Dark Chat

domingo, 6 de febrero de 2011

Guerrero del Desierto

CAPITULO V

Tengo miedo -dijo Bella bruscamente.

-¿Miedo? -preguntó Edward girándose para mirarla.

-Son tan grandes y...

Para su sorpresa, Edward se acercó a ella y la abrazó.

-No te asustes, Mina, yo cuidaré de ti.

-¿Lo prometes? -dijo ella con voz temblorosa. No se le había ocurrido pensar lo que implicaba hacer un viaje en camello. Al principio le había parecido algo exótico.

-¿Pero qué es esto? -dijo Edward poniéndose justo detrás de ella y apoyando las manos en sus hombros, la mirada sombría por la preocupación-. Estás aterrorizada.

-No puedo soportar las alturas y estos animales tienen la grupa muy alta -contestó ella con tristeza.

-No hay otra forma de llegar a la tribu que vamos a visitar. De haberla, la tomaríamos -dijo él enmarcando el rostro de Bella con sus manos.

-No pasa nada. Podré soportarlo -mintió.

-Eres muy valiente, Mina -dijo Edward al tiempo que le acariciaba con el pulgar el labio tembloroso-. El coche está todavía aquí. Puedes regresar a casa si lo deseas.

Bella hizo un brusco movimiento con la cabeza. Se había mostrado tan claramente dominante al decirle que lo acompañara que aquella concesión era toda una sorpresa.

-¿Ya no querrás que venga más contigo?

-No quiero que sufras.

-¿Cuánto dura el viaje? -preguntó ella mordiéndose el labio.

-Tres días hasta Zeina. Contando con el tiempo que me quedaré allí y el viaje de regreso, supongo que una semana y media es un cálculo muy optimista.

¡Una semana y media! No soportaba la idea de estar lejos de él tanto tiempo.

-Iré. ¿Puedo subir en el camello contigo?

Edward asintió con la cabeza y el beso que depositó en su mejilla suavemente dejaba ver su aprobación.

-Puedes aplastar la cara contra mi pecho y cerrar los ojos igual que haces en la cama.

Bella se ruborizó. Era cierto que le gustaba dormir con la cabeza sobre el pecho de él, y con los brazos y las piernas sobre él, pero no se había dado cuenta de que él se hubiera percatado de ello. Levantó una mano y le acarició la mandíbula, sombreada por el turbante blanco que llevaba.

-Gracias, Edward.

-De nada, esposa mía. Vamos, es hora de irnos.

Bella sintió que el estómago se le revolvía cuando el camello dio el primer paso, pero mantuvo la vista al frente con gesto resuelto, decidida a superar el miedo. El horizonte infinito del desierto resultó ser un aliado tranquilizador y muy hermoso. Y lo cierto era que mientras su marido la ciñera por la cintura con fuerza todo iría bien.

Sin embargo, comprendía que ni siquiera él podría evitar el dolor en las nalgas que tenía. Se habían detenido en un oasis oculto en el desierto a pasar la noche y en ese momento descubrió cuánto le dolía el trasero. En cuanto llegaron, se excusó y se alejó de la vista de los hombres. Se dio prisa en satisfacer sus necesidades y después permaneció a la sombra de un pequeño árbol, frotándose la parte dolorida.

La risa de Edward hizo que girara en redondo, roja como un tomate. Su marido se encontraba a escasa distancia de ella con los brazos cruzados y una gran sonrisa en su aristocrático rostro.

-¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó ella bajando las manos y alejándose de él avergonzada.

Pero él la retuvo tomándola por la cintura y la ciñó contra su duro cuerpo. Ella retiró la cara. Edward la acarició con dulzura.

-No te enfades, Mina. Estaba preocupado al ver que no regresabas al campamento.

Un poco más calmada, y derritiéndose en sus brazos, decidió decir la verdad.

-Me duele.

Por primera vez desde que había llegado a aquel país, se sintió como una extraña que no estaba acostumbrada a las formas de vida de aquella gente exótica. Necesitaba que Edward la reconfortara. Lo que sintió en aquel momento fue algo totalmente inesperado. Edward deslizó las manos hasta su trasero y comenzó a masajearle la zona dolorida con suavidad.

-Te dolerá más antes de que se te pase del todo. Creo que decís eso en occidente.

Ella gruñó, demasiado aliviada para sonrojarse. Sus manos estaban haciendo magia con ella, pero sabía que si seguía, haría algo estúpido como pedirle que le hiciera el amor. Apoyándose en su pecho, retrocedió un paso con las piernas un poco temblorosas.

-Um... será mejor que regresemos o nos quedaremos sin cenar -dijo Bella sin mirarlo a los ojos, temerosa de que notara su ardiente deseo.

El suspiro decepcionado de Edward retumbó en el silencio de la noche.

-Tienes razón, Mina. Vamos. Te prometo que calmaré tus músculos doloridos esta noche, mi Bella. No me gustaría que montar en camello te hubiera dejado tan dolorida que yo no pudiera montarte.

Bella sintió que la cara le ardía por la turbación. El resto de los hombres la miraron y sonrieron comprensivos. Bella se sentó junto a Edward sin hacerles caso. Él se sentó a la izquierda de ella pero tapándola ligeramente, en actitud protectora frente a miradas indiscretas. Bella casi sonreía ante esa muestra de posesión, pero no le dijo nada. Aparte del hecho de que la aliviaba no tener que mirar a nadie en el estado en el que se encontraba, nunca deshonraría a Edward delante de los demás. En privado, se sentía libre para cuestionarle, pero su instinto le decía que sería una traición hacerlo en público.

No solo porque Edward fuera el jeque de un país en medio del desierto, en el que los hombres se mostraban sobre-protectores con sus mujeres aunque las respetasen y amasen. Era por él en sí. Era un hombre muy celoso de su privacidad, un hombre que se enfrentaba al mundo tras una máscara. y su orgullo era un sentimiento estrictamente relacionado con esa naturaleza privada.

En Nueva Zelanda, cuando Bella y su familia lo conocieron, había dejado paralizada a su familia, y había ocultado por completo el absoluto desprecio que sintió hacia sus maquinaciones. y sin embargo, con ella había sido dulce, juguetón, bromista, y sobre todo, cariñoso.

Cuatro años después, Bella comprendía que solo ella había visto al hombre que se ocultaba tras la máscara. Había confiado en ella. Incluso en el presente, a veces se mostraba como realmente era, muy ocasionalmente, las veces en que se olvidaba del pasado.

Después de cenar, los hombres discutieron en la lengua de Zulheil. Era una lengua hermosa aunque ella todavía no la comprendía del todo.

-¿Discutíais sobre la forma en que vamos a dormir? -preguntó a Edward cuando este se volvió hacia ella. El turbante ocultaba su mirada, pero aun así podía ver el campamento reflejado en sus ojos. Bella sintió que su cuerpo comenzaba a arder y estaba segura de que no tenía nada que ver con el calor del desierto.

-Sí. Hemos traído tiendas si quieres dormir en una.

-No, quiero ver las estrellas -respondió Bella.

-Dormiremos apartados de los otros hombres -dijo Edward y su sonrisa dejaba ver que la respuesta de ella lo hacía sentir orgulloso.

-¿Y no será eso un problema? -preguntó ella ruborizándose al recordar la promesa que le hiciera Edward antes.

-Ningún hombre dejaría que su esposa se acostara cerca de otros y que pudieran verla mientras duerme -contestó Edward alzando una ceja en un gesto muy aristocrático.

-Eso suena muy...

-¿Primitivo? ¿Posesivo? Soy todo eso respecto a ti, Mina.

Y sus palabras le parecieron a Bella las más adecuadas rodeados del desierto y con un cielo rebosante de relucientes estrellas sobre sus cabezas. Aquel hombre era un guerrero por el que ella había dado su vida, y sabía que siempre la protegería.

-¿Cómo? ¿No vas a discutir? -preguntó a continuación Edward al ver que Bella guardaba silencio.

-¿Cómo podría discutir con un hombre que me ha prometido un masaje?

Durante unos segundos, Edward pareció desconcertado. Solo fue un momento, pero lo suficiente. El deseo entre ambos era mutuo; un sentimiento vivo y palpable, cada vez que la tomaba entre sus brazos, a diferencia del amor que Bella sentía.

-Creo que es hora de retirarnos -dijo Edward y, mientras hablaba, sus ojos refulgían con un fuego interior.

Al poco, se alejaron de los demás llevando con ellos los sacos de dormir. Edward rechazó los ofrecimientos de ayuda por parte de sus hombres diciendo que si no era capaz de prepararse un sitio para dormir en el desierto no era digno de ser su jeque. Sus hombres asintieron con solemnidad, complacidos con su jefe.

-Una cosa, Mina -dijo tendiéndole la mano.

-¿Qué?

-Esta noche no podrás hacer ruido. Ni un solo ruido, mi Bella.

-Ni uno solo -prometió ella con voz apenas audible.

Bella no hizo ruido cuando Edward la desnudó y después se desnudó él. Consiguió mantenerse en silencio cuando notó que él mantenía su promesa de relajarle los músculos. Incluso reprimió los gemidos de placer cuando Edward comenzó a chupar sus pezones hinchados al tiempo que su mano buscaba el rincón más oculto entre sus muslos.

Él continuó jugando con los pliegues húmedos hasta que vio que ella no podía aguantarlo más. Le mordió con más fuerza en un intento por controlar los gemidos. Finalmente y tras atormentarla durante lo que le habían parecido horas, Edward la tomó por las caderas y la penetró con un movimiento suave. Esa vez, Bella enterró la cara en el cuello de Edward para ahogar los gemidos y apretó los dientes para ahogar los jadeos de satisfacción.

Tumbados con los brazos y las piernas entrelazadas, permanecieron en esa posición hasta que la brisa de la noche se hizo más fresca. Edward se incorporó y subió la cremallera de los sacos.

A la mañana siguiente, cuando despertó, Edward ya estaba vestido, afortunadamente.

-Buenos días, Mina.

-Buenos días -contestó ella sentándose y restregándose los ojos.

-Te he dejado dormir todo lo posible, pero debemos partir en breve si queremos llegar al próximo oasis al atardecer -dijo Edward con aquella voz profunda suya tan sensual.

-No tardaré. Dame diez minutos.

-Diez minutos -contestó él dándole un beso.

Bella lo vio alejarse entre la vegetación exuberante, ansiosa por que la tocara. Decidió que sería mejor dejar el deseo para más tarde y levantarse. El aire de la mañana era fresco, casi demasiado, al no haber salido aún el sol. Mientras terminaba de arreglarse, Bella quedó fascinada por la forma en que su marido guardaba en su interior la majestuosidad de su tierra.

Edward era el hielo y también podía ser el fuego. Desde que llegara a Zulheil, Bella había experimentado ambas sensaciones. Cuatro años antes, nunca había visto el hielo. Tal vez solo había conocido parte del hombre. Cuatro años antes... cuatro años perdidos. De repente, ansiaba saber qué había vivido Edward en esos cuatro años perdidos. Lo ansiaba tanto que le dolía físicamente. Edward había rechazado todo intento por su parte de hablar del pasado, pero ella sabía que hasta que no lograran hablarlo, no encontrarían la paz.

-Mina, ¿estás lista? -la llamada de Edward la sacó de su ensimismamiento. Su calidez fue como una flecha en su corazón. Necesitaba saberlo todo, pero no podía soportar la idea de romper la armonía reinante entre ambos cuando sacara el tema del pasado a colación.

-¿Nos vamos ya? -dijo ella saliendo de su escondite de hojas. Exceptuando la hierba aplastada, nada indicaba que hubieran pasado la noche en el suelo del desierto.

-No quiero matarte de hambre.

El eco de su voz la llenó por completo. Se alisó los pantalones con una inexplicable timidez.

Incorporándose de su postura apoyado contra el tronco de una palmera, Edward observó la postura molesta de Bella con un inequívoco aire de posesión. A Bella se le cortó la respiración. Cuando Edward alzó la vista, Bella pensó que le faltaba muy poco para rogarle que la tomara allí mismo.

Edward la llamó haciéndole un gesto con el dedo.

Algo en su interior protestó por aquella forma tan arrogante de dirigirse a ella, pero por otro lado lo necesitaba con urgencia. En vez de abandonarse a la tentación, se apoyó una mano en la cadera y copió el gesto, con un atrevimiento que no parecía fuera de lugar.

Los dientes de Edward relucieron cuando este sonrió. Para sorpresa de Bella, su marido respondió a la orden y se colocó frente a ella, tan cerca que sus pechos rozaban el torso de él cada vez que tomaba aire.

-¿Qué vas a hacerme, esposa mía?

Ya lo tenía donde quería y, sin embargo, no sabía qué decir.

La repentina timidez de Mina lo dejó realmente sorprendido. Acarició con un dedo la mejilla de ella y esta agachó la cabeza pero levantó su mano y la puso sobre la de él. Edward sonrió entonces y dobló un poco las rodillas para ponerse al mismo nivel que ella. Bella quedó sorprendida y Edward comprobó entonces que la mirada de su esposa estaba ensombrecida por algo.

Edward se irguió, con todo su poder. Sabía que Bella estaba ocultando algo.

-¿Qué es lo que te preocupa? -continuó

Bella retiró la cabeza de un golpe. Cabellos color marrón danzaron en manos de Edward mientras que los ojos chocolate de Bella mostraban la angustia que sentía al haber sido descubierta.

-¿Qué quieres decir? Estoy bien.

Pero aquella pequeña mentira no hizo sino aumentar la determinación por parte de Edward. Quería saber qué ocultaba su esposa. En lo que a Bella se refería, Edward había aprendido que tenía que seguir sus instintos. Bella despertaba en él su lado más salvaje y primitivo, un lado que podía ser peligroso si no conseguía mantenerlo bajo control. Poseer a Bella por completo era el pago que su lado salvaje quería después de cuatro años de aprisionamiento.

-Soy tu marido. No me mientas. Respóndeme -dijo él tomándola de las manos. La última vez que le había ocultado algo, había sido cuando se marchó de su lado. y casi lo había destrozado. No creía que pudiera sobrevivir una segunda vez.

-Llegaremos tarde -alegó ella.

-Esperarán -contestó él con voz ronca, consciente de su vulnerabilidad frente a ella.

-Este no es lugar -dijo ella poniéndole las manos en el pecho y empujándolo.

-Vas a responderme.

-Eres tan arrogante a veces que me dan ganas de gritar -dijo ella con los puños apretados.

La explosión casi lo hizo sonreír. Le encantaba el temperamento de
Bella. Pero saber que estaba ocultándole algo frenó el intento. Su madre le había ocultado su enfermedad y el precio que había tenido que pagar fue que nunca pudo decirle adiós... o tal vez más cosas. El secreto de Bella podría costarle perder a su mujer.

-Simplemente voy por lo que quiero.

-Y yo también -dijo ella con fiereza-. Por eso regresé aquí, por ti.

-Y te quedarás -no pensaba darle otra opción-. ¿Acaso esta tierra primitiva está empezando a perder sus encantos?

-No, pero me estás volviendo loca con tantas preguntas.

-Respóndeme y no te preguntaré más.

La respuesta de Edward, totalmente lógica, la hizo apretar los dientes. Sus magníficos ojos marrones lanzaban rayos contra él.

-Te lo contaré más tarde.

-Ahora -contestó él.

Edward seguía con las manos entre los cabellos de Bella y así permaneció, manteniéndola a ella en su lugar también. Ella miró hacia otro lado. Luchaba por liberarse pero no podía escapar a ningún sitio en aquella vasta tierra que se extendía ante ellos. Frente a él, Bella tomó conciencia de que estaba en desigualdad de condiciones.

-Te estás aprovechando de tu fuerza -dijo ella en tono acusador.

-Aprovecharé todo lo que tenga a mano -contestó él. Sabía que no la perdería, no podía hacerlo. Tenerla junto a él era tan necesario como el aire que respiraba.

Por un momento, sus miradas se cruzaron. El silencio pesaba entre ellos, la estela de las palabras implacables de Edward aún palpable en el aire.

-¿Qué importa lo que estuviera pensando? -dijo Bella, que se agarraba a un clavo ardiendo y él lo sabía. Consciente de su victoria, Edward endureció la expresión de su rostro.

-Me perteneces, Mina.

-Estaba pensando en el pasado -Bella suspiró en señal de rendición.

-¿Y por qué piensas en ello?

-No puedo evitarlo, no cuando está presente entre nosotros -contestó ella con expresión seria y palabras apasionadas.

Tal y como Bella había imaginado, la mención del pasado ensombreció la alegría de la mañana. Edward ya no sonreía, frente a ella estaba aquel guerrero del desierto de rasgos duros. No negó las palabras de ella, y el silenció cayó sobre ellos hasta que Bella no lo pudo soportar más. Posó una mano sobre el brazo de Edward cuyos músculos se mostraban inflexibles.

-Cuatro años, Edward -continuó Bella mostrando al desnudo sus emociones-. Hemos estado separados cuatro años y no quieres compartir conmigo ni lo más mínimo de lo que has vivido en ese tiempo.

-¿Qué quieres saber? -preguntó él con el rostro aún más ensombrecido.

La pregunta la dejó desconcertada. Esperaba una dura reprimenda o incluso frío rechazo. Por un momento, la sorpresa la dejó sin palabras, pero de pronto las ideas salieron a borbotones de su garganta.

-¡Cualquier cosa! ¡Todo! Ignorar lo que has vivido en estos años es como tener un agujero dentro de mí, un lugar en el que faltas tú.

-Fue tu elección.

-¡Pero ahora he hecho otra elección!

Por toda respuesta, Edward giró levemente la cara. -Por favor -rogó Bella a continuación.

Edward la dejó en libertad entonces. Sorprendida, perdió un poco el equilibrio. Edward retrocedió un paso y la miró desde las sombras que planeaban sobre sus ojos.

-Fui objeto de un intento de asesinato por una organización terrorista cuando regresaba de Nueva Zelanda.

-¡No! ¿Te hicieron...?

-No les salió bien -Edward negó con la cabeza en respuesta a la pregunta que Bella no se atrevía a formular. Se apoyó entonces en el tronco del árbol y Bella sintió un aislamiento casi abrumador.

-¿Siguen activos?

-No. Contaban con el apoyo de un gobierno que fue derrocado hace dos años. El nuevo gobierno es amistoso y no apoyará grupos de ese tipo.

Bella pensó que Edward estaba tratando de calmar el dolor de ella y eso le dio valor para continuar, aunque el tono gélido de su voz la ordenara mantenerse a distancia.

-¡Pero te ocurrió una vez!

-Sí, me consideraron débil y un objetivo fácil porque una mujer me había doblegado -contestó él. Un golpe brutal que debería haberla hecho retroceder.

Bella quería gritar de agonía. Casi lo había perdido... y en ese momento comprendió que su misión sería mil veces más difícil de lo que había imaginado. Tal vez incluso imposible. La noche anterior, había empezado a comprender hasta qué punto el honor y el orgullo de su marido estaban enraizados en su naturaleza privada. Su fuerza como líder, como guerrero, había sido cuestionada porque se había permitido sentir. Y no perdonaría a la mujer que había sido la causa del insulto.

La llamada de uno de los guías rompió el incómodo silencio.

Edward respondió sin quitar la vista de Bella, la mirada inescrutable. Las sílabas sonaron bruscas y guturales, como si él también estuviera tratando de contener sus emociones.

-Tenemos que irnos.

Bella asintió aún llena de asombro. Lo siguió hasta el campamento central no muy segura de su autocontrol. Le dio algo de comer y al ver que ella no se movía, se inclinó para decirle algo al oído.

-Come, Mina, o te pondré sobre las rodillas y te daré yo de comer.

Y lo creyó. Se apresuró a desayunar. Ella también tenía su orgullo.

Edward levantó a Bella con cuidado y la ayudó a montar en el camello cuando terminó de desayunar. Era obvio que se estaba obligando a ingerir la comida pero él se mantuvo firme con ella: necesitaba comer si quería resistir el viaje a través del desierto. No permitiría que descuidase su alimentación.

A continuación montó él detrás de ella cuidando de no empujarla. Bella se había mantenido en silencio desde que él le hubiera revelado lo del atentado terrorista. No le gustaba verla tan callada. Su Bella era una mujer apasionada, vivaz y llena de alegría. Era consciente de que su dureza con ella había provocado aquel distanciamiento. Le había hablado con ira, pero no sabía cómo acercarse a ella de nuevo.

-Agárrate -dijo, en el momento en que el camello se levantaba, aunque no era necesario: la sujetaba fuertemente con su brazo. Nunca la dejaría caer, nunca dejaría que le ocurriera nada.

Ella se sujetó en el brazo de él pero se soltó en cuanto el camello se hubo levantado. El turbante blanco que llevaba permitía ocultar el rostro y aquello era muy frustrante para él. Necesitaba que hablara. Un jeque no necesitaba a nadie. Un hombre sería un necio si necesitara a una mujer que le había mostrado deslealtad. Lo que le ocurría era, simplemente, que se había acostumbrado a su presencia y a su voz. No era más que eso.

-¿Vas a estar enfurruñada todo el día? -preguntó Edward consciente de que estaba siendo injusto con ella, pero incapaz de detenerse. Quería que le plantara guerra, que sintiera algo en su interior, aunque fuera ira.

-No estoy enfurruñada -respondió ella con un toque de su acostumbrada pasión.

Algo en el interior de Edward que no quería reconocer se ablandó ante la respuesta. No estaba tan mal.

-Es mejor que sepas la verdad.

-¿Te refieres a que nunca volverás a dejar que me acerque a tu corazón?

La pregunta directa casi consiguió descolocarlo.

-Efectivamente. No volveré a ser un objetivo tan fácil por segunda vez.

-¿Objetivo? -repitió ella con voz apenas audible-. Esto no es una guerra.

-Es peor -contestó él arrugando la boca.

Tras el abandono por parte de Bella, apenas si había logrado restablecerse. La había amado más que a los desiertos de su adorada tierra, pero había sido precisamente el carácter salvaje del desierto el que lo había ayudado a curar las heridas que la ruptura le había infligido.

-No quiero pelearme contigo.

Sus palabras lo calmaron un poco.

-Ahora me perteneces, mi Bella. Para siempre. No hay razón para que nos peleemos otra vez -contestó Edward. No volvería a confiarle su corazón pero tampoco la dejaría marchar.

Para siempre. Bella apoyó la cabeza en el pecho de Edward y se tragó las lágrimas. En otro tiempo se habría arrastrado sobre cristales rotos por escuchar algo así, pero ya no era suficiente. Estar unida para siempre con un Edward que no la amaba y que nunca la amaría no era suficiente.

Los obstáculos que se alzaban en su camino habían alcanzado proporciones increíbles. Convencer a Edward de su lealtad hacia él no sería suficiente. Podría ser que la perdonara algún día por no haber luchado por su amor ante su familia, pero dudaba mucho que fuera fácil. Lo que se preguntaba Bella era si podría perdonarla por el golpe que le había asestado a su orgullo de guerrero.

Y más aún: se preguntaba qué pasaría si hubiese un tercer golpe cuando le desvelara su secreto, el que le había roto el corazón cuando era una niña.

El pánico amenazaba con hacerle perder el control. ¡No podía dejar que nadie supiera que era ilegítima! Nadie humillaría a su esposo. Solo su familia lo sabía, y ellos valoraban demasiado su posición social para dejar que se supiera.

«¿Crees que tu príncipe se casaría con una chica que ni siquiera puede nombrar a su padre? Sigue soñando, hermanita».

Cuatro años antes, Jesica había hurgado en su punto débil y después le había arrojado sal. Bella aún no se había recuperado de aquel golpe pero sabía que su hermana tenía razón. ¿Cómo podría aceptarla Edward, y mucho menos amarla, si sus padres adoptivos no lo habían hecho?

No podía creer que la ceremonia nupcial la hubiera abrumado tanto como para olvidar un detalle crucial que la convertía en la peor elección para él. Cuando solo tenía dieciocho años, había planeado decírselo... hasta que su hermana le había tirado a la cara cuáles serían las consecuencias. Había creído a su hermana y había guardado el doloroso secreto y después su familia lo había utilizado para hacerla desistir de su capricho.

-Tendrás que hablar conmigo -ordenó Edward sacándola de sus turbulentos pensamientos.

Bella sonrió y dejó que la esperanza de su habilidad para infundir amor en aquel complejo hombre, inundara su corazón. La lucha sería más dura, ¿y qué? Casi había muerto en el intento de vivir lejos de él, así es que mientras hubiera la más mínima esperanza, mientras a su pantera le gustara hablar con ella, mientras siguiera tocándola con esa ansia devoradora, perseveraría.

Tal vez un día confiara en ella lo suficiente, la amara lo suficiente como para aceptarla por completo pero hasta entonces, guardaría el secreto que tan desesperadamente necesitaba compartir, la angustia que necesitaba vencer con ayuda de su amor incondicional.

-Dime -continuó Edward con tono calmado pero decidido.

-¿Qué?

-Dime exactamente lo que querían que hicieras. Mina -el enfado de Edward comenzaba a hacerse evidente-, te digo que el pasado es el pasado. Si no quieres pelear, no hablaremos de esto -dijo Edward moviéndose en el asiento para adaptarse a las riendas que llevaba en la mano izquierda.

-¿Y se supone que tengo que obedecer ese decreto sin hacer preguntas? -espetó Bella incapaz de dejar pasar una arrogante presunción como esa.

-Nadie se atreve a cuestionar las órdenes del jeque -dijo él después de un largo silencio.

-Eres mi marido.

-Pero tú no te comportas como la esposa sumisa, como deberías.

Su tono de voz se mantuvo neutral, tanto que Bella casi pasó por alto la intención irónica. La estaba pinchando para hacerla saltar, pero su voz no era fría, como lo había sido en el oasis. Bella decidió continuar con su búsqueda de la verdad a pesar de que Edward la hubiera perdonado ya por el dolor que le hubiera podido causar al recordarle el pasado. Edward siempre se iba a negar a hablar del pasado, y si ella no perseveraba nunca solucionarían el problema. Un hombre tan fuerte como él necesitaba una mujer que a veces cuestionara sus órdenes, no que se rindiera ante sus deseos sin luchar.

-Si lo que querías era sumisión, deberías haberte comprado una mascota para que te hiciera compañía-respondió ella pero evitó decir que una mujer sumisa lo habría aburrido a la semana de estar casados.

-No, Mina, no necesito una mascota. No cuando te tengo a ti para hacerme compañía -dijo él abrazándola con más fuerza.

Y al tiempo que lo decía, el brazo que la rodeaba por debajo del pecho cobró vida, acariciándola sin aparente movimiento.

-No -contestó ella con voz firme, aunque el deseo la estuviera recorriendo como lava ardiente.

Él deslizó la mano hasta presionarle el estómago. A continuación, y sin previo aviso, habló.

-Nos detuvimos en Bahrain a nuestro regreso, por asuntos diplomáticos. De camino desde el aeropuerto, mi coche quedó separado del resto de la corte entre dos camiones.

-¿Jasper?

-Yo no era la mejor de las compañías en ese momento -la tranquila respuesta de Edward profundizó más en la herida que ella ya sentía en el corazón-. Jasper iba en el coche de cabeza con dos guardaespaldas y otros dos iban en el coche que seguía al mío.

-¡Ibas solo! -exclamó Bella levantando instintivamente sus manos de la silla y asiendo con fuerza las de él.

-Nunca estoy solo, Mina -sus palabras se parecían mucho a una queja. Incluso un jeque necesitaba intimidad a veces-. Mi conductor es un guardaespaldas bien entrenado.

-¿Y qué ocurrió después? -preguntó con el alma encogida ante la idea de que aquel incidente pudiera haberla privado de Edward para siempre.

Edward se inclinó y retiró el turbante de Bella para poder hablarle al oído. Se alegró de que fueran a la cola de la caravana.

-Nos ocupamos de ellos -dijo él y su aroma varonil se extendió sobre ella, una experiencia que no quería dejar pasar.

-¿Eso es todo lo que vas a decirme? -protestó Bella disgustada por la forma en que Edward volvía a distanciarse.

-No hay mucho más que decir. Se trataba de fanáticos religiosos de una nación en guerra que querían acabar conmigo con sus propias manos, sin armas. Yo vencí a tres y mi guardaespaldas a otros dos -contestó él acariciándole el cuello, un gesto tan familiar ya que casi se le saltaron las lágrimas.

-¿Y los otros guardias se ocuparon del resto cuando lograron pasar a los camiones?

-Tienes la piel demasiado clara -dijo Edward cambiando de tema y retirándose de ella.

-Tal vez me ponga morena -replicó ella.

-Ya hemos tenido bastante de esta conversación. Hablaremos de otras cosas.

Bella podría habérselo discutido, pero Edward ya había dicho bastantes cosas sobre su vida desde que se negara la primera vez. No debía presionar demasiado.

-De acuerdo.

-No te creo -dijo él con un tono tremendamente varonil.

-¡Maldito seas! -dijo ella recuperando el tono de broma que tuvieran antes de las revelaciones en el oasis. Bella necesitaba sentir que Edward se sentía feliz, que había esperanza en su risa.

-¿Cómo te encuentras? -preguntó él.

-Hace un día precioso. Un día para estar feliz -contestó ella pensando que se refería a la reciente discusión.

-Me refería a cómo se encuentra tu precioso trasero.

-Compórtate -le dijo ella dándole un codazo.

Ya no quedaba rastro del tono helado. Al contrario, el fuego de la pasión los rodeaba. Bella se tragó agridulces lágrimas de alegría. Ya no habría más dolor en aquel día glorioso. Fingiría que el mundo era perfecto y que el hombre que la sujetaba con tanto cariño también la amaba.

Sin embargo, aquella noche, Bella no podía seguir fingiendo que no le pasaba nada, no cuando tenía el corazón a punto de quebrarse por el peso.

-¿Te parece bien que me retire temprano esta noche? -le preguntó a Edward. La luz de la lumbre que tan romántica le había parecido la noche anterior, en ese momento le estaba provocando escozor en los ojos.

-¿No quieres quedarte? -preguntó él mirándola por encima del hombro desde su posición protectora ligeramente delante de ella.

-Estoy cansada. Esto es nuevo para mí -confesó ocultando así una verdad detrás de otra.

Su marido se movió hasta situarse junto a ella. Entonces, para su sorpresa, la empujó para que se sentara como él. Edward raramente la tocaba en público. Ella aún no había encontrado el valor para preguntarle si se debía a que no quería hacerlo, o a la circunspección que requería su posición.

-Lo siento, Mina. Nunca te quejas y por eso se me olvida que este viaje debe estar siendo muy duro para ti -dijo él Y sus palabras cayeron sobre ella como una lluvia fresca de caricias.

Ella apoyó la cabeza contra su hombro y se dio cuenta de que parte de su dolor interno había desaparecido. El la abrazaba como si realmente le importara.

-¿Se supone que tengo que quedarme porque soy tu mujer?

El brazo musculoso de Edward se tensó alrededor de ella al empujarla un poco más cerca de él, eliminando de esa forma cualquier pequeño resquicio que pudiera haber entre sus cuerpos.

-Tu inteligencia es una de las razones por las que eres mi esposa -murmuró-. Mi pueblo juzga a todos los que no son de aquí. Es un fallo nuestro y al mismo tiempo es algo tan característico de Zulheil que puede que sea nuestro sello personal. Nos cuesta confiar.

Bella lo había sabido desde el día que lo conoció.

-Y aun así, ellos te han aceptado porque eres la mujer que yo he elegido como esposa -continuó Edward mirándola a los ojos-, y tú recibirás por su parte obediencia, y el respeto que recibas estará determinado por un montón de cosas, entre ellas tu habilidad para soportar la dureza de esta tierra.

Bella comprendió lo que él trataba de decirle tan indirectamente. El honor de su esposo estaba profundamente unido al suyo, un frágil vínculo que podría hacerse pedazos como ya había ocurrido una vez y alejar para siempre la relación que apenas acababa de reencontrar.

-Me quedaré.

El respondió rozándole brevemente la mejilla con su mano libre y sin dejar de mirarla de una manera fiera que a ella le parecía orgullo. Bella tragó con dificultad. Al desviar la vista, observó las sombras mágicas que las llamas oscilantes creaban en el rostro de Edward. Tenía un rostro hermoso y peligroso a la vez. Una pantera descansando momentáneamente. Un guerrero descansando entre su gente.

viernes, 4 de febrero de 2011

Phonography

Hello!!
mis angeles hermosos , con todo el dolor de mi corazon aqui les dejo el final de este fic tan hot y buenisimo y no me van a decir q no , si bien q anduvieron de golozas leyendo.
MUCHISIMAS GRACIAS A  LIZ19FOREVER , por escribir esta historia ypermitirme llevarla hasta ustedes.
asi que a disfrutar y por fiss dejen sus comentarios al final
Angel of the dark
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Capítulo Final

El poder el amor

Hacía mucho tiempo que no dejaba que mi corazón otra vez fuera frágil. Había mucho tiempo que no me entregaba por completo a alguien. Hacía mucho tiempo que yo no era mujer. Extrañamente la sensación era exquisita y reconfortante, por primera vez en mucho tiempo dejé de ser la madre de alguien para convertirme en la mujer de alguien. En la mujer del hombre que yo amaba. Por primera vez en estos largos años de agonía y sufrimiento había vencido la barrera del orgullo y había permitido que Edward, mi príncipe de ensueños, volviera a posicionarse en la mitad de mi pecho. El dueño de mi corazón había hecho el reclamo y este gustoso había accedido llenando por completo a aquel órgano lastimado haciéndolo estallar de una felicidad incomprensible

¿Por qué sí se sentía tan bien yo no había podido hacerlo antes?

Perdonar y olvidar eran dos grandes palabras que hasta hacía unas cinco horas yo no era capaz de digerir ni juntar en una misma oración. El por qué supongo que se debía principalmente a que es más fácil seguir lastimando que reconocer el arrepentimiento de alguien. Aún en mis brazos sus orbes verdes se encontraron con las mías en la oscuridad y se veía tan condenadamente sexy como antaño. Me estremecí.

— ¿Cómo terminara esta historia Bella de verdad creo que merezco saberlo?

Exclamó en la penumbra y lo besé. Apasionadamente con el mismo deseo que había tenido antes y con el cual le había permitido finalmente hacerme suya otra vez, fue sin importarme nada ni nadie, sin remordimientos, sin arrepentimientos éramos otra vez solo él y yo como en un comienzo. Luego de unos minutos no separamos justo a tiempo para sentir como Cameron corría hasta nuestro encuentro.

— Así termina esta historia Edward —le anuncié

… que me dejes o te deje

eso ya no me da miedo.

Habías sido sin dudarlo la más bella

de entre todas las estrellas

que yo vi en el firmamento…

Estoy frente a un ventanal, traigo puesta una bata pero nada más. La habitación esta oscura, iluminada solo por la luz de la luna, me giró y estás tú frente a mí sentado en un sillón observándome. Me separó del ventanal unos pasos y comienzo a deslizar la tela por mis hombros para dejarla al descubierto. El borde de la bata cae hasta la mitad del brazo, está sujeta aún por un lazo en la mitad, se ve la comisura de mis senos, tú que estás sentado con la mano en la barbilla sigues con tus ojos el viaje de la tela que cae un poco más. Tu respiración se acelera cuando me ves tirar pausada y lentamente del lazo que mantiene unida ambos lados de la prenda. Sabes que cuando termine de tirarlo la ropa caerá completamente al suelo y yo estaré desnuda frente a ti. Deslizo mi mano lentamente por mi cuello como lo harías tú, bajo hasta el comienzo de mis pechos y deslizo un dedo entre ambos, giró la palma para deslizarla por mi abdomen.

En ese minuto te levantas del sillón y te acercas hasta donde estoy yo. Levantas la tela con tus dedos mientras acaricias mis muslos hasta apretar mis nalgas, nunca dejamos de mirarnos y el deseo de ambos se ve reflejado en nuestros ojos, tu mano libre se va hasta mi cuello y atraes mi rostro para besarme. Lo haces delicadamente, apenas rozando mis labios con los tuyos, sintiendo la tibieza de nuestros halitos compartidos, la humedad tenue de nuestras lenguas que danzan al compa perfecto de la necesidad contenida de hacernos uno.

Mis manos viajan por tu pecho, sobre tu camisa y comienzo a desabotonarla botón por botón, uno a uno mientras voy acariciando la piel que va quedando expuesta, mis yemas van descubriendo nuevos caminos por tu piel ardiente del deseo hasta que finalmente tu torso queda completamente desnudo, bajo mis dedos hasta el botón de tu pantalón y tiro sutilmente del cinturón al mismo tiempo que desabotono ese molesto pero necesario metal que mantiene la prenda en su correcta posición. Introduzco mis manos tibias y acaricio tu piel delicada y siento como se escapa de tus labios un pequeño jadeo.

Mientras tú acaricias uno de mis pechos y me besas el cuello, deslizo mis manos hasta tus nalgas y te atraigo hacía mi cuerpo, subo mis manos por tu espalda baja hasta la mitad de esta y me quedo acariciándote en esa parte mientras siento que mi propia respiración se hace entrecortada al sentir la humedad de tu lengua deslizarse por mi cuello desde la base hasta la punta de mi barbilla. Entonces me sujetas por la cintura y me haces caminar lo necesario para llegar a la cama.

Me siento en ella y me subo mientras te observo como terminas de desnudarte, miro tu cuerpo, tus brazos bien definidos, tu abdomen liso y perfecto. Te hincas en la cama mientras me recargo para quedar de espaldas a ti. Siento tus dedos recorrer todo el largo de está dando besos húmedos, recorres expertamente mi piel desnuda haciendo que millones de descargas se sientan mientras me acaricias. Me besas la base de la nuca luego de correr mi pelo y la necesidad de que seamos uno se hace evidente. Giró mi rostro para encontrar tus labios y hacerlos míos como tantas otras noches. Nos volvemos a besar mientras subo a tu cuerpo como una esclava que va a la tortura más placentera a la que alguien pudiera ser sometida.

Sentada en tu regazo siento como nuestros cuerpos se unen y comienzo a mover mis caderas, son movimientos lentos y continuos pero que se van acrecentando a medida que voy sintiendo tus gemidos de placer en mi oído. Siento como tu cuerpo arde más y más, al igual que él mío, nuestros rostros están apoyados frente con frente sin dejar de mirarnos mientras jadeamos el unisonó. Tus manos viajan a mis caderas y las mías a tu rostro para sujetarme y no perder detalle de tus facciones al amar, sabes perfectamente cómo hacer que me mueva más rápido y lo agradezco. Cuando estoy a punto de llegar a sentirme mujer como en tantas otras noches cierro mis ojos para disfrutar de ese placer tan perverso y de ese lado oscuro que tanto amo compartir contigo. Un gemido incontrolable profieren mis labios cuando me haces llegar al clímax y otro incluso más placentero doy cuando te siento llegar a ti.

— Bella esto es macabro —le sentí decir con la voz bastante distorsionada luego de oír un quejido bastante fuerte y que no pudo controlar.

Me reí mientras trataba de controlarme y era bastante difícil excitarlo por teléfono sin que yo resultará incluso más excitada que él.

— Entonces vuelve a casa —le dije suavemente mientras miraba el reloj

— ¿Qué hora es allá? —le pregunté antes que él siquiera contestará

— Las siete de la tarde y ¿allá?

— Las doce de la noche —respondí

— ¿Cameron? —preguntó un poco más coherente esta vez y sentí el sonido de una llave que se abrió traté de controlar la risa.

— Extrañando a su padre pero profundamente dormido —informé al voltear a mirar dentro de la habitación y mi hijo aún permanecía completamente ajeno a lo que sus padres habían estado haciendo los veinte minutos antes, gracias al cielo, ya bastante traumas le habíamos generado para agregar otro.

— Allí contigo —me preguntó con el tono de desaprobación pintado en la voz

— En nuestra cama, yo estoy en la terraza —le corregí como era posible que pensará que iba a mantener estas conversaciones con mi hijo de tres años a mi lado, nunca tan pervertida.

— ¿Vestida? —me preguntó suspicaz con esa voz sensual y me reí entre dientes, acaso quería otra ronda

— Obvio —le contesté para apagarle el deseo

— Me encantó —soltó en un suspiró y sentí como una puerta se cerró.

Su confesión logró que me avergonzará y no pude evitar morderme el labio, a pesar de todo aún sentía vergüenza de ese tipo de cosas y Edward ahora era ¡mi esposo!, uno no debe tener verguenza del marido pensé nerviosa. Y aunque tenía claro que así había sido el comienzo de nuestra aventura era extraño seguir teniéndolas pero hacía más divertido y excitante nuestro matrimonio.

— A mi también ¿Cuando vuelves? —le pregunté levantándome de la terraza comenzaba a hacer frió y como siempre prefería desviar la atención de mí a él.

— Creo que el viernes —me respondió y nos quedamos callados

— ¿Me extrañas? —preguntó de repente y claro que lo extrañaba habían sido dos semanas mortales por decir poco siempre habíamos encontrado la manera de hacerlas llevaderas. Éramos algo así como cómplices en el más maravilloso delito que el matrimonio puede inventar o sostener.

— No tienes idea de cuánto —le respondí cerrando mis ojos y recordando sus caricias reales, su cuerpo ardiente, sus labios húmedos pero ahogue ese recuerdo cuando sentí llorar a nuestro pequeño hijo.

— Tengo que colgar tu hijo acaba de despertarse —le informé y sentí el llanto profuso de mi pequeñuelo que reclamaba atención.

— Cuando llegue a casa no estaría mal que lo que describiste en verdad pasará —propuso picarón

— ¡Eres un pervertido Sr. Cullen! —le susurré

— Igual que usted Sra. Cullen —contestó con esa voz sensual que de por sí ya trastornaba todo mis procesos mentales.

— Pero me encanta —agregue caminando hasta la cama —nos vemos el viernes —finalice

— Te amo —susurró él antes que colgará

— Yo también —le respondí tomando entre mis brazos a Cameron que estaba ahogado de tanto llanto

— ¿Qué paso bebe? —le pregunté dulcemente mientras lo abrazaba y mecía para que se calmará — Hechas de menos a papá tanto como yo ¿Eh? —exclamé.

Cameron no contestó solo lo sentí sollozar contra mi cuello unos minutos más pero finalmente se durmió otra vez y lo apreté más fuerte contra mi cuerpo. Finalmente el poder del amor había triunfado, porque cuando deseas algo con mucha fuerza el destino entero conspira para que lo obtengas.

FIN



jueves, 3 de febrero de 2011

Pecados Carnales

Capítulo 20 Viejos Pecados

¿Por qué?,

¿Por qué?,

¿Por qué?, me repetía una y otra vez deslizando mi dedo índice sobre el borde del vaso de refresco que tenía enfrente.

Este hombre será mi perdición agregue a la recriminación, pero no desearlo era imposible.

Edward era mi locura personal, mi debilidad, mi pecado más mortal.

Tienes que ser fuerte, tienes que serlo, tienes que mantenerte alejada de él me repetía mi vocecilla interior, ¿pero cómo se aleja uno de alguien a quien se necesita como el aire para respirar?.

Permanecía sentado y su cuerpo estaba puesto de tal forma que nuestros ojos se encontraban, de hecho aquellos ojos verdes estaban clavados en mí y ese rostro angelical estaba socavando los pocos cimientos de decencia que me estaban quedando.

Tenía su pelo totalmente despeinado y mojado lo que evidenciaba que recién se había levantado, su rostro también me hacía pensar que no se afeitaba al menos en dos, tal vez tres días, la incipiente barba era como un manto perfecto que endurecía sus facciones y estaba volviéndome loca, traía puesta una polera azul, mi color favorito, demasiado ajustada para que fuera legal vestirse así.

Mi madre me miró examinando mis facciones y traté con todas mis fuerzas de guardar la compostura, le di mi mejor cara de santa y sonreí nerviosa.

Y como no estarlo si lo tenía frente a mi incitando las mejores fantasías que mi traviesa y alocada mente podía imaginar.

Desafiando toda lógica pensé en que hacía exactamente dos semanas que no nos veíamos; Ahora estaba ahí frente a mí con esa apariencia de recién levantado que me mataba, estaba socavando mi voluntad de mantener mi postura del no, no estaré contigo, esto no puede ser.

por favor, un poquitito de ayuda con la tentación –

Le supliqué a la nada, más le suplique a él y lo hice porque mirar ese rostro de facciones perfectas, contemplar el movimiento de sus labios cerezas encendidos era suficiente para corromper el temple de la más devota.

Nadie en la faz de la tierra podría resistirse a un hombre así, tan perfectamente deseable.

Gemí lastimosamente mientras tomaba un sorbo de mi refresco en un intento de acallar mis pensamientos.

Aire es lo que necesitas me dije y respiré, no en realidad necesitaba una bolsa de hielo, una ducha helada justo en ese momento.

¡Por favor! Suplique internamente mientras veía como jugaba con su refresco, nuestros ojos se volvieron a encontrar y él parecía disfrutar mi expresión de sufrimiento.

Siempre había sido una niña de pensamientos rápidos y de una imaginación que ya se la quisiera Spielberg, y lo demostró el hecho que no pude evitar fantasear mientras detenía mi mirada en sus manos que sostenían un vaso largo y bien delineado semejante como un cuerpo femenino.

Trague saliva pensando en cómo esas benditas manos podían acariciarme y él noto mi intención porque comenzó a jugar subiendo y bajando sus manos por todo ese cristal.

Apreté mis ojos tratando de controlar mis emociones ¡Maldito! Le grite con la mirada y era increíble porque la fantasía seguía sin yo poder controlarla, me imaginaba sus manos recorriendo cada rincón de mi cuerpo desnudo, imaginaba esos dedos largos y fuertes apretarse en mi cuello, bajando hasta la base de este y deslizándose por mis hombros al tiempo que sus labios tersos me besaban.

Los sentía bajar por mi espalda, llegando hasta mis caderas.

¡Detente! Me grito la voz en mi interior pero yo no quería, no podía detenerme. Seguí imaginando el contacto de sus palmas contra mi piel, casi sentía sus manos en mis caderas, y en ese minuto mi respiración se comenzó a distorsionar, lentamente mis labios se separaron unos centímetros y la lógica me gritaba que estaba en un lugar público, con mi madre y mi hermana frente a mí y que eso no estaba sucediendo pero mi mente estaba demasiado extasiada con la fantasía y no podía terminarla. No quería terminarla.

Sentí sus dedos por la parte baja de mis caderas, bajando lentamente hasta el borde del comienzo de mi falda cuando…

- ¡Ey! Bella, ey! – Sentí que alguien chasqueo los dedos frente a mí y salí de mi fantasía sorprendida y notablemente agitada - ¡Tierra llamando a Bella!

Volvió a gritar mi hermana esta vez con la cara llena de risa y mis mejillas se tiñeron de un rojo furioso. Mi corazón estaba latiendo desbordado, rugía furioso y solo atiene a cerrar mi boca, tragar saliva y tomar un sorbo del refresco que tenía frente a mí.

Además de apoyar mi cabeza contra mi mano acariciando mi pelo ¡Rápido toma agua y bien helada! Me grité a mi misma aún con los ojos brillosos y con la mirada perdida enfoque está en mi familia.

- ¿Qué?

Balbucee roja de la vergüenza y tenía claro que mis manos se habían vuelto sudorosas y todo mi cuerpo estaba a una temperatura anormal para alguien que está sentada en un lugar público, con su madre y su hermana frente a ella. Me morí el labio aún con mi vista perdida en él y sus ojos brillaban como los míos. – Dios por favor un poco de piedad – murmuré para mi interior.

Edward Cullen era mi perdición, era el pecado que me mandaría directo al infierno, pero como me gustaba caer en esas brazas. Caería una y otra vez, casi como una necesidad.

Nada.

Contesté pero a esta altura era demasiado evidente, tenía la boca seca y aún podía sentir las caricias en mi cuerpo, me estremecí comprobando que mi mente alocada estaba haciéndolas reales demasiado reales puesto que mi piel se erizó, mi piel reclamaba por él.

Por qué estas tan acelerada

Me preguntó mi madre casi enojada por mi comportamiento. La miré aun con la risa dibujada en la cara. ¡Por qué acabo de tener un orgasmo con solo mirarlo! Le grité en mi interior riéndome de plano nerviosa. ¡Eres una pervertida! Me dije a mi misma apoyando mi rostro sobre la mesa, para cuando lo levanté Edward ya no estaba sentado frente a nosotras, de hecho no estaba en ningún lugar. Lo que me desconcertó y me inquieto sobre manera.

- Nada, no me pasa nada.

Le contesté ahora en serio a mi madre tosiendo para hacer mi voz segura y firme. Busque con la mirada al causante de mi fantasía pero no estaba por ningún lado. Me inquieté.

¡Vamos Bella tienes que concertarte! ¡Deja de fantasear! ¡Basta!

Eran los gritos de mi conciencia, pero yo no quería dejar de sentir ese nivel de placer.

¡Vamos Bella razona es un lugar público!

Me traté de convencer para acallar el deseo dentro de mí.

Tomé aire y baje la vista. Volví a carraspear para volver las cosas a la realidad.

- Permiso pero necesito ir al baño

Le dije a ambas y Ángela me miro sorprendida. Necesitaba escapar de aquella mirada tan penetrante que estaban dándome las dos.

No era cierto aquello, en realidad necesitaba terminar con la fantasía y mojarme la cara para bajarme la temperatura.

Camine presurosa hasta el baño y entre sin voltearme siquiera, estaba escapando, escapando de una bola de nieve gigante que yo misma había comenzado.

¡En que estabas pensando! Me grite a mi misma tratando de calmar los nervios y la relación que había comenzado con Edward se me había ido de las manos, nadie puede fantasear en público y menos ese tipo de cosas me dije avergonzada de mi misma pero muy en el fondo lo había disfrutado, había sido lo más excitante que había hecho alguna vez.

Entre al baño y apoye mis manos en el borde del lavatorio, el agua escurría ajena a mis discusiones mentales y contemple como ese liquido seguía brotando sin control de la llave; Estaba concentrada en eso centralizándome para quitar mis pensamientos pecaminoso cuando sentí su aliento tibio estrellarse contra mi oído.

¿Te parece si te cumplo la fantasía?

Susurró rozando tan lentamente sus labios que el contacto del aire y de estos con mi odio me hizo perder la fuerza de mis pies, los sentí como lanas, casi caí al suelo producto de aquella sensación sublimemente exquisita.

Mis manos comenzaron a temblar y cerré mis ojos respirando hondo, mi corazón se disparó, mi respiración se distorsiono y me estremecí; para cuando alce la vista en el espejo, el reflejo de su cuerpo detrás de mío fue suficiente para doblegar mi voluntad.

Antes que pudiera decirle siquiera algo, ahogo mi susurró con sus labios y me rendí, lo bese casi como si no hubiera un mañana, como si hoy mismo se acaba el mundo. Mi imaginación no le hacía justicia, Edward era incluso mejor de lo que yo había imaginado, cien por cien me gustaba el real.

Estábamos besándonos desenfrenadamente cuando de pronto sentimos el ruido de la puerta abrirse pero mi dios griego la cerro en las narices de quien haya estado detrás.

Es-tá ocu-pado

Murmure contra su cuello con la voz completamente distorsionada por sus caricias; su risa picara en mi odio me excito lo suficiente para olvidarme de las tantas razones que tenía para terminar con esto.

Por qué no podía controlarme con él, por qué era tan irremediablemente tentador su sola existencia.

Por qué deseaba tanto su cuerpo, sus caricias, sus besos al extremo de olvidarme de la cordura y la decencia.

Por la sensación que estaba sintiendo mi sangre de seguro estaba llena de adrenalina, me sentía tocando el cielo y sentir sus labios tersos, húmedos y cálidos masajear los míos era el placer más culpable antes el cual yo simplemente vendía mi alma.

Sentí sus dedos bajo mi ropa, desabotonar mi corpiño y sus manos levantar la falda.

Sus dedos expertos y de hombre maduro se enroscaron en mi ropa interior para liberar mis piernas de ella y en ese minuto. El golpeteo insistente de la puerta lejos de hacernos desistir o desmotivarnos solo lo hizo más divertido y excitante.

Van a entrar

Le traté de hacer ver mientras él bajaba hasta el suelo con mi ropa interior entre sus manos, alzo su cuerpo y me miró con esa sonrisa torcida que me quitaba el aliento.

Olvídate de la puerta, olvídate del mundo

Exclamó sin pudor ni vergüenza.

Concéntrate en mí, en nosotros

Agregó y mis mejillas estaban ardiendo. Cuando sentí su tibio cuerpo contra el mío cerré mis ojos besando su cuello. Un gemido se escapo de mis labios… justo cuando sentí mi nombre…

Bella

Lo sentí susurrar y al abrir mis ojos me encontré con los suyos, de un verde tan profundo como sus facciones, me quede pasmada mirándolos temerosa que estuviera hablando entre sueños. ¡Uy qué vergüenza! Me dije a mi misma mientras examinaba su semblante por algún asomo de victoria frente a mi debilidad pero no, su semblante era sombrío, serio, triste y demasiado culpable para que yo hubiera estado hablando en sueños sobre aquel encuentro furtivo en el baño de aquel restaurante cuatro años atrás.

- Yo… tengo algo que decirte… —exclamó tomando entre sus manos las mías, las acarició por unos momentos, las contemplaba, deslizo sus dedos blancos y tibios por mi piel, lentamente levantó la tela que cubría mis brazos, volteándolas en el proceso, dejo mis palmas hacia arriba, en ese minuto supe lo que buscaba, Edward lo sabía pero ¿cómo?, ¿quién? pensé y las intenté quitar pero él las sujeto con fuerza impidiéndomelo.

- Yo no debí —exclamo con lágrimas en los ojos — Yo debo… —y su voz se ahogo en la pena — yo… debiera alejarme de ti —sentenció acariciando con su dedo pulgar las cicatrices de las cortadas que yo había proferido hace unos años atrás en mis muñecas.

El recuerdo que había recuperado anoche se unía a otro, el mío separándose del padre Alfonso al oír a mi hermana — Está muerta —había exclamado Ángela aquel día mirándome asustada. Y yo en ese minuto había entendido que mi vida se había logrado acabar, corrí hasta la cocina de nuestra casa, abrí cajón por cajón completamente fuera de mí, completamente desequilibrada y motivada por el terror de haber entendido esas dos palabras, no era yo la que estaba haciéndolo, en ese minuto sentí los pasos de alguien más detrás de mí.

— Bella, hija… debes calmarte… —conminó esa voz pero yo estaba perdida en el reflejo del metal que estaba frente a mí, era un cuchillo, el más grande que había en esa casa.

— Yo la maté —murmuré y las lágrimas salían sin control, me giré para encarar al dueño de esa voz dulce y que trataba de estar serena.

— Fue un accidente hija mía —trató de consolar pero no había nada que hacer, hoy había dado muerte a alguien más, me había convertido en una asesina, lo que no había conseguido con mi pequeño hijo gracias a su padre si lo había conseguido con mi madre, eres una asesina que no tiene perdón, me gritó mi voz interior y entonces apreté mis ojos

— Bella, dame eso… mírame —ordenó pero no le hice caso, tomé fuerzas y era mejor que yo no estuviera, así Edward podría ser feliz, tener una oportunidad, mi hijo podría ser feliz si yo desaparecía. Sus vidas tendrían un final feliz, el monstruo de este cuento de hadas debía acabar.

En ese minuto agradecí que él lo hubiera separado de mí — Hiciste bien mi amado Edward, porque yo soy un monstruo —exclamé ahogado, con la voz distorsionada por el llanto.

Para cuando había abierto mis ojos, estaba de rodillas en el suelo, el cuchillo estaba a un lado, y todo sucedía sin control, el padre Alfonso buscaba frenético un paño sin dejar de mirarme, cuando lo encontró se abalanzo a mí y tomo mis manos entre las suyas, apretando las heridas.

— Llama a una ambulancia —le ordenó a mi hermana que había entrado en la habitación, parecía estar ensimismada, sin creer que en cuestión de minutos su familia se había extinguido, ambas nos contemplamos — ¡Ángela! — gritó otra vez el padre Alfonso y fue allí cuando el recuerdo se desvanecía a otro.

Dos ojos negros se presentaban frente a mí, tan distintos, tan apacibles, tan serenos pero tan duros.

— Todo va a estar bien, de ahora en adelante, todo estará bien —murmuraron esos ojos negros, con un brillo especial, en ellos había una cierta calidez, la misma que había visto en alguien más, solo que ahora no quería recordar.

El sollozo fue lo que me trajo de regreso a la tierra, ahora era yo quien estaba llorando al recordar ese sentimiento de pérdida que había experimentado cuando decidí cortarlas. Mi razón se nubló ante el hecho de que, cuatro años después Edward iba a dejarme por segunda vez, iba a quitarme a mi hijo otra vez, no podía ser cierto, esta vez sí terminaría por volverme loca. Mis ojos se pusieron vidriosos de la angustia que sus palabras habían iniciado, todo ese sentimiento de placer, de amor se desvaneció y lo inundo una desolación. Comencé a temblar, esta vez no iba a soportarlo, estaba vez no iba a poder sobreponerme, mi corazón se ahogo incluso antes de que él profiriera las últimas palabras de la sentencia.

- Pero no puedo, no quiero y no lo haré —refutó confundiéndome. Las lágrimas se congelaron y deje de llorar.

- Te amo —declaró solemne — y no importa el pasado, ni siquiera lo que él trato de hacer —agrego besándome la frente dulcemente – esta vez no voy a huir porque te amo, siempre lo he hecho — deslizo sus manos por mis mejillas, secando mis lágrimas de ellas con sus pulgares — Mi amor yo te amo, y lo siento, lo siento en el alma, ¿Crees que algún día puedas perdonarme? —concluyó preguntándome lo impensable.

Las lágrimas volvieron a brotar pero no eran de desconsuelo sino de alegría una extraña alegría me invadió por completo, lleno a mi corazón dudoso, por primera vez desde hacía cuatro años mi corazón estaba entero, estaba sanando, Edward estaba armando mi corazón de nuevo con ese gesto y quise gritarle que yo lo había perdonado hace mucho tiempo atrás. No guardaba rencor, simplemente quería ser feliz a su lado, quería tener una oportunidad de ser feliz que nuestra relación fuera distinta, que tonta fui al dudar reflexioné mirándolo a los ojos, ese mar esmeralda estaba frente a mí, invitándome a sumergirme en él y lo haría, me sumergiría en mi amor por Edward.

- Sólo te pido una oportunidad más, ¿Me la darás? —insistió al no escuchar una respuesta directa, pero mi voz me falló, no podía hablar, a cambio lo abrace rodeando su cuello con mis brazos, nuestros rostros se quedaron nariz con nariz, ahogue sus lágrimas con un beso, con el beso más tierno y dulce que jamás podría haber dado a alguien.

Quería acallar mis miedos, y los suyos, quería que ese beso fuera su respuesta. Porque yo lo amaba con todo mi ser, desde el comienzo lo había amado y lo haría por siempre, lo nuestro era una extraña y tortuosa historia de amor, era de amor al fin. Cuando rompimos el beso quise que lo escuchara, quise que escuchara mi respuesta, solo para que estuviera seguro.

- Si Edward… ¿me darás tu a mí una segunda oportunidad? —pregunté en un murmulló contra sus labios.

- Claro que sí mi vida —me respondió él, besándome otra vez. Esta vez no sería yo quién le daría a él una oportunidad, ni él a mí, seríamos ambos, sería la vida, sería el destino quién nos daría una segunda oportunidad de ser felices.



miércoles, 2 de febrero de 2011

Conquistando tu Amor

CAPÍTULO IX

EDWARD POV

Llegó el lunes y las clases comenzarían en un par de horas, después de darme una larga ducha bajé a desayunar, los minutos pasaban y Bella aún no aparecía ja otra cosa negativa en ella IRRESPONSABLE, el primer día de clases y ya estaba atrasada, Sue me avisó que en cualquier momento aparecería su niña y así mismo fue, llegó corriendo y con el uniforme todo revuelto, el cabello mojado y desordenado, la mochila a medio cerrar, era divertido verla tan desordenada, parecía una niñita pequeña, al mirarla de reojo me fijo en el uniforme y mierda más mierda, esa niña era un pecado andante con ese maldito uniforme, falda cortísima tableada blusa blanca ajustada y se le transparentaba el sujetador, medias a la rodilla y una chaquetita que apenas cumplía su labor de resguardar la parte superior, parecía una perfecta copia de las chicas de los animé japoneses. Agarró rápidamente una manzana y una tostada, bebió jugo de naranja directamente del cartón a lo que Sue le reprochó, dio dos mascadas a la tostada y guardó la manzana en la mochila, se despidió de Sue y salió apresuradamente hacia el colegio, a mí ni siquiera me miró, perfecto ahora era invisible para la mocosa, me despedí de Sue y me fui, al llegar a la entrada de la casa quedé petrificado, Bella se estaba montando en una magnífica moto negra, sus piernas abrazaban la máquina casi con lujuria, la minúscula faldita se le iba subiendo cada vez más, pero ahí me di cuenta de que llegaba unos pequeños y ajustado shorts bajo la falda para que no se le viera las bragas, aún así vuelvo a repetir un pecado andante, recompuse mi cara y seguí caminando. Me había atrasado esperando ver a Bella antes de ir a clases y ahora iba a llegar atrasado, ya que aún no me había hecho de algún vehículo, por lo tanto me tendría que ir caminando, escuché la moto ronronear y cuando iba pasando por mi lado se detuvo.

- Ey profe ¿no crees que vas un poco tarde? Y más encima el primer día

- Ehhhh, si

- Sube te llevo, pero no te acostumbres profe
- No te preocupes, igual llegaré

- Ay hombre, en serio yo te llevo o acaso te incomodan las chicas que conducen, eso sería tan anticuado y machista ¿qué dices te subes o no? Mira que no tengo todo el día

- Si, gracias, le contesto un poco incómodo por la situación

- Vale tienes que sujetarte bien y toma ponte este casco y te advierto que me encanta la velocidad así que si te da miedo me avisas para que te puedas bajar

- Bella no soy un crío, no me asusta la maldita velocidad, vamos

- Ok

Echó a correr la moto y agarré firmemente su cintura, el espacio entre su cuerpo y el mío era minúsculo y podía sentir su trasero pegado a mi entrepierna, definitivamente mi día iba a ser muyyyy duro, a los pocos minutos llegamos al colegio, de verás que conducía rápido y la verdad estaba un poco mareado y excitado al mismo tiempo. En el estacionamiento nos bajamos, ya casi no habían alumnos y antes de entrar al recinto Bella me llamó

- Ehh, Edward te puedo pedir un favor
- Si, dime

- Es que ya es tarde y no alcanzo a ir al baño y me tengo que sacar este short, así que me puedes cubrir con tu cuerpo un momento

- Ehhhh, no puedes esperar al recreo, no creo que sea bueno, si alguien nos ve, yo soy tu profesor

- Cobarde, ¿sabes qué? no te preocupes yo espero que llegue algún muchacho para que me ayude
- ¿harías eso?, digo deberías cuidarte un poco más, yo ehhh, no creo poder ayudarte, lo siento

- Jajajaja deberías verte la cara pareces haber visto un fantasma, era una broma profe, no necesito que me cubras, lo puedo hacer perfectamente sola, no me da pudor
- No estarás hablando en serio, te pueden ver

- ¿y?, todos han visto alguna vez unas bragas ¿o no?

Maldita sea Bella introdujo sus manos entre la falda y empezó a bajar lentamente el short por sus piernas, instintivamente la acorralé contra la moto y la abracé para que mi cuerpo la cubriera, pero fue un grandísimo error estábamos juntos, peligrosamente juntos, soltó un jadeo y abrió los ojos como platos y totalmente ruborizada terminó su labor sin dejar de mirarme a los ojos y con la boca entreabierta. Yo por mi parte olvidé el lugar, el momento, olvidé malditamente todo, esa niña tenía algo que me volvía cada vez más loco, sin proponérmelo embestí mi erección contra su centro, Bella volvió a jadear, y carajo no me pude aguantar las ganas y la besé furiosamente, nuestras bocas se comían entre si, agarré fuertemente sus caderas y seguí embistiendo, definitivamente en estos momentos odiaba el maldito lugar en el que estábamos y definitivamente odiaba la ropa que nos separaba, ansiaba tener su cuerpo desnudo y excitado entre el mío, acariciar cada pulgada de su hermoso y caliente cuerpo, mis manos involuntariamente empezaron a recorrer sus muslos y ¡diablos! Si que era suave su piel, sus manos recorrían mi pecho llegando y luego subió a enredarse en mi cabello, yo estaba en la gloria, lentamente bajamos la intensidad del beso a falta de oxígeno y Bella abrió lentamente los ojos y su cara era de total desconcierto, luego me empujó y salió corriendo hacia la entrada del colegio. ¡Mierda! Qué acababa de hacer, estábamos en el colegio y había acorralado a una alumna. Me obligué a calmarme y dirigirme hacia el colegio, más tarde me disculparía con Bella por mi comportamiento, debía ponerle fin a esta calentura que sentía por ella, no se cómo pero lo haría.

Las clases transcurrieron lentamente, en toda la mañana no divisé a Bella, lo que era un alivio, mejor es que conversáramos en casa así estaríamos más tranquilos

Me encontraba frente al dormitorio de Bella y no sabía realmente qué hacer, de igual manera golpee la puerta levemente

- Pase, contestó Bella

- Emmm, Bella tenemos que conversar

- Eh, aumm, s…si creo que si, ella estaba claramente nerviosa

- Bella, yo me quiero disculpar por todo lo que ha pasado entre nosotros, yo me he desubicado enormemente contigo, eres una niña y yo soy un bastardo, por favor quiero que me disculpes y por favor no vuelvas a hacer la escenita del estacionamiento delante de mí, no tientes mi autocontrol

- ¿Quéee?, o sea me echas la culpa a mí por tu descaro, eres un maldito pobre intento de hombre

- ¿Cómo me has llamado?, que se creía esa niña, llamarme de esa manera, me vengo a disculpar y ella me insulta

- Creo que escuchaste perfectamente bien, así que no hagas que lo repita, además la única vez que te he provocado fue en la disco y no sabía que eras el profe nuevo, las otras veces me has forzado, no me acuses por tu calentura

Carajo Bella tenía razón, no tenía que culparla, ella no tenía la culpa de encontrarla tan hot y que me calentara con sólo verla

- Ahora lárgate de mi cuarto, no quiero volver a verte y ¿sabes algo? Te voy a ayudar con la calentura que te traes : no quiero que me vuelvas a dirigir la palabra nunca más, no quiero que me mires, me da asco cuando lo haces y por último no quiero que te acerques a mí nunca más¡¡¡ME ESCUCHASTE!!!

- Si, disculpa otra vez todo lo que te he hecho pasar, pero esas reglas se aplican en la casa, en el colegio debemos llevar una buena relación profesor alumno

- Ja, yo no llevo relación alguna con los profes, ustedes no me interesan en lo más mínimo, y no pienso hacerte caso ¿Cómo ves?

- Veo que eres una niñita malcriada y frívola

- Y tú un viejo verde que se pone duro con las menores de edad, eres asqueroso

Carajo, no pude rebatirla, ella tenía razón, salí rápidamente hacia el jardín, estaba realmente molesto y necesitaba calmarme.


BELLA POV

Qué mierda se creía, echarme la culpa por su debilidad, todos los malditos hombres eran iguales y Edward Cullen no era la excepción, yo quería solamente hacerle una broma con lo del short, no era nada del otro mundo, estaba acostumbrada a hacerlo, pero talvez había sido inapropiado con las cosas que habían vivido recientemente, tal parece que me comporté como una ¡mierda, como una zorra!, no estaba acostumbrada a este comportamiento con desconocidos, siempre que tonteaba lo hacía con Quil o Jake, él tenía razón lo había provocado y lo que es peor me había gustado tentarlo, ahora me daba cuenta, pero las cosas ya estaban hechas y las palabras dichas, no me retractaría y lo mejor era poner la mayor distancia posible entre los dos, me comportaría como una mierda con él, pero era lo mejor, ya que tan tonta no era y ese hombre podría fácilmente sacar la parte de mi que no estaba dispuesta a experimentar y mucho menos vivir, mañana empezaba a sacar la fiera en mí, y dios te salve Cullen eres mi primera víctima por ser tan endemoniadamente sexy y calentarme con sólo una mirada.

El martes llegó y mi primera clase era con Edward-sexy-Cullen y me encontraba nerviosa, pero al diablo esta clase la manejaba a mi antojo, literatura era mi mejor clase junto a inglés, pero el ambiente iba a ser tenso, eso lo sabía bien.

Cuando sexy-Cullen entró a clases no me pasó inadvertida las miradas depravadas de mis compañeras, lo miraban con la boca abierta, les faltaba poco para babear, malditas perras cachondas. Quil era mi compañero de asiento y se reía de las zorras, yo por mi parte estaba irritada. La clase empezó y casi no me podía concentrar, así que saqué mi mp4 y me puse los audífonos y recosté mi cara en la mesa relajándome con la música, pasaron unos minutos, creo cuando Quil me golpea suavemente con el codo y levanto mi mirada, Edward me miraba con ira en su rostro y con un dedo me indicó que me acercara a su escritorio, me iba a sacar los audífonos, pero él negó con la cabeza indicando que quería que los llevara conmigo, mierda, me los iba a confiscar, pero al recordar en la forma en que acostumbraba a poner el cable de los audífonos para que no se vieran me reí internamente, esto iba a ser interesante, prepárate Cullen si quieres quitarme mi aparatito vas a sufrir un poquito, al llegar al escritorio alzo una ceja para darle a entender que no me interesaba lo que iba a hacer.
- Señorita Swan, como parece que no le interesa mi clase y le gusta más la música le dejo dos opciones o me entrega el aparato o se retira de mi clase inmediatamente.
- Mmm, tiene razón, usted es terriblemente aburrido para dictar las clases, así que no lo siento y sí la música está mejor que estar escuchándolo, escucho algunas risitas de mis compañeros y un fuerte “mierda, la fiera ha vuelto con todo”
- Señorita entregue el mp4 inmediatamente dijo el Sexy-profe estirando la mano para que se lo entregara, que iluso
- Si lo quieres sácalo tú mismo profe, dije acercándome más cerca de su cuerpo, lo vi mirándome fijamente, parece que no se creía lo que le había dicho, bajó su mirada buscando el aparato para arrebatármelo y su boca se abrió ligeramente, sí, lo tenía donde quería, si el bastardo quería quitarme mi música tendría que tocarme, ya que el mp4 lo tenía firmemente agarrado a mi cadera entre la pretina de la falda y mi piel, el cable recorría mi vientre enredándose en mis pechos hasta llegar a mis oídos todo esto bajo mi blusa, por lo que tendría mucha piel que tocar y el maldito no se atrevería, nadie lo hacía Ja Cullen para que sepas quien manda acá.

- ISABELLA, dice casi en un susurro no hagas esto, por favor coopera dice con los dientes apretados. Me inclino hacia su oído lentamente y le susurró

- Nadie puede conmigo Cullen, te metiste con la mujer equivocada, no me fastidies más y nos llevaremos mejor, me enderezo para dirigirme a mi asiento con cara triunfal cuando la puerta se abre y entra un alumno que no conocía con un gran ramo de rosas rojas y le pide permiso a Edward para entregarla, Cullen acepta y el chico se aclara la garganta y empieza a leer un papel

- Señorita Bella Swan, este es un pequeño presente para la mujer más hermosa que he conocido en mi vida y estaría feliz de que aceptaras salir conmigo, por favor acepta sólo tú puedes hacer feliz a este hombre que sólo piensa en ti día y noche desde que te vio por primera vez. El chico me entrega el ramo de flores y sacó la tarjeta que llevaba para saber quien se atrevió a mandarme este adefesio, claro la tarjeta estaba firmada por James y decía que me asomara por la ventana que él se encontraba abajo, sin prestarle atención a nadie me dirigí a la ventana y si, el imbécil estaba abajo y me hacía señas, tomé las flores y abrí la ventana y se las arrojé violentamente y le grité

- Odio las rosas, y no acepto nada de ti, cuando las rosas llegaron a él estaban todas desordenadas, ya que mi salón de clases estaba en la tercera planta y el se encontraba en la calle. Estúpido pensaba que con unas cursi rosas yo, la fiera iba a aceptar salir con él, de verdad odio la rosas, ahora mucho más. Las chicas del salón me miraban con odio en sus ojos y los chicos divertidos, si, la perra estaba de regreso con todo. Fijé mi mirada en Edward y él estaba perplejo y con la boca abierta mirándome fijamente, apuesto que jamás pensó que pudiera ser capaz de hacer algo así, tenía unas ganas de gritarle si Edward esta soy yo, una maldita perra que disfruta humillando a los tarados que se atreven a cortejarme. Me volví a sentar y Quil me sonríe y le devuelvo la sonrisa porque esto significa una sola cosa el juego comienza, y le digo a Quil: “James te tengo donde quiero y te voy a reventar”.

La clase terminó y Edward me llamó e hizo que lo esperara hasta que salieran todos los alumnos del salón

- Bella lo que hiciste con el mp4 no lo toleraré más, eres francamente insoportable y repito no toleraré tu comportamiento altanero en mi clase ¿está claro?

- Púdrete Cullen le digo y le alzo mi dedo medio y me largo de la sala mientras me carcajeo.

Los días siguientes pasaron rápidamente y el contacto con Edward era nulo, yo lo ignoraba y él me ignoraba tanto en clases como en la casa. Ramos de flores siguieron llegando al colegio y a la casa, todos los días eran distintos ramos : crisantemos, gladiolos, violetas, tulipanes, etc, todos ellos iban directamente a la basura o los arrojaba por la ventana directamente hacia James, ya que él seguía esperando fuera del colegio a que aceptara una cita con él. Yo me sentía realmente bien, feliz todo estaba ocurriendo como lo tenía planeado James se veía cada día más desesperado por un poco de mi atención, su estado era bastante comentado tanto en el colegio como en la universidad donde él estudiaba, todos sabían que lo traía loquito, dejó sus otras chicas, tenía varias, pero las dejó por mí, ya no salía de juerga como antes, un par de ocasiones me trajo serenata a la casa y fue de lo más ridículo, ni siquiera me asomé a la ventana a verlo y me estaba muriendo de la risa en la cocina cuando apareció mister correcto y después de varios días me dirigió la palabra y dijo escuetamente “maldita frívola” y se fue por donde vino y yo me carcajee más aún aunque sus palabras me dolieron un poco, yo no era frívola, pero él no sabía mis motivos para actuar así con James y nunca lo sabría.