Dark Chat

viernes, 25 de febrero de 2011

Corazon de Hierro

Cap. 3 Edward Cullen




—¿Lista para comenzar? —me preguntó el mayordomo al pie de la escalera, mis piernas temblaron un poco, pero tenía la sensación de que éste sería un trabajo genial.

—Sí —le dije, y comenzamos a subir.

La mansión Cullen era extremadamente elegante, su decoración era hermosa, además, tenía un estilo clásico y único. Avanzamos por las enormes escaleras que daban al segundo piso, la mansión tenía en total tres pisos y un ático por lo que William me había dicho, era enorme. Llegamos al segundo piso y fuimos recibidos por un enorme corredor lleno de puertas, él me condujo a través de él, pero cuando llegamos al final descubrí que había otra escalera que teníamos que subir, llegamos al tercer piso y una amplia sala de estar nos recibía, tenía hermosos sillones y cuadros hermosos.

—Llegamos —dijo, deteniéndose ante dos puertas enormes—. Ésta es la habitación del señor Cullen. Espéreme aquí afuera por favor —me pidió gentilmente.

—Claro —respondí con la misma cortesía.

El señor Lickwood entró en la habitación del señor Cullen, retrocedí unos cuantos pasos y admire mi entorno, estaba en un lugar que parecía sacado de un cuento de hadas. La exquisita decoración me hacia transportarme a un mundo de magia y sueños, me sentía como una princesa en un castillo. El mayordomo tardo más de lo que pensaba, debía de estar preparando al señor Cullen, unos minutos más tarde tres mucamas subieron rápidamente las escaleras y se adentraron en la habitación. Me quedé pasmada viéndolas tan atentas y sumisas, cada una subió con la mirada pegada en el suelo y se metió rápidamente a la recamara. Cuando el reloj marcaba las ocho y media la puerta de la habitación se abrió y el señor Lickwood salió, acompañado de las tres mucamas, ellas bajaron con la misma rapidez y gracilidad las escaleras.

—Señorita Swan —me llamó.

—¿Sí?

—El Señor Cullen está listo para recibirla, pase por favor.

—Gracias.

Avancé con nerviosismo los pasos que me distanciaban de la habitación, cuando llegué al umbral de la puerta lo primero que pude ver es que era un cuarto algo sombrío, la decoración que había en él era bastante minimalista y poco acogedora por así decirlo. Lo primero que nos recibió fue nuevamente una pequeña salita de estar, al fondo había un hermoso arco de madera, caminamos por la salita y cuando llegamos a los pilares del arco mis ojos se abrieron de una manera que jamás había ocurrido.

En el medio de la habitación había una enorme cama, en ella, un señor. Fijé mis ojos en su rostro y casi sonreí al darme cuenta de que era más hermoso de lo que se veía en las revistas. Mis piernas me comenzaron a traicionar, puse mi mano en una de las maderas de los arcos, no sabía si el piso se movía o yo no podía mantener el equilibrio.

Edward Cullen estaba recostado en su cama, su brillante y cobrizo cabello estaba despeinado, traía puesta una polera de color blanco muy pegada a su cuerpo. Nuestros ojos se encontraron y sentí la potencia de su mirada, sus ojos de un color verde intenso me penetraron a penas se fijaron en mi. La mirada del señor Cullen me examinó de pies a cabeza. A pensar de que estábamos en presencia de su mayordomo no disimulo en potente escrutinio de su mirada, sus ojos recorrieron cada parte de mi cara y vestimenta, sin duda estaba revisando a una mas de su personal. Sus ojos eran tan poderosos que un ardor se dispersó por mis mejillas, sentía sus ojos en mí, sabía que me estaba examinando y eso me causaba diferente sensaciones. Cuando volvió a mi cara su rostro no mostraba ninguna expresión, sus facciones eran duras y parecía no conocer alguna otra postura, sus ojos denotaban la fuerte personalidad que tenía y el carácter que lo hacia tan famoso.

—Señor Cullen —interrumpió el mayordomo, pero él seguía con sus ojos puestos en mi—, le presento a la señorita Isabella Marie Swan, ella es la nueva enfermera que se hará cargo de su cuidado.

—Buenos días señor Cullen —saludé, con mis nervios a flor de piel, el hombre que seguía mirándome no tuvo ninguna reacción. Sus ojos aún estaban clavados en los míos, bajé mi vista a mis zapatos ya que me sentía cohibida, los siguientes tres segundos se me hicieron eternos. ¡Dios! ¿Cómo podría trabajar si él me miraba de esa manera? Parecía estar buscando algo en mis ojos, pero no podía saber que era.

—William —dijo, y de inmediato levanté la vista para fijarla en su rostro, la voz que salió de sus labios me llamó la atención, era suave y melodiosa.

—¿Sí, señor Cullen?

—¿Le has explicado a la señorita Swan las normas de ésta casa? —preguntó.

—Sí mi señor, ella ya esta al tanto de todo.

—Entonces llama a Emmett para que se entreviste con ella.

—Sí señor —respondió, haciendo una pequeña referencia ante él.

—Ahora déjanos solos —pidió amablemente al mayordomo, éste nuevamente hizo una reverencia y se retiró.

El silencio se hizo incomodo, el señor Cullen estaba recostado en su cama, sus manos descansaban sobre el hermoso edredón de color amarillo, sus ojos se notaban mas verdes ante el contraste de los colores. Su mirada no se suavizó ni un poco, seguía mirándome inquisitoriamente.

—¿Piensa quedarse ahí todo el día o comenzara a trabajar? —me preguntó, con su fría mirada y un tono altivo.

—Claro que no… disculpe.

Me sentí un tanto estúpida, con una torpeza que salía sólo cuando me ponía nerviosa. Mire de reojo hacia donde estaba él, Edward Cullen por primera vez mostró un atisbo de lo que podía ser una sonrisa, su boca se inclinó hacia un lado y me mostró que su cara no estaba congelada como había pensado. Cuando me di cuenta no sabía a donde ir, me paré en seco antes de salir, me giré lentamente y me enfrenté con su rostro nuevamente, el golpe fue durísimo, la intensidad de su cara me dejo perpleja, pero sabía que no podía demostrar que era débil, apreté mis puños y contuve mis nervios.

—¿A dónde debo ir señor Cullen? —pregunté, segura de mi misma.

—¿Dónde? Bueno, si lo dice por sus cosas señorita Swan, podría dejarlas por aquí, en la sala de estar estaría bien.

—Gracias —le dije sin ninguna expresión, si ese hombre quería ser rudo yo también podría serlo.

Dejé mis cosas sobre los cómodos sillones de la pequeña salita, sentía sus ojos fijos en mi espalda, me saqué el abrigo y lo dejé junto a mi bolso, tomé el otro en el que traía los implementos necesarios para trabajar y volví a la habitación. Edward Cullen me esperaba aún en el mismo lugar, pero su rostro había cambiado un poco, una mirada de superioridad fue la que me recibió.

—¿Dónde estudio usted? —preguntó, mientras acomodaba mis implementos en una mesa en donde habían cosas de hospital.

—Northwestern —dije con voz seria.

—Buena universidad, ¿la envió Kerry?

—¿La doctora Webber? Sí, ella me envió.

—Entonces usted debe ser una excelente enfermera, sólo me enviaría a la mejor de sus filas.

—Creo que soy buena trabajadora señor Cullen, nada más.

—Modesta también, ¿acaso tiene un ramillete de cualidades escondidas? —preguntó, en un tono que no me agrado mucho.

—Sólo trato de hacer mi trabajo señor Cullen —respondí, dejando escapar un suspiro, éste hombre tenía ínfulas de rey por donde se le mirase.

—Y dígame… ¿qué calificación sacó en la universidad? —dejé caer unas cuantas cosas que sujetaba en mis brazos, no podía creer que mi nuevo jefe se preocupara además por mis calificaciones en la universidad.

—Señor Cullen —le dije, controlando mis ganas de decirle unas cuantas cosas— La doctora Webber me envió porque pensaba que le sería de gran ayuda, lo que yo…

—No le permito que me levante la voz, ésta es mi casa y usted es mi enfermera, ocupe el lugar que le corresponde. Mucho cuidado con que sus insolencias sean diarias porque no lo permitiré —dijo en un tono que me hizo estremecer, Edward Cullen era un hombre muy duro e intransigente, sin duda él no soportaba las personas que lo trataban por igual.

—Disculpe mi atrevimiento, pero usted no…

—Le vuelvo a repetir y espero sea la ultima vez, no permitiré jamás que vuelva a ocupar ese tono en frente mío, mis enfermeras son lo que son, enfermeras y nada mas, ahora le pido de favor que vaya por mis medicamentos, deseo tomármelos —apreté mis puños con fuerza y en lo único que pude pensar fue en los rostros de papá y Kate, «vamos Bella… aguanta», dije para mí. Asentí débilmente y salí de la habitación.

Cuando estuve sola en el corredor parecía que me hubieran echado sal en una herida, la voz de ese hombre retumbaba en mi mente, una rabia incontenible amenazó con salir, la figura de William apareció subiendo las escaleras y evitó que explotara en gritos.

—Señorita Swan ¿algún problema? —me preguntó con un tono preocupado.

—No —le respondí— el señor Cullen quiere tomarse sus medicamentos, pero necesito hablar con su doctor antes de administrárselos.

—Claro, ahora la venía a llamar, el Doctor McCarty está aquí.

—Muchas gracias —le dije, y mordí mi labio inferior, mi estomago se revolvió sólo con el hecho de pesar que tendría que volver a entrar en su habitación.

Me armé de valor y entré nuevamente. Cuando llegué a su habitación Edward me esperaba en la misma posición que antes, pero una sonrisa despectiva y triunfal me esperaba en su rostro, apreté nuevamente los puños al sentir que una avalancha de rabia se venía sobre mí.

—¿Los trajo? —preguntó con soberbia.

—No señor, lo lamento, pero yo no puedo administrarle nada aún —su ceño se frunció.

—¿A caso no es enfermera?

—Sí señor, pero como usted sabe no podemos administrar nada sin la orden de un medico, usted debe saberlo ¿no? —casi solté una risa triunfal.

—Vaya —bufó—, entonces hubiera preferido a un doctor, ellos me habrían servido más —mis puños nuevamente se apretaron y la herida que causaron sus comentarios se llenó nuevamente de sal, apreté mis labios y sólo pude modular un «permiso» antes de salir de su habitación.

Bajé las escaleras rápidamente y fui en busca del doctor de cabecera de Cullen. Iba con mi estomago comprimido por la rabia que sentía, ¿quién demonios se creía ese sujeto para tratar a la gente así? Él no podía ser tan despectivo y soberbio con la gente. ¡Demonios!. Llegué al primer piso y en el recibidor había un hombre que sostenía un maletín, era alto y de cabello rubio, se giró y quedé sorprendida al ver su rostro. Era corpulento y además tenía dos ojos azules que destellaban en la oscuridad, cuando me vio bajar una pequeña sonrisa apareció en su rostro, mis labios se curvaron sin que lo pensara, el solo ver su rostro te hacía sonreír inmediatamente, era un hombre extremadamente apuesto.

—Buenos días —le salude, al tenerlo a sólo unos cuantos pasos.

—Buenos días —me respondió con una voz profunda y varonil—. ¿Es usted la enfermera Swan?

—Sí, lo soy, usted debe ser el doctor MCCarty —él asintió.

—Llámame Emmett por favor.

—Está bien, yo soy Bella entonces —ambos sonreímos.

—Doctor, si gusta puede hablar con la señorita Swan en la biblioteca.

—Claro, sígueme Bella.

—Gracias —le dije a Rachel, la mucama.

Emmett caminó con una gracia poco propia para alguien de su tamaño, llegamos a la biblioteca y el cerró la puerta a sus espaldas.

—Bueno, necesito que me explique la patología del señor Cullen —dije, sentándome en uno de los cómodos sillones.

—Bella, Edward Cullen antes de su enfermedad era el hombre más sano que he conocido, de sangre y cuerpo muy fuertes. Edward jamás se había enfermado antes.

—¿Cómo ocurrió?

—Hace algunos meses viajó a Londres a ver a su familia, su hermana había dado a luz a su primer hijo y Edward era el padrino del niño. Todo marchaba muy bien, cuando regresó fue el problema, en el avión se comenzó a sentir muy mal, tanto fue que cuando desembarco aquí en Chicago tuvo que ser trasladado de inmediato a un hospital. Yo lo recibí en la urgencia y venía bastante mal, en el auto que lo traslado perdió el conocimiento y su presión venía extremadamente alta.

—¿Tuvo un derrame? —pregunté casi en un susurro.

—No, es más que eso, lo que tiene es algo bastante extraño y muy poco común.

—¿En qué consiste?

—Edward puede realizar todo tipo de actividades como caminar, saltar, pensar, pero él tiene como unas crisis de conciencia, en el momento en que menos lo esperamos Edward pierde el conocimiento cayendo en un estado casi de coma.

—¡Dios! —susurré—. ¿Pero cómo puede ser eso?

—No lo sabemos, venimos recién llegando de Houston, se le practicaron exámenes de todos los tipos y ésta semana me llegaran los resultados.

—Es como si su cerebro se desconectara por un tiempo.

—Sí, así es —no podía creer que un hombre que al parecer tenía el control en todo lo que podía, fallaba en lo mas importante, en tener control sobre su propio cuerpo—. Entonces Bella, Edward podría hacer cualquier cosa, pero cuando pasan algunas horas su cerebro parece desconectarse de todo su entorno.

—¿Es por eso que no se levanta?.

—Sí, más o menos. Yo le recomendé hacer reposo ya que nos ha pasado que muchas veces ronda por la casa y pierde el conocimiento, lo que mas nos asusta es que le pase al lado de una escalera o tal vez en el jardín, es muy peligroso que ande por ahí solo.

—¡Dios!, si que es un problema —susurré, Emmett me dio la razón y asintió.

—Entonces Bella, el tratamiento es el siguiente: Edward sólo está tomando en éste momento unos calmantes y relajantes. Lamentablemente no podemos administrarle nada más hasta que sepamos si esto se genera por alguna enfermedad.

—Entiendo.

—Tu deber en esta casa será acompañar a Edward y observar su condición, quise una enfermera ya que no sé si pueda tener algún tipo de crisis o algo por el estilo, además, necesito alguien experimentado en el caso de que se presente una emergencia.

—Sí, está bien.

—Ahora adminístrale sus medicamentos, en la planilla que está a los pies de su cama está todo su historial medico, ahí sabrás cuanto son los medicamentos y los procedimientos que se le debe hacer. Cada mañana deberás examinarlo completamente y registrar los cambios que tenga.

—Está bien —un escalofrió recorrió mi espalda, ¿tendría que tocarlo? ¡Dios! Tendría que aguantarme a ese hombre… como fuera.

—Entonces Bella, eso sería todo por ahora, cualquier cosa estoy a tu disposición, ahora vamos porque debo examinarlo.

—Vamos.

Salimos de la biblioteca, seguí al doctor por los largos corredores y escaleras de la casa Cullen. Cuando llegamos a su habitación, él, al igual que todos los demás, tocó la puerta y esperó a que se le permitiera pasar desde adentro.

—Adelante —contestó la aterciopelada pero decidida voz de Edward Cullen.

Entramos y él nos esperaba casi en la misma posición pero en su rostro había una sonrisa triunfadora, sin duda pensaba que me había humillado y en parte estaba en lo cierto.

—Buenos días Edward —lo llamó el doctor por su nombre.

—Buenos días Emmett, veo que has conocido a la enfermera Swan —dijo, mostrando esa maquiavélica sonrisa nuevamente—. ¿Qué tal?- preguntó con soltura.

—Es una excelente profesional Edward —respondió, mirándome con una dulce sonrisa la cual yo correspondí.

—Veo hace amigos muy rápido señorita Swan —lo quedé mirando y su semblante había cambiado, su ceño se había fruncido.

—Somos colegas —respondí, me giré y fui a ver el expediente, leí cuidadosamente todos los datos que podrían servirme para mi trabajo.

—Qué fácil es relacionarse —dijo con sarcasmo, lo mire y sus ojos estaban posados en los míos, después de unos segundos quitó su vista y la dirigió al doctor. Apreté el expediente en mis manos casi hasta el punto de estrujarlo, sin querer rechine los dientes—. ¿No has recibido mis exámenes?

—No Edward, estará la próxima semana —respondió muy cortés—. Bueno Bella, ahora examinare a Edward, asísteme por favor.

—Claro —respondí.

La mirada de Edward Cullen no me perdía de su vista, sus ojos los sentía clavados en mis movimientos.

—Acércate —me pidió el doctor, caminé lentamente y sintiendo cosas en todo mi cuerpo. Llegué hasta el borde de la cama, Emmett se subió a ella y se acercó a Edward, yo por el otro lado me quedé parada en la orilla y por primera vez en mi carrera no sabía qué hacer—. Vamos Bella ayúdame a palpar su vientre.

Asentí levemente, Edward tenía su vista fija en un punto, no miraba para ninguno de los dos lados. Se bajo un poco ya que estaba sentado y quedó en posición horizontal, Emmett descubrió su cuerpo y quedó expuesto ante nosotros. Levanté suavemente mis manos y las deposite en vientre.

—Súbele la camiseta, necesito que palpes directamente a la piel —me ordenó el doctor, mis manos se estremecieron.

—¿Te ayudo? —me preguntó esa voz aterciopelada, lo miré y sus ojos estaban un poco mas oscuros que antes. Asentí, él, con sus propias manos se sacó la polera y dejo al descubierto su torso, ¡Dios! Suspiré para mis adentros, ¡que abdomen!. Él se recostó nuevamente en la cama y tenía una extraña sonrisa, miré su delicada piel blanquecina y tuve las mas extrañas alucinaciones, mis dedos nuevamente se posaron en su piel y sentí una corriente de energía recorrer cada parte de mi cuerpo.

La mirada de Edward nuevamente estaba en la nada, mis manos comenzaron a palpar su estomago subiendo por la parte de su esófago hacia su pecho. Cuando llegué allí pude comprobar la dureza de sus pectorales, se sentía sus músculos duros y muy bien torneados. Miré de reojo hacia donde él estaba y sus ojos se habían cerrado, su respiración era acompasada y muy tranquila, parecía estar durmiendo.

—Bella —me dijo con voz alta Emmett, di un pequeño respingo.

—¿Sí?

—¿Cómo está el abdomen?

—Blando —dije apresuradamente.

—Bien, sigue entonces, auscúltalo por favor.

—Sí —respondí en un susurro.

Me giré y fui por el estetoscopio, Emmett hizo a Edward levantarse, se sentó nuevamente en la cama.

—Deje unas cosas en mi maletín, iré por ellas —dijo Emmett, y sentí un vacio en mi estomago, mi torpeza se hizo presente y sin querer deje caer el estetoscopio.

—Cuidado —me recrimino Edward—, ese fue un regalo para Emmett y sale caro.

—Lo siento —le dije levantándolo del suelo, Emmett salió de la habitación dejándonos solos. Sentía un millar de cosas y solamente había tocado su piel, no cabía duda de que mi nuevo jefe hacia perder la razón sólo con el contacto de su piel.

—¿Sabes ocupar eso? —me preguntó cuando me senté en la cama a su lado, por mi imprudencia no me di cuenta que quedamos a sólo centímetros de distancia, levanté mi cara y su rostro quedó a escasa distancia.

—Claro… que sí —respondí entrecortadamente.

—Entonces ocúpalo —me retó, mi ceño se frunció automáticamente y comencé mi labor. Me coloqué el estetoscopio y comencé a escuchar su corazón, por los sonidos que hacia parecía estar normal, me corrí hacia el lado para escuchar sus respiraciones, estuve un minuto haciéndolo cuando su calida mano se posó sobre la mía, levanté rápidamente la vista y sus hermosos y brillantes ojos verdes me miraban atentos.

—Mi corazón está aquí —me dijo en un susurro, su mano llevó la mía hacia el otro lado de su pecho y la presionó suavemente. Mi propio corazón comenzó a bombear muy rápidamente y mi cuerpo reacciono al contacto de su piel. El momento pareció ser eterno, su piel y la mía se sentían suaves, mi mente se puso en blanco y lo único que podía hacer era mirar sus ojos y su mano junto a la mía.

—¿Qué… que…? —intenté preguntar, la puerta se abrió y Edward me soltó de inmediato la mano.

—Lávate mejor tu cara, tienes una basura en tus ojos —me dijo con la misma voz fría que había tenido desde un principio, se separó de inmediato de mi. Emmett entró a la habitación ajeno a lo que había pasado, yo aun seguía ahí con el estetoscopio en mis manos y sin poder reaccionar, el cambio de su humor había sido impresionante.

—Vas a tener que recordarle a ésta señorita como se ocupa esto Emmett —dijo con sarcasmo en sus palabras.

—Edward, dale un respiro, es su primer día —dijo el médico tratando de ayudarme, reaccioné ante sus palabras, me paré rápidamente de la cama y lo miré.

—Su corazón parece estar muy bien al igual que su respiración, doctor —apreté con más fuerza de la necesaria el implemento que tenía entre mis manos. Me giré hacia una ventana y respiré como diez veces antes de volverme a girar, ambos hombres estaban enfrascados en una conversación de la cual yo no era parte.

La revisión siguió sin interrupciones, el doctor McCarty continuo examinando al señor Cullen y yo sólo fui participe en pequeñas cosas, cada vez que me ponía cerca de él recordaba lo que había sucedido, demonios, como odiaba cuando la gente me hacia algo así. Su comportamiento me dejo totalmente desconcertada. El examen físico terminó y el doctor se acerco a mí.

—Bella, adminístrale ahora los medicamentos, cuida muy bien las dosis ya que son bastante potentes.

—Claro que sí, no te preocupes.

—Vaya Emmett —dijo desde su cama—. ¡Que familiaridad!

El doctor se tomó su comentario mejor de lo que esperaba, por mi parte sentí una punzada en mi estomago, el sarcasmo y la altivez con la que decía las cosas me molestaba y bastante. Emmett se despidió del señor Cullen y me hizo acompañarlo hasta la puerta, cuando estuvimos fuera su rostro demostraba la compasión que sentía por mi.

—Siento que se porte así, pero te aseguro que Edward es una buena persona, sólo tienes que conocerlo un poco. Está así de frustrado y de mal genio porque todavía no se puede mejorar.

—¿No le gusta estar en casa? —pregunté, con un leve sarcasmo.

—A decir verdad no, Edward es una persona muy activa, en éste momento tiene a uno de sus hombres de confianza dirigiendo su patrimonio, pero aun así esta intranquilo, además de que él es un hombre de mundo.

—Entiendo —dije rodando los ojos.

—Sé que te parecerá un plomo, pero te aseguro que si llegas a conocerlo tu opinión cambiara.

—Eso espero ya que si no será un infierno estar con él —Emmett rió.

—Tranquila Bella, se paciente y veras como cambiara, mi único consejo es que jamás lo desafíes o desacates una de sus ordenes a menos que sea algo medico, ya que tu sabes mucho mas, pero en lo demás sigue al pie de la letra lo que dice y te aseguro que te evitaras disgustos y malos ratos.

—Está bien, lo intentare.

—Buena chica —sonrió—, ahora debo irme, aquí esta mi teléfono por si necesitas cualquier cosa, me llamas y vendré enseguida —me entregó una tarjeta que tenía su número de celular y el de su consulta.

—Muchas gracias —se la recibí y la puse en mi bolsillo.

Emmett se fue dejándome nuevamente sola con Edward, entré en la habitación y mis ojos se abrieron como platos al ver que no estaba en su cama.

—Señor Cullen —dije, y nadie respondió—, Señor Cullen —volví a llamar, pero nada sucedía, caminé hacia la alcoba y estaba completamente vacía, ahora que lo podía apreciar bien el ambiente estaba lleno de su aroma, era tan particular y tenía algo que me hacia querer olerlo siempre—,. Señor Cullen —llamé cuando estaba cerca de las puertas de lo que me imaginaba era su armario—, Señor Cullen —golpee.

—¡¿Acaso no puedo venir solo al baño?, ¡¿O hasta eso me van a controlar? —me gritó con una voz cargada de molestia y enojo. Di un salto y corrí hacia el final de la habitación. Miré a mi lado y estaba la mesa con las medicinas, comencé a preparar el cóctel de pastillas que tomaba a diario. Llené un vaso de agua y lo deje en su buró—. ¡Dios mío! Te convertirás en mi sombra —salió del baño y su ceño estaba completamente arqueado.

—Lo lamento mu…

—No quiero tus disculpas, remítete a hacer lo que te corresponde. Dame mis medicamentos —asentí sin ganas de volver a discutir algo con él, le pase sus medicamentos y rápidamente se los tomó, el vaso de agua se vació y me pidió un poco mas.

La luz de la ventana pegaba en su perfil, su perfecta nariz parecía destellar ante la luz del sol, sus largas pestañas y cobrizo cabello me alteraban a tal punto que mi corazón parecía salir por mi boca, sin duda las revistas tenían razón, él era todo un dios…. Un Dios Griego.

—Toma —me dijo, sacándome de mis pensamientos, recibí el vaso y lo dejé nuevamente en la mesa—. Guarda silencio, cada vez que tomo esto debo dormir ya que si no estas pastillas me marean.

—Está bien, le cerrare las cortinas.

Espere un «gracias» que nunca llegó. Junté las hermosas cortinas y me senté en uno de los sillones que había al frente de su cama, tomé su expediente y comencé a estudiarlo. A los pocos minutos lo miré y estaba profundamente dormido, sin poder evitarlo me acerqué hacia él y lo observe, su reparación era acompasada, su pecho subía y bajaba mientras de su boca salían pequeños suspiros. Miré sus carnosos labios, relamí los míos ante el impulso que tenía de tocarlos. Estaba completamente confundida, el tipo era un plomo, hace muchos años que no conocía a alguien tan desagradable como él, pero cuando lo mirabas así como yo lo hacía ahora parecías olvidarte de todo lo demás, su rostro angelical, sus carnosos labios o ese cuerpo que te hacia perder la cabeza a cualquiera producía que todos los enojos que él mismo te había provocado desaparecieran.

El señor Cullen paso la mayor parte del día durmiendo, si pudiera decirlo así, disfrute viéndolo dormir, era algo supremo, realmente si estaba tranquilo se veía como un hombre demasiado atractivo, lo malo es que al despertar ya sabía con lo que me iba a encontrar. A las seis de la tarde el mayordomo hizo su entrada.

—Señorita Swan —me llamó, levanté la vista del expediente y le respondí.

—Dígame.

—Su horario ya ha terminado, puede retirarse.

—Está bien —me paré y me fijé nuevamente en el hombre que dormía profundamente, si su belleza equivaliera a su carácter, sin duda sería el hombre mas atractivo en el mundo, por lo menos para mi.

Me levanté y accidentalmente dejé caer la carpeta, Edward se removió en su cama y comenzó a despertar lentamente. Una de sus manos talló uno de sus ojos, cuando su vista se acostumbró a la luz me miro extrañado

—¿Qué hora es? —preguntó con voz ronca y pastosa.

—Las seis en punto.

—¿Ya te vas? —preguntó.

—Sí señor, mi horario terminó —le respondí, él se sentó en la cama y miro el reloj que había encima de su buró.

—Desperté justo a tiempo —murmuró para él, pero alcance a oírlo. Se sentó en la orilla de la cama, me acerqué a él, pero no parecía necesitar ayuda, cuando se fue a parar todo su cuerpo se tambaleó, una de sus manos se fue involuntariamente a su cabeza, apretó su frente con mucha fuerza—. ¡Maldición! —dijo molesto, lo tomé por la cintura e intenté que se apoyara en mi, levanté mi vista y comprobé que era muchísimo mas alto que yo.

—Tómeselo con calma, debe ponerse de pie lentamente.

—No me dé órdenes —me dijo, y se soltó de mi agarre—. Que tenga buenas noches señorita Swan —dijo.

—Nos vemos mañana señor Cullen, que pase buenas noches —me despedí tomado mis cosas. Colgué mi delantal y comencé a caminar.

—Un momento —me detuvo, me giré y con mucho esfuerzo se agachó y recogió algo del suelo para mí.

—¡Vaya! —dijo mofándose—. Emmett no pierde el tiempo y veo que usted tampoco —mi cara no sé que expresión tomó que él parecía estar mas divertido, una sonrisa burlesca se posó en sus labios. Me extendió la tarjeta y la tomé, cuando vi que era entendí el porque se su comentario, de mis bolsillos se había caído la tarjeta en donde Emmett me dio su teléfono.

—Buenas noches —terminé, y salí de la habitación.

Cerré la puerta a mis espaldas y no pude evitar descansar en ella, se había terminado, mi primer día de trabajo ¡Al fin había acabado!. Casi sentí ganas de saltar porque el día había pasado, Edward Cullen podía ser el hombre más guapo del mundo, pero su temperamento definitivamente jugaba en su contra. Solté la manilla de la puerta y levanté mi vista, mis ojos se abrieron al encontrarme con tamaña sorpresa.

En la orilla de la escalera estaba parada una mujer, debo decir una impresionante mujer, tenía dos largas y enormes piernas que se coronaban con unas torneadas caderas, su cuerpo se veía perfecto a simple vista y que podría decir de su cara, tenía su cabello negro y dos resplandecientes ojos azules. Nuestras miradas se cruzaron, sentí una punzada de envidia al pasar por su lado, me sobrepasaba en muchos centímetros, miré hacia atrás y lo que mas me llamó la atención fue que entró directamente al cuarto de Edward Cullen, cuando la puerta estuvo cerrada el pestillo resonó en la inmensidad de la sala, mi rápida mente comenzó a maquinar diferentes teorías y la única palabra que saque en común fue «amante».

Me despedí del personal y salí de la mansión, afuera hacia un frió de los mil demonios, en las habitaciones tenían calefacción y no había sentido el frió real de las calles. Metí la mano en mi bolso y saqué mi celular.

—¿Cómo te fue? —preguntó la ansiosa voz de Rosalie.

—Necesito un café —le dije, desesperada por poder desahogar las angustias del día.

—Nos vemos donde siempre en treinta minutos.

—Está bien —respondí con la voz que me quedaba aun en mi cuerpo.

Me giré hacia la casa, se veía tan impresionante como siempre, en ella estaba el hombre mas duro del mundo. Edward Cullen tenía un alma de hielo, al parecer no había cosa que lo conmoviera, ni siquiera porque estaba enfermo suavizaba su comportamiento. Me toqué la frente y solté un suspiro, él estaba ahí y necesitaba de mis servicios al igual que yo necesitaba de mi pago, sabía que si aguantaba podría sacar a mi familia de esa mierda y lo iba a hacer.

Respiré profundamente y me encaminé a mi cita con Rose. Hoy podría ahogar todas mis penas y mañana sería un nuevo día, Edward Cullen no me vencería, no me dejaría amedrentar por él, soportaría todo por sacar a mi familia del infierno en el que vivíamos.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

que desgracia pobre bella auqnue siento que edward se enamoro y se pudo de mal humor por no demostrarle y despues celoso hehe me encanto sigue publicando

AND dijo...

apoyo el comentario anónimo. es cierto esta celoso jajajajajaja me encanta esta historia es lo mejor. gracias por ser tan lindas autora y angel por que sin ustedes no se lo pueden ni imaginar.