Capítulo 27: Navidad una época de amor y paz
Edward
— Yo lo siento…
— No puedes hacerme esto, ¡No lo merezco!
— Estoy practicando la honestidad
— ¿No podrías haber elegido otro momento para practicar tu honestidad?
— No
—¡Maldición! ¿Por qué hoy, por qué a mí?
— Porque contrario a lo que piensas, tú la mereces. Mereces que sea hoy, que sea ahora y no después cuando ya no tenga objeto.
No sabía, en realidad, que más decirle o como actuar, así que opte por guardar silencio. Simplemente permanecí allí encarando su mirada sincera sin articular ninguna palabra arrebatada, sin discutir nada incluso por la forma en que la miraba pensé que era un sueño, un mal sueño, uno del cual iba a despertarme en cualquier momento a salvo en la seguridad de mi hogar pero no fue así.
A pesar que espere porque su voz, su esencia llegará a mí y me murmura al oído que despertará aquello jamás sucedió, yo ya estaba despierto y era real lo que estaba viviendo.
Sin embargo ahora no podía ocultar mi nerviosismo y aunque trataba de parecer calmado, lo cierto, era que había solo a una persona a la cual no podía engañar.
— ¿Edward qué sucede? —me preguntó Alice acercándose hasta mí.
— ¿Por qué? —le pregunté girándome para darle la cara, sus ojos, iguales a los míos se iluminaron ante lo obvio.
Enarcó una ceja y miró a todos lados, entonces, caí en cuenta que yo había sido demasiado obvio. A lo lejos contempló lo que yo había advertido solo segundos antes. Notó un cuerpo en la distancia, la notó a ella.
— ¿Piensas acercarte? —me preguntó en un suspiró frunciendo el ceño.
— ¿Debería? —murmuré en respuesta.
— Honestamente no lo sé —confesó mirando hacia atrás de mí.
— ¿Tan molesta está conmigo? —inquirí otra vez mirando hacia ella, en la lejanía.
— ¿Qué crees tú? —me preguntó de vuelta y medio sonreí.
Alice puso mala cara de inmediato. Apretó sus facciones. Ella se había convertido con los años en algo más que mi hermana, era algo así como mi conciencia, nuestra conciencia.
— ¿Qué acabo de agotar su infinita paciencia? —contesté en un soplido avergonzado.
No fue necesario que Alice asintiera ni que dijera nada, tenía claro que, había extralimitado esa virtud adquirida con los años y que ahora ella poseía.
— Deberías traer una ofrenda de paz —aconsejó al cabo de unos minutos de eterno silencio apoyándose en la cajuela de mi vehículo.
Trepó a ella con tanta facilidad que me recordó a cuando éramos unos niños. No es que Alice fuera una anciana, nuestra diferencia era sólo por cuatro años, así que no me convenía pensar en ella como una vieja pero tampoco éramos dos adolescentes.
— ¿Un collar tal vez? —exclamé al aire ladeando mi rostro y recordé que ella tenía millones.
— ¿Crees que un collar la haría feliz? —me preguntó irritada.
— Dejarás de contestarme con preguntas, en verdad necesito tu ayuda y hasta ahora lo único que he conseguido son más interrogantes que respuestas —exclamé impaciente con su afán conciliador.
— Edward, lo que necesita tu esposa no es un collar, no es un regalo, cuando hablé de una ofrenda de paz no me refería a algo material —aclaró y entonces me perdí.
No sabía ni tenía la más remota de las ideas de cómo enfrentar mi primera pelea conyugal, había pasado por montones de peleas, muchas, con distintos actores en distintas situaciones. Pero hoy, no podía simplemente pedir perdón. Perdón por ser un insensible, perdón por causarle dolor, perdón por hacerle sufrir de aquella manera, perdón y mil perdones. Suspiré.
— ¿Y bien? —inquirió mi duende favorito con la mirada fija en mí
— ¿Podrías? —le pedí y ella asintió sonriéndome.
— Diez minutos Edward, si no logras que ella vuelva contigo te quemaré —amenazó haciendo de su sonrisa una expresión macabra.
Eran diez minutos, ¿Serían suficientes?
Tanya
Seguía siendo atractivo, sin duda, Edward era el hombre más atractivo que yo hubiera conocido jamás, los años le daban un cierto aire maduro, místico y varonil que me fascinaba. Era como si hubiera sido ayer cuando le conocí. La sonrisa ladina se plasmo en mi rostro aunque traté de ocultarla y vaya que luche por opacarla, lo hice con todas mis fuerzas. Lentamente mientras se aproximaba bajé la comisura de mis labios, ahora torcidos hacía arriba formando aquella evidente sonrisa, pero solo conseguí formar una mueca imperfecta de seriedad. Por lo que ¡desistí!
— yo... lo siento, de verdad —comenzó a decirme y entonces quise arrojarme a sus brazos y asegurarle tantas cosas como por ejemplo que a mi no me importaba pero en el fondo sabía que no era así.
— Quisiera creerte juro que lo intento pero aún así… —exclamé y callé.
Detrás de él, dos pequeñas olivas verdes me enfrentaron y me desarmaron por completo. Enmudecí.
Dos, esa siempre había sido mi constante y hoy se reafirmaba. Habían sido y aún eran solo dos personas las capaces de lograr ese efecto en mí: él y aquel pequeño personaje parado detrás de sus varoniles y hoy maduras piernas.
Las manos de Edward se fueron de inmediato hasta la parte en que otras dos pequeñas pero también varoniles manos lo sujetaron.
— ¡Alice! —reclamó enseguida sonriendo al pequeño junto a él — que haré con ella —murmuró divertido, alzando en su regazo mi pequeño gran gigante.
En un momento de descuido y con una rapidez impresionante se llevó sus deditos hasta su boca y cuando me percaté que tenía arena entre ellos me abalance sobre él para impedirlo.
— ¡No! —decreté tomando entre mis manos las suyas, sujeté firme y él tendió a retirar su mano de mi opresión con un leve tirón.
Sus labios se curvaron en un puchero dispuesto a largar el llanto en cualquier momento. Me miró desconcertado.
— Están sucias —evidencié y aquella mirada infantil se desconcertó aún más.
— Tanya no importa lo harás llorar —advirtió Edward — No le pasará nada ¿No recuerdas que ya ha comido tierra? —me preguntó como si lo que acaba de suceder fuera de ocurrencia ordinaria.
¿Así que sí el mi pequeño consuelo comía tierra también debía comer arena?, me reí pero procuré apagar la sonrisa apenas brotó de mis labios.
— Te demoraste, pensé que no vendrías —advertí y observé atenta aquella infantil mirada aguamarina.
— ¿Crees en la absolución? —musitó bajito, entonces recobré la cordura.
— No soy yo quién debe creer en ella Edward, esta vez debes ser tú quien crea en ella —aclaré tomando al pequeño retoño entre mis brazos.
Lo arrebaté de los brazos de su padre con tal ligereza y sin ningún remordimiento que se me contrajo el corazón al hacerlo pero era necesario.
— ¡Tanya espera! —me pidió en un grito desesperado y entonces me giré para encararlo
— ¿Acaso no querías tu absolución? —le pregunté y él me miró confundido — Ve por ella —indiqué y corrí con el pequeño en mis brazos.
Bella
Diciembre era un mes frío, no solo por el clima sino por todo, demasiados recuerdos habían ocurrido un mes como esté muchos años atrás aunque como era de preveer para solo una persona era perfecta esta época del año. La idea central era pasar las festividades en familia, esa había sido la idea básica pero el destino tenía preparado otra cosa distinta y allí estaba yo, una vez más siendo una vil marioneta del antojadizo destino. De pronto sentí una ráfaga de viento en mi rostro y una piel tibia cubrir mis ojos, me cegó.
—Mi amor —susurró contra mi oído, me sonreí, sentir la tibieza de su aliento despertó todo y cada uno de mis sentidos, incluso los más básicos. Era un hecho yo le amaba con locura y lo necesitaba desesperadamente.
Estar casada había sido sin duda el paso más grande y el más ambiguo de todos, mi inseguridad se había plasmado en varias de mis decisiones anteriores y no había estaba segura de aquello sino hasta mucho después de aquel día en que dije "sí acepto". Aquella vez, en aquel prado frondoso, bajo un tenue sol de verano no hubo arrepentimientos.
Quién más que yo para saber que muchas veces no hay un "vivieron felices y comieron perdices", esas palabras para mi se habían convertido en falacias imaginadas por la gente, consuelos de pocos e ideas de quienes añoran darle un sentido a sus vidas, sin enfrentar la verdad cuando se es dolorosa. ¿Acaso era bueno tener un final feliz inmediato pero breve que un final triste momentáneo pero feliz de manera eterna?
Al final de camino aquellas reflexiones tal vez carecían de sabiduría pero solo podían ser entendidas por quien, al igual que yo, hubiera vivido tragedias y agonías. Eran mis reflexiones luego de pecados inconclusos, luego de decisiones acertadas, luego de entrega y sacrificio. Luego de amar de verdad y no de mentira. Hoy podía decir que yo había encontrado mi sacrificio junto a mi entrega. Por primera vez era feliz sin reservas, aunque esa felicidad no significaba miel sobre hojuelas.
—Mi amor —insistió sin quitarme sus hermosas y calidas manos de la vista, estaba detrás de mí, su cuerpo apegado a él mío y ese contacto tan próximo, tan cercano, tan íntimo estaba haciéndome sucumbir.
No le contesté de inmediato, sino que guarde silencio apropósito, de hecho bajé mis manos y deje de tocar aquellas manos que me habían tocado de una y mil maneras distintas, todas ellas haciendo gala de elegancia y sutileza, de amor y comprensión, de compañerismo y también de deseo. Demostrándome que todo vale la pena en esta vida, cada lágrima, cada llanto, cada sufrimiento tiene su recompensa, es un justo equilibrio y el más bello de todos los consuelos: Amor incondicional y sin reservas. Me quede impertérrita parada en la mitad de la nada donde me encontraba, sostenida solo por él y por el viento que bailaba a nuestro alrededor.
Él guardó un sabio silencio. Hasta hacía unos cuantos años yo había jurado amar a alguien y hoy me arrepentía de haber usado ese verbo en aquel entonces. Debía haber sabido que aquel sentimiento era restrictivo, no se entrega a cualquiera ni por cualquier cosa, yo no había sido exhaustiva sin embargo, la vida se había encargado de darme un sabio castigo. ¿Cómo amar cuando no se ama? ¿Cuándo no se sabe amar?
Yo amaba hoy al hombre que me sostenía, al hombre que esperaba paciente por mi respuesta, a aquel que hoy estaba frente a mí a pesar de todo yo le amaba. Amaba a aquel compañero de todos estos años, aquel que había logrado salvarme del mundo pero por sobre todo de mi misma. Aquel que había vencido todas las barreras, que había logrado despertar ese sentimiento que yo había creído tener alguna vez y que había perdido en un crepúsculo cualquiera. Después de todos mis dramas, de todas mis trancas, a pesar de todos los presagios y creencias yo había encontrado a alguien a quien amar, al igual que él quién también había encontrado a su otra mitad.
Frente a mi había alguien que me amaba de manera racional pero incondicional. Era mi todo, mi complemento, mi amigo, mi confidente, mi amante, mi pecado más carnal.
Este matrimonio no había sido mi primer intento, por lo mismo no llevábamos mucho de casados y aunque nunca pase más allá del altar, en un comienzo, finalmente con él había dicho "Si acepto" y lo había dicho feliz y conciente que esta vez sería para siempre puesto que era una aceptación sin reservas, sin condiciones, sin restricciones. Era una aceptación de verdad.
—Bella, mírame —balbuceo y giró mi cuerpo para encararme.
En el segundo exacto que sus manos se quitaron de mis ojos se fueron directo a mi vientre. Sentí como mi hijo no nato se movió ante el contacto de su padre. Una sonrisa se vislumbró en ese rostro que me había cautivado de una manera especial y diferente.
Acarició mis entrañas con una devoción impensada, deslizo sus dedos por el contorno que sobresalía de mi cuerpo y que estaba formado por el producto de nuestro amor. Ante aquellas caricias me rendí cuan pecadora era, sucumbí ante aquella mirada penetrante y expectante. Ante aquella mirada que yo amaba de verdad.
La comisura de sus labios se torció en una sonrisa exquisita. Él era un hombre feliz como había visto a pocos, yo era quien causaba esa felicidad y mi corazón se había regocijado por aquello, porque mis sonrisas también eran causadas por él.
El hombre frente a mí estaba feliz de tenerme como esposa, feliz de hacerme su mujer noche tras noche, feliz de haber concebido junto a mí a un hijo mutuo. Feliz porque éramos y seguiríamos siendo una familia. No alcanzó a decir nada, sus labios se separaron para hablarme pero yo de manera arrebata me lancé a sus brazos, enrolle los míos en su cuello y lo atraje hasta mí. Sus manos bajaron hacía mis caderas correspondiendo a ese abrazo cariñoso.
— Creo que tu hijo nacerá ahora —balbucee a duras penas sintiendo como una contracción recorría mi cuerpo de lado a lado.
sábado, 2 de abril de 2011
Pecados Carnales
Publicado por anita cullen en 15:15
Etiquetas: Pecados Carnales
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2 comentarios:
ooooh que tierno aunque no etendi el principio muy bien hahaha pero osea nose se ve todo muy feliz pero creo que les falto un capi espero que si o ni ya me perdi hahaha que lindo que sean felices al fin
yo perdi x k en ningun momento bella nombra a edwad ni edward a bella, si dicen mi esposo y mi esposa, per creo k esto tiene trampaa.. a ve k pasa en el proximo capi.. estoy deseand leerlo yaaa
gracias a la autora por esta maraillosa historia y a angel of tha dak po poder leerlaa y SOÑAR!!
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