward pudo percibir una maraña confusa de pensamientos
"La madrugada es demasiado fría. Me pregunto si las princesas irán bien abrigadas"
"Mi hija... espero se recupere pronto del resfriado"
"Es comprensible que deseen irse. Todo lo que ha pasado últimamente es totalmente desagradable"
"¿Era mi imaginación o la princesa Alice estaba llorando?"
"¡Hoy en la noche le diré que la amo!"
"El Castillo quedará solo sin ellas..."
–¡No! – jadeó el vampiro, soltando a su presa medio muerta, con la mirada dilatada del terror
–Edwar, ¿Qué sucede? – se alarmó Jasper al percibir toda su angustia.
Entonces, cuando todo había quedado en silencio y el sabor de la sangre no le aturdía el resto de sus sentidos, escuchó. El sonido de las ruedas deslizándose en el camino rocoso, a unos cuantos kilómetros de ahí. No necesitó más explicaciones. Sabía que solo una cosa relacionada con ello podía pasmar tanto a Edward. Lo sabía. Así como también tenía seguro de que en ese carruaje no solamente iba la princesa Isabella.
Un escalofrío recorrió la espalda de Edward y le hizo reaccionar
–No podemos dejar que se vayan – soltó, mientras sus pies se impulsaban hacia delante, encabezando una frenética carrera, la cual Jasper secundo.
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Capítulo 22: Reencuentro.
El sonido de las ruedas, sobre el rocoso camino, llegaba a sus oídos con más claridad. Se estaban acercando y no tenían ningún plan concreto sobre qué hacer. Las princesas iban custodiadas por media docena de humanos y dos licántropos, a quienes no sabían si dar muerte o dejarlos vivir. Al final de cuentas, el secuestro sería conocido tarde o temprano.
Estaban arriesgando demasiado, ambos lo sabían. Ambos se sentían culpables por los problemas que ocasionarían; pero, dejarlas ir. Eso era mucho peor. Sus pies se movieron silenciosamente por la húmeda tierra, ocultándose detrás de la espesura de la maleza. Uno de los licántropos giró la cabeza hacia su dirección, pero fueron rápidos e impidieron ser descubiertos. No respiraban. La lluvia les ayudaba a disipar su olor. Estaban cerca. El carruaje pasó frente a ellos.
–Princesa Alice – susurró Jasper, al verla. ¿Eran sus lágrimas las que lograba divisar o solo simples gotas de lluvia que se resbalaban por el cristal de la ventana, por donde ella mantenía su mirada fija?
Edward sabía la respuesta. La mente de la princesa era clara. Se estaba despidiendo, diciendo adiós a ese hombre al que tanto amaba. Sin embargo, lo que él deseaba era saber qué pensaba su compañera, la que iba frente a ella y tenía la mirada baja, ocultado su rostro entre los espesos cabellos castaños.
¿Por qué quería irse? ¿Acaso había olvidado la promesa de volverse a encontrar en el prado? Apretó los labios. No lo entendía. ¡Cuánto daría por poder leer, por un minuto, aquella mente íntegramente ajena a él!
–¿Qué es lo que haremos? – preguntó Jasper, temeroso a saber la respuesta. Pues, entre ese grupo de humanos iban ex compañeros suyos y la idea de matarlos se le tornaba insoportable. Al final de cuentas, llevaba poco siendo un vampiro. Recordaba perfectamente su vida humana...
–Tu atacas a los humanos y yo a los dos lobos – contestó Edward – Tenemos que dejarlos inconscientes para que tengamos el suficiente tiempo de huir. Nos iremos a unas cabañas que están en el oeste, para no llevar nuestro rastro hacia nuestra familia. Tú solo sígueme y trata de no derramar sangre, bajo ningún motivo, para no distraerte.
Sangre. Había olvidado ese pequeño, pero importante, detalle. Ahora estaba satisfecho. De hecho, por alguna extraña razón, su sed no era desenfrenada, como la de un recién nacido. Sin embargo... ¿Sería lo mismo al tener frente a frente a un mortal? Se atrevió a inhalar un poco. Una ráfaga de fuego le quemó la garganta, le ensombreció los ojos.
–¡Deja de respirar! – ordenó Edward, al ser capaz de leer la sed en sus pensamientos. Jasper obedeció al instante, pero el miedo le invadió
–¿Qué pasa si no me puedo controlar? – Preguntó – ¿Qué pasa si quiero atacar al resto... o, lo que es peor, a alguna de las princesas?
–No lo harás – aseguró el otro vampiro – no pienses en ello ahora. Solo limítate a hacer lo que te indiqué
–Pero...
–¿Quieres que se vaya?
–No – contestó rápidamente. Edward sonrió
–Entonces, se valiente. No te preocupes, tienes un autocontrol digno de admirarse. Podrás contra la tentación. Es momento – anunció, de pronto – ¿Estás listo?
Él asintió
– ¡Vamos!
Y, dicho esto, ambos se lanzaron hacia el carruaje. Edward atrapó a los licántropos con suma facilidad. Sus mentes eran claras y pudo prevenir sus movimientos al leerlos en sus pensamientos. Para Jasper sucedió lo mismo. Su nueva forma le permitía ser diez veces más rápido y fuerte que sus oponentes. De lo único que se tuvo que preocupar fue de no golpearlos tan arduamente para no matarlos o herirlos. No les tomó más de un minuto detener el carruaje y arrojar, a toda la guardia desfallecida, hacia unos espesos helechos.
–¿Qué habrá pasado? –Preguntó Bella – ¿Por qué nos habremos detenido?
–No lo sé – confesó Alice, un poco temerosa. La luz del sol aún no llegaba. El cielo estaba pintado de un gris oscuro. Intentó ver por la ventanilla, pero sus ojos solo fueron capaces de divisar la espesa neblina que cubría el horizonte – está todo muy silencio.
–Y no ha venido ningún guardia a informarnos alguna noticia – agregó Bella, poniéndose de pie
–¡¿A dónde vas?
–Veré qué sucede... – contestó la castaña, a punto de salir. Pero la puerta se abrió un segundo antes de que ella la tocara.
Sus ojos se dilataron, el corazón se le detuvo, la respiración le faltó al ver al joven pálido, de dorada mirada, frente a ella. Alice también lo reconoció. Si, claro que lo hizo. Era el mismo que había mordido a Jasper. El sangre pura que había logrado escapar del castillo, usando a su hermana como rehén. Al mismo que odiaba y agradecía al mismo tiempo, por haber convertido a su gentil humano en un inmortal enemigo.
–¡Bella, ten cuidado! – alcanzó a decir, al ver que el vampiro tomaba a su hermana entre sus brazos. Una mano le cubrió la boca. Una mano que se sintió fresca, reconfortante, sobre su piel. Alzó la mirada y los ojos se le llenaron de lágrimas al reconocer al hombre que la tenía capturada.
–Jasper... –fue el único pensamiento consiente que tuvo antes de caer desmayada. El rubio la contempló por un momento. Luego, la tomó entre sus brazos.
Cielo Santo. Jamás creyó sentirla más frágil. Había que contemplarla ahora. Tan delicada como una pequeña burbuja. Tan cálida y tan hermosa. Sus nuevos ojos podían apreciar mejor cada uno de sus finos rasgos. Parecía un hada de frágiles alas. Y el sonido de su corazón... Qué melodía tan más espectacular.
–Vayámonos – la voz de Edward lo trajo a la realidad. Ambos vampiros comenzaron a correr por el bosque, con las princesas entre sus brazos, sin parar, hasta llegar a una alta y lejana colina, de pastos repletos de nieve.
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JASPER POV
Alice seguía desmayada para cuando llegamos a la cabaña. Mis ojos no se cansaban de verla. Mis brazos se estremecían ante la calidez de su piel, que traspasaba su vestido y enardecía mis venas secas. Era una mañana fría, me lo confirmaba la fina capa de humo expulsada de sus labios lívidos.
–Allá dentro estará mejor – señaló Edward al leer la preocupación en mis pensamientos. No me detuve a preguntar cómo es que conocía él este lugar, ni por qué estaba equipado con cosas más propias para la vida de un mortal. Caminé hacia la puerta que me señaló, divisando al instante una pequeña cama.
Dejé caer a Alice sobre ella, tratando de no inquietarla. A decir verdad, temía el momento en que sus ojos se abrieran y me vieran. La cubrí con unas empolvadas cobijas de manta, abandonadas ahí, y me hinqué a su lado. Refrené los deseos de tomar su mano entre las mías, mientras grababa, una y otra vez, la imagen de su rostro. Probablemente la frialdad de mi nueva piel la asustarían. Tal vez todo en mí la iba a horrorizar ahora. Recordé la mirada que me había dedicado hacía poco, antes de desmayarse. Me devané los sesos buscándole una interpretación, más no logré hallar nada en concreto.
Presté atención a la casi invisible línea húmeda que había dejado la pequeña lágrima que se le había escapado antes de cerrar los ojos. Tal vez no había hecho lo mejor. Tal vez mi actitud egoísta había ido más allá de mi amor por ella, de su propia seguridad. Al final de cuentas, en todo este tiempo, no había respirado. No era lo suficientemente valiente como para ponerme a prueba. ¿Qué pasaba si el olor de su sangre resultaba más fuerte que yo?
Cerré los ojos. Comenzaba a sentirme arrepentido. ¿Qué iba a suceder para cuando ella despertara? ¿Saldría gritando? ¿Me seguiría viendo como el de antes? ¿Soportaría yo su rechazo, su odio? Estaba asustado, debía admitirlo. Me había planteado, numerosas veces, un reencuentro; pero jamás imaginé que fuera de esta manera tan precipitada.
Tal vez, lo mejor hubiera sido dejarla partir...
–Jasper – escuchar mi nombre en el suave sonido de su voz fue como revivir a mi corazón exánime. Fue como si el tiempo se hubiera detenido, como si la cabaña se hubiera esparcido por el viento y solo hubiéramos quedado ella y yo, en ese pequeño lugar.
Me fijé en sus parpados, aún cerrados, que mostraban sus largas y rizadas pestañas. Estaba soñando conmigo. ¿O sería una pesadilla? No. Podía sentir que no era así. Podía apreciar, a su alrededor, cierto melancólico sosiego, muy parecido a lo que yo experimentaba de tenerla cerca de mí, pero no saber qué era lo que pasaría después.
Me atreví a llevar la punta de mis dedos hacia su mejilla. Reprimí un suspiro. Había pasado noches enteras acariciando toda diferente textura que estuviera a mi alcance. Mi piel había tentado los granos de arena, las hojas de arboles, los pétalos de las flores, pero nada, absolutamente nada, se comparaba a esta sensación, a esta calidez, a esta tersura, a esta perfección que parecía casi ilusoria.
–Jasper – volvió a susurrar. Esta vez con más claridad. Estaba despertado. Retiré mis dedos de su rostro. Di dos pasos hacia atrás y esperé inmóvil a lo que sería el momento definitivo... nuestro reencuentro.
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BELLA POV
Edward me soltó en cuanto traspasamos la puerta de aquella cabaña que, extrañamente, me resultaba conocida. Mi vista se viajó por el alrededor, prestando atención en la ventana, adornada con cortinas empolvadas. En su pequeña, pero acogedora, estructura. En el sofá de terciopelo negro que reposaba, intencionalmente, frente a una chimenea que, parecía, tener mucho tiempo de no ser usada.
Era claro que este lugar estaba abandonado desde hacía ya varios años... pero me era familiar, como si lo hubiera visto toda mi vida, dentro de mis sueños. Como si, en un pasado, este hubiera sido mi hogar, mi pequeño castillo.
El ligero sonido de la leña ardiendo me trajo a la realidad. Edward estaba de cuclillas, frente a la chimenea. Su mirada fija en el fuego. Su expresión ausente, como si, al igual que yo, también hubiera entrado en un profundo Deja'vu. Di un paso hacia el frente, haciendo rechinar la madera del suelo. Giró entonces el rostro y me vio. Atisbé un brillo extraño de reconocimiento en sus pupilas, como si, por un momento, se hubiera olvidado de que estaba ahí.
Se puso de pie. Su expresión ausente se transformó en otra, suave y dolida. Bajé el rostro, huyendo de la intensidad con que sus orbes dorados me penetraban. Escuché sus pasos acercarse, situarse frente a mí.
–¿Dónde está Alice? – pregunté. Tanto por sincera preocupación, como simple cobardía de escucharle.
–Ella está bien – contestó, con voz monótona.
–Quiero verla
–No creo que sea buen momento para ello – discutió.
–¿Y por qué no? – desafié, alzando la mirada. Grave error. Sus ojos se centraron en los míos con una fuerza que me estremeció de pies a cabeza. Sus manos me tomaron por los hombros.
–Eres una chiquilla grosera e infantil – soltó – ¿En qué estabas pensado? ¡Dime, Bella! ¿Acaso me mentiste al decirme que nos veríamos en el prado? Responde, por que no logro entenderlo – dijo esto ultimo con un susurro melancólico y frustrado.
No sabía qué contestar. Estaba demasiado aturdida, tanto por la proximidad de su perfecto rostro, como de mis propias dudas. Yo tampoco lograba descifrar todo lo que experimentaba al ligar mi vida a él. La armonía, la pasión, el dolor... la angustia.
En ese preciso instante, por ejemplo, sabía que debería de estar asustada, quizás molesta, por ser victima de lo que, prácticamente hablando, se trataba de un secuestro. Y había que mirarme, penetrar en mi interior, para descubrir que lo único que era capaz de sentir era una absurda y contenida felicidad de estar a su lado.
Si. Era lo único claro que vagaba en mi mente. Y entonces comprendí que había sido una tonta al imaginarme poder vivir sin él. Tonta, de verdad, pues, inexplicable, pero ciertamente, mi existencia entera estaba reducida a ese par de ojos dorados.
Sin detenerme a pensar más, alcé mis brazos y los enrollé en su cuello, atrayendo su rostro hacia el mío, para besarlo. La forma en que él respondió, casi al instante, sosteniendo mis mejillas entre sus manos y moviendo su boca contra la mía con dulce desesperación, me incitaron a hilar mis dedos en sus cabellos y pegar mi cuerpo hacia el suyo, de manera casi urgente. Sentí sus manos deslizarse y apretarse en mi cintura. Sentí sus labios humedecer mis labios con su exquisito sabor. Un suspiró salió de mi garganta y varios recuerdos me inundaron. Recuerdos de una noche, en esta misma cabaña, bajo este mismo cielo, de esta misma forma; sintiéndome amada y amando íntegramente. Con esta misma pasión desmesurada, con estos mismos besos...
¿Era acaso que Edward y yo habíamos estado aquí antes? No. Imposible. Jamás antes lo había visto, hasta ese día en el que nos encontramos en el bosque y empezó todo... Entonces, ¿Por qué una parte remota de mi conciencia me gritaba todo lo contrario?
Dejamos de besarnos, poco a poco. Él volvió a sujetar mi rostro entre sus manos, calmando mi rubor con su frialdad. Quedamos en silencio, recuperando el ritmo de nuestras respiraciones, con los ojos cerrados. Ninguno se atrevía a mirar al otro.
–Bella –susurró, de manera casi inaudible, como si estuviera hablando entre sueños. Abrí los ojos. Él aún mostraba sus parpados. Su expresión era serena, dulce. De verdad parecía dormir.
–Edward... – musité.
"Despertó" Sus pupilas se clavaron en las mías, con un fuego jeroglífico. Soltó una risita. Volvió a besarme, con mucha más dulzura.
–Te he encontrado – susurró. Y yo no comprendí qué pasaba, a qué se refería – eres tú. Siempre has sido tú... – repitió varias veces, como una dulce plegaria, sin dejar de besarme, con sus brazos alrededor de mi cuerpo, con mi pecho reviviendo al suyo con mis desenfrenados latidos, con la frescura de su piel fusionándose con mi calor.
Sentí lágrimas mojar mis mejillas. Qué absurdo, ¿por qué estaba llorando? Jamás imaginé que la felicidad y la melancolía pudieran tomarse de las manos y ser amigas, hasta ese momento.
–Bella – su voz acarició mi nombre, sus dedos enjuagaron mis lágrimas. Miré sus ojos. Brillaban de manera extraña, como si, de un momento a otro, él también fuera a llorar. Otra vez tuve la noción de haber visto esa mirada antes. Me dolió, como nunca antes, el no poder recordar – ¿Qué nos pasó?
Parpadeé numerosamente, intentando concentrarme.
–¿De qué hablas?
–Ven – pidió, después de permanecer en silencio, tomándome de la mano y jalándome hacia el exterior
–¿A dónde vamos? – pregunté. No contestó. Seguimos caminando, con nuestros pies hundidos en la blanca nieve, hasta llegar debajo de un frondoso pino.
Algo me incitó a caminar hacia él y tocarlo. Fruncí el ceño.
–Yo ya había estado aquí antes – murmuré, paseando la punta de mis dedos por sus relieves.
Un estremecimiento me recorrió todo el cuerpo. Los brazos de Edward me enrollaron, delicadamente, por detrás. Comprendí entonces que el frío de su piel, fuera de resultar molesto, siempre había sido... conocido. Añorado. Estar junto a él, era como revivirme, como despertarme de un pesado letargo.
Sin hablar, nos dejamos caer sobre la nieve. Él con su espalda recostada en el tronco del pino. Yo sobre su pecho, totalmente absorta del resto, teniendo solamente alma para amarlo y sentir sus labios besar mis cabellos.
Cerré los ojos. Suspiramos al unisonó. Sonreí. Si... Definitivamente, yo ya había vivido algo así. Definitivamente, mi vida estaba enlazada a Edward desde hacía mucho. Desde siempre.
–¿Recuerdas la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, escuchaste, justamente debajo de este pino?
Negué suavemente con la cabeza, sin abrir los ojos. Sentí sus labios sobre el cristal que reposaba mi frente. Qué dulce era su aliento... Qué dulce era él.
–Lo recuerdas – aseguró, con voz aterciopelada, mientras la yema de sus dedos se deslizaban por mi mejilla, hasta llegar a mi barbilla y luego ascender a mis labios – Había una vez – empezó a contar – hace varios siglos, un ángel, de blancas y frondosas alas, tan bella como el firmamento. Había también, un noble humano, viviendo en la tierra, y un demonio, que no era tan protervo, vagando en el infierno. El ángel miraba a ambos, desde el cielo. Y ellos siempre alzaban la vista, para buscarla a través de las nubes. Pasaron días y noches contemplándose los tres y, a pesar de estar el demonio y el humano igual de enamorados, jamás se vieron como rivales. Sabían que el ángel jamás sería de ninguno de los dos.
"Pero lo ángeles emigran, viajan a través de los vientos. Todos, sin excepción alguna, deben de recorrer hasta el más infinito de los horizontes. Y el momento para el ángel había llegado: debía de irse. Fue un día de luna nueva, en el que el ángel descendió del cielo para despedirse de sus dos amores. Primero fue hacia la pequeña choza del humano, un joven de belleza sencilla y cálida sangre, besó sus labios palpitantes y éste la abrazó e hizo suya. Luego, se internó en el oscuro bosque y llamó al demonio. Ella contempló al ser tenebrosamente hermoso, como una noche sin estrellas, vacío, frío y, al mismo tiempo, sensual. Se amaron en total silencio, con total placer. Se dijeron adiós. Al final, ella partió..."
"Meses después, el ángel dio a luz a un par de niños. Ambos inmortales, ambos bellos... ambos malditos. Uno, mitad ángel y demonio. El otro, mitad ángel y mitad humano. El primero, con sed de sangre, heredero de la naturaleza perversa del padre. El segundo, con corazón vehemente y nobles sentimientos. Los dos fueron desterrados del Cielo, después de la muerte de su madre, y mandados a la tierra, para vivir con lo mortales. Desde entonces los dos mellizos andan por las tierras, sin permitir que nadie les vea, buscando, cada uno, a su respectivo padre y elevando la vista al Cielo, con la esperanza de que su madre, algún día, regrese por ellos.
–Esta historia me la contaste cuando éramos aún niños – recordé, con los ojos dilatados. Él asintió
–Te gustaba por que, decías, te hacía olvidar la diferencia de nuestras razas, nos hacía hermanos y no enemigos – murmuró
Entonces, todo tuvo sentido. Las efigies, los recuerdos que siempre me arribaban al estar cerca de él... La desconocida voz recobró sonido, los arcanos rostros tomaron forma. Era su voz la que siempre me había hablado. Eran sus facciones las que siempre se me presentaban. Era su esencia la que siempre había permanecido viva, dentro de mí.
Durante varios minutos fui incapaz de hablar.
–Bella, por favor, di algo – suplicó – necesito saber qué piensas.
Y volví a actuar de la misma forma que en la cabaña, cuando me preguntó si en realidad planeaba irme lejos de él: hilé mis dedos en sus cabellos y encandilé su boca a la mía. Sus labios desvanecieron el sabor salado de mis lágrimas, aliviaron el inmenso suplicio que me originaba el saber que alguien nos había separado. Y, por la forma en que sus manos se mantenían asidas a mi rostro, fue sencillo deducir que él sufría de la misma manera.
Dejamos de besarnos cuando la respiración se me comenzaba a acabar; más ninguno de los dos habló. Aún no estábamos listos para hacer o contestar preguntas. Quizás ambos estábamos demasiados asustados. Nos limitamos a descansar (la lluvia de recuerdos había sido exhausta) abrazados, debajo de aquel pino que había crecido con nosotros.
–¿No sientes frío? – se preocupó.
–No – contesté. Y decía la verdad. Aún así, él me tomó entre sus brazos y me sostuvo en ellos, para que ninguna parte de mi piel hiciera contacto con la nieve. No protesté. Se sentía bien poder recargar mi oído sobre su pecho. Dormir, arrullada por el silencio de su corazón.
Para cuando desperté, el crepúsculo comenzaba a caer. Parpadeé varias veces, aún demasiado confundida.
–¿Te sientes mejor? – preguntó, con esa delicadeza que solo me confirmaba, cada vez más, que él era mi Edward.
Asentí. Nos pusimos de pie.
–¿Dónde está Alice? – recordé, al divisar el lejano horizonte, en el cual solo una torre del castillo se alcanzaba a distinguir.
–Ella está bien – volvió a repetir, con la misma seguridad de antes – Jasper la cuidará mejor que nadie.
–Él... ¿La ama?
–Me atrevo a decir que casi con la misma intensidad con la que te amo yo a ti – dijo, tomándome de las manos – Bella, ¿Qué sucede? – Preguntó, al verme bajar del rostro y huir de su mirada. Aún así, sabía que esta plática, aunque sumamente dolorosa, era necesaria.
–Tengo miedo...
–Yo también – admitió, con voz apesadumbrada – me da pavor el pensar todo el daño que te he hecho... tengo miedo de que me digas que ya es tarde.
–¿Tarde? – repetí, sin entender, alzando la vista. Y cuán fuerte me golpeó la sombra que surcaba el dorado de sus ojos – ¿De qué hablas?
–Bella, perdóname – comenzó a decir, con palabras atropelladas y desesperadas – no sé qué fue lo que nos pasó; no sé que nos pasa. Perdóname – suplicó... No pude defenderte, no pude protegerte. Yo... no fui capaz de evitar esto. Por el contrario, te hice daño...
–Calla – interrumpí – en realidad eres un tonto – musité – Edward, a lo que temo es de saber cuánto tiempo he estado lejos de ti. Lo que me horroriza es el pensar que eso que provocó nuestro repudio esté allá afuera e intente hacer lo mismo otra vez. No quiero que nos volvamos a separar.
–Jamás – aseguró, mirándome a los ojos – Esta vez no dejaré que te toquen si quiera. Y te juro que, quien sea el responsable de esto, va a pagar con su sangre todo el tiempo que hemos vivido en esta mentira. Te lo juro, Bella.
–No quiero sangre derramada para mí. Sólo quiero que estemos juntos para siempre.
–Para siempre – acordó, sellando, con sus labios, esta solemne promesa.
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Capítulo 23: Reencuentro, parte II
ALICE POV
Abrí los ojos, sabiendo con la realidad con la que me iba a topar. Temblaba. Tenía miedo. ¿Cómo no? Si con lo que me iba a hallar no era más que al hombre al que tanto había amado y, ahora, debía ver como un enemigo. Me asustaba de mis propias reacciones, de mis propios impulsos. El resto no importaba. Si él quería matarme, no importaba. Mejor la muerte a una vida llena de vacío...
Al fin lo hallé. Estaba en el fondo de la habitación. Vagamente, me pregunté en dónde estábamos, pero regresé rápidamente a lo principal. Lo contemplé ahí, tan desconocido y familiar a la vez. Estático, como una piedra tallada en mármol blanco, con su pelo rubio cayendo sobre sus hombros, de manera rebelde, enmarcando su rostro, tan glorioso como el más bello de los dioses. Y sus ojos... habían dejado su antiguo color, que tanto me hechizaba, para dar paso a un mar de aguas doradas.
Jamás pensé verlo más bello de lo que ya era. Advertí que no había miedo hacia él. Advertí que tampoco había repulsión. Advertí que sólo había algo invisible que me impedía ponerme de pie y correr en su dirección: un manto de angustia y miedo que pesaba sobre mis hombros. Una angustia muy parecida a lo que yo experimenté desde que había sido arrebatado de mis brazos. Un miedo similar al que ahora mismo me arribaba al concebir la duda de si Jasper seguía amándome.
Me acomodé sobre la cama, de tal forma en que quedara hincada sobre ésta, frente a él. Silencio. Hasta nuestras miradas carecían de voz. Me fijé en sus manos, las tenía fuertemente empuñadas y rígidas. Parecía no respirar. ¿Era acaso que temía hacerme daño? ¿Era por eso que no se acercaba? Su expresión atormentada así me lo confirmó.
–Jasper – Llamé. Él respingó. Sonreí para infundirle confianza, viendo cómo sus ojos se iban relajando, poco a poco – Acércate – pedí – por favor – agregué ante su resistencia.
Con vacilación, dio el primer paso, luego el segundo. Mi corazón latía cada vez más fuerte. Para cuando estuvimos a menos de un metro de distancia, amenazaba con explotar. Extendí mi mano hacia el frente, invitándolo a tomarla. Lo hizo. Y el contacto de nuestras pieles me transmitió un ligero hormigueo que me entumeció. Se sentó sobre la cama, con sus ojos instalados en los míos. Con el dorado fundiéndose y penetrando mi ser, de la misma manera que en el pasado. La dicha de saber que su esencia no había cambiado en absoluto, que mis pesadillas habían sido simples calumnias, que Jasper seguía siendo mi Jasper, me llenó de tanta felicidad que, sin premeditarlo si quiera, me lancé a sus brazos.
–Jasper – sollocé, contra su pecho – abrásame, Jasper – y lo hizo, moviéndose con una delicadeza extrema, lo hizo. Me alejé un poco y acaricié su rostro – No temas, no me harás daño...
–Alice... – musitó. Sonreí al escuchar su voz arrullar mi nombre
–Confío en ti...
Esta vez, fue él quien me abrazó. Su rostro se hundió en mi hombro.
–No estás respirando – señalé
–No quiero arriesgarme a oler tu sangre – admitió, con pesadumbre. Volví a tomar su rostro entre mis manos
–Eres fuerte – susurré, acercando mi boca a la suya.
Nuestros labios se unieron al segundo siguiente y los dos soltamos un suspiro al mismo tiempo. Él gimió ligeramente, pero yo no desistí de besarlo. Necesitaba saborear su aliento fresco, que se fusionaba con el mío como aire de verano e invierno. Se fue relajando, poco a poco, conforme la húmeda danza adquiría más ritmo. Hilé mis dedos en sus cabellos y sentí sus brazos enrollarme y atraerme hacia él. Nuestras bocas se separaron cuando la respiración se ausentó de mi pecho. Dejé caer mi frente sobre la suya.
–¿Ves? – Musité, con el poco aliento que aún me restaba – eres fuerte
Jasper soltó una risita, entre divertida, aliviada y orgullosa. Luego se acercó y me besó otra vez, de manera más breve, pero con el mismo dulzor.
–Gracias – dijo, acariciando mis mejillas
–¿Por qué?
–Por aceptarme de esta forma.
–Sigues siendo el mismo – aseguré – solo que... más duradero. Ahora la eternidad está dispuesta para los dos
–Pensé que me odiarías – confesó
–Te soy sincera, yo también pensé lo mismo de ti. Por eso decidí marcharme. No sabes las veces que estuve a punto de salir del castillo e internarme en el bosque, para buscarte. Pero me aterraba la idea de encontrarte y no vislumbrar, en ti, nada más que odio.
–Te habrías ido, aún si hubiera seguido siendo humano.
–Probablemente – admití – todo esto que pasó, aunque doloroso, me fue de mucha ayuda para abrir los ojos y darme cuenta de algo que, jamás, pondré en tela de juicio.
–¿Qué cosa?
–Te amo, Jasper – contesté – y ahora sé que este sentimiento es irrevocable y eterno, que nada, ni nadie, podrá borrarlo ni destruirlo. Mi lugar está a tu lado y ya no tengo valor para intentar irme a ninguna otra parte, que no sean tus brazos. Sé que será difícil – agregué, con melancolía – pero si es necesario abandonar a mi familia, lo haré – entonces, recordé cierto detalle que había pasado por alto – ¿Dónde está Bella?
–Ella se encuentra bien, con Edward.
–Edward – repetí – ¿Ese es el nombre del vampiro que te convirtió?
Asintió
–No te preocupes. Es buena persona.
–¿No le hará daño?
–Jamás en su vida –aseguró. Descubrí el significado de sus palabras. Mi boca se abrió ligeramente, de manera incrédula
–¿Insinúas que él está enamorado de mi hermana? – permaneció en silencio, pero su mirada bastaba para darme la respuesta.
Me tomó dos segundos el poder asimilarlo. Y fue ahí mismo cuando otra luz de sabiduría me arribó. ¿Sería Edward el ser de quien Bella también estaba enamorada? ¿Era ese vampiro, de sangre pura, el hombre por quien mi hermana sufría?
La idea sonaba un poco absurda, pero... si yo estaba enamorada de un bebedor de sangre, ¿por qué no también a otras personas le podía pasar lo mismo?
–Alice – la voz de Jasper llamó mi atención – ¿En qué piensas?
–No lo sé – confesé – mi cabeza está en todas partes. Demasiadas cosas para un solo día. Ahora, por ejemplo, acabo de recordar que mi familia ha de estar demasiado preocupada.
–¿Quieres regresar al Castillo?
Negué con la cabeza
–¿Podré ver a Bella esta noche?
–Si – prometió – si quieres, podemos salir. Han de estar cerca.
Lo dudé por un momento. Tenía cierto miedo de lo que habría detrás de la puerta, del pequeño, pero reconfortante, cuarto que nos cubría. Aun así, asentí. Había cosas por hacer, asuntos por arreglar... Sabía que no sería fácil; pero cuando Jasper asió mi mano y la aferró fuertemente contra la suya, supe que, estando juntos, podríamos contra todo.
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ROSE POV
Suspiré su perfume, antes de abrir mis ojos. No quería despertar. Se sentía demasiado bien estar de esta manera: enlazada a él, sintiendo su calor penetrando mi piel y aliviando las heridas habidas. Sus labios besaron mi frente. Sonreí y deslicé la punta de mis dedos por su pecho.
–Pensé que estabas dormida – le escuché susurrar, muy cerca de mi oído.
–Aún estoy soñando – contesté, sin abrir los ojos.
Se hizo un silencio entre ambos.
–Rose – llamó, dulcemente – tengo que regresar al Castillo.
Me tensé al instante. Abrí los ojos de manera automática y, aunque intenté disfrazar mi negativa, fue imposible. Lo supe por la forma en que sus manos capturaron mi rostro y lo acunaron entre ellas.
–Mi gente piensa que estoy muerto – explicó – no puedo dejarlos.
–Lo sé – musité. Y en verdad lo comprendía, pero no quería que se fuera. Tenía miedo de que ya no regresara. Se acercó y me besó lentamente.
–Regresaré por ti – prometió, como si pudiera leerme la mente – Te llevaría ahora mismo conmigo, pero necesito hablar primero con mi tío. Explicarle todo lo que pasó.
–El Rey Charlie jamás aceptará que una bruja penetre sus puertas. Y, siendo honesta, tampoco yo tengo esa intención.
–Rose – susurró – pensé que tu odio hacia mi familia...
–Estoy enamorada de ti, Emmett – me apresuré a aclarar – pero tú familia es otro asunto. El resto de tu raza es otro asunto. La Realeza sigue siendo mi enemigo.
–Pero es que eso no puede ser – discutió – ¿Insinúas que me amas, pero que si ves a uno de mis primos, o amigos, le intentarás hacer daño?
–No le intentaré hacer daño – corregí – haré todo lo posible por matarlos
–¡Rose! – reprendió. Rápidamente, me puse a la defensiva.
–Ellos me arrebataron todo –recordé – mataron a mi familia, la masacraron, sin la más mínima piedad. La extinguieron. ¿Sabes lo que eso significó para mí? Estuve sola durante décadas, buscando a tan solo una persona que fuera de mi estirpe. Jamás encontré nada. Jamás he encontrado nada. Me atrevo a decir que soy la única hechicera, Emmett. La única que queda de mi raza. ¿Y pretendes que toda esta desolación sea olvidada? Siento decepcionarte, pero no soy lo suficientemente buena para ello. Te he perdonado a ti, por que no me queda otra opción. Te amo; pero al resto de tu familia, al resto de los tuyos, los sigo odiando con la misma intensidad que antes.
Nos miramos a los ojos. En los suyos pude leer cierto brillo de culpabilidad, pero sobre todo, comprensión. Pegó su frente a la mía y acarició, con la yema de sus dedos, mi mejilla derecha. Luego descubrí que estaba limpiando mis lágrimas.
–Ya no estás sola, me tienes a mí y así será por siempre– murmuró, besando mis parpados – mi niña, has sufrido demasiado y no sabes todo lo que daría por hacerte olvidar tanto daño. Sé que eso es imposible. Las heridas nunca sanan del todo. Pero, cariño, estamos juntos. El destino nos ha unido y yo nunca, jamás, te dejaré. Siempre estaré para ti.
La forma en que sus palabras me reconfortaban, era casi mágica. Me tranquilicé al instante. El rencor se esfumaba, siempre y cuando estuviera con él. El pasado se volvía en eso: en el pasado. Algo que jamás iba a cambiar, hiciera lo que hiciera. Emmett se había convertido en mi presente. En ese preciso instante importante y único en mi vida. Irónicamente, Emmett era el príncipe que, a su manera, me había llegado a salvar de mi propia maldición.
–¿Aceptarías casarte conmigo, Rose? – preguntó. Mi mirada se dilató y sentí el corazón encogerse
–¿De qué hablas?
–Nada me haría más feliz que llamarte esposa mía – contestó, besando mis labios – nos iríamos a mi reino y ahí te presentaría como mi mujer y soberana
–Es una locura. Emmett, somos especies diferentes
–Nadie ha atestado que la unión de dos razas sea un delito – recordó, triunfante – eso es un código que solo está implantado entre nosotros, como un mero prejuicio. De verdad, ¿no has pensado que ha habido más casos como el de nuestro?
Permanecí en silencio. Por supuesto que, al menos, había existido otra historia similar a la de nosotros. La historia de Edward y esa princesa, Isabella. La historia a la que yo misma había puesto fin.
–¿Qué pasa? ¿Por qué te has quedado callada?
–No es nada – calmé.
–Te noto demasiado inquieta. Tranquila, no es necesario que me des una respuesta ahora mismo – tomó mi mano derecha y la besó – tengo todo el tiempo del mundo para esperarte. No te desharás de mí tan fácilmente
No pude evitar sonreír. Él me miró fijamente y suspiró
–¿Qué? – inquirí, juguetonamente, ante su gesto.
–¿Te he dicho que eres la más bella? – musitó, acomodando su cuerpo sobre el mío y comenzando a depositar pequeños besos en mi cuello y boca – ni una, ni dos, ni tres eternidades me bastaran para saciarme de ti.
Sólo eso bastaba para que la piel se me erizara y me abandonara a sus caricias. Cerré mis ojos, guié mis manos hacia los lugares que, había descubierto, le eran más sensibles y me extravié entre el mar de su calor y sabor.
–Creo que pueden esperar un día más – garantizó, mientras, al término de nuestra entrega, me atraía a su pecho e intentábamos recobrar el ritmo normal de nuestras respiraciones.
Yo no dije nada al respecto. Pero sabía que no hacían falta las palabras para que él tuviera bien entendido que, por mí, podía quedarse todo el tiempo a mi lado.
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BELLA POV
–Creo que lo mejor es que regresemos a la cabaña – dijo Edward, con voz suave, sin dejar de acunarme entre sus brazos.
Suspiré, con pereza, mientras hundía mi rostro en su pecho.
–No quiero – se sentía bien estar así. Él soltó una risita
–Está cayendo la noche y la temperatura comenzara a descender más.
–No tengo frío – volví a discutir
–Lo mismo dijiste hace mucho – recordó, con ternura y nostalgia – ¿Y qué fue lo que pasó después?
Tardé un poco en contestar. Sólo el tiempo que bastó para que esas precisas imágenes del pasado se me mostraran. Sonreí, con su misma tristeza.
–Me resfrié. Tú llegabas todas las noches a mi cuarto, burlabas a toda la guardia y te metías por mi ventana. Pero te negabas a abrazarme, decías que la frialdad de tu piel empeoraría mi estado. Te limitabas a sentarte a mi lado y cantar, para que me durmiera.
Sentí sus labios besar mi frente
–Siempre has sido demasiado sobre protector – apunté, con una pequeña sonrisa – desde niños lo has sido.
–Eres mi todo, mi vida, ¿Qué esperabas? – se defendió – sin embargo...
–Sin embargo, nada – interrumpí. Sabía lo que iba a decir. Sabía que se iba a culpar de lo sucedido entre nosotros. Él bajó la mirada – Edward, lo que pasó... fue algo que no pudimos evitar. Y de nada sirven ya los lamentos
–Lo sé – admitió – pero el sólo recordar las veces que quise hacerte daño...
–Pero no lo hiciste. Lo que haya querido separarnos, no lo logró. Ahora estamos juntos, y eso es lo que importa
–Tienes razón – asintió, uniendo su frente a la mía.
Regresamos a la cabaña y entramos tomados de las manos. Temí por Alice, ¿qué pensaría mi hermana de todo esto? más decidí averiguarlo por mi propia cuenta. No me sorprendió mucho encontrarla sentada, frente a la chimenea, con la cabeza de Jasper acomodada sobre su regazo. Quizás siempre supe que ellos se amaban y no quise admitirlo. Ella tampoco pareció confusa por mi acercamiento con Edward. Sin mencionar palabra alguna, mi pareja y yo tomamos asiento frente a ellos.
Jasper se incorporó, para adquirir una posición más formal, pero enrolló el brazo alrededor de los hombros de Alice, con delicadeza, con ese amor incuestionable. Hizo una inclinación de cabeza, en forma de respeto, al verme. Le sonreí. Mi hermana me miraba fijamente, no con reproche, ni con ningún otro sentimiento que se le pareciera, si no, más bien, con felicidad y, si, también había ahí miedo.
La comprendía. Sabía que ambas estábamos en la misma complicada situación: enamoradas de nuestro supuesto enemigo. No deberíamos de estar con ellos, pero los necesitábamos. Automáticamente, dirigí mi mirada hacia el maravilloso ser que se encontraba a mi lado izquierdo.
–Veo que las cosas han salido mejor de lo que esperabas, Jasper – dijo Edward, con cierto tono juguetón en la voz. Definitivamente, había vuelto a ser el mismo de antes. Aunque, ¿Sería que en realidad había cambiado? No. Siempre había sido él. Solo que... un poco más rebelde.
El rubio asintió
–Princesa Alice, lamento mucho el susto provocado hoy en la madrugada – prosiguió mi vampiro – De igual forma, le ofrezco mis disculpas por todo el daño y molestias que mi familia, a ordenes mías, ha causado a la suya.
–No tengo nada que disculparte – contestó mi hermana, con voz sincera – Al contrario, estoy en gran deuda contigo, Edward, salvaste a Jasper... si tú no lo hubieras decidido convertir, no sé qué sería de mí ahora. Muchas gracias. Aunque... – agregó, con una sonrisa – sería buena idea pedirte un favor
–El que guste
–¿Podríamos dejar las formalidades a un lado? Quiero decir, está más que claro que tú y Bella...
Dejó la frase inconclusa, pero fue suficiente para entender a la perfección.
–En todo caso – intervine – me gustaría pedirle lo mismo a Jasper. Ya que, me atrevo a decir, la situación de ustedes es muy similar.
Esta ocasión fue Alice la que se quedó sin habla. Nos miramos, significativamente, por un momento. Luego sonreímos y ella se lanzó a mis brazos.
–Me imagino han de querer hablar a solas – adivinó Edward
–Y hambrientas – agregó Jasper
–Vamos a buscar algo para cenar, en seguida regresamos – Alice y yo asentimos. Los vampiros desaparecieron por la puerta, dejando a su paso un fresco y dulce aroma. Aunque claro, yo sólo era capaz de identificar la fresca fragancia que caracterizaba a Edward.
Alice apretó el rostro contra mi pecho. Yo besé su frente.
–Todo saldrá bien – prometí – lo que debemos hacer ahora es hacerles saber a nuestros padres, y a James, que estamos bien. Han de estar demasiado preocupados y nos han de estar buscando por todo el bosque.
Mi mente se concentró para desviar la imagen de Jacob.
–Alice, sé que no quieres alejarte de Jasper – dije – pero es necesario que regresemos al castillo. Como ya sabrás, Edward es un Sangre Pura. Él tiene planeado ir al Castillo para hablar con nuestro padre y ofrecer un tratado de paz. Las confrontaciones se terminarían, los vampiros ya no serían nuestros enemigos, Jasper y Edward podrían pedir nuestras manos...
–¿Y qué pasa si nuestra familia no acepta? – Intervino mi hermana, con voz temblorosa – ¿Qué pasa si en ese momento se levantan armas e intentan matarlos?
–Debemos arriesgarnos – dije – sé lo que estás pensando. Yo también lo sospesé hace mucho, cuando era más "joven", pero huir no es la mejor manera de hacer esto. James mandaría a cazar a cada uno de los vampiros, al creernos muertas por ellos. Edward y Jasper sufrirían al ver a su gente caer y huir por causa suya. Nosotras también sufriríamos al ver a nuestro hermano invadido por la rabia y el rencor, y andaríamos de un lugar a otro, sin paz, pues siempre estaríamos llenas de miedos y remordimientos. ¿En realidad quieres esa vida para ti y Jasper?
–No – susurró ella – no quiero
Acaricié su mejilla
–Mañana, antes de que el sol salga, estaremos de regreso en el castillo. Verás que todo saldrá bien. Te lo prometo
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No recordé que tenía hambre hasta que sentí el olor de la carne asada llegar a mi nariz. Mi estomago, junto con el de Alice, gruñó ferozmente, aclamando comida. Los dos vampiros se deshicieron en carcajadas, ganándose una mirada asesina por parte de ambas. Claro, les venía bien el burlarse, al final de cuentas, ellos no tenían ese tipo de exigencias.
Edward y Jasper se limitaron a vernos masticar y beber, sin perder ni el más mínimo detalle de nuestros movimientos. Estaba casi segura de que mi hermana se encontraba tan cohibida como yo. Después de todo, el tener los ojos de un ángel atentos a cada una de tus acciones, no es algo que puedas ignorar tan fácilmente.
Cuando la cena terminó, Alice y Jasper anunciaron ir a dar una vuelta por ahí cerca. De alguna manera, necesitaban despedirse. Me dolía obligar a mi hermana decir adiós al hombre que amaba, cuando apenas y tenía la oportunidad de estar con él, pero esperaba que este sacrificio valiera la pena.
Edward y yo quedamos solos en la cabaña. Era una noche fría, así que cerré la pequeña ventana que daba hacia el patio, con su hierba cubierta de blanca nieve. Me quedé contemplando distraídamente el cielo, hasta que sentí los brazos de Edward cubrirme por detrás.
–¿En qué piensas? – preguntó, con sus labios pegados a la piel de mi cuello
–En que mañana tendré que decirte adiós, otra vez – contesté, sin conseguir ocultar mi tristeza. Él me hizo girar, para que pudiera verme a la cara.
–Estaremos juntos muy pronto – prometió.
Me perdí en la perfección y sinceridad de sus ojos, que parecían casi plateados en aquella oscuridad apenas y cortada con la luz de la chimenea.
–Bésame – pedí y él respondió casi al instante, como si se hubiera tratado de una orden apremiante, uniendo sus labios a los míos con una intensa dulzura que nubló mis pensamientos.
Mis brazos envolvieron su cuello y sentí una de sus manos apretar mi cintura, pegando mi cuerpo al suyo. Un suspiró se ahogó en mi garganta. Mis dedos se hilaron en sus broncíneos cabellos. La intensidad de nuestros besos aumentaba con cada roce que éstos se daban, al igual que el calor de mi cuerpo y la necesidad de sentirme más y más cerca de él.
No era la primera vez que este deseo me albergaba, por eso temí que, como en un pasado había sucedido, Edward frenara el movimiento de mis dedos que comenzaban a deshacer los botones de su camisa. Pero no fue así. La prenda cayó al suelo sin que él hubiera hecho ni el más mínimo esfuerzo por evitarlo, parecía que, al igual que yo, ya no podía soportar más este deseo reprimido por décadas enteras.
Paseé la punta de mis dedos por su impecable pecho, él se estremeció y sus labios descendieron de mi boca hacia mi cuello, mientras sus manos hacían bajar la tela de mi vestido, dejando al descubierto mis hombros.
Se alejó un poco, sólo para quitarme la cadena trenzada, en forma de tiara, que sostenía el cristal sobre mi frente. Cerré los ojos, sintiéndome liberada. Hallarme sin esa joya era como regresar el tiempo. Era como si Edward y yo aún viviéramos en el pasado, sin haber experimentado jamás ese olvido aterrador.
–¿Estás segura? – le oí susurrar
–Completamente – contesté
–Bella... – comenzó a discutir. Silencié sus labios con un pequeño beso
–Eres el hombre de mi vida... Y yo siempre seré tuya. ¿Para qué esperar más? Te necesito, ahora.
Y no necesité decir más para que volviera a besarme con esa deliciosa pasión suya, mientras nos dirigía hacia la habitación.
Mi cuerpo cayó sobre el suyo y el vestido continuó con su lento desprendimiento. Un rubor cubrió mis mejillas al sentir mis pechos desnudos ser contemplado por sus ojos negros y llenos de deseo. Los acarició con tortuosa lentitud, haciéndome vibrar con cada electrizante roce. Luego, me tomó por la cintura y me acomodó sobre la cama, deshaciéndome completamente de la ropa.
Sus labios iniciaron una ardiente peregrinación. Un gemido se escapó de mis labios, mientras su lengua humedecía y endurecía mis pezones. Percibí la suavidad y sensualidad de sus manos acariciar cada parte de mi cuerpo, mientras yo trazaba cada línea perfecta de sus músculos y alborotaba sus cabellos.
Su nariz se deslizó por la curva de mi cintura, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Su boca volvió a buscar la mía, con enardecedora ansiedad, entrelazando nuestras lenguas, mientras su mano se abría paso entre mis piernas.
Sendos jadeos nos hicieron temblar cuando uno de sus dedos se abrigó en mi humedad.
–¿Te lastimo? – preguntó, con la voz ronca.
Me limité a negar con mi cabeza y elevar mi espalda para acortar la distancia que alejaba a nuestros labios, mientras él continuaba con el movimiento estimulante de mi intimidad. Parecía gustarle el tenerme totalmente abandonada a él. Y yo no hacía nada para quebrantar su vanidad. Al contrario, musitaba su nombre cada vez que me era posible, mis manos se resbalaban con deleite por todo su cuerpo y mis labios parecían jamás tener suficiente de su fresco sabor.
Con un gruñido muy bajito, Edward se deshizo de las prendas que aún le cubrían y se acomodó sobre mí. Sus ojos, negros como la pasional noche, miraron a los míos, buscando (y no encontrando) algún atisbo de duda que le hiciera frenar. Su mano rozó suavemente mi mejilla, con tanta mesura, como si yo me tratara de una burbuja de cristal. Ninguno de los dos habló. Simplemente, las palabras no hacían falta entre nosotros.
Edward comenzó a adentrarse en mí y, al sentir el primer contacto entero de nuestros cuerpos, sentí que cada fibra de mi piel tomaba vida propia. Sus besos fueron el perfecto bálsamo para el dolor virginal que, poco a poco, comenzó a dar paso al placer más exquisito. Susurré su nombre y él el mío, mientras nuestras pieles se estremecían y ambos tocábamos nuestro propio edén.
Terminamos con un fuerte jadeo. Él besó una vez más mis labios y después acomodó su cabeza sobre mi pecho. Permaneció quieto, mientras yo acariciaba sus cabellos, escuchando cómo el desenfrenado latido de mi corazón recuperaba su ritmo normal.
Cerré los ojos y suspiré, creyendo apenas que esto había pasado. Hacía tan poco pensaba que amarlo era un error y ahora sabía que mi vida le pertenecía desde hacía mucho, mucho tiempo.
–¿En qué piensas? – preguntó. Abrí los ojos y me encontré con los suyos.
Sonreí y paseé la yema de mis dedos sobre sus ojeras.
–Cuánto te amo – susurré, más para mí que para él y, repentinamente, una sombra surcó su rostro
–No merezco que ames, Bella
–¿Por qué dices eso? – me extrañé.
Sus ojos dejaron de ver a los míos y tomó mis manos entre las suyas. Tardó un momento en hablar, parecía estar buscando las palabras adecuadas. Lucía nervioso.
–Bella, yo... he estado con alguien más. – aguardó, temeroso, a mi respuesta.
No voy a negar que una punzada de celos y dolor me atravesara el pecho, pero... tampoco pensaba discutir por un asunto de ese tipo. ¿Con qué derecho iba a juzgarle si ni el destino sabía cuánto tiempo habíamos estado separados? Además, estaba el pequeño detalle de que yo había llegado a sentir algo por Jacob. Nada comparado con lo que Edward provocaba en mí, pero, al final de cuentas...
–¿Bella? – su voz me trajo a la realidad. El negro de sus ojos no ocultaba el terror que la espera de mi reacción le causaba.
Le miré fijamente y le sonreí. Alcancé una de sus mejillas y la acaricié.
–¿Estás enojada, decepcionada...? – negué con la cabeza y silencié sus labios con mis dedos.
–Estoy feliz – confesé, dejando que viera la sinceridad de mis palabras en mis pupilas – Estoy a tu lado y eso me basta. Eso es suficiente y no quiero saber de nada más que, al fin, podremos estar juntos toda, toda la eternidad.
Sus profundos ojos me miraron, con el ocre derretido envolviéndome en telas de terciopelo, antes de que sus manos asieran mi rostro y juntara sus labios con los míos, moviéndolos en una danza suave, pasional, sincronizada.
–Toda la eternidad no basta para amarte, Bella – susurró, sin dejar de besarme, mientras yo hilaba mis dedos en sus cabellos y comenzaba a caer de espaldas sobre la cama, embriagándome del fresco sabor de su saliva, preparándome para dejarme llevar a ese perfecto lugar que sólo sus caricias eran capaz de brindarme.
EDWARD POV
El escarlata de sus ojos permanecía fijo en mí. Su rostro estaba sereno. Extraño, pensé, generalmente el despertar de un humano como vampiro no suele ser tan... pasivo. Carlisle estaba a mi lado y nos flanqueaban tres hombres más.
Simple precaución, los neófitos suelen ser demasiado agresivos. Sin embargo, este hombre estaba en completa calma. Hasta sus pensamientos encarnaban una laguna vacía y sosegada; constante. Con una sola imagen y nombre repitiéndose periódicamente: Alice, Alice, Alice...
Mi padre posó una de sus manos sobre su hombro. Sus movimientos habían sido pausados, precavidos... innecesarios. Jasper no se inmutó en lo más mínimo. Seguía en completa parálisis, en un estado casi catatónico.
Alice...
–Bienvenido, hijo
Jasper asintió, muestra clara que estaba escuchando, de que entendía todo. En la guarida se había alzado una perenne afonía. Todos esperaban alguna reacción, algún movimiento. Alguna palabra. Nada. Solo silencio. Sentí una punzada en las sienes.
Alice...
–Dejémoslo solo – propuse – lo necesita.
Sabían que podían confiar en mí. Al final de cuentas, yo era el que lo podría llegar a entender mejor gracias a la posibilidad de escudriñar su mente.
Salimos de la habitación en donde se encontraba, me senté en una de las rocas. La luna seguía iluminando al bosque con sus rayos plateados. Suspiré. Su recuerdo arribó otra vez, con mucha más fuerza que antes. ¿Cuánto tiempo pasaría para volver a verla? Decidí no pensar en una respuesta. Era cobarde para el dolor.
Preferí llevar mis pensamientos hacia otra parte: Laurent. Ese maldito había escapado, junto con otro pequeño grupo de hombres, y no teníamos rastro alguno de ellos. Necesitaba encontrarlo. Una bestia como él no podía seguir con vida, no cuando, sabía yo, su principal objetivo era matar a Bella.
Sonreí irónicamente. ¡Quién lo diría! Yo, quien había deseado tanto aniquilarla, ahora daría mi vida por protegerla... Si, definitivamente lo haría. No me cabía duda alguna de ello.
La madrugada cayó envuelta en una profunda desolación. Había en la atmosfera cierta nostalgia, cierta angustia que se iba propagando conforme cada segundo pasaba.
Escuché sus pensamientos venir antes de verlo.
–Toma asiento – indiqué. El rubio accedió – ¿Cómo te sientes?
–Confundido...
–Entiendo – asentí. Parecía que el que pudiera leerle los pensamientos no le asombraba ni incomodaba
–¿Por qué...?
–Tú no querías morir – contesté – no querías morir por ella.
–Alice... – su melancolía era palpable.
Asentí.
–Tal vez no fue lo mejor – me disculpé – actué por impulso. La intensidad de tus pensamientos, de tu amor por ella... me sentí identificado contigo.
Su mente quedó en blanco por un momento. Volví a evocar sus pensamientos: la furia y doliente impotencia de no hacer nada para cambiar el destino. El miedo de perecer y yacer en cenizas, sin volver a verla, sin poder cuidarla. No importaba si ella no lo amaba, si no iban a poder estar juntos jamás, él se iba a conformar con ser su guardián, su protector, el que daría diez mil veces su vida para salvaguardarla de todo peligro, el que viviría para procurar que fuera feliz.
Y los pensamientos de la princesa no habían sido menos escandalosos. El febril deseo de ser la dueña de su dolor, la absoluta resolución de dar hasta su alma con tal de librarlo de la muerte. Toda esa combinación de incondicionalismo, de amor puro y entrañable, había sido como un reflejo de un oscuro mar en el que yo, tiempo atrás, me había sumergido.
Ser el único testigo de toda esa angustia fue como revivir pasados recuerdos que se negaban a mostrarse límpidamente; pero que me aseguraban tres cosas, de las cuales yo era incapaz de albergar la más mínima duda. Una, yo había amado a una mujer de la misma manera que Jasper, con la misma intensidad, con el mismo impulso de protegerla contra todo lo que pudiera hacerle daño. Segunda, yo también había sido amado por ella que, al igual que la princesa Alice, daba todo por mí. Y, tercera, nosotros también habíamos sido de razas diferentes, lo nuestro también había sido un amor prohibido...
–Gracias – dijo, rompiendo en silencio y mis cavilaciones.
Le miré, su expresión seguía siendo serena. Su rostro estaba inclinado hacia abajo y jugaba, con la punta de sus dedos, la tierra húmeda.
–Pensé que me maldecirías por haberte hecho esto
–No, nunca pensaste esto – discutió – siempre supiste que estabas haciendo lo correcto. Leíste mis pensamientos, me imagino que es como si hubieras encarnado en mi alma, hiciste lo que tú desearías hubieran hecho por ti y nadie, ningún ser vivo, es lo suficientemente valiente como para cambiar una salvación por una condena. Desde un principio supiste que me estabas salvando... Y te lo agradezco, sinceramente.
–No tienes por qué – puse una mano sobre su hombro – Al final de cuentas, te di la inmortalidad, pero te arrebaté la posibilidad de estar a su lado
–Yo no voy a hacerle daño a ninguno de ellos – sentenció, mirándome a los ojos
–Nadie te pedirá que lo hagas – tranquilicé – mi familia, en realidad, jamás ha atacado a la Realeza. He sido yo y un infructífero número de hombres quienes siempre hemos querido revelarnos; pero las cosas han cambiado, Jasper. El ataque al Castillo no fue provocado por mí, si no por el mismo que estuvo a punto de arrebatarte la vida. He regresado con mi gente. Tal vez sea ya muy tarde para remediar todos los errores que cometí en los años pasados... pero haré el intento. Ahora, mi única prioridad es atrapara a Laurent.
–También la mía – asintió
–Tenemos más cosas en común de las que creemos
–Si – acordó – la más importante: ambos estamos enamorados de dos princesas inmortales.
Mi espalda se irguió ante su comentario. Él seguía viéndome fijamente. Sus pensamientos estaban estrictamente cerrados. ¿Cómo era posible...?
–No es necesario ser lector de mentes – aclaró – mientras agonizaba, podía sentir toda tu desesperación por alguien ahí presente. Ahora, puedo reparar tu añoranza, que se combina con la mía como si se tratara de una sola. Me salvaste no por lastima, si no por que te viste reflejado en mí. Ahora lo entiendo. Pero tú no amas a Alice. Amas a su hermana, a la princesa Isabella. Lo sé, lo percibo con tanta fuerza que casi se vuelve tangible para mis manos.
–No debes de emocionarte con el don que te ha sido otorgado – evadí, poniéndome de pie – algunos se vuelven locos. Lo mejor sería que te lleve a casar, has de estar sediento.
Escuché su risa tranquila detrás de mi espalda y sus pasos aproximarse.
–Vamos
–Pareces demasiado resignado –apunté. Se encogió de hombros
–Todo es mejor a lo que me esperaba. Ahora, en realidad podré cuidarla... por siempre.
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ROSE POV
Él dormía. Yo lo contemplaba, sin parpadear, con la mandíbula tensa y los ojos cristalinos. Suspiré, mientras mis dedos se apretaban alrededor del objeto que sostenía de manera cobarde. El aire que llegó a mis pulmones dolió. Mi rostro se crispó ante la molesta sensación, pero no dejaba de verle. Tal vez, inconscientemente, mi alma pedía grabar, muy en el fondo, la gloriosa imagen de su rostro sereno.
Las heridas de Emmett estaban casi del todo curadas. Su mejoría había sido pronta, solo quedaban pequeñas contusiones por cicatrizar. Llevé mis manos hacia la venda que tenía enrollada sobre la frente. La acomodé. Aproveché para acariciar su mejilla. Otra vez dolor. En todas las décadas de mi vida había experimentado algo tan similar. El esfuerzo que hacía por no llorar era enorme. Mi actitud era vergonzosa. Y yo que pensaba haberme familiarizado con el sufrimiento. ¡Qué equivocada estaba! El corazón jamás logra asir de la mano a las penas. Emmett me enseñó eso.
Mis manos temblaban, agitando el frasco de cristal que en ellas reposaba. Lo tenía que hacer. No había otra manera. Esto que sentía por él era demasiado fuerte, demasiado peligroso. Amenazaba con ablandar mi alma, con dejar todo mi rencor a un lado, con traicionar la memoria de toda mi familia.
"Puede que ahora no me digas que me quieres, pero lo sientes y no lo puedes controlar"
Qué ciertas habían sido sus palabras. Tal vez, si no las hubiera dicho, no estaría dispuesta a hacer esto. Hubiera podido afirmar que el salvarlo había sido solo un simple desliz, una mera forma de agradecimiento. Hubiera seguido mintiéndome a mi misma diciéndole que lo odiaba mientras lo besaba y dejaba que me encontrara... Pero no. Lo que yo sentía por él estaba declarado, impregnado en mi sangre. Y el único modo de borrarlo era de esta manera.
Destapé el frasco. Por primera vez en varios minutos, dejé de ver a Emmett y presté atención al líquido que se introduciría en nuestras bocas. Estaba temblando, prueba clara que, después de todo, era una maldita cobarde.
–Es necesario – susurré. Luego, decidí por dárselo a él primero. ¡Si, era una basura! Egoísta... carente de valor. Demasiado poco para un hombre como Emmett.
Su sueño era demasiado tranquilo. Traté de actuar de manera rápida, sin detenerme a pensar. Metí una de mis manos para sujetar su espalda y con la otra, acerqué el frasco para que la pócima se vertiera por sus labios, que se apretaron repentinamente. Emmett abrió los ojos, clavándolos en los míos.
–Hagas lo que hagas, aún así me des cientos de pócimas, no dejaré de amarte, Rose – susurró, tomando mi rostro entre sus manos.
Permanecí inmóvil, pasmada... Agradecida. Sus dedos enjuagaron las lágrimas que mojaban mis mejillas.
–¿Por qué? – Preguntó, con voz dolida – ¿Acaso tan malo es amarme que estás dispuesta a sacrificarte? Mira cómo tiemblas – señaló, sin darse cuenta que él se encontraba en la misma situación – ¿en realidad quieres que olvidemos esto?
–No – contesté, soltando el frasco que cayó al suelo – no quiero.
–Al fin, Cielo Santo – musitó, alegremente, mientras su frente se pegaba a la mía y sus manos se hundían en mis cabellos – Dime que me quieres – pidió, con cálido aliento golpeando mis parpados – dímelo, Rosalie. Necesito escucharlo.
–Te quiero – murmuré y, sin esperar más, sus labios se instalaron en los míos intensamente. Mandando, con su humedad, varias de descargas eléctricas que removieron cada punta de mi piel.
Dejé escapar un suspiro. Me besó con más pasión. Sus manos abandonaron mis cabellos y se pasearon con tórrida lentitud por mi cuello hasta llegar a mis brazos y bajar por mi cintura. Temblé. Mi respiración se volvió irregular. Cerré los ojos e hilé mis dedos en sus oscuras hebras cuando sentí sus labios cerca de mi oído.
–Quiero hacerte mía – confesó, con voz gruesa y suave. Me abandoné entre sus brazos, pegando mi cuerpo al suyo, en una silenciosa aceptación a sus palabras. Mi boca buscó la suya.
–¿Qué esperas entonces? – musité, contra sus labios. Él sonrió. Mis dedos comenzaron a pasearse por su pecho y brazos desnudos, delineando cada línea de sus músculos.
Me empujó delicadamente para que mi espalda cayera sobre la cama y sus labios comenzaron una húmeda peregrinación hacia mi cuello y la entrada de mis pechos. Comenzó a deshacer el amarre de los listones de mi vestido, el cual se deslizó hacia abajo para dejar mi piel desnuda frente a sus ojos oscurecidos. Un ligero rubor se asomó a mis mejillas. Nuestros pechos subían y bajaban, agitados. No era la primera vez que yo me mostraba de esta manera frente a un hombre. Tampoco era la primera vez que él miraba a una mujer sin ropa. Pero si era la primera vez que ambos estábamos entregando más que nuestros cuerpos.
–Eres preciosa – susurró, volviéndome a besar, mientras sus manos acariciaban mi cintura, mis pechos, mis piernas...
Un gemido se escapó de mi garganta al momento en que sus labios comenzaban a acariciar mis senos, endureciendo, con la humedad de su lengua, mis pezones. Me miró a los ojos, con un brillo travieso y esbozando una sonrisa juguetona.
–Esto no se ve a quedar así, querido – advertí, dirigiendo mi mano más debajo de su abdomen, capturando su masculinidad.
Él gruñó. Sonreí, complacida. Nuestras bocas se volvieron a unir, con desesperación.
Sus brazos me elevaron de la cama, mis piernas se enrollaron en su cintura y ambos gemimos ante el primer contacto entre nuestras intimidades. Nuestra sangre hervía. Las agitadas respiraciones de ambos inundaron la pequeña cabaña. Nuestros cuerpos buscaron la manera de estar completamente unidos mientras él comenzaba a adentrarse en mí. La punta de mis senos acariciaba su duro y sudado pecho. Nuestros besos sosegaban los violentos jadeos que comenzamos a expulsar conforme la velocidad de nuestras caderas aumentaba. Mis uñas se enterraron en su espalda, sus dedos apretaron mis muslos. Me encontré musitando su nombre conforme las tórridas vibraciones, creadas por su penetración, sacudían mi cuerpo. La llama aumentó. Mis piernas se tensaron a su alrededor, sus brazos me apretaron hasta lo imposible contra él. La llama explotó. Sendos gemidos salieron de nuestras bocas. Quedamos inmóviles por un momento, esperando a que los últimos espasmos dejaran de erizar nuestras pieles.
Besó dulcemente mi hombro y después me dejó caer en la cama, con delicadeza. Se acostó a un lado y me atrajo hacia su pecho. Suspiré, mientras sentía que sus labios acariciaban mis alborotados cabellos. La punta de mis dedos seguía recalcando las líneas de su abdomen.
–Prométeme que jamás volverás a pensar en una locura – pidió – prométeme que jamás intentarás olvidarme o hacer que yo te olvide
–¿Y qué me darás tu a cambio? – pregunté, alzando la mirada para ver su rostro. Sonrió.
–Yo solo te puedo ofrecer mi vida, mi amor eterno. ¿Basta con eso?
–Si – asentí, con una sonrisa – Con eso es suficiente.
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ALICE POV
–Alice, no puedes irte – suplicó James, coreando a mi padre y madre, mientras la cena llegaba a su final
–Dijiste que después de la cacería podía hacerlo – recordé – ¿Ahora que excusa pondrás para retenerme?
Todos me miraron con ojos dilatados, sorprendidos de mi actitud tan violenta. Bajé el rostro, avergonzada. Mis manos se empuñaron debajo del mantel. Empleé toda mi fuerza de voluntad para no echarme a llorar frente a toda mi familia.
–Por favor – supliqué – les pido que me comprendan. Mi lugar no esta aquí... al menos, no por ahora
–Te mantienes encerrada en tu habitación días y noches enteras – habló mi madre por primera vez – vienes al comedor, sin tocar alimento alguno de tu plato, ¿Y lo primero que nos dices es que te vas?
Suspiré. Si tan solo pudiera explicarles todo lo que pasaba. Pero, ¿Cómo decirles la verdad? "Mamá, papá, en el ataque que recibió el castillo, Jasper, un guerrero al que ustedes solo recordaron los primeros tres días y dieron por muerto, fue mordido por un vampiro; pero antes de que eso pasara, yo me había enamorado de él. Ahora sé que es un enemigo, pero no por eso puedo odiarlo. No quiero traicionar a mi raza yendo en su búsqueda. Así que, prefiero irme, si bien no para olvidarlo, ya que eso es imposible, mínimo para que su recuerde no pegue de manera tan despiadada a mi corazón"
Imposible. Irreal... El saber que tenía que lidiar, al igual que Bella, sola con mi dolor, me partía el alma, me estrujaba el pecho.
–Alice, ¿por qué lloras? –se alarmó James.
Busqué rápidamente mi pañuelo y me enjuague las traicioneras lágrimas.
–Sé que no es plausible esta actitud mía – me excuse – pero les pido, encarecidamente, comprendan y confíen que es por mi propio bien.
–Has estado tan extraña desde que nos atacaron – murmuró mi hermano, con rostro sombrío, culpable – ¿Es que acaso pasó algo que te haya lastimado tanto que no puedas ni contarlo?
Si... Exacto. Silencio de mi parte. Silencio por parte de todos.
–Eres mi hermana más pequeña y te amo – dijo al fin James – por mi no hay problema alguno en que te marches, si eso promete aliviar las heridas que surcan tu alma.
–James... – susurró mi padre, pero él interrumpió, negando resignadamente con la cabeza
–No se puede curar a un ave si, al tenerla entre sus manos, se niega a mantener sus alas quietas. ¿Para cuándo quieres que se aliste el carruaje?
–Para mañana en la mañana. En cuanto el sol de su primer destello en el cielo...
–Alice – interrumpió Bella – ¿Te molestaría que fuera yo quien te acompañara?
–¡¿Tú también, Isabella? – exclamó mi madre, con voz ahogada. La castaña bajó la mirada. Al igual que yo, odiaba hacer sufrir a nuestra familia de esta manera. Sobre todo en estos momentos, que Emmett seguía sin aparecer. Pero comprendía, aunque sabía nada de su historia, que también para ella esto era necesario.
La tomé de las manos y le sonreí afectivamente
–De ninguna manera. Bien sabes que siempre me serás una buena compañía
Ambas dirigimos nuestra mirada hacia James, quien no podía ocultar la creciente tristeza en sus atractivas y serenas facciones.
–Ya lo he dicho – suspiró – yo solo anhelo su felicidad.
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BELLA POV
Caminé hacia la ventana después de empacar el último vestido. Mi mirada se perdió en el oscuro horizonte de frondosos arboles y pinos, bañados bajo la luz plateada de la luna. Una lágrima se escurrió por mi mejilla.
Perdóname...
No me gustaba romper promesas, por eso evitaba hacerlas.
–¿Bella?
–Adelante, Alice
–El carruaje ya está listo – informó – Una de las doncellas ya viene en camino para recoger tu equipaje
Me limité a asentir, sin dejar de ver hacia el horizonte.
–Bella – mi hermana me tomó de las manos – ¿Estás segura que quieres ir conmigo? No pareces demasiado convencida
–Tú tampoco – apunté, al ver su rostro triste
–Es lo mejor – susurró, más para ella que para mí
–Si – acordé – lo mejor...
Un toque de nudillos llamó a la puerta
–Bella – era Jacob – ¿Estás despierta? ¿Me permites hablar contigo un momento?
Salí inmediatamente. Alice me siguió y, después, nos dejó solos.
–Jacob, deberías de estar descansando – recordé – tus lesiones aún no sanan...
–Me importa un bledo mis lesiones – interceptó, con voz gruesa y mirada furiosa – Me han dicho que te vas... ¿Es eso cierto?
–Si... – bajé el rostro, huyendo de sus intensas pupilas
–¿Y por qué no me habías dicho absolutamente nada?
–No sabía que tenía que darte explicaciones – contesté, indignada por la forma en que me estaba hablando.
Él resopló y se llevó los dedos hacia el puente de su nariz. Después, como si eso no hubiera sido suficiente para tranquilizarse, su puño golpeó endeblemente la pared.
–¿Te vas por mi? ¿Es por todo lo que te he dicho...?
–No, Jacob – interrumpí – no es por ese motivo por el cual he decidido irme
–¿Entonces?
Apreté los labios y negué con la cabeza, diciéndole silenciosamente que no podía contestarle. Él tomó mi rostro entre sus cálidas manos y, sin aviso previo, su boca se unió a la mía. El choque de sus labios erizó mi piel. Intenté alejarme, pero sus dedos se apretaron en mis brazos, advirtiéndome, con su fuerza, que no me soltarían. Cerré los ojos, esperando a que rescindiera de su actitud. Mi espalda se arqueó ante su intensidad. Sensaciones distintas penetraron mis sentidos. El nuevo sabor que se fusionó con mi saliva era maravilloso, pero no suficiente. No lograba evacuarme de la realidad, no lograba estremecerme de pies a cabeza, tampoco amenazaba con detener mi corazón...
El licántropo no podía hacerme olvidar al vampiro.
–Lo siento, soy un idiota – admitió, susurrando, cuando al fin me abandonó –Pero necesitaba hacerlo. No soy bueno para estas cosas, ¿Sabes? Supongo que decir que te quiero es una excusa muy pobre, pero no hallo otro juego de palabras más sincero que ese para justificar lo que acabo de hacer. Discúlpame...
–Jacob...
–Ve a donde tengas que ir – interrumpió, con amarga suavidad – no soy quién para detenerte... Sé que, al final de todo, volveré a verte.
–Tengo entendido que partirás a tu reino en unos días más – recordé. El moreno asintió
–Hemos buscado al Rey Emmett hasta debajo de las piedras y, desgraciadamente, no le hemos encontrado. Los vampiros también se han refugiado, han sufrido demasiadas bajas, dudamos mucho ataquen por el momento. Volveré en cuanto reciba la carta de tu hermano pidiendo nuestro apoyo – aseguró – Espero verte para entonces.
–No quiero hacer más promesas – musité.
Él sonrió
–No te las estoy pidiendo, Bella. No pienses que no estoy consciente de nuestra condición. Tú eres una princesa, yo soy un licántropo. Aunque lo desee, no podemos estar juntos por leyes naturales... y lo entiendo. No soy un ser resignado, pero tampoco soy un imbécil. Por primera vez seré alguien conformista. Me conformo con que sepas que te quiero y que siempre estaré ahí, para ayudarte en todo lo que me sea posible.
–Gracias...
–Buena suerte – deseó, acercándose para besarme, brevemente, por segunda vez.
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Estaba perdida en el inmenso paisaje que pasaba al lado, en el bosque verde al que tanto me dolía dejar conforme las ruedas de la carroza avanzaban sobre el sendero rocoso. Las cristalinas gotas de lluvia se resbalaban por la ventana. Alice y yo viajábamos en completo silencio, con la mirada enganchada hacia afuera. Estaba casi segura en quién se estaba despidiendo. Aunque no me lo dijera, había podido notar la angustia por aquel joven guerrero que había sido mordido por Edward. Una angustia muy similar a la mía, igual de fuerte, igual de muda.
Me hubiera gustado tomarle de las manos y decirle "Todo estará bien. Lo superaremos" ¿Comprendería el plural de mis palabras? Tal vez si. Tal vez tampoco ella necesitaba explicaciones para saber que mi situación y la suya eran casi las mismas. Pero, ¿Cómo dar consuelo cuando tu misma te estás enterrada en tu propia lápida de aflicción y confusión, cuando, a cada momento, te asaltan borrosas imágenes de un pasado inconcluso, de un amor al que no logras recordar, pero tienes la certeza de que sí existió; de que ha revivido en cuanto te sumerges en sus pupilas doradas?... ¿Cómo, si tienes miedo hasta de lo que piensas, cuando no sabes distinguir entre el pasado y el presente, entre lo verdadero y lo falso, entre aquel joven desconocido, el licántropo o el vampiro que, en un principio, te quería matar y después te salva hasta el grado de arriesgar su propia vida por ello?
Respuestas era lo que tanto buscaba y nunca hallaba. Mejor dejar las cosas así. Mejor huir ahora, que probablemente es tiempo, de lo que promete envolverte en gruesas mantas de desolación.
Cerré los ojos. Inspiré. Disfruté del amargo sabor del adiós...
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Habían pasado demasiados días, interminables noches, desde que él y ella se habían despedido con la promesa de verse una vez más. Sus pies hundían la frágil hierba mientras se adentraba en el prado de manera inconscientemente sigilosa, sin provocar ni el más mínimo ruido. La luna parecía tener como misión seguirle e iluminarle. Sus cabellos cobrizos se agitaban con el viento húmedo que soplaba, acariciando su pálido rostro. El dorado de sus ojos no podía ocultar la decepción de no encontrarla.
Tomó asiento sobre la misma piedra en la que acostumbraba pasar todos los días, esperándola. Suspiró con melancolía. Luego, cerró los ojos. Dejó que la lluvia le empapara, mientras los confusos recuerdos le alcanzaban.
Edward...
¿Quién era ella? ¿Cuál era su nombre? ¿En dónde la había conocido? ¿En dónde la había perdido? Se esforzaba tanto por encontrar una respuesta y comprobó que en su pasado habían demasiados huecos oscuros que solo se llenaban con la presencia de la princesa a la que, noche tras noche, esperaba.
–Isabella – musitó, con anhelo.
Debía admitirlo. Debía gritarlo. La extrañaba con locura, con enfermiza ansiedad. La necesitaba. Su ausencia laceraba más que el ardor provocado por la abstinencia de alimento. Estaba seguro de poder pasar semanas enteras sin ingerir sangre, pero sin ella... ¿Viviría otro día más? El tener muerto el corazón, desgraciadamente, no significaba dejar de sufrir. El ser un vampiro tenía grandes desventajas en este presente. El ser la única especie inmortal incapaz de dormir supuso, por primera vez, una terrible maldición. Aunque, ¿Quién le aseguraba el no añorarla también en sueños?
Hundió el rostro entre sus pálida y pétreas manos. Esta lejanía comenzaba a convertirse en un ardiente calvario. ¿En qué momento había pasado? ¿En qué instante se había sembrado el nombre de Isabella tan profundamente entre sus entrañas? No lo recordaba. Hasta esas dudas estaban carentes de nitidez
–Podríamos ir al Castillo – se sobresaltó al escuchar la voz justo detrás de él. No necesitó girar el rostro para ver de quién se trataba
–No te escuché llegar
–No escuchas nada desde hace días
–Tú eres el menos indicado para juzgarme
Jasper calló. Apretó los labios. Edward sonrió de manera irónicamente triunfante.
–Al menos tú tienes la esperanza de que vendrá.
–Al menos tú tienes la certeza de que te ama
–Ya no lo sé – reconoció el rubio vampiro, con suma tristeza – Han pasado demasiadas cosas. Los sentimientos cambian
–Así es – asintió Edward – el mismo miedo tengo yo. Esperar también cuesta – agregó, con un suspiro – El tiempo es un jugador desalmado, prolonga sus noches cuando anhelas que éstas sean más cortas.
–Quiero verla, de lejos, no importa...
–No podemos acercarnos al Castillo, sería arriesgar a nuestra familia
–Lo sé – reconoció Jasper, inclinando el rostro hacia abajo
Edward suspiró. Sus ojos dorados contemplaron el cielo. El amanecer estaba cerca. Ella ya no vendría... Al menos no esa noche.
–¿Te has alimentado? – Preguntó, poniéndose de pie, obteniendo una negación como respuesta – vamos, los ciervos están tomando agua en el río
Jasper se concentró para captar el sonido de las lenguas sumergiéndose en la líquida superficie. También logró percibir las patas hundiéndose y raspando la tierra húmeda... y, por último, el olor de su sangre.
Gruñó, la boca se le hizo agua, los ojos se le oscurecieron. Edward se agazapó, él le siguió. Comenzaron a correr, penetrando en el bosque. Ambos jóvenes como ángeles salvajes esquivando ramas y raíces con excelente precisión. Detuvieron su marcha cuando estuvieron cerca de sus indefensas presas. Sus movimientos se tornaron felinos, sensuales, ligeros. Escucharlos era imposible. Sus sedientas pupilas brillaban entre la oscuridad de las ramas. Se lanzaron hacia los mortales mamíferos de un solo y grácil salto. Sus fuertes y pálidas manos se aferraban, instintivamente, a la masa cálida y convulsionada que se debatía, inútilmente, entre ellas. Sus colmillos traspasaron la capa de piel y grasa, con suma facilidad, hasta llegar a su objetivo. La sangre entró a borbotones por su garganta, entibiando, con su espesa y dulce esencia, hasta la punta de sus dedos. Se asomó un ligero rubor a sus mejillas. El dorado volvió a cubrir sus ojos (en Edward, con un matiz más cristalino. La sutil diferencia entre un Sangre Pura y un Creado). No habían terminado de saciarse cuando Edward pudo percibir una maraña confusa de pensamientos
"La madrugada es demasiado fría. Me pregunto si las princesas irán bien abrigadas"
"Mi hija... espero se recupere pronto del resfriado"
"Es comprensible que deseen irse. Todo lo que ha pasado últimamente es totalmente desagradable"
"¿Era mi imaginación o la princesa Alice estaba llorando?"
"¡Hoy en la noche le diré que la amo!"
"El Castillo quedará solo sin ellas..."
–¡No! – jadeó el vampiro, soltando a su presa medio muerta, con la mirada dilatada del terror
–Edwar, ¿Qué sucede? – se alarmó Jasper al percibir toda su angustia.
Entonces, cuando todo había quedado en silencio y el sabor de la sangre no le aturdía el resto de sus sentidos, escuchó. El sonido de las ruedas deslizándose en el camino rocoso, a unos cuantos kilómetros de ahí. No necesitó más explicaciones. Sabía que solo una cosa relacionada con ello podía pasmar tanto a Edward. Lo sabía. Así como también tenía seguro de que en ese carruaje no solamente iba la princesa Isabella.
Un escalofrío recorrió la espalda de Edward y le hizo reaccionar
–No podemos dejar que se vayan – soltó, mientras sus pies se impulsaban hacia delante, encabezando una frenética carrera, la cual Jasper secundo.
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Capítulo 22: Reencuentro.
El sonido de las ruedas, sobre el rocoso camino, llegaba a sus oídos con más claridad. Se estaban acercando y no tenían ningún plan concreto sobre qué hacer. Las princesas iban custodiadas por media docena de humanos y dos licántropos, a quienes no sabían si dar muerte o dejarlos vivir. Al final de cuentas, el secuestro sería conocido tarde o temprano.
Estaban arriesgando demasiado, ambos lo sabían. Ambos se sentían culpables por los problemas que ocasionarían; pero, dejarlas ir. Eso era mucho peor. Sus pies se movieron silenciosamente por la húmeda tierra, ocultándose detrás de la espesura de la maleza. Uno de los licántropos giró la cabeza hacia su dirección, pero fueron rápidos e impidieron ser descubiertos. No respiraban. La lluvia les ayudaba a disipar su olor. Estaban cerca. El carruaje pasó frente a ellos.
–Princesa Alice – susurró Jasper, al verla. ¿Eran sus lágrimas las que lograba divisar o solo simples gotas de lluvia que se resbalaban por el cristal de la ventana, por donde ella mantenía su mirada fija?
Edward sabía la respuesta. La mente de la princesa era clara. Se estaba despidiendo, diciendo adiós a ese hombre al que tanto amaba. Sin embargo, lo que él deseaba era saber qué pensaba su compañera, la que iba frente a ella y tenía la mirada baja, ocultado su rostro entre los espesos cabellos castaños.
¿Por qué quería irse? ¿Acaso había olvidado la promesa de volverse a encontrar en el prado? Apretó los labios. No lo entendía. ¡Cuánto daría por poder leer, por un minuto, aquella mente íntegramente ajena a él!
–¿Qué es lo que haremos? – preguntó Jasper, temeroso a saber la respuesta. Pues, entre ese grupo de humanos iban ex compañeros suyos y la idea de matarlos se le tornaba insoportable. Al final de cuentas, llevaba poco siendo un vampiro. Recordaba perfectamente su vida humana...
–Tu atacas a los humanos y yo a los dos lobos – contestó Edward – Tenemos que dejarlos inconscientes para que tengamos el suficiente tiempo de huir. Nos iremos a unas cabañas que están en el oeste, para no llevar nuestro rastro hacia nuestra familia. Tú solo sígueme y trata de no derramar sangre, bajo ningún motivo, para no distraerte.
Sangre. Había olvidado ese pequeño, pero importante, detalle. Ahora estaba satisfecho. De hecho, por alguna extraña razón, su sed no era desenfrenada, como la de un recién nacido. Sin embargo... ¿Sería lo mismo al tener frente a frente a un mortal? Se atrevió a inhalar un poco. Una ráfaga de fuego le quemó la garganta, le ensombreció los ojos.
–¡Deja de respirar! – ordenó Edward, al ser capaz de leer la sed en sus pensamientos. Jasper obedeció al instante, pero el miedo le invadió
–¿Qué pasa si no me puedo controlar? – Preguntó – ¿Qué pasa si quiero atacar al resto... o, lo que es peor, a alguna de las princesas?
–No lo harás – aseguró el otro vampiro – no pienses en ello ahora. Solo limítate a hacer lo que te indiqué
–Pero...
–¿Quieres que se vaya?
–No – contestó rápidamente. Edward sonrió
–Entonces, se valiente. No te preocupes, tienes un autocontrol digno de admirarse. Podrás contra la tentación. Es momento – anunció, de pronto – ¿Estás listo?
Él asintió
– ¡Vamos!
Y, dicho esto, ambos se lanzaron hacia el carruaje. Edward atrapó a los licántropos con suma facilidad. Sus mentes eran claras y pudo prevenir sus movimientos al leerlos en sus pensamientos. Para Jasper sucedió lo mismo. Su nueva forma le permitía ser diez veces más rápido y fuerte que sus oponentes. De lo único que se tuvo que preocupar fue de no golpearlos tan arduamente para no matarlos o herirlos. No les tomó más de un minuto detener el carruaje y arrojar, a toda la guardia desfallecida, hacia unos espesos helechos.
–¿Qué habrá pasado? –Preguntó Bella – ¿Por qué nos habremos detenido?
–No lo sé – confesó Alice, un poco temerosa. La luz del sol aún no llegaba. El cielo estaba pintado de un gris oscuro. Intentó ver por la ventanilla, pero sus ojos solo fueron capaces de divisar la espesa neblina que cubría el horizonte – está todo muy silencio.
–Y no ha venido ningún guardia a informarnos alguna noticia – agregó Bella, poniéndose de pie
–¡¿A dónde vas?
–Veré qué sucede... – contestó la castaña, a punto de salir. Pero la puerta se abrió un segundo antes de que ella la tocara.
Sus ojos se dilataron, el corazón se le detuvo, la respiración le faltó al ver al joven pálido, de dorada mirada, frente a ella. Alice también lo reconoció. Si, claro que lo hizo. Era el mismo que había mordido a Jasper. El sangre pura que había logrado escapar del castillo, usando a su hermana como rehén. Al mismo que odiaba y agradecía al mismo tiempo, por haber convertido a su gentil humano en un inmortal enemigo.
–¡Bella, ten cuidado! – alcanzó a decir, al ver que el vampiro tomaba a su hermana entre sus brazos. Una mano le cubrió la boca. Una mano que se sintió fresca, reconfortante, sobre su piel. Alzó la mirada y los ojos se le llenaron de lágrimas al reconocer al hombre que la tenía capturada.
–Jasper... –fue el único pensamiento consiente que tuvo antes de caer desmayada. El rubio la contempló por un momento. Luego, la tomó entre sus brazos.
Cielo Santo. Jamás creyó sentirla más frágil. Había que contemplarla ahora. Tan delicada como una pequeña burbuja. Tan cálida y tan hermosa. Sus nuevos ojos podían apreciar mejor cada uno de sus finos rasgos. Parecía un hada de frágiles alas. Y el sonido de su corazón... Qué melodía tan más espectacular.
–Vayámonos – la voz de Edward lo trajo a la realidad. Ambos vampiros comenzaron a correr por el bosque, con las princesas entre sus brazos, sin parar, hasta llegar a una alta y lejana colina, de pastos repletos de nieve.
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JASPER POV
Alice seguía desmayada para cuando llegamos a la cabaña. Mis ojos no se cansaban de verla. Mis brazos se estremecían ante la calidez de su piel, que traspasaba su vestido y enardecía mis venas secas. Era una mañana fría, me lo confirmaba la fina capa de humo expulsada de sus labios lívidos.
–Allá dentro estará mejor – señaló Edward al leer la preocupación en mis pensamientos. No me detuve a preguntar cómo es que conocía él este lugar, ni por qué estaba equipado con cosas más propias para la vida de un mortal. Caminé hacia la puerta que me señaló, divisando al instante una pequeña cama.
Dejé caer a Alice sobre ella, tratando de no inquietarla. A decir verdad, temía el momento en que sus ojos se abrieran y me vieran. La cubrí con unas empolvadas cobijas de manta, abandonadas ahí, y me hinqué a su lado. Refrené los deseos de tomar su mano entre las mías, mientras grababa, una y otra vez, la imagen de su rostro. Probablemente la frialdad de mi nueva piel la asustarían. Tal vez todo en mí la iba a horrorizar ahora. Recordé la mirada que me había dedicado hacía poco, antes de desmayarse. Me devané los sesos buscándole una interpretación, más no logré hallar nada en concreto.
Presté atención a la casi invisible línea húmeda que había dejado la pequeña lágrima que se le había escapado antes de cerrar los ojos. Tal vez no había hecho lo mejor. Tal vez mi actitud egoísta había ido más allá de mi amor por ella, de su propia seguridad. Al final de cuentas, en todo este tiempo, no había respirado. No era lo suficientemente valiente como para ponerme a prueba. ¿Qué pasaba si el olor de su sangre resultaba más fuerte que yo?
Cerré los ojos. Comenzaba a sentirme arrepentido. ¿Qué iba a suceder para cuando ella despertara? ¿Saldría gritando? ¿Me seguiría viendo como el de antes? ¿Soportaría yo su rechazo, su odio? Estaba asustado, debía admitirlo. Me había planteado, numerosas veces, un reencuentro; pero jamás imaginé que fuera de esta manera tan precipitada.
Tal vez, lo mejor hubiera sido dejarla partir...
–Jasper – escuchar mi nombre en el suave sonido de su voz fue como revivir a mi corazón exánime. Fue como si el tiempo se hubiera detenido, como si la cabaña se hubiera esparcido por el viento y solo hubiéramos quedado ella y yo, en ese pequeño lugar.
Me fijé en sus parpados, aún cerrados, que mostraban sus largas y rizadas pestañas. Estaba soñando conmigo. ¿O sería una pesadilla? No. Podía sentir que no era así. Podía apreciar, a su alrededor, cierto melancólico sosiego, muy parecido a lo que yo experimentaba de tenerla cerca de mí, pero no saber qué era lo que pasaría después.
Me atreví a llevar la punta de mis dedos hacia su mejilla. Reprimí un suspiro. Había pasado noches enteras acariciando toda diferente textura que estuviera a mi alcance. Mi piel había tentado los granos de arena, las hojas de arboles, los pétalos de las flores, pero nada, absolutamente nada, se comparaba a esta sensación, a esta calidez, a esta tersura, a esta perfección que parecía casi ilusoria.
–Jasper – volvió a susurrar. Esta vez con más claridad. Estaba despertado. Retiré mis dedos de su rostro. Di dos pasos hacia atrás y esperé inmóvil a lo que sería el momento definitivo... nuestro reencuentro.
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BELLA POV
Edward me soltó en cuanto traspasamos la puerta de aquella cabaña que, extrañamente, me resultaba conocida. Mi vista se viajó por el alrededor, prestando atención en la ventana, adornada con cortinas empolvadas. En su pequeña, pero acogedora, estructura. En el sofá de terciopelo negro que reposaba, intencionalmente, frente a una chimenea que, parecía, tener mucho tiempo de no ser usada.
Era claro que este lugar estaba abandonado desde hacía ya varios años... pero me era familiar, como si lo hubiera visto toda mi vida, dentro de mis sueños. Como si, en un pasado, este hubiera sido mi hogar, mi pequeño castillo.
El ligero sonido de la leña ardiendo me trajo a la realidad. Edward estaba de cuclillas, frente a la chimenea. Su mirada fija en el fuego. Su expresión ausente, como si, al igual que yo, también hubiera entrado en un profundo Deja'vu. Di un paso hacia el frente, haciendo rechinar la madera del suelo. Giró entonces el rostro y me vio. Atisbé un brillo extraño de reconocimiento en sus pupilas, como si, por un momento, se hubiera olvidado de que estaba ahí.
Se puso de pie. Su expresión ausente se transformó en otra, suave y dolida. Bajé el rostro, huyendo de la intensidad con que sus orbes dorados me penetraban. Escuché sus pasos acercarse, situarse frente a mí.
–¿Dónde está Alice? – pregunté. Tanto por sincera preocupación, como simple cobardía de escucharle.
–Ella está bien – contestó, con voz monótona.
–Quiero verla
–No creo que sea buen momento para ello – discutió.
–¿Y por qué no? – desafié, alzando la mirada. Grave error. Sus ojos se centraron en los míos con una fuerza que me estremeció de pies a cabeza. Sus manos me tomaron por los hombros.
–Eres una chiquilla grosera e infantil – soltó – ¿En qué estabas pensado? ¡Dime, Bella! ¿Acaso me mentiste al decirme que nos veríamos en el prado? Responde, por que no logro entenderlo – dijo esto ultimo con un susurro melancólico y frustrado.
No sabía qué contestar. Estaba demasiado aturdida, tanto por la proximidad de su perfecto rostro, como de mis propias dudas. Yo tampoco lograba descifrar todo lo que experimentaba al ligar mi vida a él. La armonía, la pasión, el dolor... la angustia.
En ese preciso instante, por ejemplo, sabía que debería de estar asustada, quizás molesta, por ser victima de lo que, prácticamente hablando, se trataba de un secuestro. Y había que mirarme, penetrar en mi interior, para descubrir que lo único que era capaz de sentir era una absurda y contenida felicidad de estar a su lado.
Si. Era lo único claro que vagaba en mi mente. Y entonces comprendí que había sido una tonta al imaginarme poder vivir sin él. Tonta, de verdad, pues, inexplicable, pero ciertamente, mi existencia entera estaba reducida a ese par de ojos dorados.
Sin detenerme a pensar más, alcé mis brazos y los enrollé en su cuello, atrayendo su rostro hacia el mío, para besarlo. La forma en que él respondió, casi al instante, sosteniendo mis mejillas entre sus manos y moviendo su boca contra la mía con dulce desesperación, me incitaron a hilar mis dedos en sus cabellos y pegar mi cuerpo hacia el suyo, de manera casi urgente. Sentí sus manos deslizarse y apretarse en mi cintura. Sentí sus labios humedecer mis labios con su exquisito sabor. Un suspiró salió de mi garganta y varios recuerdos me inundaron. Recuerdos de una noche, en esta misma cabaña, bajo este mismo cielo, de esta misma forma; sintiéndome amada y amando íntegramente. Con esta misma pasión desmesurada, con estos mismos besos...
¿Era acaso que Edward y yo habíamos estado aquí antes? No. Imposible. Jamás antes lo había visto, hasta ese día en el que nos encontramos en el bosque y empezó todo... Entonces, ¿Por qué una parte remota de mi conciencia me gritaba todo lo contrario?
Dejamos de besarnos, poco a poco. Él volvió a sujetar mi rostro entre sus manos, calmando mi rubor con su frialdad. Quedamos en silencio, recuperando el ritmo de nuestras respiraciones, con los ojos cerrados. Ninguno se atrevía a mirar al otro.
–Bella –susurró, de manera casi inaudible, como si estuviera hablando entre sueños. Abrí los ojos. Él aún mostraba sus parpados. Su expresión era serena, dulce. De verdad parecía dormir.
–Edward... – musité.
"Despertó" Sus pupilas se clavaron en las mías, con un fuego jeroglífico. Soltó una risita. Volvió a besarme, con mucha más dulzura.
–Te he encontrado – susurró. Y yo no comprendí qué pasaba, a qué se refería – eres tú. Siempre has sido tú... – repitió varias veces, como una dulce plegaria, sin dejar de besarme, con sus brazos alrededor de mi cuerpo, con mi pecho reviviendo al suyo con mis desenfrenados latidos, con la frescura de su piel fusionándose con mi calor.
Sentí lágrimas mojar mis mejillas. Qué absurdo, ¿por qué estaba llorando? Jamás imaginé que la felicidad y la melancolía pudieran tomarse de las manos y ser amigas, hasta ese momento.
–Bella – su voz acarició mi nombre, sus dedos enjuagaron mis lágrimas. Miré sus ojos. Brillaban de manera extraña, como si, de un momento a otro, él también fuera a llorar. Otra vez tuve la noción de haber visto esa mirada antes. Me dolió, como nunca antes, el no poder recordar – ¿Qué nos pasó?
Parpadeé numerosamente, intentando concentrarme.
–¿De qué hablas?
–Ven – pidió, después de permanecer en silencio, tomándome de la mano y jalándome hacia el exterior
–¿A dónde vamos? – pregunté. No contestó. Seguimos caminando, con nuestros pies hundidos en la blanca nieve, hasta llegar debajo de un frondoso pino.
Algo me incitó a caminar hacia él y tocarlo. Fruncí el ceño.
–Yo ya había estado aquí antes – murmuré, paseando la punta de mis dedos por sus relieves.
Un estremecimiento me recorrió todo el cuerpo. Los brazos de Edward me enrollaron, delicadamente, por detrás. Comprendí entonces que el frío de su piel, fuera de resultar molesto, siempre había sido... conocido. Añorado. Estar junto a él, era como revivirme, como despertarme de un pesado letargo.
Sin hablar, nos dejamos caer sobre la nieve. Él con su espalda recostada en el tronco del pino. Yo sobre su pecho, totalmente absorta del resto, teniendo solamente alma para amarlo y sentir sus labios besar mis cabellos.
Cerré los ojos. Suspiramos al unisonó. Sonreí. Si... Definitivamente, yo ya había vivido algo así. Definitivamente, mi vida estaba enlazada a Edward desde hacía mucho. Desde siempre.
–¿Recuerdas la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, escuchaste, justamente debajo de este pino?
Negué suavemente con la cabeza, sin abrir los ojos. Sentí sus labios sobre el cristal que reposaba mi frente. Qué dulce era su aliento... Qué dulce era él.
–Lo recuerdas – aseguró, con voz aterciopelada, mientras la yema de sus dedos se deslizaban por mi mejilla, hasta llegar a mi barbilla y luego ascender a mis labios – Había una vez – empezó a contar – hace varios siglos, un ángel, de blancas y frondosas alas, tan bella como el firmamento. Había también, un noble humano, viviendo en la tierra, y un demonio, que no era tan protervo, vagando en el infierno. El ángel miraba a ambos, desde el cielo. Y ellos siempre alzaban la vista, para buscarla a través de las nubes. Pasaron días y noches contemplándose los tres y, a pesar de estar el demonio y el humano igual de enamorados, jamás se vieron como rivales. Sabían que el ángel jamás sería de ninguno de los dos.
"Pero lo ángeles emigran, viajan a través de los vientos. Todos, sin excepción alguna, deben de recorrer hasta el más infinito de los horizontes. Y el momento para el ángel había llegado: debía de irse. Fue un día de luna nueva, en el que el ángel descendió del cielo para despedirse de sus dos amores. Primero fue hacia la pequeña choza del humano, un joven de belleza sencilla y cálida sangre, besó sus labios palpitantes y éste la abrazó e hizo suya. Luego, se internó en el oscuro bosque y llamó al demonio. Ella contempló al ser tenebrosamente hermoso, como una noche sin estrellas, vacío, frío y, al mismo tiempo, sensual. Se amaron en total silencio, con total placer. Se dijeron adiós. Al final, ella partió..."
"Meses después, el ángel dio a luz a un par de niños. Ambos inmortales, ambos bellos... ambos malditos. Uno, mitad ángel y demonio. El otro, mitad ángel y mitad humano. El primero, con sed de sangre, heredero de la naturaleza perversa del padre. El segundo, con corazón vehemente y nobles sentimientos. Los dos fueron desterrados del Cielo, después de la muerte de su madre, y mandados a la tierra, para vivir con lo mortales. Desde entonces los dos mellizos andan por las tierras, sin permitir que nadie les vea, buscando, cada uno, a su respectivo padre y elevando la vista al Cielo, con la esperanza de que su madre, algún día, regrese por ellos.
–Esta historia me la contaste cuando éramos aún niños – recordé, con los ojos dilatados. Él asintió
–Te gustaba por que, decías, te hacía olvidar la diferencia de nuestras razas, nos hacía hermanos y no enemigos – murmuró
Entonces, todo tuvo sentido. Las efigies, los recuerdos que siempre me arribaban al estar cerca de él... La desconocida voz recobró sonido, los arcanos rostros tomaron forma. Era su voz la que siempre me había hablado. Eran sus facciones las que siempre se me presentaban. Era su esencia la que siempre había permanecido viva, dentro de mí.
Durante varios minutos fui incapaz de hablar.
–Bella, por favor, di algo – suplicó – necesito saber qué piensas.
Y volví a actuar de la misma forma que en la cabaña, cuando me preguntó si en realidad planeaba irme lejos de él: hilé mis dedos en sus cabellos y encandilé su boca a la mía. Sus labios desvanecieron el sabor salado de mis lágrimas, aliviaron el inmenso suplicio que me originaba el saber que alguien nos había separado. Y, por la forma en que sus manos se mantenían asidas a mi rostro, fue sencillo deducir que él sufría de la misma manera.
Dejamos de besarnos cuando la respiración se me comenzaba a acabar; más ninguno de los dos habló. Aún no estábamos listos para hacer o contestar preguntas. Quizás ambos estábamos demasiados asustados. Nos limitamos a descansar (la lluvia de recuerdos había sido exhausta) abrazados, debajo de aquel pino que había crecido con nosotros.
–¿No sientes frío? – se preocupó.
–No – contesté. Y decía la verdad. Aún así, él me tomó entre sus brazos y me sostuvo en ellos, para que ninguna parte de mi piel hiciera contacto con la nieve. No protesté. Se sentía bien poder recargar mi oído sobre su pecho. Dormir, arrullada por el silencio de su corazón.
Para cuando desperté, el crepúsculo comenzaba a caer. Parpadeé varias veces, aún demasiado confundida.
–¿Te sientes mejor? – preguntó, con esa delicadeza que solo me confirmaba, cada vez más, que él era mi Edward.
Asentí. Nos pusimos de pie.
–¿Dónde está Alice? – recordé, al divisar el lejano horizonte, en el cual solo una torre del castillo se alcanzaba a distinguir.
–Ella está bien – volvió a repetir, con la misma seguridad de antes – Jasper la cuidará mejor que nadie.
–Él... ¿La ama?
–Me atrevo a decir que casi con la misma intensidad con la que te amo yo a ti – dijo, tomándome de las manos – Bella, ¿Qué sucede? – Preguntó, al verme bajar del rostro y huir de su mirada. Aún así, sabía que esta plática, aunque sumamente dolorosa, era necesaria.
–Tengo miedo...
–Yo también – admitió, con voz apesadumbrada – me da pavor el pensar todo el daño que te he hecho... tengo miedo de que me digas que ya es tarde.
–¿Tarde? – repetí, sin entender, alzando la vista. Y cuán fuerte me golpeó la sombra que surcaba el dorado de sus ojos – ¿De qué hablas?
–Bella, perdóname – comenzó a decir, con palabras atropelladas y desesperadas – no sé qué fue lo que nos pasó; no sé que nos pasa. Perdóname – suplicó... No pude defenderte, no pude protegerte. Yo... no fui capaz de evitar esto. Por el contrario, te hice daño...
–Calla – interrumpí – en realidad eres un tonto – musité – Edward, a lo que temo es de saber cuánto tiempo he estado lejos de ti. Lo que me horroriza es el pensar que eso que provocó nuestro repudio esté allá afuera e intente hacer lo mismo otra vez. No quiero que nos volvamos a separar.
–Jamás – aseguró, mirándome a los ojos – Esta vez no dejaré que te toquen si quiera. Y te juro que, quien sea el responsable de esto, va a pagar con su sangre todo el tiempo que hemos vivido en esta mentira. Te lo juro, Bella.
–No quiero sangre derramada para mí. Sólo quiero que estemos juntos para siempre.
–Para siempre – acordó, sellando, con sus labios, esta solemne promesa.
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Capítulo 23: Reencuentro, parte II
ALICE POV
Abrí los ojos, sabiendo con la realidad con la que me iba a topar. Temblaba. Tenía miedo. ¿Cómo no? Si con lo que me iba a hallar no era más que al hombre al que tanto había amado y, ahora, debía ver como un enemigo. Me asustaba de mis propias reacciones, de mis propios impulsos. El resto no importaba. Si él quería matarme, no importaba. Mejor la muerte a una vida llena de vacío...
Al fin lo hallé. Estaba en el fondo de la habitación. Vagamente, me pregunté en dónde estábamos, pero regresé rápidamente a lo principal. Lo contemplé ahí, tan desconocido y familiar a la vez. Estático, como una piedra tallada en mármol blanco, con su pelo rubio cayendo sobre sus hombros, de manera rebelde, enmarcando su rostro, tan glorioso como el más bello de los dioses. Y sus ojos... habían dejado su antiguo color, que tanto me hechizaba, para dar paso a un mar de aguas doradas.
Jamás pensé verlo más bello de lo que ya era. Advertí que no había miedo hacia él. Advertí que tampoco había repulsión. Advertí que sólo había algo invisible que me impedía ponerme de pie y correr en su dirección: un manto de angustia y miedo que pesaba sobre mis hombros. Una angustia muy parecida a lo que yo experimenté desde que había sido arrebatado de mis brazos. Un miedo similar al que ahora mismo me arribaba al concebir la duda de si Jasper seguía amándome.
Me acomodé sobre la cama, de tal forma en que quedara hincada sobre ésta, frente a él. Silencio. Hasta nuestras miradas carecían de voz. Me fijé en sus manos, las tenía fuertemente empuñadas y rígidas. Parecía no respirar. ¿Era acaso que temía hacerme daño? ¿Era por eso que no se acercaba? Su expresión atormentada así me lo confirmó.
–Jasper – Llamé. Él respingó. Sonreí para infundirle confianza, viendo cómo sus ojos se iban relajando, poco a poco – Acércate – pedí – por favor – agregué ante su resistencia.
Con vacilación, dio el primer paso, luego el segundo. Mi corazón latía cada vez más fuerte. Para cuando estuvimos a menos de un metro de distancia, amenazaba con explotar. Extendí mi mano hacia el frente, invitándolo a tomarla. Lo hizo. Y el contacto de nuestras pieles me transmitió un ligero hormigueo que me entumeció. Se sentó sobre la cama, con sus ojos instalados en los míos. Con el dorado fundiéndose y penetrando mi ser, de la misma manera que en el pasado. La dicha de saber que su esencia no había cambiado en absoluto, que mis pesadillas habían sido simples calumnias, que Jasper seguía siendo mi Jasper, me llenó de tanta felicidad que, sin premeditarlo si quiera, me lancé a sus brazos.
–Jasper – sollocé, contra su pecho – abrásame, Jasper – y lo hizo, moviéndose con una delicadeza extrema, lo hizo. Me alejé un poco y acaricié su rostro – No temas, no me harás daño...
–Alice... – musitó. Sonreí al escuchar su voz arrullar mi nombre
–Confío en ti...
Esta vez, fue él quien me abrazó. Su rostro se hundió en mi hombro.
–No estás respirando – señalé
–No quiero arriesgarme a oler tu sangre – admitió, con pesadumbre. Volví a tomar su rostro entre mis manos
–Eres fuerte – susurré, acercando mi boca a la suya.
Nuestros labios se unieron al segundo siguiente y los dos soltamos un suspiro al mismo tiempo. Él gimió ligeramente, pero yo no desistí de besarlo. Necesitaba saborear su aliento fresco, que se fusionaba con el mío como aire de verano e invierno. Se fue relajando, poco a poco, conforme la húmeda danza adquiría más ritmo. Hilé mis dedos en sus cabellos y sentí sus brazos enrollarme y atraerme hacia él. Nuestras bocas se separaron cuando la respiración se ausentó de mi pecho. Dejé caer mi frente sobre la suya.
–¿Ves? – Musité, con el poco aliento que aún me restaba – eres fuerte
Jasper soltó una risita, entre divertida, aliviada y orgullosa. Luego se acercó y me besó otra vez, de manera más breve, pero con el mismo dulzor.
–Gracias – dijo, acariciando mis mejillas
–¿Por qué?
–Por aceptarme de esta forma.
–Sigues siendo el mismo – aseguré – solo que... más duradero. Ahora la eternidad está dispuesta para los dos
–Pensé que me odiarías – confesó
–Te soy sincera, yo también pensé lo mismo de ti. Por eso decidí marcharme. No sabes las veces que estuve a punto de salir del castillo e internarme en el bosque, para buscarte. Pero me aterraba la idea de encontrarte y no vislumbrar, en ti, nada más que odio.
–Te habrías ido, aún si hubiera seguido siendo humano.
–Probablemente – admití – todo esto que pasó, aunque doloroso, me fue de mucha ayuda para abrir los ojos y darme cuenta de algo que, jamás, pondré en tela de juicio.
–¿Qué cosa?
–Te amo, Jasper – contesté – y ahora sé que este sentimiento es irrevocable y eterno, que nada, ni nadie, podrá borrarlo ni destruirlo. Mi lugar está a tu lado y ya no tengo valor para intentar irme a ninguna otra parte, que no sean tus brazos. Sé que será difícil – agregué, con melancolía – pero si es necesario abandonar a mi familia, lo haré – entonces, recordé cierto detalle que había pasado por alto – ¿Dónde está Bella?
–Ella se encuentra bien, con Edward.
–Edward – repetí – ¿Ese es el nombre del vampiro que te convirtió?
Asintió
–No te preocupes. Es buena persona.
–¿No le hará daño?
–Jamás en su vida –aseguró. Descubrí el significado de sus palabras. Mi boca se abrió ligeramente, de manera incrédula
–¿Insinúas que él está enamorado de mi hermana? – permaneció en silencio, pero su mirada bastaba para darme la respuesta.
Me tomó dos segundos el poder asimilarlo. Y fue ahí mismo cuando otra luz de sabiduría me arribó. ¿Sería Edward el ser de quien Bella también estaba enamorada? ¿Era ese vampiro, de sangre pura, el hombre por quien mi hermana sufría?
La idea sonaba un poco absurda, pero... si yo estaba enamorada de un bebedor de sangre, ¿por qué no también a otras personas le podía pasar lo mismo?
–Alice – la voz de Jasper llamó mi atención – ¿En qué piensas?
–No lo sé – confesé – mi cabeza está en todas partes. Demasiadas cosas para un solo día. Ahora, por ejemplo, acabo de recordar que mi familia ha de estar demasiado preocupada.
–¿Quieres regresar al Castillo?
Negué con la cabeza
–¿Podré ver a Bella esta noche?
–Si – prometió – si quieres, podemos salir. Han de estar cerca.
Lo dudé por un momento. Tenía cierto miedo de lo que habría detrás de la puerta, del pequeño, pero reconfortante, cuarto que nos cubría. Aun así, asentí. Había cosas por hacer, asuntos por arreglar... Sabía que no sería fácil; pero cuando Jasper asió mi mano y la aferró fuertemente contra la suya, supe que, estando juntos, podríamos contra todo.
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ROSE POV
Suspiré su perfume, antes de abrir mis ojos. No quería despertar. Se sentía demasiado bien estar de esta manera: enlazada a él, sintiendo su calor penetrando mi piel y aliviando las heridas habidas. Sus labios besaron mi frente. Sonreí y deslicé la punta de mis dedos por su pecho.
–Pensé que estabas dormida – le escuché susurrar, muy cerca de mi oído.
–Aún estoy soñando – contesté, sin abrir los ojos.
Se hizo un silencio entre ambos.
–Rose – llamó, dulcemente – tengo que regresar al Castillo.
Me tensé al instante. Abrí los ojos de manera automática y, aunque intenté disfrazar mi negativa, fue imposible. Lo supe por la forma en que sus manos capturaron mi rostro y lo acunaron entre ellas.
–Mi gente piensa que estoy muerto – explicó – no puedo dejarlos.
–Lo sé – musité. Y en verdad lo comprendía, pero no quería que se fuera. Tenía miedo de que ya no regresara. Se acercó y me besó lentamente.
–Regresaré por ti – prometió, como si pudiera leerme la mente – Te llevaría ahora mismo conmigo, pero necesito hablar primero con mi tío. Explicarle todo lo que pasó.
–El Rey Charlie jamás aceptará que una bruja penetre sus puertas. Y, siendo honesta, tampoco yo tengo esa intención.
–Rose – susurró – pensé que tu odio hacia mi familia...
–Estoy enamorada de ti, Emmett – me apresuré a aclarar – pero tú familia es otro asunto. El resto de tu raza es otro asunto. La Realeza sigue siendo mi enemigo.
–Pero es que eso no puede ser – discutió – ¿Insinúas que me amas, pero que si ves a uno de mis primos, o amigos, le intentarás hacer daño?
–No le intentaré hacer daño – corregí – haré todo lo posible por matarlos
–¡Rose! – reprendió. Rápidamente, me puse a la defensiva.
–Ellos me arrebataron todo –recordé – mataron a mi familia, la masacraron, sin la más mínima piedad. La extinguieron. ¿Sabes lo que eso significó para mí? Estuve sola durante décadas, buscando a tan solo una persona que fuera de mi estirpe. Jamás encontré nada. Jamás he encontrado nada. Me atrevo a decir que soy la única hechicera, Emmett. La única que queda de mi raza. ¿Y pretendes que toda esta desolación sea olvidada? Siento decepcionarte, pero no soy lo suficientemente buena para ello. Te he perdonado a ti, por que no me queda otra opción. Te amo; pero al resto de tu familia, al resto de los tuyos, los sigo odiando con la misma intensidad que antes.
Nos miramos a los ojos. En los suyos pude leer cierto brillo de culpabilidad, pero sobre todo, comprensión. Pegó su frente a la mía y acarició, con la yema de sus dedos, mi mejilla derecha. Luego descubrí que estaba limpiando mis lágrimas.
–Ya no estás sola, me tienes a mí y así será por siempre– murmuró, besando mis parpados – mi niña, has sufrido demasiado y no sabes todo lo que daría por hacerte olvidar tanto daño. Sé que eso es imposible. Las heridas nunca sanan del todo. Pero, cariño, estamos juntos. El destino nos ha unido y yo nunca, jamás, te dejaré. Siempre estaré para ti.
La forma en que sus palabras me reconfortaban, era casi mágica. Me tranquilicé al instante. El rencor se esfumaba, siempre y cuando estuviera con él. El pasado se volvía en eso: en el pasado. Algo que jamás iba a cambiar, hiciera lo que hiciera. Emmett se había convertido en mi presente. En ese preciso instante importante y único en mi vida. Irónicamente, Emmett era el príncipe que, a su manera, me había llegado a salvar de mi propia maldición.
–¿Aceptarías casarte conmigo, Rose? – preguntó. Mi mirada se dilató y sentí el corazón encogerse
–¿De qué hablas?
–Nada me haría más feliz que llamarte esposa mía – contestó, besando mis labios – nos iríamos a mi reino y ahí te presentaría como mi mujer y soberana
–Es una locura. Emmett, somos especies diferentes
–Nadie ha atestado que la unión de dos razas sea un delito – recordó, triunfante – eso es un código que solo está implantado entre nosotros, como un mero prejuicio. De verdad, ¿no has pensado que ha habido más casos como el de nuestro?
Permanecí en silencio. Por supuesto que, al menos, había existido otra historia similar a la de nosotros. La historia de Edward y esa princesa, Isabella. La historia a la que yo misma había puesto fin.
–¿Qué pasa? ¿Por qué te has quedado callada?
–No es nada – calmé.
–Te noto demasiado inquieta. Tranquila, no es necesario que me des una respuesta ahora mismo – tomó mi mano derecha y la besó – tengo todo el tiempo del mundo para esperarte. No te desharás de mí tan fácilmente
No pude evitar sonreír. Él me miró fijamente y suspiró
–¿Qué? – inquirí, juguetonamente, ante su gesto.
–¿Te he dicho que eres la más bella? – musitó, acomodando su cuerpo sobre el mío y comenzando a depositar pequeños besos en mi cuello y boca – ni una, ni dos, ni tres eternidades me bastaran para saciarme de ti.
Sólo eso bastaba para que la piel se me erizara y me abandonara a sus caricias. Cerré mis ojos, guié mis manos hacia los lugares que, había descubierto, le eran más sensibles y me extravié entre el mar de su calor y sabor.
–Creo que pueden esperar un día más – garantizó, mientras, al término de nuestra entrega, me atraía a su pecho e intentábamos recobrar el ritmo normal de nuestras respiraciones.
Yo no dije nada al respecto. Pero sabía que no hacían falta las palabras para que él tuviera bien entendido que, por mí, podía quedarse todo el tiempo a mi lado.
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BELLA POV
–Creo que lo mejor es que regresemos a la cabaña – dijo Edward, con voz suave, sin dejar de acunarme entre sus brazos.
Suspiré, con pereza, mientras hundía mi rostro en su pecho.
–No quiero – se sentía bien estar así. Él soltó una risita
–Está cayendo la noche y la temperatura comenzara a descender más.
–No tengo frío – volví a discutir
–Lo mismo dijiste hace mucho – recordó, con ternura y nostalgia – ¿Y qué fue lo que pasó después?
Tardé un poco en contestar. Sólo el tiempo que bastó para que esas precisas imágenes del pasado se me mostraran. Sonreí, con su misma tristeza.
–Me resfrié. Tú llegabas todas las noches a mi cuarto, burlabas a toda la guardia y te metías por mi ventana. Pero te negabas a abrazarme, decías que la frialdad de tu piel empeoraría mi estado. Te limitabas a sentarte a mi lado y cantar, para que me durmiera.
Sentí sus labios besar mi frente
–Siempre has sido demasiado sobre protector – apunté, con una pequeña sonrisa – desde niños lo has sido.
–Eres mi todo, mi vida, ¿Qué esperabas? – se defendió – sin embargo...
–Sin embargo, nada – interrumpí. Sabía lo que iba a decir. Sabía que se iba a culpar de lo sucedido entre nosotros. Él bajó la mirada – Edward, lo que pasó... fue algo que no pudimos evitar. Y de nada sirven ya los lamentos
–Lo sé – admitió – pero el sólo recordar las veces que quise hacerte daño...
–Pero no lo hiciste. Lo que haya querido separarnos, no lo logró. Ahora estamos juntos, y eso es lo que importa
–Tienes razón – asintió, uniendo su frente a la mía.
Regresamos a la cabaña y entramos tomados de las manos. Temí por Alice, ¿qué pensaría mi hermana de todo esto? más decidí averiguarlo por mi propia cuenta. No me sorprendió mucho encontrarla sentada, frente a la chimenea, con la cabeza de Jasper acomodada sobre su regazo. Quizás siempre supe que ellos se amaban y no quise admitirlo. Ella tampoco pareció confusa por mi acercamiento con Edward. Sin mencionar palabra alguna, mi pareja y yo tomamos asiento frente a ellos.
Jasper se incorporó, para adquirir una posición más formal, pero enrolló el brazo alrededor de los hombros de Alice, con delicadeza, con ese amor incuestionable. Hizo una inclinación de cabeza, en forma de respeto, al verme. Le sonreí. Mi hermana me miraba fijamente, no con reproche, ni con ningún otro sentimiento que se le pareciera, si no, más bien, con felicidad y, si, también había ahí miedo.
La comprendía. Sabía que ambas estábamos en la misma complicada situación: enamoradas de nuestro supuesto enemigo. No deberíamos de estar con ellos, pero los necesitábamos. Automáticamente, dirigí mi mirada hacia el maravilloso ser que se encontraba a mi lado izquierdo.
–Veo que las cosas han salido mejor de lo que esperabas, Jasper – dijo Edward, con cierto tono juguetón en la voz. Definitivamente, había vuelto a ser el mismo de antes. Aunque, ¿Sería que en realidad había cambiado? No. Siempre había sido él. Solo que... un poco más rebelde.
El rubio asintió
–Princesa Alice, lamento mucho el susto provocado hoy en la madrugada – prosiguió mi vampiro – De igual forma, le ofrezco mis disculpas por todo el daño y molestias que mi familia, a ordenes mías, ha causado a la suya.
–No tengo nada que disculparte – contestó mi hermana, con voz sincera – Al contrario, estoy en gran deuda contigo, Edward, salvaste a Jasper... si tú no lo hubieras decidido convertir, no sé qué sería de mí ahora. Muchas gracias. Aunque... – agregó, con una sonrisa – sería buena idea pedirte un favor
–El que guste
–¿Podríamos dejar las formalidades a un lado? Quiero decir, está más que claro que tú y Bella...
Dejó la frase inconclusa, pero fue suficiente para entender a la perfección.
–En todo caso – intervine – me gustaría pedirle lo mismo a Jasper. Ya que, me atrevo a decir, la situación de ustedes es muy similar.
Esta ocasión fue Alice la que se quedó sin habla. Nos miramos, significativamente, por un momento. Luego sonreímos y ella se lanzó a mis brazos.
–Me imagino han de querer hablar a solas – adivinó Edward
–Y hambrientas – agregó Jasper
–Vamos a buscar algo para cenar, en seguida regresamos – Alice y yo asentimos. Los vampiros desaparecieron por la puerta, dejando a su paso un fresco y dulce aroma. Aunque claro, yo sólo era capaz de identificar la fresca fragancia que caracterizaba a Edward.
Alice apretó el rostro contra mi pecho. Yo besé su frente.
–Todo saldrá bien – prometí – lo que debemos hacer ahora es hacerles saber a nuestros padres, y a James, que estamos bien. Han de estar demasiado preocupados y nos han de estar buscando por todo el bosque.
Mi mente se concentró para desviar la imagen de Jacob.
–Alice, sé que no quieres alejarte de Jasper – dije – pero es necesario que regresemos al castillo. Como ya sabrás, Edward es un Sangre Pura. Él tiene planeado ir al Castillo para hablar con nuestro padre y ofrecer un tratado de paz. Las confrontaciones se terminarían, los vampiros ya no serían nuestros enemigos, Jasper y Edward podrían pedir nuestras manos...
–¿Y qué pasa si nuestra familia no acepta? – Intervino mi hermana, con voz temblorosa – ¿Qué pasa si en ese momento se levantan armas e intentan matarlos?
–Debemos arriesgarnos – dije – sé lo que estás pensando. Yo también lo sospesé hace mucho, cuando era más "joven", pero huir no es la mejor manera de hacer esto. James mandaría a cazar a cada uno de los vampiros, al creernos muertas por ellos. Edward y Jasper sufrirían al ver a su gente caer y huir por causa suya. Nosotras también sufriríamos al ver a nuestro hermano invadido por la rabia y el rencor, y andaríamos de un lugar a otro, sin paz, pues siempre estaríamos llenas de miedos y remordimientos. ¿En realidad quieres esa vida para ti y Jasper?
–No – susurró ella – no quiero
Acaricié su mejilla
–Mañana, antes de que el sol salga, estaremos de regreso en el castillo. Verás que todo saldrá bien. Te lo prometo
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No recordé que tenía hambre hasta que sentí el olor de la carne asada llegar a mi nariz. Mi estomago, junto con el de Alice, gruñó ferozmente, aclamando comida. Los dos vampiros se deshicieron en carcajadas, ganándose una mirada asesina por parte de ambas. Claro, les venía bien el burlarse, al final de cuentas, ellos no tenían ese tipo de exigencias.
Edward y Jasper se limitaron a vernos masticar y beber, sin perder ni el más mínimo detalle de nuestros movimientos. Estaba casi segura de que mi hermana se encontraba tan cohibida como yo. Después de todo, el tener los ojos de un ángel atentos a cada una de tus acciones, no es algo que puedas ignorar tan fácilmente.
Cuando la cena terminó, Alice y Jasper anunciaron ir a dar una vuelta por ahí cerca. De alguna manera, necesitaban despedirse. Me dolía obligar a mi hermana decir adiós al hombre que amaba, cuando apenas y tenía la oportunidad de estar con él, pero esperaba que este sacrificio valiera la pena.
Edward y yo quedamos solos en la cabaña. Era una noche fría, así que cerré la pequeña ventana que daba hacia el patio, con su hierba cubierta de blanca nieve. Me quedé contemplando distraídamente el cielo, hasta que sentí los brazos de Edward cubrirme por detrás.
–¿En qué piensas? – preguntó, con sus labios pegados a la piel de mi cuello
–En que mañana tendré que decirte adiós, otra vez – contesté, sin conseguir ocultar mi tristeza. Él me hizo girar, para que pudiera verme a la cara.
–Estaremos juntos muy pronto – prometió.
Me perdí en la perfección y sinceridad de sus ojos, que parecían casi plateados en aquella oscuridad apenas y cortada con la luz de la chimenea.
–Bésame – pedí y él respondió casi al instante, como si se hubiera tratado de una orden apremiante, uniendo sus labios a los míos con una intensa dulzura que nubló mis pensamientos.
Mis brazos envolvieron su cuello y sentí una de sus manos apretar mi cintura, pegando mi cuerpo al suyo. Un suspiró se ahogó en mi garganta. Mis dedos se hilaron en sus broncíneos cabellos. La intensidad de nuestros besos aumentaba con cada roce que éstos se daban, al igual que el calor de mi cuerpo y la necesidad de sentirme más y más cerca de él.
No era la primera vez que este deseo me albergaba, por eso temí que, como en un pasado había sucedido, Edward frenara el movimiento de mis dedos que comenzaban a deshacer los botones de su camisa. Pero no fue así. La prenda cayó al suelo sin que él hubiera hecho ni el más mínimo esfuerzo por evitarlo, parecía que, al igual que yo, ya no podía soportar más este deseo reprimido por décadas enteras.
Paseé la punta de mis dedos por su impecable pecho, él se estremeció y sus labios descendieron de mi boca hacia mi cuello, mientras sus manos hacían bajar la tela de mi vestido, dejando al descubierto mis hombros.
Se alejó un poco, sólo para quitarme la cadena trenzada, en forma de tiara, que sostenía el cristal sobre mi frente. Cerré los ojos, sintiéndome liberada. Hallarme sin esa joya era como regresar el tiempo. Era como si Edward y yo aún viviéramos en el pasado, sin haber experimentado jamás ese olvido aterrador.
–¿Estás segura? – le oí susurrar
–Completamente – contesté
–Bella... – comenzó a discutir. Silencié sus labios con un pequeño beso
–Eres el hombre de mi vida... Y yo siempre seré tuya. ¿Para qué esperar más? Te necesito, ahora.
Y no necesité decir más para que volviera a besarme con esa deliciosa pasión suya, mientras nos dirigía hacia la habitación.
Mi cuerpo cayó sobre el suyo y el vestido continuó con su lento desprendimiento. Un rubor cubrió mis mejillas al sentir mis pechos desnudos ser contemplado por sus ojos negros y llenos de deseo. Los acarició con tortuosa lentitud, haciéndome vibrar con cada electrizante roce. Luego, me tomó por la cintura y me acomodó sobre la cama, deshaciéndome completamente de la ropa.
Sus labios iniciaron una ardiente peregrinación. Un gemido se escapó de mis labios, mientras su lengua humedecía y endurecía mis pezones. Percibí la suavidad y sensualidad de sus manos acariciar cada parte de mi cuerpo, mientras yo trazaba cada línea perfecta de sus músculos y alborotaba sus cabellos.
Su nariz se deslizó por la curva de mi cintura, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Su boca volvió a buscar la mía, con enardecedora ansiedad, entrelazando nuestras lenguas, mientras su mano se abría paso entre mis piernas.
Sendos jadeos nos hicieron temblar cuando uno de sus dedos se abrigó en mi humedad.
–¿Te lastimo? – preguntó, con la voz ronca.
Me limité a negar con mi cabeza y elevar mi espalda para acortar la distancia que alejaba a nuestros labios, mientras él continuaba con el movimiento estimulante de mi intimidad. Parecía gustarle el tenerme totalmente abandonada a él. Y yo no hacía nada para quebrantar su vanidad. Al contrario, musitaba su nombre cada vez que me era posible, mis manos se resbalaban con deleite por todo su cuerpo y mis labios parecían jamás tener suficiente de su fresco sabor.
Con un gruñido muy bajito, Edward se deshizo de las prendas que aún le cubrían y se acomodó sobre mí. Sus ojos, negros como la pasional noche, miraron a los míos, buscando (y no encontrando) algún atisbo de duda que le hiciera frenar. Su mano rozó suavemente mi mejilla, con tanta mesura, como si yo me tratara de una burbuja de cristal. Ninguno de los dos habló. Simplemente, las palabras no hacían falta entre nosotros.
Edward comenzó a adentrarse en mí y, al sentir el primer contacto entero de nuestros cuerpos, sentí que cada fibra de mi piel tomaba vida propia. Sus besos fueron el perfecto bálsamo para el dolor virginal que, poco a poco, comenzó a dar paso al placer más exquisito. Susurré su nombre y él el mío, mientras nuestras pieles se estremecían y ambos tocábamos nuestro propio edén.
Terminamos con un fuerte jadeo. Él besó una vez más mis labios y después acomodó su cabeza sobre mi pecho. Permaneció quieto, mientras yo acariciaba sus cabellos, escuchando cómo el desenfrenado latido de mi corazón recuperaba su ritmo normal.
Cerré los ojos y suspiré, creyendo apenas que esto había pasado. Hacía tan poco pensaba que amarlo era un error y ahora sabía que mi vida le pertenecía desde hacía mucho, mucho tiempo.
–¿En qué piensas? – preguntó. Abrí los ojos y me encontré con los suyos.
Sonreí y paseé la yema de mis dedos sobre sus ojeras.
–Cuánto te amo – susurré, más para mí que para él y, repentinamente, una sombra surcó su rostro
–No merezco que ames, Bella
–¿Por qué dices eso? – me extrañé.
Sus ojos dejaron de ver a los míos y tomó mis manos entre las suyas. Tardó un momento en hablar, parecía estar buscando las palabras adecuadas. Lucía nervioso.
–Bella, yo... he estado con alguien más. – aguardó, temeroso, a mi respuesta.
No voy a negar que una punzada de celos y dolor me atravesara el pecho, pero... tampoco pensaba discutir por un asunto de ese tipo. ¿Con qué derecho iba a juzgarle si ni el destino sabía cuánto tiempo habíamos estado separados? Además, estaba el pequeño detalle de que yo había llegado a sentir algo por Jacob. Nada comparado con lo que Edward provocaba en mí, pero, al final de cuentas...
–¿Bella? – su voz me trajo a la realidad. El negro de sus ojos no ocultaba el terror que la espera de mi reacción le causaba.
Le miré fijamente y le sonreí. Alcancé una de sus mejillas y la acaricié.
–¿Estás enojada, decepcionada...? – negué con la cabeza y silencié sus labios con mis dedos.
–Estoy feliz – confesé, dejando que viera la sinceridad de mis palabras en mis pupilas – Estoy a tu lado y eso me basta. Eso es suficiente y no quiero saber de nada más que, al fin, podremos estar juntos toda, toda la eternidad.
Sus profundos ojos me miraron, con el ocre derretido envolviéndome en telas de terciopelo, antes de que sus manos asieran mi rostro y juntara sus labios con los míos, moviéndolos en una danza suave, pasional, sincronizada.
–Toda la eternidad no basta para amarte, Bella – susurró, sin dejar de besarme, mientras yo hilaba mis dedos en sus cabellos y comenzaba a caer de espaldas sobre la cama, embriagándome del fresco sabor de su saliva, preparándome para dejarme llevar a ese perfecto lugar que sólo sus caricias eran capaz de brindarme.