Dark Chat

lunes, 21 de marzo de 2011

Guerrero del Desierto


Holaa mis niñaas!

aqui les dejo el ultimo capitulo de esta linda historia, solo faltaría el epilogo peroo ese lo publicaré el proximo domingoo :)

esperoo les gustee y porfaa dejen sus comentarioos

las qieroo, besitooos (K)

Anitaa Culleen!

*****************************

CAPITULO XI

-A ti se te concedió un visado especial -contestó Edward curvando los labios en una cálida sonrisa.

-Lo sabías. Sabías que venía hacia aquí -dijo ella conteniendo el aliento.

-Soy el jeque de Zulheil. Sí, lo sabía. ¿Por qué viniste si no? -dijo él encogiendo los hombros.

Era la pregunta que él no nunca le había hecho, y la que ella no podía responder sin decirle todo lo demás. Bella le acarició el pelo y supo que le iba a decir la verdad. Cuatro años antes había sido una cobarde y le había costado su amor. Tal vez podría recuperarlo si era valiente. Ya no tendría que seguir ocultando la verdad por miedo a ser rechazada.

-Vine porque me enteré de su muerte y pensé que podrías necesitarme -dijo ella y el cuerpo de Edward se tensó sobre el suyo.

Bella comprendió el rechazo silencioso ante la idea de necesitarla. No estaba preparado para mostrar su vulnerabilidad. Tal vez no lo estuviera nunca, después del duro golpe que se había llevado su orgullo la primera vez. Bella se tragó la desesperación y continuó.

-Pero sobre todo porque yo te necesitaba a ti. Pero hacía mucho tiempo que había decidido volver. Había sentado las bases ya.

-¿Por qué, Mina? -los ojos de Edward eran impenetrables. Hundió los dedos en la tierna carne de sus brazos con fuerza, pero ella había reunido todo el valor. Si Edward se preocupaba por no perder el control de su fuerza, tenía una esperanza.

-Porque no podía seguir viviendo sin ti. No podía soportarlo. Me despertada cada día pensando en ti y me dormía pronunciando tu nombre. Te quiero tanto, Edward, que no puedes ni imaginarlo.

El no respondió con palabras, sólo le dio un tierno beso, un beso de perdón. Bella no forzó la situación. Llevaría tiempo curar las heridas del pasado, pero esperaba tener el valor para lograrlo.

-Los echo de menos -dijo Edward. Bella suspiró y lo dejó hablar

-Me crié sabiendo las responsabilidades que me esperaban pero mis padres se aseguraron de que tuviera una niñez y una adolescencia relativamente libre -la acurrucó con más fuerza contra su cuerpo, como necesitando su calor-. Viajé y aprendí. Me dieron la oportunidad de crecer como un hombre libre al margen del papel que tendría que ocupar en un futuro. Estaré en deuda toda la vida con ellos por haberme dado esa oportunidad. Nuestros hijos tendrán las mismas oportunidades.

-Parece que eran unas personas maravillosas -se atrevió a decir, aunque no quería romper la fragilidad del instante.

-Lo eran -se detuvo, como debatiéndose entre continuar o no. Sus siguientes palabras le llegaron directamente al corazón-. Mi madre se estaba muriendo de cáncer y no me lo dijo.

-¿Muriéndose? -dijo ella conteniendo el aliento.

-Sí, de cáncer -contestó él con voz áspera-. Volvían de la clínica donde estaba recibiendo tratamiento cuando tuvieron el accidente.

Incapaz de imaginar la profundidad de su sufrimiento, Bella parpadeó muy rápidamente para alejar las lágrimas antes de poder hablar.

-¿Le echas a ella la culpa del accidente?

-No, la culpo por no haber confiado en mí, por no haberme dado la oportunidad de ayudarla. Y de decirle adiós.

-Sólo quería proteger a su hijo -dijo Bella comprendiendo los actos de su madre, pero también podía entender el dolor de su guerrero-. No se trataba de confianza. Era el amor de una madre.

-Casi lo he aceptado, pero hay una parte en mí que sigue enfadado con ella por haber tomado la decisión por mí. Tal vez yo podría haber hecho algo. Ahora nunca lo sabré -dijo con un hilo de voz-. Cuando murieron estaba preparado para asumir mis obligaciones, pero no para perder a mis padres. Me sentí perdido, a la deriva emocionalmente. Tienes que entenderlo, era su único hijo, y a pesar de tener grandes amistades, nadie excepto mis padres comprendía la importancia de nuestra posición para el país. Somos los gobernantes y los guardianes de nuestro pueblo. Es un honor y la más pesada de las responsabilidades. Tenía que ser fuerte por mi pueblo pero me sentía como si estuviera encerrado en una caverna de hielo, incapaz de sentir, hasta que...

-¿Hasta que? -preguntó ella conteniendo el aliento una vez más, esperando las palabras que sabía que nunca llegarían pero no podía evitar esperar que ocurriera el milagro.

-Nada -rápido como un rayo Edward cambió las posiciones que estaban ocupando de forma que ella estuviera debajo.

Ella no protestó. Le había dado más de lo que había esperado. El secreto de su madre explicaba muchas cosas. Le dolía pensar en el daño que le debía haber hecho al orgulloso hombre con el que se había casado saber que su madre no le había confiado su verdadero estado de salud. Su madre había tomado esa decisión llevada por el amor hacia su hijo, pero le había hecho mucho daño. Ese fue su último pensamiento antes de que Edward la embriagara con el calor de su pasión hacia ella.

Edward la abrazó después de hacerle el amor, muy afectado tras la confesión de Bella de que lo necesitaba. No podía negar que su mujer había sido sincera con él pero le resultaba difícil confiar en ella por completo. Mientras él había comenzado a bajar los escudos que lo protegían, ella seguía guardándole un secreto y se notaba por la forma en que sus ojos azules se volvían turbios sin previo aviso. Pensaba que se había quedado dormida, pero de pronto lo sorprendió.

-Tengo... tengo que decirte algo.

Conseguir que Bella no notara la súbita tensión que se apoderó de su cuerpo le resultó difícil.

-¿Sí?

Bella fijó la vista en el edredón mientras jugueteaba con las sábanas.

-Cuando nos conocimos... tuve mucho miedo de perderte si te lo contaba. Por eso no te lo dije.

-¿Qué? -preguntó él en una mezcla de esperanza y desilusión. ¿Acaso iba a darle más excusas?

-¿Me prometes algo primero?

Fue el tono vulnerable de su voz lo que hizo que su respuesta fuera gentil.

-¿Qué quieres de mí, Mina?

-Que no me odies -su tono era desesperado, como si ya no tuviera barreras de protección y, de pronto, Edward supo que no sería una nueva excusa.

¿Cómo podría odiarla? Aunque había estado cerca, nunca había odiado a Mina y no podía imaginarse haciéndolo.

-Te doy mi palabra de honor como esposo tuyo -y la abrazó con más fuerza, llenando de ternura el momento. No le gustaba verla sufrir.

-Soy hija ilegítima -confesó ella apretando los puños hasta que los nudillos se pusieron blancos por la tensión.

-¿Ilegítima? -preguntó él mientras ella temblaba entre sus brazos. Se estiró y tomó la manta para cubrirla con ella, abrazándola más contra sí, consciente de la necesidad que tenía Bella en ese momento de recibir su calor.

-Mis... padres son en realidad mis tíos. Mi madre biológica, Renne, me tuvo cuando era una adolescente -Bella tragó con dificultad-. Cuando era una niña, me enteré de que mis padres sólo me habían adoptado para recibir parte de la herencia que Mary había recibido de su abuelo. Nunca me quisieron. Para ellos era... mala sangre.

-¿Y crees que eso me importa? -preguntó él dolido por la falta de confianza de ella.

-Eres un jeque. Deberías haberte casado con una princesa o al menos con alguien que tuviera sangre real. Yo ni siquiera sé el nombre de mi padre.

-Mírame -dijo él haciendo que lo mirara. Bella levantó la cabeza y se encontró con sus ojos, vulnerable pero deseosa de enfrentarse a lo que tuviera que decirle. Edward se sintió orgulloso del coraje de aquella mujercita.

-Nuestro pueblo tiene raíces bárbaras. La decisión de un hombre del desierto es lo que importa. Y yo te elegí a ti para ser mi esposa.

-¿No estás enfadado porque no te lo hubiera dicho antes? -preguntó ella con los ojos húmedos.

-Claro que no estoy enfadado contigo, esposa mía. Me hubiera gustado que me lo dijeras antes, pero no soy un bárbaro que no pueda comprender tu vacilación -dijo volviendo a besarla sabiendo exactamente que necesitaba sentirse querida en aquel momento.

Le pareció que su cuerpo era increíblemente frágil en sus manos, que necesitaba que lo trataran con sumo cuidado.

-¿Por qué no me lo dijiste cuando nos conocimos? -preguntó él cuando Bella estuvo algo más relajada.

-Yo... sólo quería... no quería... no quería sentirme despreciada -dijo con los ojos relucientes por las lágrimas, pero la valiente Bella no las dejó escapar-. Sólo quería ser aceptada.

Edward era consciente de la importancia que había en aquella confesión.

-Entonces, no sufras. Eres aceptada. Como mi esposa, Bella. Lo que fueras antes sólo importa si tú quieres que importe.

Cualquier resto de dolor o de rabia que pudiera haber sentido Edward desapareció ante la abrumadora necesidad de proteger a su esposa para evitar que sufriera más.

Lentamente, casi con timidez, Bella rodeó la cintura de Edward con sus brazos.

-¿De verdad? -preguntó con suavidad.

-¿Me estás diciendo que el jeque de Zulheil te mentiría? -preguntó él y una temblorosa sonrisa se apoderó de los labios de Bella.

Edward se sintió orgulloso de hacerla reír. Mina era suya y tenía que cuidarla.

-Eres el equivalente de una reina. Nadie tiene derecho a hacer que te sientas despreciada -mataría a quien osara tratar a su Mina como un ser inferior-. Nadie. ¿Lo has comprendido, esposa mía?

Finalmente, Bella asintió, mostrándole una espléndida sonrisa. ¿Cómo podría seguir combatiendo sus sentimientos hacia ella después de su confesión? ¿Cómo podría hacerle el mismo daño que le había hecho su familia, al no mostrarle el amor que ella necesitaba?

Bella cerró la puerta a la última visita del día y se dirigió al despacho de Edward. Desde que había empezado a ayudar a su marido, su autoestima había crecido.

-Pareces contenta contigo misma.

-Edward -Bella se lanzó a sus brazos. Su necesidad de tocarlo aumentaba cada día-. Pensé que estarías en el despacho.

-He terminado por hoy. Tú haces que mis tareas sean mucho más fáciles de sobrellevar -dijo tomándole el rostro entre sus manos. ¿Estás segura de que puedes con tanto? -preguntó mostrándose serio-. No me gustaría que cayeras enferma.

-¿Crees que tengo aspecto de estar enferma o cansada? -preguntó ella girando la cara en su mano.

-Brillas tanto como la roca cristalina de este palacio -dijo él sacudiendo la cabeza.

-Eso es porque he encontrado un lugar en que me siento a gusto, al fin -dijo Bella, y se sorprendió de lo cierto que era.

Edward no la detuvo cuando echó a andar hacia su suite. Deslizó sus dedos entre los suyos y aminoró el paso para acomodarse al de ella, más corto. Así lo condujo hasta el jardín de sus habitaciones.

-Parece como si el sol le sonriera al mundo -dijo ella sin soltar la mano de Edward. En el cielo, una gama de rojos, naranjas y amarillos brillaban sobre el fondo rosa pálido del atardecer. Todo estaba en calma.

-Tú formas parte de ese sol, Mina -dijo él retirándole un mechón de pelo de la cara.

-Yo formo parte de esto -dijo ella mirándolo.

-Sí -contestó él poniéndole el brazo alrededor de la cintura. Bella apoyó la cabeza en su pecho.

-Sé que no te sentías parte de la familia en tu casa, pero ¿había alguna otra razón aparte de que no eras su hija?

La pregunta fue de lo más inesperada, pero aprovechó la oportunidad que le daba Edward para hacerle comprender la niñez que había tenido.

-Sabes que mi hermana Jesica es muy hermosa.

-Es fría. No tiene tu fuego -dijo Edward como si fuera una verdad evidente.

-¿De verdad lo piensas? -dijo ella abriendo mucho los ojos.

-Un hombre sería un necio si se dejara capturar por el brillo del oro falso y pasara por alto la serena belleza del oro puro.

No la estaba mirando y Bella no sabía si sus palabras eran un cumplido para ella o una afirmación general.

-Nunca le gusté a Jesica. y no sé por qué, pero me dolía mucho cuando éramos pequeñas. Es mi hermana mayor y siempre quise que fuéramos amigas.

Edward se vio obligado a tranquilizar el dolor que se dejaba sentir en la voz de Bella.

-Tenía celos de ti. Me di cuenta la primera vez que nos vimos. Cuando crecieras, le harías la competencia, y Jesica no es de las que soportan algo así.

-Gracias por el cumplido, pero no soy ni la mitad de hermosa que ella.

-El fuego que hay en ti no está sólo en tu cuerpo, sino también en tu alma -dijo Edward abrazándola con fuerza-. Tu hermana sabía que ella se haría más y más fría e incapaz de sentir, mientras que tú te harías más y más cálida con los años, y tu belleza se haría más sorprendente -añadió Edward que no había querido decir tanto. No estaba muy seguro de si quería mostrarle que cada vez se estaba haciendo un hueco mayor en su corazón. .

-Es lo más bonito que nadie me ha dicho nunca -dijo ella con los ojos relucientes de alegría y aquello lo tranquilizó.

Si dejar que Mina viera que le importaba la ayudaba a curar sus heridas, se arriesgaría a darle lo que quería.

-¿Qué más, Mina?

Bella continuó porque necesitaba que lo supiera todo, que la amara a pesar de sus imperfecciones.

-Nunca me sentí parte integrante de la familia por culpa de Jesica y de la forma en que mis padres tomaban siempre parte por ella. Luego estaban Seth y Jared.

-¿Te hicieron daño tus hermanos? -preguntó Edward con un tono tan peligrosamente tranquilo que la asustó.

-Oh, no. Seth es un genio que siempre estaba en su laboratorio o estudiando. Era amable conmigo cuando recordaba que existía. Jared acaba de cumplir veintiuno. Nacimos... -se detuvo-. ...con un año de diferencia. Jared es el pequeño de la familia. Es un gran deportista. Lleva tres años estudiando en Estados Unidos con una beca de fútbol.

-No veo lo que tratas de decirme -dijo Edward girándola. Bella vio que Edward estaba frunciendo el ceño y supo que estaba diciendo la verdad.

-Yo era tan normal -dijo Bella. Incluso en ese momento su miedo de la niñez a que él también la tratara como el resto de su familia la atenazaba-. A mí no se me veía entre la brillantez de los tres juntos. Yo sólo era... yo.

-Incluso entre un millón de personas, Mina, sobresaldrías. La primera vez que te vi estabas con tu familia y yo sólo te vi a ti -dijo él con suavidad aunque sus palabras retumbaron en el interior de Bella.

Seducida por la inesperada ternura, casi le dijo de nuevo que lo amaba, pero la parte de ella que necesitaba desesperadamente ser correspondida la detuvo. No podría soportar que la ignorase, o lo que era peor, que la mirara desconcertado, pensando que esa no era la naturaleza de su relación. Allí de pie, mirando atardecer, tuvo la sensación inminente de que algo malo iba a pasar. No lograba quitarse de encima la sensación de que iba a perder a Edward.

Días después, Bella caminaba por los jardines del palacio, entre la gente de Zulheil, bañada por la luz suave del atardecer.

-Como consejera tuya, tengo que informarte –dijo Alice con los ojos divertidos.

-Escupe -dijo Bella, relajada en la presencia de aquella mujer que se había convertido en su mejor amiga.

-No pierdas de vista a esa mujer -dijo Alice asintiendo discretamente hacia una mujer de belleza muy exótica.

-¿Por qué? -dijo Bella. Ella no había hablado con esa mujer, pero admiraba su forma de vestir, re- catada pero sexy.

-La familia de Tanya es la más poderosa de Abraz y deseaban que se casara con Edward. A ella también le agradaba la idea. Entonces llegaste tú. No está de más conocer a quienes te guardan rencor.

«Te olvidará en cuanto se cruce en su camino una bonita princesa».

Como en un mal sueño, la risa despreciable de su hermana retumbó en sus oídos, describiendo a la perfección la sensualidad de Tanya. Bella apretó los dientes y luchó contra sus fantasmas. Edward se había casado con ella, y no era un hombre que hiciera las cosas a la ligera.

Edward miró a Bella moverse por el jardín. Tenía una sonrisa brillante y una gracia única. Se sentía como en casa entre su pueblo, una mujer con confianza en sí misma. Nada quedaba ya de la niña que le había roto el corazón.

Tal vez pudiera confiar en aquella mujer maravillosa. La mujer que podía dejarlo sin respiración con gran facilidad. Planeaba marcharse a Sydney en una semana, y esta vez, no dejaría a Mina en casa. La mujer en la que su Bella se había convertido merecía ser libre. Y merecía su confianza.

Al ver que estaba tranquila junto al lago en una esquina del jardín, se dirigió hacia ella.

-¿Por qué estás tan callada, mi Bella? -le preguntó Edward al oído.

-Me sorprende ver que la gente de Zulheil me haya aceptado -dijo ella, y no era toda la verdad, aunque tampoco era mentira. Las palabras de Alice le habían hecho preguntarse si sería tan obvio el amor que sentía por Edward, porque si su pueblo podía verlo, ¿por qué su marido no?

-Eres mi esposa. Nunca dudaron -le dijo acariciándole la parte baja de la espalda-. Y ahora dime qué es lo que verdaderamente te preocupa.

La capacidad intuitiva de su marido la dejó asombrada.

-Tanya.

-Uno de mis consejeros tiene que aprender a ser más discreto -contestó él alzando una ceja.

-Ahora es mi consejera. Gracias -respondió ella-. Veo que lo sabes.

-Es un cotilleo que todos conocen -dijo él riéndose visiblemente divertido.

-Información esencial diría yo -respondió ella con una sonrisa-. ¿Y bien?

-¿Cómo pueden las mujeres decir tanto con una sola palabra? -dijo Edward abrazándola cuando ella intentó abrir la boca-. La familia de Tanya quería cerrar un trato político. Yo no.

-Es muy hermosa -dijo Bella aunque las palabras de Edward, eminentemente prácticas, la calmaron algo..

-Las mujeres hermosas no hacen sino causar problemas a los hombres -respondió Edward mirándola con detenimiento, aunque fue la ternura de su tono de voz lo que más la impresionó.

Halagada por el sutil comentario, Bella hizo algo que raramente se permitía, insegura de la reacción de Edward. Se puso de puntillas, y le dio un tímido beso en los labios.

-Yo pienso lo mismo de los hombres condenadamente guapos.

La risa de sorpresa que escapó de la garganta de Edward hizo que todo el mundo se diera la vuelta para mirar, y a continuación todos sonrieron. Sin embargo nadie molestó a la pareja real.

-¿Qué significa «Bella al eha Jeque»? -preguntó ya que parecía que podía tenerlo para ella unos minutos.

-No te gustará, mi dulce e independiente mujercita -contestó él con una sonrisa traviesa.

Bella ladeó la cabeza sorprendida del tono de Edward. A menos que ella lo pinchara, su marido no solía mostrarse tan juguetón.

-¿Qué?

-La traducción literal es «Bella la que pertenece al jeque». Saben que eres mía.

-Son tan malvados como tú -dijo ella sacudiendo la cabeza.

Edward se encogió de hombros.

-Es un tratamiento honorífico. Si no les gustaras, te habrían llamado esto -y emitió un sonido que no le resultaba familiar.

-¿Qué significa?

-Significa «la que está casada con el jeque».

-¿Y qué hay de malo en ello? -preguntó Bella frunciendo el ceño.

-En el sentido estricto; es un tratamiento respetuoso, pero si el pueblo se refiere así a la esposa del jeque, es porque no creen que sea la mujer perfecta para gobernar con él.

-Es extraño. Significa eso que tú eres Edward al eha Bella?

Edward se rió pero no tuvo opción de responder porque en ese momento una pareja los interrumpió para despedirse de ellos. Aro y Cayo eran embajadores llegados del otro extremo del reino.

-Os deseo buen viaje -dijo Edward con un tono ligeramente distinto al empleado con Bella.

Aro se inclinó, con un gesto de aprobación en el rostro. Cayo juntó las manos y bajó la cabeza en señal de respeto.

-Regresamos a Razarah con buenas noticias para nuestra tribu -dijo Aro mirando a Bella-. Les hablaremos de las puestas de sol y los cielos azules.

-¿Todo bien en Razarah?

-Todo bien en Razarah -contestó Aro cuyos ojos color avellana se mostraban cálidos.

-Como siempre, estarás en nuestras oraciones -los ojos de Cayo se encontraron con los de Bella-. Cantaré por ti, Bella al eha Jeque.

Sin comprender el significado oculto bajo las palabras de Cayo, Bella supo que acababa de hacerle un cumplido. Bajó la cabeza imitando el gesto real de Edward sin pensar conscientemente lo que hacía.

-Gracias. Os deseo buen viaje.

-Vamos, responderé a tus preguntas en nuestra suite.

-¿Cómo has sabido que quería hacerte una pregunta? -preguntó Bella dejándose guiar por él.

-Tú siempre pones una mirada muy particular, que afea bastante tu rostro. Deberías dejar de hacer preguntas.

-Eres un ser terrible, lo sabes, ¿verdad? -dijo ella riéndose, consciente de que a él le gustaba la curiosidad que mostraba por todo y su deseo de aprender.

-Te tengo a ti para decírmelo -dijo Edward tirando de ella y cerrando la puerta después. La apretó contra la puerta antes de tantear con sus manos por encima del vestido que llevaba puesto.

-¿Dónde están los botones?

La pasión de Edward era tan arrebatadora que la piel de Bella echaba chispas. Llegaron tarde a cenar. Bella se acordó de la pregunta que quería hacerle cuando estaban ya en la cama. Se volvió hacia Edward y se puso encima de él.

-¿Por qué va a cantar Cayo por mí?

Los ojos de Edward eran indescifrables, tenía la expresión de una pantera saciada. Edward le pasó un dedo por el labio inferior.

-El Canto de los Obsequios es único en Zulheil -explicó Edward-. Como ya sabes, nuestro país se rige por las costumbres del pasado. Es lo que nos diferencia de nuestros vecinos.

-El Canto de los Obsequios -murmuró Bella pensando en la información y disfrutando de la exploración que Edward estaba llevando a cabo en su rostro-. ¿Entonces su canto es un obsequio?

-No. Cantará para pedir que te sea concedido un obsequio.

Bella le besó los dedos cuando este los pasó por sus labios. Edward sonrió y continuó con la caricia, trazando un camino por la mejilla hasta llegar a la oreja.

-¿Qué obsequio?

-Un hijo. En las próximas semanas se entonarán en todo Zulheil numerosos cantos para pedir lo mismo -dijo Edward riéndose-. Mi pueblo ha decidido que eres la mujer que deberá dar a luz a la siguiente generación.

-No pierden el tiempo, ¿eh? -dijo ella trepando por su cuerpo hasta que sus labios estuvieron justo encima de los de él.

-Eres joven, Bella, y no estás embarazada pero, si quieres, esperaremos.

Bella pensó con tristeza que habían perdido ya demasiado tiempo.

-Puede que sea joven, pero siempre he sabido que seria la madre de tu hijo.

La expresión de Edward se volvió gris de repente.

-Ve aquí, Mina. Ámame y convénceme de que tus palabras son ciertas.

Le dio todo lo que tenía dentro, pero algo le decía que no era suficiente. Edward necesitaba algo más de ella, algo que nunca le había pedido y que ella no podía adivinar. Se quedó dormida con un nudo en la garganta. El miedo que había estado carcomiéndole las entrañas volvió con más fuerza, persiguiéndola en sueños como una premonición de pérdida y sufrimiento.

-¿No estás emocionada con el viaje, mi Bella?

-Claro. Asistir a la Semana Australiana de la Moda será una magnífica experiencia -dijo Bella retirando la vista de la ventana del avión.

-Aun así estás preocupada -dijo él frunciendo el ceño.

-Supongo que un poco. Es la primera vez que me dejas salir de Zulheil -dijo ella mordiéndose el labio ante lo perceptible que era su esposo cuando se trataba de ella.

-y volverás a Zulheil -dijo él con voz dura, apretando la mano de ella.

-Sí -dijo ella. Iría allí doNde Edward estuviera-. ¿Estarás muy ocupado con la conferencia sobre energía?

-Siento que no puedas participar -dijo él frunciendo los labios en un gesto ácido-. Zulheil permite que sus mujeres tomen parte en sus discusiones, pero la mayoría de los países árabes que tomarán parte en la conferencia no opinan igual. Los que están de acuerdo con la forma de gobierno de Zulheil me están ayudando a cambiar la opinión de los otros, pero los avances son lentos.

-y presionarlos en presencia mía destruiría todo lo que has conseguido hasta ahora.

-Exacto. Aunque en esta conferencia estarán presentes los líderes del mundo occidental también, y sus mujeres, es de nuestros vecinos de los que debemos tener cuidado. No puedo permitirme tomar una posición demasiado radical y separarme del resto de las grandes potencias que rodean nuestro país.

Bella asintió consciente del delicado equilibrio que buscaba conseguir en la conferencia.

-Paso a paso. Tal vez cuando tenga cincuenta años podré presidir la conferencia -bromeó.

Edward no respondió. Cuando ella volvió la cabeza hacia él se lo encontró mirándola fijamente.

-¿Qué?

-Llevaremos casados veintiocho años para entonces.

-Dios mío. No había pensado en ello.

-Entonces quizás deberías hacerlo.

Su enigmática afirmación la acompañó durante todo el viaje. Aterrizaron en el aeropuerto de Sydney a las dos de la mañana. En la aduana, Bella confundió sus dos pasaportes.

-Perdón. Este es el que necesita -dijo dándole el pasaporte expedido recientemente en Zulheil y guardó el otro. Edward no le dijo nada hasta que estuvieron en la limusina camino del hotel.

-¿Por qué has traído los dos pasaportes?

-El pasaporte neozelandés estaba en el bolsillo de la maleta desde que llegué a Zulheil. Lo había olvidado -contestó ella sin darle importancia mientras miraba las luces de la ciudad.

Edwaerd no dijo nada más al respecto y se sentó junto a ella bromeando por su interés en el escenario nocturno. Ella le devolvió las bromas, pero cuando llegaron al hotel, exhaustos después del largo viaje, cayó rendida.

Edward la despertó justo antes del amanecer. No había tenido la intención de darle una mala contestación en el avión, y se había sentido muy mal al hacerlo, y ver el dolor en sus expresivos ojos. No era culpa suya tampoco que él tuviera... miedo. Miedo de que volviera a tomar una decisión que le rompiera el alma. Odiaba esa sensación.

Y aun así no podía dejarla en Zulheil. Se habría sentido rechazada una vez más. Le acarició la mejilla y sintió que algo en su interior suspiraba en señal de rendición.

Aunque ella no lo sabía, Bella tenía una vez más su corazón a su entera disposición.

-Tengo pases para la mayoría de los desfiles -dijo Bella sacudiendo los papeles delante de Edward. Este dejó de abrocharse la camisa blanca y se acercó a ella.

-Emmett te acompañará.

-Se aburrirá mortalmente -dijo ella mientras lo ayudaba a abrocharse la camisa.

Edward se ajustó los puños, e hizo que lo mirara a los ojos, de un color verde intenso.

-No lo hago para vigilarte, Mina. Eres la esposa del Jeque de Zulheil. Hay personas que te harían daño para llegar hasta mí -dijo él con suavidad.

-No lo había pensado. Supongo que sigo sin acostumbrarme a ser tu esposa -contestó ella consciente de que había dicho las palabras incorrectas nada más salieron de su boca.

Edward tensó la mandíbula con determinación en un gesto que ella conocía bien, y sus manos se cerraron sobre sus muñecas como si fueran unas esposas de acero.

-Eso nunca cambiará, así es que será mejor que te acostumbres -y diciendo esto agachó la cabeza y le buscó los labios para sellarlos con un posesivo beso-. Me perteneces.

Bella pensó que Edward iba a marcharse dejándola con esa imagen de desconfianza. En vez de eso, Edward se giró cuando estaba en la puerta y acortando los pasos hasta ella, los hombros rígidos.

-Mina -la mirada se le había vuelto lúgubre y turbulenta, pero le acarició la mejilla con un dedo muy suavemente. Era su forma de pedir disculpas.

Con sumo cuidado, Bella se puso de puntillas y depositó un beso en los labios de Edward.

-Yo sé que soy tu esposa, Edward. Lo sé.

El asintió y la expresión de sus ojos era indescifrable.

-Ten cuidado, esposa. No quiero perderte -y con esas palabras se fue, dejándola temblando ante el poder de la afirmación.

Tanto si tenía lugar en Sydney o en Melboume, la Semana Australiana de la Moda era una de las citas más importantes del mundo. Bella estaba encantada, aunque no podía olvidar las palabras de Edward. Sin embargo, no tenía que preocuparse por Emmett. Su musculoso guardaespaldas estaba disfrutando mucho admirando a las modelos de las pasarelas, y con la moda en sí. Le estaba comentando algo de una espectacular modelo de pelo rubio cuando Bella sintió que alguien le tocaba en el hombro y dio un grito de sorpresa. Emmett se movió tan rápido que Bella no vio lo que hacía. De pronto, estaba delante de ella bloqueándole la visión. En seguida, una carcajada familiar le llegó a través de la barrera humana.

-Está bien, Emmett -dijo Bella saliendo de detrás de su espalda al ver que este no quería echarse a un lado-. Es mi hermana.

-Hola, Bella -dijo Jesica arrastrando las palabras.

-Jesica.

La belleza de su hermana parecía haber aumentado. Jesica curvó los labios en una fría sonrisa.

-Así es que dime, ¿qué se siente siendo parte de un harén?

-Soy la esposa de Edward.

Jesica no ocultó su sorpresa lo suficientemente rápido. Un tono de amargura tiñó sus hermosos ojos durante un segundo.

-Vaya, vaya. Así es que te llevaste el pez gordo; al final -dijo mirando por encima del hombro-. Ha sido un placer, pero ahora debo irme. Mike me estará buscando.

Jesica se giró y desapareció tras las luces de las pasarelas antes de que Bella pudiera decir nada. El encuentro la dejó confusa.

-No os parecéis -dijo Emmett poniéndose a su lado otra vez, con un gesto de desaprobación en la cara.

-No. Ella es muy hermosa.

-Y fría. Helada.

Las palabras de Emmett le recordaron a Bella las de Edward. De pronto, su corazón se sintió más ligero, despreocupado. Su marido la había elegido a ella porque pensaba que era lo suficientemente buena para él como era, y eso era lo que importaba.

-¿Cómo han ido las negociaciones? -preguntó Bella en la cena. Había decidido que comerían en la suite pensando que Edward necesitaría algo de paz y tranquilidad.

Edward se pasó la mano por el pelo mojado, recién duchado.

-Tal como esperaba. Los países que poseen el petróleo quieren seguir disfrutando de su posición de poder y no quieren oír hablar de otras alternativas.

-¿Y no es esa una posición con poca visión de futuro? El petróleo se acabará algún día.

-Exacto -afirmó él, los ojos relucientes de aprobación-. Y no se trata sólo de dinero sino de nuestro mundo.

-En calidad de ex neozelandesa, estoy de acuerdo contigo. Los kiwis son más grandes en una tierra verde y sin contaminación -Bella extendió la mano y acarició la de él.

-¿Lo eres? -preguntó él atrapando su mano.

-¿Soy qué?

-Una ex neozelandesa.

-¿No lo soy? Cuando me casé contigo, adquirí nacionalidad de Zulheil, ¿no?

-Zulheil admite doble nacionalidad -contestó él asintiendo.

-No lo sabía -sonrió-. Mi corazón está contigo y con tu tierra, Edward. Zulheil es mi hogar.

-¿No tienes ganas de volver con tu familia? -Edward comenzó a acariciarle la muñeca en pequeños círculos.

-Vi a Jesica esta tarde -dijo Bella. Sabía que su rostro era triste. A pesar de lo mal que la habían tratado, no dejaban de ser su familia. Una vida entera no podía olvidarse tan rápidamente.

-¿Tu hermana está bien? -preguntó él con despreocupación fingida porque sus ojos estaban alerta.

-Ya conoces a Jesica -contestó Bella encogiendo los hombros.

Edward no dijo nada, sólo la miró y sus ojos parecieron penetrar en su alma. Esa noche, Edward le hizo el amor tierna y cariñosamente, como si tratara de calmarle el dolor. En cuanto la tocó, Bella olvidó los comentarios de Jesica; nada le importaba excepto su guerrero del desierto.

Bella pasó la mayor parte del día siguiente comprando regalos. Emmett era como un cachorro gigante que la acompañaba y le daba sugerencias para las compras.

-Tu hermana se está acercando a nosotros -dijo de repente.

Bella alzó la vista sorprendida.

-¿Quieres que comamos juntas, hermanita?

Por una vez, sus palabras no sonaron sarcásticas ni amargas, y Bella no pudo rechazar la invitación. Era difícil romper los viejos hábitos y que una hermana que siempre se había mostrado inalcanzable se acercara en son de paz era uno demasiado bueno para dejarlo escapar.

.Antes de llegar al coche, Jesica preguntó si podían detenerse en la agencia de viajes.

-Tengo que recoger unos billetes -dijo sonriendo a Jamar.

-Vamos a detenernos en la agencia de viajes a recoger unos billetes. ¿Se lo puedes decir al conductor? -dijo Bella a Emmett con una sonrisa.

Emmett frunció el ceño pero hizo lo que le ordenaban y se sentó en el asiento del copiloto mientras las dos hermanas se sentaban en el asiento trasero. El coche no contaba con cristal divisorio entre el conductor y el asiento de atrás. Consciente de ello, Bella hablaba en voz baja mientras charlaba con Jesica. En un momento dado, Bella admitió que echaba de menos a la familia.

-Entonces, ¿cuándo vuelves a Nueva Zelanda? Te compraré un billete ahora mismo -dijo Jesica en voz alta.

-Veré si Edward tiene algo de tiempo libre después de la conferencia -contestó Bella con tono tranquilo, preguntándose si podría convencer a su marido de que regresaran al lugar en el que tanto daño le había hecho.

Para su sorpresa, la comida fue de lo más agradable. Quería saber cosas de la familia y Jesica no paró de contárselas.

-Gracias -dijo después de pagar la cuenta-. Necesitaba saber de todos vosotros.

-Tal vez nos veamos de nuevo. Ahora somos personas adultas -contestó Jesica.

Bella asintió. Ya no era la niña ingenua de antes y parecía que su hermana la respetaba. Tal vez después de haberse casado con un miembro de la aristocracia de Boston, Mike Newton, Jesica habría madurado y olvidado el odio que sentía hacia Edward.

Bella no tuvo ni idea de lo equivocada que estaba hasta esa misma noche.

Estaba en la ducha cuando Edward regresó. Cuando Bella entró en el dormitorio envuelta en la toalla se encontró con él que la miraba con unos ojos llenos de pura rabia.

-¿Edward? ¿Qué pasa? -preguntó ella transfigurada por el miedo.

Edward permanecía en el otro extremo de la habitación, controlándose.

-¿Te lo has pasado bien riéndote de mí, Bella? -preguntó él con voz tranquila bajo la que vibraba una furia atronadora.

-¿Qué?

-¡No te hagas la inocente! Y pensar que había creído que habías cambiado.

Arrastró la mirada por el cuerpo de Bella con tal ira que esta no quería que se le acercara. Al mismo tiempo, le dolía que estuviera tan lejos de ella, tan inalcanzable.

-Desafortunadamente para ti, tu hermana me ha contado tus planes.

-¿Qué planes? -preguntó ella poniéndose rígida.

-Tu hermana me dijo cuánto sentía tu deserción. Dijo que tenía que comprender que no podías casarte con un hombre como yo.

Bella no salía de su asombro. Entonces, Edward sacó algo del bolsillo y se lo tiró, pero ella no se movió para ver qué era.

-¡No le dijiste que era tu marido! -continuó Edward-. ¿Qué pensabas hacer cuando me abandonaras? ¿Pedir el divorcio, o simplemente ignorar que te habías casado por el rito de Zulheil? -el dolor que supuraba de esas palabras la hirió como un cuchillo.

Jesica había hecho todo aquello, pero no se saldría con la suya, pensó Bella. Su mentira era enorme, demasiado increíble. Seguramente Edward vería la verdad. Sabía cómo era Jesica.

-No estoy planeando abandonarte. Te ha mentido.

-Lo estás empeorando con más mentiras. El billete de avión que Jesica me pidió que te diera está a tu nombre, y eso no miente.

Con manos temblorosas que apenas podían sostener la toalla, Bella tomó el billete. Estaba a su nombre, y lo que era peor, detallaba los datos de su pasaporte. Era extraño, pero para su marido eran pruebas irrefutables de su traición.

-No -gritó-. Yo nunca haría algo así. Mi familia guardaba todos estos datos.

-¡Ya basta! He sido un idiota al creerte, después de todo, pero Emmett oyó cómo planeabais tu deserción -dijo Edward con una mueca.

Era obvio que Emmett no había oído la respuesta que le había dado a su hermana. Se movió hacia él, olvidando que llevaba puesta la toalla.

-Escucha

-La verdad está clara. Siempre he sabido lo que ibas a elegir. Ni tu cuerpo bastará esta vez para engañarme. Aunque, si quieres, puedo aprovechar la invitación.

La mirada de desprecio que le lanzó rompió el corazón de Bella. Era tan frío y desinteresado...

Muy avergonzada de su desnudez, levantó la toalla con dedos temblorosos y trató de razonar con él.

-Por favor, Edward, escúchame. Te amo... -le dio su corazón en un intento desesperado de conseguir su atención.

-Debes creer que soy tonto, Bella. Tu amor no tiene el menor valor -dijo Edward con una carcajada.

Con el corazón deshecho ante el abierto rechazo, e incapaz de pensar en la manera de convencerlo de su amor y de su lealtad hacia él sin reservas, Bella le tiró el billete de avión a la cara.

-¡Sí, es cierto! -mintió-. ¡Vuelvo a Nueva Zelanda y voy a divorciarme de ti!

Edward no dijo nada. Su cara parecía una máscara de roca. La ira que lo movía se había convertido en furia helada.

-Volveré y me casaré con alguien mejor que tú. ¡No sé en qué estaba pensando al casarme contigo! -continuó Bella. Quería llorar y gritar de dolor, pero aún le quedaba algo de orgullo. Si cedía, LO haría siempre.

-No saldrás de Zulheil.

-¡Ya estoy fuera de Zulheil! ¡No regresaré!

-Regresarás -dijo Edward.

-¡No! -contestó Bella iracunda-. ¡No tienes ningún derecho sobre mí!

-Vístete. Nos vamos hoy -dijo Edward sin emoción en la voz-. Si quieres hacer las cosas más difíciles, me encargaré personalmente de que regreses a Zulheil.

-No irás a hacer una escena -contestó ella, con el corazón destrozado por lo distantes que eran los ojos de Edward.

-Haré lo que tenga que hacer.

Sabía que iba a perder la batalla enfrentándose con el Jeque de Zulheil. Tenía el poder político para hacer lo que quisiera.

-No tengo ningún sitio adonde ir -dijo ella, y sus palabras escaparon de sus labios como unas lágrimas largo tiempo contenidas-. Lo dejé todo por ti. Todo. Todo.

La única respuesta a sus palabras fue el golpe de la puerta al cerrarse tras él.

Fuera del hotel, Edward sintió que perdía el control. Sabía cómo era Jesica, y cuando le había dicho aquello, no la había creído. Incluso ante la prueba del billete de avión, no la había creído. Y entonces fue a ver a Bella. Quería protegerla de la maldad de su hermana. Entonces lo había había visto encaminándose a la suite, y le había preguntado si Bella había hablado con él del viaje a Nueva Zelanda. Su mirada se había vuelto iracunda.

El guardaespaldas le dijo que, de camino a la agencia de viajes, su hermana le había preguntado a su esposa con qué fecha quería el billete. Después iba a decirle algo más pero el sonido de su busca LO detuvo. Se excusó y se marchó.

Edward había creído que se le rompía el corazón con las palabras de Emmett. Había sido una suerte que se hubiera tenido que marchar, porque si no habría visto cómo se deshacía en pedazos la compostura de su jeque.

Emmett era un guardaespaldas fiel, que no tenía ningún motivo para mentir, especialmente cuando adoraba a Bella. Edward se llamó idiota por aceptar la explicación de Bella de haber llevado consigo su pasaporte neozelandés. La había creído cuando le había dicho que había sido un descuido. Incluso después de lo que le había hecho, había vuelto a confiar en ella. Quería protegerla y tenerla siempre entre sus brazos.

De pronto, sintió una navaja afiliada retorciéndose en su interior al recordar a aquella mujercita de pelo rojo rogándole que la creyera, con los hombros y las piernas desnudas. Una mujer avergonzada cuando él se había mofado de su sensualidad innata. La sensualidad que él siempre había considerado un tesoro, que se había preocupado por cuidar y alimentar.

La cuchilla se hundió aún más en su pecho. Se obligó a recordar por qué estaba furioso. No había razón para que se sintiera como si hubiera roto algo de valor incalculable. Sólo que el dolor y la ira no lo dejaban pensar con claridad. La herida que sangraba en su pecho era una eterna agonía pero no quería pensar en ello, se negó a examinarse por creer que aquella traición le dolía tanto como si los rayos de cien soles le quemaran la piel desnuda. Había sobrevivido al rechazo de Bella una vez y lo volvería a hacer.

Aunque lo que sintiera por ella fuera cien veces más fuerte que la vez anterior. Y el dolor amenazara con volverlo loco.

Llegaron a Zulheil a media mañana.

-¿Adónde vas?

-A Abraz -contestó él sin mirarla siquiera.

-¿A qué?

Entonces Edward se volvió y la miró con sus ojos verdes llenos de furia.

-Voy a casarme con mi segunda esposa. Tú ya no me diviertes. Tal vez ella me demuestre más lealtad de la que tú me has demostrado.

-¿Vás a casarte con otra? -dijo Bella con el corazón helado.

-Me casaré con ella en Abraz. Será mejor que vayas acostumbrándote a ser sumisa.

-¿Cómo puedes hacerme esto? -preguntó ella deseando que Edward le estuviera haciendo aquello como venganza ante su supuesta traición. Entonces recordó a la hermosa Tanya, la mujer que había querido casarse con Edward... y que vivía en Abraz. Tanya, la glamourosa princesa de la que le había hablado Jesica muchos años atrás. Su peor pesadilla se había hecho realidad.

El hermoso rostro de Edward se mostraba cruel e inmisericorde con ella.

-Igual que tú al planear tu traición.

-¡No! No lo hice. ¿Por qué no puedes creerme? -dijo ella extendiendo la mano para agarrarle de la chaqueta, pero él se alejó.

-No quiero llegar tarde -dijo lanzándole una nueva mirada de desprecio por encima del hombro.

En ese momento, algo dentro de ella se rompió, pero no podía permitirse sentir dolor porque si lo hacía moriría desangrada. En vez de ello, comenzó a planear escaparse. Estaba preparada para lidiar con la ira de Edward, con su desconfianza, y con su rechazo, pero con aquello...

-Nunca lo compartiré. Nunca.

Había ido demasiado lejos esta vez. No podía huir en coche; los guardias fronterizos estaban bien entrenados. Aparte de eso, su piel era como una bandera que la diferenciaba del resto de los habitantes del desierto.

-El mar.

Bella se detuvo. El corazón le latía desbocado. Zulheil tenía una pequeña costa y un puerto comercial. Sería relativamente fácil colarse en uno de esos barcos extranjeros cuando parasen a repostar. Se dirigió hacia el escritorio y tornó pluma y papel. Los dedos le temblaban bajo la fuerza de la emoción, pero sacó fuerzas de flaqueza:

Edward,

Desde que llegué a Zulheil, has estado esperando que te traicionara y te abandonara. He vivido con tu desconfianza, pero no me iré en silencio como un ladrón. Te quiero tanto que cada vez que respiro, pienso en ti. Desde el momento que nos reunimos, no tuve en ningún momento la intención de separarme de ti. Fuiste mi primer amor; mi único amor: Pensé que podría hacer algo por ti, incluso sobrellevar el castigo por no haberte elegido hace cuatro años, pero hoy he descubierto mis límites. Eres mío y sólo mío. ¿Cómo puedes pedirme que te comparta?

Tu orgullo hará que salgas en mi busca, pero te pido que, si sientes algo por mí, no lo hagas. Nunca podría vivir con un hombre al que amo pero que me odia. Eso me mataría. No sé qué voy a hacer; sólo sé que tengo el corazón roto y tengo que alejarme de aquí. Aunque no vuelva a verte nunca más, quiero que sepas que siempre te amaré.

Bella al eha Jeque

Dejó la carta en el centro del escritorio donde pudiera verla. Acarició la mesa de caoba en un gesto final de despedida. En esa habitación habían aprendido el uno del otro y ella había comenzado a ayudarlo con sus tareas.

Los muelles estaban abarrotados. El conductor aparcó delante del café lleno de gente que ella le indicó. La oportunidad la encontró en la Dama de la Suerte. Un crucero que sobresalía en el muelle, había hecho una parada de tres horas para repostar. Entre la multitud de turistas europeos que habían salido a pasear por el puerto, Bella no tuvo problemas. Las autoridades vigilaban a los pasajeros que salían del barco pero no se dieron cuenta de la pequeña mujer que entraba en él mezclada con el resto de la gente.

La luna brillaba sobre los minaretes de Zulheina, pero Edward no podía encontrar la manera de calmar la sensación de pérdida que le roía el alma y acababa con todas sus esperanzas de felicidad.

A medio camino de Abraz los pensamientos de traición y furia se habían disipado. En su lugar sólo quedaba dolor. Le había dado a Bella su corazón y ella lo había roto en pedazos por segunda vez. Algo desesperado y primitivo dentro de él le decía que había cometido un error y que tenía que volver a casa. En el último momento, se había detenido a pensar en busca de un último rayo de esperanza. Incapaz de creer que la mezcla de desconfianza y angustia habían conseguido que aquel terrible error tuviera lugar, pero consciente de que así había sido, Edward ordenó al conductor que regresase a Zulheina a toda prisa. La parte de sí más salvaje, la que siempre le había pertenecido a Bella, lo sabía. Regresaba a Zulheina.

Muy tarde. Demasiado.

Arrugó la carta que Bella le había escrito. Había golpeado sin piedad su corazón tantas veces, de tantas formas, y ella continuaba amándolo, con un valor sereno y fuerte. Pero ni siquiera su naturaleza generosa había soportado ese último golpe fatal.

La mujer en que se había convertido su Mina lo había cambiado para siempre con su fuerza, su habilidad para permanecer a su lado, su gloriosa sensualidad... Mina era irremplazable. No podía soportar la idea de vivir sin su alma gemela, aunque lo odiara.

-Me perteneces, Mina.

Sólo el desierto oyó sus palabras. Sólo el desierto le envió suspiros solidarios a través del viento helado de la noche. Sólo el desierto comprendió su desolación... y su determinación.

Bella pasó el viaje recluida en su camarote, rechazando los intentos de la tripulación para que se uniese a las actividades de los demás pasajeros. No quería llorar. Las lágrimas se le habían congelado en el corazón junto con el resto de las emociones. Sólo quería olvidar.

El barco hizo una parada de emergencia en una isla griega porque un pasajero se había puesto enfermo. Debilitada por la sensación de perdida y la falta de sueño, Bella bajó del barco y no regresó. Era un lugar tan bueno como cualquier otro para quedarse, pensó sin entusiasmo, y como no era una parada prevista en el trayecto, Edward no podría encontrarla.

Encontró un pequeño apartamento. La noche de su llegada, se metió en la cama y se acurrucó en un rincón.

Una semana después de su llegada, decidió salir de la casa para luchar contra la depresión. Sobreviviría. No importaba que le faltara su alma gemela. Lo había abandonado por decisión propia. Paseando vio por casualidad un cartel en una tienda en el que pedían una costurera. Inspiró hondo y entró.

Esa noche, al tomar las tijeras para hacer un arreglo en una prenda, salió de pronto del letargo en el que había estado sumida. Con el cambio, los pensamientos y el dolor volvieron.

Su primer sentimiento fue el miedo, miedo a no poder olvidar nunca a Edward y, de pronto, la aterrorizó pensar en olvidarlo.

Edward tomó el pincel y estrujó el tubo de color crema. Añadió un poco de rosa pálido para conseguir el tono de la piel de Bella. Con un solo trazo el grácil brazo tomó vida. Aquella creación de color y emoción estaba casi completa. Entonces alguien llamó a la puerta.

-¿Si? -preguntó levantando la vista hacia Jasper.

-Seguimos la pista de algunos pasajeros del barco que la vieron a bordo cuando el barco abandonó Oriente Medio. No recuerdan haberla visto después de Grecia -Jasper se detuvo antes de continuar-. No puedo creer que te haya hecho esto por segunda vez. Déjala ir.

-¡Vigila tus palabras! -exclamó Edward-. Te perdono esta indiscreción porque eres mi amigo pero no quiero que vuelvas a hablar así de Mina. Yo soy el único culpable.

-¿Tú? Si la has tratado como a una princesa -dijo Jasper escéptico.

-Le dije que iba a tomar otra esposa.

Jasper quedó petrificado. De pronto sus rasgos se llenaron de pena, tan honda que sus ojos azules se volvieron casi negros.

-Creo que ni siquiera Alice me perdonaría semejante cosa.

-No importa. Bella es mía y nunca la dejaré ir -Edward tocó la carta que siempre llevaba consigo-. Prepara el avión. Vamos a Grecia. ¿Tienes la lista de las escalas que realizó el barco?

-Sólo hubo dos -asintió Jasper y una llama de esperanza ardió en sus ojos azules.

Edward no tenía esperanza. Tenía certeza.

Bella ignoró el toque impaciente en la puerta todo lo que pudo, pero como no paraba, dejó lo que estaba haciendo y cruzó el apartamento preparada para enfrentarse con el casero.

-¡Tú! -las rodillas le temblaron cuando vio al hombre que bloqueaba la entrada-. Déjame.

-Te vas a caer.

-Estoy bien -contestó ella empujándolo. Llevaba algo de barba y la ropa colgaba de su cuerpo de forma alarmante-. Has adelgazado. ¿Qué ha pasado?

-Que me abandonaste.

Bella no esperaba esa respuesta. Sacudió la cabeza y fue retrocediendo hasta que llegó a la pared.

-¿Cómo me has encontrado?

-Fui primero a Nueva Zelanda -contestó él y el corazón de Bella cayó a los pies-. No me habías dicho que habías vuelto la espalda a tu familia por completo para venir conmigo.

Bella no respondió. Se debatía ante la emoción de ver que al menos se había tomado la molestia de salir en su busca. Una parte de sí le decía que al menos un poco de él era mejor que nada. Pero descartó la idea inmediatamente. No, no, no.

-Me elegiste a mí, Mina -su voz era profunda, consciente de lo que Bella había hecho por él-. Me elegiste por encima de todo lo demás en el mundo. ¿Creías que te iba a dejar escapar una vez que te hice mía?

-No voy a volver -dijo con decisión. Verlo con otra la destrozaría.

-Mina -dijo él extendiendo una mano.

-¡No! No te compartiré -añadió esforzándose por que la oyera.

-Porque me amas y me elegiste a mí.

Bella asintió y no pudo contener más las lágrimas. A esa distancia, sólo quería abrazarlo y olvidar todo el dolor. A juzgar por sus palabras, casi creyó que realmente la amaba.

-Mina, tienes que venir conmigo. No puedo vivir sin ti, mi Bella. Te necesito como el desierto necesita la lluvia -continuó Edward tomándole el rostro en sus manos mientras le secaba las lágrimas con los pulgares.

El dolor que veía en sus ojos verdes era igual que el suyo. Trató de sacudir la cabeza pero no pudo porque él la sostenía con firmeza.

-Te elegí a ti, Bella. Tú eres mi esposa. Entre nosotros existe un lazo imposible de romper -continuó Edward con una fuerza que Bella tuvo que reconocer como cierta-. Te amo. Te adoro.

-Pero has tomado otra... -comenzó Bella.

-Nunca haría tal cosa -murmuró-. Estaba muy enfadado contigo ese día, y muy dolido también. Esperé cuatro años a que crecieras. Permanecí fiel a nuestro amor. ¿Crees que dejaría entrar en mi cama a otra mujer y mucho menos en mi corazón? -sus ojos relucían con la confesión que acababa de hacerle-. Perdona a tu necio marido, Mina. Cuando estás cerca, no puede pensar con claridad -dijo Edward con expresión de súplica, pero la forma en que la había atrapado contra la pared le decía que no iba a marcharse sin convencerla, por mucho que le costara.

-Sólo si él me perdona por la mala decisión que tomé hace cuatro años.

-Te perdoné en el momento en que pusiste el pie en Zulheil, Mina -dijo Edward con una sonrisa de depredador-. Sólo necesitaba tiempo para recuperar mi orgullo.

-¿Y lo has conseguido? ¿Volverás a dudar de mí?

-Lo único que necesitaba era saber que elegirías luchar por mí si te vieras nuevamente en la tesitura de tener que elegir.

Así de simple, y así de imposible de figurar. Bella le acarició el pelo con dedos dubitativos.

-¿Crees... crees que amarme es tu debilidad?

-Amarte es mi fuerza -contestó él después de una pausa-. Con el corazón, puedo alcanzar aquello que se me escaparía de otro modo. Nunca dejé de amarte -sus manos descendieron por el cuerpo de Bella hasta llegar a su trasero y la empujó hacia sí-. ¿Volverás conmigo?

Bella se rió de la forma en que Edward estaba tratando de actuar como si le estuviera dando a elegir, cuando ambos sabían que él no saldría de la habitación sin ella.

-¿Me prometes que serás un marido bueno y ameno, que siempre obedecerá mis órdenes?

-No lo sé -contestó él mirando distraídamente hacia la minúscula cama-. Si esa pequeña cama aguanta nuestro peso, te dejo que te aproveches de mí -dijo con un brillo en los ojos que subrayaba el tono solemne de sus intenciones, pero Bella quería saber otra cosa.

-Te amo. ¿Me crees?

-¡Mina! -exclamó Edward lleno de gozo y la abrazó-. El amor que sientes por mí está en tus ojos, en tus caricias, en cada una de tus palabras. Incluso tu carta de despedida, cuando te sentías abandonada y muy dolida, tenía ecos de la sinceridad de tu amor. No creo ser merecedor de él, pero no renunciaré a ti. Eres mía.

-No quería irme -confesó.,

-Prométeme que nunca te alejarás de mí -dijo Edward que se había vuelto a convertir en la pantera-. Lucha, enfádate, pero no me dejes.

-Te lo prometo, pero tienes que hablar conmigo. Prométemelo.

-Te lo prometo, mi Bella, te prometo que hablaré contigo. No puedo cambiar lo que soy. Soy posesivo y tendrás que acostumbrarte a un marido así.

Su debilidad ante él ya no la aterrorizaba, no cuando él la amaba con toda la pasión de su corazón de guerrero. Se inclinó para besarla, sin poder resistirlo más. Ella se deshizo allí mismo, se entregó a él.

Bella la amaba, con todos sus fallos. El hueco que sentía en el corazón se cerró para siempre. Se apoyó contra él y lo besó, un beso suave, y tierno, que le de- mostraba todo lo que sentía dentro.

-Una vez me hiciste una pregunta. La respuesta es sí: igual que tú eres Bella al eha Jeque, yo soy Edward al eha Bella. Soy todo tuyo.

La sinceridad que revestían aquellas palabras le llegó tan dentro que hizo que su corazón explotara de alegría. Edward era orgulloso y era fuerte.

-¿Me odia tu pueblo? -preguntó ella mordiéndose el labio.

-Nuestro pueblo está acostumbrado a las tempestuosas mujeres de sus jeques -sonrió-. Durante los primeros años de matrimonio de mis padres, mi madre pasó en París dos meses.

-Oh.

Aunque saberlo la hacía feliz, lo que más agradaba a Bella era el cariño que había en el tono de Edward. Parecía que su ira frustrada hacia su madre había terminado por ceder.

-Me considerarían un mal jeque si no hubiera logrado convencerte para que regresaras -dijo él inclinándose más-. Mi honor está en tus manos -añadió con un brillo juguetón en sus ojos.

-Ven aquí, esposo mío. Tu esposa quiere aprovecharse de ti.

-y yo nunca me negaría a los deseos de mi esposa. La cama sí que resistió el peso de los dos.

FIN

2 comentarios:

Anónimo dijo...

DIOS!!!!! QUE GENIAL QUE ES ESTE CAPITULO NO ME ENCANTO AME ESTRA HISTORIA PUCHA QUE PENA Q SE ACABE PERO ENSERIO SE PASO ESTA HISTORIA EL AMOR EL DOLOR Y LA PASION SE UNIERON DE TAL FORMA QUE ME MATO DIOS QUE GENIAL

AND dijo...

GUAU ME GUSTO MUCHSIIMI PERO JESSICA ES UNA ZORRA CON TODAS LAS LETRAS, LA ODIO DEBERIA PASARLE ALGO POR TODAS LAS QUE LE HA HECHO A BELLA, PERO BUENO EDWARD ES UN AMOR.
GRACIAS AUTORA Y ANGEL.