Capítulo 5
Ya estamos llegando al hotel –le dijo Edward a Bella mientras iban en la limusina- Veo que el soplo que le di a la prensa ha tenido el efecto deseado… hay muchísimos paparazzi.
Entonces miró a Bella y frunció el ceño.
¡Dios! ¡Sonríe, mujer! La prensa espera que estés encantada al estar a punto de convertirte en la duquesa de Masen, pero en vez de eso parece que te llevaran a la horca.
No puedo evitarlo –farfulló Bella- ¿Cómo puedo aparentar ser feliz en la peor noche de mi vida? Y, de todas maneras ¿Qué importa lo que piense la gente? ¿No sabe todo el mundo que te vas a casar para asegurarte el control del banco? –entonces se quedo mirando a Edward- ¿Quién conoce las condiciones de tu abuelo?
Durante un momento pareció que Edward se fuera a negar a responder.
Aparte de nosotros, sólo el abogado de mi abuelo, Carlisle Cullen. Y así es como quiero que permanezcan las cosas.
¿Por qué insistió tu abuelo en que debías casarte antes de tomar posesión de la dirección del banco? –pregunto, ella.
El pensaba que daría mejor imagen siendo un feliz hombre de familia que un playboy. Confieso que nunca he vivido la vida de un monje, querida –dijo, arrastrando las palabras- Tengo… un gran apetito sexual. Pero mi abuelo consideraba que mi vida personal podía tener un efecto perjudicial en mi capacidad para manejar los negocios y que me llevaría a cometer errores.
¿Ha sido así? ¿Has cometido errores? –preguntó ella.
Sólo uno –contestó Edward, al que se le borro la sonrisa de la cara- designé a un hombre llamado Charles Swan para dirigir la filial inglesa del banco.
¡Oh, no! –exclamo ella, llevándose las manos a la boca- ¿Sabía tu abuelo…?
¿Qué el hombre en quien deposite toda mi confianza resulto ser un vulgar ladrón que abusó de su posición para malversar una fortuna del Banco de Masen? Oh, si, lo sabía. Mi abuelo se enteraba de todo. Durante años quiso que yo ocupara su lugar como cabeza del banco, pero cuando estaba ya muy enfermo se enteró del engaño de tu padre y le llevó a dudar de mi capacidad para juzgar a las personas –explicó, riéndose tristemente- Supongo que mi abuelo concluyó que una esposa cuidaría de mis deseos sexuales, dejando así libre mi mente para los negocios.
¿Es así? –masculló Bella-¿Así es como ves nuestro matrimonio, Edward… como una manera de satisfacción sexual?
Para mí, nuestro matrimonio es una maldita inconveniencia –le informo el duramente- Y no tengo intención de permitir que nadie descubra la verdadera razón por la que nos casamos. Pero hay una cierta ironía en el hecho de que para acatar los requerimientos de mi abuelo voy a tener que casarme con la hija del hombre que provocó que el dudara de mí –dijo, mirándola de arriba abajo, deteniéndose en su escote- Aunque puedo ver que habrá compensaciones por convertirte en mi esposa, querida.
¿Qué clase de compensaciones? –preguntó ella con voz ronca, invadida por el pánico.
Había supuesto que su matrimonio sería solo un matrimonio formal: no se le había ocurrido pensar que Edward esperara que ella cumpliera con las obligaciones de una esposa.
Cuando el automóvil se detuvo, respiro profundamente al ver a la prensa congregada a las puertas del hotel. Pensó que no podía hacerlo…
Compensaciones como esta… -comenzó a decir el, tomándola de la barbilla y besándola.
Bella pensó que no debería permitirle hacer aquello, pero parecía que su fuerza de voluntad la había abandonado. Si era sincera consigo misma, tenía que admitir que había fantaseado con aquel beso desde que lo había conocido en el Palacio del León y en aquel momento, en vez de rechazarlo, estaba temblando de excitación. El calor le recorrió las venas y no pudo evitar echarse sobre el, apoyándose en su musculoso pecho.
Edward estaba utilizando su lengua con una suave precisión, explorando los contornos de la boca de ella, que suspiró cuando el la introdujo entre sus labios y la tomó de la nuca para atraerla aún más hacia el. Ella cautivada por la carga sexual del momento, lo abrazó, hundiendo sus dedos en el cobrizo pelo de el.
Nunca antes se había sentido de aquella manera, ni siquiera cuando Jacob la había besado. Nada la había preparado para aquellas llamaradas de deseo que amenazaban con agobiarla y cuando sintió como Edward le acariciaba un pecho, gimió suavemente, acercándose aún más a el, queriendo más.
Con eso será suficiente. Quiero que estés radiante, pero no como si acabaras de salir de mi cama y no pudieras esperar para volver a meterte.-dijo el con una burlona sonrisa en la cara.
Aquel comentario sarcástico apago la pasión que le había recorrido el cuerpo a Bella.
Malnacido – susurró, apartándose de el.
No cero que a la prensa le quepa ninguna duda de la pasión que hay entre nosotros ¿No te parece, querida? Pareces entusiasmada con tu adorado novio… todo lo que tienes que hacer ahora es seguir fingiendo durante toda la noche.
La diversión que denotaba la voz de Edward dejaba claro que el se había dado cuenta de que ella no había fingido. Casi se lo había comido vivo, y se sintió enferma de vergüenza.
Cuando el chófer abrió la puerta de limusina, Edward la agarró de la muñeca.
Sonríe, querida, antes de que los fotógrafos comiencen a sospechar y yo te tenga que besar otra vez –le susurró a la oreja- Quiero que mañana todo el mundo vea en los periódicos que somos la pareja perfecta.
Estremeciéndose de resentimiento, Bella esbozó una sonrisa.
Ambos sabemos que nuestro matrimonio ha sido concebido en el infierno –dijo entre dientes- Dudo que vaya a lograr convencer a nadie de que estoy enamorada de ti.
Edward la agarró de la cintura y ella sintió cómo le quemaba la piel.
Pues yo pensaba que eras muy convincente –dijo el mientras la conducía dentro de el hotel- Pero si insistes, siempre podemos practicar más. Ahora, ahí viene nuestro anfitrión. Recuerda lo que nos estamos jugando con esto, Bella –advirtió suavemente- La libertad de tu padre de tu padre depende de que tú hagas una digna actuación de Hollywood.
El banquete se celebraba en un lujoso hotel, pero Bella tuvo que soportar la horrible experiencia de la cena, que pareció durar horas. Pero lo peor llegó tras los postres, cuando Edward se levantó y anunció su compromiso. Delante de los demás invitados, ella se vio forzada a levantarse y a aceptar las felicitaciones de la gente. Se brindo por la feliz pareja y para su espanto, Edward la tomó entre sus brazos y la besó, deleitando a los espectadores.
Cuando por fin el dejo de besarla, ella se sintió completamente humillada. Se sentó en la silla, sin comprender como incluso habiendo sentido sobre ella las miradas de cientos de extraños, había sido incapaz de resistir la dulce seducción de los labios de Edward.
Mientras observaba como el se movía con gracia sobre la pista de baile, se preguntó que le estaba ocurriendo. Al terminar la cena había comenzado el baile y era obvio que todas las mujeres tenían sus ojos puestos en un hombre, lo que no la sorprendía.
No tenía nada que ver con sus riquezas ni con su poder, sino con lo fuerte, dominante e increíblemente sexy que era Edward. Parecía el prototipo de hombre con el que soñaban las mujeres.
Pero ella no tenía fantasías, o por lo menos no las había tenido hasta aquel momento. Siempre había asumido que no tenía mucho apetito sexual, y aquel no era un buen momento para descubrir que su libido estaba viva y empujando con fuerza.
Parece que su novio la ha dejado sola. ¿Es por eso que parece tan triste, señorita Swan?
Bella apartó la mirada de la pista de baile y miró a la mujer que se había sentado en su misma mesa. La condesa Jane de Reyes era la esposa de uno de los empresarios madrileños más influyentes. Terriblemente sofisticada y con un dominio de varios idiomas, era una cotilla consumada.
No estoy triste, señora. Simplemente estaba… pensando –murmuró educadamente.
La condesa miró la pista de baile, donde Edward todavía estaba bailando con una impresionante rubia. La música había dejado de sonar, pero parecía que ninguno de los se había percatado.
Me gustaría saber en que pensabas, querida –dijo con delicadeza.
Bella no pudo evitar volver a mirar hacía Edward. Su pareja de baile era la esposa de uno de sus socios de negocios y era perfectamente normal que el bailara con ella. Se dijo así misma que no había razón para sentirse despechada; su compromiso era una farsa y a ella no le podía importar menos con quien bailara el.
Estaba admirando la destreza para el baile de Edward –dijo Bella.
Si, el duque de Masen es un excelente ejemplo de masculinidad. ¿Verdad? Es un buen partido. Dime, querida… -la condesa se echo para adelante- ¿Cómo se conocieron?
Nos conocimos en uno de los viajes de negocios que Edward realizó a Inglaterra. El es… amigo de mi padre.
Pero no pueden conocerse desde hace mucho tiempo… esta es la primera ocasión en la que se les ve juntos en público.
Bella se ruborizó y se chupo los labios, nerviosa, tratando de recordar la historia que Edward había inventado sobre su falso romance.
Nos conocemos desde hace unos meses –explicó- Pero al principio preferimos mantener nuestro noviazgo en secreto. Enamorarse es algo muy personal, ¿no le parece?
Así que es una historia de amor –dijo la condesa, sorprendida- No me lo esperaba de Edward. Parece que usted ha tenido éxito donde muchas mujeres han fracasado, señorita Swan. ¿Lo ama?
Bella notó un cierto toque de incredulidad en la voz de la condesa; estaba claro que no creía que el duque Masen hubiese elegido una mujer tan sosa como esposa. La indignación le recorrió el cuerpo y levantó la barbilla.
Amo a Edward con toda mi alma –dijo con firmeza- Es mi alma gemela y no puedo esperar a que llegue el día en que prometa pasar el resto de mi vida junto a el.
Ah, Bella, me dejas sin aliento, cariño –dijo Edward, que acababa de acercarse a ellas.
Yo también estoy impaciente porque llegue el día en que te conviertas en mi esposa.
Bella sabía por que decía aquello; quería reclamar su puesto como cabeza del Banco de Masen y ella era simplemente un medio para conseguirlo.
¿Bailas conmigo, querida?
Antes siquiera de que ella pudiese protestar, Edward la tomó entre sus brazos y la guió a la pista de baile, donde la abrazo estrechamente. Bella se tuvo que recordar a si misma que aquello era parte del juego y que la manera en la que la estaba sujetando, como si ella fuese algo infinitamente preciado para el, era su manera de demostrarle a los demás invitados que estaban enamorados y que no podían quitarse las manos de encima.
¿Esto es realmente necesario? –preguntó entre dientes cuando la banda empezó a tocar una balada.
Edward la había agarrado tan estrechamente, que ella pudo notar cada músculo de su cuerpo.
Creo que logré convencer a la duquesa de que estoy perdidamente enamorada de ti.
Tengo que admitir que estoy impresionado con tu capacidad interpretativa, querida. Durante un momento casi me convences a mí también.
Obviamente estaba mintiendo. No puedo imaginar que ninguna mujer en su sano juicio pierda la cabeza por ti. Es imposible quererte.
Mi madre solía decir lo mismo.
Bella lo miró y vio que el estaba tratando de esconder sus pensamientos.
Todas las madres quieren a sus hijos, ¿Por qué diría eso? –dijo abrazándolo con fuerza.
Quizá por que es verdad –dijo el mirándola.
Bella era tan pequeña, que temía hacerle daño y ante su sorpresa, se dio cuenta de que estaba impaciente por estar a solas con ella. Por primera vez quiso explicarle a alguien por que había apartado el amor de su vida.
Mi madre se casó con mi padre por si dinero y probablemente, por el prestigio de haberse convertido en la siguiente duquesa de Masen –explicó con sequedad- Desafortunadamente para ella, mi abuelo no era tan crédulo como su hijo. Le dio un ultimátum a mi padre; perdería todo derecho sobre el castillo, el banco y la fortuna de los Masen –continuó, esbozando una cínica sonrisa- Siendo un tonto, mi padre eligió casarse con mi madre y mi abuelo se negó a tener nada más que ver con el.
¿Quieres decir que tu abuelo cortó relaciones con tu padre de por vida? –preguntó Bella, incapaz de ocultar su impresión- ¿Nunca lo volvió a ver?
Los Masen cumplen su palabra –dijo Edward- Mi abuelo sabía que el cerebro de mi padre ya estaba aturullado debido a las drogas, frecuentemente obtenidas por mi madre. Lo desheredó y lo hecho del Palacio del León.
Bella, mientras seguían bailando, pensó que Aro Masen debía de haber sido un hombre despiadado para haberle hecho eso a su propio hijo y no le sorprendía que su nieto hubiese heredado sus mismas cualidades.
¿Y que paso contigo? Pensaba que tu niñez había transcurrido en el castillo.
¿No querrás decir que pensabas que había nacido entre riquezas? –provocó Edward para recordarle las acusaciones que había vertido contra el cuando lo había visitado en el Palacio del León- Los primero años de mi vida los pasé como un campesino, viajando de un lado a otro… era como un niño gitano, tan salvaje como los perros que pertenecían al circo para el que mi madre trabajaba. Eso cuando no se ganaba la vida tumbada de espaldas…
Edward se río amargamente. La frialdad se reflejaba en sus ojos.
En cuanto se dio cuenta de que mi abuelo jamás la aceptaría, se volvió contra mi padre y contra el hijo que había concebido por accidente. Para ella yo era un fastidio y no me quería. Cuando encontró un amante rico, me abandonó al cuidado de mi padre, que estaba medio loco.
¿Qué ocurrió con el? –quiso saber Bella.
Murió de una sobredosis meses después de que mi madre lo hubiese abandonado. El pobre, a pesar de todo lo que ella le había hecho, todavía la amaba. Entonces aprendí que el amor es un sentimiento cruel y destructivo, Bella, y de niño prometí que no tendría lugar en mi vida. Al final mi abuelo se enteró de la muerte de mi padre. Hasta entonces el no conocía mi existencia, pero me llevó inmediatamente al castillo. Descubrí mi patrimonio y créeme, querida, nada me detendrá para que logre mantener lo que es mío por derecho de nacimiento.
Bella se quedo mirándolo; de niña, sus padres la habían colmado de amor y afecto e incluso una vez que hubo sido detectada la enfermedad de su madre, su vida en Littlecote había seguido siendo inmensamente feliz. No podía imaginarse por lo que tendría que haber pasado Edward.
Es una historia terrible. No se que decir –murmuró, incapaz de controlar el leve temblor de su labio inferior.
Yo no necesito que digas nada más que, si quiero en nuestra boda. Para todo lo demás sugiero que mantengas la boca cerrada… aparte de cuando te bese, desde luego –dijo con dureza, arrepintiéndose de haber confiado en ella. Odiaba la idea de ser vulnerable.
La beso, explorándola con su lengua con tal delicadeza que Bella no pudo hacer nada para resistirse. No podía luchar contra el, no cuando el fuego le estaba recorriendo por las venas, despertándole todos los sentidos. Pudo sentir la excitación sexual de el presionando sus muslos.
Una gran necesidad se apodero de ella… y era Edward el único que la podía aliviar. Las caricias de la lengua de el la estaban volviendo loca y cuando comenzó a acariciarle el trasero y la apretó con fuerza contra su cuerpo, ella, tembló, invadida por el deseo. No le importaba que estuvieran en medio de la pista de baile; quería que el le levantar la falda y le hiciera el amor ahí mismo.
Pero al darse cuenta de lo que estaba pensando, logró sacar fuerzas para apartarse de el. Al ver el brillo triunfal que reflejaban los ojos de el se puso enferma.
Esperó que en cualquier momento el fuese a hacer un comentario sarcástico. Observó cómo sus ojos se oscurecieron y sintió la repentina tensión que se apodero de el. Pero, ante su sorpresa, el se dio la vuelta repentinamente y la sacó de la pista de baile.
Edward, ¿puedo robarte para el próximo baile? –murmuró la condesa.
Me temo que no –respondió Edward fríamente- Nos marchamos. Bella ha tenido un día muy largo y necesita recostarse.
Ella parece una frágil flor, Edward –dijo la condesa haciendo un mohín- Ten cuidado y no la desgastes antes de su noche de bodas.
No había respuesta ante aquello, o por lo menos no una que Bella pudiese pensar, ya que estaba como atontada. No podía mirar a Edward y se quedo mirando al suelo. Aquel día le había parecido muy largo. Se preguntó si había sido aquella misma mañana cuando había ido al castillo para ofrecerle a Edward trabajar para el y pagar así la deuda de su padre.
Los paparazzi todavía estaban en la puerta del hotel pero, para alivio de Bella, Edward había perdido interés en impresionarlos y la escoltó a toda prisa a la limusina que les esperaba.
¿Estás seguro que no quieres posar para que hagan más fotografías de la feliz pareja? –preguntó ella, utilizando el sarcasmo para camuflar el efecto que tenía sobre ella aquel hombre.
Creo que ya hemos dejado claro que nos vamos a casar por las razones correctas ¿no crees, querida? –contestó el- Mañana, la mayoría de los periódicos europeos hablarán de nuestro apasionado romance.
Mientras se dirigían hacía el departamento de Edward, Bella tuvo la sensación de que había algo preocupante en lo último que había dicho el, pero estaba demasiado cansada para pensar en ello.
Adormecida, sintió como comenzaron a cerrársele los ojos y como la cabeza le pesaba demasiado…
A su lado, Edward se puso tenso y miró la cabeza de ella, que reposaba en su hombro; tenía la boca entreabierta y parecía tan inocente como un niño.
Pero se recordó así mismo que era una ilusión. Bella era una mujer adulta que sabía perfectamente lo que estaba haciendo. De alguna manera ella se había dado cuenta de que su aire de timidez y la manera en la que se ruborizaba cada vez que el la mirara le excitaba, pero nada de aquello era verdadero. Bajo aquella fachada de inocencia, ella era tan calculadora como cualquier otra mujer que el había conocido. Una mujerzuela mimada que había permitido que su padre arriesgara todo para que ella pudiese continuar con su extravagante estilo de vida y que estaba preparada a venderse a si misma por motivos económicos… aunque tenía que admitir que parecía motivada por salvar a su padre de la cárcel.
No se despertó cuando la limusina entró al aparcamiento subterráneo. Edward le puso una mano en el hombro para despertarla, pero no tuvo corazón para hacerlo. Entonces la tomó en brazos y se dirigió al ascensor que les llevaría a su departamento.
Cuando llegaron, la llevó a su habitación y la tumbó en la cama, desabrochándole el vestido y admirando la belleza de aquella delicada mujer. Vestida sólo con un conjunto de braguita y sujetador blanco, era una deliciosa tentación contra la que tuvo que luchar. Pensó que ya habría tiempo después de la boda para prenderle fuego a la explosiva carga sexual que había entre ambos. Tenía todo un año para disfrutar de la deliciosa naturaleza sensual de ella. Y Bella también disfrutaría… el era un experto amante que disfrutaría al asegurar la satisfacción sexual de ella tanto como la suya propia…
Ya estamos llegando al hotel –le dijo Edward a Bella mientras iban en la limusina- Veo que el soplo que le di a la prensa ha tenido el efecto deseado… hay muchísimos paparazzi.
Entonces miró a Bella y frunció el ceño.
¡Dios! ¡Sonríe, mujer! La prensa espera que estés encantada al estar a punto de convertirte en la duquesa de Masen, pero en vez de eso parece que te llevaran a la horca.
No puedo evitarlo –farfulló Bella- ¿Cómo puedo aparentar ser feliz en la peor noche de mi vida? Y, de todas maneras ¿Qué importa lo que piense la gente? ¿No sabe todo el mundo que te vas a casar para asegurarte el control del banco? –entonces se quedo mirando a Edward- ¿Quién conoce las condiciones de tu abuelo?
Durante un momento pareció que Edward se fuera a negar a responder.
Aparte de nosotros, sólo el abogado de mi abuelo, Carlisle Cullen. Y así es como quiero que permanezcan las cosas.
¿Por qué insistió tu abuelo en que debías casarte antes de tomar posesión de la dirección del banco? –pregunto, ella.
El pensaba que daría mejor imagen siendo un feliz hombre de familia que un playboy. Confieso que nunca he vivido la vida de un monje, querida –dijo, arrastrando las palabras- Tengo… un gran apetito sexual. Pero mi abuelo consideraba que mi vida personal podía tener un efecto perjudicial en mi capacidad para manejar los negocios y que me llevaría a cometer errores.
¿Ha sido así? ¿Has cometido errores? –preguntó ella.
Sólo uno –contestó Edward, al que se le borro la sonrisa de la cara- designé a un hombre llamado Charles Swan para dirigir la filial inglesa del banco.
¡Oh, no! –exclamo ella, llevándose las manos a la boca- ¿Sabía tu abuelo…?
¿Qué el hombre en quien deposite toda mi confianza resulto ser un vulgar ladrón que abusó de su posición para malversar una fortuna del Banco de Masen? Oh, si, lo sabía. Mi abuelo se enteraba de todo. Durante años quiso que yo ocupara su lugar como cabeza del banco, pero cuando estaba ya muy enfermo se enteró del engaño de tu padre y le llevó a dudar de mi capacidad para juzgar a las personas –explicó, riéndose tristemente- Supongo que mi abuelo concluyó que una esposa cuidaría de mis deseos sexuales, dejando así libre mi mente para los negocios.
¿Es así? –masculló Bella-¿Así es como ves nuestro matrimonio, Edward… como una manera de satisfacción sexual?
Para mí, nuestro matrimonio es una maldita inconveniencia –le informo el duramente- Y no tengo intención de permitir que nadie descubra la verdadera razón por la que nos casamos. Pero hay una cierta ironía en el hecho de que para acatar los requerimientos de mi abuelo voy a tener que casarme con la hija del hombre que provocó que el dudara de mí –dijo, mirándola de arriba abajo, deteniéndose en su escote- Aunque puedo ver que habrá compensaciones por convertirte en mi esposa, querida.
¿Qué clase de compensaciones? –preguntó ella con voz ronca, invadida por el pánico.
Había supuesto que su matrimonio sería solo un matrimonio formal: no se le había ocurrido pensar que Edward esperara que ella cumpliera con las obligaciones de una esposa.
Cuando el automóvil se detuvo, respiro profundamente al ver a la prensa congregada a las puertas del hotel. Pensó que no podía hacerlo…
Compensaciones como esta… -comenzó a decir el, tomándola de la barbilla y besándola.
Bella pensó que no debería permitirle hacer aquello, pero parecía que su fuerza de voluntad la había abandonado. Si era sincera consigo misma, tenía que admitir que había fantaseado con aquel beso desde que lo había conocido en el Palacio del León y en aquel momento, en vez de rechazarlo, estaba temblando de excitación. El calor le recorrió las venas y no pudo evitar echarse sobre el, apoyándose en su musculoso pecho.
Edward estaba utilizando su lengua con una suave precisión, explorando los contornos de la boca de ella, que suspiró cuando el la introdujo entre sus labios y la tomó de la nuca para atraerla aún más hacia el. Ella cautivada por la carga sexual del momento, lo abrazó, hundiendo sus dedos en el cobrizo pelo de el.
Nunca antes se había sentido de aquella manera, ni siquiera cuando Jacob la había besado. Nada la había preparado para aquellas llamaradas de deseo que amenazaban con agobiarla y cuando sintió como Edward le acariciaba un pecho, gimió suavemente, acercándose aún más a el, queriendo más.
Con eso será suficiente. Quiero que estés radiante, pero no como si acabaras de salir de mi cama y no pudieras esperar para volver a meterte.-dijo el con una burlona sonrisa en la cara.
Aquel comentario sarcástico apago la pasión que le había recorrido el cuerpo a Bella.
Malnacido – susurró, apartándose de el.
No cero que a la prensa le quepa ninguna duda de la pasión que hay entre nosotros ¿No te parece, querida? Pareces entusiasmada con tu adorado novio… todo lo que tienes que hacer ahora es seguir fingiendo durante toda la noche.
La diversión que denotaba la voz de Edward dejaba claro que el se había dado cuenta de que ella no había fingido. Casi se lo había comido vivo, y se sintió enferma de vergüenza.
Cuando el chófer abrió la puerta de limusina, Edward la agarró de la muñeca.
Sonríe, querida, antes de que los fotógrafos comiencen a sospechar y yo te tenga que besar otra vez –le susurró a la oreja- Quiero que mañana todo el mundo vea en los periódicos que somos la pareja perfecta.
Estremeciéndose de resentimiento, Bella esbozó una sonrisa.
Ambos sabemos que nuestro matrimonio ha sido concebido en el infierno –dijo entre dientes- Dudo que vaya a lograr convencer a nadie de que estoy enamorada de ti.
Edward la agarró de la cintura y ella sintió cómo le quemaba la piel.
Pues yo pensaba que eras muy convincente –dijo el mientras la conducía dentro de el hotel- Pero si insistes, siempre podemos practicar más. Ahora, ahí viene nuestro anfitrión. Recuerda lo que nos estamos jugando con esto, Bella –advirtió suavemente- La libertad de tu padre de tu padre depende de que tú hagas una digna actuación de Hollywood.
El banquete se celebraba en un lujoso hotel, pero Bella tuvo que soportar la horrible experiencia de la cena, que pareció durar horas. Pero lo peor llegó tras los postres, cuando Edward se levantó y anunció su compromiso. Delante de los demás invitados, ella se vio forzada a levantarse y a aceptar las felicitaciones de la gente. Se brindo por la feliz pareja y para su espanto, Edward la tomó entre sus brazos y la besó, deleitando a los espectadores.
Cuando por fin el dejo de besarla, ella se sintió completamente humillada. Se sentó en la silla, sin comprender como incluso habiendo sentido sobre ella las miradas de cientos de extraños, había sido incapaz de resistir la dulce seducción de los labios de Edward.
Mientras observaba como el se movía con gracia sobre la pista de baile, se preguntó que le estaba ocurriendo. Al terminar la cena había comenzado el baile y era obvio que todas las mujeres tenían sus ojos puestos en un hombre, lo que no la sorprendía.
No tenía nada que ver con sus riquezas ni con su poder, sino con lo fuerte, dominante e increíblemente sexy que era Edward. Parecía el prototipo de hombre con el que soñaban las mujeres.
Pero ella no tenía fantasías, o por lo menos no las había tenido hasta aquel momento. Siempre había asumido que no tenía mucho apetito sexual, y aquel no era un buen momento para descubrir que su libido estaba viva y empujando con fuerza.
Parece que su novio la ha dejado sola. ¿Es por eso que parece tan triste, señorita Swan?
Bella apartó la mirada de la pista de baile y miró a la mujer que se había sentado en su misma mesa. La condesa Jane de Reyes era la esposa de uno de los empresarios madrileños más influyentes. Terriblemente sofisticada y con un dominio de varios idiomas, era una cotilla consumada.
No estoy triste, señora. Simplemente estaba… pensando –murmuró educadamente.
La condesa miró la pista de baile, donde Edward todavía estaba bailando con una impresionante rubia. La música había dejado de sonar, pero parecía que ninguno de los se había percatado.
Me gustaría saber en que pensabas, querida –dijo con delicadeza.
Bella no pudo evitar volver a mirar hacía Edward. Su pareja de baile era la esposa de uno de sus socios de negocios y era perfectamente normal que el bailara con ella. Se dijo así misma que no había razón para sentirse despechada; su compromiso era una farsa y a ella no le podía importar menos con quien bailara el.
Estaba admirando la destreza para el baile de Edward –dijo Bella.
Si, el duque de Masen es un excelente ejemplo de masculinidad. ¿Verdad? Es un buen partido. Dime, querida… -la condesa se echo para adelante- ¿Cómo se conocieron?
Nos conocimos en uno de los viajes de negocios que Edward realizó a Inglaterra. El es… amigo de mi padre.
Pero no pueden conocerse desde hace mucho tiempo… esta es la primera ocasión en la que se les ve juntos en público.
Bella se ruborizó y se chupo los labios, nerviosa, tratando de recordar la historia que Edward había inventado sobre su falso romance.
Nos conocemos desde hace unos meses –explicó- Pero al principio preferimos mantener nuestro noviazgo en secreto. Enamorarse es algo muy personal, ¿no le parece?
Así que es una historia de amor –dijo la condesa, sorprendida- No me lo esperaba de Edward. Parece que usted ha tenido éxito donde muchas mujeres han fracasado, señorita Swan. ¿Lo ama?
Bella notó un cierto toque de incredulidad en la voz de la condesa; estaba claro que no creía que el duque Masen hubiese elegido una mujer tan sosa como esposa. La indignación le recorrió el cuerpo y levantó la barbilla.
Amo a Edward con toda mi alma –dijo con firmeza- Es mi alma gemela y no puedo esperar a que llegue el día en que prometa pasar el resto de mi vida junto a el.
Ah, Bella, me dejas sin aliento, cariño –dijo Edward, que acababa de acercarse a ellas.
Yo también estoy impaciente porque llegue el día en que te conviertas en mi esposa.
Bella sabía por que decía aquello; quería reclamar su puesto como cabeza del Banco de Masen y ella era simplemente un medio para conseguirlo.
¿Bailas conmigo, querida?
Antes siquiera de que ella pudiese protestar, Edward la tomó entre sus brazos y la guió a la pista de baile, donde la abrazo estrechamente. Bella se tuvo que recordar a si misma que aquello era parte del juego y que la manera en la que la estaba sujetando, como si ella fuese algo infinitamente preciado para el, era su manera de demostrarle a los demás invitados que estaban enamorados y que no podían quitarse las manos de encima.
¿Esto es realmente necesario? –preguntó entre dientes cuando la banda empezó a tocar una balada.
Edward la había agarrado tan estrechamente, que ella pudo notar cada músculo de su cuerpo.
Creo que logré convencer a la duquesa de que estoy perdidamente enamorada de ti.
Tengo que admitir que estoy impresionado con tu capacidad interpretativa, querida. Durante un momento casi me convences a mí también.
Obviamente estaba mintiendo. No puedo imaginar que ninguna mujer en su sano juicio pierda la cabeza por ti. Es imposible quererte.
Mi madre solía decir lo mismo.
Bella lo miró y vio que el estaba tratando de esconder sus pensamientos.
Todas las madres quieren a sus hijos, ¿Por qué diría eso? –dijo abrazándolo con fuerza.
Quizá por que es verdad –dijo el mirándola.
Bella era tan pequeña, que temía hacerle daño y ante su sorpresa, se dio cuenta de que estaba impaciente por estar a solas con ella. Por primera vez quiso explicarle a alguien por que había apartado el amor de su vida.
Mi madre se casó con mi padre por si dinero y probablemente, por el prestigio de haberse convertido en la siguiente duquesa de Masen –explicó con sequedad- Desafortunadamente para ella, mi abuelo no era tan crédulo como su hijo. Le dio un ultimátum a mi padre; perdería todo derecho sobre el castillo, el banco y la fortuna de los Masen –continuó, esbozando una cínica sonrisa- Siendo un tonto, mi padre eligió casarse con mi madre y mi abuelo se negó a tener nada más que ver con el.
¿Quieres decir que tu abuelo cortó relaciones con tu padre de por vida? –preguntó Bella, incapaz de ocultar su impresión- ¿Nunca lo volvió a ver?
Los Masen cumplen su palabra –dijo Edward- Mi abuelo sabía que el cerebro de mi padre ya estaba aturullado debido a las drogas, frecuentemente obtenidas por mi madre. Lo desheredó y lo hecho del Palacio del León.
Bella, mientras seguían bailando, pensó que Aro Masen debía de haber sido un hombre despiadado para haberle hecho eso a su propio hijo y no le sorprendía que su nieto hubiese heredado sus mismas cualidades.
¿Y que paso contigo? Pensaba que tu niñez había transcurrido en el castillo.
¿No querrás decir que pensabas que había nacido entre riquezas? –provocó Edward para recordarle las acusaciones que había vertido contra el cuando lo había visitado en el Palacio del León- Los primero años de mi vida los pasé como un campesino, viajando de un lado a otro… era como un niño gitano, tan salvaje como los perros que pertenecían al circo para el que mi madre trabajaba. Eso cuando no se ganaba la vida tumbada de espaldas…
Edward se río amargamente. La frialdad se reflejaba en sus ojos.
En cuanto se dio cuenta de que mi abuelo jamás la aceptaría, se volvió contra mi padre y contra el hijo que había concebido por accidente. Para ella yo era un fastidio y no me quería. Cuando encontró un amante rico, me abandonó al cuidado de mi padre, que estaba medio loco.
¿Qué ocurrió con el? –quiso saber Bella.
Murió de una sobredosis meses después de que mi madre lo hubiese abandonado. El pobre, a pesar de todo lo que ella le había hecho, todavía la amaba. Entonces aprendí que el amor es un sentimiento cruel y destructivo, Bella, y de niño prometí que no tendría lugar en mi vida. Al final mi abuelo se enteró de la muerte de mi padre. Hasta entonces el no conocía mi existencia, pero me llevó inmediatamente al castillo. Descubrí mi patrimonio y créeme, querida, nada me detendrá para que logre mantener lo que es mío por derecho de nacimiento.
Bella se quedo mirándolo; de niña, sus padres la habían colmado de amor y afecto e incluso una vez que hubo sido detectada la enfermedad de su madre, su vida en Littlecote había seguido siendo inmensamente feliz. No podía imaginarse por lo que tendría que haber pasado Edward.
Es una historia terrible. No se que decir –murmuró, incapaz de controlar el leve temblor de su labio inferior.
Yo no necesito que digas nada más que, si quiero en nuestra boda. Para todo lo demás sugiero que mantengas la boca cerrada… aparte de cuando te bese, desde luego –dijo con dureza, arrepintiéndose de haber confiado en ella. Odiaba la idea de ser vulnerable.
La beso, explorándola con su lengua con tal delicadeza que Bella no pudo hacer nada para resistirse. No podía luchar contra el, no cuando el fuego le estaba recorriendo por las venas, despertándole todos los sentidos. Pudo sentir la excitación sexual de el presionando sus muslos.
Una gran necesidad se apodero de ella… y era Edward el único que la podía aliviar. Las caricias de la lengua de el la estaban volviendo loca y cuando comenzó a acariciarle el trasero y la apretó con fuerza contra su cuerpo, ella, tembló, invadida por el deseo. No le importaba que estuvieran en medio de la pista de baile; quería que el le levantar la falda y le hiciera el amor ahí mismo.
Pero al darse cuenta de lo que estaba pensando, logró sacar fuerzas para apartarse de el. Al ver el brillo triunfal que reflejaban los ojos de el se puso enferma.
Esperó que en cualquier momento el fuese a hacer un comentario sarcástico. Observó cómo sus ojos se oscurecieron y sintió la repentina tensión que se apodero de el. Pero, ante su sorpresa, el se dio la vuelta repentinamente y la sacó de la pista de baile.
Edward, ¿puedo robarte para el próximo baile? –murmuró la condesa.
Me temo que no –respondió Edward fríamente- Nos marchamos. Bella ha tenido un día muy largo y necesita recostarse.
Ella parece una frágil flor, Edward –dijo la condesa haciendo un mohín- Ten cuidado y no la desgastes antes de su noche de bodas.
No había respuesta ante aquello, o por lo menos no una que Bella pudiese pensar, ya que estaba como atontada. No podía mirar a Edward y se quedo mirando al suelo. Aquel día le había parecido muy largo. Se preguntó si había sido aquella misma mañana cuando había ido al castillo para ofrecerle a Edward trabajar para el y pagar así la deuda de su padre.
Los paparazzi todavía estaban en la puerta del hotel pero, para alivio de Bella, Edward había perdido interés en impresionarlos y la escoltó a toda prisa a la limusina que les esperaba.
¿Estás seguro que no quieres posar para que hagan más fotografías de la feliz pareja? –preguntó ella, utilizando el sarcasmo para camuflar el efecto que tenía sobre ella aquel hombre.
Creo que ya hemos dejado claro que nos vamos a casar por las razones correctas ¿no crees, querida? –contestó el- Mañana, la mayoría de los periódicos europeos hablarán de nuestro apasionado romance.
Mientras se dirigían hacía el departamento de Edward, Bella tuvo la sensación de que había algo preocupante en lo último que había dicho el, pero estaba demasiado cansada para pensar en ello.
Adormecida, sintió como comenzaron a cerrársele los ojos y como la cabeza le pesaba demasiado…
A su lado, Edward se puso tenso y miró la cabeza de ella, que reposaba en su hombro; tenía la boca entreabierta y parecía tan inocente como un niño.
Pero se recordó así mismo que era una ilusión. Bella era una mujer adulta que sabía perfectamente lo que estaba haciendo. De alguna manera ella se había dado cuenta de que su aire de timidez y la manera en la que se ruborizaba cada vez que el la mirara le excitaba, pero nada de aquello era verdadero. Bajo aquella fachada de inocencia, ella era tan calculadora como cualquier otra mujer que el había conocido. Una mujerzuela mimada que había permitido que su padre arriesgara todo para que ella pudiese continuar con su extravagante estilo de vida y que estaba preparada a venderse a si misma por motivos económicos… aunque tenía que admitir que parecía motivada por salvar a su padre de la cárcel.
No se despertó cuando la limusina entró al aparcamiento subterráneo. Edward le puso una mano en el hombro para despertarla, pero no tuvo corazón para hacerlo. Entonces la tomó en brazos y se dirigió al ascensor que les llevaría a su departamento.
Cuando llegaron, la llevó a su habitación y la tumbó en la cama, desabrochándole el vestido y admirando la belleza de aquella delicada mujer. Vestida sólo con un conjunto de braguita y sujetador blanco, era una deliciosa tentación contra la que tuvo que luchar. Pensó que ya habría tiempo después de la boda para prenderle fuego a la explosiva carga sexual que había entre ambos. Tenía todo un año para disfrutar de la deliciosa naturaleza sensual de ella. Y Bella también disfrutaría… el era un experto amante que disfrutaría al asegurar la satisfacción sexual de ella tanto como la suya propia…
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