Dark Chat

viernes, 18 de febrero de 2011

Corazon de Hierro

Cap. 2 Un paciente muy singular

—¿Un trabajo nuevo? —preguntó mi padre.*

—Sí papá, es un nuevo puesto.

—¿Dónde?

—En una casa particular, seré la enfermera de cabecera de un «magnate» —dije, haciendo las comillas en el aire.

—Pero Bella, ¿no crees que estas desperdiciando la oportunidad de estar en el hospital?

—Tal vez sí papá, pero aquí me pagan mucho mas y eso es lo que necesito. Además, lo único que deseo es marcharme de aquí. Tú lo sabes.

—Claro que sí hija, lo sé ¿Y cuándo empiezas?

—Por lo que me dijeron mañana, pero aún no lo tengo muy claro.

—¿Y te irás a vivir a su casa?

—No, él necesita de alguien que lo cuide de día, creo. Yo pasare todos los días con él y en las noches me vendré con ustedes.

—Ya veo, ojala todo resulte bien hija mía.

—Lo será papá, ya verás que todo cambiara —dije con una sonrisa.

La puerta de la calle se cerró violentamente, indicándonos que Carmen había llegado. Cerré la puerta de mi habitación para quedarme sola con papá, no estaba dispuesta a soportar sus humillaciones.

—Carmen se va a morir cuando se entere de que nos vamos.

—Y a mí no me interesa, que se pudra papá, ella no se merece nuestra compasión.

—Lo sé, ojala que cuando podamos tener una mejor situación pueda iniciar los trámites del divorcio.

—Sí, eso también será una de mis metas, no quiero que estés unido a esa perra —dije, con un sabor amargo en mi boca.

Ese mismo día presente mi carta de renuncia al hospital y fue aceptada por mis superiores. La doctora Weeber hizo hincapié en que mi lugar estaría reservado para cuando necesitara volver, me sentí muy feliz de saber que aun podía contar con todos. Como era mi último día de trabajo me hicieron una despedida y me dieron recuerdos de parte de todos. Los extrañaría a rabiar, pero sabía que todo era para un bien común: mi familia.

Era de noche, pasadas las nueve, mi celular sonó, pero era un número desconocido.

—¿Diga?

—Buenas tardes, ¿la señorita Isabella Marie Swan?

—Sí, con ella, ¿quién habla?

—Mi nombre es William Lickwood y soy el mayordomo de la casa Cullen. La llamaba para concertar una cita con usted, necesito que se haga presente en ésta residencia para conocer todos los procesos y procedimientos que requiere el señor Cullen.

—Oh ya veo, sí, no se preocupe. Si quiere podría ir mañana temprano y así podríamos hablar.

—Claro, sería perfecto, el señor Cullen llega ésta semana de viaje así que le aseguro que pronto comenzara a trabajar aquí.

—Bien, entonces mañana a primera hora me paso por la casa.

Concertamos la cita y me dio los datos para llegar. Estaba nerviosa, mi trabajo empezaba ésta semana. La noche paso mas rápida de lo que pensaba, me desperté alrededor de las cinco de la mañana y no pude volver a dormir, mire a mi lado y el angelical rostro de Kathe me infundía aun mas ánimos, por ellos quería salir adelante, por ellos estaba aceptando este trabajo, tenía que sacarlos de ésta mierda.

—Buenos días, ¿es usted la señorita Swan? —me saludó un hombre que por el uniforme supe que era el mayordomo.

—Buenos días, soy Isabella Swan, ¿es usted el Señor William Lickwood?

—Mucho gusto señorita, pase a la sala —agradecí. Caminé con cuidado, la casa era enorme, pero cuando decía enorme creo que la misma palabra se quedaba corta, éste era realmente un palacio.

—¿Le gusta la casa? —preguntó con una sonrisa al ver mi expresión—. Ha pertenecido a la familia Cullen desde principios del siglo.

—Ya veo —susurré. Me condujo a través de un corredor, llegamos a una enorme sala en donde tomamos asiento.

—Ellos son de una alta estirpe, tienen nexos directos con la realeza inglesa.

—¿El señor Cullen es Ingles?

—Sí, lo es. Llego a éste país hace algunos años, cuando sus negocios se comenzaron a expandir. Su familia es originaria de Inglaterra, pero tenía parientes aquí en éste país, es por eso que ésta casa les pertenece.

—Wow —suspiré.

—Bueno señorita Swan, me imagino a lo que viene.

—Sí-sí… —tartamudeé—, quería saber en que consistía el trabajo.

—El trabajo es algo muy simple.

—¿Ah sí? —pregunté dudosa.

—Consiste en darle al señor Cullen todo lo que quiera, su estancia aquí es para propiciarle el cuidado necesario y todo lo que Señor Cullen necesite. Él debe levantarse de esa cama y debe hacerlo estando fuerte, pero no podrá lograrlo si no recibe los cuidados que necesita, la dedicación es fundamental. Usted está en ésta casa para cuidar y sacar al señor Cullen adelante.

—Entiendo.

—Sepa que no habríamos confiado su salud a nadie, yo lo conozco desde que es muy pequeño y no me agrada confiar algo tan importante como su vida a terceros, pero lamentablemente mis conocimientos de medicina son tan escasos y es por eso que le sugerí al señor que usted fuera contratada, además, viene con las mejores recomendaciones de la doctora Webber.

—Muchas gracias, pero dígame ¿el señor Cullen ya está aquí?

—No, el señor está de viaje y regresara el día domingo por la tarde, su trabajo comenzaría el día lunes a primera hora.

—No hay problema.

—Señorita Swan… —dijo, mirándome fijamente.

—Llámeme Bella por favor —en su rostro pude ver un pequeño atisbo de una sonrisa, pero desapareció de inmediato.

—Lo siento, aquí nos tratamos con propiedad, al señor Cullen no le gustan las confianzas. Si usted me permite la llamare Isabella —me pidió, sorprendida asentí—. Bueno, Señorita Isabella, debo recordarle que en el contrato que usted firmo existe una clausu…

—¿Cláusula de confidencialidad? —terminé la oración.

—Sí, es mi deber recordarle que todo lo que vea, escuche o haga en ésta casa no debe salir de su boca ya que si lo hiciera se arriesgaría a millonarias demandas.

El solo pensarlo mi cuerpo se tensó y un escalofrió atravesó por todas partes. ¿Qué tan terrible será lo que pasa en ésta casa? Edward Cullen, por lo que sabía, era uno de los hombres mas ricos de éste país. Tenía enormes empresas a lo largo de todo el mundo y era un magnate de los negocios, las revistas de economía lo definían como un hombre de hierro, el cual era un animal cuando se trataba de negocios o de finanzas. Iba a cuidar al Dios de los negocios.

La charla con el mayordomo, William Lickwood, fue muy agradable. Era un hombre muy serio y con modales de un duque, pero que sabía perfectamente cual era su lugar y además era fiel a su amo.

Era día sábado y tenía todo el fin de semana por delante, el señor Cullen llegaría el domingo y el lunes estaría comenzando con mis labores. Estaba nerviosa, no sabía que podía esperar. Camine rápidamente a la casa de la única persona que sabía calmarme y me conocía mejor que nadie.

—Rosalie, soy Bella —dije por el comunicador.

—Pasa —me dijo, y la puerta de su edificio se abrió.

Subí rápidamente por las escaleras y llegué a la puerta de su departamento, entré rápidamente, el departamento de mi amiga era hermoso, se notaba que había sido decorado por ella misma, su gusto estaba impregnado en cada pared.

Rosalie Lillian Hale era mi mejor amiga, nos conocimos en la escuela, pero nuestra amistad no comenzó como debía, de hecho, nosotras nos odiábamos, en un campamento escolar fue cuando tuvimos oportunidad de conocernos y desde allí que no nos separamos mas, de eso ya van casi siete u ocho años. Mi amiga es Arquitecto paisajista, tiene a su cargo una importante empresa de construccion de jardines, de hecho, ahora está llevando unos proyectos que son muy importantes, las familias más acaudaladas de la ciudad requieren de sus servicios.

—¡Estoy en el estudio! ¿Cómo te fue? —preguntó.

—Creo que bien —le respondí al entrar—, tuve una entrevista con el mayordomo y me explicó como se hacían las cosas en la mansión Cullen —me senté en uno de los sillones que había en su estudio, mi amiga estaba dibujando unos planos.

—¿Pero te gustó?

—¿El trabajo? Sí claro, tu sabes cuales son mis motivos Rose, aunque no me guste me quedare allí, ganare una fortuna en un año.

—Sí, lo sé, ¿Carmen sigue siendo una perra?.

—Como siempre, ella no se cansa.

—¡Maldita mujer! —dijo Rose aventando el lápiz.

—Dímelo a mí —respondí con una sonrisa que no tenía nada de alegría.

—Bella cariño, ¿cuánto no te he ofrecido mi casa? —preguntó Rose, sentándose frente a mi.

—Millones de veces amiga, pero déjame decirte nuevamente lo que te digo siempre, sacare yo misma adelante a mi familia. Te juro que si no tuviera ésta oportunidad no habría pasado mucho en que no aceptara tu ayuda, pero como ves, ya puedo solucionar mi problema y además tener un trabajo excelente.

—Está bien Bella, pero si no pasa nada en un par de meses yo misma iré por Charlé y Kathe y me los traeré aquí.

—Te lo prometo —la abracé y me deje descansar en su abrazo, ella era la única que me entendía y sabía realmente como era mi vida.

Isabella Swan era muchas cosas, enfermera, introvertida, algo torpe y muy trabajadora, pero lo que siempre había sido y nadie podría discutirlo es mi perseverancia, luchare hasta el ultimo momento y si tengo que traer de vuelta a la vida a un hombre como Edward Cullen por mi familia, lo haré. El solo recordar su nombre me trajo una pregunta aun más consistente a mi mente: ¿quién es Edward Cullen?

—Rosalie, ¿tú sabes quién es Edward Cullen? —pregunté, ella me sonrió, pero en su cara se veía el desconcierto.

—¿Tu nuevo jefe? —dudó.

—Sí, pero me refiero, ¿sabes algo mas de él?

—A ver —pensó—, creo que está forrado en plata, es un hombre perseguido por las caza fortunas y creo que es ingles. Pero nada más.

—Bueno —pensé un poco—. ¿Me prestas tu laptop?

—Sí claro, está encima del buro de mi recamara —fui corriendo a su habitación y saqué su laptop rosada, era tan «Rose», tenía su estilo en cada cosa que le pertenecía.

—A ver, dame un lado —me dijo, cuando ya estaba instalada en su sofá prendiendo el aparato—. ¿Buscaras sobre Cullen?

—Sí —respondí, y ella se acomodó a mi lado.

—Entonces veamos —me quitó la laptop y comenzó a escribir.

—«Edward Cullen» —colocó en el buscador—. Ahora veremos quién es ese sujeto —presionó entre y mis ojos se abrieron como platos al ver la cantidad de información que había en la red sobre él, Rosalie se fue a la primera página y entro para verificar la información.

—Hay muchas cosas —dije, con el asombro que aún tenía.

—Sí, veo que es un hombre muy cotizado —se aclaró la garganta.

—Dice: —comencé a leer— «Edward Cullen, hombre de treinta y dos años de edad, nacionalidad inglesa, pero radicado hace algunos años en los Estados Unidos. Dueño de una de las multinacionales más famosas del mundo. Cullen es propietario de una fortuna que es difícil de calcular. Viene de una acaudalada familia residente en Londres, Inglaterra, es el mayor de dos hermanos, la que le sigue es la prestigiosa diseñadora de modas Alice Cullen. Entre sus bienes ésta una mansión en Londres junto a la de sus padres, una casa en Italia, una en Grecia, un chalet en los Alpes suizos y un departamento en New York. Además de Cullen Enterprise, Edward Cullen dirige o es accionista de muchas empresas. Para todas ellas tiene delegados o gente de confianza, los cuales las tienen a cargo»

—«En el ámbito amoroso —siguió Rose al ver que yo me quedaba callada— Edward Cullen es igual de rico que en dinero, esta demás decir que sus novias o acompañantes son todas modelos o cantantes famosas. Él se caracteriza por ser un amante de la belleza femenina y por tener a todas las mujeres a sus pies, muchas de ellas han saltado a la fama por verse vinculada en algún romance con él, lamentablemente todos no pasan de unas cuantas citas. Cullen también es conocido por cambiarlas rápidamente, es un hombre que no se deja amedrentar por ninguna, dicen que no ha nacido la mujer que pueda cambiar a éste magnate, ¿será cierto?»

—Wow —exclamé entre un suspiro.

—Espera hay mas, aquí dice «de clic para ver los álbumes de fotos» —Rosalie presionó sobre las imágenes y mi boca fue cayendo a medida que las imágenes se iban cargando.

—Es un…

—¡Dios! —Exclamó mi amiga—. ¡Trabajaras con un Dios Griego! —la sonrisa de Rosalie era innegable, mis ojos recorrían una y otra vez las fotografías de mi próximo jefe.

Edward Cullen era un hombre de piel clara como la cal, tenía unos ojos intensos que aunque estuvieran en una foto parecían estar penetrándote sólo con una mirada. Sus orbes y su piel daban aún mas realce al cabello cobrizo que se extendía en su cabeza, eso le daba el toque ideal. Por mis mejillas se extendió el molesto sonrojo usual en mí.

—¿Te gustó verdad? —preguntó Rose al ver mi reacción.

—¿A quién no? —pregunté—. Si el hombre tiene con que creerse ¿no?

—De todas maneras… creo que te será algo difícil estar en su habitación sin que te sonrojes —musitó divertida.

—Ya basta —le dije parándome—, él es mi jefe y por lo que veo ya tiene suficientes novias para divertirse como para «agregar» una más a su lista.

—En eso tienes razón —sentenció Rose cerrando su laptop—, pero bueno ya salimos de dudas, ya sabemos quien es Edward Cullen y a quien deberás enfrentarte el lunes.

—Sí —respondí—, creo que tienes razón, ojala que no lo arruine ésta maldita torpeza.

—Tranquila Bells lo harás bien, sólo relájate y actúa como en el hospital, no por nada eres la mejor enfermera del County General.

—Gracias —respondí, sentándome nuevamente.

Volví a mi «casa» por la noche, no podía jamás perderme una cena en casa ya que no sabía si mi hermana y papá habrían comido, tenía la costumbre de volver antes para asegurarme de que cenaran.

—¡Bella! —exclamó la alegre voz de mi hermana pequeña.

—¡Kate!, ¿Cómo estás pequeña?

—Muy bien.

—¿Y papá? —pregunté, al no verlo por ninguna parte.

—Está dormido, mamá salió en la tarde y no dijo si volvería, así que aprovechamos para comer y dormir tranquilos —el escuchar esas palabras siempre hacia que mi estomago se contrajera, ¿por qué mi familia tenía que esperar para dormir y comer? Como odiaba sentirme impotente.

—Ya todo esto quedara atrás pequeña —le dije abrazándola.

—Sé que tu nos llevaras lejos a donde podamos ser felices los tres —me dijo, correspondiendo mi cariño.

—Sí mi pequeñita, jamás nos separaremos.

Besé su frente y contuve las lágrimas de impotencia que amenazaban con salir, era un dolor muy grande tener que afrontar esto, cuando Kate era pequeña yo había tenido que pedir y algunas veces hasta robar para poder alimentarla, a Carmen no le importaba si ella comía o no, lo único importante era que no llorara y que ella pudiera dormir en paz. Tanta fue la desesperación por no saber como alimentarla que pensé en dejarla en un orfanato. Cuando llegue a la puerta con la pequeña Kate de solo tres años dormida en mis brazos la monja que estaba allí me extendió sus brazos para que yo se la entregara, ella inconcientemente y en un profundo sueño se pegó a mi cuerpo impidiendo que la apartara de mi, basto sólo eso para darme cuenta de que no importaba como lo hiciera, pero ella no podía separarse de mi lado, era mi hermana y al costo que fuera permanecería conmigo.

Fui por mi padre sumida en mis recuerdos y lo desperté para cenar, si Carmen no estaba teníamos la oportunidad de comer en familia y sobre una mesa, ya que siempre debíamos hacerlo en el suelo o arriba de las camas.

A las nueve de la noche papá y Kate cayeron rendidos en un sueño reparador. Ambos dormían placidamente, yo me quedé a planchar algunas cosas y a doblar otras, a eso de las once de la noche me fui a dormir. Estaba rendida, sólo quería descansar. Mi sueño se vio interrumpido a la mitad de la noche por un ruido en la cocina. Mire el reloj y eran las cuatro y doce de la madrugada, lentamente y sin despertar a mi padre y hermana me fui hacia la puerta, abrí con cuidado y casi palidecí al ver lo que pasaba afuera.

—¿Dónde demonios tiene el dinero la puta de tu hijastra? —preguntó una voz femenina.

—¡No lo sé! Hay que buscarlo, la perra trabaja en un hospital, así que gana muy bien.

—Entonces hay que seguir registrando —los cajones de las cómodas y los otros muebles eran desbaratados por Carmen y alguna de sus drogadictas amigas, ésta no era la primera vez que alguna me quería robar—. Busca en su cartera —le dijo a la otra mujer.

Ella comenzó a registrar mis cosas hasta que encontró mi billetera. Rápidamente metió sus manos dentro y registro todo lo que había.

—Aquí hay dinero —dijo, asegurando su victoria. Tomé el bate de Beisbol que había detrás de nuestra puerta y caminé lentamente por el pasillo.

—¿A dónde demonios crees que vas con mi dinero? —le dije, empuñando el bate y preparándolo para usarlo si fuera necesario.

—¡Demonios! —exclamó la mujer.

—¡Baja ese bate Bella! —dijo Carmen con sus ojos idos, estaba muy drogada.

—Deja mi dinero ahí y lárguense de la casa malditas drogadictas, si no quieren que les parta la cabeza.

—Mierda eres una grandísima… —dijo Carmen, pero empuñe aún más mi arma.

—Mucho cuidado con lo que dices mamita, si no quieres que te aplaste la única neurona que te queda.

—¡Vámonos de aquí! —dijo la otra mujer, y salió corriendo.

—Ésta me las pagas maldita.

—Cuidado con hacernos algo porque te juro que te mato desgraciada, ahora vete —le dije, y salió caminando tranquilamente, cerró la puerta con más fuerza de la habitual y desapareció entre las escaleras del edificio.

Volví a la habitación, Charlie y Kate seguían durmiendo placenteramente. No pude evitar pensar que algún día llegaría el día en el que podríamos dormir una noche de corrido y sin preocuparnos por los demás, ansiaba porque esos tiempos llegaran.

El día domingo Carmen no apareció en todo el día, sabía que cuando volviera la encararía por lo que paso, así que creo que decidió quedarse un rato mas vagando en las calles. Con mi familia vimos una película e hicimos algo de cabritas para acompañarla, Kate estaba feliz, el sueño de mi pequeña hermana era poder estudiar algo relacionado con la actuación o el modelaje, era preciosa, pero lo que nos detenía eran los recursos, yo no podía mantener una casa y pagarle los estudios. Ahora como tenía éste nuevo empleo esperaba que durara lo suficiente como para poder juntar algo de dinero aunque fuera para su primer año.

El día lunes por la mañana llegó mas rápido de lo que esperaba, me levante a las cinco de la mañana, la casa de Edward Cullen quedaba al otro lado de la ciudad y debía de tomar dos buses para llegar allí. Me desperté con más energía de lo acostumbrado, me metí a la ducha y disfrute por algunos minutos del agua caliente. Me puse mi traje que consistía en una falda hasta la rodilla, una chaquetilla que era un poco justa a mi cuerpo, además de mi toca de enfermera y mis zapatos blancos.

Rápidamente salí de la habitación y comprobé que Carmen aun no volvía, sonreí al pensar que mi padre y mi hermana pasarían un día más de tranquilidad. Preparé su desayuno y les deje todo en la habitación. Cuando ya eran las seis y cuarto salí de mi casa, tenía que estar en la puerta de su casa a las siete y cincuenta ya que mi trabajo comenzaba a las ocho a.m.

Me subí al primer bus y casi me quedo dormida en él, hice el trasbordo a las siete y veinticinco, el siguiente me dejaba a sólo unas calles de la mansión Cullen. Cuando eran diez para las ocho de la mañana toqué el timbre, era segunda vez que veía la casa y pareció impresionarme mas que la primera vez.

—Buenos días señorita ¿qué se le ofrece? —preguntó una amable señorita.

—Buenos días, soy Isabella Swan, la nueva enfermera.

—Oh, bienvenida señorita. Mi nombre es Rachel y estoy a su servicio —la encantadora niña estaba vestida con uniforme de servidumbre, al saludarme hizo una reverencia que me hizo sonrojarme.

—No tienes porque hacer eso —le dije nerviosa.

—Éstas son medidas de cortesía, al señor Cullen le gusta que las usemos.

—¿Enserio?

—Claro que sí, él es un hombre muy correcto y apegado a las costumbres inglesas.

—Oh —solté, con completo asombro.

—Señorita Swan —dijo una voz a mis espaldas, me giré y era el mayordomo.

—Señor Lickwood.

—Buenos días, espero que venga preparada para su primer día.

—Claro que sí, ¿el señor Cullen llego bien?

—Sí, está en perfectas condiciones en todo lo que cabe de su estado, la está esperando. En unas horas más tiene una entrevista con su médico de cabecera.

—Que bien —dije, sintiendo un ligero temblor en mis rodillas.

—Sígame por favor —me pidió, y asentí.

Mis piernas siguieron sintiendo los estragos de sus palabras, ese hombre estaba esperándome, no podía esperar a conocer a mi nuevo Jefe.



1 comentarios:

AND dijo...

conocer a un dios griego que envidia es una suerte para ella.