Cap.5. Más presente que nunca.
Mientras Edward se deleitaba observando al resto de su familia caer rendidos bajo la innegable habilidad de su hija por cautivar a todo quien le rodease sonreía para si mismo. Aquella imagen hubiera alegrado en demasía a su mujer.
¿Cómo pudo un ser como yo crear algo tan maravilloso? Una creatura de la oscuridad engendrando vida. Edward reía ante lo lógico de la suposición.
Las horas pasaban y era hora de que la pequeña Carlie descansara.
A los Cullen no les habita tomado mucho tiempo aprender a la perfección cada detalle sobre la niña. Cada una de sus reacciones fue distinta, Carlisle y Esme le dieron todo su apoyo, Alice y Rosalie eran que menos habían logrado disimular su excitación.
Alice tendría una persona más a quien vestir y arreglar, poco le importaba que la niña tuviese apenas cuatro años, siempre era necesario una sesión de belleza. Sin embargo Rose no se preocupaba tanto de los temas materiales. Ella junto a Emmet habían adoptado la faceta de “los tíos encargados de entretener a la pequeña”. Sí, era todo un deleite observarlos en plena sesión de disfraces, y al parecer todos se sentían cómodos con ello. Jasper por su parte se sentía más tranquilo que de costumbre.
Tuvo que admitir que en algún momento se sintió amenazado ante la idea de ser tío, no es que le molestase ni nada por el estilo, por el contrario, le aterraba la sola idea de no ser un buen ejemplo, más aún siendo el eslabón más débil en la familia. Fue por eso que al comprobar el mismo que la sangre de Renesme no lo parecía algo apetitoso su alegría y calma aumentó de forma más que evidente.
Una vez que la pequeña estuvo dormida todos los Cullen se reunieron en la sala principal y lo que ocurrió a continuación el joven padre ni en sus mejores fantasías se lo esperaba.
Edward recibió esta vez disculpas de toda su familia, no fue como cuatro años atrás cuando nadie se dignó a aparecer. No quedaba un ápice del rencor que él esperó demostrasen por su persona. No es que sus errores del pasado hubiesen sido olvidados, pero, al menos estaba perdonado. “Perdónate” le susurró al oído Emmet Antes de retirarse a la abandonada casa cerca del lago junto a su familia.
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El engaño hacia su ángel era una herida que le perseguiría toda la eternidad, aún después de años se sentía sucio al pensar en que le había entregado su pureza a Tanya, demasiado sensitivo para ser un vampiro, pero aquello era verdad y eso le perseguiría por el resto de su vida. Le había entregado lo único que le podría haber hecho merecedor de una diosa como ella, el único modo en el que estarían en igualdad de condiciones.
Aquel nuevo pensamiento removió sus memorias y lo hundió bajo un manto de agonía.
Edward movido por un deseo casi enfermizo y rayando en lo masoquista subió con su velocidad característica hasta su habitación y sin siquiera detenerse un momento a pensar removió los papeles de una caja escondida bajo su cama.
“Fotos de un baile, de una boda, Acta de matrimonio… Una carta”
Las palabras escritas en el papel con esa caligrafía un tanto infantil le desgarraban por dentro, dolían casi tanto como el hecho de ver la tinta teñida por las lágrimas, lágrimas que de seguro brotaron mientras Bella escribía…
“…Dios Edward, te amo tanto, no tienes idea de lo mucho que te amo, pero no puedo amor, no puedo estar contigo, no ahora que recuerdo todo, maldita sea Edward, simplemente no puedo perdonarte.
Cuantas veces me rechazaste maldita sea, Edward, decías cuidar mi virginidad decías cuidar mi alma, y yo también esperé por ti, soporté cada uno de tus rechazos, ¿por que con ella?, por que no te importó en ese momento mantenerte casto... porque con ella debías ser débil...”
Cayó de rodillas sobre el piso, llorando sin llorar, gritando sin hacerlo… Una mezcla extraña entre dolor e ironía se sentía en el aire…
Simplemente postrado, con la vista perdida en un punto determinado, disfrutando de la exquisita magia de la locura. Observando como sus ojos cafés, tan dulces y cálidos como el chocolate le observaban con profundo amor.
Amor mío, nunca dudes de lo mucho que te amo ni de la falta que me harás, soy tu esposa ¿lo recuerdas?, ahora somos uno, te amo, y siempre te amaré, pero en algunas ocasiones el amor no es suficiente, y por mucho me desgarre el alma admitirlo este es uno de esos caso, mi ángel aunque en ello se me vaya la vida seguiré adelante, continuaré mi vida amor y tendré esa vida humana que siempre deseaste para mi, tendré hijos, una mascota, una casa llena de árboles frutales, ¿ no suena tan malo o si?.
Continuaba inmerso en la lectura. Era extraño y lo sabía, pero que más daba. Si con eso conseguía vislumbrarla a ratos pagaría sin trabas el tormentoso costo. Hechizado por esos luceros se dejó seducir una vez más por la hermosa mujer que estaba frente a él, su cabello caoba era asombrosamente brillante y tentador. Él se sentía ahora como la desprotegida oveja. Sin embargo su temor no era ser cazada, no, a Edward solo le aterraba despertar.
Estaba siendo egoísta y lo sabía, tenía una hija por quien luchar, pero aquello era mayor. ¿Acaso alguien podría entenderle? Nadie lograría ponerse en su lugar aunque tratase pues aquello era imposible.
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No puedes simplemente fingir una vez que pierdes el alma. No puedes pretender fingir sin tu otra mitad. Y Bella para él era eso y más, ella lo era todo. Si le acusasen de enfermo y loco lo aceptaría feliz. Si le tildaban de egoísta y depresivo también lo asumiría, si con eso conseguía un segundo en presencia de su esposa, no importaba cuanto tuviese que sufrir, pasar y soportar. No había sacrificio lo suficientemente grande equivalente a la placentera sensación que se apoderaba de él cada vez que la veía. Un momento en presencia de ella era todo cuanto él podía desear, sin importar que esto fuese producto de su imaginación.
“Tú por tu parte debes seguir tu camino, debes continuar sin mi, debes jurarme que no atentarás con tu vida Edward, debes prometérmelo, confiaré en tu palabra, se que no lo harás por ti, sino por mi, porque me amas tanto como yo a ti y harías lo que fuera porque yo fuese feliz, sé que es egoísta de mi parte, pero algún día debía tocarme serlo no crees.
Te Amo y siempre lo haré, mi corazón nunca latirá por nadie como lo ha hecho por ti.
Infinitamente tuya
Tu esposa Isabella Cullen”
Sus últimas palabras habían sido las que habían marcado su “sentencia de muerte”. Pese a lo ilógico que resultase así es como se sentía el joven vampiro. Su vida sin Bella era vacía, podía tener a Carlie y le agradecía por eso ¡Dios y cuanto lo hacía! Si prácticamente idolatraba a su hija. Sin embargo eran amores distintos y por mucho que le doliese admitirlo la pequeña representaba un constante martirio obligándolo a recurrir a su nueva adicción. Era lo más parecido a la “autoflagelación en los humanos”, pero la verdad era que Edward no le veía otra solución. Incapaz de besar otros labios, sin saber cómo olvidarla, sin fuerzas para partir de cero, se conformaba con eso, así fueran migajas de su ángel las aceptaba gustoso. Como el más humilde mendigo rogando por las sobras de su rey se encontraba hoy Edward, rogando por oír nuevamente el latido descontrolado de su corazón, ver por última vez ese glorioso rubor en sus mejillas, disfrutar de tan solo una caricia, un leve roce bastaría, pero no, ya no estaba… Como en tantas ocasiones su Bella había desaparecido dejándolo con el deseo a flor de piel. Con las ansias desesperadas por su mujer.
Mientras el vampiro se retorcía de dolor aún postrado en el piso una niña le observaba sin que él lo notase. Carlie se sentía culpable, ella estaba conciente del daño que le hacía a su padre sin siquiera intentarlo.
Se sentía orgullosa de parecerse a su madre, puede que no recordase mucho, de hecho todo cuanto recordaba era haberla mordido… Sin embargo por medio de las fotos se podía corroborar lo que para todos era evidente. Ella era el vivo retrato de Bella, pese a que el color se sus rizos fuese de una tonalidad cobriza y que su piel fuese de esa textura más propia de los Cullen que de los Swan, la niña disfrutaba de el dulce rubor que heredó de su hermosa progenitora, adoraba la tonalidad café chocolatosa que caracterizaba a sus ojos, le dolía que su padre sufriese en la misma medida que le enorgullecía heredar la hermosura de ambos. “Los mejor de dos mundos” le había dicho su tía Rose, y vaya que sí.
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