Capitulo 12
-Bella, o abres la puerta o te juro que la voy a echar abajo.
Bella observó, acurrucada desde la cama, cómo la puerta de madera vibró. Edward no estaba de broma… temía que en cualquier momento la puerta se viniera abajo debido a los fuertes golpes. Se pregunto como le iba ella a dejar entrar… no sabía que decirle ni como mirarle a la cara sin revelar su malestar y el hecho de que había estado llorando sin para durante la última hora.
¡Bella! ¿Estas enferma? Jasper me ha dicho que te encontrabas mal. Maldita sea, dime algo –exigió Edward, maldiciendo a continuación.
Entonces se creó un breve silencio, seguido por el sonido de algo pesado embistiendo la puerta.
Bella, enojada, se levanto de la cama y se dirigió hacia la puerta. Abrió de par en par justo cuando el iba a dar de nuevo contra la puerta con una de las sólidas sillas de roble que había en el pasillo.
-¿Que quieres?
¿Qué que quiero? –dijo el, poniendo la silla en el suelo.
Estaba tan sexy con la camisa medio desabrochada y con el pelo alborotado sobre la frente que, a pesar de todo, Bella sintió como se le derretían las rodillas y se tuvo que agarrar al marco de la puerta para sujetarse.
Una explicación sería estupendo, querida –dijo el sarcásticamente-. ¿Tienes una buena razón para tú pataleta o es simplemente que quieres llamar la atención?
Por lo menos eres lo suficientemente sincero como para reconocer que yo tenía que hacer algo para apartarte de los juveniles encantos de Tanya –contestó Bella dulcemente-. Se sincero, Edward, ¿Por qué no te casaste con ella cuando tuviste la oportunidad antes de hacernos pasar a todos por esta deprimente farsa?
Supongo que con "deprimente farsa" te refieres a nuestro matrimonio, ¿verdad? –dijo el, enfurecido.
Entró en la habitación y fue empujando a Bella hasta que esta se tuvo que sentar en la cama. Entonces pudo ver claramente los churretes que habían dejado las lágrimas en las mejillas de ella y frunció el ceño.
¿Qué es lo que ocurre, ummm? –preguntó en un tono más dulce-. ¿Te ha dicho algo Tanya que te haya disgustado? Se que a veces es un poco fastidiosa, pero no tiene malas intenciones.
¿Crees que no? –dijo Bella, riéndose amargamente-. Bueno, tú la conoces mejor que yo. ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo has permitido que te abrace esta noche?
Edward, había estado dándole a la muchacha el dulce afecto que ella deseaba tan desesperadamente. (n/a: que sacrificado :O)
¡La conozco desde que era un bebé! –exploto Edward-. Supongo que para mí ella es como la hermana pequeña que nunca tuve.
-¡Que dulce! ¿Y confías en tú hermana, Edward? Le cuentas tus secretos personales… ¿Cómo la razón por la que te casaste conmigo?
No se lo he dicho a nadie –negó el contundentemente-. La única que conoce las estipulaciones del testamento de mi abuelo es su abogado, Carlisle Cullen.
Estremeciéndose, Bella se percató de que Edward se había referido a estipulaciones … lo que implicaba más de una… Tanya no había mentido; la última cláusula del testamento de Aro Masen debía ser la que exigía que Edward tuviera un heredero antes de poder asegurar su puesto como director del Banco Masen. De repente se sintió exhausta y deseó poder ir a un lugar obscuro a curar sus heridas.
Bueno, pues Tanya lo sabe; tú se lo dijiste –acusó Bella-. Debes de haberlo hecho, si no… ¿Cómo se iba a haber enterado ella? –añadió.
Edward la miró con furia.
Pensé que podía confiar en ti –continuó ella amargamente-. Pero, una vez más, mi juicio respecto a los hombres está equivocado. ¡No me toques! –espetó, sintiendo como un escalofrío le recorría el cuerpo. Se apartó de el al haber intentando este abrazarla-. No quiero tener nada más que ver contigo y desde ahora en adelante, voy a dormir en mi propia habitación hasta que podamos ponerle fin a este falso matrimonio.
¡No lo harás! –dijo el, tomándola en brazos para impedir que se levantar de la cama y echándola sobre el colchón violentamente.
Antes de que ella pudiese reaccionar, el se sentó sobre ella, sujetándole las manos sobre la cabeza con una de sus manos, mientras que con la otra le desabrochó el corpiño de su vestido.
-me has juzgado y condenado sin dejar que me explicara. Pero no me importa nada de lo que creas, querida. Eres mía, te he comprado y te echaré de mi cama cuando yo quiera, no cuando tú digas.
No puedes hacer esto –dijo ella entre dientes, revolviéndose con esfuerzo debajo de el.
Gritó cuando el le abrió la parte delantera del vestido, exponiendo sus pequeños pechos que, ante su horror, ya se habían hinchado en anticipación a las caricias de el, por lo que sus pezones sobresalían como dos provocativas puntas.
¿Quién va a detenerme? –preguntó Edward, riéndose.
Le quito los tirantes del vestido, bajándolas por sus hombros y le bajo el vestido hasta que lo tuvo por la cintura, comenzando a acariciarle un pecho.
¿Tú querida? –provocó-. Yo creo que no.
Entonces sonrió cruelmente mientras observaba como las pupilas de ella se dilataban. De una cosa estaba seguro: ella lo deseaba y en aquel momento no le importaba nada más que eso. Bajó la cabeza y comenzó a acariciar con la lengua uno de sus pechos, tomando el pezón en su boca para atormentarla. Ella comenzó a retorcer las caderas, inquietas. Juzgando el momento exacto en el que el placer que estaba sintiendo ella se hizo insoportable, comenzó a chupar su otro pecho, otorgándole el mismo castigo hasta que ella dejó de pelear contra el y le clavo las uñas en los hombros.
Bella gimió cuando Edward metió la mano por debajo de la falda de su vestido, dirigiéndola con una precisión exacta al corazón de su feminidad. Ella estaba ardiendo en pasión; le temblaba todo el cuerpo de necesidad. Sintió el calor que se había apoderado de su entrepierna mientras su cuerpo se preparaba para la posesión de el.
No me vas a detener, Bella, y ambos sabemos por qué –dijo en tono triunfal.
Ella se cuestiono como podía ser tan débil; solo bastaba una caricia de el para que ella estuviera suplicándole que la poseyera.
¿Por qué? –preguntó ella con voz ronca.
Por que no puedes resistirte a mí. Por que me necesitas –dijo el
Durante breves segundos, Bella, sintió como se le paraba el corazón y nerviosa, se humedeció los labios con la punta de la lengua.
¿Qué demonios te hace pensar eso? –exigió saber, esforzándose por parecer calmada. Pero no tuvo éxito.
Tú me lo dijiste –contestó el.
Observó como a ella se le empañaron los ojos debido a lo confundida que estaba.
Quizá no me lo dijiste con palabras, pero si con tu comportamiento. ¿Por qué si no hubieses venido ami en Madrid a suplicarme que te hiciera el amor? Siempre habías dicho que no tendrías relaciones sexuales con un hombre al que no amaras –le recordó el-. Pero no pudiste negar la fiera pasión que ardía entre ambos.
¿Como había podido dejar tan claros sus sentimientos? Había estado tan concentrada en el hecho de que entregarle su virginidad a el era lo correcto, porque lo amaba, que no había pensado que iría a pensar el de sus motivos. Seguro que Edward había estado riéndose de ella durante meses.
Profundamente humillada, su deseo se disipó y se estremeció cuando el introdujo sus dedos bajo su pequeña braguita, moviéndose inexorablemente hacía los más preciado de su feminidad. Tenía que detenerlo antes de que el destruyera su último vestigio de orgullo. Entonces esbozó una divertida sonrisa.
Como siempre, Edward, tienes razón. Tú mismo lo dijiste; la lujuria es una emoción muy poderosa y me acerqué a ti porque pensé que ya era hora de que dejara de vivir como una monja. Todo el mundo había sacado partido de nuestro matrimonio excepto yo y decidí aprovecharme de tú reputada destreza bajo las sábanas. Y debo decir que es una reputación merecida –dijo, ignorando la furia de el-. Eres un semental perfecto, Edward.
Me alegra que pienses eso, querida –dijo el en un tono agradable.
Sin darle tiempo a reaccionar, Edward le bajo las braguitas y le separo las piernas con una mano, mientras que con la otra comenzó a desabrocharse la bragueta del pantalón.
¡No! –espetó ella, sintiéndose enferma y apartándolo con las manos.
A pesar de todo de lo que se había enterado acerca de el aquella noche, todavía lo amaba… aunque darse cuenta de ello le hizo cuestionarse su salud mental. No podía soportar que el la hiciera suya enfadado y que convirtiera algo que a ella le parecía tan bonito en un primitivo acto de venganza.
Se preguntó que ocurriría con el bebé. Después de todo lo que le había contado Tanya, no se atrevía a decirle que tal vez ella había concebido un hijo suyo. Necesitaba tiempo para estar sola y recapacitar sobre su embarazo antes de enfrentarse al temor de que el querría quitarle a su hijo cuando se divorciara de ella.
No lo hagas, Edward –suplicó-. No hagas que te odie.
¿Crees que me importa? Amor, odio, todo eso es lo mismo para mí –gruño el.
Pero al ponerse sobre ella, pudo ver el brillo de las lágrimas en sus ojos y maldijo.
-Dios, Bella, ¿Qué es lo que me estás haciendo? Jamás le he hecho el amor a la fuerza a ninguna otra mujer.
Con las manos levemente temblorosas, se subió la bragueta y se levantó.
No podrías odiarme más de lo que ya me odio yo a mí mismo –dijo el-. Siempre he sabido que no se me puede querer… me lo dijeron suficientes veces –añadió con dureza-. ¿Cómo he podido esperar que tú fueras diferente… que vieras algo en mí que no fuera frialdad y amargura?
¡Edward! –dijo ella, a quien la sombría expresión de el conmovió.
Le tendió la mano, pero el se apartó de ella.
No quise… -comenzó a decir bella-. No creo que seas despiadado…
No pudo terminar de hablar al recordar las provocaciones de Tanya al decirle que Edward había tratado de dejarla embarazada porque necesitaba un heredero.
Entonces te sugiero que revises tu opinión, querida –le dijo con frialdad-. Por que yo soy tan despiadado como mis antepasados que vivieron en este mismo castillo –sonrió con dureza-. ¿Te dije que mi abuelo le negó a mi padre el derecho de ver a mi abuela cuando esta estaba muriéndose? Le dieron igual las súplicas de ella. Mi padre era su único hijo, pero había ido en contra de los deseos de mi abuelo al casarse con mi madre y mi abuelo lo echó del castillo para siempre. Desde el día en yo llegue aquí, siendo un melgaducho y desnutrido niño campesino, aprendí que el poder lo es todo y que el amor no cuenta para nada.
Bella sintió como el frío se apoderaba de su corazón.
¿Y todavía crees eso, Edward? –susurró-. ¿Harías lo que fuera para lograr el control del Banco Masen?
Ya sabes cual es la respuesta –contestó el mientras se dirigía a la puerta-. No estés tan abatida, querida… sabías lo había cuando aceptaste este matrimonio. Te quedan más o menos seis meses de ser mi esposa y será mejor que te hagas a la idea, porque tenemos un acuerdo y no te dejaré marchar hasta que no hayas cumplido con tu parte del trato.
-Bella, o abres la puerta o te juro que la voy a echar abajo.
Bella observó, acurrucada desde la cama, cómo la puerta de madera vibró. Edward no estaba de broma… temía que en cualquier momento la puerta se viniera abajo debido a los fuertes golpes. Se pregunto como le iba ella a dejar entrar… no sabía que decirle ni como mirarle a la cara sin revelar su malestar y el hecho de que había estado llorando sin para durante la última hora.
¡Bella! ¿Estas enferma? Jasper me ha dicho que te encontrabas mal. Maldita sea, dime algo –exigió Edward, maldiciendo a continuación.
Entonces se creó un breve silencio, seguido por el sonido de algo pesado embistiendo la puerta.
Bella, enojada, se levanto de la cama y se dirigió hacia la puerta. Abrió de par en par justo cuando el iba a dar de nuevo contra la puerta con una de las sólidas sillas de roble que había en el pasillo.
-¿Que quieres?
¿Qué que quiero? –dijo el, poniendo la silla en el suelo.
Estaba tan sexy con la camisa medio desabrochada y con el pelo alborotado sobre la frente que, a pesar de todo, Bella sintió como se le derretían las rodillas y se tuvo que agarrar al marco de la puerta para sujetarse.
Una explicación sería estupendo, querida –dijo el sarcásticamente-. ¿Tienes una buena razón para tú pataleta o es simplemente que quieres llamar la atención?
Por lo menos eres lo suficientemente sincero como para reconocer que yo tenía que hacer algo para apartarte de los juveniles encantos de Tanya –contestó Bella dulcemente-. Se sincero, Edward, ¿Por qué no te casaste con ella cuando tuviste la oportunidad antes de hacernos pasar a todos por esta deprimente farsa?
Supongo que con "deprimente farsa" te refieres a nuestro matrimonio, ¿verdad? –dijo el, enfurecido.
Entró en la habitación y fue empujando a Bella hasta que esta se tuvo que sentar en la cama. Entonces pudo ver claramente los churretes que habían dejado las lágrimas en las mejillas de ella y frunció el ceño.
¿Qué es lo que ocurre, ummm? –preguntó en un tono más dulce-. ¿Te ha dicho algo Tanya que te haya disgustado? Se que a veces es un poco fastidiosa, pero no tiene malas intenciones.
¿Crees que no? –dijo Bella, riéndose amargamente-. Bueno, tú la conoces mejor que yo. ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo has permitido que te abrace esta noche?
Edward, había estado dándole a la muchacha el dulce afecto que ella deseaba tan desesperadamente. (n/a: que sacrificado :O)
¡La conozco desde que era un bebé! –exploto Edward-. Supongo que para mí ella es como la hermana pequeña que nunca tuve.
-¡Que dulce! ¿Y confías en tú hermana, Edward? Le cuentas tus secretos personales… ¿Cómo la razón por la que te casaste conmigo?
No se lo he dicho a nadie –negó el contundentemente-. La única que conoce las estipulaciones del testamento de mi abuelo es su abogado, Carlisle Cullen.
Estremeciéndose, Bella se percató de que Edward se había referido a estipulaciones … lo que implicaba más de una… Tanya no había mentido; la última cláusula del testamento de Aro Masen debía ser la que exigía que Edward tuviera un heredero antes de poder asegurar su puesto como director del Banco Masen. De repente se sintió exhausta y deseó poder ir a un lugar obscuro a curar sus heridas.
Bueno, pues Tanya lo sabe; tú se lo dijiste –acusó Bella-. Debes de haberlo hecho, si no… ¿Cómo se iba a haber enterado ella? –añadió.
Edward la miró con furia.
Pensé que podía confiar en ti –continuó ella amargamente-. Pero, una vez más, mi juicio respecto a los hombres está equivocado. ¡No me toques! –espetó, sintiendo como un escalofrío le recorría el cuerpo. Se apartó de el al haber intentando este abrazarla-. No quiero tener nada más que ver contigo y desde ahora en adelante, voy a dormir en mi propia habitación hasta que podamos ponerle fin a este falso matrimonio.
¡No lo harás! –dijo el, tomándola en brazos para impedir que se levantar de la cama y echándola sobre el colchón violentamente.
Antes de que ella pudiese reaccionar, el se sentó sobre ella, sujetándole las manos sobre la cabeza con una de sus manos, mientras que con la otra le desabrochó el corpiño de su vestido.
-me has juzgado y condenado sin dejar que me explicara. Pero no me importa nada de lo que creas, querida. Eres mía, te he comprado y te echaré de mi cama cuando yo quiera, no cuando tú digas.
No puedes hacer esto –dijo ella entre dientes, revolviéndose con esfuerzo debajo de el.
Gritó cuando el le abrió la parte delantera del vestido, exponiendo sus pequeños pechos que, ante su horror, ya se habían hinchado en anticipación a las caricias de el, por lo que sus pezones sobresalían como dos provocativas puntas.
¿Quién va a detenerme? –preguntó Edward, riéndose.
Le quito los tirantes del vestido, bajándolas por sus hombros y le bajo el vestido hasta que lo tuvo por la cintura, comenzando a acariciarle un pecho.
¿Tú querida? –provocó-. Yo creo que no.
Entonces sonrió cruelmente mientras observaba como las pupilas de ella se dilataban. De una cosa estaba seguro: ella lo deseaba y en aquel momento no le importaba nada más que eso. Bajó la cabeza y comenzó a acariciar con la lengua uno de sus pechos, tomando el pezón en su boca para atormentarla. Ella comenzó a retorcer las caderas, inquietas. Juzgando el momento exacto en el que el placer que estaba sintiendo ella se hizo insoportable, comenzó a chupar su otro pecho, otorgándole el mismo castigo hasta que ella dejó de pelear contra el y le clavo las uñas en los hombros.
Bella gimió cuando Edward metió la mano por debajo de la falda de su vestido, dirigiéndola con una precisión exacta al corazón de su feminidad. Ella estaba ardiendo en pasión; le temblaba todo el cuerpo de necesidad. Sintió el calor que se había apoderado de su entrepierna mientras su cuerpo se preparaba para la posesión de el.
No me vas a detener, Bella, y ambos sabemos por qué –dijo en tono triunfal.
Ella se cuestiono como podía ser tan débil; solo bastaba una caricia de el para que ella estuviera suplicándole que la poseyera.
¿Por qué? –preguntó ella con voz ronca.
Por que no puedes resistirte a mí. Por que me necesitas –dijo el
Durante breves segundos, Bella, sintió como se le paraba el corazón y nerviosa, se humedeció los labios con la punta de la lengua.
¿Qué demonios te hace pensar eso? –exigió saber, esforzándose por parecer calmada. Pero no tuvo éxito.
Tú me lo dijiste –contestó el.
Observó como a ella se le empañaron los ojos debido a lo confundida que estaba.
Quizá no me lo dijiste con palabras, pero si con tu comportamiento. ¿Por qué si no hubieses venido ami en Madrid a suplicarme que te hiciera el amor? Siempre habías dicho que no tendrías relaciones sexuales con un hombre al que no amaras –le recordó el-. Pero no pudiste negar la fiera pasión que ardía entre ambos.
¿Como había podido dejar tan claros sus sentimientos? Había estado tan concentrada en el hecho de que entregarle su virginidad a el era lo correcto, porque lo amaba, que no había pensado que iría a pensar el de sus motivos. Seguro que Edward había estado riéndose de ella durante meses.
Profundamente humillada, su deseo se disipó y se estremeció cuando el introdujo sus dedos bajo su pequeña braguita, moviéndose inexorablemente hacía los más preciado de su feminidad. Tenía que detenerlo antes de que el destruyera su último vestigio de orgullo. Entonces esbozó una divertida sonrisa.
Como siempre, Edward, tienes razón. Tú mismo lo dijiste; la lujuria es una emoción muy poderosa y me acerqué a ti porque pensé que ya era hora de que dejara de vivir como una monja. Todo el mundo había sacado partido de nuestro matrimonio excepto yo y decidí aprovecharme de tú reputada destreza bajo las sábanas. Y debo decir que es una reputación merecida –dijo, ignorando la furia de el-. Eres un semental perfecto, Edward.
Me alegra que pienses eso, querida –dijo el en un tono agradable.
Sin darle tiempo a reaccionar, Edward le bajo las braguitas y le separo las piernas con una mano, mientras que con la otra comenzó a desabrocharse la bragueta del pantalón.
¡No! –espetó ella, sintiéndose enferma y apartándolo con las manos.
A pesar de todo de lo que se había enterado acerca de el aquella noche, todavía lo amaba… aunque darse cuenta de ello le hizo cuestionarse su salud mental. No podía soportar que el la hiciera suya enfadado y que convirtiera algo que a ella le parecía tan bonito en un primitivo acto de venganza.
Se preguntó que ocurriría con el bebé. Después de todo lo que le había contado Tanya, no se atrevía a decirle que tal vez ella había concebido un hijo suyo. Necesitaba tiempo para estar sola y recapacitar sobre su embarazo antes de enfrentarse al temor de que el querría quitarle a su hijo cuando se divorciara de ella.
No lo hagas, Edward –suplicó-. No hagas que te odie.
¿Crees que me importa? Amor, odio, todo eso es lo mismo para mí –gruño el.
Pero al ponerse sobre ella, pudo ver el brillo de las lágrimas en sus ojos y maldijo.
-Dios, Bella, ¿Qué es lo que me estás haciendo? Jamás le he hecho el amor a la fuerza a ninguna otra mujer.
Con las manos levemente temblorosas, se subió la bragueta y se levantó.
No podrías odiarme más de lo que ya me odio yo a mí mismo –dijo el-. Siempre he sabido que no se me puede querer… me lo dijeron suficientes veces –añadió con dureza-. ¿Cómo he podido esperar que tú fueras diferente… que vieras algo en mí que no fuera frialdad y amargura?
¡Edward! –dijo ella, a quien la sombría expresión de el conmovió.
Le tendió la mano, pero el se apartó de ella.
No quise… -comenzó a decir bella-. No creo que seas despiadado…
No pudo terminar de hablar al recordar las provocaciones de Tanya al decirle que Edward había tratado de dejarla embarazada porque necesitaba un heredero.
Entonces te sugiero que revises tu opinión, querida –le dijo con frialdad-. Por que yo soy tan despiadado como mis antepasados que vivieron en este mismo castillo –sonrió con dureza-. ¿Te dije que mi abuelo le negó a mi padre el derecho de ver a mi abuela cuando esta estaba muriéndose? Le dieron igual las súplicas de ella. Mi padre era su único hijo, pero había ido en contra de los deseos de mi abuelo al casarse con mi madre y mi abuelo lo echó del castillo para siempre. Desde el día en yo llegue aquí, siendo un melgaducho y desnutrido niño campesino, aprendí que el poder lo es todo y que el amor no cuenta para nada.
Bella sintió como el frío se apoderaba de su corazón.
¿Y todavía crees eso, Edward? –susurró-. ¿Harías lo que fuera para lograr el control del Banco Masen?
Ya sabes cual es la respuesta –contestó el mientras se dirigía a la puerta-. No estés tan abatida, querida… sabías lo había cuando aceptaste este matrimonio. Te quedan más o menos seis meses de ser mi esposa y será mejor que te hagas a la idea, porque tenemos un acuerdo y no te dejaré marchar hasta que no hayas cumplido con tu parte del trato.