Dark Chat

domingo, 31 de octubre de 2010

Esposa de un Jeque

Capitulo 5

A
Edward le gustaron los muebles de la mansión de los Swan. Renne, la madre de Bella, tenía muy buen gusto.

Estaban en el comedor, terminando el postre. La madre de Bella y su hermana, Alice, podrían ha ber sido hermanas, por su estructura menuda, el pelo osucor y los ojos chocolates. En cambio el parecido de Bella con su madre era menor. Un hecho inquietante a los ojos de Edward.

A pesar de ello, Renne Swan parecía realmente contenta de que su hija fuera feliz. Y Bella lo era. Irradiaba felicidad.

Edward observó a Bella comer el postre, y cerró los ojos cuando ella lamió la cuchara. Le quedó una gota de azúcar quemada en la comisura de los labios, y él se la limpió con la punta de los dedos. Fue un gesto instintivo, que se transformó en algo más intenso al ver en sus ojos el brillo del deseo que fluía entre ellos.

Una risa rompió aquel lazo sensual.

—Será mejor que la boda sea pronto...—dijo Jasper mirándolos.

Edward estuvo de acuerdo.

—Creo que el tiempo que hay que esperar en el es tado de Washington es una semana.

—En realidad son tres días—dijo sensualmente Bella—. Pero, ¿qué más da? Por lo menos llevará seis semanas preparar una boda por la iglesia.

Edward miró a su prometida.

—¿Quieres una boda formal, de verdad?

Ella era demasiado tímida para ser el centro de atención de un evento.

—¿Por qué no?

—¿Te has olvidado de la reunión de la Sociedad de Telescopios Antiguos a la que fuimos juntos?

—¿Y eso qué tiene que ver con la boda?

—No quisiste ir a ver el telescopio porque tenías que pasar por delante de los demás. Y parecías incómoda cuando diste esa charla para recaudar fondos para el hospital de niños. Vas a estar muy nerviosa si tienes que enfrentarte a cientos de invitados a la boda.

—¿Quieres una ceremonia civil?—preguntó Bella; parecía algo decepcionada.

—Podemos organizar una pequeña ceremonia con un sacerdote, si lo prefieres—dijo Edward.

Bella no sonrió en señal de gratitud, como él esperaba. De hecho, su sonrisa abandonó su rostro.

—¿No te importa casarte por la iglesia?—preguntó Jasper a Edward.

Edward desvió la mirada de Bella, turbado por su repentina falta de entusiasmo.

—La tribu de mi abuelo es una de las muchas beduinas convertida al cristianismo hace siglos.

—Yo pensé que todos los beduinos se habían conver tido al islam—comentó Alice.

—No todos—contestó Edward.

No tenía ganas de entrar en una conversación acerca de la historia de la religión de los beduinos. Lo que deseaba era que Bella volviera a sonreír.

—¿Te parece bien una pequeña ceremonia?—le pre guntó a Bella.

¿Qué podía contestar? Había soñado con su boda desde que era pequeña, y sinceramente no se había imaginado algo sencillo.

Pero Edward tenía razón. Era normal que pensara que ella no quisiera una boda en toda regla, teniendo en cuenta lo tímida que era.

Pero el hecho de saber que Edward quería casarse con ella le había dado confianza en sí misma. Era un hombre muy especial. Sexy. Atractivo. Era un jeque, ¡por Dios! Y él la quería a ella. El saberlo le había dado el deseo de satisfacer el secreto sueño de su corazón.

Antes de que pudiera responder, Edward la tocó con un gesto íntimo.

—Quiero que seas mi esposa.

El mensaje estaba claro. Quería hacer el amor con ella y le había dicho que tendrían que esperar a que se casaran.

Y ella también lo deseaba más que a la boda del cuento de hadas de sus sueños.

—De acuerdo—dijo Bella con una sonrisa.

—¡Bella!—la voz de Alice parecía sorpren dida, y algo decepcionada.

Alice hubiera hecho cualquier cosa por celebrar una boda por todo lo alto. Había preparado la suya con todo detalle. Incluso le había pedido a su hermana que fuera dama de honor. Pero Catherine le había insistido en ser simplemente una invitada. No había querido destacar tanto. Ni salir en las fotos de la boda. Y su madre había dado instrucciones precisas de que así fuera.

Intentó olvidar malos recuerdos.

—Puedes ayudarme a organizarla—dijo Bella a su hermana menor con una sonrisa cariñosa.

—Cariño, tú querías un coche tirado por caballos blancos, flores, música...

Bella la interrumpió antes de que su hermana revelara todas sus fantasías.

—Eso era cuando tenía nueve años—comentó.

Había sido un año antes de crecer varios centíme tros durante un verano y de sobresalir por encima de todas sus compañeras de clase. A partir de entonces, su autoestima había mermado, por una u otra razón.

—Pero...

—¿Quieres ir de compras conmigo mañana? Nece sito un vestido de novia.

—Por supuesto, pero, ¿no tienes que trabajar en la biblioteca?

—Me tomaré un día por asuntos propios.

Era la primera vez que lo haría.

—¿Y la luna de miel?—preguntó Jasper.

Bella agitó la cabeza decididamente.

—No es posible.

—¿Por qué no?—preguntó Edward.

Él había pensado llevarla inmediatamente a Jawhar para que la conociera su familia.

—No puedo dejar la biblioteca así de repente. No te nemos a nadie que me reemplace.

—¡Eso es ridículo! Contrataré a alguien por ese tiempo si eso te preocupa—comentó Charlie.

Bella agitó la cabeza.

—La bibliotecaria no puede ser alguien de empleo temporal, papá.

—Siempre tienes la posibilidad de dejar tu trabajo—sonrió Renne—. Edward necesitará tu atención cuando estés casada. Tendrás una vida social más amplia.

Edward estuvo de acuerdo con Renne. Pero la mirada de Bella no parecía valorar mucho la opinión de su madre.

—No voy a dejar mi trabajo—dijo Bella—. Me gusta.

—¿Y si te dijera que eso es lo que quiero?—preguntó Edward, tanteando lo que tenía en común su prometida con su antigua novia.

—¿Es eso lo que quieres?—preguntó Bella sin revelar su opinión.

—Me gustaría saber que estás disponible para viajar conmigo cuando sea necesario.

—Si lo aviso con tiempo, podría viajar contigo ahora.

—Entonces tendremos que planear un viaje a Jawhar después de que los avises. Quiero que conozcas a mi familia.

—¿No van a venir para la boda?—preguntó Alice , aceptando una copa de vino de su marido—. Supongo que no querrán perdérsela.

—Tengo sólo a mi hermana. Ella y su esposo estarán encantados de conocer a Bella en el desierto de Kadar.

—¿No tienes más familia?—preguntó Alice.

—Algunos parientes. El padre de mi madre. Es el je que de la tribu beduina—hizo una pausa—. También está el hermano de mi padre, el rey de Jawhar, y su fa milia.

—¿Tu tío es rey?—preguntó Alice, asombrada.

—Sí—tomó la mano de Bella y le dio un beso en la palma—. Mi abuelo estará encantado. Me ha estado insistiendo en que me casara desde que terminé la uni versidad.

Claro que había tenido esperanzas de que su matri monio lo hiciera volver al desierto, y eso no sucedería.

—¿Por qué no puede venir tu familia?—insistió Alice.

—Hay una facción de disidentes en Jawhar que se oponen al liderazgo de mi tío. Él teme poner en riesgo su reinado si se va del país ahora.

—Creí que tu familia había gobernado el país desde hace generaciones—dijo Bella, confundida—. Es raro que haya opositores después de tantos años. Tu tío es apreciado por la gente de Jawhar.

Ella había estado leyendo sobre su país.

—Es verdad. Pero aparecen disidentes de vez en cuando. Hace veinte años hubo un golpe. No tuvo éxito. Pero murieron varias personas.

Como sus padres, pensó.

—¿Y eso qué tiene que ver con lo que sucede hoy?

—Lo que quedó de esa facción ha estado reuniendo fuerzas fuera de Jawhar durante los últimos cinco años. Mi tío teme que quieran volver a querer derrocar a mi familia del poder. No puede arriesgarse a abando nar el país, ni mis primos tampoco.

—¿Y tu hermana?

—Está casada con un hombre que algún día sucederá en el trono a mi abuelo como jeque de la tribu. Te co nocerá cuando vayamos allí a celebrar nuestra boda beduina.

—¿Nos vamos a casar una segunda vez en Jawhar?

—Sí.

Sería necesario para satisfacer sus obligaciones de respeto a su abuelo.

Bella se mantuvo callada durante el trayecto a su apartamento.

Al día siguiente Edward y ella irían a buscar la licen cia de matrimonio.

La mente de Bella divagó nuevamente con sus fantasías.

Estaba frente al altar, con un vestido de novia, Edward la miraba con ojos de amor. Eso era un sueño, de finitivamente.

Suspiró.

—¿En qué estás pensando, Bella?

—En flores, muchas muchas flores.

—Cuéntame lo del coche tirado por caballos.

—Era algo de lo que hablábamos cuando éramos pe queñas.

—Y algo en lo que estás pensando ahora.

—Alice y yo solíamos hablar de la boda de nuestros sueños. Creo que muchas niñas imaginan esas cosas: un bonito vestido, en un coche con un príncipe. Sólo eran tontas fantasías. Nada que ver con nuestra boda.

—¿Y no soy yo el príncipe de tus sueños?

Ella sonrió.

—Bueno. Eres el príncipe de Jawhar y eres encanta dor, así que supongo que sí.

—O sea que es la boda de tu fantasía lo que crees im posible.

—Es algo que no puede prepararse en una semana.

—¿Lleva un mínimo de seis semanas?—preguntó Edward, recordando su comentario durante la cena.

—No lo sé.

La boda de Alice se había preparado con varios meses.

—Con dinero suficiente y todo lo necesario, ¿crees que no puede arreglarse en menos de seis semanas?

—¿Qué menos?

—¿No puedes arreglarla en un mes?

—¿Quieres decir que estás dispuesto a esperar?

—Me complace hacer realidad tus sueños—dijo arro gantemente.

—¿Tres semanas?—preguntó ella, como si estuviera negociando.

—¿Vas a tomarte unos días para visitar Jawhar?

—Con tres semanas de anticipación, puedo tomarme vacaciones, sí.

—Pues, trato hecho.

La cena de compromiso fue como una fiesta.

Bella bailó con su padre.

—Tiene buena cabeza para los negocios—comentó su padre, entre los comentarios de los buenos atributos de Edward.

Ella asintió.

—Es considerado. Mira cómo ha cambiado la idea de la boda para complacerte.

Finalmente ella se rió.

—Papá, no tienes que vendérmelo. No es uno de los pretendientes que me has querido presentar. Él me ha elegido a mí y yo a él. Quiero casarme con él.

Sentía satisfacción al saber que su padre no había te nido nada que ver en todo aquello. Edward no quería nada de su padre. No quería nada de Excavaciones Swan. Su deseo por ella sólo sería físico. La deseaba. De seaba a Bella Swan, y nada más.

Edward esperó a su futura esposa en el altar. El ór gano sonó por toda la iglesia. La hermana de Bella apareció en escena. Llevaba un vestido exquisito, que destacaba su pelo negro.

Edward sintió que su pulso se aceleraba mientras es peraba a su prometida. Ni se fijó en la niña que entró en la iglesia salpicando de pétalos el pasillo.

Todos los asistentes tomaron sus puestos. La mú sica dejó de sonar unos segundos. Cuando volvió a so nar, fue con la marcha nupcial.

Y entonces la vio entrar por la puerta de doble hoja. Edward se quedó sin aliento. Bella llevaba un vestido deslumbrante que combinaba lo mejor de oriente y de occidente con un efecto absolutamente natural.

El vestido blanco tradicional se ajustaba a su cuerpo, acentuando sus formas femeninas. La tela crujía leve mente cuando se movía hacia el altar. El bajo, las man gas estilo medieval y el escote estaban bordados con oro, formando figuras geométricas. El velo transparente tenía bordados a juego en sus bordes también.

Bella sonreía debajo. Le temblaba la mano que llevaba el ramo.

Ese gesto pareció confortarla, pero toda una vida de timidez no se olvida fácilmente.

Hicieron sus promesas de matrimonio y él le puso la alianza acompañada del anillo beduino con un rubí que le había regalado anteriormente. Había sido de su madre.

El sacerdote dio permiso para que los novios se be saran.

Y todo el resto de la escena pareció desaparecer. Sólo parecían estar ellos dos.

A Edward le gustó aquella ceremonia occidental, y la estrechó en sus brazos para besarla delante de todos los invitados.

Había cumplido con su deber y había encontrado una mujer con la que podría satisfacer su pasión.

Estaba satisfecho.

—¿En qué estás pensando, Bella?

Bella lo miró.

—En nada.

Había estado pensando en la noche que los espe raba.

Edward había estado en la cabina del piloto, así que ella había tenido unos minutos para estar sola.

Estaba nerviosa, excitada, feliz.

—Dime, ¿quieres ver el aterrizaje, entonces?—le pre guntó.

—Probablemente—contestó él.

—Los pilotos de tu tío debían disfrutar llevándote con ellos.

—No se quejaban. A mí me gustaba estar con ellos durante los aterrizajes y despegues.

—Entonces, ¿qué tiene de especial este viaje?

—¿Y me lo preguntas? Mi esposa está conmigo. Su seguridad es importante para mí.

Ella sintió una gran emoción.

—Tu esposa es una mujer afortunada de tener tantos cuidados.

—Espero que lo crea así.

—Así es—involuntariamente Bella le besó la palma de la mano.

Edward se inclinó hacia ella, desabrochó el cinturón de seguridad y le tomó la mano para ponerla de pie.

—Ven, gatita. Tenemos una cama que nos está esperando.

Ella asintió. No podía hablar de la emoción; No se le había ocurrido ir antes a la habitación. Alice le ha bía regalado un camisón de satén blanco, y habría po dido recibirlo con él puesto. Pero estaba hecha un ma nojo de nervios, así que no sabía si hubiera sido capaz de hacerlo.

Por un lado deseaba cumplir con todos los detalles de una boda tradicional, y por otro, estaba muy ner viosa y actuaba con torpeza.

Edward la acompañó al dormitorio. Estaba todo cubierto de seda. Flores por todas partes, todas blancas y rojas. Había un cubo con champán frío al lado de la cama.

—¿Te gusta?

—¡Oh, sí! Es hermoso—se giró para mirarlo.

—Me alegro de haberte complacido. Hoy me has dado una gran satisfacción.

Ella sonrió.

—Te gusta el vestido.

Ella había sabido que le gustaría.

—Me encanta. Pero ahora mismo me gustaría verte sin nada de ropa.

—¿Quieres que me quite la ropa?

Ella había imaginado que él se la quitaría.

—¿Quieres ponerte otra cosa?

Podría ponerse el regalo de Alice...

Ella miró alrededor.

—Hay un cuarto de baño allí—le indicó Edward —. Pero podrías cambiarte aquí...

Él la había visto prácticamente desnuda, pero con los nervios que tenía no se daba cuenta.

—Yo voy a desvestirme aquí—agregó Edward.

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