Capítulo 17: Inicia la Cacería.
Y ahí estaba otra vez ese angustiante sentimiento que laceraba mi pecho y me estrujaba el corazón...
¿Por qué? ¿Qué era lo que pasaba? Esta absurda preocupación... Me resultaba conocida.
Cerré los ojos e inspiré profundamente para intentar sosegarme. Pero, sin embargo, cuando las trompetas anunciaron el primer llamado, un viento helado me recorrió la columna vertebral. Me enchinó la piel.
–Me daría mucho gusto que no se arriesgará y se mantuviera a salvo en el castillo. Quiero ser yo quien la mate algún día... Tenga por seguro que no permitiré que nadie más me robe ese placer...
Edward...
–Bella
–Jacob – dije, con un pequeño sobresalto. Él me sonrió cálidamente
–Disculpa si te asuste.
–N-no tengas cuidado. La que te sigue debiendo una disculpa soy yo...
–Pensé que habíamos quedado en que todo estaba olvidado – interrumpió.
Me sentí mucho peor por su cordialidad. Realmente, lo que menos merecía Jacob era la pésima mentira que le había soltado para justificar mi repentina "desaparición". Bajé el rostro, incapaz de mirarle a la cara. Me avergonzaba de mi falta de gratitud hacia él y me enfurecí al deducir que, estúpidamente, prefería proteger a un enemigo que a un aliado.
–Bella – llamó, tomándome las manos.
Su cálido tacto me envió pequeñas punzadas eléctricas que me llevaron a verle de nuevo. Su semblante era despreocupado, sonreía, pero también aprecié cierta vacilación en sus negras pupilas. Esperé en silencio. Sabía que me iba a decir algo.
–Yo... sé que es muy pronto – continuó – y sé que tampoco es un buen momento. Es muy de madrugada y estamos a punto de partir hacia una cacería – sonrió, como si eso fuera un chiste. Yo, por lo mientras, sentí que el corazón se me exprimía al tener en cuenta lo que, hacía un minuto, había pasado por alto: Jacob también iría a arriesgar su vida allá fuera. Tal vez no le conocía demasiado, pero había algo entre él y yo que estuvo desde el principio. Un vínculo. Una unión estrecha como la que hay entre dos hermanos. Tensé la mandíbula para no hacer expreso mi cobardía. No ganaba nada con alterarme.
–Definitivamente no es un buen momento – prosiguió, con una mezcla de pudor y diversión en su voz – Pero, aún así, necesito decirlo. Se escuchará dramático, pero no sé si después pueda hacerlo... – fruncí el ceño, aquello realmente no era gracioso – Bella, yo te quiero.
Tardé más de dos segundos en procesar cada palabra dicha y escuchada. Me costaba creerlo. Más que costarme, no quería entenderlo. ¿Era necesario que él...?
¡Ag!
–Jacob... definitivamente este no es el momento...
–Lo sé, lo sé – interrumpió – no te quería presionar, pero no contaba con que todo se diera tan rápido de un momento a otro. Por eso te cité para salir ayer. Te quería confesar mis sentimientos de una manera más... "romántica". O como quieras llamarle – explicó. No pude evitar sonreír un poco – Me gustas demasiado – agregó, incrustando su profunda mirada en la mía. Sentí mariposas en el estomago, al percatar que se estaba acercando – Bella, ¿Tú...?
–Yo sólo quiero que tú y el resto regresen a salvo al castillo – dije, haciéndome a un lado para alejarme de él – Y discúlpame, pero no estoy para hablar de otra cosa más que no sea el bienestar del reino.
Escuché su risa detrás de mí
–Comprendo, comprendo. No pretendía presionarte. Era solo... precaución. Lo siento.
– Jacob – dije, girándome para mirarlo – no hables así, como si fueras... como si fueras... – El pánico ahogaba mis palabras. Resultaba tan imposible el pronunciarlas
Él volvió a sonreír y pude ver complacencia en su mirada.
– ¿Morir? – adivinó mi palabra restante. Bajé el rostro para disimular el horror que seguramente cristalizaba mis ojos – No te preocupes. Estaré bien, ahora que sé que te preocupo.
–Cuídate mucho...
–Bella, tranquila – dijo, soltando una risita confiada y volviéndome a tomar las manos – Todo saldrá bien. Verás que, con la ayuda de tu hermano, Emmett y mis hombres, ese bosque quedará libre de todo posible chupa sangre que pueda haber. No quedará ni uno solo, lo prometo.
Temblé nada más al escucharlo. Se hallaba tan confiado que parecía cierto y eso, el saber que TODO vampiro iba a ser exterminado, de alguna manera, no me consolaba en lo más mínimo.
–Ya es hora de irme – anunció, cuando la negrura de la noche daba paso al primer rayo de aurora. Justo en ese momento, el primer llamado de guerra se escuchó. Sentí las piernas débiles y aferré mi mano a su brazo cuando vi que daba media vuelta para retirarse al jardín donde se reuniría el resto de los hombres.
–Iré contigo. Quiero despedirme de mi hermano y de Emmett.
Él asintió.
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–¡Bella! – exclamó mi hermano al verme.
–James – susurré, para que la voz no se me quebrará. ¿Cuántas personas más, a las que yo adoraba, irían a esa absurda expedición?
– Supongo que ya no debe extrañar que tú tampoco hayas conciliado el sueño.
– Hermano, por favor...
–No, Bella – interrumpió suavemente, con suplica – no me pidas tú también que dejemos esto. Bien sabes que es necesario.
–Pero tú... y Emmett... y todos esos hombres
–Ya es momento que dejemos de jugar con esos demonios – murmuró, meditabundo, como si él tratase también de convencer que este sacrificio era severamente preciso – No podemos seguir viviendo siempre con el temor de qué nos traerán sus nuevas inhumanidades. Cada día van más lejos. Cada día son más despiadados... No debe de quedar ni un solo de ellos.
Otra vez, sentí un agudo agujero abrirse paso en mi pecho.
El segundo trompetazo resonó por todo el alrededor. James se acercó para depositar un beso sobre el cristal que reposaba en mi frente.
–Vamos, Alice, Victoria y mamá están por allá – indicó, llevándome de la mano hacia donde él decía.
Accedí, sin oposición, no sin antes despedirme de Jacob
–Espero todo salga bien – murmuré.
Él se inclinó para tomar mi mano y depositar un beso sobre ella.
–Te veré pronto, Bella. Lo prometo.
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Cuando llegamos a donde estaba mi madre, en compañía de Alice y Victoria, esta última se lanzó a los brazos de mi hermano, que la recibió fervientemente y la estrechó contra su pecho.
–Victoria – musitó él, con sus labios pegados sobre sus rojizos cabellos – Esposa mía, deja de llorar.
–No quiero que vayas, James – sollozó ella, con sus manos empuñadas en su torso – ¡No quiero que vayas!
–Cariño, mírame – suplicó y la desesperada muchacha accedió – Ya te dije que todo estará bien. Que en la noche estaré contigo. No temas, pronto acabará todo.
La pelirroja se dejó tranquilizar por sus palabras. Me vi obligada a desviar la atención para cuando se despidieron con un apasionado beso y fue entonces cuando vi a Alice parada en un umbral, contemplando fijamente en dirección hacia la tropa organizada de guardias y guerreros.
–Alice – llamé. Ella pegó un brinco involuntario – ¿Qué sucede? – me alarmé, al verla con los ojos llorosos.
Antes de responder, ella me abrazó fuertemente y mojó mi vestido con sus tristes lágrimas.
–Tengo miedo, Bella – musitó, con voz temblorosa – tengo mucho miedo. No logro ver nada. El futuro de todos es tan confuso, tan indeciso...
–No sé qué decirte, Alice – contesté, con toda sinceridad, pues sabía perfectamente que no habían palabras para tranquilizarla.
Si. Lo sabía...
Yo también estaba igual de desesperada, y no solamente por James, Emmett y Jacob. No. Estaba alguien más... Ese ser de ojos rojizos, y a veces dorados, que no se había despegado de mi mente ni un solo momento.
El tercer y último trompetazo silbó en el viento. Los hombres se cuadraron y enderezaron sus lanzas, arcos y espadas, y, después, las puertas del castillo se abrieron, saliendo primero James sobre su caballo y siendo seguido al instante por Emmett. Luego, el grupo de licántropos que iba comandado por Jacob y, por último, el numeroso grupo de humanos que iba guiado por el rubio guerrero al que reconocía por Jasper.
Las puertas se volvieron a cerrar en cuanto solo quedó la guardia que vigilaba las entradas. El silenció reinó de manera abrumadora. Sentí a Alice sobrecogerse bajo mis brazos y comprobé que yo estaba haciendo prácticamente lo mismo, cuando mi padre posó una de sus manos sobre mi hombro.
–Vamos adentro – indicó, intentado simular, con la rigidez de su rostro, todo el temor que le embargaba por dentro.
Sabía lo mucho que se deploraba el no poder ir con James. Pero así eran las reglas que se habían implantado para este día. Él se quedaría, por si se quería llevar a cabo un doble ataque en el que se viera involucrado el interior del castillo.
–¿Segura que quieres estar sola? – pregunté a Alice.
Ella solo se limitó a asentir. Aún temblaba. Era extraño. Jamás la había visto así. Ni si quiera cuando, años atrás, se había hecho lo mismo.
–No dormí en toda la noche. Quiero descansar
No supe decir en ese momento el por qué sus palabras se me presentaban como mentiras. Tal vez por que yo había inventado justamente la misma mala excusa para correr hacia mi habitación, abrir las cortinas de mi ventana e intentar, inútilmente, si lograba ver algún acontecimiento en medio del bosque.
Y, por supuesto, mis ojos no buscaban a otra persona en especial que no fuera a él...
... A Edward.
EDWARD POV
–Laurent, ¿Están todos los hombres ya listos?
–Si, señor
–¡Hijo! – la voz de Carlisle detrás de mí, me sobresaltó.
–Padre, ¿qué haces aquí? ¿Acaso no recibiste mi mensaje de alerta?
–Lo he recibido – confirmó – y por eso mismo, he venido. Edward, tu madre está demasiado preocupada. Suplica que desistas de esta locura
–No puedo – contesté, dando media vuelta ante la imposibilidad de mirar a mi progenitor a los ojos, cuando sabía que era yo el causante de su dolor – No puedo quedarme de brazos cruzados cuando están intentando acabar con mi raza.
–Tus hombres son pocos. Al menos permite que...
–De ninguna manera – interrumpí – Por nada accederé que tus hombres, que nada de culpa tienen en todo esto, pues jamás han violado la vida humana ni ofendido a la integridad de la Realeza, se unan a esta batalla que solo nos concierne a nosotros, a los verdaderos proscritos
–Señor – terció Laurent – si me permite, pienso que debería aceptar la ayuda de nuestra Alteza. Recuerde su objetivo, pues parece estar olvidándolo. Hace semanas no pensaba de esa manera. Lo único importante era acabar con esa raza inmortal para adueñarse del reino, sin importar cuántas vidas costará, pues, el pago valdría bien la pena. Ahora, creo yo, no es momento para regar la bondad del alma. Ellos nos atacan y son demasiados. A su séquito se les han unido hombres lobos, será una batalla demasiado reñida y nosotros no deberíamos de tomar esta clase de riesgos...
–Si tienes miedo, Laurent, tú también puedes quedarte – interrumpí, intentando ocultar la furia que me provocaba la veracidad de sus palabras.
Si. Definitivamente, yo no era el mismo. Algo había cambiado. La sangre muerta que corría por mis venas no me permitía ser lo suficientemente egoísta como para sobreponer mi victoria por el resto de los hombres. Es más, los deseos de venganza, de ver sangre de nobles vertida por los pasillos del castillo, estaban ya casi extintos. Si me encontraba luchando, era más por la necesidad de proteger a los míos que por la sed de ver al Rey Charlie y al príncipe James postrados ante mis pies.
–Lo siento, Mi Señor, si le he ofendido – se inclinó el vampiro, para ofrecer sus disculpas – Yo solo exponía mi opinión. Le espero con el resto de los hombres para que salgamos al bosque en cuanto usted lo indiqué – se cuadro y después se marchó.
–Hijo... – comenzó a decir Carlisle, pero yo le silencié con un gesto en la mano
–Ve con mamá – pedí, con voz baja – tranquilízala y dile que, en cuanto esto acabe, iré a verla. Protege la guarida – agregué – dile al resto de nuestra gente que se oculte bien y que no salga hasta que yo llegue. Recuerda que intentarán rastrear hasta el último de nosotros. No permitas que nada malo le pase a Esme ni a los niños. Prométemelo.
–Te lo prometo, Edward – contestó mi padre, posando una de sus manos sobre mi hombro y mirándome fijamente – después de décadas de rebeldía, hoy vuelvo a ver al hijo que tuve tiempo atrás.
Asentí, al no encontrar algo qué decir pues yo no veía nada bueno en todo esto. Al contrario, mi actitud me resultaba vergonzosa, reprobable... inútil.
Carlisle dio media vuelta y se marchó. Luego, yo trepé hasta la última rama de un gran árbol, con la intención de pensar, mientras la mañana llegaba. Sería un día nublado y lluvioso. La humedad en el aire me lo decía. Me pregunté si sería un punto a nuestro favor o las lágrimas del cielo que acompañarían a las perdidas que se darían.
–Edward
Bajé del árbol con un salto, al escuchar la voz de Rosalie. Ella me miraba con el ceño fruncido. Yo supe a qué se debía su furia, pero decidí no ser yo quien dijera la primera palabra
–Eres un idiota, ¿lo sabías?
Si. Lo sé.
–¡Pudiste haberla matado hoy! ¡Ese era el plan! ¡¿Y qué has hecho a cambio? ¡Pasar una tarde "romántica" en ese maldito prado! ¡En estos momentos la Realeza, en lugar de estar planeando una emboscada en contra nuestra, debería estar llorando a los pies de la tumba de su "adorada Isabella"!
–Basta, Rose – pedí, con voz baja. Sin saber por qué, el solo hecho de pensar a esa princesa muerta me hacía sentir enfermo – deja de gritar y recuerda que, de todas formas, íbamos a ser atacados tarde o temprano. Es más, tú no tienes nada que ver en todo esto. Puedes ocultarte...
–No voy a esconderme – interrumpió. Su voz siseaba a causa de la furia – No me quedaré esperando a ver qué estupideces más haces. Yo misma la mataré. Yo misma iré a arrancarle el corazón y las entrañas a esa bastarda...
–¡No te atrevas ni a pensarlo! – ni si quiera sé bien cómo es que sucedió. Cuando me vine a dar cuenta, ya tenía a la rubia muchacha acorralada entre el árbol y mi mano, que estrujaba con fuerza su cuello.
Mi mirada se encontró con la suya. En la mía había miedo y confusión. En la de ella había una ira infinita. La fui soltando poco a poco. Temblando. ¿Qué me pasaba? Hacía solo unos días el deseo de venganza era lo que más nos unía. Lo que nos convertía en hermanos y amantes. Y ahora, ahora que ella estaba dispuesta ayudar, a facilitar nuestro objetivo, yo no estaba dispuesto a permitirlo...
–Lo siento, Rose...
–Ningún valor tienen para mí tus disculpas – contestó, con la barbilla ligeramente alzada en gesto desafiante – Eres el vampiro más absurdo que haya conocido en mis décadas de vida, Edward. Yo ya te ofrecí mi ayuda, la has desaprovechado. Ahora no me pidas que, al igual que tu, cambie mis planes. Yo si sigo deseando que la Realeza caiga y nada hará que cambie de opinión. Así que, si quieres matarme para protegerla, hazlo ahora. Después puede ser tarde.
No me detuve a pensar en sus palabras. Ya demasiado confundido me encontraba. Lo único que sabía era que quería a Rose y que Isabella representaba a alguien importante. Que a ninguna de las dos podía herir. Solo eso.
–Vete, Rose. Yo sería incapaz de hacerte daño...
–Yo tampoco te haría daño, Edward – susurró, acercándose y enredando sus brazos alrededor de mi cuello.
Su cuerpo se apretó al mío, pero mi mente no pudo reprimir lo que mi piel sentía cuando Bella hacía lo mismo. La descarga de agradables choques eléctricos que me surcaban y casi reavivaban el corazón ante su calor. La forma en que mis manos, automáticamente, buscaban su lugar en su frágil cintura y la desesperación con la que mis labios cortaban la distancia entre los suyos.
Siempre había sentido a Rose lejos de mí a la hora de besarla o hacerle el amor. Siempre estuve consciente de que ambos lo hacíamos por puro placer y desahogo de nuestra soledad. Pero esa noche, mientras su boca se movía entre la mía, pude apreciar una gran necesidad, por parte de ambos, de encontrar en el otro algo que habíamos dejado perdido.
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Todos los hombres ya estaban listos. La cacería había dado comienzo y alcanzábamos escuchar el trote de los caballos acercarse.
–Rose, ve a tu cabaña – pedí, por enésima vez.
–De ninguna manera – contestó ella, tomando el arco y las flechas entre sus manos – El que te tenga gran estima no significa que desista ante mi venganza contra la Realeza – después, salió corriendo hacia el bosque.
Inspiré hondo y decidí que, por el momento, no me preocuparía. Estaba confiado en que el castillo iba a estar bien asegurado y que Rose era la suficientemente lista como para no cometer una tontería que arriesgaría su vida.
Bella... Sólo espero que no cometas una de tus tantas imprudencias y, en verdad, te quedes detrás de las murallas que te protegen...
–¡Majestad, cuidado! – el grito de uno de mis hombres me trajo a la realidad. Incliné mi cuerpo y la flecha rasgo un pedazo de tela.
–¿Pero qué diablos te pasa? – Se alarmó Eleazar, uno de mis amigos – ¡¿En qué piensas?
–En nada – contesté, antes de salir hasta el frente de mis hombres que ya se encontraban listos para la lucha.
Hubo mucha sangre. Demasiada. Mi ropa estaba bañada de ella y, extrañamente, me causaba nauseas todo esto. A cada paso que daba dentro del bosque, el alma me remordía y los rostros de mis victimas se dibujaban a cada instante en mi mente. Sólo el ver los cuerpos incendiados de mi gente era lo que me seguía incitando a seguir luchando y no dejaba que el fuego del odio se acabara por completo.
El viento estaba impregnado de lamentos, gritos y clamores. Los aullidos de los lobos acentuaban esa lúgubre mañana que pareció eterna hasta que el crepúsculo arribó. Vi el rojo del cielo como una viva representación de todos los linajes derramados sobre la tierra húmeda.
Dejé caer el cuerpo del enorme licántropo ya muerto sobre la tierra y recosté mi cabeza un momento sobre un grueso pino. Estaba ya cansado. Sé que eso se presenta imposible para un ser como yo, pero tantas horas de correr, de asesinar y de esquivar a la muerte habían logrado lo imposible.
Ni pensar que lo peor estaba aún por venir.
Pude ver las imágenes antes de que su voz, ahogada en desesperación, llegara a mis oídos y sentí que el corazón me era extraído, por garras filosas y violentas, de un solo golpe.
–¡Corran hacia el castillo! ¡Corran hacia el castillo y protejan sus puertas!
El príncipe James estaba casi igual de alarmado que yo. La cacería en el bosque fue olvidada al instante, pues, el verdadero ataque ya se estaba centrando en otro lugar.
–¡Maldito Laurent! – bramé, lanzándome hacia la carrera más larga de toda mi vida.
Mientras mis pies se movían, mis dientes rechinaban de pura furia por haber sido tan estúpido de haber confiado, después de lo pasado con los humanos, en él. Por haber permitido que su mente se cerrara de tal manera que yo fui incapaz de prever sus movimientos. Todo este tiempo, mientras mis hombres y yo luchábamos contra la Realeza, él, y otro grupo más, habían avanzado hacia el castillo, con la única intensión de tomar la cabeza de los Reyes y las Princesas.
Bella...
Mi mente repetía su nombre con fuerza, con temor. No sabía de dónde provenía este impulso que me llevaba a olvidar todo lo demás para centrarlo sólo en una cosa: Protegerla.
Y me odié, me odié a mi mismo con un veneno mortal, pues, estaba seguro que, por ella, por esa absurda princesa que, se suponía, debería de detestar, sacrificaría la vida de mi propia especie. Daría hasta mi vida
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Capítulo 18: Ataque en el Castillo.
–Eleazar, debes ir con el resto de los hombres a proteger la guarida – ordenó – yo iré al castillo. Laurent nos ha traicionado. Ha enviado a parte de la guardia que cuida a la Realeza a donde se encuentran ocultos los demás, mientras él y sus hombres aprovechan esta distracción para escabullirse y atacar.
–¿Y eso es malo? ¿Acaso no es eso lo que querías? La Realeza al fin estará ante tus pies.
–Por favor, haz lo que te digo y sin hacer preguntas. Ni yo mismo sé lo que quiero ahora. Tú... solo encárgate de proteger a nuestra gente.
Eleazar asintió y corrió hacia la guarida en donde el resto de los vampiros permanecían ocultos.
–¡Cierren bien las puertas! – indicó al llegar – hombres, prepárense para cualquier posible ataque. Mujeres, tomen a los niños y, si las circunstancias lo ameritan, corran y llévenselos lejos. Recuerden que no solo vienen humanos armados con flechas, espadas y dagas venenosas, si no que también les acompañan licántropos.
Las pálidas y hermosas mujeres aferraban a sus crías contra su pecho. Hermosos bebés de ojos dorados, rostros blancos y tan magníficamente bellos, que solo podían ser comparados con ángeles. Mientras que los hombres estiraban los dientes y emitían sordos gruñidos, al momento que se agazapaban frente a ellas, para cubrirlas con sus espaldas.
–¿Dónde está mi hijo? – pidió saber Esme, con manifiesta desesperación
–Alteza – se inclinó Eleazar, antes de contestar – Ha ido en busca de Laurent quien decidió, por cuenta propia, atacar directamente al castillo.
–¡Ha ido al Castillo! – exclamó la reina, llevándose las manos al rostro. Carlisle se apresuro a abrazarla, en un intento fallido de sosegarla.
–Estará bien – prometió, pero ella negaba nerviosamente con su cabeza – Nuestro hijo es fuerte. Estará con nosotros pronto... Ya lo verás.
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Los pies de Edward se movían de manera violenta e invisible sobre la húmeda tierra. Durante todo el camino, había dejado de respirar. Jamás antes un sendero le había parecido así de extenso e inacabable. Por más que se esforzaba y esquivaba las ramas y raíces de los arboles, sus ojos no podían vislumbrar aquel castillo que tanto anhelaba ya ver. La desesperación le consumía y los angustiantes pensamientos que había alrededor no ayudaban en nada.
Había dejado atrás a todos. Los licántropos le seguían varios kilómetros atrás, con el príncipe James trotando a todo galope casi a su par. Y, dentro de esa maraña de pensamientos internos, que luchaba por no prestar atención, había uno de ellos que gritaba tan fuerte como el estridente sonido de relámpagos bajo una tormentosa lluvia.
La Princesa Alice...
Sacudió la cabeza y gruñó. No era momento para entretenerse. Obstruyó su mente lo mejor que pudo a aquellos sonidos y siguió corriendo, con más fuerza si eso es posible, cuando divisó la primera torre.
–¡Maldición! – murmuró al ver las puertas del castillo abiertas de par en par y a un insignificante grupo de humanos intentado detener a una manada de vampiros que no se tentaban el alma al arrojarlos contra las paredes y enterrarle los colmillos para extraerles hasta la última gota de vida.
Había llegado tardé y las rodillas le temblaron al reconocerlo. Ahora, solo quedaba buscarla. Debía mantener la esperanza de que Bella estaría bien. Tenía que estarlo...
Y, aferrándose a esta ilusión, escaló por una de las bardas traseras – intentando que nadie le viera – y comenzó a correr cada uno de los pasillos, yéndose primeramente a su habitación, la cual, estaba vacía.
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–Alice, corre – susurró Bella, mientras sus manos acomodaban la flecha en el arco que apuntaba directamente hacia el vampiro que tenían en frente.
–No voy a dejarte
Frunció el ceño y no insistió. Sabía que no era momento para ponerse a discutir. Tal vez de su vida ya quedaba poco, solo bastaba una mordedura de ese pálido monstruo que se agazapa frente a ellas y todo terminaría. Sin embargo, no era el miedo a morir lo que hacía que sus dedos se aferraran al arco de manera tan violenta y decidida. No. Era otra cosa lo que la enfurecía y entristecía al mismo tiempo. Era el sentimiento de traición. La cobardía de ese maldito que le había engañado. Sintió que la garganta se le cerraba al recordarlo. ¿Cómo había podido ser tan vil? ¿Cómo había tenido la poca hombría de atacarle de esta manera?
–Dile a ese bastardo que tienes por "Señor" que no sea cobarde y que tenga el valor suficiente de matarme con sus propias manos – dijo, sin poderse contener.
El rostro del chupa sangre no pudo ocultar su asombro, pues, al igual que Alice, sus palabras no adquirían ningún sentido.
–¡Ve y díselo! – insistió Bella, pero un gruñido le interrumpió.
Ambas princesas retrocedieron al ver al vampiro avanzar hacia ellas, sin la menor intención de continuar con esa plática. La castaña se apresuró en cubrir a su hermana con su espalda. Si bien a ella le importaba poco lo que le pasara, no pensaba lo mismo para el resto de su familia. De hecho, una afligida preocupación iba en ascenso al preguntarse en cómo estarían sus padres, James y el resto. Un escalofrío le recorrió la espalda al ver las ropas del recién llegado completamente cubiertas de sangre, pero tensó la mandíbula y no permitió que ni la menor pizca de temor surcara su rostro.
El vampiro se arrojó hacia ella que, en un movimiento reflejo, disparó la flecha, incrustándola exactamente en su duro pecho. A la castaña se le escapó un jadeo por lo bajo mientras veía cómo el veneno se esparcía rápido por las venas secas y lo inmovilizaba por completo.
–Hay que buscar al resto – dijo, sin tomarse el tiempo de incendiar a la masa blanca que yacía en el suelo – tenemos que irnos con cuidado y lo más silenciosamente posible. Si ves a un vampiro, no dudes de atacarlo y si te pido que te vayas sin mi, debes hacerlo ¿entiendes? Debes ir por ayuda
Alice asintió y, después, comenzaron a correr por los pasillos menos frecuentados. Tratando de ignorar los gritos que se escuchaban allá afuera. Y, mientras sus pies – intencionalmente descalzos – se desplazaban, la pequeña estaba haciendo un esfuerzo enorme por no hincarse a llorar de tanta desesperación.
¿Cómo estaría Jasper? ¿Y su hermano y Emmett? Si los vampiros habían logrado entrar al castillo era por que algo no había salido bien allá afuera. ¿Cómo estarían ellos? ¿Cómo estaría él? No podía ver nada. El corazón se le encogía con cada nueva y lacerante incertidumbre. Y es que el solo pensar que él podía estar herido (o muerto) era como arrancarle la vida de un solo y despiadado movimiento. ¿En qué momento había llegado a depender tanto de ese joven guerrero? ¿En qué instante su eterna existencia se había reducido a sus cortos años de mortalidad? No lo sabía. Tampoco le importaba. Era ya muy tarde para recriminaciones. Era ya muy tarde para arrepentirse... Nada, más que el tenerlo entre sus brazos, podía ahora curarle de este tormento que la consumía mientras su hermana la obligaba a correr y a correr por todo el castillo.
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–Pero mira qué tenemos por aquí – dijo Laurent, mientras se acercaba a la rubia muchacha con la que se había encontrado – a nuestra linda brujita
Rose rechazó bruscamente la caricia que él estaba dispuesta a dar en su mejilla
–Hazte a un lado – dijo, con altivez – no he venido aquí a perder mi tiempo.
–¿Ah no? – Repuso el vampiro, con dramática decepción – qué lastima. Pensé que habías optado por ser mi aliada. Pero, aún es tiempo para pensarlo. Si tú gustas...
–De ninguna manera – interrumpió – no trato con víboras traicioneras.
Laurent soltó una carcajada socarrona
–Vamos, Rosalie. ¿A quién intentas engañar? Tu misma estás traicionando a tu "adorado" Edward ahora mismo, que estás tomando ventaja de mi gran plan. No seas tonta – persuadió, tomándola del brazo – ya estás aquí. Únete a nosotros. Los licántropos y el resto de la guardia ya vienen. Si los hechizas, todo será más fácil. Tendremos al príncipe James, y al idiota que tiene como primo, a nuestra merced. Habremos acabado con dos reinos de una vez por todas. Tu venganza estará más que cobrada. Es más, ahora mismo, te concedo el placer de adentrarte al castillo para que mates a la princesa Isabella. Te doy todo esto a cambio de un poco de tu ayuda, ¿Qué dices?
–De ninguna manera – contestó Rosalie, con su fría mirada fija en los ojos rojos de él – tu oferta es interesante y tentadora, pero no es lo que yo busco – aclaró – yo quiero mi venganza. Mi victoria. Liberarme por completo para cuando esto termine. No quedar al servicio de un sin vergüenza como tú. Te conozco Laurent, sé que eres ambicioso y no te conformarás con esto. Matarás a varios de tus hombres, y te quedaras con aquellos pocos que te sirven bien, solo para no verte en la obligación de repartir los tesoros que obtendrás.
Él vampiro estiró una amplia sonrisa
–Eres más inteligente y franca de lo que pensé – admitió
–Lo soy – aseguró Rose, pasando a su lado – Recuerda que esto no es una tregua. Estoy entrando a este castillo con mi propio objetivo. No me interrumpas. No me remordería para nada la conciencia en matar a un animal como tú...
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Jasper había rebasado al príncipe James hacía poco. Sus pies golpeaban con fuerza las costillas de su caballo, que parecía casi volar, de tan rápido que corría. Solo alguien más iba a su par: Jacob. Ambos llegaron al mismo tiempo al castillo y, sin pararse a contemplar toda la masacre que se esparcía, se internaron a las inmensas salas, cada uno corriendo por su propio objetivo.
El primer lugar al que rubio se dirigió fue a la habitación de Alice. Tanta era su aflicción que casi ni sentía lo rápido que su corazón latía a causa del esfuerzo sobre humano que estaba llevando a cabo. Estaba desesperado y en su mente solo estaba su bendito nombre suplantando el cansancio, la sed y el dolor de las heridas obtenidas en el bosque. Nada de eso importaba. Lo único que él quería era encontrarla, asegurarse de que estaba bien.
Pasó varias salas en las que varias batallas estaban aún en pie. Ignorando a todo y a todos. Saltando los cadáveres de inmortales incinerados y de humanos desangrados. Con su rostro bañado en sudor frío –combinado con la humedad que de su ropa que la lluvia había dejado – y con la garganta ardiéndole ante la falta de aire que se extinguía por tanto forcejeo.
Alice...
Solo la imagen de su rostro y su amable sonrisa le impulsaban a seguir corriendo. Solo la necesidad de protegerla le daban fuerzas. El mundo entero podía perecer, pero si ella seguía viviendo, todo estaría bien...
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Alice y Bella frenaron al tener su camino bloqueado por un vampiro de cabellos largos y castaños que se relamió los labios en cuanto las vio.
La castaña volvió a apretar la flecha y el arco con sus manos y apuntó directamente hacia él. Aunque las probabilidades de acertar eran pocas. La distancia que les separaban era demasiado corta y ella no era tan rápida como él.
–Alice, James y el resto ya están aquí – dijo, sin despegar la mirada del peligro – da media vuelta mientras yo le entretengo y corre en búsqueda de ellos.
–Bella...
–Haz lo que te digo – pidió – recuerda lo que acordamos hace poco.
La pequeña asintió, con el corazón latiéndole a todo galope. Pero ni bien había dado el primer paso para marcharse, cuando el vampiro se arrojó hacia ellas.
–¡Corre! – gritó Bella, mientras le impedía el paso con la madera del arco.
Alice tardó dos segundos en encontrar la manera de mover los pies y, después, se echó a correr en medio de tropezones.
Los brazos de Bella estaban a punto de rendirse ante la fuerza que le empujaban. Y es que el pensar en desafiar a un vampiro era una idea tremendamente estúpida. Ellos eran como diez veces más fuerte que su raza. Pero tenía que soportar un poco más. El tiempo justo como para que Alice llegara hacia James (que gracias al Cielo estaba bien)...
Mientras el despiadado demonio gruñía y mostraba los dientes, en conjunto con sus ojos negros y rabiosos, a la princesa le importaba poco lo amenazante que se mostraba. Su mente estaba concentrada en aquel ruin ser que la había traicionado de esa manera.
Cobarde... Eres un maldito cobarde, Edward, repetía una y mil veces más. Y, aunque intentó odiarlo, no pudo.
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–¿Te irás? – había preguntado la princesa
–Si...
–¿Cuánto tiempo?
–No lo sé. El que sea necesario para que todo se tranquilice... Carlisle dice que probablemente unos diez o veinte años...
–No – interrumpió, sin poderlo evitar. Bajó el rostro, para ocultar la zozobra que comenzaba a cristalizar sus ojos y apretó los labios. El dolor que se estaba instalando en su pecho era demasiado tormentoso. Demasiado lacerante.
La mano del vampiro se posó en su mejilla y la acarició lentamente. Su tacto frío era reconfortante.
–Yo tampoco quiero irme. No quiero alejarme de ti, pero es necesario.
–No puedo estar sin ti.
–¿Y yo si? – preguntó él, dulcemente. Después la apretó fuertemente contra su pecho – Te amo. Y no me importa que sea un año, o dos, tiempo insignificante para nuestra eternidad. Un solo segundo sin ti se transforma en el peor de mis calvarios. No sé si podre soportar esta tortura, pero es mi deber. Tengo que partir con mi gente.
–¿Regresaras?
–Lo haré. Vendré por ti y ya nunca más nos vamos a separar
Ella enredó sus dedos en sus cabellos y atrajo su rostro al suyo para que él la besara. Sus labios se unieron en una danza ardiente y desesperada. Impregnada de angustia y de sabor salado por las lágrimas que la inmortal derramaba. La idea de estar lejos les consumía a ambos. Pero el sufrimiento era inevitable y lo supieron desde el momento en que se enamoraron. Sus razas estaban en completa enemistad. En completa batalla. Lo único que les restaba era luchar y soportar todo en brazos del otro. Sacrificar...
Después, él se fue. Los años pasaron de manera lenta para la princesa que, con cada madrugada nueva, veía hacia la ventana con la ilusión de que él apareciera por ella. Mientras que él, siempre volvía la vista por el sendero que caminaba, con la fuerte tentación de dejar sus responsabilidades a un lado y regresar por ella.
Y así pasaron las dos siniestras décadas, con sus veinte calendarios llenos de soledad y tristeza para ambos. Hasta que un día, mientras la princesa le recordaba, sentada en aquel hermoso prado, él la tomó entre sus brazos de manera inesperada. Sus castaños ojos brillaron, al mismo tiempo que se bañaban de lágrimas felices y se convencía de que no era un sueño.
–Has regresado – susurró y él contestó besándola cándidamente. Acariciando sus labios con lenta suavidad, compensando todo el tiempo que había estado sin ellos...
–Por siempre. Jamás me volveré a ir sin ti...
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El impacto de su espalda contra la pared la despertó de aquel momentáneo sueño y le recordó que, a menos de un metro, había un vampiro dispuesto a matarla. Un frio viento le recorrió al saberse aprisionada y sin escapatoria.
Lástima... Ni en sus últimos momentos dejaría de ser una tonta. Aunque no lo admitiera, lo único que le entristecía era el morir sin verlo. ¿Dónde estaría? ¡Realmente era idiota! Tal vez estaba matando a su familia y ella extrañándolo, añorándolo. Era una egoísta. ¿Cómo podía tener solo presente la imagen de sus ojos cuando no sabía si su hermana había llegado a salvo con James o los licántropos?
Definitivamente, tenía bien merecido el que la destazaran pedazo tras pedazo. Suspiró y dejó caer el arco y la flecha. No tenía caso el luchar. Estaba pérdida. Derrotada. Tal vez al suspiro siguiente su existencia culminaría.
Bella...
Sonrió al escuchar esa voz que siempre le había acompañado. Tan conocida y ajena a la vez. Reconfortante...
Bella, lucha.
¿De quién era? Todo el tiempo le hablaba. Últimamente con más frecuencia que antes. Pero era como un eco sin sonido. No lograba distinguirlo. Pero daba igual. Le gustaba. La hacía sentirse bien, en paz...
Bella...
–¡Bella! – la voz de Edward se escuchó por todo el pasillo. Era casi enfermiza la tranquilidad que sintió al verla con vida.
El otro vampiro se giró para encararle, pero él le propinó un par de patadas en el estomago y, aprisionando sus manos detrás de su espalda y tirándolo al suelo, lo inmovilizó.
–¡Dispara una flecha en ambas piernas! – le ordenó a Bella, que se encontraba estática, aún creyéndolo imposible – ¡¿Qué esperas? ¡Hazlo!
La castaña reaccionó e hizo lo indicado. Rápidamente el enemigo se desvaneció, gracias al veneno. Edward lo soltó y su atención se fijó en la muchacha que estaba frente a él y, al encontrarse con su parda mirada, no pensó más. Se dejó llevar por lo que su instinto le decía y la tomó entre sus brazos.
–Gracias al Cielo que estás bien – susurró, hundiendo el rostro en sus espesos cabellos. Inhalando su dulce aroma. Reencontrándose con su calor.
El corazón de Bella latía descontroladamente. Ya no por miedo, ni ningún otro sentimiento que se le pareciera, si no por la magnifica emoción de saberse a su lado. De saber que Edward la había protegido... de saber que él estaba bien.
Pero la tranquilidad duró poco.
–Debemos correr – dijo Edward, al escuchar las pisadas que se aproximaban – tu padre está con el resto de tu familia a salvo. Te llevaré con ellos.
–¿Qué ha pasado? – quiso saber Bella – pensé que estabas detrás de todo esto...
–Ahora no tengo tiempo de explicarte – interrumpió, jalándola gentilmente para que comenzara a caminar – vienen más y yo solo quiero que tú estés a sal...
Pero su marcha fue interrumpida por un imperioso golpe que él recibió sobre su espalda.
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–¡Jasper! – exclamó Alice al encontrarse con el rubio muchacho
–¡Princesa! – dijo el guerrero, mientras corría hacia ella y, al tenerla cerca, la tomaba entre sus brazos y la apretaba contra su pecho – ¿Cómo se encuentra?
–Estoy bien... – contestó, alejándose un poco y alzando su mano para acariciar su rostro cenizo – Estoy bien ahora que te veo.
Los ojos azules del mortal se fundieron en los suyos, provocando que, con su oleaje marino, Alice se adentrara en sus aguas y se olvidara, por un breve y hermoso momento, de la masacre que era realizada allá afuera. No quería pensar, pedir o dar explicaciones. Lo único que habitaba en ella era la dicha extraordinaria de comprobar que él estaba bien. Con vida. Ahora, que su cercanía había disuelto el ardor que laceraba su pecho, era cuando no le restaba duda alguna de que, si a él le hubiera llegado a ocurrir algo, su existencia carecería de sentido.
Sus pies descalzos se acomodaron en punta y sus dedos jalaron los rubios cabellos para que Jasper se inclinara y, así, rompieran la distancia que separaba sus labios. Él accedió, tomándola por la cintura y estrechándola fervientemente mientras sus bocas se acariciaban dulcemente. La princesa dejó escapar un suspiro y una de sus manos abandonó las hebras doradas que sostenían para acariciar la angulada y pálida mejilla masculina.
Jasper no pudo evitar reaccionar ante la punzada que el roce de su piel, sobre la herida que tenía justo en ese lugar, le provocaba.
–Estás lastimado – señaló Alice, con preocupación, al separarse levemente para darse cuenta de la cortada sangrante.
–No es nada – aseguró él, asiendo su rostro con las manos y atrayéndola nuevo hacia si. Sabía que era una osadía demasiado grande todo esto que estaba haciendo, pero no podía concebir la idea de tenerla lejos. Ya después pagaría la condena por atreverse a mirar tan alto. Pero mientras, mientras sólo quería seguir sintiendo su frágil cuerpo vibrando bajo sus manos.
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–¡Alteza, cuidado! – gritó uno de los hombres a Emmett que blandía su espada contra dos vampiros que amenazaban con morderle. El moreno giró un momento el rostro, para ver de qué le estaban previniendo, y fue entonces cuando vislumbró al otro demonio que se acercaba por su espalda.
Una extensa sonrisa se dibujó en su rostro. ¡Acción! Cuánta amaba lo que provocaba en él. Todo ese vértigo y euforia que sentía al apostar contra la muerte de esa manera. El hallarse tan mortal como cualquier otro humano.
El filo de su espada se movió casi invisiblemente sobre el viento, cortado, a su paso, las cabezas de los dos primeros oponentes y incrustándose en el pecho del tercero. Se detuvo un momento al contemplar su victoria. Su pecho subía y bajaba debido al cansancio y pequeñas gotas de sudor bañaban su varonil rostro. La espada tenía pequeñas manchas de sangre, lo cual le dejaban en claro que los vampiros asesinados se habían alimentado tenía poco...
–¡Quémenlos! – ordenó a los hombres que le habían seguido y franqueado. Luego comenzó a correr por los pasillos, en búsqueda de alguien que pudiera necesitar su ayuda, sin imaginar si quiera lo que iba a encontrar prontamente.
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–¡Te he dicho que me sueltes! – ordenó Rosalie, zafándose violentamente del agarre de Lauret que seguía insistiendo a que se le uniera
–¿Por qué te niegas? No tienes nada que perder y mucho que ganar
–Si voy a matar a alguien de la Realeza será por méritos propios – siseó la rubia – con mis propias manos y técnicas. No ocultándome detrás de la capa de un sinvergüenza como tu.
–¿Pero qué importa el orgullo cuando lo único que tu alma pide es venganza? – persuadió el malvado ser – ¿O me dirás que no es eso lo único que deseas? ¿No es el liquidar a cada uno de la Realeza el motivo que te ha llevado a soportar décadas de soledad? Por que es eso lo que en realidad te pasa: Estás sola. El príncipe Edward está contigo solo por ese mismo objetivo que, se supone, tienen ambos de tomar este castillo y gobernar Forks... Lo que les une –o unía – a ambos es la ambición. ¿Por qué señalas lo que yo hago si, prácticamente, yo te estoy ofreciendo lo mismo?
Por que Edward si tiene la capacidad de amar...
–Ya me canse de repetírtelo. Por nada me uniría a ti: un fracasado sin escrúpulos – sentenció, comenzando a caminar para terminar de tajo aquella aburrida charla y siendo acorralada al instante
–Estás muy equivocada si crees que te dejaré ir así nada más – dijo Laurent, mientras apretaba su mano en contra de su cuello –¿Para qué dejarte vivir si no me servirás de nada? Como tú misma lo has dicho, solo pienso dejar a mi lado a los más fuertes y útiles. Y tú, querida, has desperdiciado tu preciada oportunidad.
Rosalie lo miró fijamente a los ojos, sin dejar, bajo ningún momento, su aspecto airado y engreído. Sus uñas se enterraban en el duro brazo del hombre que la estrangulaba, luchando por liberarse. No aceptado lo casi imposible que era y desechando la posibilidad de hacer uso de su innata persuasión para ayudarse.
Bastaba con impregnarles a sus pupilas una teatral sensualidad; pedirle, con voz embaucadora, que la soltara; incitarlo a dejarse acariciar para ganarse su confianza y, al tenerlo lo suficientemente azorado, darle a beber un poco del veneno que llevaba en un pequeño frasco de cristal que colgaba de su cuello. Tal vez hasta sería más fácil de lo que aparentaba. No consideraba a Laurent un hombre fuerte para esquivar las peligrosas incitaciones que poseía gracias a su linaje. Las hechiceras eran peligrosamente hermosas, como sirenas andando en tierra firme. Capaces de usar su natural erotismo para exterminar a sus enemigos.
Pero Rosalie era una mujer orgullosa, y el hacerle la menor seña de afecto a esa bestia – por mucho que su vida dependiera de ello – era una de las peores humillaciones que no estaba dispuesta a tolerar. Así que lo único que le restaba era usar la fuerza de sus delgados y torneados brazos para intentar liberarse... Todo pasaba demasiado rápido. No tenía ni dos segundos de estar apretada contra la pared y el aire se le acababa. Aunque, lejos de estar preocupada por su vida, se preguntaba ¿Porqué el rostro de ese príncipe le estaba llegando justo en ese momento, en done la muerte casi rozaba sus pestañas? ¿Era acaso que, sin admitirlo, quería verlo, por última vez?
–¡Suéltala, animal!
Le tomó un poco de tiempo el comprender que la presión sobre su cuello había desaparecido y que la colérica voz que había escuchado no era producto de su imaginación.
No fue hasta que abrió los ojos que lo vio, haciéndole frente al cobarde de Laurent, y todo el miedo que no había llegado a sentir en sus setenta décadas de vida lo advirtió justo en ese momento, cuando el vampiro se agazapó para atacarlo.
Emmett lo esquivó con un movimiento ágil, pero al poco tiempo Laurent le despojó de su espada. El vampiro sonrió malévolamente. Sabía perfectamente que la Realeza no era enemigo alguno sin sus venenosas armas. Se lanzó contra Emmett y lo acorraló en el suelo. Sus dientes le hubieran mordido, de una vez por todas, si no fuera por que el muchacho le bloqueaba el paso con su fuerte antebrazo y buscaba una forma de asir su espada de nuevo; pero Laurent parecía ser más rápido que él y amenazaba con vencer.
Rosalie corrió hacia ellos, sin pensar si quiera en lo que estaba haciendo. Solo actuando conforme sus instintitos así le dictaban ¡¿Qué importaba si él era de la Realeza o no? No podía soportar la idea de verlo morir frente a sus ojos. No podía soportar la idea de que le hicieran daño... Se arrancó la cadena de la cual pendía el frasco de veneno y lo destapó. Justo en ese momento, Laurent había embestido a Emmett contra una pared. El escucharlo gemir por el doloroso impacto aumentó su furia y resolución. Sus ojos azules se tornaron oscuros por la rabia y, sin que el vampiro lo previniera, arrojó el líquido directamente a sus ojos.
Se aproximó a Emmett – que yacía sobre el suelo, ensangrentado y jadeante – y empleó todas sus fuerzas para ponerlo de pie. Tenía que llevarlo lejos de ahí ahora, que Laurent se retorcía ante el momentáneo ardor que el veneno le causaba en sus pupilas. Sabía no duraría mucho, que pronto el malestar pasaría y él recuperaría la visión en cuestión de minutos, pero confiaba en que le diera oportunidad de salir del Castillo.
–Vamos, camina – alentó, mientras cargaba el peso de Emmett sobre sus hombros y lo llevaba, casi a rastras, lejos de ahí, olvidando su ferviente deseo de aniquilar a Isabella, pues había solo una cosa muchísimo más importante que su venganza: La vida del hombre al que amaba.
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–Jacob... – susurró Bella, al tener frente a sí al joven que, a través de su negra mirada, irradiaba la más infinita de las furias que pudieran existir.
–¿Cómo te atreves a tocarla? – preguntó el moreno, volviendo a tomar entre sus manos a Edward, para propinarle un puñetazo directamente dado en su estomago – ¡Maldita bestia bastarda!
La princesa frunció el rostro al escuchar el gemido que el vampiro profirió a causa de su dolor. Empuñó las manos y se percató de que el cuerpo le temblaba como nunca ante el espectáculo que se comenzaba a levantar. Edward se había incorporado y, gruñendo fieramente, se agazapaba para hacer frente a Jacob, a quien sus manos se crispaban violentamente ante los espasmos que prevenían su transformación. Las venas se marcaban en los brazos fuertes y morenos, tan diferentes a la palidez marfilada del vampiro. Sin duda alguna, no había raza más contrastante que ellos dos. El los ojos de ambos se podía leer el encono, la repugnancia, la aversión, que les hacía bramar a ambos como bestias salvajes, dispuestas a destazarse sin piedad alguna.
La pelea comenzó. Lanzando un aullido, Jacob había encorvado su cuerpo hacia delante, sus músculos se habían dilatado hasta dar paso a una enorme forma que apareció, ante ella, como un gigantesco lobo de pelaje rojizo y dientes afilados. Edward gruñía, con el cuerpo recargado sobre sus piernas y manos, moviéndose de manera felina y ágil, propia de un feroz puma. Sus ojos se habían oscurecido y, si se prestaba más atención, se podía divisar un tono rojizo en ellos – la sutil diferencia de que marcaba su casta descendencia–. ¿Lo habría notado Jacob o ese detalle pasaría desapercibido como para Bella hasta ese entonces? Seguramente no. Dudaba que Jacob fuera tan desacertado. Sabía que si algo hacía peor a un vampiro era el ser "sangre pura". ¿Qué pasaría si el licántropo se enteraba de que no solo estaba peleando con un vampiro, si no con el líder de éstos?
Jacob y Edward seguían combatiendo. Bella era incapaz de decir u hacer algo. La confusa maraña de pensamientos la tenían exánime. Casi no respiraba. No sabía a quién mirar ni por quién preocuparse. Si por el gentil hombre que se había transformado en lobo y, desde el principio, había estado ahí, dispuesto a ayudarla. O por el vampiro que, irónicamente, la había querido matar en más de una ocasión. Era enfermo el no tener una respuesta. ¡La situación era más que incuestionable! ¿Cómo podía estar desesperada por el bienestar de un declarado enemigo? Pero lo estaba. Si. No importaba cuántas veces se lo reprochará, ni que tan mal estuviera, su corazón se detenía con cada golpe que le era propinado.
Edward jugó ágilmente con sus manos y atrapó a su contrincante entre sus brazos, recluyéndolo contra él y el suelo, inmovilizándolo por completo. Jacob rugía ferozmente, debatiéndose entre sus poderosas manos que se apretaron contra la parte superior de su lomo, quebrando algunos huesos de este al acto.
–¡Detente! – imploró Bella al escuchar quejumbroso aullido que el lobo profirió.
Edward respingó al reconocer su voz. Se había dejado llevar tanto por su instinto que se había olvidado de su presencia. Alzó la mirada y le vio. Su rostro estaba surcado por la aflicción y sus ojos, que miraban a la bestia que yacía bajo él, brillaban con agobio.
La presión de sus dedos se aflojó solo un poco. Pero lo más sorprendente vino a continuación, cuando, al prestar un poco más de atención, pudo leer los pensamientos del licántropo.
"Maldita sea, Bella, ¿Qué esperas para correr? Huye... Yo estaré bien, tal y como te lo prometí. Tú eres lo más importante ahora..."
Una diversidad de sentimientos le arribaron, embrollándolo. Estaba molesto, triste, conmovido, celoso... agradecido. Si. Agradecido de que Jacob quisiera a Bella de esa manera tan impetuosa. Eso – que poco debería de concernirle – le tranquilizaba de alguna extraña manera.
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–¿Sabes? Dirás que estoy enfermo, pero, de alguna manera, no puedo odiar tanto al "príncipe Michael" – dijo el vampiro una tarde, tomando las manos de la princesa e invitándola a sentarse a su lado, en el campo verde de aquel prado.
La noble frunció el ceño
–Realmente estás enfermo – acordó ella – hace un instante estabas furioso por saber que había venido a pedir mi mano. Hasta rompiste un árbol al golpearlo y dijiste que deseabas fuera él – reprochó – y ahora, mírate, estás sonriendo y diciendo que te agrada.
–Yo no he dicho que me agrada – aclaró el pálido muchacho – he dicho que no lo puedo odiar tanto. Verás – agregó, ante la malhumorada mirada de la castaña – él dice que te ama. Yo no lo conozco y no he podido leer sus pensamientos, por lo tanto, no sé si sea verdad o mentira. Pero dudo mucho que alguien que te conozca sea incapaz de quererte – sonrió de manera cálida y acarició su mejilla. Después regresó a su expresión relajada, pero seria – Realmente me enferma el saber que puedes ser de alguien más. Me revienta el alma nada más el imaginarte siendo cortejada por otro hombre que asegura saber cómo hacerte feliz cuando no sabe nada de ti, cuando soy yo quien te conoce desde que éramos niños y te ama desde entonces. Pero, si tuviera la oportunidad de matarlo para "librarme" del posible peligro que puede representar, no lo haría por dos fuertes motivos. El primero, por que confío en tu amor y sé que lo nuestro es inmortal. Y el segundo, por que si él te ama en realidad, tengo la seguridad de que te cuidará y protegerá si algún día llego a hacer falta. De alguna manera me siento tranquilo. Bien sabes que mi existencia está basada en la tuya.
–Solo estoy de acuerdo contigo en algo – dijo la princesa, tomando su rostro entre sus manos y depositando pequeños besos en sus labios – en que nuestro amor es inmortal, pues tú nunca te marcharás de mi vida. Tú y yo nunca nos separaremos. Estaremos juntos siempre.
–Siempre – acordó él, hilando los dedos en sus espesos cabellos y empujando su cuerpo para que cayera de espaldas sobre la tierna hierva y, a así, poder saborear mejor del dulce sabor de sus labios.
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Para cuando las borrosas ilusiones le abandonaron, él ya tenía sus majos lejos del titánico lobo. Miró hacia Bella y ella también le estaba viendo; ¿Qué pensaba? Tal vez nunca lo sabría. Ignoraba hasta sus propios pensamientos. En la vida se sintió tan voluble y ambiguo...
–¡Jasper! – fue la primera vez que una voz llegó antes que los pensamientos. Y ese alarido fue desgarrador. Un himno lleno de dolor que le estremeció hasta los huesos
–Alice... – musitó Bella e, ignorando al lobo tendido en el suelo y al vampiro que estaba sobre él, corrió hacia el nacimiento de la voz de su hermana.
Edward se alejó de Jacob – que había quedado desvanecido – y corrió tras ella, dejándose llevar por el ineludible instinto de protegerla. Gruñó reciamente al reconocer los pensamientos de Laurent rondando cerca y la cogió del brazo para que no pudiese avanzar.
–¡Espera! No sigas, puede ser peligroso–Hasta su voz resultaba desconocida. Era una nota suave y angustiada... ¿Dónde estaba el hielo del rencor que siempre destilaba de sus labios?
–Es mi hermana, no puedo quedarme así nada más
Él comprendía, pero no podía dejarla ir sola. Así que, la tomó entre sus brazos, la acomodó en su espalda y corrió por los pasillos hasta llegar a Alice, que se encontraba de rodillas, al lado de un desangrado humano. Apretó los puños y dejó de respirar. El espectáculo era horrible y desolador. La sangre corría fresca por el suelo. La princesa ni si quiera se había percatado de su llegada, parecía que solo tenía razón para gimotear ante la masa convulsionada que la tomaba fuertemente de la mano, como si de esa manera se estuviera aferrando a la vida.
"Por favor, él no..."
"No... Yo no quiero morir... No ahora, no viéndola llorar"
Sintió una punzada en sus sienes. Los pensamientos gritaban fuertes en su cabeza.
–Alice... – Bella comenzó a caminar, pero la hizo retroceder al instante de reparar que Laurent seguía ahí. Se cuadró frente a ella, cubriéndola con su espalda, y fue entonces que el pérfido vampiro apareció.
–Altezas – se inclinó ante ellos, de manera mordaz, y Edward pudo leer claramente lo que había pasado, segundos antes, en las efigies que su tirana mente se dibujaban con deleite: la princesa Alice y el humano, llamado Jasper, corriendo por los pasadizos. Jasper vigilándola siempre, esgrimiendo su espada ante todos los obstáculos que se les presentaran, ignorando las heridas abiertas y sangrantes que chorreaban sus brazos y piernas, apaleando como único objetivo el llevarla a quienes la mantendrían más segura. Alice mirándolo todo el tiempo, tratando de hallar en el ángulo de su rostro la fe que necesitaba para creer que saldrán bien de esto. De pronto, Laurent aparece y les obstruye el camino. Jasper se acomoda rápidamente frente a la princesa, para resguardarla, y le pide que huya, pero ella se niega. Ya no hay tiempo para insistir. El vampiro se lanza hacia él como un tigre salvaje. Jasper lo esquiva, para ser humano es demasiado ágil, logra darle una puntada con su espada, pero sabe que no es suficiente. La princesa se muerde los labios y reprime un grito cuando Jasper es capturado y gime al sentir que los huesos de su brazo derecho son triturados con un simple apretón del demonio inmortal. Aún así, Jasper se logra liberar e intenta coger la espalda con la zurda, haciéndole frente a Laurent. (Sabiendo perfectamente que casi nulas son sus posibilidades de ganar) Vuelve a pedirle a Alice que corra y sus ojos no cabe duda alguna que – a pesar de estar gravemente lastimado – lo único que le atormenta es que a ella sea capturada por ese ser despiadado. El evidente amor entre ambos azuza al vampiro, que se mofa a carcajadas y anticipa la fruición que sentirá al ver lágrimas de la princesa antes de matarla. Corre hacia el mortal y, sin tentarse el alma, traspasa su estomago con su puño. Jasper gime, Alice grita... él experimenta uno de los regodeos más sublimes de su vida y sonríe.
–Eres un maldito sinvergüenza – musitó Edward, cuando las imágenes se disiparon. Era demasiado, mucho más de lo que podía soportar. No conocía a Jasper, pero, indescriptiblemente, se sentía identificado con él. Con lo que aquel mortal sentía por esa princesa, su ferviente deseo de no verla sufrir por nada del mundo, ni si quiera por él.
Bella le miró con asombro, sin comprender a qué se debe tanta ira y dolor. Sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando, accidentalmente, se encontró con la mirada de Laurent.
–Alteza, acabemos juntos con las princesas – ofreció el vampiro. Edward gruñó en negativa –Alteza, no lo puedo creer – se lamentó, con fingido dramatismo – usted... el hijo de nuestro Rey, nos ha traicionado.
–No, Laurent. El traidor fuiste tú. Yo no di, en ningún momento, la orden de atacar el castillo.
–Lo sé – asintió Laurent, esbozando una sonrisa irónica – lástima que eso convendrá poco ahora, que el rey y el príncipe James vienen en camino – y dicho esto, se abalanzó hacia Alice, pero él fue más rápido (previó sus movimientos a través de su mente) y le bloqueó el paso.
Las veloces pisadas – coreadas por violentos bramidos – se escuchaban aproximarse y venían por todas partes.
–Tus hombres te han abandonado, estamos solos y comienzan a acorralarnos – señaló Edward –Resolvamos esto fuera del castillo.
–De ninguna manera, Su Majestad – contestó Laurent, arremetiéndole contra una pared – usted será el que se quede y yo seré quien se salve. Nuestra raza no necesita Reyes prolijos y endebles, como usted y su padre. Dentro de poco, seré yo el nuevo Soberano de estas tierras – dicho esto, giró el rostro para ver a Bella – qué disfrute del amanecer que se avecina, Princesa. Le prometo que no verá muchos después de este – y luego se fue, saltando por una de las ventanas.
El aullido cercano de un lobo se escuchó.
–Corre... – musitó, muy bajito, Bella, al ver que Edward no lo hacía, desconociendo que su catalepsia se debía a lo fuerte que le cosían los pensamientos suplicantes que acicalaban la estancia.
Y es que Alice y Jasper apenas y habían sido sabedores de lo ocurrido con Laurent, pues sólo tenían raciocinio para implorar por el bienestar del otro. El muchacho ya no hablaba, apenas y tenía los ojos abiertos, y su respiración era pesada; pero, a pesar de ello, de que sus nublosas pupilas ya comenzaban a ver la muerte de frente, en su mente solo había un juego de palabras y un único dolor que en realidad le lastimaba "Alice, no llores, por favor... Te amo".
Edward optó por no pensar en lo que su impulso le incitaba hacer. Tal vez hasta resultaría inútil, pero no podía consentir la idea de no intentarlo al menos. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al escuchar los pensamientos de Eleazar, que venía en camino para ayudarle. Eso era lo único que faltaba para terminar de convencerse. Apartó a Alice y cogió la muñeca de Jasper para acercarla a sus labios.
"No pienses, solo hazlo", Sus dientes traspasaron la piel del muchacho y, sin dar tiempo a más, lo aventó por la misma ventana por la que Laurent había escapado.
–Llévalo a la guarida – ordenó, con voz normal, como si estuviera hablando consigo mismo; pero confiado de que había bastado para que su amigo le escuchara.
Todo había pasado tan rápido, que los ojos de Alice seguían abiertos de par en par, fijos en el lugar que Jasper había ocupado entre sus brazos y ahora estaba vacío.
Bella estaba igual de estupefacta. ¿Por qué Edward había empleado ese par de segundos para convertir a Jasper, en lugar de salir corriendo y salvarse? Ahora era demasiado tarde. Jacob había penetrado a la sala, al mismo tiempo que James, su padre y el resto de los licántropos, rodeando, entre todos, al vampiro que, antes de ser arremetido contra el suelo por las pesadas patas del lobo rojizo, le miró con un sentimiento que no pudo descifrar.
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