Dark Chat

martes, 17 de noviembre de 2009

GHOTIKA CAPITULOS 18,19,20.

Ahora sé, tanto como si creo en el infierno, como si no,

que uno no deja de amar por el hecho de
estar dedicado al mal.”
Lestat el vampiro – Anne Rice

"Volveré tan pronto que no tendrás tiempo de extrañarme.
Cuida mi corazón... lo he dejado contigo"
Eclipse – Stephenie Meyer

 

Capítulo 18: Despedidas


“Bien, hemos llegado” – anunció Jasper al entrar a la habitación en la que los vampiros adultos les esperaban – “¿Cuál es el motivo por el cual Carlisle nos manda a buscar y a llamar?”

Edward entró detrás de él y miró hacia Darío de forma inquisitiva. Éste negó lentamente con la cabeza, dándole a entender que no sabía aún el motivo de la repentina visita.

Los dos vampiros adolescentes se sentaron a un costado del niño y clavaron la mirada sobre sus hermanos mayores.

“El motivo por el cual hemos venido” – comenzó a decir Rose – “Es por que la guardia se ha percatado de extrañas presencias alrededor de nuestro hogar”

“Se teme que sea un atentado contra todos nosotros” – agregó Emmett

“¿Un atentado?” – repitió Edward, de manera incrédula – “Es absurdo, ¿Quién podría atreverse a atacar a nuestra guardia?”

“Un aquelarre de vampiros rebeldes” – contestó Rose, de manera automática – “Vampiros que están cansados de nuestras normas, que están cansados de vivir en anonimato”

“Aún así, dudo mucho que causen algún problema” – repuso Jasper – “Somos demasiados, aún sin nosotros tres…”

“Esto no es un juego” – interrumpió la rubia vampiro, con voz firme – “Si las cosas fueran así de fáciles, no hubiéramos perdido el tiempo viajando hasta acá. Como ustedes mismos han dicho: no cualquier aquelarre se atrevería a atacarnos. Todos los de nuestra raza saben lo poderosa que es la guardia Vulturi y lo respetables que son nuestros maestros y, por lo mismo, si piensan iniciar una guerra contra nosotros, es por que están preparados y no podemos darnos el lujo de correr riesgos”

Darío, Edward y Jasper intercambiaron sendas miradas y, con un suspiro de resignación, Darío preguntó

“¿Cuánto tiempo creen que se nos necesitaría allá?”

“No lo sabemos” – contestó Emmett – “Supongo que el tiempo en que duden en atacar…”

“¿Y cuándo tendríamos que partir?” – preguntó Jasper, temeroso de saber la respuesta

“Mañana mismo, en cuanto la hora del crepúsculo caiga” – informó Rose – “así Darío no tendrá problema alguno”

Los tres muchachos bajaron la mirada y, en un movimiento perfectamente inconciente y sincronizado, empuñaron las manos sobre sus rodillas.

Cada mente viajó hacia la persona especial que estaban obligados a abandonar por tiempo indeterminado: Alice, Bella… Violeta. Pero, bien sabían que, aparte de ser una obligación, era una responsabilidad el cuidar de sus maestros, de sus leyes. Si los vampiros se revelaran ante los humanos, muchas muertes serían cobradas y el desastre llegaría al mundo de manera incontrolable. Ellas estarían en peligro al encontrarse, más expuestas que nunca, ante la sed de su raza.

Definitivamente, tenían que ir. Por ellas, por ellos.

“De acuerdo” – asintió Edward, hablando por los tres.

“¿Llevaran a las humanas con ustedes?” – inquirió Emmett, refiriéndose a Jasper y Edward

“No” – negaron rápidamente, al unísono

“Ellas no saben que son vampiros” – aventuró Rose – “¿Acaso no piensan convertirlas?”

“Si, pero no ahora” – dijo Jasper – “convertirlas ahora es arriesgarlas igual, o más, que siendo humanas. Iremos con ustedes, pero ellas se quedan”

“Bien, es su decisión” – asintió la hermosa muchacha, quien luchaba por no dar a demostrar la felicidad que le daba el saber que sus hermanos, al fin, habían encontrado a sus compañeras.

Rose nunca había sido muy dada a hacer públicos sus sentimientos y siempre se había caracterizado por poseer una hermosura excepcionalmente frívola.

Darío se puso de pie y salió de aquel lugar en completo silencio, sorprendiendo con su repentina actitud, a sus hermanos.

Edward frunció el ceño y le siguió al segundo siguiente.

Encontró al pequeño vampiro recargado en la ventana, con la grisácea mirada perdida en el paisaje del bosque sombrío. Su inocente semblante lucía apesadumbrado. Caminó hacia él y se acomodó a su costado derecho. Esperó en silencio a que hablara, más el niño no articuló palabra alguna, ni si quiera le miró.

“¿Pasa algo, Darío?” – preguntó – “Sabes que puedes confiar en mi” – recordó, al obtener como respuesta un interminable silencio.

El aludido lo pensó durante un momento. Intentó buscar las palabras con las cuales confiarle su secreto y, al no hallarlas, giró su cuerpo para encarar a su hermano y, con un gesto en la mano, le indicó que bajara su cuerpo para que quedase a la altura del suyo.

Edward obedeció sin protestar y, cuando se halló frente a frente con el pequeño, éste clavó su mirada en la suya. Edward supo lo que le estaba pidiendo, pero aún así, quiso estar completamente seguro.

“¿Quieres que te lea la mente?”

Darío asintió y, con esto, el otro vampiro comenzó a adentrarse en los recuerdos de su hermano. Comenzó a leer todo, no era la primera vez que lo hacía y, sin embargo, los detalles habitando en la mente de Darío, cuando éste apenas y nació como vampiro, le golpeaban siempre con la misma dolorosa fuerza.

Era demasiado impactante el poder ver la desolación que lo cubrió cuando, siendo aun un niño, no lograba entender todo lo que pasaba: la pérdida de sus padres, la repentina sed de su garganta, el movimiento de los objetos a su voluntad… recorrió rápidamente todos esos detalles hasta situarse a la actualidad: La impresión que había tenido de Bella y Alice y el amor que les tuvo al instante, el día en que las visitó y les hizo llegar la invitación y, por último, y lo más importante – lo que Darío realmente quería hacerle saber – :la imagen de una pequeña niña sentada en un oscuro lugar de un parque y el amor que Darío sentía por ella.

Edward se separó con un sobresalto y jadeando por la impresión. La complicada mente de su hermano (al igual que la de Jasper, Carlisle, Aro y Alice) le dejaba, en cierto modo, agotado.

“Es una niña” – dijo, aún jadeando

Darío bajó la mirada, avergonzado. Si, era una niña, y él estaba dispuesto a transformarla para hacerla su compañera.

“Y la amas” – agregó Edward, cuando su mente estuvo ya más tranquila.

“Sé que eso no es justificación para tan grande egoísmo de mi parte”

“Ella está sola en el mundo. Solo te tiene a ti”

“Ahora comprendo el miedo que sienten ustedes de convertir a Bella y a Alice” – admitió – “Ahora sé qué tipo de inquietud experimentan… Yo tampoco quiero que Violeta me llegue a odiar un día por condenarla a este tipo de vida, pero, tampoco la quiero dejar. No logro si quiera el pensar cómo podría vivir ahora sin ella”

Edward posó una de sus manos sobre el pequeño hombro

“Tú siempre has sido el que mejor decisiones sabe tomar y, esta vez, no será la excepción. ¿Recuerdas lo que nos dijiste noches atrás?

Darío asintió

“Entonces, tu tampoco dejes pasar la oportunidad que el destino te esta poniendo frente a tus ojos. Habla con ella, explícale tu situación y dale a elegir. Esa oportunidad Bella y Alice no la tienen, ve eso como una ventaja”

“Gracias” – dijo el pequeño, al sentirse mucho más tranquilo de haber podido desahogarse

“Mañana nos iremos, nosotros si podremos despedirnos de Bella y Alice pero tú…”

“También iré mañana”

“Pero tú no puedes…”

“Llevaré la capa y tratare de exponerme lo menos que pueda” – calmó

“Nosotros te podemos llevar, después de despedirnos de Bella y Alice. No hay necesidad de tanto drama” – terció Jasper, entrando a la estancia.

Ni Darío ni Edward se sintieron sorprendidos, o incómodos, de que su hermano hubiera escuchado parte de la conversación. Al fin de cuentas, siempre habían sido ellos tres y, por el contrario, Darío se apresuró en contarle los detalles que ignoraba.

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Al día siguiente, Alice caminaba al lado de Bella y su semblante lucía completamente desolado, no sabía por qué, pero estaba segura de que Jasper se iría.

Bella, por el contrario, aún conservaba la vaga esperanza de que no fuese así. Se encontraron con sus respectivas parejas dos cuadras antes de llegar a la escuela. Ambas se dirigieron hacia las pálidas manos que les esperaban y, sin decir palabra alguna, cada una tomó un rumbo diferente.

“Sé que te vas” – murmuró Alice, al llegar junto con Jasper a una enorme roca en donde se sentaron – “No es necesario que digas un adiós”

“Y no lo pensaba decir” – dijo éste – “Por que no es un adiós lo que te vengo a ofrecer, si no un hasta pronto. Un reencuentro muy próximo. Sabes, así con la misma seguridad de que hoy nos tenemos que separar, que en poco tiempo regresaré a ti, lo sabes”

“Si” – admitió Alice, con una pequeña sonrisa – “Pero el saber que te encuentras lejos, así sea un minuto o dos, me carcome el alma como los gusanos a los muertos”

Jasper estiró los brazos alrededor del pequeño cuerpo de su novia y la atrajo hacia él. Suspiró profundamente al desconocer cuántos días – tal vez semanas – tendrían que pasar para volverse a encontrar pegado a tan cálida sensación

“Te amo. Pronto estaremos juntos” – murmuró dulcemente sobre su oído. Era lo único que podía decir en ese momento

“Lo sé…” – dijo Alice y no pudo evitar derramar una lagrima por su partida.

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Mientras, Bella y Edward caminaban hacia un gran roble que se ubicaba cerca del bosque.

Ella no se atrevía levantar la mirada, temía encontrarse con la despedida incrustada en el dorado de aquellas pupilas. Edward tampoco se atrevía a hablar, jamás antes se había sentido tan vulnerable. El saberse lejos de ella le causaba una sensación de tristeza nunca antes conocida o experimentada. Dejó la caja negra que llevaba entre manos y la colocó sobre el suelo. Quería tener sus dedos libres para recorrer aquella piel, de la cual estaría lejos dentro de pocos minutos.

“Bella” – llamó con un susurro y la chica levantó la mirada en un movimiento completamente inconciente. Simplemente, no podía resistirse al llamado de aquella voz tan suave – “Me voy…”

A la muchacha se le cerró la garganta y sintió como los ojos comenzaban a humedecerse, aunque lo había supuesto, y había intentado resignarse a la idea, el dolor era incontrolable. Apretó fuertemente las manos, que colgaban a sus costados, en un intento de controlar el llanto. No quería llorar, no quería que Edward se fuera con esa imagen suya.

“Pronto vendré contigo” – prometió el vampiro, sintiéndose desesperado por que, a su dolor, se sumaba el pesar de aquellas perlas marrones – “Será poco tiempo…”

Calló cuando sintió como el cuerpo de Bella se había aventado al suyo y apretaba su rostro contra su pecho.

“No, por favor, no” - pidió mientras enrollaba sus brazos alrededor de ella – “No quiero que llores, no por mí”

“Lo siento” – musitó Bella entre sollozos y Edward esperó a que se calmase.

No tomó mucho tiempo, tal vez uno o dos minutos. Bella se separó de aquel pecho – que parecía inaudible, pero no le dio importancia ya que, seguramente, tanta música pesada le había dañado ya su audición – y se secó las negras lágrimas con la mano.

Edward le ayudó, paseando delicadamente su dedo pulgar por sus mejillas manchadas. Bella levantó la mirada y, al encontrarse con aquel par de ojos dorados, la volvió a bajar, completamente avergonzada por su actitud. El vampiro rió entre dientes y se inclinó un poco para depositar un beso sobra la frente de la muchacha.

“Te quiero” – susurró – “Y… te quiero pedir una disculpa”

“¿Una disculpa? ¿Por qué?” – preguntó Bella, realmente extrañada.

Ella sabía que, si Edward se tenía que ir, no era por que él así lo desease, si no por un urgente llamado de su familia. ¿Acaso se sentía él culpable de ello?

“Te prometí que jamás te iba a dejar” – recordó y se encaminó hacia la caja que había dejado en el suelo. La levantó y se la tendió a Bella

La gótica frunció el ceño al ver la negra caja de mediana dimensión, adornada con un moño de color morado oscuro.

“¿Y esto?” – inquirió, cogiendo el objeto

“Es una forma de no fallar tanto a mi promesa. Ábrelo” – indicó, con una sonrisa, mientras la jalaba hacia el suelo para que se sentaran.

Bella levantó una de sus cejas de manera escéptica al ver como los ojos de su novio brillaban por una emoción no lograba entender. Miró la caja por otro momento y, después, con movimientos lentos – pero realmente curiosos – comenzó a desatar el moño. La curiosidad incrementó al ver que algo en la caja se movía constantemente.

Levantó la tapa y dilató los ojos, al mismo tiempo que una sonrisa se ensanchaba en sus negros labios, al contemplar lo que en ella había.

Un gatito negro con ojos plateados le maulló y ella lo cogió entre sus manos con mucho cuidado.

“¿Te gusta?” – preguntó Edward al ver que Bella apretaba el animalito contra su mejilla

“Me encanta…” – murmuró y, poniendo de nuevo al pequeño felino en la cajita, estiró las manos para atrapar, con ellas, el pálido rostro que también sonreía – “Muchas gracias” – susurró y, sin dar tiempo a que su novio contestara, unió sus labios con los de él.

Edward suspiró profundamente cuando aquella miel intoxicante llegó a su lengua. Sus manos se movieron hacia la cintura de la muchacha y, sin querer, había rozado parte de sus piernas que, a pesar de las mallas que las cubrían, se sintieron deseables bajo aquel fugaz contacto. Se estremeció nada más el imaginar el poder volver a rozar aquella piel y, con un movimiento completamente inconciente, la fue acostando, poco a poco, sobre el césped. Bella no se opuso ante tal movimiento, al contrario, su mano se dirigió hacia los brazos fuertes que se encontraban cubiertos por la negra tela y aferró sus dedos en ellos. Suspiró profundamente al sentir como aquellas manos varoniles se apretaban a su cintura. El frío placer traspasó la tela cubierta de encaje y llegó hasta su estomago…

Un pequeño, pero insistente, maullido los trajo a la realidad y Edward realmente lo agradeció. No quería ni imaginarse qué hubiera podido pasar de haber seguido con su arranque. Se separó de Bella lentamente, sus labios húmedos no ayudaban mucho para su autocontrol.

“Lo siento” – murmuró mientras tomaba al gatito y se lo daba a Bella. Ésta lo recibió de buena manera, apretando al animalito contra su pecho, que latía desbocado.

“Gracias” – musitó y, por primera vez, un incomodo silencio se levantó entre ellos.

“¿Qué nombre le piensas poner?” – preguntó el vampiro, al cabo de unos segundos

“No sé” – admitió la muchacha – “¿Qué te parece Niebla?”

“Niebla es un bonito nombre” – acordó el muchacho con una sonrisa, que se borró al ver que el semblante de su novia se ensombrecía de nuevo – “¿Qué ocurre?” – quiso saber, llevando la mano hacia su quijada, para poder verle mejor.

“Prométeme que volverás pronto” – pidió Bella, con los ojos otra vez hinchados

Edward volvió a besarla, con el mismo fervor y anhelo, pero controlando mejor su instinto pasional

“Lo prometo” – susurró, entre besos.

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Darío, por su parte, había llegado al orfanato, con ayuda de sus hermanos, quienes le esperaban en el carro, con Rose y Emmett, y había sido recibido calidamente por las monjitas de ahí

“Oh, tú eres el amiguito de Violeta, ¿verdad?” – preguntaron, en cuanto lo vieron aparecer por la puerta, ignorando el detalle de la capa que le cubría
Él asintió.

“Pasa” – indicaron – “Nos alegra que hayas venido. Ella no se encuentra muy bien de salud”

“¿Qué tiene?” – preguntó al instante

“Una pequeña gripe” – contestó otra señora – “No es nada grave, pero ven, acompáñame, le hará bien el verte. Ella nos habla mucho de ti”

Darío siguió a la mujer hasta el final de un extenso pasillo y entró, cuando se le indicó, al pequeño cuarto en donde vio a Violeta, acostada en la cama. Se acercó rápidamente hacia ella y, en cuanto estuvo a su lado, la tomó por las manos.

“¿Darío?” – preguntó la niña, puesto que aquella frialdad tan reconfortante solo podía ser de él – “No esperaba a que vinieras a verme aquí. Ha sido una sorpresa muy grata”

“¿Cómo te sientes?” – exigió saber el vampiro, sin poder ocultar la desesperación en su voz infantil. Veía a la niña demasiado pálida y débil

“Bien. Es solo un resfriado, pero, cuéntame ¿Por qué has venido hoy y a esta hora a verme? No mal interpretes mis palabras” – se apresuró a añadir – “Es solo que me he dado cuenta que no te gusta salir de día. Me imagino que se ha de tratar de algo importante”

“Vengo a despedirme” – informó Darío, con voz baja – “Tengo que ir a Volterra, mi familia adoptiva nos ha mandado a llamar”

“Entiendo” – asintió Violeta, con una sonrisa triste – “¿Volverás?” – preguntó, sin poderlo evitar, aferrando su manita a la mano que le sostenía

“Si, volveré pronto” - prometió

“Te voy a extrañar” – confesó Violeta, con una pequeña sonrisa

Un golpe de nudillos llamó a la puerta y, al instante después, una monjita entró

“Tus hermanos te llaman” – anunció al pequeño – “Dicen que ya es momento de irse”

Darío volvió a asentir y la monjita se retiró, no sin antes regalarle una amable sonrisa

“Te veo pronto” – murmuró, mientras se disponía a alejarse.

Un diminuto jalón le impidió ponerse de pie. Violeta aferró, con todas sus fuerzas, su manita con la suya y sus aceitunados ojos brillaron llenos de dolor.

“Darío, te quiero”
Nunca antes un sentimiento tan hermoso recorrió aquel inmortal cuerpo, hasta ese entonces. El pequeño vampiro se inclinó hacia la niña que luchaba por no llorar y, sin pensarlo dos veces, presionó, por un breve momento, sus labios contra los de ella.

“Yo también te quiero, Violeta” – confesó – “Pronto estaremos juntos, otra vez” – prometió una vez más y, después, se fue.

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Un fuego apaga otro fuego.

Una pena se calma con el sufrimiento de otra.
Un dolor desesperado, con el dolor de otro se remedia.
Toma en tus ojos alguna nueva infección
y morirá el veneno del mal antiguo.
Romeo y Julieta – W. Shakespeare


Capítulo 19: La Guardia Vulturi

Los vampiros llegaron justamente en la caída del ocaso. Bajaron del auto, todos cubiertos con sus finas capas, y se encaminaron hacia el callejón que les llevaría a casa. Darío, Jasper y Edward se sintieron extraños al estar rodeados, otra vez, por todos sus hermanos quienes los esperaban ya reunidos en el salón principal. Tenían esa extraña sensación de haber pasado décadas – en lugar de meses – tras no haber pisado aquel sitio y, debían admitir, que se debía a una principal razón: lo mucho que extrañaban a sus humanas que les esperaban en Forks.


En cuanto traspasaron la puerta, Esme – quien, a diferencia de todos los que se encontraban ahí, portaba una capa de color perla – fue la primero en arrojarse para recibirlos. Sus cálidas manos se pasearon por cada uno de los tres rostros con amor completamente fraternal. Carlisle le siguió y, detrás de él, venía Aro.

La aparente indiferencia de Marco y Cayo no se les hizo extraña ni ofensiva, sabían que, a diferencia del empalagoso Aro, ellos exageraban en frialdad y desinterés. Inclinaron sus rostros ante ellos, haciendo una pequeña reverencia, y se dirigieron primero hacia Carlisle, a quien le besaron el anillo que reposaba en su dedo anular. Después, con un pequeño suspiro, se dirigieron hacia Aro. Sabían que, en cuanto sus labios tocaran aquel anillo, él lo sabría todo.

Y así fue. El primero fue Edward, después le siguió Jasper y, por último, Darío. El anciano vampiro se sintió mareado ante las esplendidas imágenes que sus hijos les habían mostrado.

“Sorprendente” – musitó – “Realmente asombroso. Aunque he de admitir que me siento desilusionado, me hubiese encantado conocerlas lo antes posible”

“Y lo harás” – prometió Edward – “Pero no queremos arriesgarlas por ahora. Te pedimos que comprendas nuestra situación y aceptes esta pequeña condición. Así como tu no quisieras perder a unas nuevas, y poderosas, hijas, nosotros no queremos perder a nuestras eternas compañeras”

“Si, lo sé” – admitió Aro, con una amable sonrisa – “No se preocupen” – suspiró resignadamente – “A pesar de que nuestra especie vence las barreras del tiempo, la impaciencia es un defecto que comparto con los humanos”

“¿De qué tanto están hablando?” – exigió saber Cayo

“Lo siento, hermanos míos. Me dejé llevar por la emoción y he ignorado sus presencias” - se disculpó Aro – “Y no es para menos, lo que les voy a decir los dejara a todos completamente cautivados y felices, al igual que a mí: Edward, Jasper y Darío, los miembros más jóvenes y solitarios de esta familia, han encontrado a sus respectivas compañeras”

Los tres mencionados bajaron la mirada y se sintieron ligeramente molestos al sentir toda la atención puestos en ellos. Definitivamente, Aro no sabía mantener una vida intima en secreto.

“¿Es verdad lo que dice Aro?” – quiso saber Esme, tomando la mano de cada uno de ellos, entre las suyas. Los tres vampiros asintieron y recibieron, como respuesta, una sonrisa y una mirada llena de alegría – “No saben lo dichosa que me siento por ustedes”

“Igual yo” – se unió Carlisle

“Creo que ya es suficiente de tanta meticulosidad” – interrumpió Cayo – “No los hemos mandado a llamar para hablar de amor. Hay cosas más importante ahora”

Por primera vez, en toda su existencia, Darío, Edward y Jasper, agradecieron lo que Cayo había dicho.

“Rosalie y Emmett nos ha informado de todo”

“Entonces, es necesario que empiecen a retomar su entrenamiento” – indicó Marco, quien hablaba por primera vez – “Las extrañas y anónimas visitas se han sentido cada vez con más frecuencia. Debemos estar prevenidos”

“¿Tienes idea de quienes se podría tratar?” – preguntó Darío y Marco levantó una mano hacia el pequeño, indicándole que se acercara.

El niño obedeció y, cuando estuvo al alcance del melancólico vampiro, cerró los ojos al sentir como su rostro se veía acariciado por éste. Nunca se había dicho abiertamente, pero, no era necesario el ser muy perceptivo para darse cuenta que Marco amaba a Darío. Era con el único con quien no se mostraba siempre indiferente y distanciado, ¿La razón? El pequeño le recordaba mucho al hijo que no pudo tener con su amada y difunta Didima.

“No lo sabemos” – murmuró – “pero pronto lo averiguaremos. Por ahora, vayan con Felix y Demetri a la sala de entrenamiento, les están esperando con Jane y Alec”

Los muchachos asintieron y salieron de la inmensa y oscura sala

Un sonoro golpe llamó la atención de todos, quienes, en esa habitación se encontraban entrenando, y se encontraron con Felix, sobre el cuerpo de Edward

“Estas demasiado distraído” – le dijo – “Ha sido muy fácil derrotarte y no creo que sea por la poca capacidad que tengas a la hora de luchar, ¿Es acaso que tu mente esta lejos de aquí, con la humana que has abandonado?”

Edward no contestó, desvió la mirada y, con un movimiento rápido y fluido, se deshizo de aquella fuerte cárcel que lo aprisionaba, se puso de pie y caminó fuera de ahí. Jasper y Darío intercambiaron miradas. Solo ellos eran capaces de entender el cómo se sentía su hermano.

Edward corrió hacia el jardín – lugar que, al igual que Esme, le encantaba visitar – y, cuando llegó hacia éste, se dejó caer en una enorme piedra que se ocultaba hasta el fondo. Inclinó la cabeza, llevó sus dos manos hacia su cabello y su garganta emitió un pequeño gruñido de desesperación.

No lo quería admitir, pero, la extrañaba más de lo que él pensó imaginar. Suspiró profundamente y escuchó como unos pausados pasos se acercaban. No giró el rostro para ver de quién se trataba, pues lo sabía.

La hermosa figura se sentó a su lado y tomó una de sus manos.

“Sabía que un algún día ibas a encontrar a alguien especial y, aunque ese alguien no fui yo, me alegro”

“Gracias, Heidi” – susurró y, de manera gentil, fue separando sus manos y se puso de pie.

Se despidió con un asentimiento de cabeza y se retiró de ahí. Se adentró en su cuarto y se dejó inundar por los recuerdos. Aquello era imposible. No había pasado ni treinta horas de su separación y sentía que la necesidad de ella le carcomía…

Sus otros dos hermanos no se sentían mejor…

Jasper no paraba de pasar sus manos por el violín, recordando a cada segundo la sonrisa de su pequeño ángel y, Darío, simplemente, no podía dejar de ver la suave bufanda que Violeta le había regalado.

Y los tres se preguntaron, Si ese era el principio de todo ¿Cómo sería cuando los días se alargaran más y más?

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Alice se encontraba tendida sobre su cama de edredón negro, con los auriculares en sus oídos. Su pecho emitía suspiro tras suspiro, mientras no lograba encontrar algo interesante qué hacer. Su madre no le había dejado salir esa tarde y no había podido ir a la casa de Bella. Se levantó de su lecho y caminó hacia la ventana. Contempló la lluvia que resbalaba por el cristal y dirigió sus negros ojos en dirección hacia aquella casa, en forma de castillo, a la que tanto anhelaba poder ir pronto.

“Jasper” – musitó, nombrando el nombre de aquel rubio muchacho que tanta falta le hacía.

Cerró sus ojos por un momento y se vio en la obligación de volver a abrirlos, con un brusco movimiento, al ver la imagen que había aparecido tras sus parpados. Un jadeo se escapó de sus labios y un fuerte estremecimiento recorrió su menudo cuerpecillo.

Comenzó a temblar, sin poder explicarse muy bien el motivo y, cuando estuvo más calmada, caminó hacia el cajón en donde se encontraba su cuaderno de dibujos, lo abrió en la última hoja ocupada y el terror arribó, de nuevo, cuando vio aquellos dos ancianos rostros. Pasó la punta de sus dedos sobre las figuras y tragó saliva ruidosamente al no tener duda alguna que eran los mismos que acababa de ver tenía poco al cerrar sus ojos.

Desvió la mirada de aquellos perturbadores dibujos e intentó concentrarse en otra cosa que no fueran aquel par de rojas pupilas que le miraban fijamente. Apretó los labios y prendió el aparto de música, subiendo el volumen de ésta, hasta que los pesados sonidos llenaron toda la estancia. Entonces, todo fue peor… la letra, proferida por los fuertes gritos del vocalista de Cradle of Filth, no tuvo otro sentido más que las mismas palabras repetidas una y otra vez, de manera incesante.

“Los Rumanos vienen por ustedes”

Se llevó las manos a los oídos y apagó la música rápidamente. Los jadeos se hicieron más descontrolados, conforme las imágenes de aquellos ancianos, flanqueados por un numeroso grupo de personas detrás, llegaban a su mente, cada vez de manera más nitidez.

“Basta” – musitó, llevándose ambas manos hacia su cabeza – “Ya no quiero ver este tipo de cosas”

Sus rodillas toparon con el suelo y, después, ya no supo más…

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Una semana después

“Hemos conseguido noticias nuevas y concretas” – anunció Jane, entrando en compañía de Alec, Emmett, Rose y Dimitri, ubicándose frente a los cuatro legendarios vampiros, con una ligera reverencia.

“Habla Jane” – indicó Aro.

“Los Rumanos, mi señor” – soltó la rubia vampiro – “Son ellos los que han estado vagando en los alrededores de Volterra”

“¿Los Rumanos?” – inquirió Carlisle – “¿Estas segura de ello?”

“Traemos pruebas” – dijo Emmett, jalando consigo, a un vampiro de aspecto salvaje – “Hemos logrado capturar a uno de ellos”

Cayo se puso de pie y camino hacia el joven de piel pálida y cabello castaño rizado. Lo levantó del suelo, con una sola mano apretándole el cuello.

“¿Quién eres?” – exigió saber – “Dinos tu nombre y para el servicio de quiénes estas”

“Cayo, paz” – interrumpió Aro, avanzando hacia su hermano de cabellos plateados. Llevó una de sus manos hacia el hombro del vampiro que se debatía, con los pies en el aire y comenzó a filtrarse en sus pensamientos y recuerdos.

El viejo inmortal cerró los ojos y se concentró, perfectamente, en la visión que el cuerpo del muchacho le otorgaba. Al cabo de un minuto, alejó su mano de su antiguo lugar y, con un suspiro que denotaba preocupación, volvió a su asiento, en medio de Marco y Carlisle

“¿Qué es lo que has visto, Aro?” – pidió saber Jasper, haciendo eco de todos los que se encontraban reunidos en la sala.

“Efectivamente, las palabras de Jane son verídicas” – afirmó – “El clan Rumano, antiguos enemigos nuestros, planean atacarnos. Quince siglos han pasado desde que, tras violar las leyes que nos rigen, decidimos destruir su imperio. Ahora, han reunido a una guardia poderosa, dispuesta a cobrar venganza y arrebatarnos nuestras leyes”

“Una guardia… poderosa” – repitió Darío

“Demasiado poderosa, y no deja de crecer” – agregó Aro

“¿Y qué esperan para atacarnos?” – preguntó Emmett, quien no podía ocultar su euforia por la lucha.

Como respuesta, el aludido viajó su mirada hacia Darío, Jasper y Edward. El gesto duro solo un segundo, pero fue virginalmente delatador. Edward no lo pensó dos veces, caminó hacia el prisionero y, sin pedirle si quiera un poco de consentimiento, comenzó a leerle la mente.

“¡No!” – exclamó, al termino de sus visiones, aventando lejos el cuerpo que sostenían sus manos

Su furia alarmó fuertemente a todos, menos a Aro, quien sabía el por qué.

“Edward, ¿Qué has visto?” – inquirió Jasper

“Ellas…” – siseó el muchacho de cabello color cobre, incapaz de hablar debido a la rabia – “Las quieren a ellas… a Bella y a Alice”

El rubio vampiro no necesitó más explicaciones y su alteración fue elevada de la misma manera que su compañero.

“¡Jasper, contrólate!” – ordenó Marco, con voz baja, al ser el menos afectado por el don del joven inmortal

El vampiro tensó la mandíbula y chasqueó los dientes, para poder tranquilizarse.

“¿Cómo es que saben ellos de su existencia?” –

“Han estado rastreando poderes durante todas estas décadas. Hace pocos días le han visto. Venían hacia Italia cuando pasaron por Forks y se sintieron atraídos por sus aromas…” – comenzó a explicar Edward – “Hay uno de ellos que puede identificar los dones de las personas, humanas o no. Él se percató, rápidamente, de los poderes de Alice y Bella… Solamente están esperando que el cumpleaños de Bella caiga, para que su don se desarrolle completamente.”

“El cumpleaños de Bella es mañana” - susurró Darío

Jasper emitió un profundo gruñido que se levantó por toda la habitación y su puño golpeo el suelo rustico, abriendo una pequeña grieta en él.

“¡Tenemos que ir por ellas!” –

“Si…” – acordó Edward, con un susurro – “Aún tenemos tiempo… Debemos darnos prisa”

“¡Esperen!” – llamó Carlisle al ver que sus hijos salían, sin despedida alguna, de aquel lugar – “Son muchos. Es demasiado peligroso que vayan solos”

“Si van más con nosotros, llamaremos la atención” – recordó Edward

“Yo voy con ustedes” – dijo Darío y ninguno de los otros dos vampiros opuso resistencia alguna.

Sabía que, aparte del deseo de ayudarlos, también quería ir para ver a Violeta. Esme se acercó a ellos y depositó sendos besos, en ambas de sus mejillas

“Cuídense mucho, por favor” – suplicó, con la preocupación impregnada en su voz y pupilas.

Los tres muchachos asintieron, se subieron los gorros de sus capas y salieron corriendo del lugar.

“¿Deberías llamarles?” – propuso Darío, cuando el carro, manejado furiosamente por Edward, alcanzaba la velocidad de 190 km /h

“No” – contestó Jasper – “sería preocuparlas más”

Crispó sus manos sobres sus piernas al recordar las palabras de Alice

“No me gustan los dibujos que he hecho últimamente, aunque lo intento, no puedo dejar de dibujar aquellos rostros”

¿Cómo había podido ser tan estupido? ¿Cómo había podido dejar pasar ese detalle? Alice lo había visto desde hacía ya varias semanas y…

“¡Maldición!” – masculló

Una pequeña mano le tomó por el hombro y, poco a poco, se fue sintiendo un poco más tranquilo

“Todo estará bien” –

Prometió Darío, mientras el pie de Edward se hundía, hasta lo imposible, en el acelerador.

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Ella estaba conmigo. La muerte era mi comandante y

podía entregarle mil victimas, pero a ella se la había
arrebatado de las manos.
Lestat el Vampiro – Anne Rice


Capítulo 20: Decisión


La lluvia caía con furia en Forks. Los truenos relampagueaban fuertemente y pintaban el oscuro cielo con sus líneas plateadas. El viento soplaba, y alborotaba las ramas de los pinos, con gran agresividad. Bella se encontraba sentada en el sofá, viendo detenidamente aquel espectáculo. Su casa estaba en completo silencio, pues había optado deleitar sus oídos con el agudo silbido del viento. Suspiró profundamente y volvió el rostro para ver el reloj que adornaba la pared. Eran las nueve de la noche. En tres horas sería 13 de septiembre y cumpliría, oficialmente, los dieciocho años. Dejó caer su mejilla en una de sus manos y volvió a suspirar mientras comenzaba a juguetear con el teléfono que sostenía.

Odiaba sentirse así de desesperada, pero, no lo podía evitar. Desde que Edward se había ido, no había tarde que no le hablara por teléfono. La hora justa era cuando el crepúsculo llegaba y… tenía más de dos horas que había anochecido.

¿Le habrá pasado algo? Se preguntó, bajando su mirada hacia el teléfono que no emitía alarma alguna. Se quedó ida por un momento, analizando la lisa textura del blanco objeto y enrollando uno de sus dedos en su largo cabello color café. Un sonoro y estridente rayo le hizo saltar, repentinamente, de su lugar. Se sorprendió mucho de su actitud. A ella nunca le había pasado algo así. Nunca había temido a la lluvia y sus componentes, ni si quiera cuando era niña. Bufó fuertemente, sintiéndose avergonzada por su comportamiento tan infantil y cobarde. Seguramente, se debía a lo absorta que se había mantenido al estar pensando en aquel muchacho.

Decidió buscar algo qué hacer para entretenerse. El estar sentada ahí, sin nada más qué hacer, que ver la lluvia caer, no ayudaba mucho a que dejara de pensar en él. Se puso de pie y caminó hacia la cocina. Decidió prepararse un té. Un helado viento se filtró por la ventana y estremeció su cuerpo. Caminó hacia ella, para poder cerrarla y, cuando lo hizo, le pareció ver una extraña sombra pasar rápidamente al frente.

Frunció el ceño mientras trataba de agudizar, lo mejor que podía, su sentido ocular, pero no pudo distinguir nada anormal entre todas esas sombras mojadas. Se rió de ella misma mientras daba media vuelta y regresaba a la taza de agua caliente que le esperaba. Se encaminó de nuevo hacia el sillón y cogió el libro que, tenía poco, había comenzado a leer.

Se intentó concentrar en la lectura…

“Mi manera de pensar, decís, no puede ser aprobada. ¡Pues, qué me importa! ¡Bastante loco es quien adopta una manera de pensar como la de los demás! Mi manera de pensar es el fruto de mis reflexiones; está implicada en mi existencia, en mi organización…”

Dejó de leer al emitir un pequeño grito ahogado que fue ocasionado por la mancha oscura que había saltado a su lado.

“Niebla” – reconoció la muchacha, llevándose una mano hacia su pecho. La gatita maulló y caminó, paseando su negro pelaje el brazo de su dueña, la cual se encontraba demasiado nerviosa.

¿Qué ocurría? ¿Por qué estaba tan inquieta?

Era algo difícil de explicar, pero, se sentía observada, acechada. Podía jurar que había una extraña presencia en el aire. Volvió a recorrer todo el lugar con la mirada, ésta vez, con más detenimiento… Nada. Los rayos seguían manifestado su ira, y sus variables centellas parecían telarañas tejidas en un hoyo negro. El viento parecía aumentar a cada minuto su fuerza, amenazando con derribar a los árboles que se doblegaban a su poder… Pero, fuera de ahí, había nada…

Debería de estar en paz – como siempre acostumbraba a descansar su alma en noches como esas – y, sin embargo, sentía un extraño presentimiento latiendo en su pecho… Sentía miedo. Era absurdo admitirlo, puesto que, según ella, no había motivo alguno para temer… ¿O si…?

El fino maullido de su gatita le distrajo un poco. Bella pasó sus manos por su lomo y el animalito ronroneó felizmente.

“¿Quieres cenar?” – le preguntó y, tomando otro maullido como un sí, se paró del sillón y caminó hacia la cocina, abrió el refrigerador y extrajo una caja de leche, la cual puso a calentar en el horno de microondas.
El teléfono sonó al poco tiempo. Bella dejó en el suelo el tazón, que contenía ya el líquido blanquecino, y caminó, rápidamente, para atender la llamada

“¿Diga?” – contestó, de manera entusiasta, pues pensaba que se trataba de Edward – “¿Diga?” – volvió a repetir, ante el silencio que había al otro lado de la línea – “¿Quién habla?”

“Bella…” – la chica se sobresaltó al escuchar la extraña y distante voz de su amiga.

“Alice, ¿Qué sucede?” – preguntó, realmente preocupada, pues casi podía afirmar que la pequeña se encontraba teniendo una más de sus extrañas visiones.

“Ellos… vienen” –

“¿Qué has dicho?”

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“Darío, Irás a ver a Violeta ¿No es así?” – preguntó Edward, mientras corrían por el bosque para llegar, finalmente, a su destino. El pequeño asintió – “No tendrás mucho tiempo, en cuanto lleguemos, tienes veinte minutos para volvernos a encontrar aquí mismo” – indicó, frenando su carrera. Darío volvió a asentir

“Suerte” – musitó, mientras se desviada del camino y salía corriendo al orfanato.

Jasper y Edward siguieron, por otro par de minutos, el mismo sendero y, al llegar a cierto punto, se desviaron, uno hacia la derecha y el otro hacia la izquierda, cada quien en busca de su la persona que más les importaba. Quedaron de verse en el mismo lugar antes mencionado a Darío y sus pies aceleraron mucho más bajo la inmensa lluvia que caía sobre ellos.

Mientras, el pequeño llegó hacia el orfanato. Levantó la mirada hacia arriba, buscando con ella la ventana del cuarto de Violeta. Todo estaba completamente oscuro, no era para sorprenderse, el reloj, dentro de poco, marcaría la media noche.

Solo veré si está bien, pensó. No planeaba hablarle, esperaría un poco más para regresar y explicarle la verdad. Comenzó a escalar por las rocosas paredes del viejo instintito, hasta que llegó a la ventana del tercer piso. Su cabello, completamente húmedo, le caía por todo el rostro. Unas espesas cortinas le impedían una vista mejor. Decidió probar con abrir la ventana, sonrió a sus adentros cuando tuvo suerte de no encontrarla con seguro. Se internó en el pequeño cuarto con movimientos perfectamente inaudibles para todos, menos para ella.
“¿Darío?” – escuchó que llamaba una gentil y frágil voz jadeante. Se alarmó y caminó hacia ella rápidamente.

Encontró a Violeta con la respiración completamente agitada y con su rostro completamente pálido. Le paseó la punta de sus dedos por la frente y comprobó que, también, tenía demasiada temperatura

“Violeta…” – musitó y, antes de poder decir algo más, escuchó como unos pasos se acercaban.

Corrió y se escondió dentro del enorme y antiguo closet. Tres monjitas entraron a la habitación y encendieron la luz. Los pequeños rayos que se filtraron por una de las rendijas del mueble le hicieron arrugar, por un momento, sus facciones. Después, prestó atención a lo que ellas hacían. Una llevaba una pequeña cacerola y sumergió un paño en ella, para después ponerlo en la frente de la niña. La otra, sacó un rosario de su bolsillo, se sentó a su lado y comenzó a rezar y, la última, la más anciana, se quedó en completo silencio, acariciando con su mano el rostro de la pequeña.

“Darío…” – volvió a llamar la niña, provocando que éste respingara ante la imposibilidad de no acudir hacia ella – “No te vayas…”

“Shh… calma, cariño” – musitó una de las ancianitas

“Ya ha comenzado a delirar” – señaló, la que sostenía el rosario – “¿Crees que…?”

“Lo dudo” – interrumpió quien intentaba bajarle la temperatura, con un paño – “El virus se ha desarrollado completamente en su cuerpo. No creo que pase de esta noche”

Una de ellas se echó a llorar. Darío no supo decir quien fue por que se había quedado completamente atónito ante la noticia… Al cabo de un par de horas – que al vampiro se le hicieron infinitas – ellas se retiraron. Él no tardó ni medio segundo en llegar al lado de la niña y le tomó fuertemente las manos

“Darío” – volvió a reconocer ella, aunque sus ojos ya no se encontraban abiertos y su voz escuchaba mucho más débil – “Sabía… que eras tú… me alegro el que estés aquí… Contigo a mi lado, ya no tengo tanto miedo a morir…”

“No digas eso” – suplicó el pequeño. La niña sonrió cálidamente, pero no contestó.

Darío se sintió completamente angustiado. Jamás antes había experimentado un miedo tan profundo y lacerante. ¿Qué iba a hacer? ¿Convertirla ahora mismo y arriesgarla con ello o, mejor, dejarla ir en paz? ¿Hasta que punto llegaba su egoísmo, su oscura maldad? No quería dejarla ir. Sabía que su vida, sin ella, estaría envuelta en espesas tinieblas. Su alma estaría sola… él estaría solo. Pero, ¿Qué era lo que ella quería? ¿Y si ella deseaba ir al encuentro con sus padres, descansar? ¿Quién era él para privarle de ese hermoso privilegio? ¿Quién era él para luchar contra su muerte?

Dejó caer su rostro sobre el lecho de Violeta y, por primera vez en más de cincuenta años, comenzó a sollozar. Sintió como algo se posaba sobre sus negros cabellos y, con un movimiento débil, pero, cariñoso, intentaban acariciarlos.

“No quiero… no quiero irme lejos de ti, Darío” – dijo la niña, con voz apenas entendible – “Tengo miedo de ya no estar cerca de ti…”

El vampiro levantó el rostro del regazo y tomó las manos de Violeta entre las suyas…

“Si tu quieres, puedes quedarte a mi lado, no un año, ni dos. Puedes compartir conmigo toda una eternidad. Es tu decisión”

“Si” – contestó ella, sin vacilación alguna – “Si quiero, ¿Cómo puedes dudarlo?” – sus débiles manitas, se sintieron fuertes y poderosas cuando apretaron las de Darío – “No me dejes…” – suplicó y, después, se desvaneció.

El pequeño inmortal se quedó por un breve momento – menos de un segundo – contemplando como la manita le había soltado. El corazón de Violeta latía cada vez más despacio… ella se le iba de las manos y…

“Que el cielo nos proteja” – murmuró, pues sabía el riesgo que esto iba a significar.

Inclinó su rostro hacia el cuello de la niña, entreabrió sus labios y, de manera lenta, un poco vacilante, los fue pegando a la calida y tierna piel, hasta que la atravesó. Violeta gimió sutilmente, mientras Darío luchaba contra el monstruo que le suplicaba probar más de aquella deliciosa sangre. Con un fuerte jadeo desistió de tal deseo y contempló como aquel cuerpecito comenzaba a agitarse con los temblores que la ponzoña empezaba a ocasionar.

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“Nos vamos… tienes que estar lista…”

“¿Nos vamos? ¿A dónde?” – no hubo respuesta – “Alice, ¿Estas ahí?”

“Bella” – contestó la aludida, con voz natural – “¿En qué momento me marcaste?”

“Yo no te marqué” – corrigió – “Fuiste tu quien lo hizo…”

Y, antes de que su amiga le pudiera contestar, la línea se cortó y la luz se fue. Bella gimió fuertemente y podía sentir como sus oídos comenzaban a punzar, debido a los nervios. Definitivamente, algo no estaba bien ahí.

“Niebla” – llamó y la gatita llegó corriendo a su lado. La tomó entre sus brazos y la apretó fuertemente a su pecho.

Se quedó inmóvil por un momento, recordando las palabras que le había dicho Alice… “Nos vamos, tienes que estar lista” Irse… ¿A dónde? ¿Por qué?... No encontraba ni una sola lógica a todo lo que pasaba. Decidió ir mejor a su recamara e intentar dormir. Dio un paso hacia delante y un sonoro grito salió de su garganta al sentir que una fría mano le jalaba, con fuerza, hacia atrás.

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Jasper entró por la ventana y encontró a Alice aún con el teléfono en sus manos. Todo estaba completamente oscuro, así que se acercó a ella con movimientos precavidos, no quería asustarla.

“Alice” – optó por llamarle y vio como la muchacha respingaba y giraba su cuerpo, lentamente, para encararle.

Sus miradas se encontraron y, aún en aquella penumbra, Alice podía ver el brillo que los dorados ojos de Jasper le otorgaban. Caminó hacia él, un poco confundida, ¿Estaría acaso soñando? ¿Sería una más de sus extrañas y confusas visiones? No, era real, lo sabía con aquella seguridad tan extraña que le gritaba su subconsciente.

“Jasper” – musitó y, al llegar hacia él y posar una de sus manos sobre sus hombros, comprobó que la negra ropa del muchacho se encontraba completamente empapada – “¿Qué pasa?”

“Tenemos que irnos, ahora mismo, de aquí” – soltó el rubio joven.

Alice dio dos pasos hacia atrás. Irse… la noticia no le impactó tanto como debería. Ella lo sabía desde horas antes.

“Nos quieren a nosotras, ¿Verdad?” – aventuró y Jasper asintió.

No se sintió sorprendido de que las visiones de su novia se hicieran más claras y precisas con el tiempo. No había duda que su don había sido completamente desarrollado. Aún así, podía ver como aquellas finas facciones se ensombrecían. Se acercó hacia ella y tomó su mano entre las suyas

“Confía en mí” – suplicó. Alice levantó la mirada y, aunque sus ojos no podían ver claramente al rostro que tenía al frente, asintió.

“Solo dame un momento. Necesito escribirle una nota a mis padres y cambiarme de ropa”

“Date prisa” – asintió Jasper y, mientras daba media vuelta y dirigía su mirada hacia fuera – para darle a su novia privacidad par que se vistiera – pensó, principalmente en Edward ¿Habría llegado él también a tiempo?
Alice se movió rápidamente por la casa. El reloj marcaba las once de la noche con treinta minutos… El rubio vampiro suspiró profundamente cuando la humana se plantó frente a él, con su negra mochila que combinaba con el resto de su ropa

“Estoy lista” – anunció

Fue entonces cuando le tendió una mano y, con un movimiento fácil y repentino, la situó sobre su espalda. El momento de la verdad había llegado. Él tenía que echarse a correr por el bosque, de una manera que, simplemente, era imposible para un humano…

Alice sabría que él era un ser sobrenatural…

Sin embargo, la inquietud se fue cuando sintió como aquellos delicados brazos y piernas se apretaban a su cuerpo y unos labios depositaban un breve beso sobre su cuello.

“Corre, mi vampiro” – murmuró – “Todo saldrá bien si estamos juntos”

“Por siempre” – acordó él y, saltando de la ventana, comenzó a adentrarse por el espeso bosque



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