Dark Chat

jueves, 10 de junio de 2010

Inmortal

Capítulo15: Falsa Alarma


BELLA POV

Sus manos se mantuvieron apretadas a mi cintura y su boca se movía contra la mía, suave, dulce, refrescante. Dándome, con cada sorbo de su sabor un soplo más de vida. Dejé escapar un suspiro, mientras hilaba mis dedos en sus cabellos y sentía mi cuerpo arquearse hacia atrás, en un intento desesperado por no tener ni la más mínima distancia que nos separara. Su lengua se adentro en mi boca, buscando la mía, en una sutil y tentadora invitación, para que ambas iniciaran una danza armoniosa, sincronizada, perfecta... única... deliciosa...


Una parte demasiado lejana de mi conciencia luchaba por hacerme entrar en razón; pero había algo mucho más fuerte, que comenzaba a inundar mi mente... una serie de imágenes borrosas y poco coherentes llegaron a mí:


–Y... ¿Cómo es que te llamas? – le había preguntado el niño, al encontrarse por tercera vez con ella.


La pequeña castaña sonrió con suficiencia y cierto ego infantil se dibujó en el ligero levantamiento de su barbilla


–¿Y para qué quieres saberlo?


–Simple curiosidad, ¿Qué otra cosa sería si no eso?


–Podría ser que estas interesado en mí


–¡Ba! – exclamó el niño inmortal bajando el rostro


–Yo te gusto


–¡Por supuesto que no!


–Vamos, no seas infantil y acéptalo.


–A mí no me gustan las princesas...


La pequeña se sintió ofendida, pero no lo dio a demostrar. Por el contrario, decidió no inmutarse ante el comentario despectivo y se decidió por poner a prueba sus especulaciones. Se acercó entonces al vampiro que se encontraba sentado, aún mirando hacia abajo, y, sin explicaciones, lo aventó hacia atrás


–¡Ey! ¡¿Pero qué te pasa?... – sus palabras se quedaron atoradas en la garganta al tener a la niña sobre él, con su rostro a escasos centímetros del suyo – Oye... ¿Qué...? ¿Qué haces?...


–Voy a besarte


Él, que desde su nacimiento había carecido de un corazón con palpitares, sintió que en ese momento el pecho le iba a estallar... Los labios de ella se aproximaban lentamente y él no hizo nada más que cerrar los ojos y esperar, con las manos enterradas en el monte, sosegando de esa forma, su inconfesable nerviosismo, por el beso que fue suplantado por una delicada risita que le incitó a despejar su mirada para así encontrarse con la mirada chocolate llena de traviesa burla.


El vampiro se sintió avergonzado. Sabía que había perdido...


–Si no te gustan las princesas, no permitirías, bajo ninguna circunstancia, que una te besara – resolvió ella, con su voz cargada de una vanidad que al niño le resultó tentadora y, tomando como pretexto una revancha, fue esta vez él quien se abalanzó sobre ella...


–¡Te ordeno que te bajes, ahora mismo!


–No lo haré hasta que me digas tu nombre


–Dime el tuyo primero


–De acuerdo – asintió él, con resignación. Sabía que aquella damita era demasiado terca y no ganaría nada con negarse.


–Pero sin mentiras


–Sin mentiras – acordó y, después de esperar unos cuantos segundos para darle emoción al momento, dijo: – Mi nombre es... ¿Y el tuyo?


–...


–Es un nombre demasiado largo – se quejó – ¿Qué te parece si te llamo...? ¿Te gusta?


–Suena bien


–Pero sólo yo tendré el derecho de llamarte así...


–No, me gusta como se oye, así que desde hoy le diré a mi familia que me diga de esa manera...


–Como gustes, pero nunca olvides que fui yo el primero quien lo inventó...


–De acuerdo – accedió la pequeña, aprovechando la distracción del vampiro para aventarlo hacia atrás y retomar su antigua posición en donde ella asumía el poder...


Las imagen que apareció ya no eran de una niña ni de un niño, si no de dos adolescentes de aproximadamente quince o dieciséis años, peleando justamente en el mismo lugar que antes...


–¿En dónde estuviste ayer?


–¿Es necesario que estés arriba de mí para que te responda? – contestó el muchacho con mirada sinuosa, logrando que la princesa se alejara al instante de él, tratando de ocultar el rubor de sus mejillas con su espeso cabello castaño que le había crecido hasta inundar toda su espalda con una hermosa cascada caoba.


Él se acercó por detrás, de manera tan cautelosa que ella ni si quiera se dio cuenta de su cercanía hasta que habló


–Deberías de admitirlo de una vez por todas


–¿Admitir qué?


–Que me quieres...


–No sabía que los vampiros fueran tan vanidosos... – dijo en defensa, concentrándose para que la voz no se le quebrara


–Ni yo tampoco sabía que la Realeza fuera tan obstinada...


–Que yo recuerde, cuando éramos niños, dijiste que no te gustaban las princesas...


Él apareció frente a ella y su dorada mirada se clavó en el café de sus ojos.


–No me gustan las princesas – aseguró, llevando una de sus manos hacia coloreada y delicada mejilla – Me gustas tú...


– Bella – musitó Edward, sin liberar mis labios de los suyos y el sonido de su voz al pronunciar mi nombre me resultó tan familiar como provocativo.


Mis brazos se encontraban completamente enrollados en su cuello y podía sentir mi boca exquisitamente adormecida por la suya, que se fue alejando de manera tortuosa. Me vi obligada a desviar mi mirada hacia otro lado cuando nuestras frentes quedaron unidas y sus ojos intentaron escudriñar en los míos. Sentí su mano posarse en una de mis mejillas, sosegando con la frialdad de su piel el calor de éstas.


–Mírame – pidió, con voz baja y aterciopelada; pero me negué y me deshice de su agarre y caminé lejos de él


–Esto... no está bien – tartamudeé, mirando hacia la espesura del bosque, sin observar nada en realidad


–Ya lo sé – acordó, mientras se acercaba a mí – Un vampiro besándose con una princesa... no es algo que pase todos los días


–Es algo que NUNCA debe pasar – corregí, dando media vuelta para encararlo – Llévame al castillo, ahí es donde debería de estar...


Mis palabras fueron bloqueadas por su propia mano que cubrió mi boca


–Alguien se acerca – susurró – son los licántropos...


Me revolví entre sus brazos, logrando que me soltara, y mi mirada relampagueó en su dirección


–Yo no tengo por qué huir – dije de manera seca – En todo caso, deberías ser tú quien corra. Dudo mucho que quieras morir despedazado mañana en el alba...


Yo misma enmudecí nada más en imaginarme lo posible que se estaba tornando esa posibilidad. La cacería daría comienzo mañana... Y él... él era una de las presas que mi familia deseaba poseer. La realidad me golpeó de manera inesperada, fuerte, como un imperioso martillazo que te estruja el corazón y te lo deja sin latidos durante un momento.


Tanta fue la nacida angustia, que no supe cuál fue el momento en el que yo misma lo tomé de la mano y le hice andar con marchas apresuradas.


–Espera – dijo, mientras frenaba nuestros pasos y, de un solo movimiento, me posicionó sobre su espalda, para echarse a correr como un leopardo. El viento sopló fuertemente mis mejillas, llevándome a hundir mi rostro en el hueco de su hombro y trayendo, con ello, una imperiosa sensación de Deja'vu que se encarnó en mis huesos.


Era como si no fuera la primera vez que había vivido esto...


–Te quiero mostrar algo


–¿Qué cosa? – le preguntaba la niña, con desconfianza


–Cierra los ojos y lo sabrás. Vamos, ¿no me tendrás miedo o si? – retó el niño, con sonrisa y mirada traviesa.


La pequeña castaña se sintió ofendida, y fue el orgullo lo que disfrazó su temor y la obligó a cerrar sus parpados. Después, sólo sintió cómo el aire se le escapa de su estomago y se azotaba contra sus pómulos. La maravilla que sintió en cuanto despejó su mirada fue sublimemente extraordinaria, y es que él corría con tanta velocidad que parecía como si estuviera volando sobre las alas de un fénix...


Las imágenes se borraron en cuanto él frenó sus pasos para detenerse frente a una barda de espesa y musgosa vegetación.


–¿Dónde estamos? – exigí saber, obteniendo solo como respuesta una sonrisa socarrona


–Acompáñeme – pidió, abriéndose paso entre las verdes estirpes. Mi mirada no pudo dilatarse ante el asombroso espectáculo que se presentó frente a ellos.


Tal vez había muerto y me encontraba en el cielo... o en algo parecido a un edén. Era un prado. Un hermoso prado adornado por un lago de límpidas aguas que parecían cristales. Su pastos parecían más bien un mar verde y los débiles rayos del sol se filtraban por la espesura de las nubes, otorgándole al lugar la luminosidad adecuada como para imaginar que me encontraba sumergida en un escenario digno para un cuento de hadas.


Los pasos de Edward a mi lado me extrajeron de la ensoñación en la que me hallaba.


–¿Qué lugar es este?


–¿Le gusta?


–Es bonito – admití, muy a mi pesar. Una verdad como tal no se podía negar.


Él sonrió satisfecho.


–Apuesto que en sus ostentoso castillo jamás vera algo como esto.


Estúpido vampiro.


–Es un lugar demasiado grande como para ubicarlo en mi hogar – contesté, con la barbilla ligeramente alzada, sin dejarme inmutar bajo ningún momento.


Su sonrisa se ensanchó, dejando a la vista la hilera blanca de sus dientes, adornados por dos pequeñas y delicadas puntas ubicadas en sus colmillos que le daban a su rostro una galantería perversa y perturbadora.


–¿Qué hay de los licántropos? – pregunté, recordando el motivo por el cual, se suponía, estaba ahí.


–¿Licántropos? ¿Qué licántropos? – la exagerada inocencia de su voz y mirada fueron la clara respuesta.


En ningún momento él había estado en peligro. ¡En ningún maldito momento había sido perseguido por hombres lobos!


–Eres un mentiroso sinvergüenza – siseé, con mi ira aumentando conforme su sonrisa se expandía.


ALICE POV


Otro amanecer...


Un día menos que restarle al momento de mi partida. Suspiré melancólicamente mientras miraba por la ventana los campos verdes que se expandían por el bosque. Un toque de nudillos llamó a la puerta, para después abrirse. Era Charlotte, mi doncella, mi amiga.


–Majestad – saludó al verme y se acercó para ayudar a vestirme – ¿Cómo amaneció?


–Bien – mentí, girándome para verla, descubriendo que ella hacía todo lo posible por ocultar su semblante – Charlotte, ¿Qué sucede?


–Nada, su Majestad


Llevé mis manos hacia su rostro, para que pudiera alzarlo, y así encontrarme con su mirada enrojecida.


–Has estado llorando – aseveré – ¿Qué sucede?


–Es algo sin importancia...


–Las lágrimas no se despliegan de los ojos así nada más – interrumpí suavemente – Dime qué ocurre. ¿O es que acaso no me tienes confianza?


–¡Oh, princesa! – Exclamó – ¿cómo puede decir eso?


–Es lo que pienso tras ver tu evasiva.


Ella volvió a bajar el rostro y yo esperé en silencio para que hablara. Era un lástima que nuestros vínculos no fueran tan fuertes como para que alcanzara a ver en su futuro. Aunque, cabe recalcar que mi "don" no se encontraba realizando su tarea de manera efectiva. En los últimos días, solo había logrado ver imágenes borrosas y sin sentido de mi hermano y mis padres... Nada más.


–Se trata de... de un guerrero – comenzó a contar Charlotte – un guerrero al cual he conocido tiene poco, en cuanto llegue al castillo


–¿Qué hay con él? ¿Te ha faltado el respeto...?


–En absoluto, Alteza – dijo, rápidamente – todo lo contrario. Es el hombre más amable que haya podido conocer... yo... estoy enamorada de él


–¿Y lloras por eso? – me asombré, pues la obvia respuesta llegó hasta ya pasados varios segundos: Charlotte tenía que irse conmigo, y esto suponía el aislamiento de aquel hombre al que amaba. Caminé hacia ella y tomé sus manos entre las mías – muchacha tonta – dije, sonriéndole para tranquilizarla – Bien sabes que no estas obligada a acompañarme. Puedes quedarte...


–De ninguna manera, su Majestad. Mi deber es ir con usted


–No, tu deber es quedarte al lado del quien amas. Dime, ¿Te corresponde?


–Eso dice – balbuceó


–Entonces, no se discuta más. Partiré yo sola... Y no me gusta que me contradigan – espeté, cuando vi sus intenciones de protestar...


Después de que Charlotte se fuera, decidí ir hacia un o de los jardines traseros. El atardecer había caído rápido. Era como si las horas estuvieran destinadas en convertirse en segundos... acortando mi estancia en el castillo.


Tomé asiento en una piedra plana, ubicada debajo de un frondoso árbol de manzano. Un viento fresco sopló, agitando mis cabellos y llevando mi vista en dirección hacia la entrada. Mi corazón se detuvo por un instante, solo para retomar su ritmo enloquecido después de verlo. Bajé la mirada y me mordí el labio. Lo que menos quería era encontrarme con él...


Sentí sus pasos acercarse y, conforme más próximo se hallaba, más rápido bailaba mi pecho. Se plantó a un lado de mí, yo seguía incapaz de verle. Me sentí cobarde y absurda, pues, aunque una parte de mí quería salir huyendo, la otra me rogaba por quedarme a su lado.


–Majestad – escuché su dulce voz llamarme – No pensé encontrarla en este lugar


–Yo tampoco – susurré. No hallaba la manera de hablar – ¿Siempre vienes aquí?


–Sólo cuando necesito pensar


–Eso significa que... ahora estas meditando


–Algo así – admitió


No pude reprimir la necesidad de mirarle, así que lo hice. Instintivamente, me llevé las manos a mi pecho, que amenazaba con explotar de un momento a otro, conforme me iba perdiendo en el mar gris de sus pupilas. Entonces fue cuando supe que no había sido buena idea. Volví a bajar la mirada. Aunque aquello tampoco significara que estaría menos nerviosa.


Me puse de pie de manera inesperada. Había sido un acto reflejo que mi subconsciente me había mandado para distanciarme de su persona.


–Que pases buena tarde – deseé a modo de despedida, aún con la mirada fija en mis pies, obligando a éstos moverse para salir del jardín que, repentinamente, se había convertido en un calabozo.


Solamente había avanzado un metro cuando su tacto cálido y gentil me atrapó por el brazo. No fue la fuerza lo que me retuvo, si no el sublime estremecimiento que me recorrió el cuerpo.


–¿Es cierto que se va? – me preguntó con voz suave.


–Si – contesté de manera débil. Y, de nuevo, mis instintos me traicionaron, llevando a mis ojos alzarse para fundirse en los suyos.


¿Era mi imaginación o había dolor en el tórrido océano de sus pupilas?


Los segundos se me hicieron eternamente bellos mientras nadaba en ellas. Estaba segura que podía pasar gran parte de mi inmortalidad de esa forma. El por qué, no lo sabía (Tal vez me daba miedo admitirlo). Solo estaba consiente de la paz que me transmitía el estar a su lado. La necesidad de él, que iba en aumento conforme el tiempo pasaba. Y de que los latidos de mi corazón se volvían más violentos con cada noche que escuchaba su nombre...


No, no lo admitiría en ese instante. Pero la respuesta estaba más clara que los manantiales del reino.


–¿Tardará mucho en regresar?


–Algunos años más– admití – vendré cuando deba recibir el cristal que marca mi primer siglo vivido.


–¿Por qué se va?


Por ti...


–Yo... quiero disfrutar los años que me quedan de libertad.


–Ya veo – murmuró, desviando el rostro en dirección contraria. Privándome del sosiego de sus ojos – Le pido perdone mi atrevimiento. Usted no debería de darme ningún tipo de explicaciones.


–No te preocupes. Agradezco tu... interés.


–Qué tenga un buen viaje, su Majestad – soltó, de repente, haciéndome una reverencia, para después dar media vuelta y dejarme sola.


Y, mientras le veía marchar, una confusa imagen, a la cual no le encontré forma, se instaló en mi subconsciente, dejándome, como recuerdo, un punzante dolor en el pecho.


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