Dark Chat

martes, 14 de diciembre de 2010

Esposa de un Jeque

Capítulo 11

Bella sintió las palabras de Edward como una flecha clavada en su pecho. -No veo sólo lo negativo -replicó, preguntán dose si sería verdad.

Edward supo que estaba mintiendo.

-Tú no valoras nuestro matrimonio por un pacto que ya no tiene nada que ver con nuestras vidas. Y buscas excusas todo el tiempo para justificar tu desconfianza y la falta de valor que le das a nuestro matrimonio.

-¡Yo no quito valor a nuestro matrimonio!

¡Cómo se atrevía a decir aquello! ¡Ella lo amaba! Era él y su padre quienes habían infravalorado su ma trimonio.

-Yo no he quitado valor a nuestro matrimonio ni te he pedido el divorcio el día siguiente a nuestra boda. Yo no te he negado el placer de mi cuerpo ni el calor de mi corazón. Tú estás enfadada porque el amor no fue el motivo de mi proposición de matrimonio. No obstante tú que has profesado tu amor por mí, me has amenazado con deshonrarme delante de mi pueblo. ¿Qué clase de amor es éste?

-Yo... -ella no sabía qué decir.

Edward decía la verdad, pero no había sido la debili dad de su amor la causa de que hubiera hecho ciertas cosas, sino la fuerza de su dolor. El sentimiento de re chazo... Pero él no la había rechazado nunca.

-Ahora estás ahí sentada seguramente planeando decirme que no te toque. Da igual que seas mi esposa. A ti no te importa que yo me esté muriendo de deseo por ti. Seguramente te gusta la idea de hacerme sufrir.

-No. Yo...

-Te olvidas fácilmente de la intimidad que hemos compartido...

-No es fácil -gritó ella.

-Te he prometido ser sincero. ¿Crees que no me rezco lo mismo?

-No miento.

-¿Piensas compartir mi cama?

-Sí.

Ella había decidido hacerlo. Prefería hacerlo a ser seducida por Edward de todos modos y demostrarle que no podía reprimir su deseo por él.

Edward la miró con un brillo de deseo que la quemó.

-Espera.

Edward se detuvo.

-Tengo que darte esto -le dio el manto de la cabeza.

-¿Por qué?

Ella respiró profundamente y luego exhaló muy lentamente.

-Me compraste con un permiso de excavación...

Sintió que tenía que dejar las cosas claras entre ellos.

Le había llevado tiempo decidirlo, pero debía ha cerlo antes de entregarse a Edward nuevamente.

Cuando él fue a protestar, ella lo acalló.

-Si aceptas este oro -señaló el manto-. Te estaré comprando. Así estamos en igualdad de condiciones.

Edward no comprendía.

-¿Es importante para ti? ¿Que estemos en igualdad de condiciones?

-Sí.

-Y si acepto tu dote, ¿será así?

Ella asintió.

Edward extendió la mano para recibir el oro.

-Espero que a ti te satisfaga tanto el intercambio como a mí.

Ella le entregó el manto.

Luego se desabrochó el cinturón de oro de sus ca deras y lo dejó caer.

Edward se quedó quieto. Sólo le clavó la mirada.

Ella se quitó el atuendo hasta quedar desnuda.

Sus pezones estaban duros de deseo. Y se endure cieron más al sentir la mirada de su esposo en ellos.

Toda su piel estaba sensible.

Caminó hacia él y las pequeñas campanitas del col gante que llevaba al cuello sonaron con cada paso. Por primera vez no se puso colorada. Estaba decidida.

Cuando llegó hasta su marido le dijo:

-Déjame que te desvista.

Bella le quitó el turbante. Le acarició el cabello . Sintió que sólo ella tenía derecho a ver a aquel hombre de aquel modo en Jawhar y se deleitó con ese pensamiento.

Él la ayudó a que le quitase la túnica. Bella le acarició el pecho.

Le llamaron la atención sus pezones varoniles. Su deseo aumentó, e instintivamente los acarició.

Al tocarlos, se pusieron duros inmediatamente y ella sintió el placer de hacerlo reaccionar de aquel modo.

-Sí. Tócame. Muéstrame que me deseas tanto como yo te deseo a ti.

Las palabras de Edward aumentaron su deseo y la determinación de hacer lo que él le decía. Se inclinó hacia adelante y lamió cada uno de los pezones; luego hizo círculos con la lengua, saboreando su piel salada y aspirando la fragancia masculina de su cuerpo.

-El aire del desierto te ha convertido en una tenta dora.

Ella sonrió y tomó uno de sus pezones con la boca hasta que él gimió de placer.

Luego tiró del cordón de la cintura del calzoncillo blanco y lo desató. Lo único que sujetaba su ropa inte rior era el cuerpo de ella encima del de él.

-Quítatelos.

-¿El haberme comprado te da derecho a darme ór denes como a un esclavo? -preguntó Edward con hu mor en los ojos.

Ella supo que estaba bromeando, que no estaba ofendido.

-Por supuesto -respondió ella.

Él alzó las cejas y la miró con aire de depredador.

-Entonces tú también eres mi esclava.

Bella tragó saliva. El juego estaba tomando un curso inesperado y se estaba poniendo nerviosa.

-Sí -respondió.

Edward no dijo nada; pero la dejó quitarle la prenda.

Ante sus ojos apareció una piel satinada y dura dán dole la bienvenida.

El recuerdo de sentirlo dentro de ella era excitante, sintió Bella.

—Quítate la ropa que te queda —le ordenó él.

Ella se estremeció de deseo.

Lo único que le quedaba protegiéndola de él era un trozo pequeño de encaje.

Pero ella no necesitaba protección de él. Ahora, no. Ella deseaba lo que iba a suceder.

Se quitó las braguitas, .

-Ven conmigo -dijo Edward.

Ella se acercó a él. Tanto que la punta de su masculinidad le rozó el estómago.

Edward le tomó la mano y la llevó hasta su sexo.

-Tócame -le pidió.

Ella llevó su mano hasta él con dedos temblorosos. La dureza tibia de su piel satinada la fascinó y la acari ció en toda su longitud. Él dejó escapar un sonido in coherente de deseo y echó hacia atrás la cabeza.

Ella siguió acariciándolo y llevó su pulgar hasta la punta. Él se estremeció y le pidió:

-Más.

Fue una orden y un ruego imposible de desobedecer.

Y lo siguió acariciando más y más.

De pronto Edward le tomó la mano y le dijo:

-Suficiente -tomó aliento y agregó-: Ahora me toca a mí.

¿Tocarla?, se preguntó ella.

-Ser el que dirige -le aclaró Edward.

Ella sonrió.

-Llévame a la cama -le pidió a él.

Él no lo dudó. La alzó en sus brazos y la llevó a la cama que estaba en el centro de la habitación. Edward se arrodilló con ella en brazos encima de la colcha. Bajó su cabeza y la besó.

Aquel beso le llegó hasta dentro de su ser.

Edward era su marido y lo deseaba, y siempre lo de searía.

Edward le besó el cuello.

-Te necesito, Edward.

Él la quemó con la mirada.

-Te he deseado desesperadamente...-dijo él.

-Ahora me tienes.

-Sí. Te tengo. Jamás te dejaré marchar.

Bella no quería pensar en el futuro. Quería concentrarse en el presente. Lo besó apasionadamente.

El calor de su lengua la invadió y enseguida el beso se hizo devorador y carnal.

Edward le hizo el amor con las manos, con su boca y finalmente con su cuerpo. Cuando explotó dentro de ella, Bella lo acompañó con su propio estallido de placer.

Luego permanecieron con sus cuerpos entrelaza dos, sudorosos.

Edward se desembarazó de sus brazos y ella protestó con un gemido.

-Shhh, pequeña gatita. Sólo quiero que estés có moda.

Edward la arropó con su cuerpo y con la colcha de seda. Había apagado las luces y soltado las cuerdas de la cortina que rodeaba la cama, aumentando la intimi dad entre ellos.

Bella se arrebujó contra él.

-El nombre de pequeña gatita te va bien. Te acurru cas como un gatito, feliz de calentarte con mi piel.

-Me haces sentir pequeña.

-Sólo en tu recuerdo eres una Amazona gigante.

Ella besó su pecho.

-Lo sé. Pero me gusta cómo me haces sentir.

No sólo la hacía sentir pequeña, sino protegida y mimada.

-Me alegro de que sea así.

-¿Cuánto tiempo estaremos aquí? -preguntó ella jugando con el vello de su pecho.

-Podemos irnos a nuestro hogar de Kadar cuando quieras.

-¿No se sentirá ofendido tu abuelo si no nos queda mos más tiempo?

Habían planeado estar un tiempo corto en el palacio del rey Aro y unos días con el pueblo de su abuelo.

-A él le gustaría que nos quedásemos el tiempo su ficiente para que yo sea el jinete de su camello favorito en las carreras.

-¿Cuándo son las carreras?

-Dentro de dos días. Participarán otros dos campa mentos.

-A mí no me importa quedarme, si a ti te apetece hacerlo -dijo ella.

Le gustaba su hermana y le parecía fascinante la forma de vida beduina.

-Me gustaría quedarme -él la abrazó.

-¿Vas a enseñarme a montar a camello?

-¿Estás segura de que quieres aprender? Parecías muy nerviosa esta mañana.

-Se movía la silla. Y creí que se podía caer.

-Yo no te expondría a ningún riesgo.

Por primera vez ella sintió que aquel extraño en el que él se había convertido, no era un extraño en abso luto. Era Edward. Un hombre complejo, con muchas fa cetas. A veces duro, otras protector y tierno. Pero en esencia el hombre del que ella se había enamorado. Su jeque.

Bella se lo pasó muy bien los días siguientes.

Rosalie era una compañía maravillosa. Le había en señado los movimientos básicos de las danzas orienta les mientras Edward compartía el tiempo con su abuelo. La siguiente lección fue aprender a montar en camello, algo más difícil.

Le dolían los muslos del ejercicio, pero la danza se los agilizó. Y los masajes de Edward aquella noche completaron su recuperación.

El bailar y el montar a camello no fue lo único que aprendió en el campamento. Edward también le enseñó todas las noches todo el placer que su cuerpo era capaz de experimentar. Cuando estaban haciendo el amor, a ella le resultaba fácil olvidarse de los verdaderos moti vos por los que se había casado.

Mientras Bella disfrutaba observando a su ma rido y a Emmet disputarse el primer puesto en la ca rrera, parecía ajena por completo al acuerdo de su ma trimonio.

-No sabía que los camellos podían moverse tan rá pidamente.

Rosalie se rió.

-Soy magníficos, ¿no crees?

-Pero, ¿qué pasa si los camellos se tropiezan? ¿Y si tira a Edward?

Rosalie se volvió a reír.

-¿ Edward?

-Es un hombre como cualquier otro, de carne y huesos que puede romperse.

-Cuidas mucho a mi hermano, ¿no? -preguntó Rosalie, seria.

-Sí -admitió Bella, sin dejar de mirar a los ca mellos de la carrera-. Lo amo. Por eso me casé con él.

-Me alegro. Creo que él se lo merece.

Bella se asustó al ver que Edward hacía un mo vimiento con el camello que lo ponía en peligro.

Rosalie la tranquilizó.

-Es un gran jinete. Casi siempre gana la carrera, para pesar de mi marido. No está mal que Emmet no gane siempre.

Bella se rió.

Rosalie se rió también.

-No soy desleal, pero mi marido se pone insufrible después de ganar una carrera.

-La arrogancia es una característica de la familia, ¿no?

Sabía que Emmet y Edward eran primos.

-Sí.

-¿Así que quieres que sea yo quien sufra el sín drome de marido insufrible, no?

-Creo que mi hermano ya se considera el ganador. Está muy satisfecho de que seas su esposa.

Dos horas más tarde, Bella y el ganador de la carrera de camellos subieron a un helicóptero.

Edward le tomó la mano y no la soltó durante todo el viaje.

La primera vista que tuvo del palacio de Edward fue desde el aire. El palacio de Jawhar era impresionante. Tenía cúpulas en el techo y una arquitectura totalmente oriental.

El helicóptero aterrizó en un valle a varios metros del palacio. Los hombres de la guardia privada del rey Aro los esperaban para llevarlos al palacio.

Edward quiso mostrarle el palacio.

No era tan grande como el de su tío, pero era impre sionante también.

Tenía una cúpula de cristal como techo de una sala que formaba el observatorio. Estaba lleno de libros acerca de las estrellas. Algunos estaban en inglés, otros en francés y otros en árabe.

Pero lo que más le llamó la atención fue un telescopio en el centro de la sala, colocado sobre una mesa. Era un telescopio de George Lee e Hijos en perfectas condiciones.

Bella se acercó a él como si la atrajera un imán, con la mano extendida para tocarlo.

-Es hermoso.

-Sabía que te gustaría.

Ella lo miró.

-Creí que habías fingido tu interés por los telesco pios para que tuviéramos algo en común.

-El telescopio era de mi padre. Él tenía pasión por ellos. Pero al final me empezaron a interesar sincera mente, más allá de considerarlo una forma de acer carme a ti.

Cuanto más tiempo pasaba con él, el motivo por el que se habían conocido parecía tener menos importan cia. Ella sabía que ése había sido su plan cuando la ha bía secuestrado.

-¿Vas a seguir yendo a las reuniones de la Sociedad de Telescopios Antiguos conmigo? -preguntó Bella.

-Me gustaría hacerlo.

Ella sonrió.

-Quiero darte este telescopio como regalo de boda. A mi padre le habría gustado que una aficionada a su hobby fuera quien lo tuviera, sobre todo su nuera.

-No sé qué decir.

El le tomó las manos y agregó:

-Dime que lo aceptas.

Ella sintió que aceptarlo era como aceptar la perma nencia de su matrimonio. ¿Estaba preparada para ha cerlo?

Daba igual lo que sintiera él por ella. El asunto era la vida con Edward o la vida sin él. Por otro lado, estaba la posibilidad de estar embarazada. Era pronto para sa berlo. Pero no podía quitarse la sensación de que po dría estarlo.

Pero aun sin un bebé, en los últimos días había co nocido lo rica que era la vida con Edward. ¿Realmente quería volver a su vida anterior sin él?

-Has luchado fuertemente para que este matrimo nio se mantenga -dijo ella.

-Jamás te dejaré marchar.

-Mi opinión también cuenta, Edward.

Edward se dio la vuelta y con un movimiento vio lento le dijo:

-¿Cuándo dejarás de discutir por esto? Tú eres mi esposa. No te dejaré marchar. Tú eres la madre de mis hijos. Podrías estar embarazada incluso ahora. ¿No lo tienes en cuenta cuando piensas en dejarme?

—No he planeado nada.

Bella se puso una mano en el vientre y sintió cierta ternura.

-¿Crees que podría estar embarazada de verdad?

-Si no es así, no será porque yo no lo haya inten tado.

-Parece que estás dispuesto a todo para mantener nuestro matrimonio.

Él le había prometido fidelidad, honestidad, y que consideraría sus deseos por encima de otras considera ciones. Era más de lo que muchos matrimonios tenían, pensó. Y según Rosalie, el amor venía después. Aun así, no había ninguna garantía de que él llegase a amarla.

Y si la amaba, ¿qué garantía había de que lo si guiera haciendo? Edward era un marido que cumplía sus promesas siempre...

-No quiero terminar nuestro matrimonio. No quiero dejarte -dijo ella, por fin.

Edward le sonrió. Parecía muy feliz. No podría serlo si ella no significase algo para él.

Bella le dio la mano.

-Podemos seguir practicando a ver si fundamos una familia, ¿no?

Él se rió fuertemente. La llevó al dormitorio y vol vieron a compartir otra noche de amor.

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