Dark Chat

martes, 3 de noviembre de 2009

GHOTIKA

En el infierno, la luz de los fuegos sería tan brillante

que recordaría la del sol, y que éste sería el único día
que volvería a ver jamás.
Lestat, el vampiro – Anne Rice


Capítulo 11: Darío


En aquel par de ojos grises, se podía leer la inteligencia y madurez que él poseía. Sin embargo, en su voz, su tamaño y sus ligeramente redondeados rasgos, podían apreciarse parte del niño que también era. Solamente una palabra le podía describir bien: Misterio. Si. Darío era misterioso, en todos los sentidos de la palabra. Su rara especie de vampiro era única y completamente desconocida para todos, mortales o no.


Nacido en París en el año de 1960, era el primer y único hijo de un noble matrimonio. Poseedor, desde su nacimiento, de una belleza perturbadora, se le considero un tesoro para todos quienes le rodeaban, pasando sus primeros ocho años inundado de gran fraternidad.

Aro le había visto, por casualidad, en uno de sus tantos viajes y, desde el primer momento, le deseó fervientemente. Sus bellos e inocentes gestos de su pálida tez, la profundidad y sabiduría de su grisácea mirada y su serena seriedad, tan poco común para alguien de su edad, le habían intrigado profundamente. Era fácil deducir, con tan solo mirarlo por un momento, que aquel pequeño niño, con aspecto de ángel caído, no era un simple mortal.

Para suerte del viejo vampiro, poco tiempo después, el carruaje en el que su familia y el pequeño Darío se dirigían a una fiesta a las afueras de la ciudad, calló en un barranco. Aro, quien iba en compañía de Carlisle, se apresuro a descender por la rocosa empinadura - aprovechando aquel momento en el cual se había presentado la excusa perfecta - para otorgarle, a lo que él llamaba: la vida eterna.

“Hermano, es muy joven” – le había replicado Carlisle, mientras que, con sus gentiles manos, le frenaba, tomándole ambos hombros.

“Pero míralo, Carlisle” – discutió Aro – “es lo más hermoso que he visto y pueda a llegar a ver por milenios”

“Es un niño, deja que su alma inmaculada descanse, déjale entrar al reino al que muchos no tienen derecho” – suplicó el otro vampiro, más de nada sirvió.

Darío recibió la ponzoña de Aro y, durante tres días, su cuerpo se convulsionó a causa del terrible dolor que ésta le causaba. Muchos no estuvieron de acuerdo con la transformación de tan pequeño ser y, sin embargo, nadie tuvo el valor de manifestarlo. Todos pensaron que semejante tortura sería mortal para alguien tan joven, pero se equivocaban.

El niño renació a su nueva vida, trayendo consigo no solamente un aspecto bellamente fuera de lo común (por tener los ojos grises, en lugar del color carmesí caracterizador de los neófitos y los no vegetarianos y por no tener una piel que brillara a la luz del sol) si no también un poderoso don: Podía mover los objetos, a su voluntad, con el pensamiento, lo cual contribuyó a que Aro se rebozara más de su persona por hacer tan buena elección.

Pero eso no era todo, extrañamente, Darío también había nacido con un autocontrol digno de respeto. Disfrutaba enormemente la sangre humana, pero era cuidadoso a la hora de escoger a sus presas, las cuales solo constituían a malhechores. Además de que, al venirse a vivir con Edward y Jasper, había adquirido la responsabilidad de abstenerse a tan gran privilegio, por lo que se podía decir que su dieta como vegetariano estaba dando sus inicios.

Pero, como todo, nada puede ser perfecto… y Darío no era la excepción: La ironía de su existencia recaía en que él, quien mejor y más fácilmente podría pasar por un humano, no podía…

…La luz del sol le hacía daño.

Si bien los efectos del astro sobre él no eran tan extremos como los contados en las viejas leyendas (osease, no quemaban su cuerpo hasta reducirlo a cenizas) lo debilitaba casi al instante, inmovilizándolo por completo.

“Mi nombre es Darío Cullen” – le respondió el pequeño a las dos chicas que le miraban fijamente, aún sin salir de su asombro.

“Es hermano consanguíneo de Edward” – agregó Jasper, acercándose.

Y lo antes dicho se podría decir que, hasta cierto punto, era cierto y muy creíble. Darío tenía un corte de cabello muy similar y, por si fuera poco, mucho de la personalidad del vampiro antes mencionado. Darío, desde el momento que abrió sus ojos a lo que era su nueva vida y le conoció, admiró en gran medida a Edward, Su maestro, le decía en un principio, más ese seudónimo fue sustituido por algo más fraternal, llamándolo, desde hacía muchas décadas: hermano.

Bella le regresó el negro pañuelo al niño que estaba frente a ella.

“Siento mucho lo de tus padres” – comentó la infantil y varonil voz – “sé lo que se siente el tener que perder a los seres que amas…”

Bella bajó la mirada, mientras luchaba por retener el llanto que estaba a punto de aflorar, otra vez. Edward la miraba, completamente en silencio, aquella actitud, desde hacía ya muchas horas, había pasado de ser, para él, algo maravilloso a algo completamente angustiante. Se descubrió a él mismo buscando alguna forma de calmar ese dolor incrustado en sus ojos marrones y se sorprendió al darse cuenta que, si estuviera en sus manos, haría todo lo que se le pidiera por verla sonreír.

“Bella, deberías descansar” – murmuró Alice, hablando por primera vez en varias horas. Vio como su amiga se negaba, e insistió – “mañana será un día terriblemente pesado, no te conviene estar cansada para el entierro”

“Si gustas, yo te puedo acompañar” – se ofreció Edward. Bella le miró, ¿cómo se había dado cuenta que tenía miedo a estar sola?

Dejando de lado su pregunta, asintió y, a los pocos minutos, ambos jóvenes desaparecieron por las escaleras que llevaban a la parte superior de la casa.

“Sería conveniente que tu también tomaras un descanso” – comentó Jasper, siguiendo a Alice por detrás – “Tu tampoco te miras muy bien”

“No lo estoy” – aseguró ella, mientras tomaba asiento y veía como las pocas personas que habían llegado al funeral, se marchaban ya – “ha sido lo más horrible que me ha pasado” – agregó, con voz temblorosa – “yo lo sabía… sabía que iban a morir… lo presentía”

Jasper dirigió la mirada hacia Darío, quien se encontraba viendo a los dos cuerpos yacidos en sus respectivos ataúdes, sin embargo, sabía que estaba escuchando cada una de las palabras dichas por la muchacha.

Ya no quiero tener ese tipo de visiones” – confesó Alice – “Cada día se hacen más nítidas… me pregunto si habrá una manera de dejar de ver…”


“No creo que lo haya” – interrumpió, suavemente, Jasper – “hay características que ya forman parte de ti, de tu esencia, y no las podrás cambiar ni abandonar por mucho que lo intentes… o por mucho que lo desees tú y algunas personas más”

“Gracias por estar con nosotras” – dijo Alice, tras varios minutos que pasaron en silencio

“Es lo mínimo que podemos hacer…” Después de todo… tal vez con eso ya no nos odien tanto por lo que próximamente tendrán que soportar por nuestra culpa…

Darío giró su cuerpo y caminó hacia donde la pareja platicaba.

“Debes tener sueño” – señaló Alice, tras fijarse en las ojeras del pequeño. Ya se había acostumbrado a ese rasgo tan característico de Edward y Japer, sin embargo, se le hacía extraño, y un poco preocupante, que un niño las tuviera

“No te preocupes” – contestó Darío – “Yo no duermo… temprano” – agregó, sonriéndole levemente, tras su mala broma personal.

Jasper también sonrío, de manera casi imperceptible. Darío podría tener años de haber nacido como vampiro pero, aquel espíritu juguetón y travieso de todo niño aún seguía vivo en él. Claro esta: sus bromas no tenían nada de infantiles.

Mientras, en la parte superior de la casa, Edward se había quedado parado justamente en el umbral de la puerta por la que se accedía a una oscura habitación.

“Puedes pasar” – indicó Bella, mientras encendía las luces. El vampiro obedeció, internándose en aquella estancia con pasos lentos e inaudibles.

Bella se sentó sobre la cama. El abatimiento y la angustia de su rostro eran completamente palpables para Edward, quien, movido por la necesidad de consolarla, se acercó hacia ella y se sentó a su lado.

“Los voy a extrañar mucho” – murmuró Bella y él tuvo muchos deseos de tomarle las manos con las suyas, más desistió en cuanto lo pensó. Dudaba mucho que la frialdad sobrenatural de su piel ayudaran en algo - “nunca pensé que la soledad me llegara a parecer tan… tenebrosa”

“Nunca estarás sola” – le prometió él, hablando con voz baja

“Ahora me siento sola” – confesó ella, bajando la mirada, sintiéndose avergonzada por el hecho de demostrar aquella debilidad frente a un casi desconocido.

“¿Qué puedo hacer yo para cambiar este sentir?” – preguntó el vampiro, con la voz tan impregnada del dolor que sentía al verla sufrir, que casi pareció una suplica.

“¿Por qué?” - inquirió Bella, con voz baja – “¿Por qué estás aquí, si casi no me conoces?... – Edward, obviamente, no tenía una respuesta para tal cuestionamiento, así que permaneció en silencio – “te confieso que realmente esta actitud tuya, y de tus hermanos, me desconcierta mucho ya que, ni aún los más cercanos a mis padres se han molestado en acompañarme hasta esta hora…”

“Quiero compensar el daño que algún día te pueda llegar a causar” – respondió de la manera más sincera que pudo – “espero que esto ayude a que no me odies tanto si algún día llego a herirte”

“¿Por qué abrías de herirme?...”

Edward se encogió de hombros, a modo de respuesta. Tal vez había soltado de más.

“Uno nunca sabe quien te puede llegar a traicionar” – fue lo que dijo. Bella, pese a su tristeza, sonrío un poco.

“Tienes razón” – admitió – “uno nunca sabe nada… nada de lo que nos rodea puede considerarse algo predecible, nuestro destino es una incógnita constante, la cual jamás lograremos descubrir.

“Bella” – llamó él, con un susurro – “¿Qué piensas de quienes han matado a tus padres?” – quiso saber. La información era de mucha importancia para él.

“La policía esta en busca de pruebas para encontrar al o los asesinos” – respondió ella, con la rabia contenida, destilando por sus negros labios – “¿Y te soy sincera? Me da igual si lo encuentran o no, después de todo, con encerrarlo en la cárcel no le devolverán la vida a mis padres…”

“Entonces, ¿No le guardas rencor?”

“Si” – contestó, mirando hacia la nada – “claro que les guardo rencor, y mucho” – aclaró – “pero yo no le encerraría… yo le enterraría vivo bajo la tierra y me quedaría a su lado, escuchando como con sus gritos aclama mi perdón para que lo deje salir… y obviamente, por mucho que me rogará, no lo haría.

Edward bajó la mirada hacia el suelo. Todo era mucho, mucho peor de lo que se había imaginado. ¿Qué iba a pasar cuando ella supiera que había sido convertida en ese ser inmortal que le había arrebatado, sin piedad, a sus padres?

“¿Te asuste?” – preguntó Bella, al ver su silenciosa reacción – “¿Te pareció muy despiadado lo que dije?”

“Si” – respondió él – “Me asustaste, más no me parece algo despiadado” – agregó – “me parece que es lo mínimo que esa bestia se merece” Lo que nosotros merecemos. –Rectificó en su mente.

El cansancio, tanto emocional como físico, hizo efecto en Bella y, tras pasar unos cuantos minutos, la desvaneció sobre la cama, a través de un profundo sueño, el cual fue contemplado por el vampiro que se trataba de imaginar lo que, a partir de ese momento, a su querida humana le deparaba.

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