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jueves, 10 de diciembre de 2009

GHOTIKA

Buen dia mis angeles hermosos , aqui de nuevo dando lata jejej que dijieron se acabo , pero no falta este cap ahora si el ultimo.
MUCHAS GRACIAS A ANJU DARK, y a todas las chicas q siguieron el fic . bueno mis angeles no mas rollos y a disfrutar
este cap  va por ti LIBI!!!!!
les mando mil besitos
Angel of the dark
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Hoy abriré a tu alma el gran misterio; ella es capaz de penetrar en mí.

En el silencio hay vértigos de abismos: yo vacilaba, me sostengo en ti.
Muero de ensueños; beberé en tus fuentes puras y frescas la verdad; yo sé
que está en el fondo magno de tu pecho el manantial que vencerá mi sed.
Y sé que en nuestras vidas se produjo el milagro inefable del reflejo...
En el silencio de la noche mi alma llega a la tuya como un gran espejo.
Si con angustia yo compré esta dicha, ¡bendito el llanto que manchó mis ojos! ¡Todas las llagas del pasado ríen al sol naciente por sus labios rojos!
¡Ah! tú sabrás mi amor; más vamos lejos, a través de la noche florecida;
acá lo humano asusta, acá se oye, se ve, se siente sin cesar la vida.
Vamos más lejos en la noche, vamos donde ni un eco repercuta en mí,
como una flor nocturna allá en la sombra me abriré dulcemente para ti.
Íntima – Dalmira Agustini

 
Epílogo. Oscuro Edén.


El saber que todo había terminado era casi imposible de creer. Y es que, después de meses calados de tanto sufrimiento, la felicidad se mostraba un tanto desconocida para todos ellos.


Edward se acercó a Bella de manera cautelosa, intentando no asustarla. Había miedo en su roja mirada. Sabía que ella estaba en todo su derecho de temerle. Después de todo, él había dejado escapar hasta la más minúscula parte de la bestia que tenía guardada. Pero no era así. El afianzamiento de la castaña no se debía al temor hacia él, si no al miedo que le daba el pensar que estaba soñando. Creía que si se movía podía despertar de su utopía y volvería a estar encerrada en la misma habitación, lejos de él...


El vampiro dio un paso tras otro, con suma lentitud, hasta que estuvo frente a ella. No se atrevió a tocarla. Tenía las manos totalmente bañadas en sangre, literalmente. Ya mucha ofensa era presentarse de esa manera. Pero no soportaba la idea de no tenerla cerca. Había sido tanto tiempo, tanto dolor.


¿Cuánto habrían cambiado sus vidas a partir de esto? Estaba claro que nada sería igual. Absolutamente nada. ¿Iba a bastar su amor para seguir de pie o el daño era irreversible? Su mirada buscó la suya para reconfortarse y Bella se estremeció ante el impávido mar de dulzura y tormento que la bañó.


–Abrázame


Edward respingó. No se lo esperaba. Pero fue una petición cargada de añoro que le alegró escuchar y obedeció al instante. Sus brazos la rodearon con ternura y delicadeza. Como si su frágil cuerpo se pudiera romper de un momento a otro. La sintió tan fina, tan susceptible...


–Perdóname – susurró – Perdóname. Fui incapaz de protegerte...


Calló al no encontrar más qué decir. No existían las locuciones justas para exonerarse. Le había fallado, lo sabía. Le había fallado y de la peor manera. Había roto todas sus promesas. Tenía miedo de ya no poder hacer nada para enmendar el daño hecho. Demasiado miedo. Pero fue el delicado cuerpo, que se apretó al suyo, lo que le exterminó el frío y, a cambio, le brindó paz.


–¿Por qué pides perdón? De lo único que te puedo culpar es de la angustia que me provocaste al venir para arriesgar tu vida. Edward, no sabes todo lo que sentí al pensar que te podía ver morir... No lo sabes


–Lo sé, Bella, créeme que lo sé – aseguró el muchacho, con sus labios pegados a su frente y con la voz impregnada de dulce angustia. Era bueno saber que seguía siendo amado, pese a sus errores – Yo también estaba aterrado. El solo imaginar que tú, mi mundo entero, podías dejar de existir... Lo recuerdo y vuelvo a temblar – apretó el agarre de sus brazos, como prueba inconsciente de sus palabras – Y qué me importa si me llaman cobarde. Mi vida sin ti no tiene ningún sentido. Yo no soy nadie si no me reflejo en tus ojos. Yo sin ti no soy nada...


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Tras la caída de los Rumanos, los Vulturi regresaron al castillo con una guardia mucho más poderosa que antes. Se rindió un culto de quince días por todas las muertes habidas, en las cuales se tomaron en cuenta a las almas perdidas de Mâred y Damián. Y las leyes que, alguna vez, se quisieron suplantar, siguieron de pie con más fuerza que antes.


Había pasado ya un año tras el incidente. Lo sucedido jamás se olvidaría. Todos habían quedado marcados con ello (unos, más que otros), pero, al menos, con el paso del tiempo, la amargura se fue disipando hasta convertirse en algo más aceptable y llevadero.


Bella, Alice, Jasper y Edward habían decidido regresar a Forks. El castillo les traía ásperos recuerdos que aún no lograban tolerar. Tal vez algún día regresarían. Tal vez, algún día, las heridas ya no arderían tanto. Pero, para mientras, era necesario volver al pueblito nublado que prometía brindarles un poco más de armonía.


Y ahí estaban ya, entre las espesuras del bosque. Los recuerdos de las noches en él regresaron a cada una de las memorias inmortalmente adolescentes que mantenían la dorada mirada fija en los frondosos árboles bañados por la luna llena.


Cada pareja se separó al llegar a un claro de luna, con la promesa de encontrarse en los días siguientes. Ambas sabían que cada una necesitaba su tiempo a solas.


Alice y Jasper llegaron a la antigua casa, en forma de pequeño castillo, en la que, tiempo atrás, él y ella habían pasado los primeros días de su eterna relación. Él la tomó en brazos y la cargó hasta la terraza. Ella sonreía y él se deleitaba con el sincero gesto, haciendo a un lado los afilados recuerdos de los días en los que creyó nunca volver a estar de esa manera, con ella a su lado.


–Pensé que jamás volvería a contemplar la noche de esta manera – susurró la pequeña, mientras él la acunaba y la brisa fresca acariciaba sus mejillas y revolvía sus cabellos – se siente bien estar aquí, de regreso contigo.


–Si –confirmó el rubio – se siente bien estar contigo.


Alice acercó sus labios y besó sus parpados. Él suspiró pacíficamente, comprobando que, efectivamente, Forks era el lugar ideal para cerrar el telón de aquella lacerante obra de la cual habían sido participes.


–¿No te molesta?... Me refiero al saber que estás tan cerca de tus padres y no poder acercárteles – dijo Jasper


–Ellos se encuentran bien. Mejor de cómo estaban cuando yo vivía con ellos – contestó Alice, con una sonrisa tranquilizante


–Pero... ¿No te parecerá algo incomodo el vivir escondida en el bosque, sin poder salir durante varios años, hasta que estemos seguros que el resto de la gente no te reconocerá? Alice, yo no quiero privarte de...


–Jazz – interrumpió suavemente ella, posando la punta de sus dedos en los labios de él – ¿Qué me importa lo que pase allá afuera, si estoy contigo? Tú eres todo lo que necesito. El resto del mundo sobra siempre y cuando esté entre tus brazos. ¿Es necesario que te lo diga?


Él besó la punta de su nariz como respuesta.


No. Claro que no era necesario el decir que se adoraban. Lo sabían desde hacía mucho. Desde que ella había nacido, había visto su rostro. Le había escuchado. Desde que él había sido condenado a vagar por las oscuras calles como un demonio, la había estado buscando... Y ahora, no hacían falta los poderes de ambos para saber que se pertenecían por toda la eternidad.


–Quiero sentirte... – susurró Alice, mientras él besaba su cuello.


Jasper esperaba sentado a la orilla de la cama, jugando con sus manos y sin poder ocultar, aunque lo intentaba, su nerviosismo. No era la primera vez que la tendría para sí, pero la entrega de Alice era algo que, aun con el paso de los siglos, le golpearía con la misma intensidad de siempre.


¿Quién se podría a acostumbrar a contemplar la belleza del ángel más divino? Estaba seguro que haya, en el Cielo, Dios le envidiaba por ser él quien pudiera tocarla, hacerla suya. Solo de él y sus manos y sus sentidos.


Escuchó el ligero crujido de la puerta al abrirse y alzó la mirada hacia el frente. Sintió las rodillas temblarle al verla, solamente vestida por un pequeño camisón negro que le dejaba a su vista un panorama completo de su fino y delgado cuerpo. Tragó saliva ruidosamente, mientras Alice se acercaba paso a paso hacia él. Dándole tiempo para verla un poco más y apreciar los frágiles contoneos de sus caderas, el cómo la punta de sus pequeños pies topaba con la madera mientras se acercaba, con tanta elegancia y agilidad, que simulaba ser un hada que danza un baile magino a mitad de un bosque.


Suspiró profundamente cuando la tuvo a menos de cinco centímetros de distancia. Definitivamente, era la más hermosa. Su deleitable belleza estaba pintada de dulce inocencia que se reflejaba en el brillo de su dorada mirada que le invitaba a tomar, entre sus manos, la definida forma de su cintura y pasear sus labios por la piel que, sin premura alguna, comenzaba a desnudar.


Ella también se encontraba nerviosa. La inmortalidad podría haberle otorgado fuerza y sentidos altamente desarrollados, pero su ingenuidad seguía igual de indemne, como desde la primera vez que se había entregado a Jasper. No importaba las veces que sus manos recorrieran su cuerpo, siempre habría algo de delicioso pudor que le hacía sentirse más humana que en su vida mortal y a él le extasiaba de pasión incontenible, que descargaba con lentas caricias, dibujando círculos sobre su piel. No había nada más agradable para ellos que dar y disfrutar de esa candidez inmortal por toda la noche.


Los labios de Jasper comenzaron a moverse sobre la apacible y lisa piel del vientre plano de Alice, el cual temblaba gracias a la férvida descarga de emociones que le transmitía el apasionado gesto. Sus dedos se hilaron en los rubios cabellos, y un suspiro ahogado se le escapó cuando él acarició, con su lengua, la fina curva de su cintura. La tela que le cubría se deslizó por sus piernas hasta caer al suelo. Sintió las manos de Jasper apretar y recorrer su espalda desnuda, hasta desabrochar, con agilidad, la prenda que cubría sus pechos. Su cuerpo cayó paulatinamente sobre el colchón, sumergiéndolo con su ligero peso, el cual iba acompañado de otro mayor, que se posaba ligeramente sobre ella y le brindaba un apacible calor que le quemaba la piel.


Sus labios se hincharon ante la intensidad de los besos que le abandonaron sólo para situarse en el nacimiento de sus pechos. Sus esbeltas piernas se enrollaron en las caderas que comenzaban a ejercer, de manera inconsciente, un poco de presión y un apasionado jadeo bailó en sus labios cuando sintió que sus pezones eran humedecidos por la cortés boca que los acariciaba con sutileza, endureciéndolos con la frescura de su saliva.


Sus pequeñas manos también comenzaron a trabajar de manera automática y, guiada por el anhelo y la efusión que le bañaban por completo, despojó a Jasper de la negra playera que le vestía. Su mirada se deleitó con el marcado y varonil torso que tenía encima. Recorrió con la yema de sus dedos cada una de las líneas que dibujaban sus músculos, hasta bajar en la parte que reposaba la entrada del pantalón.


El vampiro gruñó quedamente cuando apreció el tacto cálido pasearse lentamente por su piel, enardeciendo su cuerpo y reavivando cada uno de sus sentidos. Su boca se volvió más ansiosa y se abrió camino por la dulce senda que su lengua recorrió con premura, mientras su mano se deslizaba hacia abajo, acariciando, a su paso, la fina levadura de los temblorosos senos y la suave consistencia de su vientre, hasta llegar más abajo, en donde sus dedos penetraron el húmedo espacio que nacía entre sus piernas. Ella se revolvió en la cama, mientras él gemía involuntariamente, y su espalda se arqueó ante el placer advertido.


El tiempo sin tropel había valido la pena y había comenzado a hacer su trabajo. Ahora, Alice se podía entregar a Jasper de manera total. Sin remordimientos. Sin lágrimas internas. Sin nada más que les hiciera vibrar que no fueran sus besos impregnando sus pieles de manera reciproca. Con los corazones casi reviviéndoles de tanto querer. Ahora, ambos, podían decir que eran felices.


Si bien la historia amarga sería imborrable, las heridas ya no sangraban. El recuerdo de Damián permanecería, si, siempre, como algo bueno, como una enseñanza para ambos. Todo lo que habían pasado, ahora era asimilado como un aprendizaje, como una prueba que, gracias al Cielo (o lo que les haya ayudado), habían logrado superar...


Ahora, se encontraban ahí, en medio de la noche, con sus cuerpos trémulos y desnudos. Ardiendo en calor. Con sus alientos entrecortados, jadeando al mismo ritmo descompasado y sensual, mientras él comenzaba a internarse en ella, manteniendo, primero, el lento contoneo de sus caderas para, después, hacerlo más rápido, hasta sentir que las uñas de Alice se enterraban en su espalda y sus labios aclamaban su nombre. Hasta que el ángel se despojaba de todo pudor para dar paso a la mujer pasionalmente concedida que se unía a él en aquella danza sinuosa en la que ambos tendían para llegar a un clímax, el cual culminaría en medio de sosegados gemidos y deliciosos espasmos que los derrumbaría sobre la cama, en la cual descansarían un momento, en medio de charlas, para después iniciar por segunda, por tercera y por cuarta vez, el mismo candente ritual que acababa con la llegada del amanecer...


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Si se miraba hasta lo más alto de una vieja torre, se podía apreciar a las dos infantiles siluetas, dibujadas en medio de las sombras que provocaban las noches en Volterra. Ella en las piernas de él, como una pequeña bebé recostada sobre su pecho. Su lindo vestido de encaje blanco se encontraba manchado por oscuras nubes de sangre, pues, a su escenario, se le sumaba que, a sus espaldas, los cuerpos de dos hombres yacían, embarrados en el suelo.


Y, mientras su cuerpecito se veía envuelto por los brazos de Darío, que la acunaba con devoción, Violeta tarareaba una melancólica canción, muy cerca de su oído. Después, cerró sus ojos y sus deditos se entrelazaron con los de él, que depositó un beso sobre su frente. Sonrió ligeramente. Le gustaba estar así. Era como si, de alguna manera, pudiera volver a dormir y soñar.


El viento agitaba sus espesos y largos cabellos negros que se alzaban para acariciarle. Él también sonrió, alzando la comisura de sus labios (en la cual, del lazo izquierdo, un hilo de sangre aún le adornaba).


Ambos tan unidos. Tan sumergidos en su propio mundo oscuro...


–¿Lo extrañas? – Preguntó él, de repente – ¿Extrañas tu vida de mortal, cuando vivías en el orfanato?


Violeta suspiró antes de contestar con un susurro.


–No. En absoluto.


–A veces siento que fui demasiado egoísta al convertirte


–¿Te arrepientes de haberlo hecho?


–No – negó él, con la cabeza.


Ella elevó la mirada, para encontrarse con las gemas grisáceas que se pintaban en las orillas con un ligero color carmesí


–¿Entonces? ¿A qué viene todo esto?


–Tengo miedo de ser yo el único que, pese a todo lo que ha ocurrido, sea el único que se sienta feliz – confesó Darío – Violeta, contéstame la verdad ¿Te hago dichosa? Por que si tienes, aunque sea la más mínima parte de pena bañando tu existencia, me gustaría saberlo. Si hay dolor habitando en tu alma, compártelo conmigo. Que yo nací para ti.


La niña alzó una de sus manitas y acarició su mejilla derecha con suavidad. Sus uñitas estaban manchadas de sangre seca, pero eso no importaba. Ella lucía siempre hermosa ante sus ojos.


–¿Cómo podría ser infeliz si te tengo a mi lado, Darío? – Contestó – Créeme, y no dudes de mis palabras, podría pasar toda mi eternidad acunada entre tus brazos, sintiendo tu calor y reflejándome en tu mirada. No me haces dichosa, mi amor. Haces algo mucho mejor: me complementas. No necesito más. Siempre seremos uno solo. Tú y yo.


–Si – asintió el pequeño inmortal, con una sonrisa dibujada en sus labios – siempre seremos tú y yo, por toda la eternidad. Gracias. Gracias por aparecer en mi vida. Durante décadas te estuve buscando. Y, al fin, apareciste: mi pequeño ángel con el cual compartiré todas mis noches...


Violeta irguió su espalda, para que sus labios chocaran, por un fugaz momento, con los de Darío. Después, volviendo a acomodar su cabeza sobre su pecho, respiró profundo, disfrutando del dulce aroma de su compañero, cerró sus grandes ojos y retomó su sombrío canto.


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La terraza ya estaba adornada con oscuros y finos velos que se agitaban gracias a la fresca brisa que soplaba, haciéndolos bailar. Los pocos invitados ya esperaban, sentados alrededor de una mesa redonda, con velas moradas sobre ella, alumbrando con su tenue luz la penumbra del lugar. A un costado, se hallaba un piano y un violín y, más allá en el fondo, reposaba un fúnebre y pequeño altar, carente de sacerdote o cualquier signo religioso.


Bella apareció entonces, cubierta toda de negro, luciendo un hermoso vestido y con el rostro cubierto por un delicado velo de encaje. Edward le esperaba al pie del improvisado tabernáculo, portando, igualmente, una luctuosa vestimenta. El pequeño publico miraba atento el cómo ambos se tomaban de las manos y se miraban fijamente a los ojos. Con el dorado fundiéndose bajo la luna plateada, de una manera tan intima, que estremeció a todos por su impetuosa fuerza.


La Diana llena apuntaba directamente sobre ellos, como regalo de la noche. El canto de algunos cuervos y lechuzas quebraban el silencio del ambiente. Y, sobre sus cabezas, reposaban varios espirales de rosas negras y rojas.


Él sonrió ligeramente y ella correspondió el gesto de manera similar. No hubieron votos matrimoniales. Al menos, no en voz alta. Sus miradas bastaron para hacer los juramentos más sinceros y eternos. Los anillos plateados se deslizaron en sus respectivos lugares. La unión que, desde hacía ya tiempo estaba marcada, ahora esta simbolizada a través de ellos.


El vals iba a dar comienzo. Alice y Jasper se pararon de sus asientos para dar entrega de su regalo de bodas. Entonces, el sonido de un trágico violín, en compañía de una dulce voz, se levó por el viento.


Edward tomó a Bella entre sus brazos, de manera que sus pies quedaran sobre los suyos. Sabía que a ella sólo le gustaba bailar si era de esa forma. Con él protegiéndola en todo instante. La castaña cerró los ojos y recargó su rostro en su pecho, pero fue una tierna caricia, dada directamente sobre su mejilla, la que le hizo elevar la vista hacia el cielo dorado que brillaba en todo su esplendor. Su velo fue retirado y sintió el pecho comprimirse cuando sus labios iban en camino para besarla, de manera afable, sin apremio.


La canción terminó, dando paso al banquete. El espeso líquido rojo que reposaba sobre las lujosas jarras plateadas fue vaciado en las copas de cristal. La deliciosa sangre se resbaló por cada una de las gargantas, fundiéndose en las venas secas y coloreando las pálidas pieles.


La ceremonia nocturna terminó poco después de la media noche. Los invitados abandonaron el lugar. Bella y Edward se adentraron en la habitación que Darío y Violeta habían adornado. Todo el escenario estaba en pasionales tinieblas. Las oscuras velas apenas y cortaban las sombras de la noche con sus frágiles llamas. Los pequeños capullos de rosas secas estaba esparcidos por todo el alrededor y las gruesas cortinas de terciopelo, que rodeaban la ancha cama como un pabellón, caía de manera delicada hasta el suelo, como falda lóbrega doncella.


Edward se mantuvo en su lugar aún cuando Bella caminó hacia el frente. Sostuvo su mirada fija en el suelo y sus manos se encontraban fuertemente empuñadas a sus costados. Sabía que si se atrevía a mirarla, podía cometer un error. A pesar de que el tiempo había pasado, las heridas que ambos tenían aún no se disipaban del todo. Si algo ocurría entre ellos dos esa noche, sería la primera vez. Pero no había prisa. Si, en todo caso, ella se rehusaba a entregársele esa noche, él lo entendería. Jamás la presionaría. Nunca lo haría. Aún cuando su piel aclamara sentir la suya, el reprimiría ese fervoroso deseo hasta que ella estuviera lista. Era por todo eso por lo cual no se movía. La habitación podría estar preparada, pero todo dependía de Bella.


La castaña se percató de su inmovilidad. Había estado todo ese tiempo por que él iniciara, pero hasta ese momento, no había pasado nada. Dio media vuelta para mirarle. ¿Qué le sucedía? Parecía triste... No necesitó de mucho para comprender qué era lo que le pasaba. Se conocían tan bien. Caminó hacia él, con pasos lentos. Tampoco ella estaba muy segura de lo que pasaría, pero quería intentarlo. Además, debía admitir que ella lo deseaba.


–Edward – llamó, posando sus manos sobre su pecho, firme y fuerte – No temas


–No quiero lastimarte...


–No lo harás – prometió ella, acercándose un paso más y enlazando sus brazos alrededor de su cuello – Quiero hacerlo.


Sus pupilas afirmaron sus palabras e incitaron al vampiro a inclinar su rostro para juntar sus labios con los suyos, que le esperaban entre abiertos. Sus ojos se cerraron y, conforme la danza de sus bocas iba en aumento, los dedos de Edward se apretaban más a la pequeña cintura que sostenían. Intentaba no perder el control de si mismo, por si Bella se arrepentía en ese instante, pero su poca concentración se vio corrompida cuando fue ella misma quien guió una de sus manos debajo de la tela que cubría su abdomen, para que pudiera sentir la desnuda piel de éste.


–Acaríciame – suplicó, sin soltar sus labios – Acaríciame, Edward.


Él jadeó instintivamente, despidiéndose de toda inseguridad, y, con movimientos pausados, fue guiando sus cuerpos para que ambos cayeran sobre la cama.


Sentir el peso de Bella yacer sobre él le enardeció la sangre. Elevó la espalda para poder rodear su frágil figura con sus brazos y sus labios abandonaron su lugar original para descender por la suave piel de su cuello, llegando hasta la entrada de sus pechos. Supo entonces que esta tela que les cubría ya estaba de más, así que, mientras deshacía los sedosos listones que sostenían al negro corsette, su mirada fue en busca de la otra, intentando encontrar en ella alguna vacilación. No hallando, por lo contrario, nada más que la ingenua timidez que destelló cuando la redonda piel quedó al descubierto.


Estaba tan completamente hechizado, sumergido por la belleza que se le presentaba, que, de manera inconsciente, paseó la punta de sus dedos sobre las finas curvas del femenino cuerpo que vibró ante su tacto. Fue esa reacción, que ejerció presión entre sus piernas, lo que le incitó a capturar uno de los pezones entre sus labios.


Bella respiró profundo en ese momento y sus uñas se enterraron en la espalda de Edward. Si antes había tenido duda alguna de entregarse a él, ahora estaban completamente disipadas por el inmenso placer que la estaba bañando cada una de sus caricias que borraban las marcas que Azael le había tatuado y les dejaba, a cambio, un tórrido cosquilleo que se expandía en cada milímetro de su piel. Sus manos buscaron su lugar en los músculos que había debajo de la negra camisa que cayó al suelo con un sordo sonido. Las yemas de sus dedos dibujaron cada línea marcada de sus brazos, su espalda, su pecho, su abdomen. Su aliento se fusionó con el suyo cuando Edward la apretó fuertemente contra él, haciéndole estremecerse ante el libre contacto de sus pieles desnudas.


En algún momento, sus labios comenzaron a recorrer el camino que sus dedos habían pintado. Y, mientras ella lo bañaba de besos, él la recorría por completo con sus manos fuertes que acomodaron su espalda sobre el suave colchón y se abrieron paso entre sus piernas. La castaña se revolvió en la cama mientras sentía los dedos de Edward comenzar a jugar en su sensualidad, al mismo tiempo que sus labios bailaban sobre sus senos y la otra extremidad libre exploraba el resto de su figura.


–Ed-Edward... – musitó, en medio de jadeos.


El vampiro se detuvo de inmediato y fijó su negra mirada en la suya. Con la respiración completamente descompasada, esperaba el momento en que ella le dijera que parara. Pero no era eso lo que Bella deseaba. Al contrario, el fuego ardiente reflejado en la oscuridad de sus pupilas incrementó más su excitación, haciendo que sus dedos se enredaran en los cobres cabellos para que sus labios pudieran saborear a los otros.


–No te detengas – pidió, besándolo con ardiente desesperación y rodeando sus caderas con sus piernas. Induciendo a que sus intimidades se rozaran y ambos soltaran un pequeño gemido – Por favor... no lo hagas.


Sin darse cuenta, Edward empujó hacia dentro mientras su boca se fundía con la suya. Bella soltó un suspiro ahogado, para después viajar su mano hacia abajo, con la intención de despojarlo de su pantalón. Él la ayudó y después su cuerpo se situó en medio de sus piernas y los besos que alguna vez habían sido delicados y tiernos, ahora conservaban una esencia más abrasadora y resuelta.


–¿Es-estas segura? – musitó él, con los húmedos labios temblorosos y enrojecidos. Su cabello estaba completamente revuelto y varios mechones caían sobre su rostro, haciendo de él una imagen más perfecta.


–¿Me amas?


–Más que a mi vida...


La mirada de la castaña penetró la suya


–Entonces, tómame y hazme tuya


Él la besó con delicada desesperación ante la seguridad de sus pensamientos.


–Ya eres mía, Bella – murmuró, sin dejar de besarla – Siempre lo has sido, pues siempre nos hemos pertenecido el uno al otro. Si con angustia compré esta dicha, ¡Bendito el llanto que manchó mis ojos! Todas las llagas del pasado ríen al sol naciente de tus labios...*


Y entonces, él prosiguió. Adentrándose en ella lentamente, impulsándose a través de delicados contoneos que, después, adquirieron más ritmo, llevando a ambos de la mano, a un infinito y cálido edén...


Y la noche continuó cubriéndolos con su entrañable manto. La cera de las velas se consumió por completo y la habitación se tornó mucho más sombría que antes, pero, ¿Qué importaba? Nuestra lúgubre pareja siguió amándose, aún con más pasión que antes, pues, la oscuridad era la mejor representación de su eterna unión que comenzó, cierto día en el que la lluvia caía de manera siniestra...


________________________________________


Forks, Washington, cien años después.


Hemos regresado, por tercera vez, a Forks. Después de nuestra estancia de treinta años en Volterra, para callar los rumores que se comenzaban a levantar por nuestra eterna juventud, aquí estamos de nuevo.


Mi mirada se pierde en el espeso e inmortal bosque e inspiró profundamente, para dejarme abrigar por la extraña esencia de tierra mojada. Se siente bien. Sonrío ligeramente y vuelvo a suspirar.


La negra camioneta se detiene e identifico a la vieja mansión que reposa frente a nosotros. Nuestro hogar. Sus paredes lucen ya muy deterioradas, pero solo es una apariencia que crea mayor gusto en mí. ¿Tengo que decir que me fascinan los escenarios corroídos y funestos? Además, tengo la tranquilidad de que sus muros jamás caerán, Alice está segura de eso.


La puerta se abre, dejándome libre el paso. Sonrío al pálido chico que me espera afuera. Le tomo la mano y vuelvo a sonreír al encontrarme con el dorado de su mirada. Ese piélago ocre que me baña con su esplendor. Bajo el rostro y cierro los ojos para aceptar el beso que sus labios dan a mi mejilla. Siento el fuego de siempre nacer en mi estomago, provocándome un ligero cosquilleo que se expande hasta la punta de mis dedos.


–Bienvenida a casa – susurra suavemente y alzó la vista para volver a fusionarla con la suya.


–Bienvenido a casa – cito sus palabras y él me sonríe. Ambos nos perdemos en el otro y todo se eclipsa por un momento.


Las risitas indiscretas de dos agudas vocecillas nos regresan a la realidad. Giramos el rostro para encontrarnos a Darío y Violeta. Alice y Jasper también están ahí, pero, a diferencia de nosotros, ellos siguen envueltos en su mundo de oscuro cristal.


El estridente sonido de algunas pisadas llega a nuestros sentidos. Unos mortales se aproximan.


–Parece que esta vez tendremos vecinos – dice Edward.


Me sorprendo. Hasta ese entonces, pensaba que absolutamente nadie le apetecía vivir al lado de “la mansión embrujada”.


La rubia mujer nos sonríe de lejos, viene acompañada de otra muchacha más joven, de una edad aproximada a la que yo aparento, pero el miedo al vernos se hace presentes rápidamente en sus verdes pupilas. Madre e hija aproximándose a la muerte, sin si quiera saberlo.


–¡Santo Dios! ¿Pero ya viste cómo están vestidos?


–Parece que acaban de salir de un velorio – Susurran, ignorando que nosotros le alcanzamos a escuchar a la perfección.


Violeta frunce el ceño y se mira su negro vestido con adornos de encaje que Edward le había comprado antes de venirnos. Darío suelta una risita y rodea sus hombros con el brazo


–Luces hermosa – le asegura y la niña olvida la ofensa rápidamente.


Los latidos de ambos corazones laten apresuradamente, pero siguen avanzando. Genial. Nos habíamos encontrado con esas personas que la “curiosidad” puede más que su sentido de supervivencia. Me siento ligeramente molesta cuando la humana más joven planta su mirada en Edward.


–Pero son realmente guapos – murmura.


Edward toma mi mano y le da un tierno apretón. Alice y Jasper se ponen casi a nuestro costado, él con los brazos enrollados alrededor de ella, que mantiene su cabeza recostada sobre su pecho.


Las dos mortales ya están a un paso de nosotros y sus rostros nos muestran una mezcla confusa de miedo, admiración, horror y nerviosismo.


–H-hola – dice la madre.


Se levanta un silencio incomodo entre nosotros. Creo que tampoco debo añadir que a ninguno de los seis nos agradan las visitas inesperadas y, desgraciadamente, tampoco poseemos el don de “hacer amistades en un segundo”. La señora prosigue


–S-somos sus vecinos. Nunca pensamos que alguien se mudara a esta... casa. Bienvenidos.


Nos limitamos a asentir. La única que extiende su pequeña manita a forma de saludo es Violeta.


–Mucho gusto – sonríe de manera angelical.


–¡Pero qué hermosa niña! – Exclama la aludida, aceptando el gesto – ¿Es su hermana?


–Es nuestra hija – informa Alice.


– ¡Oh! ¡Qué fría estas! ¿Te sientes bien pequeña?


–Está bien – Darío interrumpe y cubre a Violeta con su espalda.


Es evidente que, a diferencia de su compañera, la mirada del niño es intimidante. La mujer da dos pasos hacia atrás, de manera inconsciente.


–¿Y... este... pequeñín?


–Es nuestro hijo – contesta Edward. Reprimo mis instintos psicópatas cuando escucho a la hija suspirar al escuchar su voz.


–Bu-bu-bueno – ambas humanas sueltan risitas nerviosas e histéricas – Nosotras nos retiramos. Supongo que han de necesitar mucho tiempo para arreglar sus cosas.


–Tiempo es lo que nos sobra a los que no dormimos– ahí estaba otra vez Darío con sus confesiones en forma de broma.


Al fin, quedamos solos. Edward y yo nos dirigimos a nuestra terraza y el viento de media noche agita nuestros cabellos. Mi mirada se pierde un momento en la luna llena que se alza como redonda lámpara plateada sobre nuestras cabezas


–¿En qué piensas? – Me pregunta, abrazándome por detrás y pegando sus labios a mi cuello – Sabes que me encanta ser confidente de tus secretos.


–En lo hermosa que es la noche – contesto, haciendo eco a mis pensamientos – En lo interminable y mágica que es. A través de los años, es lo único que sigue conservando su misma belleza, su misma esencia. Y nunca cambiará. Siempre seguirá siendo la misma madre amorosa que nos arrope entre sus brazos para abrigarnos con su lúgubre quietud.


–¿Sabías que eres una mentirosa?


Giro mi cuerpo para encararlo. Le miro, molesta, pues no entendiendo por qué me ha dicho mentirosa. Sus brazos se acomodan a ambos lados de mi cintura y me empuja para que mi espalda tope con la barda.


–Si. Eres una mentirosa – vuelve a confirmar – Al menos, hablando por mí, todo lo que has dicho no es cierto. Pues, ¿Qué es la noche para mí? Nada, desde el momento en que apareciste en mi vida. No hay belleza más suprema que tus ojos, ni calma más infinita y pura que la que me prometen tus besos y brazos. En ti, solo en ti, Bella, veo reflejada todas mis noches. En ti, solo en ti, mi alma, dejo toda mi pasión. Desde que te conocí, la luna y todas sus fases sólo desempeñan un papel: El ser testigo del infinito e inmortal amor que te profeso, mi eterna princesa Gótica.


Y fue con esas palabras las que sus labios pronunciaron antes de silenciarse al unirse con los míos, moviéndose a su manera lenta, suave, deliciosa y embriagante...


FIN

miércoles, 9 de diciembre de 2009

GHOTIKA

HOY es una hermosa noche
tan hermosa y tan de buenas que ando que aqui les les dejo el final de nuestro amado fic
Ghotika , muchas gracias  AnJu Dark por permitirme subir una mas de sus hermosas historias al blog y asi poderla compartir con ustedes
mis angeles hermosos espero que este final tenga muchicimos comentarios este fic los merece , asi que no les hecho mas rollo y aqui les dejo  este ultimo cap
les mando mil besitos
Angel of the dark.
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Dónde mi dicha fue? La dulce calma huyó por siempre del doliente pecho.




El blando sueño abandonó mi lecho y el porvenir sus puertas me cerró.




Memorias sobre el Matrimonio – Manuel Payno.


Capítulo 33: Final.

– El crepúsculo – susurró Damián, tomando, como todo el tiempo, asiento al lado de Alice y cogiendo sus delicadas manos entre las suyas – Esta demasiado sombrío hoy. Tal vez presagia algo malo...



La pequeña clavó su mirada en él, en su hermoso rostro pálido y umbrío, que se acicalaba a la perfección con los pequeños mechones plateados de cabello que cubrían, de manera rebelde, algunas partes de sus facciones. El vampiro le dedicó una pequeña sonrisa, carente de felicidad, y acarició, lentamente, una de sus mejillas.


–Alice, ¿Conoces la historia del demonio que se enamoro del ángel? – le preguntó y ella negó con su silencio. Damián prosiguió – Su nombre era Genaro y se dice que era el hijo predilecto de Lucifer. Su cabello negro y largo enmarcaba su rostro pálido, que ofendía a la divinidad de Dios y la Virgen con su presencia, sólo por ser más hermoso que los dos juntos; pero era de mal corazón... o, al menos, así se consideraba y le veían el resto de quienes habitaban en el infierno. Cierto día, cuando el Señor Malvado decidió penetrar las puertas del Cielo para retar al Todo Poderoso, él, que como todo buen hijo, iba a su costado, dispuesto a acabar con sus repugnantes enemigos; pero se fijó en le delicada doncella de faz divina y cabellos rubios que caían hasta sus pies. Su nombre era Catalina. Uno de los ángeles más bellos que habitaban en la Corte Celestial. Tenía pintado sus ojos de un azul intenso y la piel le fulguraba con pequeños toques dorados que hacían creer que la Máxima Divinidad era ella y no el hombre que estaba hasta el frente.


“Genaro, que de corazón y sentimientos oscuros se creía poseedor, después de contemplarla, no encontró más que, en su interior, un ferviente amor y devoción por aquel maravilloso ángel... Y fue ese sentimiento, que opacó su perversidad, lo que le llevó a la expiación eterna. Después de que la batalla fue iniciada, fuera de seguir las órdenes que su Maestro le había indicado, corrió hacia Catalina y la comenzó a proteger de las embestidas con las que, el resto de sus hermanos, pretendían aniquilarle. Al final, gracias a su traición, el reino del Cielo venció. Lucifer, completamente enfurecido por la inesperada reacción de Genaro, lo arrastró de vuelta al infierno y ahí, él mismo se encargó de condenarlo a vivir en la nada. Genaro vaga ahora por la oscuridad, esperando que su amada Catalina llegue y le rescate. Lo que él no sabe es que ella, el ángel por el que se perdió, ni si quiera recuerda su rostro o lo que él hizo por salvarla... Así que, como es de esperarse, el ingenuo Demonio errará solo por siempre, sin parar nunca, pues jamás encontrará un principio o un fin en el lugar al que ha sido exiliado... Y todo por haberse enamorado...


–...Todo este tiempo, he pensado que Genaro fue alguien realmente estúpido – agregó Damián, soltando una risita irónica, para después regresar a su gesto serio y mirar fijamente a Alice – pero mira cómo es el destino de traicionero. Siempre terminas practicando lo que juras nunca hacer. Dicen por ahí que uno nunca es lo suficientemente bueno o malo, como para condenarlo o idolatrarlo, según sea el caso, pues siempre hay una parte de bondad en lo maligno y siempre hay perversión en la virtud. Según las circunstancias en las que te encuentres, tu malicia dormirá para darle oportunidad a tu benignidad de gobernar por un tiempo; pero sólo pasará eso: quedará dormida; sin embargo, siempre estará lista para emerger en cualquier instante... El amor es un sentimiento demasiado enloquecedor y es una mala influencia para el despertar y adormecer de las emociones– concluyó con un pesado suspiro – Prometo que jamás volveré a juzgar a Genaro... Es muy probable que yo sea peor que él.


Alice no entendió el significado de estas palabras hasta que una borrosa e incoherente serie de imágenes se presentaron en su memoria por un breve instante, recordándole que no faltaba mucho para que la ponzoña de Coátl dejara de tener efecto en ella...


–No – negó Damián, adivinando sus pensamientos – Esta vez no te llevaré a que te desinhiban de tu poder – aseguró, besando sus manos con delicadeza y cerrando sus ojos al momento de hacerlo – Esta noche sólo déjame estar cerca de ti – pidió mientras, con lentitud, fue recargando su cabeza en el pecho de Alice que, extrañamente, le aceptó de manera cálida, rodeando el cuerpo del vampiro con sus delgados bracitos y hundiendo su rostro en los cabellos plateados...


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–¡Señor, nos atacan! – exclamó uno de los vampiros, entrando violentamente a la sala en la que Stefán, Vladimir, Damián y Azael, en compañía con otros más, se encontraban alimentándose.


Azael dejó caer el cuerpo seco y tembloroso de su presa, sin el menor atisbo de piedad por él, para después pasarse la palma de sus manos por la comisura de sus labios y limpiarse el hilo de sangre que de éstas le escurría.


–¿Dónde está Mâred? – Exigió saber y al momento, la pequeña apareció frente a él – Muéstranos la entrada del castillo – le ordenó y, al segundo siguiente, tuvo la visión que pidió - ¡Ba! – Exclamó, soltando una sonora carcajada – ¡Abran las puertas! ¡Déjenlos entrar!


–¡¿Pero qué ordenas, idiota?! – Inquirió Vladimir, parándose de su asiento y encarando al loco vampiro – ¡¿Abrirles las puertas para que nos ataquen?! ¡¿Acaso has perdido el juicio?!


–¡Míralos, padre! No son ni la mitad que tiene nuestra guardia. Podemos jugar un momento con ellos, divertirnos no nos haría ningún mal. Además – agregó, con voz despiadada, mirando fijamente al vampiro que encabezaba al grupo de los Vulturi y luchaba con furia arremetida contra los que le trataban de impedir el acceso – Tengo asuntos pendientes que aún no se terminan de arreglar. ¡Abran las puertas, les digo! – volvió a vociferar cuando vio que nadie le hacía caso


–No es necesario, mi señor – dijo Mâred, llamando la atención de todos para que la fijaran en las imágenes que mostraba – Ellos ya lo han hecho...


Edward fue el primero en pisar el suelo del castillo. Su mirada se viajó por todo alrededor, buscando con desesperado odio el rostro de ese maldito canalla al que iba dispuesto a aniquilar.


–Están por allá – señaló Violeta, al apreciar, mejor que nadie, gracias a sus sentidos de rastreadora, el olor de cada uno de ellos, combinado con el efluvio de sangre muerta.


El grupo de vampiros corrió detrás de ella, quien les iba guiando y frenaron, justo en el momento en que ella hizo lo mismo.


–Violeta, ¿Qué pasa? – preguntó Jasper, al sentir la descarga de emociones que soltaba su infante cuerpecito


La pequeña tardó en contestar, pues, demasiado aturdida le había dejado el sentir aquella esencia divinamente conocida.


–Darío – susurró, volviendo la vista hacia abajo, en donde el resto de las habitaciones se encontraban enterradas


–Espera – le frenó Jane, cuando intentó correr para ir en su búsqueda – primero dinos dónde está el resto


Violeta, haciendo control de sus instintos que le rogaban ir por él en ese preciso instante, sin esperar nada más, asintió y siguió corriendo hasta llegar al salón en donde se había llevado a cabo el sanguinario banquete. El grupo de vampiros enemigos ya les estaban esperando. Ambos bandos gruñeron fieramente en cuanto estuvieron frente a frente y lo primero que Jasper y Edward buscaron, además de Alice y Bella, fueron a ese par de hermanos que se habían atrevido a arrebatárselas.


–No están aquí – siseó Edward.


–Vayan a buscarles – alentó Carlisle – nosotros nos encargaremos de ellos.


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Ni bien Damián había llegado a la habitación, corrió para sostener a Alice quien tenía ambas manos posadas en sus sienes, en un intento vano de tranquilizar el terrible dolor de cabeza que sentía por la fuerte lluvia de imágenes que se le comenzaban a presentar.


–¿Te encuentras bien? – preguntó, con voz tranquila. Ignorando el hecho de que, dentro de poco, vendría él a reclamarla...


–No – contestó sin poder mentir la muchacha – son tantas cosas... tantos momentos que veo... hay mucha sangre...


Un fuerte gemido se escapó de sus labios al ver, claramente, el rostro de Jasper. Damián la abrazó fuertemente a su pecho, impidiendo que sus rodillas toparan con el suelo.


–Si, mi pequeña, él, a quien tanto amas, está vivo y viene por ti – confesó, con sus labios hundidos en su cabello y sus manos apretando la esbelta cintura – Pero no sé si seré lo suficientemente fuerte para impedírselo... no lo sé...


La puerta se abrió en ese momento de manera violenta, logrando que Damián la soltara, para después ser arremetido con una fuerza imperial contra la pared. Los ojos de Alice se perdieron al ver el encolerizado rostro del hombre al que tanto había extrañado y sintió como su muerto corazón palpitaba por un breve instante.


–Jasper – susurró y el vampiro que se encontraba agazapado, como un temible tigre, con los dorados cabellos cayéndole por los hombros de manera salvaje y el pecho gruñéndole de manera bestial, se incorporó lentamente, tranquilizándose conforme su negra mirada se fusionaba con la de ella...


Por un momento, ambos olvidaron todo lo que se estaba desenvolviendo a su alrededor y se concentraron solo en el hecho de estar juntos otra vez, frente a frente, comprobando, con sus propios ojos, que estaban ahí, presentes...


Él caminó hacia ella, acortando la distancia que los separaba de manera desesperada para fundirse en un estrecho abrazo.


–¡Jasper! – sollozó Alice, sin poderse contener. Era tanto alivio el que sentía de poder tenerlo otra vez, de saberlo junto a ella, que no podía reprimir sus emociones. Estaba segura que de haber podido llorar, hubiera inundando esa habitación con sus lágrimas.


Damián comprimió los labios y bajó el rostro al vislumbrar la imagen que él jamás sería capaz de pintar por mucho que se esforzara. Ella era de él, de ese joven que la acunaba entre sus brazos con fervor y delicadeza...


El rubio dejó de abrazar a Alice cuando se percató de que el otro vampiro comenzaba a incorporarse del suelo y su expresión sosegada cambió drásticamente por la máscara de furia infinita


–¡No, espera! – le frenó Alice, cuando se quiso lanzar otra vez hacia su contrincante. Aquella actitud, más que la presión sobre su mano, fue lo que le detuvo – No le hagas daño, por favor...


–No – la voz de Damián le interrumpió – Déjalo que me mate ahora, que estoy dispuesto a dejarte ir – pidió – Pues nada me asegura que al minuto siguiente siga teniendo la misma voluntad...


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Azael había llegado hacia Bella de manera inesperada, tirando la gruesa puerta a su paso y tomándola por el brazo de manera agresiva


–¡Ven, acércate, maldito cobarde! – exclamó como un loco, mientras enterraba las uñas en la piel de la muchacha, que apretaba los labios para no gritar – ¡Ya veremos quién sale ganando!


La castaña no necesitó de más para entender que Edward estaba cerca y fue esta certeza la que le dio fuerzas para soltarse del severo agarre que la sostenía y, aprovechando el breve momento en el que Azael se había tambaleado por la patada que le había brindado a su estomago, salir corriendo del cuarto.


–¡Edward! – exclamó por todo el pasillo, guiando con su voz al vampiro que llegó a ella de manera instantánea.


Ambos corrieron y se abrazaron fuertemente.


–Bella...– musitaba él, completamente extasiado de tranquilidad al poder tenerla entre sus manos; pero la felicidad duró poco, pues Azael no tardó en aparecer frente a ellos.


Con un movimiento completamente automático, Edward posicionó su cuerpo para cubrirla con su espalda. Un brillo maléfico cruzó las rojas pupilas del vampiro que se encontraba agazapado frente a ellos, con el aspecto de un endemoniado jaguar que amenaza con atacar por donde menos se espera. Un aire frio recorrió la espalda de Bella al ver que Edward tomaba la misma posición. Ambos hombres gruñeron al unísono, como apertura de la pelea que se avecinaba frente a sus ojos y que se desató al segundo siguiente.


Azael se abalanzó contra Edward con un brutal movimiento que lo tiró hacia el suelo automáticamente, para después cogerlo y volverlo a lanzar varios metros. Bella intentó ayudarle, pero otro contrincante se lo impidió


–No la mates, eso sólo me corresponde a mí – le advirtió Azael, logrando desconcentrar a Edward, quien ganó, como pago, otro severo golpe que fue a parar directo a su quijada y después fue capturado entres las endemoniadas manos que se aferraban a su cuello, estrangulándole, pero, principalmente, robándole todas sus energías.


–¿Sabes? Tengo el plan perfecto para tu miserable muerte– advirtió, con aire maléfico, dando a leer sus sádicos pensamientos en los cuales le mostraba a él, encadenado y obligado a contemplar cómo se destazaba e incendiaba el cuerpo de su amada.


No lo soportó. Esa fue la imagen más terrible que pudiera a contemplar en siglos. Casi pudo sentir que una lágrima de dolor se derramaba por sus mejillas. Era tan inaguantable que pensó mejor en dejarse vencer con tal de no seguir presenciando esa lacerante escena... pero fue un grito lastimero, llamando su nombre, el que le trajo al presente y lo llevó a incorporarse de un ágil movimiento, para comenzar con otra riña mucho más feroz.


Bella se encontraba aprisionada por el otro demonio que ensartaba sus dientes por donde le era posible, pero a ella poco le importaba su padecimiento. Le hería mucho más la escena de ver a Edward luchar contra aquel despiadado ser que amenazaba con desmembrarlo en cualquier momento frente a sus ojos...


La cruel imagen que se pintó en su imaginación – la de Edward amordazado, sin que ella nada pudiera hacer para impedirlo – la llevó a bramar salvajemente y sacar fuerzas para liberarse de los dedos que le estrujaban; pero no se vio desligada por mucho tiempo, pues, al segundo siguiente, dos vampiros más, que se habían logrado infiltrar de la batalla que se desataba en el “salón de banquete” llegaron en ayuda y arremetieron contra ella, acorralándola salvajemente contra la pared.


–¡Bella! – exclamó Edward, descuidando su seguridad, acción que Azael aprovechó para tomarle por la espalda


–¡Mira! – Exclamó el desalmado, jalándole de los cabellos para que su rostro quedara en la justa dirección en donde Bella estaba capturada por las tres manos que la colgaban crucificada en la pared – ¿La observas bien? ¿Verdad que es hermosa? – Insistió, con voz embrujada por la malevolencia, mientras Edward sólo era capaz de jadear ante todo el dolor padecido – No te culpo por amarla tanto. Tal vez yo hubiera caído en el mismo juego si no fuera lo suficientemente fuerte como para no dejarme llevar por un par de ojos melancólicos y enigmáticos... Realmente son embrujadores – susurró, perdiéndose un momento en la rojiza mirada que sólo se concentraba en el hombre que tenía en sus manos. El odio incrementó al reconocer que, pasara lo que pasara, ellos se amarían hasta el último momento. ¿Por qué yo no puedo ser poseedor de un sentimiento así? Se preguntó con reproche, para después seguir con su tortura – ¡Qué la mires, he dicho! – Exclamó, con mucha más ira - ¡Aprovecha estos últimos tres segundos que te doy para grabar bien su rostro en tu memoria, pues, después de esto, la veras sucumbir de manera lenta, que me rogarás la muerte, la cual no te daré hasta que hayas contemplando lo suficiente! ¿Estas listo? – inquirió y, sin esperar por una respuesta, anunció, con voz alta, el inicio de la siniestra cuenta regresiva


–¡Tres!


Bella y Edward se miraron fijamente, con el corazón partido en millones de pedazos y el miedo bañando cada centímetro de piel. No temían por ellos, si no por el otro... El saber que Bella moriría, le llenaba a él de un tenebroso escalofrío que languidecía sus pies. El saber que Edward moriría, le sumergía a ella en un pozo profundo de oscuridad...


–¡Dos!


–¿Me amaras siempre? – preguntó la castaña y él se asombró de poder leer sus pensamientos – Por que yo siempre lo haré... Aún en la muerte que se viene después de la inmortalidad. Aún cuando seamos enviados al infierno que dicen estamos condenados, siempre seré tuya...


–¡Uno! – Finalizó Azael, ignorando que las fuerzas de Edward, fuera de disuadir bajo su tacto, parecían ir en cumulo aumento – ¡Mátenla! – siguió ordenando y los otros tres complacientes hombres no dudaron en enterrar sus uñas en la blanquecina piel.


Bella apretó los labios para no gritar... No quería que Edward le viera sufrir. Sabía que eso le lastimaba más que cualquier otra cosa en el mundo y no quería llevarse, como último recuerdo, la imagen de su rostro surcado por el pesar. Sin embargo, no pudo evitar fruncir su ceño cuando sintió que los dedos traspasaban la carne de sus hombros, su pecho, su vientre... Sabía que había llegado el fin cuando uno de ellos atravesó todo su puño en el centro de su estomago, así que, sin separar sus labios que cada vez rogaban más por expulsar su lamento, clavó su mirada en el ser que, frente a ella, gruñía desesperadamente su nombre y luchaba por rescatarla...


Fue justo en ese movimiento cuando, acompañado de un fuerte bramido, Edward se liberó, aventando lejos a Azael, para llegar hacia ella, decapitando, al instante y sin piedad (movido de esa manera por la infinita rabia y desesperación), a los tres monstruos que le habían perforado el cuerpo.


Bella cayó sobre sus brazos, casi desvanecida pues tanto martirio era intolerable hasta para un inmortal.


–Bella, por favor... – suplicó Edward, con voz quebrada, mientras besaba, con desesperación, el rostro cenizo de la muchacha.


Una risa pécora y bien conocida le hizo alzar la vista, para encontrarse con el regocijado rostro de Azael a pocos metros. Dejó caer el cuerpo de Bella, con cuidado, y se puso de pie, siendo atacado casi al instante por el cobarde que no hacía más que menguarlo, quitándole sus energías...


–Aunque supliques, aunque implores, no podrás salvarla


–Yo que tú no apostaría por ello – contestó Edward, tomándole por los hombros y siendo él ahora quien embestía con brutalidad.


Azael no pudo ocultar su turbación... ¿Cómo era posible que él...? Sonrió escandalosamente cuando tuvo la respuesta, la cual yacía sobre el suelo a pocos metros de ellos


–Ya veo – dijo, sin parar de reír como un loco para disimular la inseguridad que le invadía – ¡Te está protegiendo con su escudo! ¡Pero qué momento tan más oportuno para desarrollar todo su poder!


–Yo digo lo mismo – acordó Edward, centrando su mirada en el pequeño hilo de sangre que se escapaba de la sien del despiadado. Sonrió de manera temible y agregó – Más que oportuno, todo es perfecto ahora. Todo lo que le has hecho será cobrado por tu sangre... – advirtió, azotándole fuertemente contra la quebradiza pared y comprobando que, efectivamente, las heridas del vampiro chorreaban con el líquido espeso – Debo dar gracias al destino por darme la oportunidad de matarte pocos minutos después de que te has alimentado, así la sangre inocente que extrajiste, sin ningún remordimiento, me servirá como deleite....


Y, pronunciando estas ultimas palabras, lo tiró para que el cuerpo de su enemigo se colisionara con otra barda de grueso y rocoso material, para que, sin darle tiempo si quiera de ponerse de pie, le comenzara a golpear una y otra y otra vez, hasta que de la nariz del odiado enemigo fuera expulsado una diminuta cascada de agua carmesí.


–¡Pagarás por todo lo que le hiciste! ¡Por mi alma que lo harás! – Exclamó, casi enloquecido de rabia y sed de venganza, la cual era alimentada por todo los punzantes recuerdos - ¿Cómo...? ¿Cómo pudiste tener la vergüenza de herirla tanto? – exigió saber, mientras sus uñas se inhumaban en la garganta que chorreaba la sangre anteriormente ingerida – ¡¿Cómo?!


El cuerpo de Azael cayó al suelo, siendo vilmente aprisionado entre éste y Edward.


La mirada del noble vampiro se había transformado por otra endemoniada, diabólica... mortal.


Los gruñidos desalmados se escapaban de su garganta conforme sus uñas, que parecían más bien garras, le desarraigaban la piel, pedazo tras pedazo, ahogándose en el fluido espeso y rojizo que bañó su rostro y parte de su cuello.


La determinación de Azael sobre no gritar o hacer manifiesto su dolor decayó cuando Edward, tomándole de los cabellos, lo flageló contra el suelo y después le miró a los ojos. Su brillo fuliginoso fue una precocidad de lo que se venía y el pávido vampiro tembló bajo sus manos.


–Si me vas a matar, hazlo de una vez – pidió, sin dejar a un lado su arrogancia.


Mucho mejor así. De esa forma, los pocos remordimientos piadosos se disiparon y Edward tuvo el valor de enterrar sus dedos en uno de los ojos rojizos y arrancarlos, lentamente, intentando encontrar deleite conforme los clamores aumentaban de volumen.


–Esto es por cada vez que osaste en mirarla – siseó, mientras algunas gotas de sangre le salpicaban la cara – Una bestia como tú no tenía derecho ni si quiera a verla. ¡No lo tenía! – gritó, sacando, al fin, con despiadada violencia, la esfera bañada en rojo de la cuenca a la que pertenecía.


Azael aulló fuertemente mientras su espalda se arqueaba e intentaba llevarse las manos hacia la sádica herida. Sin embargo, Edward aún no terminaba. Tomándole de la camisa, lo puso de pie. Sus gruñidos parecían los de un animal endiablado. Bella, quien ya había comenzado a recuperarse, le miraba, completamente absorta y entumecida. Jamás pensó verlo de esa manera. Tan salvaje y mucho más hermoso que nunca, con la palidez de su rostro adornada por las desinformes sombras carmesí y los ojos bellamente dilatados por la furia.


¿Podía un ángel tener las alas manchadas de sangre? Si, claro que si. Edward era uno. Era el primero. Era el único. Estaba segura que, si existía un Dios y un Diablo, ambos entablarían una alianza solo para aniquilarlo. Tanto el Bueno como el Malo se sentirían ofendidos. Sentirían envidia, pues él era la perfecta combinación de uno y otro...


El otro ojo de Azael comenzaba a ser extirpado con la misma tortuosa violencia. Bella, pese a todo, sintió lastima por él. Pero no hizo nada por impedirlo. Tal vez ella no era quién para juzgar el daño infligido, pero tampoco conocía a alguien más que cumpliera ese trabajo. A nadie, más que a Edward... No tuvo más tiempo para seguir contemplándolo, puesto que una vampira, de aspecto felinamente salvaje, había llegado en ese momento para hacerle frente.


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Jasper tomó de la mano a Alice y Damián se obligó a mantener los pies fijos en su lugar para no impedir que se marchara. La pequeña se giró cuando estuvo a un paso de la entrada y, dedicándole una pequeña y sincera sonrisa, susurró.


–Muchas gracias.


En ese momento, él supo que el sacrificio había valido la pena. Ella sería feliz y eso era lo único que importaba. Asintió, diciendo adiós mentalmente e ignorando el terrible encogimiento que sufrió su pecho al verla dar media vuelta, para irse definitivamente de su lado.


Sin embargo, su partida se vio interrumpida por Stefán. Jasper cubrió rápidamente a Alice con su espalda y se agazapó al instante, preparado para cualquier ataque. Esa vez no dejaría que se la arrebataran.


–Damián, llévatela mientras yo me encargo de este mediocre


La propuesta fue tentadora. Si, otra oportunidad para tenerla. Tal vez esta vez si podía lograr que le quisiera. Pero fue la atormentada mirada de la pequeña la que le recordó lo imposible que eran sus sueños. Fue la forma en que él la cubría, lo que le recalcaba que había sólo una persona que merecía su amor. Y ese, obviamente, no era él, si no Jasper.


Dio dos pasos hacia el frente, mientras las visiones de Alice se perdían en su memoria.


–¡No! – jadeó la vidente al ver el futuro de Damián.


Éste sonrió, pero no le hizo caso. Se plantó frente a su “padre” y, alzando ligeramente la barbilla, le ordenó


–Déjalos ir.


Stefán tardó dos segundos en procesar las palabras dichas.


–¿Qué... cosa?


–Deja que se vayan en paz.


–¡¿Acaso te has vuelto loco?! ¡¿Pero qué tontería dices?!


–Si, padre. Estoy loco. Tanto, que, aún tenga que pelear contigo, no permitiré que les hagas daño. Déjalos ir


–Tú no eres mi hijo – siseó el otro vampiro – me das vergüenza.


Stefán corrió hacia Damián de manera tan rápida que se volvió borroso. Damián lo cogió de los hombros, con un movimiento experto y ágil. Alice sintió un viento helado correr por su columna al ver cómo el viejo vampiro enterraba los dientes en el joven inmortal de cabellos plateados. Ahí fue donde supo que estaba mucho más preocupada de lo que ella creía.


–¡Corran! – exclamó Damián, sin dejar de luchar. Pero Alice no movió sus pies ni un solo centímetro - ¡Llévatela!


En ese momento Stefán le traspasó el estomago con sus uñas. Su puño se introdujo completamente en sus entrañas y un gemido ahogado se escapó de los labios del atacado.


Jasper acudió en su ayuda. Pero ya fue tarde. Stefán le había arrancado el corazón por completo.


Sin corazón no hay vida. Aunque no latiera, éste se encontraba intacto. Ahora, era diferente. El órgano vital había sido desterrado de su pecho. Jasper tomó a Stefán entre sus manos y comenzó a golpearlo. No era demasiado fuerte sin su guardia protegiéndole. Además, Damián le había debilitado. Tenía la ventaja. Alice lo veía. Así como sabía lo inevitable que era el destino del joven que le había protegido todo este tiempo.


Corrió hacia él y acomodó su cabeza sobre su regazo. El vampiro le miró fijamente y le dedicó una sonrisa tierna. Suspiró profundamente. Se sentía bien estar así con ella, con su calor privándole paz. Si, se sentía bien. Su mano fue asida por la de Alice, mientras que los cabellos plateados que le cubrían el rostro eran retirados con suavidad. Su sonrisa se ensanchó. ¿Había dicho que todo estaba bien? No, esa palabra quedaba corta. Todo estaba perfecto. Más que perfecto, todo era mágico...


–Perdóname – susurró. Era necesario decirlo. Era preciso que ella supiera todo lo que él sentía por ella, sin ningún tipo de censura – perdóname, mi pequeña. Te hice daño al quererte; pero, al final, ganaste, pues, me enamoré de ti como un loco. Al final de cuentas, llegué a amarte lo suficiente como para poner tu felicidad sobre mi dicha, y no tengo ningún tipo de protesta por ello si muero en tus brazos. Soy feliz, Alice. Como nunca lo he sido en mis siglos de vida.


–No era necesario que hicieras esto...


–No, no lo era – admitió él, apenas y con voz audible. Las fuerzas se le estaban yendo por completo. El pecho vacío y sangrante ya casi no se movía; pero él no quería cerrar sus ojos. Tenía miedo de dejar de verla. Era como la imagen de un ángel que ha llegado a purgarle sus pecados – Podía tomarte y llevarte conmigo; pero seguirías pensando en él. No, mi niña. No, mi amor. Te amo, ese fue el error que cometí: adorar cada esencia tuya. ¿Y sabes? Qué manera tan más bella de ser el perdedor.


–Gracias... – susurró Alice, con los ojos ardiéndole y el pecho encogiéndose de pena.


Damián sonrió y, con las últimas fuerzas que le restaban, levantó su mano y acarició la delicada mejilla. Qué suave y hermosa era. Si. Definitivamente, no se rescindía por haberse perdido por ella. Podía vagar eternamente en las sombras. Ahora entendía mucho mejor a Genaro. Tal vez hasta se encontraban en la nada y se volvían buenos amigos, pero sólo deseaba estar seguro de una cosa antes de expirar hacia lo desconocido.


–No me olvides – suplicó – para bien o para mal, mantén mi recuerdo siempre en tu mente.


–Siempre lo haré – prometió Alice de manera sincera y, con estas palabras, los ojos de Damián se cerraron y el hueco de su pecho dejó de sangrar y el resto de su cuerpo se hizo cenizas.


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Darío estaba siendo mordido por Coátl. Al dolor que le causaba la ponzoña incrustada, se le sumaba el hecho de llevar varios minutos combatiendo arduamente contra el mismo gran demonio que le había infectado. Darío era fuerte, pero pequeño, y su brío radicaba principalmente en el poder que tenía inhibido desde hacía ya meses. Pero no importaba. Violeta se encontraba detrás de él y eso bastaba para tenerlo de pie.


La pequeña tenía acorralada a Mâred. Sus cabellos negros eran un claro contraste con los rubios de ella. De hecho, ambas parecían ser dos polos opuestos, teniendo como única similitud el amor que le profesaban al niño que luchaba frente a ellas.


Darío salió volando violentamente cuando Coátl le tomó del cuello y lo aventó lejos. Un hilo de sangre se escapó por el lado derecho de su rostro. Se incorporó rápidamente, ignorando lo cansado que sentía sus pies y manos; pero, cuando quiso volver a atacar, otro golpe dado directamente sobre su espalda le detuvo.


Mâred y Violeta giraron el rostro para descubrir de quién se trataba. Era Vladimir.


–Suéltame –pidió la niña rubia, pero Violeta no hizo ni el más mínimo movimiento para obedecerle – Tenemos que ayudarle. Él no podrá solo.


–¿Y cómo sé que no te unirás a ellos? – interceptó la morena. Mâred le miró fijamente a los ojos. La odiaba.


¡Si! ¡Cuánto la odiaba! Pero no podía negar que, realmente, lo amaba. Se le veía en las pupilas, en la forma que, desesperadamente, trataba de hacer lo correcto para protegerlo. La envidia corrió por sus venas al reconocer que ella, en realidad, si merecía ser la poseedora de su corazón.


–Por que yo también lo quiero – le dijo y Violeta no pudo dudar de la verdad que se filtró en sus palabras. Aún así, su pequeña manita permanecía en las muñecas de su oponente – Te podría matar a ti, después de salvarlo. Eso no lo dudes; pero ahora nos necesita a ambas. Vladimir es fuerte, mucho más que Coátl. Nosotros tres no haremos nada, al menos que...


–¿Al menos qué...?


–¡Hazte a un lado, niña! – exclamó Mâred, aventando a Violeta lejos y corriendo hacia Darío.


No había tiempo de pensar si era o no inteligente. Sabía que Vladimir no dudaría en acabar con él. Sabía que no perdía nada con sacrificar su vida pues, pasará lo que pasará, Darío nunca sería de ella. Así que, tomándole por el rostro y uniendo sus labios con los de él, comenzó un beso sangriento por el cual sustrajo todo el veneno que le arrebataba su poder telequinético. El sabor de la ponzoña le resultó dulce al ser bebido de su boca. La muerte nunca se le antojo tan deliciosa como ese entonces y, conforme los cortos segundos pasaron, ella se iba y él regresaba.


–Estás loca – le dijo Darío, en cuanto se vio liberado; pero Mâred solo fue capaz de sonreírle, pues el veneno endureció rápido su cuerpo y la llevó por la senda de la muerte.


El pequeño tardó dos segundos en comprender lo qué había pasado. No fue hasta que escuchó el gemido de Violeta, que estaba siendo azotada por Coátl, que regresó a la realidad. Fijó su grisácea mirada, llena de odio, en el ser que había osado con dañarla y Vladimir salió disparado al instante.


Efectivamente, su poder había regresado y sus enemigos ya no podrían detenerle.


El primero en caer fue Coátl, quien, tras ser arremetido innumerables veces contra una puntiaguda pared, cayó frente a los pies de Violeta que lo empezó a destazar, olvidándose de la compasión y descargando todo su dolor en forma de venganza. El segundo fue Vladimir, a quien Darío mató, de manera lenta, comprimiendo su cuerpo conforme los segundos pasaron, simulando ejercer su fuerza como si una pesa se dejara caer sobre él de manera tortuosa, hasta que éste estalló como un cascaron de huevo a presión, salpicando gotas rojas y espesas hacia el rostro de los niños que, en cuanto se supieron libres de peligro, corrieron para abrazarse.


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Los dos ojos de Azael ya yacían en el suelo. Del rostro, que alguna vez había sido hermoso, sólo quedaba una masa de carne roja y sangrante. Edward jadeaba de puro cansancio. El destazar cada milímetro de piel le había costado su trabajo. La respiración del deforme inmortal era inconstante, muy parecida a un perro moribundo.


–Por favor... ya mátame – si, efectivamente, fue una súplica.


El desdichado ya no soportaba ni una sola herida más. Sentía el cuerpo denodado, pesado... sus hebras negras habían sido arrancadas por completo, dejando solo un irritado cuero cabelludo a la vista. Le chorreaba sangre por todas partes y solo algunos pocos pedazos de piel le cubrían.


Sentía frio... Estaba sufriendo. Las gotas rojas que caían de los huecos sin ojos, simulaban las lágrimas que no podía llorar.


–Mira cómo estás – murmuró Edward, quien parecía haber sido abandonado por la bestia sedienta de venganza – ¿Cuántas veces dijiste que sería yo quien terminaría así? No te preocupes, yo estoy mil veces más herido que tú – sonrió tristemente, sabiendo que, pese a lo desahuciado que se encontraba su enemigo, le escuchaba – Ni matándote, ni torturándote, ni escuchando tu lamento, he podido calmar este dolor... ¡De nada sirve! Puedo verter tu sangre por todo el castillo, puedo sepultarte las uñas hasta el fondo de tus entrañas, puedo comerme tus órganos y demolerte miembro tras miembro, pero ¿para qué? El daño que le hiciste ya está sembrado. De nada sirve la venganza... Te lo digo yo, un instante antes de acabar con tu miserable existencia. De nada sirve la venganza, grábatelo bien, que éste sea el último aprendizaje que te lleves al infierno, si es que ahí te reciben... Felicidades, amigo mío, pese a todo, tu has ganado.


Y dicho esto, la cabeza de Azael salió volando hasta los pies de Bella, quien, justamente en ese momento, había exterminado a su oponente. El pedazo de masa blanca se posó frente a ella, como una ofrenda involuntariamente dada. Dio dos pasos hacia atrás, asustada. Le resultaba casi imposible el que todo hubiera terminado...