CAPÍTULO 22
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Jasper se apoyó en el alféizar del gran ventanal de su escritorio mientras divisaba el horizonte. La luz de media tarde comenzaba a vestir de tonos melocotón y rosado la verde pradera que se extendía hasta donde se perdía la vista. Desde allí, a un lado se podía ver una porción del vasto bosque que siempre solía recibirlo amablemente en sus partidas de caza, hasta aquel fatídico día. Volvió a su mente de forma dolorosa el recuerdo de lo acontecido en aquel lugar, lo que le hizo recordar la decisión que, muy a su pesar, estaba a punto de tomar. Sólo restaba hacer una cosa más previamente y era consciente de cuan duro iba a ser. Abrió la vidriera y se asomó, dejando que la suave brisa golpeara su rostro y que su frescura mitigara, aunque fuera de forma efímera, su desazón. Entonces escuchó un sonido leve de nudillos y se volteó hacia el escritorio.-Adelante -exclamó abriéndose la puerta. -Mi amor, ¿desde cuándo llamas antes de entrar? -sonrió él al recordar las ocasionales irrupciones impulsivas de su esposa.
-Sólo intento comportarme apropiadamente -le rebatió Alice con fingido reproche. -¿Puedo pasar, mi señor? -se inclinó ella con solemnidad.
Jasper no pudo reprimir una carcajada y Alice lo acompañó, cerrando la puerta tras ella.
-Déjala abierta -le pidió él. -La brisa es agradable.
Alice caminó hacia él pensativa mientras Jasper le ofrecía su mano incitándola a acercarse hasta él.
-Creo haber vivido ya este momento -sonrió ella con picardía, aceptándola, dejándose conducir hasta sus brazos.
-Yo también lo recuerdo -la miró complacido. -Aunque creo que falta algo para completar la escena.
Se inclinó hacia ella y, rodeándola con sus brazos, la besó. Era una sensación sublime el sentir cada susurro, cada caricia, cada beso con más intensidad que el anterior. Nunca se cansaría de amarla así, de estrechar contra su pecho aquel cuerpo suyo frágil y delicado, de hacerla temblar bajo su tacto, de sentirla vibrar cada noche, abandonándose ambos a aquella pasión que los consumía. Siguió disfrutando de su dulzor mientras pudo, hasta que sus respiraciones entrecortadas les obligaron a separarse.
-Te amo, Alice -musitó gravemente. -Lo sabes ¿verdad?
-¿A qué viene esa pregunta? -le cuestionó ella al ver como una sombra oscurecía el azul de sus ojos. -¿Por qué querías verme?
-Hay algo que debo decirte -le confesó, -pero ¿te parece que vayamos a tu jardín? No hemos vuelto a visitarlo juntos desde antes de nuestra boda -le propuso.
-Sí, claro -aceptó ella sin ocultar cierta preocupación por la actitud de su esposo.
Jasper tomó la mano de su esposa y se encaminaron hacia el lugar. La inquietud de Alice iba en aumento con cada paso, acrecentada por el silencio de él y su expresión sombría. Sin duda, era algo muy importante lo que debía contarle.
-Me alegra comprobar que mantiene su esplendor -dijo con alivio al contemplar aquella belleza floral. -Temo que he descuidado mi deber en este aspecto -se lamentó.
-Dadas las circunstancias eso era inevitable, ¿no crees? -le justificó ella. -Los jardineros hacen un excelente trabajo.
-Ya veo -respondió con satisfacción mientras caminaba hacia un árbol. -Ven -le pidió sentándose a sus pies, apoyando la espalda en su tronco -siéntate aquí conmigo.
Sin cuestionarlo, Alice obedeció, acomodándola Jasper en su regazo y apoyando ella su cabeza en su pecho. Alice lo sintió respirar hondo, como buscando cierto sosiego.
-Jasper, ¿que ocurre? -preguntó ella con cierta impaciencia, alzando su rostro para mirarlo.
El joven lanzó otro suspiro antes de volver a hablar.
-Imagino que eres consciente de que hace casi tres semanas que se declaró el estado de sitio -comenzó a decirle, con gran seriedad en su voz, yendo directo al punto.
Alice asintió con la misma seriedad reflejada en sus facciones.
-Y también sabes que esta situación no puede ser mantenida por mucho más tiempo -continuó él.
-Sí -afirmó ella, -pero si lo levantas ¿no corremos el riesgo de que nos ataquen? -aventuró ella sin tener plena seguridad en su suposición.
-Yo no podría haberlo dicho mejor -concordó él.
-¿Entonces? -quiso saber ella llena de confusión.
-Hace varios días que le estoy dando vueltas al asunto y temo que sólo haya una solución, Alice -sacudió la cabeza contrariado. -Si hubiera alguna otra salida que pudiera evitarlo, por Dios que la tomaría -apretó su mandíbula.
-Me asustas, Jasper -lo miró. -¿De qué estás hablando?
-De atacar nosotros -dijo de súbito.
Alice se mantuvo en silencio durante unos segundos, tratando de asimilar lo que la naturaleza de esa afirmación podría significar.
-Eso supone la guerra -exclamó ella con horror. -No puedes estar hablando en serio -alzó un poco su rostro para enfrentarlo al suyo.
La joven trató de escudriñar en sus facciones, en sus ojos... no podía ser cierto, pero su mutismo y su rictus endurecido no daban lugar a equívocos.
-¿Y si negociaras? -trató de disuadirlo esperanzada.
-¿Cuántas veces intentó negociar tu padre con el Rey Laurent sin conseguirlo? -le rebatió. -Las mismas que tuvo que resistir sus embates -Jasper resopló. -Alice, ¿debo recordarte que intentó asesinarme? ¿Qué tipo de diplomacia funcionaría ante eso?
Alice negó con la cabeza y se abrazó a su esposo. Aquel momento en que Edward y Emmett corrían hacia ella con su cuerpo ensangrentado entre sus brazos todavía la torturaba en su memoria, al igual que aquella agonía que sintió ante la posibilidad de perderlo. Ahora, aquella herida aún sangrante volvía a abrirse, pues era seguro que, si se declaraba la guerra, Jasper encabezaría su ejército.
-Entiéndelo, Alice. No podemos vivir a la defensiva por siempre, atemorizados, nos tendría bajo su yugo igualmente -razonó. -Yo más que nadie deseo la paz, no sólo para nuestro pueblo, también para nosotros -tomó su barbilla y la obligó a mirarle. -Ahora que sé que la felicidad existe, deseo que sea plena, eterna y contigo y no permitiré que las ansias de un rey sanguinario nos arrebate ese derecho.
-No quiero que luches -sollozó ella dejándose llevar por el egoísmo de su amor por él que trataba de retenerlo a su lado a toda costa.
Jasper tomó entre sus dedos una lágrima que surcaba la mejilla de Alice. Habría dado cualquier cosa por evitarle ese dolor, era el mismo que en ese instante le quebraba a él el corazón, pero aquello iba mucho más allá del inmenso amor que sentía por ella.
-Alice, no puedo mandar a mis hombres a la batalla y observarles entregar su vida por mí desde la comodidad de mi trono -alegó él con suavidad, enjugando sus lágrimas. -Me conoces y sabes que ni mi moral ni mis principios me permitirían hacerlo. No podría vivir con ello.
-Pero podrías morir -musitó con apenas un hilo de voz.
-¿Y crees que esa nimiedad me separaría de ti? -aseveró con voz grave, clavando su mirada profunda en la suya.
-Jasper, por favor -le suplicó hundiendo su rostro en su cuello, sin poder impedir el llanto que oprimía su pecho.
-Alice, te lo ruego, no me hagas esto -le pidió él, estrechándola con fuerza.
-¿Y qué más puedo hacer? -inquirió ella llorosa. -Soy tu esposa y te amo. ¿Tan extraño es que no pueda vivir sin ti?.
-¿Y crees que yo si puedo? -se defendió él. -¿Crees que esto no me está desgarrando el alma?
-¿Entonces?
Jasper se separó de ella y con ambas manos volvió a secar sus lágrimas.
-Alice, te lo pido, cálmate y escúchame -le susurró con ternura pero, a su vez, con firmeza, mirándola a los ojos.
Ella suspiró por última vez en busca de sosiego y asintió.
-Sé que me amas -le dijo él -y sí, eres mi esposa, más que eso; eres mi compañera, mi mujer, mi corazón, mi vida entera... eres todo para mí, Alice. Pero hoy más que nunca te imploro que, además, seas mi reina.
Alice intentó desviar la mirada, desolada, mas Jasper se lo impidió tomando su mejilla.
-No estoy anteponiendo nuestro deber a nuestro amor -le aclaró rápidamente. Alice lo miró sin comprender. -Estoy hablando de mi propia integridad, Alice. De ser fiel a mis convicciones y creencias, a mis ideales. Estaría siendo deshonesto conmigo mismo y me sentiría indigno, no sólo de mi corona sino de ti también. No podría amarte libremente, con orgullo, como es debido.
Jasper cerró los ojos y suspiró profundamente.
-Lo siento, Alice. Esto es lo que soy -se lamentó abatido.
-Y yo te amo por ello -declaró ella con la emoción tiñendo sus palabras, lanzándose a los labios de su esposo que recibieron los suyos con apremio, casi con necesidad, sintiendo como Jasper ceñía su cuerpo contra su pecho, como si quisiera fundirla con él.
-Te amo, Alice -musitó casi sin aliento contra su oído, sin dejar de abrazarla. -Más que a nada en este mundo y te juro que si hubiera alguna forma de evitar esto lo haría.
-¿Cuándo marcharíais? -preguntó ya resignada, separándose de él.
-Imagino que en unos días -se encogió él de hombros. -Me reuniré después con Carlisle, Edward, Emmett y Peter para anunciarles mi decisión y, entonces, concretaremos.
-¿Aún no lo saben? -quiso saber, extrañada.
-Debía informarle a mi soberana primero, ¿no crees? -le sonrió con cierta tristeza.
-Júrame que tratarás de mantenerte a salvo, que no te expondrás inútilmente -le pidió con ojos anhelantes.
-Alice, nada ni nadie podrá separarnos y mucho menos la muerte -le reiteró él.
-¿Cómo estás tan seguro de eso? -cuestionó ella con aflicción.
-Por que necesito vivir, Alice, tengo que vivir -sentenció él, tomando su rostro entre sus manos. -Aún no te he entregado ni una mínima parte de todo lo que tengo para darte y no será la muerte la que me prive de ese privilegio.
-Jasper...
El joven atrapó aquel suspiro que esbozaba su nombre entre sus labios y tomó los de Alice, besándolos con dulzura, con lentitud, pero, a su vez, con vehemencia, queriendo recorrer con su caricia cada milímetro de su piel. Enredó una de sus manos entre su pelo negro mientras la otra bajaba por su espalda hacia su cintura, rodeándola con su brazo. La aferró contra su pecho, corazón con corazón y el mismo latido los hizo palpitar, el mismo amor. Nunca tuvo Jasper mayor certeza sobre sus propias palabras... nada le arrebataría esa sensación tan gloriosa, ni la misma muerte.
-Se ven muy enamorados y... entusiasmados -le apuntó James a Rosalie con cierta sorna, al ver desde lejos la conmovedora escena mientras paseaban.
-Es lo que cabe esperar en una pareja de recién casados, ¿no Excelencia? -le respondió ella sonriendo, sin ocultar el gozo que le producía la felicidad de su hermano.
James se mostró gratamente sorprendido ante aquel detalle.
-¡Por fin os veo sonreír, Alteza! -exclamó con gesto exagerado. -Estaba empezando a temer que aquella deliciosa jovialidad de la que gozabais cuando nos conocimos hubiera sido un mero espejismo.
-Disculpadme, Excelencia -se quiso excusar. -Quizás las circunstancias que estamos viviendo hayan influido en mi ánimo.
-A vuestro hermano no parecen afectarle -apostilló con aire malicioso.
-Excelencia, que seamos gemelos no significa que exterioricemos nuestras emociones del mismo modo -le aclaró. -¿Os importa si vamos a las caballerizas? -quiso cambiar de tema. -Quisiera ver a mi yegua.
-Sí, claro -le indicó con la mano dejándose guiar.
Pero para desgracia de Rosalie, cuando llegaron a las caballerizas se dio cuenta de que no había sido la elección más acertada, pues Emmett estaba atendiendo a Dama en ese momento. Intentaba que la viera con James lo menos posible, sabía que eso alimentaba sus celos y su inseguridad, además de que al joven le reconcomía aquella necedad del Duque de permanecer allí, a pesar de que ella intentara no mostrarse como la más agradable de las compañías. Aún así, James no se daba por enterado, y aquella situación, con el paso de los días estaba llevando a Emmett al límite. Rosalie se lamentó para sus adentros por su ocurrencia, pero ahora era demasiado tarde para cambiar de idea y retroceder. El rostro de Emmett, que se encontraba arrodillado cerca de la yegua revisando sus cascos, se endureció al verlos llegar mientras que, en el de James, se esbozaba una sonrisa malévola.
-Por fin las cosas vuelven a su lugar -se mofó del guardia posicionándose frente a él. -¡Este es el orden natural que rige el mundo! La plebe, arrodillada ante la nobleza, mirando desde abajo la alta esfera a la que nunca debería atreverse a aspirar.
-Excelencia -trató de detenerlo Rosalie.
-No, Alteza, dejadlo -la cortó Emmett con frialdad. -No hay falsedad alguna en vuestra aseveración, Excelencia y os agradezco vuestro interés en querer recordármelo -inclinó su cabeza con fingida cortesía. -¿Algo más sobre lo que deba ser ilustrado, Excelencia? -añadió con ironía.
-Eso será suficiente por hoy -alegó con soberbia, tratando de disfrazar con sus palabras la furia que sus facciones no podían esconder. -Pero podemos seguir mañana con tu instrucción.
-Ya sabéis donde encontrarme, Excelencia -espetó Emmett.
-¿Volvemos al jardín, Excelencia? -intervino Rosalie con una sonrisa, tratando de ocultar lo mortificada que estaba.
-Por supuesto, Alteza -alzó James su mano, ofreciéndosela.
Rosalie posó la suya sobre la del Duque y, lanzándole una disimulada mirada de disculpa a Emmett se alejaron de allí.
-¡Maldita sea! -farfulló él por lo bajo apretando los puños. Aquella situación comenzaba a sobrepasarle. Conforme iban pasando los días más intenciones tenía aquel pusilánime de permanecer en el castillo a pesar de la indiferencia que Rosalie aseguraba mostrarle ¿Por qué no se iba entonces? Rosalie se lamentaba de que aún no se le hubiera declarado, eso le daría la oportunidad de negarse y así deshacerse de él de una vez por todas aunque, había ciertos momentos, como el que acababa de ocurrir, en que Emmett no estaba tan seguro de que esa debería ser la respuesta que ella habría de darle.
No podía llevarse a engaños, no podía continuar negando lo evidente, tratando de tapar el sol con un dedo. Él era un don nadie que había cometido el atrevimiento de ir a posar sus ojos en nada menos que una princesa. La mera sugerencia ya se presentaba ridícula y sabía bien que aquel amor clandestino no les llevaría a ninguna parte ¿o acaso tenía la absurda esperanza de convertirse en príncipe de la noche a la mañana?
Emmett se rió de su propia ingenuidad. Se había dejado llevar demasiado tiempo por aquella ilusión y era el momento de volver a poner los pies en el suelo.
-¿De qué te ríes, Emmett? -lo sorprendió la voz de Peter.
-De la forma tan insospechada en que la vida se nos es mostrada, amigo mío -respondió de forma distraída.
-Anda, levántate -le hizo una mueca de extrañeza. -Su Majestad quiere vernos.
-Hijo, ¿no crees hallar otra opción? -trataba de persuadir Carlisle a su sobrino tras informarles de su decisión.
-Tío, no sé si sepas que ésta no es la primera tentativa del Rey Laurent -comenzó a explicarle Jasper.
-Sí, Edward me puso al tanto del intento de secuestro de tu esposa -se apresuró a confirmarle.
-¿Le has hablado de tus intenciones a Alice? -se interesó Edward.
Jasper asintió.
-Intentó disuadirme pero ha acabado aceptándolo -le respondió. -Creo que, en el fondo, ella también sabe que es la única salida -añadió con pesar.
-Si esa es vuestra decisión, Majestad, os diré que los hombres están cansados de esta situación y están deseosos de luchar -le informó Peter.
-Emmett, ¿qué sabes acerca del ejército de Adamón? -quiso saber Jasper.
Peter le lanzó una rápida pero significativa mirada al guardia.
-Bueno... -titubeó él. -Es bien sabido lo despiadado de sus hombres, y su falta de piedad. La sed de sangre es lo único que parece moverlos, ni planes ni estrategias, sólo el placer de matar.
-¿Es numeroso? -prosiguió. -¿Más que el ejército de Los Lagos?
-Me temo que sí, Majestad.
Jasper quedó pensativo durante unos momentos. Era cierto que quería atajar de raíz con aquella plaga llamada Laurent pero no por eso iba a mandar a sus hombres al suicidio, a no ser que...
-¿Qué tienes en mente, primo? -le preguntó Edward que entendía por su expresión que alguna plausible idea lo asaltaba.
De repente Jasper negó con la cabeza, sin prestarle atención.
-Sería una osadía por mi parte pretender algo así -susurró por lo bajo, ausente, como si olvidara que no se encontraba solo. -Ni siquiera me he presentado ante ellos.
-El ejercito de Asbath es fiel a su Reino -aseveró Emmett, leyendo su pensamiento, sobresaltándolo, -y, por tanto serán leales a su soberano, Majestad.
-No pongo en tela de juicio su lealtad hacia la Reina pero... -vaciló. -Yo no creo ser poseedor aún de ese derecho.
-Es vuestro desde el instante en que os coronasteis como Rey de Asbath, Majestad -rebatió Emmett.
-La confianza y la fidelidad no las otorgan una simple corona, Emmett -discrepó Jasper. -Apenas han oído hablar de mí y ya les estoy mandando a la batalla. Buen soberano he resultado ser.
-Yo mismo me aseguraré de que se unan a la causa -le propuso Emmett.
Jasper lo miró con recelo.
-Creo que soy el más indicado para ello, Majestad -le reiteró. -Nadie mejor que yo para hacerlo que os conozco y cuento, por tanto, con infinidad de argumentos que ofrecerles por los que deberían luchar.
-Pero Emmett...
-Partiré al alba, Majestad -concluyó con seguridad. -En unos días el ejercito de Asbath estará acampado en La Encrucijada a la espera de vuestras órdenes.
-Está bien -aceptó al fin.
-Entonces me retiro, Majestad -le anunció. -He de preparar mi equipaje.
-Majestad, yo también me retiro -dijo Peter con cierta premura mientras Emmett dejaba la estancia. -Hay algo que quiero tratar con él.
Se inclinó rápidamente y salió corriendo tras el guardia.
-Espérate -lo tomó de un brazo haciéndolo detenerse. -¿Qué locura es ésta?
-Tú sabes mejor que nadie...
-Sí, lo sé -le cortó. -Aún así creo que te estás precipitando.
-No veo por qué -le contradijo.
-Benjamín aún no regresa de Bogen -le recordó. -¿Ya no sospechas del pelele empolvado?
-Era desconfianza, Peter, ni siquiera sospechas -puntualizó.
-Aún así creo que deberíamos esperar a que el chico regresara -le sugirió.
-Asbath está a tan solo una jornada de aquí -dijo con apatía. -Puedes mandar a buscarme -concluyó iniciando de nuevo su camino hacia su recámara.
-¿Vas a dejarla sola a merced de ese tipo? -inquirió Peter con declarada intención.
Emmett se detuvo en seco y se giró a mirarlo, de un modo casi amenazador.
-Fin de la discusión -sentenció Emmett con dureza antes de marcharse.
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-¡Majestades! -exclamó Emmett sorprendido cuando se abrió la puerta de su habitación y los vio esperando en el umbral. -Pasad -les pidió.
-Te extrañamos en la cena, amigo mío -le reprochó Jasper.
-Lo siento, Majestad -se disculpó. -¿Charlotte no...?
-Sí, ya nos avisó de tu falta de apetito -lo estudió Alice con ojos inquisitivos.
-¿Me necesitaban? -preguntó Emmett sin terminar de entender el motivo de su visita.
-Queríamos desearte buen viaje -le explicó Jasper, -y yo, personalmente, quería pedirte que le entregaras esta misiva al Capitán del ejército y, por tanto, a sus hombres.
-Pero...
-Es lo menos que puedo hacer, Emmett -lo cortó.
-De acuerdo, Majestad -concordó él.
-¿Necesitas algo? -se ofreció Jasper.
-No, Majestad -negó él. -En cuanto estemos apostados en La Encrucijada mandaré a avisaros.
-¿Tú... lucharás? -se atrevió a preguntarle.
-Por supuesto -respondió con firmeza. -Sería un honor luchar a vuestro lado.
Jasper negó con la cabeza.
-El honor es todo mío, Emmett -posó afable su mano sobre su hombro. -Cuídate mucho.
Emmett asintió agradecido.
Jasper hizo ademán de abandonar la habitación y miró a su esposa.
-Yo... -balbuceó ella.
-Te espero en la recámara -la interrumpió, depositando un leve pero dulce beso en sus labios. Alice le respondió con una sonrisa y aguardó hasta que se retiró su esposo.
-Muy bien -espetó ella con seriedad cuando se hubo cerrado la puerta. -Ahora me explicarás que esperas conseguir con tu actitud.
-No os entiendo, Majestad -contestó eludiendo su mirada indagadora.
-¡Estás hablando conmigo, Emmett! -exclamó airada colocándose frente a él. -Puedes obviar el protocolo.
-¿Qué queréis que os diga? -se encogió de hombros.
-Quiero que me expliques por qué huyes -le exigió.
-No estoy huyendo -se defendió, aunque no sabía muy bien de que. -Creo que es lo que debo hacer.
-Entonces, ¿estás convencido de que por el simple hecho de marcharte tu amor por ella morirá, sin más? -agregó Alice, dejándose de rodeos.
Emmett palideció ante sus palabras, comprendiendo al instante. Se sentó, dejándose caer sobre la cama y, avergonzado, bajó su rostro.
-¿Desde cuándo lo sabéis? -preguntó con tono grave.
-Desde el día de la tormenta -le respondió sentándose a su lado. Emmett suspiró recordando aquel momento en que Alice se lo había dado a entender sin que él hubiera querido admitirlo. -En realidad no estaba segura pero no he necesitado mucho para estarlo. Vuestros ojos irradian amor cada vez que se cruzan vuestras miradas.
-Por favor, Majestad -ocultó su rostro entre sus manos, atormentado.
-Emmett, no te estoy juzgando -apartó sus dedos de su cara. -Al contrario, soy feliz por ti.
-¿Os alegráis de mi desdicha? -una triste sonrisa se dibujó en sus labios.
-¿Ella te corresponde?
Emmett asintió con pesadumbre.
-¿Dónde está el problema entonces? -preguntó confundida.
-En mi sangre -le mostró el anverso de su muñeca, -en mi nombre, mi identidad, en que sólo soy...
-Emmett, te vuelvo a recordar que estamos solos -le atajó. -Lo del "simple guardia" te lo puedes ahorrar y dejar de representar ese papel conmigo.
-Aún así no es suficiente, sigo sin merecerla y vos lo sabéis -argumentó él.
-¿Por qué no posees un rancio abolengo? -inquirió Alice. -Creo que Jasper ha dado claras muestras de no ser una persona clasista -alegó. -Eso dejémoselo al Duque James.
Emmett alzó su cara y le miró con las facciones endurecidas y ojos reveladores.
-Así que eso es lo que pretendes -aseveró Alice al entender. -Te estás apartando de su camino, entregándosela a otro hombre.
-¡Es lo mejor para ella! -exclamó poniéndose en pié.
-¿Y con qué derecho te atreves a decidir eso? -le acusó.
-Con el que me otorga el sentido común y la sensatez -se justificó.
-¿Desde cuando el amor es sensato?
-Emmett... -Rosalie irrumpió en la habitación sobresaltándolos a ambos. -Perdón... yo...
-Tranquila, Rosalie, yo ya me iba -se puso Alice en pie. -Sólo espero que cuando te des cuenta de tu error no sea demasiado tarde -le susurró al muchacho. -Buen viaje, Emmett. Manda mi cariño a todos -se despidió de él abrazándolo.
-Gracias, Majestad -respondió con cierta turbación.
Alice se separó de él con pesar y se dirigió hacia la puerta, deteniéndose cerca de Rosalie.
-Ojalá le hagas entrar en razón -le dijo con una sonrisa antes de marcharse, cerrando tras de sí.
-¿Lo sabe? -dudó ella acercándose a él.
Emmett asintió.
-¿Y lo acepta? -le cuestionó entusiasmada. -Podría ayudarnos a interceder ante mi hermano.
-No hay nada por lo que interceder -espetó con sequedad.
-No te entiendo...
-¿Aún no te has enterado de que me marcho? -sonrió con sarcasmo.
-Sí, pero volverás ¿no? -se extrañó ella.
Emmett no respondió, le dio la espalda y se mantuvo en silencio.
Rosalie no tardó en comprender. Ya su hermano había hecho un comentario en la cena sobre lo insistente de su alegato al ofrecerse a ser él mismo quien marchase a Asbath. Para Jasper aquello resultaba digno de admirar, aunque Rosalie se preguntaba el porqué de su actitud tan voluntariosa. Tenía la respuesta frente a sus ojos.
-Entonces ese es el verdadero motivo de tu partida -aventuró ella posicionándose frente a él. -Me estás abandonando.
-No se puede abandonar lo que no se posee -sentenció él con frialdad.
Entonces Rosalie tomó su rostro con ambas manos y unió sus labios con los suyos, besándolo con fervor, aturdiéndolo. Deslizó sus brazos rodeando su cuello y se abrazó a él, arqueando su cuerpo contra el suyo, con la firme intención de que la sintiera, por entero, mientras seguía besándolo ávidamente, continuando con aquella lucha sin cuartel. Por mucho que Emmett intentó no doblegarse, sus deseos de tocarla y abrazarla eran cada vez más poderosos, y se acrecentaban con cada una de las caricias que le dedicaban aquellos deliciosos labios. Finalmente se rindió sin remisión y elevó sus brazos para estrecharla contra su pecho. Sí, la sentiría una vez más, era una justa recompensa por aquel sacrificio que le laceraba el corazón, el alma. Respondió a su beso con el mismo ardor, saboreando su boca hasta la saciedad, queriendo que ese exquisito dulzor impregnara su mente y sus recuerdos donde permanecerían para siempre. Y Rosalie lo comprendió, aquel beso le supo a despedida, a adiós y aunque quiso transmitirle todo su amor, todo sus anhelos y acallar de su mente la estúpida idea de dejarla, con cada instante que pasaba lo notaba más y más lejano. Sus brazos la abrazaban, sus labios la besaban pero su alma se separaba angustiosamente de la suya.
-¿De cuántas formas he de decirte que te pertenezco? -lo miró con ojos suplicantes. -¡Te amo, Emmett!
-¡Y yo a ti! ¡Desesperadamente! -le declaró.
-¿Entonces por qué?
-Por que esto es lo mejor -bajó él su rostro huyendo de su mirada.
-¿Para quién? ¿Para ti? -inquirió con furia, tratando de tragarse las lágrimas que luchaban por liberarse de sus ojos.
-¡No! -se apresuró a negar. -¡Es lo mejor para ti!
-¡Tú eres lo mejor para mí! -dijo exasperada.
-¡Te conviene alguien como James! -exclamó mortificado.
Rosalie se alejó un paso de él y comenzó a reír, una risa falsa, aderezada con la sal de su llanto.
-Eres un iluso -ironizó. -¿Crees que porque te marches me arrojaré a sus brazos? ¿Tan banal piensas que es mi amor por ti? ¿O es que has olvidado lo que me dijiste una vez cuando ocurrió aquel episodio entre Charlotte y Peter? "No hay nada que se pueda hacer si el corazón de la doncella ya pertenece a otro" ¿Lo olvidaste? -insistió -¡¿Lo olvidaste? -golpeó su pecho obligándole a contestar.
-No -masculló entre dientes.
-Pues mi corazón no sólo te pertenece, Emmett -prosiguió entre lágrimas, -lo marcaste a fuego, y es un ardor que me consume dolorosamente cuando no te tengo cerca pero que tu simple contacto mitiga tornándose en embriagador bálsamo. Mis manos sólo reconocen la tuyas, al igual que mis labios, mis ojos, mi aliento, mi esencia... sólo te reconocen a ti.
Rosalie posó su mano en la mejilla de Emmett y captó un lágrima solitaria que la surcaba.
-Dime que volverás a mi lado -le pidió.
Emmett cerró los ojos y tomó aire, tembloroso.
-Adiós, Alteza -suspiró contra su piel.
Tomó sus dedos, apartándolos de su rostro, y se giró dándole la espalda, sin querer ver como se marchaba, evitando así la tentación de detenerla, alejando el deseo de estrecharla de nuevo para no volver a soltarla jamás. Escuchó sus pasos lentos a lo largo de la habitación, el sonido de la puerta al cerrarse y entonces se derrumbó. Cayó sobre sus rodillas con el rostro entre sus manos, ahogando un grito de dolor al sentir su corazón resquebrajarse en miles de pedazos dentro de su pecho. Y lloró como nunca antes lo había hecho al saber que él mismo se había condenado a la más absoluta soledad, a una vida llena de oscuridad y de su ausencia. Sólo le quedaba aquel sabor en sus labios que jamás se borraría de su piel.
Aún no despuntaba el alba cuando se levantó de la cama, con los músculos entumecidos, tras horas de vigilia y aflicción. Se acercó a la cómoda tomando la carta de Jasper y la leyó, guardándola después en el interior de su jubón. Sin duda a los soldados les honrarían las palabras de su Rey pero seguía convencido de que eran innecesarias; el ejército de Asbath lucharía con toda seguridad. Se colgó el morral al hombro y se dirigió a la puerta, despidiéndose de aquel cuarto en el que quedaría encerrado su corazón.
Antes de cruzar el puente levadizo se volteó para echar una última mirada a aquel castillo en el que se había permitido el lujo y la osadía de soñar. Vislumbró una de las ventanas del torreón alumbrada por la luz de las velas y su fulgor desdibujó el rostro de Rosalie. Emmett no pudo evitar que el brillo de sus ojos lo capturaran una vez más y Rosalie sonrió para sus adentros con amargura. Podrían pasar semanas, meses, años, incluso siglos, pero ella siempre estaría allí, esperándolo, hasta que él decidiera volver. Por que él volvería y ella estaba convencida de ello, debía estarlo... esa esperanza era lo único que la mantendría con vida hasta entonces.
1 comentarios:
chicas me encantan los fics... y este en especial.. como ya se los dije..
y bueno.. solo les digo que me quede atrasada con algunos..
y aprovecho la oportunidad para comentar aca..
esta buenisimo tan lejana como una estrella..
solamente no termino de entender uqe tiene Bella.. si es asi por su madre o que porque debe aver algo mas.. eso pienso.. jaaj
e inmortal se esta poniendo BU-E-NI-SI-MO.. jaja bueno besoos...
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