Hello mis angeles hermosos!!
aqui les deje el vicio atrazado , tambien les quiero pedir a todas que pidamos por nuestra querida Sandra , ya q al parecer el tsunami , que afecto a japon , tambien iba causar extragos en su pais
asi que chicas pidanle a su angelito , que la cuide mucho a ella y a su familia .
les mando mil besitos a todas
Angel of the dark
domingo, 13 de marzo de 2011
Publicado por Angel of the dark en 17:50 1 comentarios
Corazon de Hierro
Cap. 5 Un dios del sexo
Así como nada habían pasado dos semanas desde que empecé a trabajar con Edward Cullen, no puedo decir que son las dos semanas más felices de mi vida, pero bueno… por lo menos ya lo aguantaba mejor. En casa las cosas marchaban excelentes, con Carmen por un mes en la cárcel estabamos en la gloria, mi padre y hermana estaban tranquilos y felices, se alimentaban, podían dormir todo lo que quisieran y lo mejor es que de nuevo podía escuchar sus risas. Pero por las noches las cosas eran diferentes, un maldito insomnio me estaba atacando, mi cabeza estaba llena de preocupaciones, Carmen, mi trabajo, mi familia, ¿Qué pasaría cuando Carmen volviera? ¿Seguiríamos teniendo paz? No lo creía, tenía que apresurar las cosas, si ella regresaba tendría que pedir un adelanto y sacar a mi familia de ésta casa cuanto antes.
—Buenos días —saludé a Margarite, otra de la decena de mucamas que había en ésta casa.
—Buenos días señorita Swan —me saludó como siempre—. El Señor Cullen no está en su habitación.
—¿Ah sí? ¿Pero donde está?
—En la biblioteca.
—Entonces iré por él —le dije con cierta autoridad.
—Pero señorita Swan —me llamó—. El señor pidió no ser molestado.
—Lo lamento, pero si a él le pasa algo es a mi a la que regañaran, no se preocupe que yo corro con la responsabilidad.
En éstas dos semanas he aprendido a manejar el carácter tan difícil y explosivo de mi jefe, por algunas razones discutimos ésta semana. A él no le gusta que se le controle ni que tampoco se le vigile a cada minuto, pero como le decía a la chica, si algo le pasa, es mi responsabilidad, tenía que evitar cualquier tipo de problema con él. Llegué a las puertas de la biblioteca y sentí de inmediato su voz, como ya era costumbre escucharlo, estaba enojado. Bastante enojado.
—¡Demonios! —gritó cuando abrí la puerta, la cerré detrás de mi y me quedé esperando a que me viera, estaba de espaldas a la enorme ventana, traía los usuales buzos o pijamas que ocupaba cuando estaba en su habitación, la polera se cernía perfectamente a toda su anatomía—. No me importa, Frederick, haz lo que tengas que hacer, pero el proyecto de Vancouver tiene que iniciar la próxima semana, no hay más plazos.
Comenzó a pasearse por toda la habitación, cuando levantó la vista y fijó sus ojos en mí, su ceño se frunció aún más, haciendo caso omiso a su enojo me senté en uno de los sillones del pequeño estar que había. Él siguió con su paseo, constantemente se pasaba las manos por su cabello, aunque era algo que hacía a menudo. Me detuve a contemplar su belleza. La polera que marcaba su cuerpo dejaba entrever el físico de atleta que tenía, su abdomen estaba perfectamente marcado al igual que la parte baja de su pelvis, me sonrojé al pensar que mas seguiría para abajo.
Si Edward Cullen tenía fama de ser un mujeriego y tenerlas a todas a sus pies entonces sus dotes en el arte del sexo tendrían que ser excepcionales. Yo era una mujer bastante madura, a mis veinticinco años había tenido un par de novios, pero Edward Cullen que sólo me llevaba siete años de diferencia me superaba en cientos, yo creo que miles de noviazgos. ¡Dios! Si hiciera dinero por sus noviazgos sería el doble de rico de lo que es ahora. Después de gruñir un poco más colgó inesperadamente y me miró con sus ojos cargados de molestia.
—¿Quién la autorizo para entrar?
—Nadie, sólo vine a comprobar que estaba bien —le respondí, parándome del sillón poniéndome a su altura, pero sólo de su carácter porque su cuerpo me superaba por varios centímetros de altura.
—Pues ya me vio, ahora lárguese —me dijo, girándose hacia la ventana.
—No puedo —le contesté con voz dura, igual a la de él.
—¿Cómo que no? ¡Le ordeno que se vaya y me deje solo! —me gritó, con sus ojos saliéndose de su cabeza.
—¡No puedo dejarlo solo! —respiré—. Mire señor Cullen, sé que para usted esto es incomodo, me refiero tener a alguien a su lado todo el tiempo…
—Por supuesto —replicó con sarcasmo.
—Lo sé, pero lamentablemente usted me esta pagando por esto, por mantenerlo seguro y porque nada malo le suceda, así que le pido de favor que coopere con esto, así lo dos saldremos ganando.
—Claro, si a mi me pasa algo usted ya no recibirá el cuantioso cheque que le pagó —me dijo, apreté mis puños hasta que los nudillos me quedaron blancos.
—Eso es obvio, usted tampoco trabaja por dulces señor Cullen, todos tenemos nuestro precio en ésta vida, todos —le dije, y él me miró con una expresión diferente en su rostro, pero que rápidamente la reemplazo por la cara dura y cincelada que tenía cuando peleaba.
—Bien, entonces quédese aquí. Debo hacer unas llamadas así que manténgase en silencio.
—Está bien, lo hare, pero después tenemos que ir a su habitación para hacerle su chequeo.
—¡Ya quiere tocarme! —me dijo con burla.
—Oh si señor, no sabe, esperé toda la noche para ponerle las manos encima —le dije, cruzándome de brazos con una sonrisa burlona.
—Veo que está sacando las garras señorita Swan —me dijo con visible sorpresa—, cuando llegó no decía ni pio y ahora contesta a todo lo que digo.
—Sólo expreso mi punto de vista señor Cullen ¿o eso no está dentro de mis funciones? —le pregunté con sarcasmo, recordando lo que le me dijo cuando llegué.
—Sí, ya que no quiero un bloque de concreto como enfermera, pero no abuse —me advirtió, volviendo a tomar el teléfono, rápidamente marcó un número, pero colgó antes de que alguien le contestara—. Señorita Swan —me llamó con tono serio, levanté mi cabeza para mirarlo.
—¿Dígame?
—Quiero avisarle que ahora su cheque será cancelado semana a semana.
—¡Ah! —dije confundida—. ¿Entonces mi salario se dividirá en las semanas del mes?
—No —respondió, levantando nuevamente el teléfono—. El salario que iba a ser mensual ahora será semanal, alégrese, le estoy subiendo el sueldo al triple.
—¿Qué? —dije en un grito, él sólo levantó su mano y me hizo guardar silencio, segundos después comenzó a hablar.
Pasamos la siguiente hora ahí dentro, no podía creerlo ¡me subió al triple el sueldo! ¿Pero por qué? Mi intuición me decía que no era precisamente por mi trabajo ya que él cuestionaba todas mis decisiones, ¡Dios! ¿Qué tramara éste hombre? Edward Cullen parecía otra persona cuando hablaba de negocios, hasta el momento solo conocía dos partes de él, el Edward Cullen presidente y dueño de su compañía, él que no tenía piedad con nada ni con nadie y el Edward Cullen de su casa, el que podía ser un verdadero fastidio si se lo proponía. Al cabo de unos minutos más, él colgó y me miró para hablarme.
—Ya terminé, vamos a mi habitación —me dijo, avanzando hacia la puerta.
—Claro, ya es hora de sus medicamentos.
El día pasó rápido, ahora por suerte todos los días eran así. El tener una relación de mas «confianza» me hacía sentirme un poco mas cómoda, estábamos comenzando la última semana del mes, estaba feliz porque sólo faltaba una semana para recibir mi sueldo, pero lo que mas me preocupaba era que quedaban sólo dos semanas para que Carmen volviera y eso me ponía mas tensa que nunca. A las seis en punto recogí todas mis cosas y comencé a alistarme, hoy estaba un poco apurada ya que debía pasar al centro por unos materiales que necesitaba Kate.
—¿Una cita? —me preguntó Cullen desde su cama, estaba sentado en ella y apoyado en un montón de almohadas. Parecía un dios en una nube, me giré ante su pregunta.
—¿Por qué lo dice?
—Por las prisas, jamás sale corriendo de ésta casa —eso es porque no ve de la puerta de su habitación para afuera, pensé.
—No, sólo tengo que hacer —dije, tomando todo rápidamente y encaminándome a la puerta.
—Buenas noches señor Cullen —le dije, girándome para verlo, sus ojos de un verde tan intenso como las hojas de los arboles me observaban intensamente.
—Buenas noches señorita Swan —respondió.
Salí de la habitación y comencé a bajar las escaleras, cuando iba por la mitad de la escalera que me hacía bajar al segundo piso la misma visión que había tendió todos los días desde que entré a trabajar aquí venía subiendo las escaleras, otra modelo.
Ésta era un poco diferente a las demás, por primera vez vi a una que tenía el cabello castaño, un color castaño oscuro, casi chocolate, sus ojos eran de un color café, pero menos intenso que su pelo. Ella me miró y me dio una picara sonrisa, ¡Dios! Ya podría imaginar lo que iba a pasar. Apuré el paso y salí de la casa.
Estaba parada en la estación de autobuses cuando decidí llamar a mi casa, debía saber como estaba todo, comencé a buscar mi celular, pero no estaba dentro de mi bolso. Desesperadamente me metí las manos en los bolsillos de mi falda y en mi chaquetilla, ¡no estaba!
—¡Demonios! —dije fuerte, haciendo que toda la gente me mirada. La única parte en la que podía estar era en la mansión.
Caminé nuevamente hacia aquella enorme casona, cuando llegué, Rachel estaba limpiando las perillas de las puertas.
—Señorita Swan —dijo con visible sorpresa—. ¿Ha olvidado algo?
—Sí, mi celular.
—Y tuvo que devolverse, que pena.
—No es problema.
Pasé por su lado y subí rápidamente las escaleras, lo único que esperaba era que el señor Cullen no se molestara por volver, tomaría mi celular y saldría corriendo nuevamente de allí. Subí hasta el tercer piso y no me encontré con nadie, me extrañó, ya que siempre hay gente en los pasillos de esa casa, ya sea limpiando como cambiando todo de lugar, al parecer Edward Cullen era un maniático de la limpieza. Llegué a la puerta y sentí ruido, abrí con cuidado para que no se molestara por interrumpir, pero me tensé de inmediato cuando pude ver lo que pasaba adentro.
—¡Ah! —un gemido que recorrió todo mi cuerpo salió de la boca de la mujer que estaba arriba de la cama, Edward Cullen se estaba follando a aquella mujer.
La escena era digna de una súper producción pornográfica, la habitación estaba llena de las ropas de ambos tiradas por todas partes, arriba de la cama estaba la mujer apoyada en sus manos y rodillas, completamente desnuda, atrás estaba él, Edward Cullen, sus manos estaba en sus caderas y las presionaba fuerte contra la piel de ella. Los gemidos de placer llenaban por completo la habitación, mi cuerpo traicionero comenzó a reaccionar ante lo que estaba presenciando, la puerta no estaba completamente abierta, pero si me permitía mirar todo lo que sucedía dentro de la habitación.
—¡Edward! —gritó la mujer cuando él comenzó a embestir más rápido—. ¡Ah! ¡Ah! —gritó, extasiada por el placer que él le daba, miré el cuerpo de Cullen y era majestuoso, cada curva, cada parte estaba perfectamente marcada. Su torso se veía colosal ante cualquiera y su cara…. ¡dios! Su cara, completamente deformada por el placer que obtenía de éste encuentro. Mi cara comenzó a tomar un color rojizo y mi centro comenzó a palpitar, me estaba excitando, sólo con verlo ahí follando con otra mujer. El vaivén comenzó ser cada vez mas rápido, sus cuerpos se veían agotados y completamente excitados. La cara de Edward fue lo único que podía mirar, su rostro, su boca entreabierta soltando gemidos, la fuerza con la que embestía ese cuerpo.
—¡Ah! —un gritó cargado de placer se escuchó de sus labios cuando alcanzó el orgasmo, la mujer casi no podía hablar, cayó tirada en la cama sin poder reaccionar, por un instante vi algo que me perturbo aun mas, una enorme sonrisa apareció en su rostro, sus ojos estaban en la mujer, pero de repente subieron hasta la dirección en donde estaba yo, la sonrisa de el se hizo aun mas grande. ¡Me vio! Demonios, vio que los estaba observando.
Rápidamente y sin poder evitar la vergüenza, salí de allí, corrí lo mas rápido que pude. En sólo unos minutos llegué a la parada del autobús completamente horrorizada, vi a mi jefe teniendo sexo con una mujer y lo peor fue que me vio, ¡Dios!. Tomé el primer autobús que pasó y me dirigí al centro, la visita fue rápida, compre todo lo que debía y en un tiempo record llegué a mi casa.
—¡Bella! Regresaste pronto —me dijo la dulce voz de mi hermana cuando entré, ella estaba sentada en la mesa con papá listos para cenar.
—Sí —traté de componer mi expresión—. Volví pronto.
—¿Cenaras con nosotros? —me preguntó con una sonrisa.
—No —respondí en un susurro—. Me daré una ducha antes de cenar, comiencen sin mí, yo comeré mas tarde.
—Está bien —dijeron los dos al unisonó, ambos se enfrascaron en una charla que los mantenía sonriendo constantemente. Salí del letargo y yo también sonreí al verlos así de contentos.
Me fui a la habitación y dejé mis cosas, saqué una toalla y me encerré en el baño. Me apoyé contra el lavabo y dejé caer un poco mi cabeza. Ya sabía yo que todas esas mujeres eran sus amantes, pero ¿se las follaba todos los días? Lo más extraño de todo es que cada vez que veía a una era totalmente diferente a la del día anterior, al cerrar los ojos las imágenes venían solas a mi cabeza, yo había tenido sexo en mi vida, pero sin duda ver a ese hombre, a ese dios teniendo sexo marcaba un antes y un después en vida sexual.
Abrí la llave de la ducha, pues la temperatura en media ya que no quería muy caliente, lo que más necesitaba era una ducha un poco mas fría para calmar éste calor que sentía. Me desnudé y me metí de inmediato. El agua estaba tibia y hacía que mi cuerpo tuviera escalofríos. Cerré mis ojos para disfrutar del agua, pero fue lo peor que podría haber hecho.
Sin pedirlo las mismas imágenes se agolparon en mi mente, mi cuerpo a pesar de estar en contacto con el agua fría reaccionó de inmediato, la imagen de Edward embistiendo un cuerpo me hizo despertar el deseo nuevamente. Jaboneé mi cuerpo, pasando mis manos por toda mi piel, cuando llegué a mi zona intima ésta palpito ante el contacto, nuevamente la cara llena de placer y excitación de Edward apareció frente a mis ojos, aun tenía en mis oídos el sonido de sus gemidos, de su respiración entrecortada, el crujido de la cama cuando él la penetraba, todo lo que paso por mis ojos mientras los miraba volvió a mí en sólo unos segundos. Mi boca soltó un gemido que fue acallado con el agua.
No sé cuantos minutos estuve allí fantaseando con sus manos, pero no pude evitarlo, la atracción que sentía por él se acrecentó de manera alarmante el presenciar la escena de hoy día. ¿Cómo podría verle la cara mañana? Salí de la ducha y me vestí, aún sentía vestigios del placer que se produjo en mi cuerpo con sólo recordarlo. Cené tranquilamente y nos fuimos a dormir. Mañana estaba segura de que sería un largo día.
—Buenos días señorita Swan —me saludó Will.
—Buenos días señor Lickwood —saludé con cortesía.
—Espero que haya tenido unas buenas noches.
—Sí —respondí en un susurro.
Subí lentamente las escaleras, retardando lo que mas pudiese el encuentro con Edward Cullen. Dios, ¡¿cómo podría mirarlo a la cara? ¡El me había visto!
Llegué a la habitación no sin antes contar hasta veinte, golpeé y él me dio la entrada. Pasé hacia la habitación y todo parecía como el día anterior, él estaba sentado en su cama y observaba todos mis movimientos. Tal como siempre, dije para mí.
—Muy buenos días señorita Swan —me saludó, mas cortés que de costumbre.
—Bue… buenos días señor Cullen —le respondí tartamudeando.
—¿Cómo durmió? Me imagino que muy bien —me dijo con algo de sarcasmo en su voz, pasé a dejar mis cosas y en la mesa de centro vi mi celular.
—¡Mi celular! —dije en voz alta.
—Sí, William lo encontró hoy en la mañana y lo apagó, espero que tenga más cuidado con sus partencias, eso no habla bien de usted —apreté el aparato en mis manos.
—Sí señor, no se preocupe —respondí con visible molestia, pero aun sonriendo.
La mañana pasó muy lentamente, sentía a Cullen observarme todo el tiempo, creo que estaba pensando que comentaría algo, pero por nada del mundo abriría mi boca. Prefería evitarme la vergüenza. Al medio día llego Emmett, sacándonos de ese incomodo silencio.
—Buenas tardes Edward. Hola Bella.
—Buenas tardes Emmett.
—Hola — le saludé con la mano desde donde estaba.
—Edward, tengo los resultados de tus exámenes —le dijo, con un tono de preocupación en su voz—. Necesitamos hablar —le dijo, y de inmediato lo miré, él como siempre no demostró ninguna emoción en su rostro, lo único que pude ver fue que sus ojos brillaron con las palabras del doctor.
—Está bien, habla.
—¿Te molesta que Bella se quede? —le preguntó.
—No, de todos modos es mi enfermera e igual se va a enterar.
—Sí, bueno… —continuó Emmett—. Los resultados me llegaron hoy, debo decirte que tus exámenes, Edward, están completamente normales.
—¿Qué? —exclamamos los dos al unisonó, ambos nos miramos, yo me sonrojé, pero él sólo desvió sus ojos.
—No puedo creerlo —dijo un poco enojado.
—Sí, es verdad, míralo por ti mismo —le pasó los análisis y a la distancia pude ver que todos tenían la palabra «normal» en sus resultados.
—Pero si todo es normal entonces ¿qué demonios tengo?
—Estamos ante un complejo caso Edward, sin duda. No sé que mas podríamos practicarte, estamos en un país muy avanzado donde la medicina es la mejor del mundo y aun no podemos descubrir lo que te paso.
—¡Demonios! —dijo, lanzando los exámenes a la cama, se paró de ella y se comenzó a pasear. Mi vista se fue hacia su cuerpo, tuve que sacudir mi cabeza para alejar los malos pensamientos.
—Tranquilo amigo, sé que…
—¡¿Cómo demonios me pides que me calme? ¡Tú no eres el que tiene que estar encerrado todo el día!
—Sí, pero…
—¡Ya basta! No pienso hacer nada más. No estaré un día mas aquí en la casa, mañana regresare a la oficina —mi cuerpo se tensó de inmediato, ¿aquí acababa mi trabajo?
—Yo sabía que ibas a reaccionar así, es por eso que sólo tengo una condición para darte una alta provisoria.
—¿Cuál es?
—Que Isabella te siga acompañando —cambié mis ojos de Emmett a Edward, él me evaluó con la mirada y luego soltó un sonoro suspiro.
—¡Demonios! Está bien, todo con tal de que me dejes salir de aquí.
—Que te quede claro Edward que al primer atisbo de una recaída deberás volver al reposo, te recuerdo que en los dos meses que llevas en cama no has tenido ninguna recaída —antes de que yo llegara Edward ya llevaba un mes en ésta casa encerrado, yo sólo llegué a complementar el trabajo de Emmett.
—Está bien ¡Esta bien! Lo que sea con tal de salir.
—Bien, entonces te extenderé de inmediato el certificado, que te quede claro que será una alta provisional.
—Sí, ya entendí —dijo, apurando a Emmett. Él comenzó a escribir el certificado, antes de terminar me miró.
—Bella, mas tarde tomarle a Edward unos exámenes de sangre y mándalos a analizar.
—Claro —le dije.
Emmett le dio el certificado y después de darme unas cuantas indicaciones se retiró. Unas horas más tarde me dispuse a tomarle las muestras de sangre.
—¿Señor Cullen? —le llamé.
—Dígame —me dijo, sin levantar la vista del periódico que leía.
—Le tomare ahora las muestras de sangre.
—Está bien — me dijo, cerrando el periódico.
Se sentó en la cama y esperó a que le indicara lo que tenía que hacer, para éste tipo de cosas tenía el equipo necesario: una pequeña mesa plegable que ponía encima de la cama, las agujas, las botellas de muestras y la bandeja de acero para dejar todo, además del algodón y el alcohol.
—Bien, ponga su brazo en la mesa —le pedí, él obedeció de inmediato. Sentí una corriente extraña cuando la piel de su brazo rozó la mía.
—¿Así está bien? —preguntó, en una voz extrañamente sensual.
—Sí… así está bien —respondí, un tanto nerviosa.
Comencé a sacarle las muestras, él siempre me miraba atento a todo lo que realizaba, saqué dos frascos de sangre, le pasé el algodón para que se frotara en donde lo había pinchado, pero como siempre no le salió ni una gota de sangre, si no le hubiera extraído nunca, habría pensado que éste hombre era de piedra y no corría sangre por sus venas.
—No salió nada —dijo casi para él.
—No, como siempre usted sana bastante rápido —le respondí, tapando las muestras.
—Hoy no me respondió… —me dijo mirándome a los ojos.
—¿Qué cosa? —le pregunté, mientras etiquetaba los pequeños frasquitos.
—Si había dormido bien, con lo que anoche presencio puede que haya alterado algo en su dormir —me dijo, mi sorpresa fue imposible de disimular. Accidentalmente solté uno de los frascos de sangre que azotó contra la bandeja y se rompió.
—No no… no sé de qué me habla, ¡demonios! —le respondí, maldiciendo por el frasco que había perdido. Me paré rápidamente a buscar algo con que limpiar sin darle oportunidad para hablarme. ¡Dios mío! Si me había visto.
Sólo tomó unos segundos para que la situación se diera vuelta completamente cuando llegué a la mesa en donde tenía todos los implementos, antes de tomar un poco de papel secante sentí un cuerpo detrás del mío, aun mayor fue mi sorpresa cuando sentí los brazos de Edward pasar por mi cintura, estrechándome contra su cuerpo, mi boca soltó un gemido involuntario y mis manos cayeron a la mesa tratando de sujetarme de ella para no caer, la sensación de excitación que me provoco el movimiento fue completamente abrumadora.
—Ayer la vi —me dijo con esa sensual voz—. Estaba husmeando en la puerta, viste cuando estaba con Valery ¿cierto? —negué frenéticamente con mi cabeza—. No mientas —me dijo, pegándome bruscamente a su cuerpo, la tela de mi falda era tan delgada que podía sentir cada parte de su dura erección presionando contra mi trasero. Un gemido se soltó de mi boca, incrementando la tensión sexual que existía entre nosotros.
—Señor Cullen… ¿Qué… qué hace? —pregunté, mientras la excitación me envolvía cada vez mas.
—Nada, sólo le estoy preguntando algo, respóndame —me presionó aún mas contra su pene, mi cadera se fue hacia atrás haciendo aún mas frenético el contacto, mi cuerpo cayó un poco hacia la mesa, él podría perfectamente haberme penetrado en esta posición. ¡Que demonios estaba pensado!
—Ah… señorita Swan —respiró cerca de mi cabeza—. ¿Está nerviosa?
—Señor Cullen —solté en un susurro, tal vez lo estaba imaginando, pero sentía su potente erección palpitar contra mi piel, cuando me di cuenta de ese detalle mi centro comenzó a hacerlo al mismo ritmo, sus ávidas manos me agarraron y me hicieron girar enfrentándome contra sus ojos.
—Me llevé una gran sorpresa al verla observando —me dijo, con su halito golpeando en mi cara, olía a menta—, reconozco que ser observado por otra mujer aumento el placer —afirmó.
—¿Qué pretende? —pregunté en un susurro, excitada como jamás había pensado, mi centro comenzaba a sentir los estragos de su cuerpo, la humedad que se dispersaba rápidamente por él me delataba.
—¿Yo? Nada —me dijo, sus ojos examinaron mi cuerpo—. Nada, sólo quería preguntar algo, además de comprobar si la había afectado vernos. Ya veo que sí.
Antes de que pudiera replicar algo un golpe en la puerta nos hizo separarnos bruscamente. En sólo unos segundos Edward volvió a su cama y yo me giré violentamente hacia la mesa, comencé a ordenar todo lo que se había salido de su lugar, al poner mis manos sobre ella todo lo que había encima se desordeno.
—Señor Cullen, tiene una llamada —dijo Margarita.
—Gracias —le respondió él, tomando el teléfono—. ¿Diga? —contestó.
Mientras él hablaba por teléfono salí al baño, entré casi corriendo y me apoyé en la puerta, cerré mis ojos y solté todo ese deseo que había contenido. ¡Dios mío! Fue lo único que pude pensar. Caminé rápidamente hacia el lavabo, el espejo me mostraba una imagen que muy pocas veces había visto, mis mejillas estaban completamente rojas, mi cabello despeinado, mis ropas desordenadas y lo más importante: la cara de excitación no me la sacaba nadie.
—¿Cómo… cómo puede ser esto? —repliqué mirándome al espejo, mi mano se fue a mis labios y atravesó toda mi cara, las sensaciones que me había despertado ese hombre sólo con ponerme contra su cuerpo habían sido abrumadoras.
Desesperada, abrí el grifo y mojé mi cara tratando de disminuir el creciente deseo. Cuando al fin logre calmarme un poco volví a la habitación, pero ahora ya no había ni señas de lo que había pasado antes, Edward estaba paseándose de lado a lado y gritaba como loco.
—¡Demonios Frederick! —ya le tenía lastima al pobre—. ¡¿Cómo puede salir todo mal? Se nota que yo no estoy a cargo, pero mañana a primera hora estaré allí, si, prepara una junta de directores, debo hablar con todos ellos.
Caminé lentamente hacia la habitación, el reloj marcaba las seis de la tarde y era hora de salir, hoy más que nunca deseaba salir corriendo. Me giré para guardar mis cosas.
—No me interesa, ¡Maldita sea! Te dije que… ¡Ah! —un grito de dolor salió de los labios de Edward, el teléfono impactó contra el suelo y sus manos se fueron directamente a su cabeza, me giré rápidamente para ver qué pasaba.
—Señor Cullen —le dije, corriendo hacia él—. Señor Cullen ¿qué pasa?
—¡Ah! —un nuevo grito salió de su pecho, despertando todos mis sentidos—. Bella, me duele, ¡Ah! —volvió a gritar, agarrándose aun más la cabeza, su cara estaba totalmente crispada por el dolor que sentía. Cayó de rodillas al suelo, intenté sujetarlo, pero el peso de él me sobrepasó.
Corrí hacia una de las murallas y toqué el botón de emergencia que tenían en la casa. Si estaba teniendo un derrame o algo así teníamos que reaccionar rápido. Debía trasladarlo a un hospital.
—Edward, por favor —le pedí, tratando de levantarlo para llevarlo a la cama.
—¡Ah! —un grito aun más fuerte se desató, cuando estaba a punto de levantarse volvió a caer al suelo, pero esta vez desmayado.
Miré su cuerpo inerte en el suelo, mi corazón se detuvo y no pude evitar gritar.
—¡Edward! —dije, corriendo a socorrerlo, estaba teniendo nuevamente una crisis y no había podido hacer nada para evitarlo.
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Etiquetas: Corazon de Hierro
Vida : Dulce Inmortalidad
Capítulo Cuarto: Buenas Razones
Susan apenas podía creerlo, miraba boquiabierta a las tres, sin entender ni media palabra de nuestra conversación.
- Así que éste es el gran secreto que estas ocultándole a Edwards.
Susurró complacida, era como si hubiera venido mandada por él a ver que tramaba Alice. Caí en pánico al leer las facciones de Rosalie mirándome victoriosa, no… ella no podía contárselo pensé mirando a Alice, quien permanecía absorta.
Estábamos en mi habitación, Alice cuchicheaba con Rosalie unos pasos más allá, podía sentir la rabia colérica de está cuando le hablaba a su hermana.
- ¿Cómo pudiste prestarte para esto? Rezongaba Alice.
- Tú y Carlisle tienen la culpa. Si ustedes no le hubieran ocultado sus pensamientos, tal vez él no me hubiera pedido venir, sumado a que Esme estaba preocupada por no tener noticias de ustedes, bueno ninguno de nosotros estaba entendiendo porque en forma tan repentina ustedes dos no querían que ninguno de nosotros viniera y claro – dijo dándome una mirada - ahora veo la razón.
- ¿Él lo sabe? Pregunte de repente a Rosalie.
Esta me examinó sin contestar, se acerco y puso su cara frente a frente, sin duda yo no era muy agradable para ella, incluso ahora que éramos de la misma clase, estaba claro que no le simpatizaba en lo absoluto.
- No, pero espera mis noticias hoy, sino vendrá él mismo a ver que sucede con Carlisle y Alice.
- Tengo que irme, desaparecer, donde nadie pueda encontrarme. Dije con pavor mientras comenzaba a recoger mis cosas, Alice le dio una mirada fulminante a su hermana, esta sacudió su cabeza.
- Puedes huir pero no escapar. Me exclamó Rosalie, me detuve en el acto a mirarla, porque me odiaba tanto pensé.
- No estoy lista para verlo, no así. Confesé.
No estoy segura sí mi expresión desolada fue lo que hizo cambiar de parecer a Rosalie, o mi congoja lo que seguramente causaba que su imponente e implacable plan cambiara de curso. Me miro examinando mis razones, no las entendía evidentemente, yo me había convertido sin quererlo en la razón por la cual su familia estaba ahora dividida. Por un lado estaba Carlisle y Alice actuando raro incluso con Esme, impidiendo que ellos vinieran para complacer mi voluntad de mantener a Edwards en la ignorancia sobre mi transformación, y por otro estaban ellos que merecían una explicación, sobre todo uno más que otros.
- Por favor Rosalie. Supliqué
- Sí no sabe noticias mías vendrá junto con Jasper y Emmett – comenzó a decir mientras miraba a Alice, quien bajo la vista – No entiendo ¿qué es lo tan difícil de explicar?, ¿Por qué simplemente no lo enfrentas? y te comportas como una chiquilla madura, ¿qué es lo que podría pasar?, ¿qué él cayera rendido a tus pies, como ocurrió en Forks? Me dijo en tono meloso.
-¡Él no me quiere!. Grite ahogadamente.
Rosalie miro a Alice quien frunció el seño en desaprobación.
- Perfecto, no diré nada, pero eso te dará sólo dos días de ventaja, que es el tiempo que se demorará en llegar, entonces tendrás que enfrentarlo.
Dijo resuelta mientras tomaba la perilla de la puerta y miraba a Alice, esta camino hacia la puerta y me puso su mano en mi hombro.
- Todo saldrá bien, ya veras. Me susurró mientras seguía a su hermana fuera de la habitación.
No estaba segura si la palabra bien era la que yo hubiera usado. Pero sin duda había llegado la hora de enfrentar mi más temido miedo.
Dos días me repetía mientras miraba al vacío, y ya había acabado uno, eso me dejaba en desventaja, había pasado todas esas horas mirando al vacío tratando de resolver que iba a decirle primero, lo de mi transformación, o lo de mi sufrimiento, ¿Acaso iba a reprocharle el dejarme tirada en el bosque sufriendo?.
Lo cierto es que aún no lo decidía del todo, Alice no había llegado a los dormitorios en todo el día, supongo que quería darme espacio para hilvanar bien mi historia antes que arribará el clan Cullen por completo, o tal vez era ella la que necesitaba tiempo para decidir que explicaciones iba a dar, porque a juzgar por la expresión de Rosalie, imaginaba que Jasper también exigiría unas cuantas.
Así mirando al vacío se había pasado otro día, me encogí de hombros cuando vi amanecer - que podía hacer - me dije, Rosalie estaba en lo cierto, podía huir pero no escapar, si ya me habían encontrado de pura casualidad, esta vez Edwards obligaría a Alice a verme, y no creo que lo hiciera de una manera demasiado educada.
No quería salir de mi habitación, me aterraba el hecho de deambular por las calles pensando que en cualquier momento él tocaría mi brazo y lo tendría finalmente frente a mí una vez más. Espere nerviosa que el sol dejará de estar en el cenit, y comenzará a apagar sus rayos, para que mi piel no brillará tanto y decidí cuando éste comenzó a esconderse, que era hora de salir a tomar un poco de aire fresco.
Estaba nuevamente en la plaza frente a la biblioteca, mi lugar preferido, subida a un árbol, lo que me parecía irónicamente macabro de mi parte, cuando cerré los ojos por unos momentos, las imágenes de Edwards se comenzaron a suceder una tras otra en mi mente, cuando me salvo de ser aplastada por aquella camioneta, cuando me llevo a conocer su particular mundo sobre los árboles, cuando me hizo verlo bajo el sol, cuando me miró absorto y compungido en aquel cuarto de ballet, mientras me retorcía por la ponzoña, su mirada aún más indescifrable cuando desperté en el hospital, su mirada cuando baje por las escaleras de la casa de mi padre antes de irnos al estúpido baile, mis labios se curvaron en una sonrisa, de pronto sentí un grito ahogado a lo lejos
- ¡No! – era su voz, abrí abruptamente mis ojos y miré a todos lados, pero él no estaba ahí
- él lo sabe - susurré.
Estaba literalmente corriendo hacia el edificio donde estaba mi dormitorio, de vez en cuando me detenía y miraba a todos lados, como esperando que apareciera detrás de mí en cualquier momento, respiré con alivio cuando vi la fachada de aquel tan conocido edificio, entre presurosamente, mecánicamente subí las escaleras hasta el quinto piso, cruce el hall y di con la puerta de mi dormitorio, al poner la llave advertí que aún tenia el pestillo pasado
– buena señal, Alice no había llegado aún – pensé, di vuelta el cerrojo abriendo, dí un paso para entrar mientras quitaba la llave y fue en ese momento cuando lo vi frente a mi parado impertérrito, su mirada era colérica, me quede petrificada en el umbral de la puerta que permanecía abierta, no sabía que decir, como actuar, pero miré sus ojos, eran iguales a la última vez que los había visto, duros como si el oro liquido se hubiera congelado y vuelto sólido.
De pronto sentí un incomodo espasmo en mi estomago, trague saliva. Ahora su mirada estaba regodeándose en la tristeza al contemplarme. Pasaron unos segundos, no nos habíamos dicho nada, sólo estábamos observándonos, más bien él me observaba, convertida en un monstruo, lo miré lacónica, baje mi vista. Fue entonces cuando sentí su aliento cerca del mío.
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Pecados Carnales
Capítulo 24 Curando Heridas
Bella
El reflejo del pequeño diamante al centro del anillo que Edward me había regalado la noche anterior como compromiso y que yo había aceptado marcaba el inicio de otra etapa, esta vez seríamos felices para siempre o al menos trataríamos de serlo, y no tenía miedo a dar ese paso, no tenía miedo a convertirme en su esposa, al contrario lo deseaba con todas mis fuerzas.
Y sabía que mis constantes cambios de humor lo asustaban y hasta yo misma me asustaba pero después de que hiciéramos el amor desesperados comprendí que era demasiado egoísta al pensar que nadie más estaba sufriendo, por meses Edward me había acompañado a mis sesiones con Jacob y habíamos revelado demasiado de nosotros mismos frente a un extraño, sobre todo él frente a un extraño para nada amigable, se había tragado el orgullo y lo había hecho por mí, por nosotros entonces, era ahora mi turno de hacer algo por él, quería que yo fuera feliz y lo intentaría, aunque tenía un sentimiento encontrado respecto a ser feliz mientras mi hijo no lo iba a ser nunca, no obstante eso, hacía mi mejor esfuerzo y ese día en particular quise regalarle mi felicidad aun cuando era mi cumpleaños y la pena aún existía en el fondo de mi alma yo había sido feliz por él y lo iba a ser feliz porque lo amaba – no puedes llorar eternamente –me habían dicho todos y tenían razón. La vida continua, sigue, la muerte es fácil, lo difícil es vivir la vida.
Sabía que sí de algo debía arrepentirme era de no haber sido lo suficientemente valiente para haber apostado por su amor desde un comienzo y haber hecho las cosas de forma distinta cuando pude hacerlas, si mis decisiones hubieran sido las correctas, si hubiera tenido coraje podría haber evitado desenlaces dolorosos como lo era la perdida de nuestro pequeño hijo.
Sin embargo ahora era distinto, tenía que serlo, no había nadie que impidiera que yo finalmente fuera feliz con el hombre que amaba. Mi corazón siempre estaría dividido y partido por la perdida de Anthony pero debía seguir viviendo, por él, por mí y sobre todo por Edward.
— ¿Estas seguro de esto? —le pregunté besando su pecho, alce levemente mi cuerpo para poder quedar frente a frente con sus ojos. Sonrió.
— ¿Por qué no habría de estarlo? —contestó besando suavemente mis labios y luego mi cuello, cerré mis ojos ante su contacto.
Por un minuto quise perderme en ese amor tan grande que estaba sintiendo, por esa felicidad que estaba entregándome Edward pero mi mente me traicionó y recordé las revistas y los reportajes que habían adornado por semanas las estanterías de todos los locales comerciales sobre la muerte de Anthony y mi corazón se nubló de pena, una que no pude contener, sentí como me oprimía el pecho recordar aquellos días, era horrible, recordar por lo que tuvimos que pasar ambos, las constantes preguntas, el asedio periodístico me ponía la piel de gallina y me hacían pensar que sucedería ahora que sabrían que se casaría conmigo, la duda me embargó.
— Tal vez somos demasiado jóvenes —le hice ver
— Mi madre se casó a los dieciocho —rebatió él
— Eran otros tiempos —insistí
— Bella que sucede ¿No quieres casarte conmigo? —me preguntó poniendo su mano bajo mi barbilla para hacer que lo mirara a los ojos. Me separó de su cuerpo.
— Claro que quiero casarme contigo, sólo quería asegurarme que lo haces porque quieres no por obligación
— Mi amor si te lo propuse es porque te amo y porque quiero que seas mi esposa, quiero vivir contigo el resto de mi vida pero… de todas formas, para tu tranquilidad… siempre esta el divorcio… en caso que no resultará, piensa en eso —comentó guiñándome un ojo y se largo a reír, le dí un codazo por su observación haciéndome un tanto la ofendida.
Sin embargo logró lo que seguro quería, hacerme reír, hacía mucho que no nos reíamos ambos sin culpas. Me quede mirándolo reír y en ese minuto sentí que debía pedirle algo que había cruzado mi mente hace algunas semanas pero que acalle por miedo pero principalmente por la culpa, con todo mi ser quería que él cumpliera un deseo que mi corazón estaba reclamando insistentemente, el problema era que no sabía como iba a tomarlo. Alcé mi cuerpo y me senté sobre su regazo puse una pierna a cada costado de su cuerpo y lo miré, su risa se acalló de inmediato y me miró serio.
— ¿Qué sucede? —me preguntó poniendo sus manos en mi cadera y concentrando su vista en mí.
Edward había tomado unas casi vacaciones permanentes por lo que había pasado y aunque igual había hecho un par de trabajos sobre catálogos de revistas sabía que tarde o temprano el tendría que volver a trabajar y no tenerlo cerca era algo para lo que no estaba preparada, esa idea de no tener nada de él me asustaba y quería hacer que nuestro amor otra vez tuviera algo material que lo representará.
— Yo… quiero… —comencé a decirle y mi corazón tembló producto de la duda.
Levantó su mano blanca y fuerte, la puso en mi cuello, yo descanse mi rostro contra su palma tibia mientras me acariciaba la mejilla con sus dedos largos y finos. Suspiré mientras lo miraba, deslice mis dedos jugando por su pecho desnudo.
— Yo… —insistí y perdí la voz, suspiré para decir las palabras — quiero que… —balbuceé, la voz se me apagó, sentía un nudo en mi garganta que me estaba impidiendo hablar.
Edward me miraba atento a lo que yo trataba de decirle finalmente me acerque a sus labios y cerré mis ojos para murmurar mi petición contra los suyos, tenía incertidumbre de su reacción.
— Hagamos… un… bebe —concluí temerosa en un hilo de voz, sentí como su cuerpo se tensó, me quede inmóvil rozando sus labios contra los míos, mantenía mis ojos cerrados y mi corazón latía furioso por la ansiedad de su respuesta.
Estábamos congelados ambos sin movernos, él no hacía ni decía nada, solo respiraba y yo estaba con el estomago apretado esperando su respuesta. Sentía como mi corazón se disparaba incluso más si eso era posible, latía furioso y de manera descontrolada en la mitad de mi pecho pero en el fondo temía una respuesta negativa, de todas maneras me parecía justo que esta vez fuera una decisión de ambos y no un azar de la naturaleza, que fuera algo planeado.
— Olvídalo… —dije en un susurro — si no quieres no importa… no te sientas presionado a decir que sí —le dije incorporando mi cuerpo al cabo de unos minutos de tenso silencio, justo cuando iba a salir de la posición en la que estaba Edward me detuvo, se alzo quedando su pecho contra al mío y nuestras caras una frente a la otra, puso una de sus manos sobre la cama para apoyarse y con la otra me acarició el pelo sacando unos infames mechones de cabello que adornaban molestos mi rostro.
— Bella —susurró sus labios cerezas se curvaron en una tímida sonrisa yo lo miré — no se trata de querer o no querer —comenzó a decir suavemente sus facciones eran serias, mis ojos se clavaron en su mirada agua marina — Mi amor no puedes reemplazarlo —agregó un tanto melancólico y yo sonreí apagada bajando la mirada.
—No es eso —respondí y tomé aire, aguarde un minuto para continuar, alce mi mirada para encontrarme con la suya que era tierna, cargada de una comprensión que solo él podría darme — No quiero reemplazarlo —me defendí escuálidamente – Jamás podría reemplazar a nuestro hijo pero quiero tener algo tuyo, quiero que nuestro amor se materialice eso es todo —le explique — Tal vez suene egoísta pero es lo que deseo con todo mi corazón —agregué y él me beso en los labios.
Ese día habíamos tratado de hacer un bebe pero a veces se quieren muchas cosas y Dios dispone otras.
Edward
— ¿Bella te pidió un hijo? —repitió Jacob un tanto sorprendido y era la primera vez que yo iba por iniciativa propia a verlo a su consulta, me miró y luego miro al ventanal, era incomoda la situación, mucho más hablarla con él después que yo mismo sabía lo que sentía por ella.
Tomó aire y se sentó frente a mí.
— ¿Y tú que piensas? —me interrogo cambiando su expresión, supe que estaba hablando el terapeuta no el hombre cuando me miro serio y como odiaba a los psiquiatras, si van a responderte con más preguntas para que demonios uno tiene que ir a verlos.
Si yo supiera que pensar no estaría frente a él ahora mismo, si tuviera todas las respuestas y soluciones las aplico y no pierdo el tiempo revelando intimidades a un completo extraño. Tomé aire pensando que tal vez era el procedimiento, no podía verlo como un solucionador de problemas tenía que verlo como alguien que iba a darme un consejo, un punto de vista pero que la solución o la decisión era finalmente mía.
— Lo que yo pienso —balbucee en un suspiró tratando de ordenar las ideas para que sonarán coherentes — es que no se que pensar —concluí y esa era una respuesta honesta.
Tener un hijo con ella hubiera sido mi máxima aspiración si no fuera porque sentía que estaba tratando de reemplazar al que habíamos perdido para así evadir el dolor, y yo lo consideraba poco sano no solo para Bella sino que para mí también.
— ¿Cuál fue tu respuesta? —reformuló la pregunta y su mirada ahora fue acuciosa, exhaustiva tanto que incluso me sentí intimidado por la manera en que achico esos ojos negros que tenía, el que me mirará como examinando mi reacción activo en mí un cierto mecanismo de defensa. Cambie mi expresión y se que la puse dura, molesta, porque me sentía incomodo, guardamos silencio y lejos de bajar su mirada la sostuvo pude leer en aquel brillo que en el fondo estaba tergiversando mi respuesta. Jacob estaba enjuiciándome sin siquiera saber verdaderamente que sentía — No debí venir —pensé en mi interior y contesté a la defensiva.
— ¿Qué crees tú? —le respondí irónico y me levanté del sillón. Sentí como suspiró y cerró el cuaderno de apuntes.
— Si te pones a la defensiva no puedo ayudarte —fue su respuesta
— Ya veo, responder con preguntas es facultad exclusiva del loquero —acoté mordaz y me miró feo.
En ese minuto supe que me había pasado el limite de la prudencia al llamarlo "loquero". Suspire y me senté nuevamente en el sillón frente a él. Me pregunté cual era el afán de poner un sofá te dejaba en una posición un tanto inferior casi como una camilla y no un sillón cualquiera.
— Creo que trata de reemplazarlo… conforme —respondí a regañadientes.
— No has considerado que tal vez este diciéndote la verdad —contestó calmadamente
— Tiene 26 años, nadie en su sano juicio a esa edad quiere un bebe, menos si no se esta casado —rebatí
— ¿De esa respuesta debo deducir que tú no quieres un hijo? —nuevamente estaban los juicios de valor, había ido a esa consulta para que me ayudara y no para que me hiciera ver como un canalla que no quiere tener un hijo con la mujer que ama.
— Perfecto ahora yo soy el problema —le contesté sin poder evitar alzar la voz de lo enojado que estaba con su actitud.
— ¿Lo eres? —me respondió él y en ese minuto no supe como podíamos haber sido amigos en la infancia, me acordé de esa época y no le conocía esa faceta tan… tan… inquisidora.
— Creo que fue mala idea venir —contesté y me levanté del sillón para irme, ya tenía suficiente con Bella no iba a ponerme a escucharlo a él respecto a que yo era el problema dentro de la relación que estaba teniendo, ya era bastante peso tener que hacerse él valiente y no sufrir delante de ella como para venir ahora a ser enjuiciado por él.
— Guardarse el dolor y hacer como que nada ocurrió no va a ayudarte, al contrario, socavará tu relación y cuando menos lo pienses estarás recriminándole cosas, como por ejemplo que tuviste que contenerla sin poder sufrir la muerte de tu propio hijo —exclamó antes que pudiera siquiera abrir la puerta.
Sus palabras hicieron que me congelará en mi posición, no alcance a abrir la puerta al cabo de unos segundos me giré a mirarlo. Él seguía con su vista en el cuaderno anotando y como odie que me hiciera eso, me reí ante lo tan evidente: no iba a dejarme ir sin psicoanalizarme a mí esta vez. Después de unos segundos alzo la vista.
— Correr no hubiera marcado la diferencia, el resultado habría sido el mismo pero te concedo que te hubieras sentido menos culpable —comentó mirándome directo a los ojos. El recuerdo de ese día se me vino a la mente y se me formo un nudo en la garganta.
— Ese día yo lo ignoré desesperado, quería evitar que tú te quedarás con ella y simplemente ignoré a mi hijo —le contesté y recordé el verdadero motivo de porque me sentía culpable, yo había sido el culpable de que Anthony subiera por esa escalera, había sido descuidado, Jacob alzo la mirada — No puse la barrera de seguridad, mi hijo de cuatro años subió las escaleras porque su padre no hizo lo que debió haber hecho, lo olvidé porque en ese minuto quería ganarte —concluí con la vista perdida y el recuerdo de mi pequeño hijo girándose perdiendo el equilibrio inundo mi mente, mis ojos se nublaron por las lágrimas y sentí un dolor en el corazón que no había sentido desde entonces.
— ¿Le has contado a Bella que te sientes culpable por la muerte de Anthony? —me preguntó de repente haciendome salir del transe
— No —respondí y las lágrimas cayeron solas por mis mejillas.
— Antes de pensar en tener un bebe deberían hablar sobre estas cosas. Mi recomendación como "loquero" es que hables con ella sobre estos temas. No siempre el tiempo cura las heridas Edward y ciertamente que tus culpas no serán curadas trayendo al mundo nuevamente a un hijo —me contestó.
Salí de su consulta más relajado pero aún no sabía como iba a enfrentarla, era difícil hablar sobre mis culpas cuando ella estaba lastimada incluso más que yo. Pero tenía razón, no podíamos traer a un hijo al mundo para acallar el dolor de la perdida de otro.
Me quedé sentado en mi auto en el estacionamiento del edificio, no quería entrar y como deseaba que Bella hubiera salido de casa, no tenía como comenzar una conversación cuerda para poder decirle que no era buena idea lo que había propuesto — ¿Le partiría el corazón? —me pregunté y la respuesta era un si gigante del tamaño de una pancarta.
Me baje del auto y subí al ascensor casi como si estuviera a punto de dar una mala noticia, entré al departamento esperanzado que ella no estuviera pero donde más iba a estar si yo mismo la había dejado con su hermana para poder salir. La risa de ambas me hizo quedarme en la puerta dudando si debía seguir el consejo de Jacob — ¿Qué era lo correcto? —pensé mientras caminaba hasta dar con ellas.
Me sonrió y esa sonrisa no la había visto tan seguido en su rostro desde la muerte de nuestro hijo, Ángela se levantó del suelo y me saludo.
— Bueno ya que estas de vuelta, creo que es mi señal para retirarme, mi marido me va a odiar por dejarlo solo tanto tiempo
— No te vayas todavía —le pidió Bella y yo en mi fuero interno también. Pero finalmente y luego de mucho bromear se fue. Quedamos solos y yo me fui a la cocina tratando de dilatar el momento. Bella me siguió.
— ¿Dónde fuiste? —me preguntó desde el umbral y mi corazón se aceleró. Abrí el refrigerador y me quede mirando al vacío.
— A ver… unos temas de trabajo —le contesté finalmente y ella suspiró apenada.
— ¿Volverás a trabajar? —me preguntó aprehensiva, la miré de reojo, en realidad no quería dejarla sola pero tarde o temprano tendría que hacerlo. Más temprano que tarde, las cuentas no se pagarían solas pensé.
— Todavía no, depende de lo que me ofrezcan —le dije a modo de consuelo. Pero tenía varios ofrecimientos, el problema era que en todos yo debía mudarme fuera del país.
— Hoy deje de cuidarme —me dijo y yo abrí mis ojos desmesuradamente.
Mi corazón parecía latir casi en mis oídos porque el sonido me ensordeció. Las palabras de Jacob se me vinieron a la mente y concentré mi vista en el anillo que yo le había regalado la noche anterior buscando las palabras para decirle que tal vez no era buena idea y debíamos esperar. Me arme de valor y ella me miró aún con esa sonrisa en la cara y como me maldecía por tener que quitársela.
— Bella, no quiero tener un hijo
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Guerrero del Desierto
CAPITULO X
Bella le desabrochó otro botón.
-Túmbate y disfruta. Déjame hacer a mí todo el trabajo.
El silencio llenó la habitación, roto sólo por los sonidos de sus respiraciones. Bella se mordió el labio de nuevo.
-Te dejaré hacer -dijo él poniendo las manos en las caderas de Bella, su piel cálida contra la suya.
Bella sonrió y se puso de puntillas para darle un suave beso en los labios.
-Gracias.
Parecía asombrarle la diversión que aquella situación le causaba a Bella, pero estaba deseando que esta le hiciera lo que quisiera.
-Me encanta tu pecho -dijo ella olvidándose de toda precaución-. Cada vez que te veo salir de la ducha me dan ganas de tirarte en la cama y llenarte de besos -añadió explorando con sus dedos los pequeños pezones. El gemido de Edward fue música para sus oídos.
Envalentonada ante la reacción de Edward, rodeó el cuerpo rígido de este con sus brazos y puso las manos en su espalda. La piel morena estaba tan caliente que casi quemaba. Entonces pasó la lengua por sus pezones. Edward levantó una mano y le acarició el pelo. Bella estaba encantada. Siguió besándole el pecho, alternando suaves y cálidos besos con otros más húmedos. Fue trazando un camino de besos hasta llegar al abdomen y entonces se puso de rodillas frente a él. Extendió la mano para desabrocharle el cinturón y Edward la tomó por el pelo con suavidad haciendo que se levantara.
-Mina -susurró-, ¿no has explorado suficiente ya? -preguntó Edward con un profundo y sensual tono de voz que no hizo sino animarla a continuar.
Bella dio un grito de placer cuando Edward le lamió con fuerza el labio inferior. Se tomó su tiempo besándola, mordisqueándole los labios antes de que abriera la boca. Cuando lo hizo, introdujo la lengua y exploró el interior con su arrogancia innata. Cuando por fin la soltó, sacudió la cabeza, estaba sin aliento y muy excitada.
-No he hecho más que empezar.
Edward levantó una mano y la llevó a la boca de Bella que le chupó los dedos con voluptuosidad, uno a uno, para continuar después con la tórrida caricia en la otra mano, y pasar después a desabrochar los botones de los puños.
-¿Quieres que me la quite? -dijo refiriéndose a la camisa.
-Sí -dijo ella y dio la vuelta hasta ponerse detrás de él para ayudarlo a quitársela. La piel de los hombros estaba caliente y suave. Bella los acarició, cautivada por la forma en que se tensaban al contacto.
La camisa cayó al suelo. Edward hizo ademán de darse la vuelta pero ella le sujetó los brazos y pegó su cuerpo contra el de él.
-No te muevas. Quiero acariciarte la espalda. Presionando con las manos el pecho de Edward, Bella se apartó lo justo para apreciar la perfección de su espalda. Los músculos eran como acero líquido bajo la piel cuando lo acariciaba.
-Eres tan fuerte –susurró Bella con la respiración entrecortada, maravillada por la forma en que Edward jadeaba y se arqueaba contra ella. Aquella reacción era como el más potente de los afrodisíacos-. Y tan hermoso.
-Tú sí que eres hermosa. Yo soy un hombre. -Absoluta y completamente hermoso -dijo ella mordiéndole el omóplato.
-Me encanta que creas que soy hermoso, Mina. Sin embargo, no se lo digas a nadie -contestó él con una risa profunda.
-¿Acaso dañaría tu reputación como jeque duro y muy macho? -se burló ella cubriéndole de besos la espina dorsal al tiempo que lo presionaba con sus pechos medio desnudos, excitándose ella tanto como esperaba le estuviera ocurriendo a él.
Edward tomó aire profundamente.
-No comprendo lo que quieres decir con esa palabra, macho.
Bella comenzó a desabrochar los botones que le restaban a su corpiño, sin dejar de acariciarle la espalda.
-Macho eres tú -dijo mordisqueándole las costillas-. Significa un hombre fuerte y muy viril.
Bella se quitó el corpiño y recorrió la espina dorsal de Edward en sentido ascendente, pero esta vez con la lengua. Excitada por la sensualidad del momento, pegó con fuerza sus pechos contra la espalda de él y fue como si una corriente eléctrica los recorriera al contacto de la piel de cada uno.
Edward dejó escapar un profundo gemido. Consciente de que su pantera estaba a punto de llegar al límite, volvió a ponerse frente a él. La expresión en su cara estaba desprovista de disgusto, el deseo resaltaba en sus rasgos duros.
Excitado más allá de lo imaginable, Edward tenía que tocarla. Levantó una mano y la puso sobre un pecho de Bella. Ella ahogó un grito de placer pero apoyó los dedos en el pecho de Edward para que parara.
-No, por favor -rogó ella en un susurro sensual.
-Vas a matarme si sigues explorándome, Mina -dijo él tomándola en brazos y depositándola en la cama, deseoso de poder acariciarla. Sin separar los ojos del cuerpo femenino, se quitó los zapatos y se bajó la cremallera del pantalón.
-¿Si? -Edward se detuvo en espera de las instrucciones de Bella.
Esta asintió, los ojos abiertos de par en par. Edward se quitó la ropa interior al mismo tiempo que los pantalones. Bella volvió a sorprenderlo al extender la mano y trazar con un dedo el perfil de su miembro erecto. En respuesta, el cuerpo de Edward comenzó a sacudirse con temblores de placer.
-Quítate de ahí, Mina, o me pondré encima de ti ahora mismo y todo esto acabará en minutos.
Ella obedeció con tal prontitud que Edward se sintió el hombre más deseado del mundo. A continuación se tumbó boca arriba en la cama y dobló los brazos bajo la cabeza.
-Creo que tienes cinco minutos más de juegos -advirtió Edward barriendo con su posesiva mirada el cuerpo de su esposa. Pensaba que podía dominar a la bestia que tenía dentro, decirle lo que tenía que sentir por aquella mujer, pero sólo había conseguido aumentar su hambre de ella. Las semanas de fingida calma se desintegraron en aquel momento y el deseo primitivo de tomarla se alzó sin control.
Mientras la miraba, Bella se sentó a horcajadas sobre sus muslos y la falda de gasa los cubrió como una cortina de niebla.
-En ese caso, iré a la clave del asunto -dijo ella y, sin más aviso, tomó con una mano su miembro erecto.
Extasiado, Edward jadeó y empujó su miembro en las manos de Bella. Envalentonada por el gesto de disfrute que Edward ya no ocultaba, Bella aumentó la presión y comenzó a mover la mano arriba y abajo. Terciopelo sobre acero. Un leve gemido escapó de sus labios. Sentía que ella también se excitaba al ver la reacción de él. Edward lucía en las mejillas el rojo abrasador de la pasión y apretaba los dientes extasiado. Bella sentía que quería darle más, dárselo todo, y en un rápido movimiento cambió las manos por la boca.
Los muslos de Edward se volvieron duros como una roca bajo ella. Edward se sentó en la cama y puso las manos en el pelo de Bella. El temor de Bella a que sus caricias no le estuvieran gustando desapareció cuando Edward comenzó a estremecerse sin control acompañado de jadeos profundos.
La exploración minuciosa de Bella hizo añicos el autocontrol de Edward.
-Suficiente -dijo él levantándola.
El rostro sonrojado y apasionado de Bella lo inflamó más todavía. Entonces introdujo una mano bajo la falda de gasa y se encontró con las braguitas de encaje. El sonido del delicado tejido rompiéndose quedó ahogado por los jadeos de ambos. Edward tiró a un lado los restos de la delicada pieza y la tocó con sus dedos. Un calor cremoso le dio la bienvenida.
-Estás muy húmeda, Mina -dijo él alborozado.
Sensibilizada más allá de lo imaginable por el juego erótico, Bella se contoneó con los dedos de Edward dentro de su vagina: quería más.
-Ahora, ahora.
Con una sonrisa, Bella comenzó a moverse. Edward se había rendido a sus deseos hacía ya tiempo.
-Te has excitado con sólo tocarme -comentó él.
-Edward -murmuró ella con las mejillas coloradas. -¿Ahora te muestras tímida?
-No te metas conmigo -dijo ella abriendo los ojos y enfrentándose a él, pero se acercó más y lo abrazó.
-¿Siempre? -preguntó él acariciándola como si fuera un gatito.
-¿Qué? -preguntó ella adormilada sobre su pecho.
-¿Siempre te excitas cuando me tocas? -insistió él teniéndola acurrucada contra su cuerpo. La necesidad de ella que había ocultado muy dentro se rebelaba porque no quería seguir siendo ignorada.
-Me excito con sólo mirarte porque te amo. Y ahora, duérmete -murmuró ella con los ojos cerrados y el cuerpo relajado casi por completo.
-Mina, cuando me tocabas antes casi te he creído -sabía que no lo había oído porque ya estaba dormida. Aunque no importaba mucho porque él si lo haría. Tal vez el hecho de no poder controlar sus sentimientos no era tan desastroso como él había creído, no si ese era el resultado.
Desde su regreso de París, Edward se había dado cuenta de que necesitaba urgentemente destruir las barreras que había entre ellos.
-Obedecerás mis órdenes. Hoy no irás a Zulheina -dijo Edward dando un golpe con la palma de la mano en su escritorio.
-¿Por qué no? Siempre he podido hacerlo -preguntó Bella con los brazos en jarras.
-Te he dado una orden y espero que obedezcas.
Bella dejó escapar el aire a través de los labios fruncidos. ¿Y ella había deseado que aquella fiera y malhumorada criatura regresara?
-¡No soy tu sirviente a la que puedas dar órdenes! -contestó ella perdiendo el control. Después de la poderosa intimidad que habían compartido en los últimos días, podía mostrarse un poco más considerada-. Dame una explicación coherente y me quedaré.
Edward se levantó del escritorio y acercándose a ella la tomó por la cintura. Bella le puso las manos sobre los hombros negándose a que la intimidara de esa forma.
-¿Acaso una organización terrorista se ha infiltrado en Zulheina? -continuó Bella-. No, ya lo tengo. Hoy es la fiesta anual de «Todos contra las Castañas». No, espera, debe ser el día de «Edward, el dictador». ¿Tengo razón? Venga, ¿lo he adivinado? -Bella le empujó furiosa por la forma en que tenía que demostrarle siempre que era más fuerte que ella.
-Déjame ir, pedazo de... no, no puedo llamarte animal porque eso sería insultar al animal -Edward se rió con fuerza, los ojos relucientes-. ¡Déjame, marido!
-Mina -dijo él con una sonrisa cegadora-. Mina, eres magnífica.
Aquello la hizo detenerse. Le había dicho un cumplido. Lo miró con suspicacia.
-¿Qué vas a pedirme?
-Parece que me has insultado tanto que me he vuelto sumiso.
-¡Ja! Tienes la piel más dura que la de un rinoceronte. Lo que yo te diga te resbala. Bájame -dijo ella, pero lo que hizo él fue abrazarla con más fuerza y la llevó así por el pasillo.
-Edward, ¿qué estás haciendo? -mirando alrededor con la esperanza de que no hubiera nadie cerca-. Estoy descalza. ¿Vas a encerrarme en nuestra suite?
-No lo había pensado, pero es una buena idea -dijo él deteniéndose momentáneamente y continuando después.
-Es una mala idea. Muy mala idea -dijo ella sacudiendo la cabeza. Al ver que no respondía, le sacudió los hombros-. No vas a hacerlo, ¿verdad?
-Tengo que encontrar la forma de tratar con la fiera malhumorada con la que me he casado -dijo él abriendo la puerta de la suite y dirigiéndose a su dormitorio.
-¡Malhumorada! ¿Yo? -dijo con el ceño fruncido-. Creo que se te han cruzado los cables.
-Tranquilízate, mi amor.
Disfrutó del placer de acariciarlo cuando se tumbó sobre ella y empezó a acariciarla con sus expertas manos.
-¿Se supone que estás tratando de distraerme?
-¿Y lo he logrado?
-Oh, sí -suspiró ella-, pero dime la verdad, por favor.
-¡Qué criatura tan insistente! -se quejó Edward, pero su tono era afectuoso y sus ojos prometían toda clase de placeres sensuales cuando la miró-. Hoy es la fiesta...
La risa de Bella lo tomó completamente por sorpresa. Edward intentó fruncir el ceño para conseguir someterla pero, como no funcionó, la besó hasta que la hizo callar.
-Como estaba diciendo, es la fiesta de las vírgenes -dijo besándola en el cuello-. Si hubieras llegado unas semanas más tarde, habrías podido tomar parte. Bueno, no lo creo. Estuve a punto de tomarte en el coche. Bueno, como iba diciendo, es un día en el que las mujeres vírgenes de cierta edad hacen una peregrinación a un lugar sagrado.
-¿Adónde?
-Ningún hombre lo sabe -contestó él azorado.
-¿De verdad? -preguntó ella realmente interesada-. ¿Desde cuándo se celebra esta fiesta? -preguntó al ver que él asentía.
-Desde que existe Zulheil.
-¿Y por qué no puedo salir a la calle?
-Si me dejas acabar, Mina, lo sabrás -contestó él agachando la frente hasta apoyarla sobre la de ella.
Bella frunció los labios y lo miró animándolo a continuar. Y lo hizo muy cerca de su boca, rozándole los labios con los suyos, tentándola a abrir la boca.
-No sé lo que hacen y probablemente sea mejor así. Ningún hombre puede salir a la calle hoy.
Bella frunció el ceño, deseosa de preguntar. Edward le leyó la mente.
-Paciencia, mi fierecilla. No hay ningún peligro en que las mujeres casadas vayan con ellas, incluso las mujeres policía.
-¿Mujeres policía? -preguntó Bella sin poder contenerse-. ¿Se les permiten a las mujeres de Zulheil tales ocupaciones?
-Ya te he dicho que aquí respetamos a nuestras mujeres. Las protegemos pero no las encarcelamos -dijo él pasándole la lengua por los labios. El deseo de hacer el amor casi pudo con ella.
-¿Entonces por qué no puedo ir yo?
-Porque -Edward aprovechó que Bella tenía la boca abierta para beber de sus labios-, aparte de las vírgenes, sólo las mujeres casadas que han tenido hijos o llevan casadas cinco años pueden acompañarlas -contestó él acariciándole el estómago en un gesto inequívoco-. Cuando hayas dado a luz a mi hijo, podrás ir.
Bella tragó. La idea de llevar dentro al hijo de Edward era un sueño que no se había atrevido a considerar. Y seguía sin poder hacerlo, mientras le ocultara la verdad de su propio nacimiento. Tenía que decírselo, pero no en ese momento, no cuando parecía que ella realmente le importaba.
-¿Y cómo consigues que los turistas y los que no son de aquí no se inmiscuyan en la peregrinación?
-Zulheil cierra sus fronteras anualmente la semana anterior al viaje. Los que ya están dentro tienen visados que expiran esa misma semana. Ya los visitantes recalcitrantes se los invita a salir del país.
-Se cerraron las fronteras cuando fallecieron tus padres, ¿verdad? -preguntó ella sin pensar, pero tan pronto como las palabras salieron, se preparó para lo que pudiera venir. Hasta el momento, Edward no había querido hablar de la pérdida.
La besó. Fue un beso suave y lleno de cariño, pero sin tintes sexuales. Bella se lo devolvió aunque sin saber lo que estaba ocurriendo.
-Sí -le susurró en la boca-. Durante dos meses, Zulheil estuvo cerrado a los viajeros. Nuestro pueblo necesitaba aceptar la pérdida y el dolor y yo necesitaba tiempo para curar la herida.
-¿Dos meses? ¿No fue uno? -preguntó Bella acariciándole la mejilla. Quería gritar de alegría. Estaba empezando a confiar en ella.
-Yo llegué un mes después de su fallecimiento, ¿recuerdas?
Bella le desabrochó otro botón.
-Túmbate y disfruta. Déjame hacer a mí todo el trabajo.
El silencio llenó la habitación, roto sólo por los sonidos de sus respiraciones. Bella se mordió el labio de nuevo.
-Te dejaré hacer -dijo él poniendo las manos en las caderas de Bella, su piel cálida contra la suya.
Bella sonrió y se puso de puntillas para darle un suave beso en los labios.
-Gracias.
Parecía asombrarle la diversión que aquella situación le causaba a Bella, pero estaba deseando que esta le hiciera lo que quisiera.
-Me encanta tu pecho -dijo ella olvidándose de toda precaución-. Cada vez que te veo salir de la ducha me dan ganas de tirarte en la cama y llenarte de besos -añadió explorando con sus dedos los pequeños pezones. El gemido de Edward fue música para sus oídos.
Envalentonada ante la reacción de Edward, rodeó el cuerpo rígido de este con sus brazos y puso las manos en su espalda. La piel morena estaba tan caliente que casi quemaba. Entonces pasó la lengua por sus pezones. Edward levantó una mano y le acarició el pelo. Bella estaba encantada. Siguió besándole el pecho, alternando suaves y cálidos besos con otros más húmedos. Fue trazando un camino de besos hasta llegar al abdomen y entonces se puso de rodillas frente a él. Extendió la mano para desabrocharle el cinturón y Edward la tomó por el pelo con suavidad haciendo que se levantara.
-Mina -susurró-, ¿no has explorado suficiente ya? -preguntó Edward con un profundo y sensual tono de voz que no hizo sino animarla a continuar.
Bella dio un grito de placer cuando Edward le lamió con fuerza el labio inferior. Se tomó su tiempo besándola, mordisqueándole los labios antes de que abriera la boca. Cuando lo hizo, introdujo la lengua y exploró el interior con su arrogancia innata. Cuando por fin la soltó, sacudió la cabeza, estaba sin aliento y muy excitada.
-No he hecho más que empezar.
Edward levantó una mano y la llevó a la boca de Bella que le chupó los dedos con voluptuosidad, uno a uno, para continuar después con la tórrida caricia en la otra mano, y pasar después a desabrochar los botones de los puños.
-¿Quieres que me la quite? -dijo refiriéndose a la camisa.
-Sí -dijo ella y dio la vuelta hasta ponerse detrás de él para ayudarlo a quitársela. La piel de los hombros estaba caliente y suave. Bella los acarició, cautivada por la forma en que se tensaban al contacto.
La camisa cayó al suelo. Edward hizo ademán de darse la vuelta pero ella le sujetó los brazos y pegó su cuerpo contra el de él.
-No te muevas. Quiero acariciarte la espalda. Presionando con las manos el pecho de Edward, Bella se apartó lo justo para apreciar la perfección de su espalda. Los músculos eran como acero líquido bajo la piel cuando lo acariciaba.
-Eres tan fuerte –susurró Bella con la respiración entrecortada, maravillada por la forma en que Edward jadeaba y se arqueaba contra ella. Aquella reacción era como el más potente de los afrodisíacos-. Y tan hermoso.
-Tú sí que eres hermosa. Yo soy un hombre. -Absoluta y completamente hermoso -dijo ella mordiéndole el omóplato.
-Me encanta que creas que soy hermoso, Mina. Sin embargo, no se lo digas a nadie -contestó él con una risa profunda.
-¿Acaso dañaría tu reputación como jeque duro y muy macho? -se burló ella cubriéndole de besos la espina dorsal al tiempo que lo presionaba con sus pechos medio desnudos, excitándose ella tanto como esperaba le estuviera ocurriendo a él.
Edward tomó aire profundamente.
-No comprendo lo que quieres decir con esa palabra, macho.
Bella comenzó a desabrochar los botones que le restaban a su corpiño, sin dejar de acariciarle la espalda.
-Macho eres tú -dijo mordisqueándole las costillas-. Significa un hombre fuerte y muy viril.
Bella se quitó el corpiño y recorrió la espina dorsal de Edward en sentido ascendente, pero esta vez con la lengua. Excitada por la sensualidad del momento, pegó con fuerza sus pechos contra la espalda de él y fue como si una corriente eléctrica los recorriera al contacto de la piel de cada uno.
Edward dejó escapar un profundo gemido. Consciente de que su pantera estaba a punto de llegar al límite, volvió a ponerse frente a él. La expresión en su cara estaba desprovista de disgusto, el deseo resaltaba en sus rasgos duros.
Excitado más allá de lo imaginable, Edward tenía que tocarla. Levantó una mano y la puso sobre un pecho de Bella. Ella ahogó un grito de placer pero apoyó los dedos en el pecho de Edward para que parara.
-No, por favor -rogó ella en un susurro sensual.
-Vas a matarme si sigues explorándome, Mina -dijo él tomándola en brazos y depositándola en la cama, deseoso de poder acariciarla. Sin separar los ojos del cuerpo femenino, se quitó los zapatos y se bajó la cremallera del pantalón.
-¿Si? -Edward se detuvo en espera de las instrucciones de Bella.
Esta asintió, los ojos abiertos de par en par. Edward se quitó la ropa interior al mismo tiempo que los pantalones. Bella volvió a sorprenderlo al extender la mano y trazar con un dedo el perfil de su miembro erecto. En respuesta, el cuerpo de Edward comenzó a sacudirse con temblores de placer.
-Quítate de ahí, Mina, o me pondré encima de ti ahora mismo y todo esto acabará en minutos.
Ella obedeció con tal prontitud que Edward se sintió el hombre más deseado del mundo. A continuación se tumbó boca arriba en la cama y dobló los brazos bajo la cabeza.
-Creo que tienes cinco minutos más de juegos -advirtió Edward barriendo con su posesiva mirada el cuerpo de su esposa. Pensaba que podía dominar a la bestia que tenía dentro, decirle lo que tenía que sentir por aquella mujer, pero sólo había conseguido aumentar su hambre de ella. Las semanas de fingida calma se desintegraron en aquel momento y el deseo primitivo de tomarla se alzó sin control.
Mientras la miraba, Bella se sentó a horcajadas sobre sus muslos y la falda de gasa los cubrió como una cortina de niebla.
-En ese caso, iré a la clave del asunto -dijo ella y, sin más aviso, tomó con una mano su miembro erecto.
Extasiado, Edward jadeó y empujó su miembro en las manos de Bella. Envalentonada por el gesto de disfrute que Edward ya no ocultaba, Bella aumentó la presión y comenzó a mover la mano arriba y abajo. Terciopelo sobre acero. Un leve gemido escapó de sus labios. Sentía que ella también se excitaba al ver la reacción de él. Edward lucía en las mejillas el rojo abrasador de la pasión y apretaba los dientes extasiado. Bella sentía que quería darle más, dárselo todo, y en un rápido movimiento cambió las manos por la boca.
Los muslos de Edward se volvieron duros como una roca bajo ella. Edward se sentó en la cama y puso las manos en el pelo de Bella. El temor de Bella a que sus caricias no le estuvieran gustando desapareció cuando Edward comenzó a estremecerse sin control acompañado de jadeos profundos.
La exploración minuciosa de Bella hizo añicos el autocontrol de Edward.
-Suficiente -dijo él levantándola.
El rostro sonrojado y apasionado de Bella lo inflamó más todavía. Entonces introdujo una mano bajo la falda de gasa y se encontró con las braguitas de encaje. El sonido del delicado tejido rompiéndose quedó ahogado por los jadeos de ambos. Edward tiró a un lado los restos de la delicada pieza y la tocó con sus dedos. Un calor cremoso le dio la bienvenida.
-Estás muy húmeda, Mina -dijo él alborozado.
Sensibilizada más allá de lo imaginable por el juego erótico, Bella se contoneó con los dedos de Edward dentro de su vagina: quería más.
-Ahora, ahora.
Con una sonrisa, Bella comenzó a moverse. Edward se había rendido a sus deseos hacía ya tiempo.
-Te has excitado con sólo tocarme -comentó él.
-Edward -murmuró ella con las mejillas coloradas. -¿Ahora te muestras tímida?
-No te metas conmigo -dijo ella abriendo los ojos y enfrentándose a él, pero se acercó más y lo abrazó.
-¿Siempre? -preguntó él acariciándola como si fuera un gatito.
-¿Qué? -preguntó ella adormilada sobre su pecho.
-¿Siempre te excitas cuando me tocas? -insistió él teniéndola acurrucada contra su cuerpo. La necesidad de ella que había ocultado muy dentro se rebelaba porque no quería seguir siendo ignorada.
-Me excito con sólo mirarte porque te amo. Y ahora, duérmete -murmuró ella con los ojos cerrados y el cuerpo relajado casi por completo.
-Mina, cuando me tocabas antes casi te he creído -sabía que no lo había oído porque ya estaba dormida. Aunque no importaba mucho porque él si lo haría. Tal vez el hecho de no poder controlar sus sentimientos no era tan desastroso como él había creído, no si ese era el resultado.
Desde su regreso de París, Edward se había dado cuenta de que necesitaba urgentemente destruir las barreras que había entre ellos.
-Obedecerás mis órdenes. Hoy no irás a Zulheina -dijo Edward dando un golpe con la palma de la mano en su escritorio.
-¿Por qué no? Siempre he podido hacerlo -preguntó Bella con los brazos en jarras.
-Te he dado una orden y espero que obedezcas.
Bella dejó escapar el aire a través de los labios fruncidos. ¿Y ella había deseado que aquella fiera y malhumorada criatura regresara?
-¡No soy tu sirviente a la que puedas dar órdenes! -contestó ella perdiendo el control. Después de la poderosa intimidad que habían compartido en los últimos días, podía mostrarse un poco más considerada-. Dame una explicación coherente y me quedaré.
Edward se levantó del escritorio y acercándose a ella la tomó por la cintura. Bella le puso las manos sobre los hombros negándose a que la intimidara de esa forma.
-¿Acaso una organización terrorista se ha infiltrado en Zulheina? -continuó Bella-. No, ya lo tengo. Hoy es la fiesta anual de «Todos contra las Castañas». No, espera, debe ser el día de «Edward, el dictador». ¿Tengo razón? Venga, ¿lo he adivinado? -Bella le empujó furiosa por la forma en que tenía que demostrarle siempre que era más fuerte que ella.
-Déjame ir, pedazo de... no, no puedo llamarte animal porque eso sería insultar al animal -Edward se rió con fuerza, los ojos relucientes-. ¡Déjame, marido!
-Mina -dijo él con una sonrisa cegadora-. Mina, eres magnífica.
Aquello la hizo detenerse. Le había dicho un cumplido. Lo miró con suspicacia.
-¿Qué vas a pedirme?
-Parece que me has insultado tanto que me he vuelto sumiso.
-¡Ja! Tienes la piel más dura que la de un rinoceronte. Lo que yo te diga te resbala. Bájame -dijo ella, pero lo que hizo él fue abrazarla con más fuerza y la llevó así por el pasillo.
-Edward, ¿qué estás haciendo? -mirando alrededor con la esperanza de que no hubiera nadie cerca-. Estoy descalza. ¿Vas a encerrarme en nuestra suite?
-No lo había pensado, pero es una buena idea -dijo él deteniéndose momentáneamente y continuando después.
-Es una mala idea. Muy mala idea -dijo ella sacudiendo la cabeza. Al ver que no respondía, le sacudió los hombros-. No vas a hacerlo, ¿verdad?
-Tengo que encontrar la forma de tratar con la fiera malhumorada con la que me he casado -dijo él abriendo la puerta de la suite y dirigiéndose a su dormitorio.
-¡Malhumorada! ¿Yo? -dijo con el ceño fruncido-. Creo que se te han cruzado los cables.
-Tranquilízate, mi amor.
Disfrutó del placer de acariciarlo cuando se tumbó sobre ella y empezó a acariciarla con sus expertas manos.
-¿Se supone que estás tratando de distraerme?
-¿Y lo he logrado?
-Oh, sí -suspiró ella-, pero dime la verdad, por favor.
-¡Qué criatura tan insistente! -se quejó Edward, pero su tono era afectuoso y sus ojos prometían toda clase de placeres sensuales cuando la miró-. Hoy es la fiesta...
La risa de Bella lo tomó completamente por sorpresa. Edward intentó fruncir el ceño para conseguir someterla pero, como no funcionó, la besó hasta que la hizo callar.
-Como estaba diciendo, es la fiesta de las vírgenes -dijo besándola en el cuello-. Si hubieras llegado unas semanas más tarde, habrías podido tomar parte. Bueno, no lo creo. Estuve a punto de tomarte en el coche. Bueno, como iba diciendo, es un día en el que las mujeres vírgenes de cierta edad hacen una peregrinación a un lugar sagrado.
-¿Adónde?
-Ningún hombre lo sabe -contestó él azorado.
-¿De verdad? -preguntó ella realmente interesada-. ¿Desde cuándo se celebra esta fiesta? -preguntó al ver que él asentía.
-Desde que existe Zulheil.
-¿Y por qué no puedo salir a la calle?
-Si me dejas acabar, Mina, lo sabrás -contestó él agachando la frente hasta apoyarla sobre la de ella.
Bella frunció los labios y lo miró animándolo a continuar. Y lo hizo muy cerca de su boca, rozándole los labios con los suyos, tentándola a abrir la boca.
-No sé lo que hacen y probablemente sea mejor así. Ningún hombre puede salir a la calle hoy.
Bella frunció el ceño, deseosa de preguntar. Edward le leyó la mente.
-Paciencia, mi fierecilla. No hay ningún peligro en que las mujeres casadas vayan con ellas, incluso las mujeres policía.
-¿Mujeres policía? -preguntó Bella sin poder contenerse-. ¿Se les permiten a las mujeres de Zulheil tales ocupaciones?
-Ya te he dicho que aquí respetamos a nuestras mujeres. Las protegemos pero no las encarcelamos -dijo él pasándole la lengua por los labios. El deseo de hacer el amor casi pudo con ella.
-¿Entonces por qué no puedo ir yo?
-Porque -Edward aprovechó que Bella tenía la boca abierta para beber de sus labios-, aparte de las vírgenes, sólo las mujeres casadas que han tenido hijos o llevan casadas cinco años pueden acompañarlas -contestó él acariciándole el estómago en un gesto inequívoco-. Cuando hayas dado a luz a mi hijo, podrás ir.
Bella tragó. La idea de llevar dentro al hijo de Edward era un sueño que no se había atrevido a considerar. Y seguía sin poder hacerlo, mientras le ocultara la verdad de su propio nacimiento. Tenía que decírselo, pero no en ese momento, no cuando parecía que ella realmente le importaba.
-¿Y cómo consigues que los turistas y los que no son de aquí no se inmiscuyan en la peregrinación?
-Zulheil cierra sus fronteras anualmente la semana anterior al viaje. Los que ya están dentro tienen visados que expiran esa misma semana. Ya los visitantes recalcitrantes se los invita a salir del país.
-Se cerraron las fronteras cuando fallecieron tus padres, ¿verdad? -preguntó ella sin pensar, pero tan pronto como las palabras salieron, se preparó para lo que pudiera venir. Hasta el momento, Edward no había querido hablar de la pérdida.
La besó. Fue un beso suave y lleno de cariño, pero sin tintes sexuales. Bella se lo devolvió aunque sin saber lo que estaba ocurriendo.
-Sí -le susurró en la boca-. Durante dos meses, Zulheil estuvo cerrado a los viajeros. Nuestro pueblo necesitaba aceptar la pérdida y el dolor y yo necesitaba tiempo para curar la herida.
-¿Dos meses? ¿No fue uno? -preguntó Bella acariciándole la mejilla. Quería gritar de alegría. Estaba empezando a confiar en ella.
-Yo llegué un mes después de su fallecimiento, ¿recuerdas?
Publicado por anita cullen en 14:23 0 comentarios
Etiquetas: Guerrero del Desierto
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