Dark Chat

domingo, 13 de marzo de 2011

Guerrero del Desierto

CAPITULO X

Bella le desabrochó otro botón.

-Túmbate y disfruta. Déjame hacer a mí todo el trabajo.

El silencio llenó la habitación, roto sólo por los sonidos de sus respiraciones. Bella se mordió el labio de nuevo.

-Te dejaré hacer -dijo él poniendo las manos en las caderas de Bella, su piel cálida contra la suya.

Bella sonrió y se puso de puntillas para darle un suave beso en los labios.

-Gracias.

Parecía asombrarle la diversión que aquella situación le causaba a Bella, pero estaba deseando que esta le hiciera lo que quisiera.

-Me encanta tu pecho -dijo ella olvidándose de toda precaución-. Cada vez que te veo salir de la ducha me dan ganas de tirarte en la cama y llenarte de besos -añadió explorando con sus dedos los pequeños pezones. El gemido de Edward fue música para sus oídos.

Envalentonada ante la reacción de Edward, rodeó el cuerpo rígido de este con sus brazos y puso las manos en su espalda. La piel morena estaba tan caliente que casi quemaba. Entonces pasó la lengua por sus pezones. Edward levantó una mano y le acarició el pelo. Bella estaba encantada. Siguió besándole el pecho, alternando suaves y cálidos besos con otros más húmedos. Fue trazando un camino de besos hasta llegar al abdomen y entonces se puso de rodillas frente a él. Extendió la mano para desabrocharle el cinturón y Edward la tomó por el pelo con suavidad haciendo que se levantara.

-Mina -susurró-, ¿no has explorado suficiente ya? -preguntó Edward con un profundo y sensual tono de voz que no hizo sino animarla a continuar.

Bella dio un grito de placer cuando Edward le lamió con fuerza el labio inferior. Se tomó su tiempo besándola, mordisqueándole los labios antes de que abriera la boca. Cuando lo hizo, introdujo la lengua y exploró el interior con su arrogancia innata. Cuando por fin la soltó, sacudió la cabeza, estaba sin aliento y muy excitada.

-No he hecho más que empezar.

Edward levantó una mano y la llevó a la boca de Bella que le chupó los dedos con voluptuosidad, uno a uno, para continuar después con la tórrida caricia en la otra mano, y pasar después a desabrochar los botones de los puños.

-¿Quieres que me la quite? -dijo refiriéndose a la camisa.

-Sí -dijo ella y dio la vuelta hasta ponerse detrás de él para ayudarlo a quitársela. La piel de los hombros estaba caliente y suave. Bella los acarició, cautivada por la forma en que se tensaban al contacto.

La camisa cayó al suelo. Edward hizo ademán de darse la vuelta pero ella le sujetó los brazos y pegó su cuerpo contra el de él.

-No te muevas. Quiero acariciarte la espalda. Presionando con las manos el pecho de Edward, Bella se apartó lo justo para apreciar la perfección de su espalda. Los músculos eran como acero líquido bajo la piel cuando lo acariciaba.

-Eres tan fuerte –susurró Bella con la respiración entrecortada, maravillada por la forma en que Edward jadeaba y se arqueaba contra ella. Aquella reacción era como el más potente de los afrodisíacos-. Y tan hermoso.

-Tú sí que eres hermosa. Yo soy un hombre. -Absoluta y completamente hermoso -dijo ella mordiéndole el omóplato.

-Me encanta que creas que soy hermoso, Mina. Sin embargo, no se lo digas a nadie -contestó él con una risa profunda.

-¿Acaso dañaría tu reputación como jeque duro y muy macho? -se burló ella cubriéndole de besos la espina dorsal al tiempo que lo presionaba con sus pechos medio desnudos, excitándose ella tanto como esperaba le estuviera ocurriendo a él.

Edward tomó aire profundamente.

-No comprendo lo que quieres decir con esa palabra, macho.

Bella comenzó a desabrochar los botones que le restaban a su corpiño, sin dejar de acariciarle la espalda.

-Macho eres tú -dijo mordisqueándole las costillas-. Significa un hombre fuerte y muy viril.

Bella se quitó el corpiño y recorrió la espina dorsal de Edward en sentido ascendente, pero esta vez con la lengua. Excitada por la sensualidad del momento, pegó con fuerza sus pechos contra la espalda de él y fue como si una corriente eléctrica los recorriera al contacto de la piel de cada uno.

Edward dejó escapar un profundo gemido. Consciente de que su pantera estaba a punto de llegar al límite, volvió a ponerse frente a él. La expresión en su cara estaba desprovista de disgusto, el deseo resaltaba en sus rasgos duros.

Excitado más allá de lo imaginable, Edward tenía que tocarla. Levantó una mano y la puso sobre un pecho de Bella. Ella ahogó un grito de placer pero apoyó los dedos en el pecho de Edward para que parara.

-No, por favor -rogó ella en un susurro sensual.

-Vas a matarme si sigues explorándome, Mina -dijo él tomándola en brazos y depositándola en la cama, deseoso de poder acariciarla. Sin separar los ojos del cuerpo femenino, se quitó los zapatos y se bajó la cremallera del pantalón.

-¿Si? -Edward se detuvo en espera de las instrucciones de Bella.

Esta asintió, los ojos abiertos de par en par. Edward se quitó la ropa interior al mismo tiempo que los pantalones. Bella volvió a sorprenderlo al extender la mano y trazar con un dedo el perfil de su miembro erecto. En respuesta, el cuerpo de Edward comenzó a sacudirse con temblores de placer.

-Quítate de ahí, Mina, o me pondré encima de ti ahora mismo y todo esto acabará en minutos.

Ella obedeció con tal prontitud que Edward se sintió el hombre más deseado del mundo. A continuación se tumbó boca arriba en la cama y dobló los brazos bajo la cabeza.

-Creo que tienes cinco minutos más de juegos -advirtió Edward barriendo con su posesiva mirada el cuerpo de su esposa. Pensaba que podía dominar a la bestia que tenía dentro, decirle lo que tenía que sentir por aquella mujer, pero sólo había conseguido aumentar su hambre de ella. Las semanas de fingida calma se desintegraron en aquel momento y el deseo primitivo de tomarla se alzó sin control.

Mientras la miraba, Bella se sentó a horcajadas sobre sus muslos y la falda de gasa los cubrió como una cortina de niebla.

-En ese caso, iré a la clave del asunto -dijo ella y, sin más aviso, tomó con una mano su miembro erecto.

Extasiado, Edward jadeó y empujó su miembro en las manos de Bella. Envalentonada por el gesto de disfrute que Edward ya no ocultaba, Bella aumentó la presión y comenzó a mover la mano arriba y abajo. Terciopelo sobre acero. Un leve gemido escapó de sus labios. Sentía que ella también se excitaba al ver la reacción de él. Edward lucía en las mejillas el rojo abrasador de la pasión y apretaba los dientes extasiado. Bella sentía que quería darle más, dárselo todo, y en un rápido movimiento cambió las manos por la boca.

Los muslos de Edward se volvieron duros como una roca bajo ella. Edward se sentó en la cama y puso las manos en el pelo de Bella. El temor de Bella a que sus caricias no le estuvieran gustando desapareció cuando Edward comenzó a estremecerse sin control acompañado de jadeos profundos.

La exploración minuciosa de Bella hizo añicos el autocontrol de Edward.

-Suficiente -dijo él levantándola.

El rostro sonrojado y apasionado de Bella lo inflamó más todavía. Entonces introdujo una mano bajo la falda de gasa y se encontró con las braguitas de encaje. El sonido del delicado tejido rompiéndose quedó ahogado por los jadeos de ambos. Edward tiró a un lado los restos de la delicada pieza y la tocó con sus dedos. Un calor cremoso le dio la bienvenida.

-Estás muy húmeda, Mina -dijo él alborozado.

Sensibilizada más allá de lo imaginable por el juego erótico, Bella se contoneó con los dedos de Edward dentro de su vagina: quería más.

-Ahora, ahora.

Con una sonrisa, Bella comenzó a moverse. Edward se había rendido a sus deseos hacía ya tiempo.

-Te has excitado con sólo tocarme -comentó él.

-Edward -murmuró ella con las mejillas coloradas. -¿Ahora te muestras tímida?

-No te metas conmigo -dijo ella abriendo los ojos y enfrentándose a él, pero se acercó más y lo abrazó.

-¿Siempre? -preguntó él acariciándola como si fuera un gatito.

-¿Qué? -preguntó ella adormilada sobre su pecho.

-¿Siempre te excitas cuando me tocas? -insistió él teniéndola acurrucada contra su cuerpo. La necesidad de ella que había ocultado muy dentro se rebelaba porque no quería seguir siendo ignorada.

-Me excito con sólo mirarte porque te amo. Y ahora, duérmete -murmuró ella con los ojos cerrados y el cuerpo relajado casi por completo.

-Mina, cuando me tocabas antes casi te he creído -sabía que no lo había oído porque ya estaba dormida. Aunque no importaba mucho porque él si lo haría. Tal vez el hecho de no poder controlar sus sentimientos no era tan desastroso como él había creído, no si ese era el resultado.

Desde su regreso de París, Edward se había dado cuenta de que necesitaba urgentemente destruir las barreras que había entre ellos.

-Obedecerás mis órdenes. Hoy no irás a Zulheina -dijo Edward dando un golpe con la palma de la mano en su escritorio.

-¿Por qué no? Siempre he podido hacerlo -preguntó Bella con los brazos en jarras.

-Te he dado una orden y espero que obedezcas.

Bella dejó escapar el aire a través de los labios fruncidos. ¿Y ella había deseado que aquella fiera y malhumorada criatura regresara?

-¡No soy tu sirviente a la que puedas dar órdenes! -contestó ella perdiendo el control. Después de la poderosa intimidad que habían compartido en los últimos días, podía mostrarse un poco más considerada-. Dame una explicación coherente y me quedaré.

Edward se levantó del escritorio y acercándose a ella la tomó por la cintura. Bella le puso las manos sobre los hombros negándose a que la intimidara de esa forma.

-¿Acaso una organización terrorista se ha infiltrado en Zulheina? -continuó Bella-. No, ya lo tengo. Hoy es la fiesta anual de «Todos contra las Castañas». No, espera, debe ser el día de «Edward, el dictador». ¿Tengo razón? Venga, ¿lo he adivinado? -Bella le empujó furiosa por la forma en que tenía que demostrarle siempre que era más fuerte que ella.

-Déjame ir, pedazo de... no, no puedo llamarte animal porque eso sería insultar al animal -Edward se rió con fuerza, los ojos relucientes-. ¡Déjame, marido!

-Mina -dijo él con una sonrisa cegadora-. Mina, eres magnífica.

Aquello la hizo detenerse. Le había dicho un cumplido. Lo miró con suspicacia.

-¿Qué vas a pedirme?

-Parece que me has insultado tanto que me he vuelto sumiso.

-¡Ja! Tienes la piel más dura que la de un rinoceronte. Lo que yo te diga te resbala. Bájame -dijo ella, pero lo que hizo él fue abrazarla con más fuerza y la llevó así por el pasillo.

-Edward, ¿qué estás haciendo? -mirando alrededor con la esperanza de que no hubiera nadie cerca-. Estoy descalza. ¿Vas a encerrarme en nuestra suite?

-No lo había pensado, pero es una buena idea -dijo él deteniéndose momentáneamente y continuando después.

-Es una mala idea. Muy mala idea -dijo ella sacudiendo la cabeza. Al ver que no respondía, le sacudió los hombros-. No vas a hacerlo, ¿verdad?

-Tengo que encontrar la forma de tratar con la fiera malhumorada con la que me he casado -dijo él abriendo la puerta de la suite y dirigiéndose a su dormitorio.

-¡Malhumorada! ¿Yo? -dijo con el ceño fruncido-. Creo que se te han cruzado los cables.

-Tranquilízate, mi amor.

Disfrutó del placer de acariciarlo cuando se tumbó sobre ella y empezó a acariciarla con sus expertas manos.

-¿Se supone que estás tratando de distraerme?

-¿Y lo he logrado?

-Oh, sí -suspiró ella-, pero dime la verdad, por favor.

-¡Qué criatura tan insistente! -se quejó Edward, pero su tono era afectuoso y sus ojos prometían toda clase de placeres sensuales cuando la miró-. Hoy es la fiesta...

La risa de Bella lo tomó completamente por sorpresa. Edward intentó fruncir el ceño para conseguir someterla pero, como no funcionó, la besó hasta que la hizo callar.

-Como estaba diciendo, es la fiesta de las vírgenes -dijo besándola en el cuello-. Si hubieras llegado unas semanas más tarde, habrías podido tomar parte. Bueno, no lo creo. Estuve a punto de tomarte en el coche. Bueno, como iba diciendo, es un día en el que las mujeres vírgenes de cierta edad hacen una peregrinación a un lugar sagrado.

-¿Adónde?

-Ningún hombre lo sabe -contestó él azorado.

-¿De verdad? -preguntó ella realmente interesada-. ¿Desde cuándo se celebra esta fiesta? -preguntó al ver que él asentía.

-Desde que existe Zulheil.

-¿Y por qué no puedo salir a la calle?

-Si me dejas acabar, Mina, lo sabrás -contestó él agachando la frente hasta apoyarla sobre la de ella.

Bella frunció los labios y lo miró animándolo a continuar. Y lo hizo muy cerca de su boca, rozándole los labios con los suyos, tentándola a abrir la boca.

-No sé lo que hacen y probablemente sea mejor así. Ningún hombre puede salir a la calle hoy.

Bella frunció el ceño, deseosa de preguntar. Edward le leyó la mente.

-Paciencia, mi fierecilla. No hay ningún peligro en que las mujeres casadas vayan con ellas, incluso las mujeres policía.

-¿Mujeres policía? -preguntó Bella sin poder contenerse-. ¿Se les permiten a las mujeres de Zulheil tales ocupaciones?

-Ya te he dicho que aquí respetamos a nuestras mujeres. Las protegemos pero no las encarcelamos -dijo él pasándole la lengua por los labios. El deseo de hacer el amor casi pudo con ella.

-¿Entonces por qué no puedo ir yo?

-Porque -Edward aprovechó que Bella tenía la boca abierta para beber de sus labios-, aparte de las vírgenes, sólo las mujeres casadas que han tenido hijos o llevan casadas cinco años pueden acompañarlas -contestó él acariciándole el estómago en un gesto inequívoco-. Cuando hayas dado a luz a mi hijo, podrás ir.

Bella tragó. La idea de llevar dentro al hijo de Edward era un sueño que no se había atrevido a considerar. Y seguía sin poder hacerlo, mientras le ocultara la verdad de su propio nacimiento. Tenía que decírselo, pero no en ese momento, no cuando parecía que ella realmente le importaba.

-¿Y cómo consigues que los turistas y los que no son de aquí no se inmiscuyan en la peregrinación?

-Zulheil cierra sus fronteras anualmente la semana anterior al viaje. Los que ya están dentro tienen visados que expiran esa misma semana. Ya los visitantes recalcitrantes se los invita a salir del país.

-Se cerraron las fronteras cuando fallecieron tus padres, ¿verdad? -preguntó ella sin pensar, pero tan pronto como las palabras salieron, se preparó para lo que pudiera venir. Hasta el momento, Edward no había querido hablar de la pérdida.

La besó. Fue un beso suave y lleno de cariño, pero sin tintes sexuales. Bella se lo devolvió aunque sin saber lo que estaba ocurriendo.

-Sí -le susurró en la boca-. Durante dos meses, Zulheil estuvo cerrado a los viajeros. Nuestro pueblo necesitaba aceptar la pérdida y el dolor y yo necesitaba tiempo para curar la herida.

-¿Dos meses? ¿No fue uno? -preguntó Bella acariciándole la mejilla. Quería gritar de alegría. Estaba empezando a confiar en ella.

-Yo llegué un mes después de su fallecimiento, ¿recuerdas?

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