Capítulo 16: Fracaso.
ROSE POV
Sabía que estaba en un grave error. En uno muy grave. Y es que yo no debería de estar ahí, con ese soberano inmortal a menos de un metro. Tampoco debería de permitir la unión de nuestras manos ni mi corazón debería de estar latiendo a esa velocidad tan impasible y descontrolada mientras mi mirada se perdía en la suya.
Si, definitivamente, me estaba yendo al infierno por esto pero, ¿Qué importaba? Hacía tantas décadas que no me sentía tan... bien.
Estaba perdiendo la razón, de eso no había ni la menor vacilación. Tenía la oportunidad en mis manos de matarle en ese preciso momento. Solo era cuestión de extraer el puñal que tenía oculto entre las faldas de mi vestido y ensartárselo profundamente en el pecho. No agonizaría. Su muerte sería rápida y yo misma habría cobrado una pequeña parte de mi venganza con mi propia mano...
Vamos, Rosalie. Solo hazlo...
Mi mente me repetía el mismo juego de palabras una y otra y otra vez, pero no conseguía reaccionar. Estaba derrocada. Apresada por cada una de sus palabras, por el cálido roce de sus manos...
¡Basta!
–¿Qué sucede? – preguntó, en cuanto me deshice de su agarre de manera violenta
–Me tengo que ir
–¿Te veré pronto?
–De ninguna manera
–¿Por qué?
Vamos, que esa voz no te idiotice.
–¿Acaso se encuentra usted falto de capacidad mental, Alteza? – Pregunté, con voz afilada – ¿O le tengo que recordar quién es usted y con quién esta hablando?
–Pensé que había quedado claro que no me importaba...
–Pues debería – dije, alcanzado el puñal y pegando el filo a su cuello – Por que somos especies naturalmente enemigas.
Él sonrió de manera confiada, enfureciéndome. Como diciendo que no lo haría, que no era capaz.
¡Hazlo! Solo un movimiento más.
Y, naturalmente, no podía. Lo tenía a mi merced. Completamente para mí y mi venganza... pero no podía.
Maldita cobarde...
Dejé caer el puñal. Me encontraba derrotada. Bajé la mirada hacia mis pies y sentí las mejillas enrojecer por la furia que mi propia humillación me causaba. Sentí la punta de sus dedos alzar mi quijada y, otra vez, me encontré con el calor de sus pupilas mirándome fijamente.
Estúpido príncipe.
Él no tenía derecho alguno de ejercer todo esto en mí. No lo tenía...
–¿Quién eres? – pregunté con recelo.
Seguramente tenía uno de esos extraños poderes que manipulaban las mentes de los demás. Pero entonces recordé que yo me encontraba bebiendo la poción para que Edward jamás pudiera leer mis pensamientos. Debería de tener el mismo efecto con él, si ese fuera el caso... ¿O no?
–¿Quién soy? – Repitió, tomando de nuevo mis manos entre las suyas –¿Qué importa eso si estoy contigo? En el azul de tus ojos da lo mismo si soy un pobre mendigo o un alto veterano. De todas formas me tienes a tus pies.
–¿Viaja por todos los reinos solo para conquistar a las mujeres...? –exigí saber, dando media vuelta y situando mi mirada hacia el horizonte.
No te dejes inmutar...
En eso estaba cuando el corazón se me detuvo al ver a Edward aproximarse en compañía de esa maldita princesa. ¡Maldición! Si Emmett los veía, estaba perdida. Mis planes se vendrían abajo. Todo acabaría en ese instante pues él sabría que su adorada prima estaba interactuando con un vampiro. Dudaba grandemente que lo tomara a bien. Tenía que impedir que los vieran.
–Señor, necesito irme a casa – dije, de manera atropellada, empujándolo hacia el lado opuesto que marcaba esa dirección – ¿Le molestaría si le pido que me acerque a la vereda que me conduce hasta ella?
Sabía que excusa más estúpida no podía haberme inventado, pero era preciso actuar rápidamente. El futuro de mi revancha estaba en ello.
Era una fortuna el tenerlo tan dispuesto que ni si quiera protesto.
–Podemos salir por aquí – indiqué. Jalándolo hacia la salida trasera.
–Pero Rel está por allá – recordó
–Podemos irnos caminando
–Pero dices que está lejos...
–¿O acaso ya le he fastidiado? – interrumpí con persuasión.
–No, claro que no...
–Entonces, vámonos por aquí. Así podemos charlar un poco más.
–Si, como tú digas...
Suspiré con alivio cuando estuvimos fuera del prado y nos encontramos en medio del bosque y sus frondosos arboles que goteaban los últimos rastros de lluvia que había caído en la noche.
–Y bien... ¿De aquí a dónde nos dirigimos?
El dejarlo ir sería exponer demasiado. ¿Quién me aseveraba que no regresaría al prado o, peor aún, en el camino, por algún azar del destino, se topaba con Edward y la mediocre princesa?
–Podemos ir a mi casa, si usted gusta... – ofrecí. Era lo único que podía hacer.
EDWARD POV
Ahhh...
Mira cómo frunce su fino entrecejo y cómo pupilas relampagueaban con su furia.
Hermosa. Única... Toda ella era única.
Una parte de mí sabía que no debería de estar pensando en ello. Me decía que no debería dejarme doblegar por esta atracción indomable. Que, fuera de sentir este cálido sentimiento hacia ella, debería de odiarla cada vez un poco más. Pero me era imposible. ¿Dónde estaba la aberración? A su lado solo podía ser capaz de perderme en el piélago marrón de sus ojos. En el deseo que tenía de probar de nuevo el dulce sabor de su boca. Ese elixir que, de alguna insólita manera, lo creía conocido. Como el recuerdo de una libación exquisita que había probado hacía mucho tiempo atrás para salvar mi vida y no lograba evocar.
–¡Di algo! – Su pequeña mano golpeó mi pecho. Apenas y sentí la fuerza de su agresión. Días atrás, seguramente me hubiera molestado, pero ahora, ahora solo podía ahogarme en mi propia admiración.
En mi vida pensé llegar a conocer a una criatura tan inocentemente salvaje...
–No tienes palabra. No tienes honor. ¡Un hombre nunca debe mentir!
...O tal vez ya había conocido a una igual, pero no lograba dibujar su rostro en mis recuerdos. Cerré los ojos. La lluvia de imágenes venía otra vez. Esas figuras sin forma ni voz. Era demasiado frustrante el no poder diferenciarlas, pero, al mimo tiempo, se sentía bien. Sentía paz... sentía fe.
¡Reacciona!, gritó mi oscura conciencia, Averigua si los rumores de la cacería de mañana son ciertos.
Es verdad. Esa era mi misión. Debía de saberlo para prevenir a mi familia. Para acabar con ella en ese preciso momento y así otorgar mi punición...
–Si no le mentía, usted jamás aceptaría acompañarme. Y hay un par de cosas que me gustaría que platicáramos.
–¿Ah si? Y, dime, ¿Qué es lo que tengo que platicar yo contigo?
Por favor, no me mires de esa manera... No me hagas débil.
–Mis hombres han escuchado los rumores de una cacería que se iniciara mañana en la salida de la alborada.
Su repentino silencio me dio la respuesta. Era cierto.
Eso significaba que no debía perder tiempo. Mi cuerpo acorraló el suyo contra el árbol que había casi detrás. Ella dejó escapar un pequeño jadeo causado por el repentino movimiento. Pero a mí no me debería concernir si le hacía daño o no. Al final de cuentas, el momento había llegado: Debía de matarla ahí mismo. No podía esperar más. Ella no se había enamorado de mí y jamás traicionaría a su familia. Ese maldito licántropo había llegado a estropear mis planes. La sangre me escaldó en solo recordar su nombre, pero hice a un lado ese chocante y lacerante sentimiento y me concentré en mí deber. Debía hacerlo. No había nadie alrededor. Nada lo impediría y mi venganza estaría cobrada. Si la Realeza atacaba a mi raza, yo ya habría dado el primer punto a mi favor. Era solo cuestión de enterrar mis dientes en su sensible piel para inyectar mi ponzoña, que se esparciría por su cálida sangre y frenería su corazón. Sería fácil. Debería de serlo.
Hazlo...
Mis manos se apretaron en sus brazos y clavé mi mirada en la suya. Siempre fue mi deseo el mirar los ojos de mi enemigo mientras este sucumbía entre mis fuerzas. Y ahí estaba otra vez. Ese tórrido océano castaño que me impedía seguir con mi plan y, a cambio, me invitaba a nadar en él para sumergirme en sus pacificas aguas.
–¿Dirás que me quieres? – Insistió él joven vampiro, mientras tomaba a la princesa por el brazo y la hacía volverse para mirarlo – ¿para qué negarlo, si es evidente?
–Pensé que no podías leer mis pensamientos
Él sonrió hacia sus adentros. La respuesta ya la sabía desde hacía mucho, pero quería escucharla. Necesitaba oír su suave voz decirle que lo quería.
–No, no puedo – confirmó, jalándola para que sus cuerpos se pegaran y, sin esperar por más, la besó, acariciando sus labios de manera intensa. No era la primera vez que lo hacía, pero le complacía comprobar que el temblor de su cuerpo bajo sus manos era cada vez más agitado – Dime que me quieres – pidió, con su boca aún danzando frágilmente contra la otra – Acéptalo de una vez por todas...
Sentí la vista nublada cuando todas esas confusas voces desaparecieron. Entonces, me volví a encontrar con su mirada y, fracasando ante los antiguos deseos de mi resarcimiento, la liberé, dejando caer mis manos a mis costados y dando dos pasos hacia atrás. Me llevé la punta de mis dedos hacia el puente de mi nariz. Era tanta frustración... Me encontraba confundido. Nada estaba claro. Nada, más que el simple hecho de que no podía herirle.
–Váyase, su Majestad – logré decir, rompiendo el silencio que se había alzado.
–¿Estarás bien?
Su pregunta me sorprendió. ¿Estaba acaso preocupada?
Me permití mirarla otra vez. Al final de cuentas, ya estaba perdido, ¿Podía suceder algo peor que mi rotundo fracaso? Si. Claro que si: El que la semilla del miedo y la angustia se plantara en mi pecho.
Sabía que las probabilidades de vencer o quebrantar eran las mismas. Pero, al final de cuentas, ambas llevaban a un mismo fin: perderla a ella. De pronto, sentí que mi mundo se volvía muy pequeño y comenzaba a asfixiarme. Mis manos se movieron hacia su cintura y la atraje para que mi boca se uniera a la suya. Fue una forma inconsciente de recuperar el aire que me faltaba. Sus dedos enredándose y jalando mis cabellos. Su pecho junto al mío, tan cerca, que podía sentir su palpitar reviviendo a mi corazón...
–Adiós, princesa. Nuestra alianza ha terminado – dije, cuando nuestros labios se alejaron y nuestras frentes quedaron unidas – A partir de mañana, usted y yo volvemos a ser los mismos enemigos de siempre. Aún así, permítame confesarle algo: Me daría mucho gusto que no se arriesgará y se mantuviera a salvo en el castillo. Quiero ser yo quien la mate algún día... Tenga por seguro que no permitiré que nadie más me robe ese placer. Yo siempre te protegeré...
ROSE POV
El cielo ya se comenzaba a pintar de anaranjado cuando llegamos a mi "casa". Había dudado mucho en dejarle pasar, pero al final, había accedido.
Luché por controlar los retorcijones de mi estomago mientras sentía sus pasos detrás de mí. Estaba nerviosa. El saber que estábamos solos en aquel lugar me descontrolaba. Y no era para menos. Sus manos habían sujetado mi cintura sin aviso previo y la piel se me erizó al sentir su cálido aliento rozar la parte de trasera de mi cuello.
–No le traje a este lugar para que me ofenda con su imprudencia, Señor – expuse, concentrándome para que mi voz no se quebrara.
Él me soltó al momento y fue el vacío que se formó en mi ánimo lo que me dijo que, realmente, no había deseado, en ningún instante, su lejanía.
–Lo siento. No era mi intención...
Parecía sincero. Bajé mi rostro para ocultar la sonrisa que se trazó tenuemente en mis labios.
–Vives... en un lugar muy escondido – señaló, dirigiéndose hacia la ventana y viendo a través de ella (era obvio que lo hacía solo para cambiar el tema)
–¿Qué esperaba? ¿Qué instalara mi hogar a un lado de sus castillos? – inquirí, con amarga ironía. Él se volvió a girar para mirarme
–¿Cómo es que tú...?
–Golpe de suerte, me imagino – contesté, adivinando el rumbo de sus pensamientos
– ¿Has vivido sola todo este tiempo?
No contesté. Bien podía mentirle acerca de mi vida. Hacerme la víctima para obtener más de su confianza, pero era incapaz de mentirle. Algo en sus ojos me lo prohibía.
–Me es imposible creerlo – Murmuró, posando sus manos en mis mejillas e incitándome a mirarlo. Confesándome con el negro de sus pupilas que no insistiría en saber lo que yo no quisiera contarle
–¿Creer qué?
–Que has existido todo este tiempo y yo no haya estado enterado de ello. Me resulta un sacrilegio. Estoy seguro que, de morir, iré al infierno por eso.
–No se preocupe, señor. Su pase al infierno estuvo pagado desde el día en que corrió en sus venas sangre de Nobles.
Esperé a que se enojara, pero, a cambio, soltó una pequeña risita.
–¿Por qué me odias tanto?
–Dudo que haya necesidad de preguntarlo – contesté, aventando sus manos lejos de mi piel y dando media vuelta – Usted bien lo sabe
–Disculpa mi ignorancia – discrepó, moviendo su cuerpo para que nuestras miradas no se abandonaran – Pero, realmente, no lo sé
–¿Ah, no? – Reté, con la furia que las remembranzas me traían, filtrándose en mi voz – ¿Acaso no lo recuerda o es que usted aún ni nacía? ¡La Realeza acabó con mi raza! ¡Gracias a ustedes he estado sola todo este tiempo! ¿Es eso suficiente para que lo entienda o tengo que agregar que yo lo vi todo, cuando apenas era una niña y me encontraba temblando, escondida detrás de unos arbustos? ¿Tengo que detallar la crueldad con que nos decapitaban e incendiaban? ¿Tengo que hacerlo?
–No, no tienes por qué – contestó, con un murmullo – sé lo terrible que se siente que te arrebaten a tu familia – agregó – Yo pasé por lo mismo e, irónicamente, fue un grupo de hechiceros quien lo hizo. Mataron a mi padre y a mi madre, también cuando yo era apenas un niño
–Mayor razón aún para odiarnos – murmuré fríamente, apretando mis puños para no dejarme doblegar por la tristeza que se reflejaba en sus ojos
–No – discutió, dando dos pasos para acortar la distancia que nos separaba y volviendo a coger mi rostro entre sus manos. No fue hasta que la yema de sus dedos se deslizó por mis pómulos, hasta que me di cuenta que una lágrima se me había escapado – ¿Por qué amargar nuestras existencias cargando con un odio que, fuera de remediar el daño infligido, solo abrirá más grietas en nuestras almas? Yo no te puedo odiar. Aún hayas sido tú quien hubiera acabado con la vida de mis padres, no podría.
–Pues yo si puedo y lo hago – dije, revolviéndome entre sus brazos que se apretaron fuertemente a mí alrededor, desistiendo a soltarme – Le odio. Le aborrezco, y nada me daría más gusto que su muerte. ¡Ojala se muera!
–Mátame entonces... – pidió y sus labios se pegaron a los míos con desesperación. Embriagándome al instante de su cálido sabor que se difundió por mis venas y avivó mi sangre y mis sentidos...
¿Cuántas veces no había hecho Edward lo mismo? Muchas. ¿Y cuántas veces había logrado encender mi piel de esa manera? Jamás.
Y es que, en ese entonces no lo sabía, pero Emmett sería el único capaz de hacerme vibrar de esa manera por que, por toda la eternidad, solo sería suya.
ALICE POV
–Jasper – susurré. La voz se me había escapado al verlo en el jardín, afilando su espada que brillaba bajo los débiles rayos plateados de la luna que se iban desvaneciendo, para dar paso a la luz del alba.
–Alteza – dijo él, poniéndose de pie y dejando su labor a un lado – Es muy de madrugada, ¿Qué se le ofrece?
Caminé hacia él sin contestar. La verdad era que no había podido dormir y toda la noche me la había pasado en vela, viendo el horizonte a través de mi ventana. Y fue ahí mismo donde lo vi ir hacia el mismo jardín de siempre. Sabía que estaba mal en acudir en su búsqueda. Pero no podía luchar ante el deseo que movía mis pies para estar cerca de él.
–Es una mañana muy fría – dije, pasando a su lado y tomando asiento en la roca plana que se había convertido en nuestro escenario de reunión. Sus ojos me siguieron y se fijaron en los míos – No estás cubierto. Podrías enfermarte – señalé, quitándome una de las telas que me abrigaban.
–Alteza, no, por favor. No es necesario...
–Acéptala – interrumpí, apretando mi mano contra la suya, para que dejara de protestar.
El contacto de nuestras pieles fue cálido y reconfortante, así que lo mantuve por otro par de segundos... Ese tipo de sensaciones no se vivían todos los días. Son esos choques electrizantes que exclusivamente te transmite una sola persona. Así que, hay que aprovecharlas, pues no sabes cuando se puede acabar todo...
–Irás a la cacería – solté con voz bañada en angustia.
Él asintió. El pecho se me plisó por completo, a pesar de lo evidente que era. Por algo era un guardia, un guerrero. De ese modo lo había conocido. Cuando me había salvado de esa cacería en la que tantos habían muerto. Pero en ese entonces no me preocupaba nada más que el bienestar de mi familia... Ahora, todo era diferente. Todo se pintaba de un color mucho más amargo.
–¿Acaso no tienes miedo?
–¿Se mantendrá usted, a salvo, en el castillo? – no entendí el sentido de su respuesta, pero asentí. Él sonrió y tomó mis manos entre las suyas.
–Si es así, entonces, no tengo miedo – contestó – Estaré tranquilo si sé que su Majestad se encuentra bien.
El primer llamado de trompetas se escuchó, anunciando el inicio de la persecución.
– ¡No vayas! – supliqué, importándome poco si estaba bien o mal. Sólo siendo llevada por la desenfrenada necesidad de retenerlo a mi lado – no puedo ver tu futuro. No sé si regresarás... Por favor, no lo hagas...
Sentí sus manos atrapar mi rostro y su mirada invadir mis pupilas un momento antes de que sus labios atraparan los míos con ternura y fervor, acariciándolos gentilmente, humedeciéndolos con su sabor dulce y tranquilizante... transportándome a un mundo en donde no existía nada más que él y yo. En ese momento, en el que me había olvidado de todo, hasta de la diferencia de nuestras razas, acepté mi única realidad: Me había enamorado de él. Y este sentimiento era irrevocable.
–No vayas – repetí, musitando y enterrando mis dedos en sus rubios cabellos que caían hasta sus hombros. –Quédate conmigo.
–Es mi deber – susurró, alejándose lentamente, pero manteniendo sus manos sujetando mis mejillas – Es mi deber protegértela. A usted, más que a nadie. Yo...
–¡Alice!
El sonido de la ronca voz se perdió entre los segundos trompetazos. Él y yo nos alejamos al instante. Mi corazón aún latía desbocadamente, pero se detuvo al tener frente a mí a mi hermano.
–James – dije, poniéndome de pie y caminando hacia él lo más rápido posible. Un profundo alivio me invadió cuando sus manos sujetaron las mías y aprecié en su mirada solo preocupación.
No nos había visto
– Hermana, ¿qué haces despierta tan temprano?
–No podía dormir. Salí a caminar por los jardines y me encontré a Jasper. Me acerqué para desearle mis bendiciones en la cacería.
Sus labios besaron fraternalmente mi frente.
–Mujeres. Siempre atormentándose más de lo que deberían.
–¿Lo dices por Victoria?
–Se la pasó llorando toda la noche. – contestó, con gesto sombrío.
–Estoy segura que comprendo el cómo se ha de sentir. Ha de ser un verdadero calvario cargar con el hueco que se forma en tu pecho cuando sabes que el hombre al que amas se va al bosque para arriesgar su vida – mi mirada buscó a Jasper mientras hablaba y se fusionó con la suya, a distancia – por eso, prométeme que volverás.
Y yo quería que esa promesa fuera contestada por dos personas, en lugar de una.