CAPITULO V
Tengo miedo -dijo Bella bruscamente.
-¿Miedo? -preguntó Edward girándose para mirarla.
-Son tan grandes y...
Para su sorpresa, Edward se acercó a ella y la abrazó.
-No te asustes, Mina, yo cuidaré de ti.
-¿Lo prometes? -dijo ella con voz temblorosa. No se le había ocurrido pensar lo que implicaba hacer un viaje en camello. Al principio le había parecido algo exótico.
-¿Pero qué es esto? -dijo Edward poniéndose justo detrás de ella y apoyando las manos en sus hombros, la mirada sombría por la preocupación-. Estás aterrorizada.
-No puedo soportar las alturas y estos animales tienen la grupa muy alta -contestó ella con tristeza.
-No hay otra forma de llegar a la tribu que vamos a visitar. De haberla, la tomaríamos -dijo él enmarcando el rostro de Bella con sus manos.
-No pasa nada. Podré soportarlo -mintió.
-Eres muy valiente, Mina -dijo Edward al tiempo que le acariciaba con el pulgar el labio tembloroso-. El coche está todavía aquí. Puedes regresar a casa si lo deseas.
Bella hizo un brusco movimiento con la cabeza. Se había mostrado tan claramente dominante al decirle que lo acompañara que aquella concesión era toda una sorpresa.
-¿Ya no querrás que venga más contigo?
-No quiero que sufras.
-¿Cuánto dura el viaje? -preguntó ella mordiéndose el labio.
-Tres días hasta Zeina. Contando con el tiempo que me quedaré allí y el viaje de regreso, supongo que una semana y media es un cálculo muy optimista.
¡Una semana y media! No soportaba la idea de estar lejos de él tanto tiempo.
-Iré. ¿Puedo subir en el camello contigo?
Edward asintió con la cabeza y el beso que depositó en su mejilla suavemente dejaba ver su aprobación.
-Puedes aplastar la cara contra mi pecho y cerrar los ojos igual que haces en la cama.
Bella se ruborizó. Era cierto que le gustaba dormir con la cabeza sobre el pecho de él, y con los brazos y las piernas sobre él, pero no se había dado cuenta de que él se hubiera percatado de ello. Levantó una mano y le acarició la mandíbula, sombreada por el turbante blanco que llevaba.
-Gracias, Edward.
-De nada, esposa mía. Vamos, es hora de irnos.
Bella sintió que el estómago se le revolvía cuando el camello dio el primer paso, pero mantuvo la vista al frente con gesto resuelto, decidida a superar el miedo. El horizonte infinito del desierto resultó ser un aliado tranquilizador y muy hermoso. Y lo cierto era que mientras su marido la ciñera por la cintura con fuerza todo iría bien.
Sin embargo, comprendía que ni siquiera él podría evitar el dolor en las nalgas que tenía. Se habían detenido en un oasis oculto en el desierto a pasar la noche y en ese momento descubrió cuánto le dolía el trasero. En cuanto llegaron, se excusó y se alejó de la vista de los hombres. Se dio prisa en satisfacer sus necesidades y después permaneció a la sombra de un pequeño árbol, frotándose la parte dolorida.
La risa de Edward hizo que girara en redondo, roja como un tomate. Su marido se encontraba a escasa distancia de ella con los brazos cruzados y una gran sonrisa en su aristocrático rostro.
-¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó ella bajando las manos y alejándose de él avergonzada.
Pero él la retuvo tomándola por la cintura y la ciñó contra su duro cuerpo. Ella retiró la cara. Edward la acarició con dulzura.
-No te enfades, Mina. Estaba preocupado al ver que no regresabas al campamento.
Un poco más calmada, y derritiéndose en sus brazos, decidió decir la verdad.
-Me duele.
Por primera vez desde que había llegado a aquel país, se sintió como una extraña que no estaba acostumbrada a las formas de vida de aquella gente exótica. Necesitaba que Edward la reconfortara. Lo que sintió en aquel momento fue algo totalmente inesperado. Edward deslizó las manos hasta su trasero y comenzó a masajearle la zona dolorida con suavidad.
-Te dolerá más antes de que se te pase del todo. Creo que decís eso en occidente.
Ella gruñó, demasiado aliviada para sonrojarse. Sus manos estaban haciendo magia con ella, pero sabía que si seguía, haría algo estúpido como pedirle que le hiciera el amor. Apoyándose en su pecho, retrocedió un paso con las piernas un poco temblorosas.
-Um... será mejor que regresemos o nos quedaremos sin cenar -dijo Bella sin mirarlo a los ojos, temerosa de que notara su ardiente deseo.
El suspiro decepcionado de Edward retumbó en el silencio de la noche.
-Tienes razón, Mina. Vamos. Te prometo que calmaré tus músculos doloridos esta noche, mi Bella. No me gustaría que montar en camello te hubiera dejado tan dolorida que yo no pudiera montarte.
Bella sintió que la cara le ardía por la turbación. El resto de los hombres la miraron y sonrieron comprensivos. Bella se sentó junto a Edward sin hacerles caso. Él se sentó a la izquierda de ella pero tapándola ligeramente, en actitud protectora frente a miradas indiscretas. Bella casi sonreía ante esa muestra de posesión, pero no le dijo nada. Aparte del hecho de que la aliviaba no tener que mirar a nadie en el estado en el que se encontraba, nunca deshonraría a Edward delante de los demás. En privado, se sentía libre para cuestionarle, pero su instinto le decía que sería una traición hacerlo en público.
No solo porque Edward fuera el jeque de un país en medio del desierto, en el que los hombres se mostraban sobre-protectores con sus mujeres aunque las respetasen y amasen. Era por él en sí. Era un hombre muy celoso de su privacidad, un hombre que se enfrentaba al mundo tras una máscara. y su orgullo era un sentimiento estrictamente relacionado con esa naturaleza privada.
En Nueva Zelanda, cuando Bella y su familia lo conocieron, había dejado paralizada a su familia, y había ocultado por completo el absoluto desprecio que sintió hacia sus maquinaciones. y sin embargo, con ella había sido dulce, juguetón, bromista, y sobre todo, cariñoso.
Cuatro años después, Bella comprendía que solo ella había visto al hombre que se ocultaba tras la máscara. Había confiado en ella. Incluso en el presente, a veces se mostraba como realmente era, muy ocasionalmente, las veces en que se olvidaba del pasado.
Después de cenar, los hombres discutieron en la lengua de Zulheil. Era una lengua hermosa aunque ella todavía no la comprendía del todo.
-¿Discutíais sobre la forma en que vamos a dormir? -preguntó a Edward cuando este se volvió hacia ella. El turbante ocultaba su mirada, pero aun así podía ver el campamento reflejado en sus ojos. Bella sintió que su cuerpo comenzaba a arder y estaba segura de que no tenía nada que ver con el calor del desierto.
-Sí. Hemos traído tiendas si quieres dormir en una.
-No, quiero ver las estrellas -respondió Bella.
-Dormiremos apartados de los otros hombres -dijo Edward y su sonrisa dejaba ver que la respuesta de ella lo hacía sentir orgulloso.
-¿Y no será eso un problema? -preguntó ella ruborizándose al recordar la promesa que le hiciera Edward antes.
-Ningún hombre dejaría que su esposa se acostara cerca de otros y que pudieran verla mientras duerme -contestó Edward alzando una ceja en un gesto muy aristocrático.
-Eso suena muy...
-¿Primitivo? ¿Posesivo? Soy todo eso respecto a ti, Mina.
Y sus palabras le parecieron a Bella las más adecuadas rodeados del desierto y con un cielo rebosante de relucientes estrellas sobre sus cabezas. Aquel hombre era un guerrero por el que ella había dado su vida, y sabía que siempre la protegería.
-¿Cómo? ¿No vas a discutir? -preguntó a continuación Edward al ver que Bella guardaba silencio.
-¿Cómo podría discutir con un hombre que me ha prometido un masaje?
Durante unos segundos, Edward pareció desconcertado. Solo fue un momento, pero lo suficiente. El deseo entre ambos era mutuo; un sentimiento vivo y palpable, cada vez que la tomaba entre sus brazos, a diferencia del amor que Bella sentía.
-Creo que es hora de retirarnos -dijo Edward y, mientras hablaba, sus ojos refulgían con un fuego interior.
Al poco, se alejaron de los demás llevando con ellos los sacos de dormir. Edward rechazó los ofrecimientos de ayuda por parte de sus hombres diciendo que si no era capaz de prepararse un sitio para dormir en el desierto no era digno de ser su jeque. Sus hombres asintieron con solemnidad, complacidos con su jefe.
-Una cosa, Mina -dijo tendiéndole la mano.
-¿Qué?
-Esta noche no podrás hacer ruido. Ni un solo ruido, mi Bella.
-Ni uno solo -prometió ella con voz apenas audible.
Bella no hizo ruido cuando Edward la desnudó y después se desnudó él. Consiguió mantenerse en silencio cuando notó que él mantenía su promesa de relajarle los músculos. Incluso reprimió los gemidos de placer cuando Edward comenzó a chupar sus pezones hinchados al tiempo que su mano buscaba el rincón más oculto entre sus muslos.
Él continuó jugando con los pliegues húmedos hasta que vio que ella no podía aguantarlo más. Le mordió con más fuerza en un intento por controlar los gemidos. Finalmente y tras atormentarla durante lo que le habían parecido horas, Edward la tomó por las caderas y la penetró con un movimiento suave. Esa vez, Bella enterró la cara en el cuello de Edward para ahogar los gemidos y apretó los dientes para ahogar los jadeos de satisfacción.
Tumbados con los brazos y las piernas entrelazadas, permanecieron en esa posición hasta que la brisa de la noche se hizo más fresca. Edward se incorporó y subió la cremallera de los sacos.
A la mañana siguiente, cuando despertó, Edward ya estaba vestido, afortunadamente.
-Buenos días, Mina.
-Buenos días -contestó ella sentándose y restregándose los ojos.
-Te he dejado dormir todo lo posible, pero debemos partir en breve si queremos llegar al próximo oasis al atardecer -dijo Edward con aquella voz profunda suya tan sensual.
-No tardaré. Dame diez minutos.
-Diez minutos -contestó él dándole un beso.
Bella lo vio alejarse entre la vegetación exuberante, ansiosa por que la tocara. Decidió que sería mejor dejar el deseo para más tarde y levantarse. El aire de la mañana era fresco, casi demasiado, al no haber salido aún el sol. Mientras terminaba de arreglarse, Bella quedó fascinada por la forma en que su marido guardaba en su interior la majestuosidad de su tierra.
Edward era el hielo y también podía ser el fuego. Desde que llegara a Zulheil, Bella había experimentado ambas sensaciones. Cuatro años antes, nunca había visto el hielo. Tal vez solo había conocido parte del hombre. Cuatro años antes... cuatro años perdidos. De repente, ansiaba saber qué había vivido Edward en esos cuatro años perdidos. Lo ansiaba tanto que le dolía físicamente. Edward había rechazado todo intento por su parte de hablar del pasado, pero ella sabía que hasta que no lograran hablarlo, no encontrarían la paz.
-Mina, ¿estás lista? -la llamada de Edward la sacó de su ensimismamiento. Su calidez fue como una flecha en su corazón. Necesitaba saberlo todo, pero no podía soportar la idea de romper la armonía reinante entre ambos cuando sacara el tema del pasado a colación.
-¿Nos vamos ya? -dijo ella saliendo de su escondite de hojas. Exceptuando la hierba aplastada, nada indicaba que hubieran pasado la noche en el suelo del desierto.
-No quiero matarte de hambre.
El eco de su voz la llenó por completo. Se alisó los pantalones con una inexplicable timidez.
Incorporándose de su postura apoyado contra el tronco de una palmera, Edward observó la postura molesta de Bella con un inequívoco aire de posesión. A Bella se le cortó la respiración. Cuando Edward alzó la vista, Bella pensó que le faltaba muy poco para rogarle que la tomara allí mismo.
Edward la llamó haciéndole un gesto con el dedo.
Algo en su interior protestó por aquella forma tan arrogante de dirigirse a ella, pero por otro lado lo necesitaba con urgencia. En vez de abandonarse a la tentación, se apoyó una mano en la cadera y copió el gesto, con un atrevimiento que no parecía fuera de lugar.
Los dientes de Edward relucieron cuando este sonrió. Para sorpresa de Bella, su marido respondió a la orden y se colocó frente a ella, tan cerca que sus pechos rozaban el torso de él cada vez que tomaba aire.
-¿Qué vas a hacerme, esposa mía?
Ya lo tenía donde quería y, sin embargo, no sabía qué decir.
La repentina timidez de Mina lo dejó realmente sorprendido. Acarició con un dedo la mejilla de ella y esta agachó la cabeza pero levantó su mano y la puso sobre la de él. Edward sonrió entonces y dobló un poco las rodillas para ponerse al mismo nivel que ella. Bella quedó sorprendida y Edward comprobó entonces que la mirada de su esposa estaba ensombrecida por algo.
Edward se irguió, con todo su poder. Sabía que Bella estaba ocultando algo.
-¿Qué es lo que te preocupa? -continuó
Bella retiró la cabeza de un golpe. Cabellos color marrón danzaron en manos de Edward mientras que los ojos chocolate de Bella mostraban la angustia que sentía al haber sido descubierta.
-¿Qué quieres decir? Estoy bien.
Pero aquella pequeña mentira no hizo sino aumentar la determinación por parte de Edward. Quería saber qué ocultaba su esposa. En lo que a Bella se refería, Edward había aprendido que tenía que seguir sus instintos. Bella despertaba en él su lado más salvaje y primitivo, un lado que podía ser peligroso si no conseguía mantenerlo bajo control. Poseer a Bella por completo era el pago que su lado salvaje quería después de cuatro años de aprisionamiento.
-Soy tu marido. No me mientas. Respóndeme -dijo él tomándola de las manos. La última vez que le había ocultado algo, había sido cuando se marchó de su lado. y casi lo había destrozado. No creía que pudiera sobrevivir una segunda vez.
-Llegaremos tarde -alegó ella.
-Esperarán -contestó él con voz ronca, consciente de su vulnerabilidad frente a ella.
-Este no es lugar -dijo ella poniéndole las manos en el pecho y empujándolo.
-Vas a responderme.
-Eres tan arrogante a veces que me dan ganas de gritar -dijo ella con los puños apretados.
La explosión casi lo hizo sonreír. Le encantaba el temperamento de
Bella. Pero saber que estaba ocultándole algo frenó el intento. Su madre le había ocultado su enfermedad y el precio que había tenido que pagar fue que nunca pudo decirle adiós... o tal vez más cosas. El secreto de Bella podría costarle perder a su mujer.
-Simplemente voy por lo que quiero.
-Y yo también -dijo ella con fiereza-. Por eso regresé aquí, por ti.
-Y te quedarás -no pensaba darle otra opción-. ¿Acaso esta tierra primitiva está empezando a perder sus encantos?
-No, pero me estás volviendo loca con tantas preguntas.
-Respóndeme y no te preguntaré más.
La respuesta de Edward, totalmente lógica, la hizo apretar los dientes. Sus magníficos ojos marrones lanzaban rayos contra él.
-Te lo contaré más tarde.
-Ahora -contestó él.
Edward seguía con las manos entre los cabellos de Bella y así permaneció, manteniéndola a ella en su lugar también. Ella miró hacia otro lado. Luchaba por liberarse pero no podía escapar a ningún sitio en aquella vasta tierra que se extendía ante ellos. Frente a él, Bella tomó conciencia de que estaba en desigualdad de condiciones.
-Te estás aprovechando de tu fuerza -dijo ella en tono acusador.
-Aprovecharé todo lo que tenga a mano -contestó él. Sabía que no la perdería, no podía hacerlo. Tenerla junto a él era tan necesario como el aire que respiraba.
Por un momento, sus miradas se cruzaron. El silencio pesaba entre ellos, la estela de las palabras implacables de Edward aún palpable en el aire.
-¿Qué importa lo que estuviera pensando? -dijo Bella, que se agarraba a un clavo ardiendo y él lo sabía. Consciente de su victoria, Edward endureció la expresión de su rostro.
-Me perteneces, Mina.
-Estaba pensando en el pasado -Bella suspiró en señal de rendición.
-¿Y por qué piensas en ello?
-No puedo evitarlo, no cuando está presente entre nosotros -contestó ella con expresión seria y palabras apasionadas.
Tal y como Bella había imaginado, la mención del pasado ensombreció la alegría de la mañana. Edward ya no sonreía, frente a ella estaba aquel guerrero del desierto de rasgos duros. No negó las palabras de ella, y el silenció cayó sobre ellos hasta que Bella no lo pudo soportar más. Posó una mano sobre el brazo de Edward cuyos músculos se mostraban inflexibles.
-Cuatro años, Edward -continuó Bella mostrando al desnudo sus emociones-. Hemos estado separados cuatro años y no quieres compartir conmigo ni lo más mínimo de lo que has vivido en ese tiempo.
-¿Qué quieres saber? -preguntó él con el rostro aún más ensombrecido.
La pregunta la dejó desconcertada. Esperaba una dura reprimenda o incluso frío rechazo. Por un momento, la sorpresa la dejó sin palabras, pero de pronto las ideas salieron a borbotones de su garganta.
-¡Cualquier cosa! ¡Todo! Ignorar lo que has vivido en estos años es como tener un agujero dentro de mí, un lugar en el que faltas tú.
-Fue tu elección.
-¡Pero ahora he hecho otra elección!
Por toda respuesta, Edward giró levemente la cara. -Por favor -rogó Bella a continuación.
Edward la dejó en libertad entonces. Sorprendida, perdió un poco el equilibrio. Edward retrocedió un paso y la miró desde las sombras que planeaban sobre sus ojos.
-Fui objeto de un intento de asesinato por una organización terrorista cuando regresaba de Nueva Zelanda.
-¡No! ¿Te hicieron...?
-No les salió bien -Edward negó con la cabeza en respuesta a la pregunta que Bella no se atrevía a formular. Se apoyó entonces en el tronco del árbol y Bella sintió un aislamiento casi abrumador.
-¿Siguen activos?
-No. Contaban con el apoyo de un gobierno que fue derrocado hace dos años. El nuevo gobierno es amistoso y no apoyará grupos de ese tipo.
Bella pensó que Edward estaba tratando de calmar el dolor de ella y eso le dio valor para continuar, aunque el tono gélido de su voz la ordenara mantenerse a distancia.
-¡Pero te ocurrió una vez!
-Sí, me consideraron débil y un objetivo fácil porque una mujer me había doblegado -contestó él. Un golpe brutal que debería haberla hecho retroceder.
Bella quería gritar de agonía. Casi lo había perdido... y en ese momento comprendió que su misión sería mil veces más difícil de lo que había imaginado. Tal vez incluso imposible. La noche anterior, había empezado a comprender hasta qué punto el honor y el orgullo de su marido estaban enraizados en su naturaleza privada. Su fuerza como líder, como guerrero, había sido cuestionada porque se había permitido sentir. Y no perdonaría a la mujer que había sido la causa del insulto.
La llamada de uno de los guías rompió el incómodo silencio.
Edward respondió sin quitar la vista de Bella, la mirada inescrutable. Las sílabas sonaron bruscas y guturales, como si él también estuviera tratando de contener sus emociones.
-Tenemos que irnos.
Bella asintió aún llena de asombro. Lo siguió hasta el campamento central no muy segura de su autocontrol. Le dio algo de comer y al ver que ella no se movía, se inclinó para decirle algo al oído.
-Come, Mina, o te pondré sobre las rodillas y te daré yo de comer.
Y lo creyó. Se apresuró a desayunar. Ella también tenía su orgullo.
Edward levantó a Bella con cuidado y la ayudó a montar en el camello cuando terminó de desayunar. Era obvio que se estaba obligando a ingerir la comida pero él se mantuvo firme con ella: necesitaba comer si quería resistir el viaje a través del desierto. No permitiría que descuidase su alimentación.
A continuación montó él detrás de ella cuidando de no empujarla. Bella se había mantenido en silencio desde que él le hubiera revelado lo del atentado terrorista. No le gustaba verla tan callada. Su Bella era una mujer apasionada, vivaz y llena de alegría. Era consciente de que su dureza con ella había provocado aquel distanciamiento. Le había hablado con ira, pero no sabía cómo acercarse a ella de nuevo.
-Agárrate -dijo, en el momento en que el camello se levantaba, aunque no era necesario: la sujetaba fuertemente con su brazo. Nunca la dejaría caer, nunca dejaría que le ocurriera nada.
Ella se sujetó en el brazo de él pero se soltó en cuanto el camello se hubo levantado. El turbante blanco que llevaba permitía ocultar el rostro y aquello era muy frustrante para él. Necesitaba que hablara. Un jeque no necesitaba a nadie. Un hombre sería un necio si necesitara a una mujer que le había mostrado deslealtad. Lo que le ocurría era, simplemente, que se había acostumbrado a su presencia y a su voz. No era más que eso.
-¿Vas a estar enfurruñada todo el día? -preguntó Edward consciente de que estaba siendo injusto con ella, pero incapaz de detenerse. Quería que le plantara guerra, que sintiera algo en su interior, aunque fuera ira.
-No estoy enfurruñada -respondió ella con un toque de su acostumbrada pasión.
Algo en el interior de Edward que no quería reconocer se ablandó ante la respuesta. No estaba tan mal.
-Es mejor que sepas la verdad.
-¿Te refieres a que nunca volverás a dejar que me acerque a tu corazón?
La pregunta directa casi consiguió descolocarlo.
-Efectivamente. No volveré a ser un objetivo tan fácil por segunda vez.
-¿Objetivo? -repitió ella con voz apenas audible-. Esto no es una guerra.
-Es peor -contestó él arrugando la boca.
Tras el abandono por parte de Bella, apenas si había logrado restablecerse. La había amado más que a los desiertos de su adorada tierra, pero había sido precisamente el carácter salvaje del desierto el que lo había ayudado a curar las heridas que la ruptura le había infligido.
-No quiero pelearme contigo.
Sus palabras lo calmaron un poco.
-Ahora me perteneces, mi Bella. Para siempre. No hay razón para que nos peleemos otra vez -contestó Edward. No volvería a confiarle su corazón pero tampoco la dejaría marchar.
Para siempre. Bella apoyó la cabeza en el pecho de Edward y se tragó las lágrimas. En otro tiempo se habría arrastrado sobre cristales rotos por escuchar algo así, pero ya no era suficiente. Estar unida para siempre con un Edward que no la amaba y que nunca la amaría no era suficiente.
Los obstáculos que se alzaban en su camino habían alcanzado proporciones increíbles. Convencer a Edward de su lealtad hacia él no sería suficiente. Podría ser que la perdonara algún día por no haber luchado por su amor ante su familia, pero dudaba mucho que fuera fácil. Lo que se preguntaba Bella era si podría perdonarla por el golpe que le había asestado a su orgullo de guerrero.
Y más aún: se preguntaba qué pasaría si hubiese un tercer golpe cuando le desvelara su secreto, el que le había roto el corazón cuando era una niña.
El pánico amenazaba con hacerle perder el control. ¡No podía dejar que nadie supiera que era ilegítima! Nadie humillaría a su esposo. Solo su familia lo sabía, y ellos valoraban demasiado su posición social para dejar que se supiera.
«¿Crees que tu príncipe se casaría con una chica que ni siquiera puede nombrar a su padre? Sigue soñando, hermanita».
Cuatro años antes, Jesica había hurgado en su punto débil y después le había arrojado sal. Bella aún no se había recuperado de aquel golpe pero sabía que su hermana tenía razón. ¿Cómo podría aceptarla Edward, y mucho menos amarla, si sus padres adoptivos no lo habían hecho?
No podía creer que la ceremonia nupcial la hubiera abrumado tanto como para olvidar un detalle crucial que la convertía en la peor elección para él. Cuando solo tenía dieciocho años, había planeado decírselo... hasta que su hermana le había tirado a la cara cuáles serían las consecuencias. Había creído a su hermana y había guardado el doloroso secreto y después su familia lo había utilizado para hacerla desistir de su capricho.
-Tendrás que hablar conmigo -ordenó Edward sacándola de sus turbulentos pensamientos.
Bella sonrió y dejó que la esperanza de su habilidad para infundir amor en aquel complejo hombre, inundara su corazón. La lucha sería más dura, ¿y qué? Casi había muerto en el intento de vivir lejos de él, así es que mientras hubiera la más mínima esperanza, mientras a su pantera le gustara hablar con ella, mientras siguiera tocándola con esa ansia devoradora, perseveraría.
Tal vez un día confiara en ella lo suficiente, la amara lo suficiente como para aceptarla por completo pero hasta entonces, guardaría el secreto que tan desesperadamente necesitaba compartir, la angustia que necesitaba vencer con ayuda de su amor incondicional.
-Dime -continuó Edward con tono calmado pero decidido.
-¿Qué?
-Dime exactamente lo que querían que hicieras. Mina -el enfado de Edward comenzaba a hacerse evidente-, te digo que el pasado es el pasado. Si no quieres pelear, no hablaremos de esto -dijo Edward moviéndose en el asiento para adaptarse a las riendas que llevaba en la mano izquierda.
-¿Y se supone que tengo que obedecer ese decreto sin hacer preguntas? -espetó Bella incapaz de dejar pasar una arrogante presunción como esa.
-Nadie se atreve a cuestionar las órdenes del jeque -dijo él después de un largo silencio.
-Eres mi marido.
-Pero tú no te comportas como la esposa sumisa, como deberías.
Su tono de voz se mantuvo neutral, tanto que Bella casi pasó por alto la intención irónica. La estaba pinchando para hacerla saltar, pero su voz no era fría, como lo había sido en el oasis. Bella decidió continuar con su búsqueda de la verdad a pesar de que Edward la hubiera perdonado ya por el dolor que le hubiera podido causar al recordarle el pasado. Edward siempre se iba a negar a hablar del pasado, y si ella no perseveraba nunca solucionarían el problema. Un hombre tan fuerte como él necesitaba una mujer que a veces cuestionara sus órdenes, no que se rindiera ante sus deseos sin luchar.
-Si lo que querías era sumisión, deberías haberte comprado una mascota para que te hiciera compañía-respondió ella pero evitó decir que una mujer sumisa lo habría aburrido a la semana de estar casados.
-No, Mina, no necesito una mascota. No cuando te tengo a ti para hacerme compañía -dijo él abrazándola con más fuerza.
Y al tiempo que lo decía, el brazo que la rodeaba por debajo del pecho cobró vida, acariciándola sin aparente movimiento.
-No -contestó ella con voz firme, aunque el deseo la estuviera recorriendo como lava ardiente.
Él deslizó la mano hasta presionarle el estómago. A continuación, y sin previo aviso, habló.
-Nos detuvimos en Bahrain a nuestro regreso, por asuntos diplomáticos. De camino desde el aeropuerto, mi coche quedó separado del resto de la corte entre dos camiones.
-¿Jasper?
-Yo no era la mejor de las compañías en ese momento -la tranquila respuesta de Edward profundizó más en la herida que ella ya sentía en el corazón-. Jasper iba en el coche de cabeza con dos guardaespaldas y otros dos iban en el coche que seguía al mío.
-¡Ibas solo! -exclamó Bella levantando instintivamente sus manos de la silla y asiendo con fuerza las de él.
-Nunca estoy solo, Mina -sus palabras se parecían mucho a una queja. Incluso un jeque necesitaba intimidad a veces-. Mi conductor es un guardaespaldas bien entrenado.
-¿Y qué ocurrió después? -preguntó con el alma encogida ante la idea de que aquel incidente pudiera haberla privado de Edward para siempre.
Edward se inclinó y retiró el turbante de Bella para poder hablarle al oído. Se alegró de que fueran a la cola de la caravana.
-Nos ocupamos de ellos -dijo él y su aroma varonil se extendió sobre ella, una experiencia que no quería dejar pasar.
-¿Eso es todo lo que vas a decirme? -protestó Bella disgustada por la forma en que Edward volvía a distanciarse.
-No hay mucho más que decir. Se trataba de fanáticos religiosos de una nación en guerra que querían acabar conmigo con sus propias manos, sin armas. Yo vencí a tres y mi guardaespaldas a otros dos -contestó él acariciándole el cuello, un gesto tan familiar ya que casi se le saltaron las lágrimas.
-¿Y los otros guardias se ocuparon del resto cuando lograron pasar a los camiones?
-Tienes la piel demasiado clara -dijo Edward cambiando de tema y retirándose de ella.
-Tal vez me ponga morena -replicó ella.
-Ya hemos tenido bastante de esta conversación. Hablaremos de otras cosas.
Bella podría habérselo discutido, pero Edward ya había dicho bastantes cosas sobre su vida desde que se negara la primera vez. No debía presionar demasiado.
-De acuerdo.
-No te creo -dijo él con un tono tremendamente varonil.
-¡Maldito seas! -dijo ella recuperando el tono de broma que tuvieran antes de las revelaciones en el oasis. Bella necesitaba sentir que Edward se sentía feliz, que había esperanza en su risa.
-¿Cómo te encuentras? -preguntó él.
-Hace un día precioso. Un día para estar feliz -contestó ella pensando que se refería a la reciente discusión.
-Me refería a cómo se encuentra tu precioso trasero.
-Compórtate -le dijo ella dándole un codazo.
Ya no quedaba rastro del tono helado. Al contrario, el fuego de la pasión los rodeaba. Bella se tragó agridulces lágrimas de alegría. Ya no habría más dolor en aquel día glorioso. Fingiría que el mundo era perfecto y que el hombre que la sujetaba con tanto cariño también la amaba.
Sin embargo, aquella noche, Bella no podía seguir fingiendo que no le pasaba nada, no cuando tenía el corazón a punto de quebrarse por el peso.
-¿Te parece bien que me retire temprano esta noche? -le preguntó a Edward. La luz de la lumbre que tan romántica le había parecido la noche anterior, en ese momento le estaba provocando escozor en los ojos.
-¿No quieres quedarte? -preguntó él mirándola por encima del hombro desde su posición protectora ligeramente delante de ella.
-Estoy cansada. Esto es nuevo para mí -confesó ocultando así una verdad detrás de otra.
Su marido se movió hasta situarse junto a ella. Entonces, para su sorpresa, la empujó para que se sentara como él. Edward raramente la tocaba en público. Ella aún no había encontrado el valor para preguntarle si se debía a que no quería hacerlo, o a la circunspección que requería su posición.
-Lo siento, Mina. Nunca te quejas y por eso se me olvida que este viaje debe estar siendo muy duro para ti -dijo él Y sus palabras cayeron sobre ella como una lluvia fresca de caricias.
Ella apoyó la cabeza contra su hombro y se dio cuenta de que parte de su dolor interno había desaparecido. El la abrazaba como si realmente le importara.
-¿Se supone que tengo que quedarme porque soy tu mujer?
El brazo musculoso de Edward se tensó alrededor de ella al empujarla un poco más cerca de él, eliminando de esa forma cualquier pequeño resquicio que pudiera haber entre sus cuerpos.
-Tu inteligencia es una de las razones por las que eres mi esposa -murmuró-. Mi pueblo juzga a todos los que no son de aquí. Es un fallo nuestro y al mismo tiempo es algo tan característico de Zulheil que puede que sea nuestro sello personal. Nos cuesta confiar.
Bella lo había sabido desde el día que lo conoció.
-Y aun así, ellos te han aceptado porque eres la mujer que yo he elegido como esposa -continuó Edward mirándola a los ojos-, y tú recibirás por su parte obediencia, y el respeto que recibas estará determinado por un montón de cosas, entre ellas tu habilidad para soportar la dureza de esta tierra.
Bella comprendió lo que él trataba de decirle tan indirectamente. El honor de su esposo estaba profundamente unido al suyo, un frágil vínculo que podría hacerse pedazos como ya había ocurrido una vez y alejar para siempre la relación que apenas acababa de reencontrar.
-Me quedaré.
El respondió rozándole brevemente la mejilla con su mano libre y sin dejar de mirarla de una manera fiera que a ella le parecía orgullo. Bella tragó con dificultad. Al desviar la vista, observó las sombras mágicas que las llamas oscilantes creaban en el rostro de Edward. Tenía un rostro hermoso y peligroso a la vez. Una pantera descansando momentáneamente. Un guerrero descansando entre su gente.
Tengo miedo -dijo Bella bruscamente.
-¿Miedo? -preguntó Edward girándose para mirarla.
-Son tan grandes y...
Para su sorpresa, Edward se acercó a ella y la abrazó.
-No te asustes, Mina, yo cuidaré de ti.
-¿Lo prometes? -dijo ella con voz temblorosa. No se le había ocurrido pensar lo que implicaba hacer un viaje en camello. Al principio le había parecido algo exótico.
-¿Pero qué es esto? -dijo Edward poniéndose justo detrás de ella y apoyando las manos en sus hombros, la mirada sombría por la preocupación-. Estás aterrorizada.
-No puedo soportar las alturas y estos animales tienen la grupa muy alta -contestó ella con tristeza.
-No hay otra forma de llegar a la tribu que vamos a visitar. De haberla, la tomaríamos -dijo él enmarcando el rostro de Bella con sus manos.
-No pasa nada. Podré soportarlo -mintió.
-Eres muy valiente, Mina -dijo Edward al tiempo que le acariciaba con el pulgar el labio tembloroso-. El coche está todavía aquí. Puedes regresar a casa si lo deseas.
Bella hizo un brusco movimiento con la cabeza. Se había mostrado tan claramente dominante al decirle que lo acompañara que aquella concesión era toda una sorpresa.
-¿Ya no querrás que venga más contigo?
-No quiero que sufras.
-¿Cuánto dura el viaje? -preguntó ella mordiéndose el labio.
-Tres días hasta Zeina. Contando con el tiempo que me quedaré allí y el viaje de regreso, supongo que una semana y media es un cálculo muy optimista.
¡Una semana y media! No soportaba la idea de estar lejos de él tanto tiempo.
-Iré. ¿Puedo subir en el camello contigo?
Edward asintió con la cabeza y el beso que depositó en su mejilla suavemente dejaba ver su aprobación.
-Puedes aplastar la cara contra mi pecho y cerrar los ojos igual que haces en la cama.
Bella se ruborizó. Era cierto que le gustaba dormir con la cabeza sobre el pecho de él, y con los brazos y las piernas sobre él, pero no se había dado cuenta de que él se hubiera percatado de ello. Levantó una mano y le acarició la mandíbula, sombreada por el turbante blanco que llevaba.
-Gracias, Edward.
-De nada, esposa mía. Vamos, es hora de irnos.
Bella sintió que el estómago se le revolvía cuando el camello dio el primer paso, pero mantuvo la vista al frente con gesto resuelto, decidida a superar el miedo. El horizonte infinito del desierto resultó ser un aliado tranquilizador y muy hermoso. Y lo cierto era que mientras su marido la ciñera por la cintura con fuerza todo iría bien.
Sin embargo, comprendía que ni siquiera él podría evitar el dolor en las nalgas que tenía. Se habían detenido en un oasis oculto en el desierto a pasar la noche y en ese momento descubrió cuánto le dolía el trasero. En cuanto llegaron, se excusó y se alejó de la vista de los hombres. Se dio prisa en satisfacer sus necesidades y después permaneció a la sombra de un pequeño árbol, frotándose la parte dolorida.
La risa de Edward hizo que girara en redondo, roja como un tomate. Su marido se encontraba a escasa distancia de ella con los brazos cruzados y una gran sonrisa en su aristocrático rostro.
-¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó ella bajando las manos y alejándose de él avergonzada.
Pero él la retuvo tomándola por la cintura y la ciñó contra su duro cuerpo. Ella retiró la cara. Edward la acarició con dulzura.
-No te enfades, Mina. Estaba preocupado al ver que no regresabas al campamento.
Un poco más calmada, y derritiéndose en sus brazos, decidió decir la verdad.
-Me duele.
Por primera vez desde que había llegado a aquel país, se sintió como una extraña que no estaba acostumbrada a las formas de vida de aquella gente exótica. Necesitaba que Edward la reconfortara. Lo que sintió en aquel momento fue algo totalmente inesperado. Edward deslizó las manos hasta su trasero y comenzó a masajearle la zona dolorida con suavidad.
-Te dolerá más antes de que se te pase del todo. Creo que decís eso en occidente.
Ella gruñó, demasiado aliviada para sonrojarse. Sus manos estaban haciendo magia con ella, pero sabía que si seguía, haría algo estúpido como pedirle que le hiciera el amor. Apoyándose en su pecho, retrocedió un paso con las piernas un poco temblorosas.
-Um... será mejor que regresemos o nos quedaremos sin cenar -dijo Bella sin mirarlo a los ojos, temerosa de que notara su ardiente deseo.
El suspiro decepcionado de Edward retumbó en el silencio de la noche.
-Tienes razón, Mina. Vamos. Te prometo que calmaré tus músculos doloridos esta noche, mi Bella. No me gustaría que montar en camello te hubiera dejado tan dolorida que yo no pudiera montarte.
Bella sintió que la cara le ardía por la turbación. El resto de los hombres la miraron y sonrieron comprensivos. Bella se sentó junto a Edward sin hacerles caso. Él se sentó a la izquierda de ella pero tapándola ligeramente, en actitud protectora frente a miradas indiscretas. Bella casi sonreía ante esa muestra de posesión, pero no le dijo nada. Aparte del hecho de que la aliviaba no tener que mirar a nadie en el estado en el que se encontraba, nunca deshonraría a Edward delante de los demás. En privado, se sentía libre para cuestionarle, pero su instinto le decía que sería una traición hacerlo en público.
No solo porque Edward fuera el jeque de un país en medio del desierto, en el que los hombres se mostraban sobre-protectores con sus mujeres aunque las respetasen y amasen. Era por él en sí. Era un hombre muy celoso de su privacidad, un hombre que se enfrentaba al mundo tras una máscara. y su orgullo era un sentimiento estrictamente relacionado con esa naturaleza privada.
En Nueva Zelanda, cuando Bella y su familia lo conocieron, había dejado paralizada a su familia, y había ocultado por completo el absoluto desprecio que sintió hacia sus maquinaciones. y sin embargo, con ella había sido dulce, juguetón, bromista, y sobre todo, cariñoso.
Cuatro años después, Bella comprendía que solo ella había visto al hombre que se ocultaba tras la máscara. Había confiado en ella. Incluso en el presente, a veces se mostraba como realmente era, muy ocasionalmente, las veces en que se olvidaba del pasado.
Después de cenar, los hombres discutieron en la lengua de Zulheil. Era una lengua hermosa aunque ella todavía no la comprendía del todo.
-¿Discutíais sobre la forma en que vamos a dormir? -preguntó a Edward cuando este se volvió hacia ella. El turbante ocultaba su mirada, pero aun así podía ver el campamento reflejado en sus ojos. Bella sintió que su cuerpo comenzaba a arder y estaba segura de que no tenía nada que ver con el calor del desierto.
-Sí. Hemos traído tiendas si quieres dormir en una.
-No, quiero ver las estrellas -respondió Bella.
-Dormiremos apartados de los otros hombres -dijo Edward y su sonrisa dejaba ver que la respuesta de ella lo hacía sentir orgulloso.
-¿Y no será eso un problema? -preguntó ella ruborizándose al recordar la promesa que le hiciera Edward antes.
-Ningún hombre dejaría que su esposa se acostara cerca de otros y que pudieran verla mientras duerme -contestó Edward alzando una ceja en un gesto muy aristocrático.
-Eso suena muy...
-¿Primitivo? ¿Posesivo? Soy todo eso respecto a ti, Mina.
Y sus palabras le parecieron a Bella las más adecuadas rodeados del desierto y con un cielo rebosante de relucientes estrellas sobre sus cabezas. Aquel hombre era un guerrero por el que ella había dado su vida, y sabía que siempre la protegería.
-¿Cómo? ¿No vas a discutir? -preguntó a continuación Edward al ver que Bella guardaba silencio.
-¿Cómo podría discutir con un hombre que me ha prometido un masaje?
Durante unos segundos, Edward pareció desconcertado. Solo fue un momento, pero lo suficiente. El deseo entre ambos era mutuo; un sentimiento vivo y palpable, cada vez que la tomaba entre sus brazos, a diferencia del amor que Bella sentía.
-Creo que es hora de retirarnos -dijo Edward y, mientras hablaba, sus ojos refulgían con un fuego interior.
Al poco, se alejaron de los demás llevando con ellos los sacos de dormir. Edward rechazó los ofrecimientos de ayuda por parte de sus hombres diciendo que si no era capaz de prepararse un sitio para dormir en el desierto no era digno de ser su jeque. Sus hombres asintieron con solemnidad, complacidos con su jefe.
-Una cosa, Mina -dijo tendiéndole la mano.
-¿Qué?
-Esta noche no podrás hacer ruido. Ni un solo ruido, mi Bella.
-Ni uno solo -prometió ella con voz apenas audible.
Bella no hizo ruido cuando Edward la desnudó y después se desnudó él. Consiguió mantenerse en silencio cuando notó que él mantenía su promesa de relajarle los músculos. Incluso reprimió los gemidos de placer cuando Edward comenzó a chupar sus pezones hinchados al tiempo que su mano buscaba el rincón más oculto entre sus muslos.
Él continuó jugando con los pliegues húmedos hasta que vio que ella no podía aguantarlo más. Le mordió con más fuerza en un intento por controlar los gemidos. Finalmente y tras atormentarla durante lo que le habían parecido horas, Edward la tomó por las caderas y la penetró con un movimiento suave. Esa vez, Bella enterró la cara en el cuello de Edward para ahogar los gemidos y apretó los dientes para ahogar los jadeos de satisfacción.
Tumbados con los brazos y las piernas entrelazadas, permanecieron en esa posición hasta que la brisa de la noche se hizo más fresca. Edward se incorporó y subió la cremallera de los sacos.
A la mañana siguiente, cuando despertó, Edward ya estaba vestido, afortunadamente.
-Buenos días, Mina.
-Buenos días -contestó ella sentándose y restregándose los ojos.
-Te he dejado dormir todo lo posible, pero debemos partir en breve si queremos llegar al próximo oasis al atardecer -dijo Edward con aquella voz profunda suya tan sensual.
-No tardaré. Dame diez minutos.
-Diez minutos -contestó él dándole un beso.
Bella lo vio alejarse entre la vegetación exuberante, ansiosa por que la tocara. Decidió que sería mejor dejar el deseo para más tarde y levantarse. El aire de la mañana era fresco, casi demasiado, al no haber salido aún el sol. Mientras terminaba de arreglarse, Bella quedó fascinada por la forma en que su marido guardaba en su interior la majestuosidad de su tierra.
Edward era el hielo y también podía ser el fuego. Desde que llegara a Zulheil, Bella había experimentado ambas sensaciones. Cuatro años antes, nunca había visto el hielo. Tal vez solo había conocido parte del hombre. Cuatro años antes... cuatro años perdidos. De repente, ansiaba saber qué había vivido Edward en esos cuatro años perdidos. Lo ansiaba tanto que le dolía físicamente. Edward había rechazado todo intento por su parte de hablar del pasado, pero ella sabía que hasta que no lograran hablarlo, no encontrarían la paz.
-Mina, ¿estás lista? -la llamada de Edward la sacó de su ensimismamiento. Su calidez fue como una flecha en su corazón. Necesitaba saberlo todo, pero no podía soportar la idea de romper la armonía reinante entre ambos cuando sacara el tema del pasado a colación.
-¿Nos vamos ya? -dijo ella saliendo de su escondite de hojas. Exceptuando la hierba aplastada, nada indicaba que hubieran pasado la noche en el suelo del desierto.
-No quiero matarte de hambre.
El eco de su voz la llenó por completo. Se alisó los pantalones con una inexplicable timidez.
Incorporándose de su postura apoyado contra el tronco de una palmera, Edward observó la postura molesta de Bella con un inequívoco aire de posesión. A Bella se le cortó la respiración. Cuando Edward alzó la vista, Bella pensó que le faltaba muy poco para rogarle que la tomara allí mismo.
Edward la llamó haciéndole un gesto con el dedo.
Algo en su interior protestó por aquella forma tan arrogante de dirigirse a ella, pero por otro lado lo necesitaba con urgencia. En vez de abandonarse a la tentación, se apoyó una mano en la cadera y copió el gesto, con un atrevimiento que no parecía fuera de lugar.
Los dientes de Edward relucieron cuando este sonrió. Para sorpresa de Bella, su marido respondió a la orden y se colocó frente a ella, tan cerca que sus pechos rozaban el torso de él cada vez que tomaba aire.
-¿Qué vas a hacerme, esposa mía?
Ya lo tenía donde quería y, sin embargo, no sabía qué decir.
La repentina timidez de Mina lo dejó realmente sorprendido. Acarició con un dedo la mejilla de ella y esta agachó la cabeza pero levantó su mano y la puso sobre la de él. Edward sonrió entonces y dobló un poco las rodillas para ponerse al mismo nivel que ella. Bella quedó sorprendida y Edward comprobó entonces que la mirada de su esposa estaba ensombrecida por algo.
Edward se irguió, con todo su poder. Sabía que Bella estaba ocultando algo.
-¿Qué es lo que te preocupa? -continuó
Bella retiró la cabeza de un golpe. Cabellos color marrón danzaron en manos de Edward mientras que los ojos chocolate de Bella mostraban la angustia que sentía al haber sido descubierta.
-¿Qué quieres decir? Estoy bien.
Pero aquella pequeña mentira no hizo sino aumentar la determinación por parte de Edward. Quería saber qué ocultaba su esposa. En lo que a Bella se refería, Edward había aprendido que tenía que seguir sus instintos. Bella despertaba en él su lado más salvaje y primitivo, un lado que podía ser peligroso si no conseguía mantenerlo bajo control. Poseer a Bella por completo era el pago que su lado salvaje quería después de cuatro años de aprisionamiento.
-Soy tu marido. No me mientas. Respóndeme -dijo él tomándola de las manos. La última vez que le había ocultado algo, había sido cuando se marchó de su lado. y casi lo había destrozado. No creía que pudiera sobrevivir una segunda vez.
-Llegaremos tarde -alegó ella.
-Esperarán -contestó él con voz ronca, consciente de su vulnerabilidad frente a ella.
-Este no es lugar -dijo ella poniéndole las manos en el pecho y empujándolo.
-Vas a responderme.
-Eres tan arrogante a veces que me dan ganas de gritar -dijo ella con los puños apretados.
La explosión casi lo hizo sonreír. Le encantaba el temperamento de
Bella. Pero saber que estaba ocultándole algo frenó el intento. Su madre le había ocultado su enfermedad y el precio que había tenido que pagar fue que nunca pudo decirle adiós... o tal vez más cosas. El secreto de Bella podría costarle perder a su mujer.
-Simplemente voy por lo que quiero.
-Y yo también -dijo ella con fiereza-. Por eso regresé aquí, por ti.
-Y te quedarás -no pensaba darle otra opción-. ¿Acaso esta tierra primitiva está empezando a perder sus encantos?
-No, pero me estás volviendo loca con tantas preguntas.
-Respóndeme y no te preguntaré más.
La respuesta de Edward, totalmente lógica, la hizo apretar los dientes. Sus magníficos ojos marrones lanzaban rayos contra él.
-Te lo contaré más tarde.
-Ahora -contestó él.
Edward seguía con las manos entre los cabellos de Bella y así permaneció, manteniéndola a ella en su lugar también. Ella miró hacia otro lado. Luchaba por liberarse pero no podía escapar a ningún sitio en aquella vasta tierra que se extendía ante ellos. Frente a él, Bella tomó conciencia de que estaba en desigualdad de condiciones.
-Te estás aprovechando de tu fuerza -dijo ella en tono acusador.
-Aprovecharé todo lo que tenga a mano -contestó él. Sabía que no la perdería, no podía hacerlo. Tenerla junto a él era tan necesario como el aire que respiraba.
Por un momento, sus miradas se cruzaron. El silencio pesaba entre ellos, la estela de las palabras implacables de Edward aún palpable en el aire.
-¿Qué importa lo que estuviera pensando? -dijo Bella, que se agarraba a un clavo ardiendo y él lo sabía. Consciente de su victoria, Edward endureció la expresión de su rostro.
-Me perteneces, Mina.
-Estaba pensando en el pasado -Bella suspiró en señal de rendición.
-¿Y por qué piensas en ello?
-No puedo evitarlo, no cuando está presente entre nosotros -contestó ella con expresión seria y palabras apasionadas.
Tal y como Bella había imaginado, la mención del pasado ensombreció la alegría de la mañana. Edward ya no sonreía, frente a ella estaba aquel guerrero del desierto de rasgos duros. No negó las palabras de ella, y el silenció cayó sobre ellos hasta que Bella no lo pudo soportar más. Posó una mano sobre el brazo de Edward cuyos músculos se mostraban inflexibles.
-Cuatro años, Edward -continuó Bella mostrando al desnudo sus emociones-. Hemos estado separados cuatro años y no quieres compartir conmigo ni lo más mínimo de lo que has vivido en ese tiempo.
-¿Qué quieres saber? -preguntó él con el rostro aún más ensombrecido.
La pregunta la dejó desconcertada. Esperaba una dura reprimenda o incluso frío rechazo. Por un momento, la sorpresa la dejó sin palabras, pero de pronto las ideas salieron a borbotones de su garganta.
-¡Cualquier cosa! ¡Todo! Ignorar lo que has vivido en estos años es como tener un agujero dentro de mí, un lugar en el que faltas tú.
-Fue tu elección.
-¡Pero ahora he hecho otra elección!
Por toda respuesta, Edward giró levemente la cara. -Por favor -rogó Bella a continuación.
Edward la dejó en libertad entonces. Sorprendida, perdió un poco el equilibrio. Edward retrocedió un paso y la miró desde las sombras que planeaban sobre sus ojos.
-Fui objeto de un intento de asesinato por una organización terrorista cuando regresaba de Nueva Zelanda.
-¡No! ¿Te hicieron...?
-No les salió bien -Edward negó con la cabeza en respuesta a la pregunta que Bella no se atrevía a formular. Se apoyó entonces en el tronco del árbol y Bella sintió un aislamiento casi abrumador.
-¿Siguen activos?
-No. Contaban con el apoyo de un gobierno que fue derrocado hace dos años. El nuevo gobierno es amistoso y no apoyará grupos de ese tipo.
Bella pensó que Edward estaba tratando de calmar el dolor de ella y eso le dio valor para continuar, aunque el tono gélido de su voz la ordenara mantenerse a distancia.
-¡Pero te ocurrió una vez!
-Sí, me consideraron débil y un objetivo fácil porque una mujer me había doblegado -contestó él. Un golpe brutal que debería haberla hecho retroceder.
Bella quería gritar de agonía. Casi lo había perdido... y en ese momento comprendió que su misión sería mil veces más difícil de lo que había imaginado. Tal vez incluso imposible. La noche anterior, había empezado a comprender hasta qué punto el honor y el orgullo de su marido estaban enraizados en su naturaleza privada. Su fuerza como líder, como guerrero, había sido cuestionada porque se había permitido sentir. Y no perdonaría a la mujer que había sido la causa del insulto.
La llamada de uno de los guías rompió el incómodo silencio.
Edward respondió sin quitar la vista de Bella, la mirada inescrutable. Las sílabas sonaron bruscas y guturales, como si él también estuviera tratando de contener sus emociones.
-Tenemos que irnos.
Bella asintió aún llena de asombro. Lo siguió hasta el campamento central no muy segura de su autocontrol. Le dio algo de comer y al ver que ella no se movía, se inclinó para decirle algo al oído.
-Come, Mina, o te pondré sobre las rodillas y te daré yo de comer.
Y lo creyó. Se apresuró a desayunar. Ella también tenía su orgullo.
Edward levantó a Bella con cuidado y la ayudó a montar en el camello cuando terminó de desayunar. Era obvio que se estaba obligando a ingerir la comida pero él se mantuvo firme con ella: necesitaba comer si quería resistir el viaje a través del desierto. No permitiría que descuidase su alimentación.
A continuación montó él detrás de ella cuidando de no empujarla. Bella se había mantenido en silencio desde que él le hubiera revelado lo del atentado terrorista. No le gustaba verla tan callada. Su Bella era una mujer apasionada, vivaz y llena de alegría. Era consciente de que su dureza con ella había provocado aquel distanciamiento. Le había hablado con ira, pero no sabía cómo acercarse a ella de nuevo.
-Agárrate -dijo, en el momento en que el camello se levantaba, aunque no era necesario: la sujetaba fuertemente con su brazo. Nunca la dejaría caer, nunca dejaría que le ocurriera nada.
Ella se sujetó en el brazo de él pero se soltó en cuanto el camello se hubo levantado. El turbante blanco que llevaba permitía ocultar el rostro y aquello era muy frustrante para él. Necesitaba que hablara. Un jeque no necesitaba a nadie. Un hombre sería un necio si necesitara a una mujer que le había mostrado deslealtad. Lo que le ocurría era, simplemente, que se había acostumbrado a su presencia y a su voz. No era más que eso.
-¿Vas a estar enfurruñada todo el día? -preguntó Edward consciente de que estaba siendo injusto con ella, pero incapaz de detenerse. Quería que le plantara guerra, que sintiera algo en su interior, aunque fuera ira.
-No estoy enfurruñada -respondió ella con un toque de su acostumbrada pasión.
Algo en el interior de Edward que no quería reconocer se ablandó ante la respuesta. No estaba tan mal.
-Es mejor que sepas la verdad.
-¿Te refieres a que nunca volverás a dejar que me acerque a tu corazón?
La pregunta directa casi consiguió descolocarlo.
-Efectivamente. No volveré a ser un objetivo tan fácil por segunda vez.
-¿Objetivo? -repitió ella con voz apenas audible-. Esto no es una guerra.
-Es peor -contestó él arrugando la boca.
Tras el abandono por parte de Bella, apenas si había logrado restablecerse. La había amado más que a los desiertos de su adorada tierra, pero había sido precisamente el carácter salvaje del desierto el que lo había ayudado a curar las heridas que la ruptura le había infligido.
-No quiero pelearme contigo.
Sus palabras lo calmaron un poco.
-Ahora me perteneces, mi Bella. Para siempre. No hay razón para que nos peleemos otra vez -contestó Edward. No volvería a confiarle su corazón pero tampoco la dejaría marchar.
Para siempre. Bella apoyó la cabeza en el pecho de Edward y se tragó las lágrimas. En otro tiempo se habría arrastrado sobre cristales rotos por escuchar algo así, pero ya no era suficiente. Estar unida para siempre con un Edward que no la amaba y que nunca la amaría no era suficiente.
Los obstáculos que se alzaban en su camino habían alcanzado proporciones increíbles. Convencer a Edward de su lealtad hacia él no sería suficiente. Podría ser que la perdonara algún día por no haber luchado por su amor ante su familia, pero dudaba mucho que fuera fácil. Lo que se preguntaba Bella era si podría perdonarla por el golpe que le había asestado a su orgullo de guerrero.
Y más aún: se preguntaba qué pasaría si hubiese un tercer golpe cuando le desvelara su secreto, el que le había roto el corazón cuando era una niña.
El pánico amenazaba con hacerle perder el control. ¡No podía dejar que nadie supiera que era ilegítima! Nadie humillaría a su esposo. Solo su familia lo sabía, y ellos valoraban demasiado su posición social para dejar que se supiera.
«¿Crees que tu príncipe se casaría con una chica que ni siquiera puede nombrar a su padre? Sigue soñando, hermanita».
Cuatro años antes, Jesica había hurgado en su punto débil y después le había arrojado sal. Bella aún no se había recuperado de aquel golpe pero sabía que su hermana tenía razón. ¿Cómo podría aceptarla Edward, y mucho menos amarla, si sus padres adoptivos no lo habían hecho?
No podía creer que la ceremonia nupcial la hubiera abrumado tanto como para olvidar un detalle crucial que la convertía en la peor elección para él. Cuando solo tenía dieciocho años, había planeado decírselo... hasta que su hermana le había tirado a la cara cuáles serían las consecuencias. Había creído a su hermana y había guardado el doloroso secreto y después su familia lo había utilizado para hacerla desistir de su capricho.
-Tendrás que hablar conmigo -ordenó Edward sacándola de sus turbulentos pensamientos.
Bella sonrió y dejó que la esperanza de su habilidad para infundir amor en aquel complejo hombre, inundara su corazón. La lucha sería más dura, ¿y qué? Casi había muerto en el intento de vivir lejos de él, así es que mientras hubiera la más mínima esperanza, mientras a su pantera le gustara hablar con ella, mientras siguiera tocándola con esa ansia devoradora, perseveraría.
Tal vez un día confiara en ella lo suficiente, la amara lo suficiente como para aceptarla por completo pero hasta entonces, guardaría el secreto que tan desesperadamente necesitaba compartir, la angustia que necesitaba vencer con ayuda de su amor incondicional.
-Dime -continuó Edward con tono calmado pero decidido.
-¿Qué?
-Dime exactamente lo que querían que hicieras. Mina -el enfado de Edward comenzaba a hacerse evidente-, te digo que el pasado es el pasado. Si no quieres pelear, no hablaremos de esto -dijo Edward moviéndose en el asiento para adaptarse a las riendas que llevaba en la mano izquierda.
-¿Y se supone que tengo que obedecer ese decreto sin hacer preguntas? -espetó Bella incapaz de dejar pasar una arrogante presunción como esa.
-Nadie se atreve a cuestionar las órdenes del jeque -dijo él después de un largo silencio.
-Eres mi marido.
-Pero tú no te comportas como la esposa sumisa, como deberías.
Su tono de voz se mantuvo neutral, tanto que Bella casi pasó por alto la intención irónica. La estaba pinchando para hacerla saltar, pero su voz no era fría, como lo había sido en el oasis. Bella decidió continuar con su búsqueda de la verdad a pesar de que Edward la hubiera perdonado ya por el dolor que le hubiera podido causar al recordarle el pasado. Edward siempre se iba a negar a hablar del pasado, y si ella no perseveraba nunca solucionarían el problema. Un hombre tan fuerte como él necesitaba una mujer que a veces cuestionara sus órdenes, no que se rindiera ante sus deseos sin luchar.
-Si lo que querías era sumisión, deberías haberte comprado una mascota para que te hiciera compañía-respondió ella pero evitó decir que una mujer sumisa lo habría aburrido a la semana de estar casados.
-No, Mina, no necesito una mascota. No cuando te tengo a ti para hacerme compañía -dijo él abrazándola con más fuerza.
Y al tiempo que lo decía, el brazo que la rodeaba por debajo del pecho cobró vida, acariciándola sin aparente movimiento.
-No -contestó ella con voz firme, aunque el deseo la estuviera recorriendo como lava ardiente.
Él deslizó la mano hasta presionarle el estómago. A continuación, y sin previo aviso, habló.
-Nos detuvimos en Bahrain a nuestro regreso, por asuntos diplomáticos. De camino desde el aeropuerto, mi coche quedó separado del resto de la corte entre dos camiones.
-¿Jasper?
-Yo no era la mejor de las compañías en ese momento -la tranquila respuesta de Edward profundizó más en la herida que ella ya sentía en el corazón-. Jasper iba en el coche de cabeza con dos guardaespaldas y otros dos iban en el coche que seguía al mío.
-¡Ibas solo! -exclamó Bella levantando instintivamente sus manos de la silla y asiendo con fuerza las de él.
-Nunca estoy solo, Mina -sus palabras se parecían mucho a una queja. Incluso un jeque necesitaba intimidad a veces-. Mi conductor es un guardaespaldas bien entrenado.
-¿Y qué ocurrió después? -preguntó con el alma encogida ante la idea de que aquel incidente pudiera haberla privado de Edward para siempre.
Edward se inclinó y retiró el turbante de Bella para poder hablarle al oído. Se alegró de que fueran a la cola de la caravana.
-Nos ocupamos de ellos -dijo él y su aroma varonil se extendió sobre ella, una experiencia que no quería dejar pasar.
-¿Eso es todo lo que vas a decirme? -protestó Bella disgustada por la forma en que Edward volvía a distanciarse.
-No hay mucho más que decir. Se trataba de fanáticos religiosos de una nación en guerra que querían acabar conmigo con sus propias manos, sin armas. Yo vencí a tres y mi guardaespaldas a otros dos -contestó él acariciándole el cuello, un gesto tan familiar ya que casi se le saltaron las lágrimas.
-¿Y los otros guardias se ocuparon del resto cuando lograron pasar a los camiones?
-Tienes la piel demasiado clara -dijo Edward cambiando de tema y retirándose de ella.
-Tal vez me ponga morena -replicó ella.
-Ya hemos tenido bastante de esta conversación. Hablaremos de otras cosas.
Bella podría habérselo discutido, pero Edward ya había dicho bastantes cosas sobre su vida desde que se negara la primera vez. No debía presionar demasiado.
-De acuerdo.
-No te creo -dijo él con un tono tremendamente varonil.
-¡Maldito seas! -dijo ella recuperando el tono de broma que tuvieran antes de las revelaciones en el oasis. Bella necesitaba sentir que Edward se sentía feliz, que había esperanza en su risa.
-¿Cómo te encuentras? -preguntó él.
-Hace un día precioso. Un día para estar feliz -contestó ella pensando que se refería a la reciente discusión.
-Me refería a cómo se encuentra tu precioso trasero.
-Compórtate -le dijo ella dándole un codazo.
Ya no quedaba rastro del tono helado. Al contrario, el fuego de la pasión los rodeaba. Bella se tragó agridulces lágrimas de alegría. Ya no habría más dolor en aquel día glorioso. Fingiría que el mundo era perfecto y que el hombre que la sujetaba con tanto cariño también la amaba.
Sin embargo, aquella noche, Bella no podía seguir fingiendo que no le pasaba nada, no cuando tenía el corazón a punto de quebrarse por el peso.
-¿Te parece bien que me retire temprano esta noche? -le preguntó a Edward. La luz de la lumbre que tan romántica le había parecido la noche anterior, en ese momento le estaba provocando escozor en los ojos.
-¿No quieres quedarte? -preguntó él mirándola por encima del hombro desde su posición protectora ligeramente delante de ella.
-Estoy cansada. Esto es nuevo para mí -confesó ocultando así una verdad detrás de otra.
Su marido se movió hasta situarse junto a ella. Entonces, para su sorpresa, la empujó para que se sentara como él. Edward raramente la tocaba en público. Ella aún no había encontrado el valor para preguntarle si se debía a que no quería hacerlo, o a la circunspección que requería su posición.
-Lo siento, Mina. Nunca te quejas y por eso se me olvida que este viaje debe estar siendo muy duro para ti -dijo él Y sus palabras cayeron sobre ella como una lluvia fresca de caricias.
Ella apoyó la cabeza contra su hombro y se dio cuenta de que parte de su dolor interno había desaparecido. El la abrazaba como si realmente le importara.
-¿Se supone que tengo que quedarme porque soy tu mujer?
El brazo musculoso de Edward se tensó alrededor de ella al empujarla un poco más cerca de él, eliminando de esa forma cualquier pequeño resquicio que pudiera haber entre sus cuerpos.
-Tu inteligencia es una de las razones por las que eres mi esposa -murmuró-. Mi pueblo juzga a todos los que no son de aquí. Es un fallo nuestro y al mismo tiempo es algo tan característico de Zulheil que puede que sea nuestro sello personal. Nos cuesta confiar.
Bella lo había sabido desde el día que lo conoció.
-Y aun así, ellos te han aceptado porque eres la mujer que yo he elegido como esposa -continuó Edward mirándola a los ojos-, y tú recibirás por su parte obediencia, y el respeto que recibas estará determinado por un montón de cosas, entre ellas tu habilidad para soportar la dureza de esta tierra.
Bella comprendió lo que él trataba de decirle tan indirectamente. El honor de su esposo estaba profundamente unido al suyo, un frágil vínculo que podría hacerse pedazos como ya había ocurrido una vez y alejar para siempre la relación que apenas acababa de reencontrar.
-Me quedaré.
El respondió rozándole brevemente la mejilla con su mano libre y sin dejar de mirarla de una manera fiera que a ella le parecía orgullo. Bella tragó con dificultad. Al desviar la vista, observó las sombras mágicas que las llamas oscilantes creaban en el rostro de Edward. Tenía un rostro hermoso y peligroso a la vez. Una pantera descansando momentáneamente. Un guerrero descansando entre su gente.
0 comentarios:
Publicar un comentario