CAPITULO 12
Antes de dirigirse a desayunar, Rosalie acudió a la cocina en busca de una de esas tonificantes tisanas. Otra noche más en vela por culpa de aquel hombre que invadía a hurtadillas su mente para atormentarla con sus besos y sus brazos poderosos. Si no fuera porque no creía en hechiceros y brujerías, pensaría que alguien había lanzado un conjuro sobre ella porque el hecho de que durante varias noches seguidas fuera víctima de aquel mismo sueño, una y otra vez, rozaba ya la maldición.
Recordó aquella noche, cuando era una niña, en que tuvo una horrible pesadilla. Tantos años habían pasado que ya no recordaba que o quien había protagonizado aquel mal sueño, lo que si recordaba era que había corrido llorosa a la recámara de sus padres en busca de protección y consuelo. En cuanto la vieron tan agitada, le hicieron un hueco entre ellos y la recibieron en su cama, abrazándola y reconfortándola. Cuando estuvo más calmada, y en su inocencia de niña, le preguntó a su padre a qué se debían los sueños ¿acaso había sido una niña mala y por eso debía soñar cosas feas? Aún recordaba las risas de sus padres.
-No, pequeña -le dijo su padre. -No es porque seamos buenos o malos por lo que soñamos -le explicó. -Se dice que uno sueña por lo que más teme o por lo que más desea.
En aquel entonces, no entendió muy bien a que se refería su padre, pero ese día aquellas palabras volvían a ella como un karma y, verdaderamente temía buscar una respuesta en ellas al porqué de ese sueño que se repetía una y otra vez como un presagio. ¿Temía a ese hombre o lo deseaba?
Por supuesto que era absurdo pensar que lo temía, de ningún modo, aquellos arranques suyos insolentes y descarados podían herirla lo mismo que el roce de una pluma sobre su piel, nada en absoluto, la llenaba de rabia su engreimiento y su osadía, pero nada más. A lo sumo, podía herir su vanidad femenina, mas, aunque nunca lo reconociera frente a nadie, sabia muy bien que siempre era ella quien lo provocaba.
Sin embargo... ¿era igual de absurdo pensar que lo deseaba? Se detuvo sobre sus pasos apretando los puños contra su vestido. No, no podía admitirlo. Si lo hacía estaría admitiendo lo imposible, lo inaceptable, lo prohibido...
Conocía muy bien su naturaleza, su esencia y, por muy independiente y orgullosa que quisiera mostrarse ante el mundo entero, se sabía muy capaz de luchar con todas sus fuerzas por amor. Era consciente de que para muchas mujeres era "inmoral" el simple hecho de mostrar por un hombre más interés del meramente necesario, por lo que era totalmente humillante el luchar por él. Para alboroto de muchas, ella no era de esa opinión. Para Rosalie, eso no era "perseguir" a un hombre, sino la felicidad y, ¡ay de aquel que creyese ser merecedor de tal regalo para que viniese caído del cielo! Ese don divino había que alcanzarlo, ganarlo y bien valía cualquier esfuerzo.
Pero, ¿haría lo mismo por Emmett? Negó con la cabeza mientras retomaba su trayecto hacia la cocina.
Bien sabía que no era por cuestión de orgullo. Lo supo muerto aquel día en las caballerizas cuando pensó que iba a besarla... deseó aquel beso más que nada en el mundo... y aunque trató de cubrirlo con un lienzo de humillación y desaprobación, no podía engañarse a sí misma. No sentía rabia por su osadía, por haber intentado besarla, sino por su propia osadía al desearlo tanto. Y en esos momentos, su bien preciado orgullo no le sirvió de nada...
No, había algo mucho más importante que la haría ocultarlo, evitarlo, negarlo hasta para sí misma... su propio origen la marcaba... ¡Era una princesa y él un simple guardia, por Dios Santo! ¡El mero hecho de pensarlo estaba fuera de los límites de lo permitido! Nadie en el mundo aceptaría una unión tan deshonrosa, la vergüenza caería sobre su familia, sobre todo el reino y ella sí que no era capaz de llevar ese peso sobre su conciencia.
Cuando estaba llegando a la cocina, escuchó voces muy animadas, entre ellas la de Emmett. Respiró hondo ante el escalofrío que recorrió su cuerpo al saber que iba a encontrarlo.
-¡Vamos, Charlotte! No seas malvada -exclamó Emmett provocando una risita en la doncella. Sin embargo, a Rosalie no le pasó inadvertida la mirada iracunda de Peter, que se sentaba frente a él.
-Aún me duele mucho el hombro -aseguró con una mueca. -Seguro que un masaje providente de tus lindas manos me calmarían el dolor.
-Ya te dije que no, Emmett -le respondió Charlotte con falsa indignación en su voz.
Rosalie quedó casi petrificada en el umbral de la puerta al escuchar tal conversación. Fue únicamente el saludo de Peter lo que la hizo reaccionar.
-¡Buenas días, Alteza! -respondió Charlotte azorada. -¿Deseabais algo?
-Una de tus tisanas -balbuceó Rosalie, pálida.
-Un segundo, Alteza. El agua está a punto de hervir -dijo dirigiéndose al fuego.
Rosalie asintió.
-En verdad tenéis mal semblante, Alteza -se preocupó Peter.
-Seguro que la tisana que Charlotte me está preparando me alivia -contestó Rosalie amablemente como agradecimiento a su interés.
-¿Lo ves Charlotte? Tus manos son prodigiosas -añadió Emmett estirando su brazo y agarrando a la doncella por la cintura, acercándola a él. -¿Vienes conmigo al lago esta tarde? -le insinuó.
Charlotte se removió de su abrazo mirando a Rosalie.
-No te preocupes por Su Alteza -le dijo Emmett con tono desenfadado -No tiene porqué escandalizarse, sabe perfectamente lo que ocurre entre un hombre y una mujer -concluyó con ironía.
Todos quedaron perplejos ante tal afirmación y Rosalie tuvo que hacer acopio de toda su voluntad para no salir de allí huyendo, abochornada, humillada. Esta vez no había sido ella la de la afrenta, la de la provocación, esa ofensa había sido del todo gratuita y no se iba a quedar así.
-Estás en lo cierto, muchacho, lo sé perfectamente -le espetó alzando su barbilla y cruzando los brazos sobre el pecho. -Al igual que sé que no se os paga a ninguno por hacerlo en horas de trabajo. Su Majestad quedaría muy decepcionado al saber en que ocupas tu tiempo -le advirtió levantando la voz. -Estás equivocado si piensas que el tener el favor de la reina te da más privilegios que obligaciones.
Dicho esto salió por la puerta hacia el patio. Ni siquiera aceptó la jarra que Charlotte le ofrecía cabizbaja.
Peter le lanzó a Emmett una mirada llena de ira mientras Charlotte continuaba abatida, con la congoja reflejada en su rostro. Inevitablemente, la culpabilidad invadió a Emmett. Su batalla "personal" con la princesa no justificaba que pudiera afectar a otros y, con su actuación, la propia Charlotte había quedado en entredicho frente a Rosalie. Si bien le hería en su amor propio tener que pedirle excusas, si era necesario, lo haría en favor de la doncella. Sin decir una palabra salió en su busca.
Rosalie no había ido muy lejos, había salido hacia el corredor exterior para salir al patio, pero se había detenido en la última de las arcadas de piedra, en aquella pilastra en la que se había ocultado justo el día anterior para ver a Emmett entrenando.
Se rió con tristeza para sus adentros de su propia estupidez. Hacía sólo unos minutos se había estado planteando el gran dilema de su vida en la que aquel hombre la había sumido sin tener en cuenta lo esencial, el hecho de que él realmente la despreciaba. La había convertido en el blanco de su desdén y sus exabruptos y ella se lo tenía bien merecido por haberlo incitado.
El sabor amargo de las ilusiones rotas acudió a su boca y se preguntó en que momento su subconsciente la había conducido a aquella situación tan irracional en la que había perdido el control de la realidad y de la lógica. ¿De que forma loca y absurda había llegado a confundirse su raciocinio como para pensar que aquel comportamiento impertinente podía deberse a algo más que a una simple muestra de orgullo masculino? Y ella que se jactaba de su personalidad resuelta y segura, había resultado ser la más ingenua de todas las mujeres. Tan a salvo que se sentía en su "noble" urna de cristal y había ido a romperla dejándola desprotegida el único hombre que hasta ese momento la había hecho sentir como una mujer pero que nunca la consideraría como tal.
Escuchó pasos que se aproximaban y, mirando de reojo, comprobó que se trataba de Emmett. Luchó con todas sus fuerzas para reprimir aquellas lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos, por disipar aquella angustia que le oprimía el pecho. Nunca, jamás le daría la satisfacción de verla llorar, no llegaría el día en el que su debilidad pudiera convertirse en objeto de sus burlas.
-Alteza -lo escuchó titubear tras de sí.
Rosalie se giró para mirarlo.
-¿Vienes a pedirme que no le diga nada a la reina sobre lo que acabo de presenciar? -preguntó con su ya recuperada soberbia.
-¡Me importa muy poco lo que le podáis decir a Su Majestad sobre mí! -exclamó ofendido.
-¡Ah! Vienes a abogar por tu amada ¡qué romántico! -dijo con gran ironía.
-Sí, vengo a interceder por ella -admitió -Charlotte no debe pagar por algo que sólo he propiciado yo -añadió con voz más calmada. -Y para vuestra información no es mi amada.
-Así que su reticencia no era fingida -se rió. -Ya que, según tú, soy tan versada en asuntos amorosos, quizás pueda darte algún consejo sobre como debes tratar a una mujer.
-¿Dudáis de mis habilidades con la mujeres ? -sugirió acercándose a ella.
-No deben ser muy buenas cuando ella ha rechazado tan abiertamente tus más que directas proposiciones -se defendió alejándose de él, manteniéndose altiva, sin que pareciera en ningún momento que estaba huyendo de él, de su cercanía turbadora.
-No hay nada que se pueda hacer si el corazón de la doncella ya pertenece a otro -respondió encogiéndose de hombros.
-No te entiendo -espetó sorprendida.
-Charlotte está enamorada de Peter -le aclaró.
-¡Pensé que Peter era tu amigo! -le inquirió ante tal desvergüenza. ¿Qué tipo de hombre era, robándole las atenciones y el cariño que ella no tenía intención de otorgarle?
-Por que es mi amigo lo hago -dijo cruzándose de brazos.
En ese instante, al otro lado del corredor vieron como Charlotte salía de la cocina apresuradamente, con su expresión llena de indignación y a Peter, tras ella, siguiendo sus pasos.
-¿A qué te refieres? -cuestionó el capitán dando una zancada, tomándola por la muñeca, deteniéndola.
-¡No seré yo quien te lo explique! -le reclamó sin mirarlo.
-¡Habla, mujer! -le exigió con ira mientras la tomaba por los hombros, casi vapuleándola, obligándola a mirarlo.
-Eres un necio, Peter, un ciego que no es capaz de ver lo que tiene frente a sus ojos -respondió con la voz casi quebrada y la desesperanza y la desilusión contenidas en su mirada, tratando de controlar el llanto que ya surcaba sus mejillas.
A Peter no le hizo falta más, la atrajo hacia sí y atrapó sus labios con fervor, con pasión, como si toda su vida dependiera de ello. Sólo se sosegó cuando notó las manos de Charlotte alrededor de su cintura, soltando entonces sus hombros, para, sin dejar de acariciar su boca, encerrarla contra su cuerpo, en un abrazo lleno de promesas.
Cuando por fin, casi sin aliento, se separaron sus labios, él le susurró algo al oído, a lo que ella asintió sonriendo tímidamente. Peter la tomó de la mano y ambos se alejaron de allí corriendo entre risas.
Rosalie palideció ante tal escena. Avergonzada retiró su vista de ellos y de Emmett. Sabía que había emitido un juicio erróneo respecto a él y, por lo poco que conocía de su carácter, estaba segura de que no iba a dejar pasar esa ocasión para reprochárselo.
-De lo único que me puede acusar Peter es de haberle forzado a que reaccione -le escuchó decir. -Si bien es cierto que no ha sido un método muy prolijo, creo que en este caso es posible aplicar aquello de "el fin justifica los medios" -le aclaró. -Sin embargo, ¿de qué me podéis acusar vos?
-De haberme hablado de forma tan insolente -le reprochó.
Emmett lanzó una fuerte carcajada.
-Por Dios, Alteza. Jamás hemos cruzado palabra alguna que no haya ido aderezada con una buena dosis de veneno. ¿Hay alguna ocasión que haya escapado a mi memoria en que nos hayamos tratado con algún tipo de cordialidad?
-No debiste dirigirte a mí en esos términos con otras personas presentes -protestó.
-Ah! Ya entiendo, eso sólo os corresponde a vos -puntualizó con ironía. -Vos sois la única que puede pisotearme en público.
Rosalie no pudo menos que morderse la lengua ante tal alegato. Era cierto que lo había dejado muchas veces en ridículo delante de todos, incluso de Alice, aún sabiendo que eso podría humillarlo más.
-Además, tampoco recuerdo que, en ningún momento me hayáis reprendido por haberos hablado de forma impropia o grosera hace un momento en la cocina -continuó. -Sólo me habéis reprochado el estar cortejando a una mujer en, según vos, horas de trabajo. No sabía que el tiempo de las comidas eran parte de nuestras tareas -dijo con fingida preocupación.
Rosalie apretó su mandíbula mientras su mente viajaba a la velocidad del rayo en busca de algún argumento con el que rebatir su discurso sin que hallara algo lo suficientemente válido.
-¿Queréis saber cual el problema de trasfondo de todo esto? -preguntó Emmett con sorna. -Que creéis que vuestra posición os da derecho a, no sólo emitir juicios, sino dar el veredicto y la condena al resto del mundo. Y los que cometimos el horrible pecado de nacer como plebe debemos aceptarlo sin objeción.
-¡Eso no es cierto! -se defendió ella.
-Por favor, Alteza ¿a quién pretendéis engañar? -prosiguió con el sarcasmo empañando cada una de sus palabras -Creo que hablo con propiedad al afirmar que vuestra soberbia y vanidad no tienen límites. Y no digamos vuestro orgullo femenino, eso es lo único que alimenta vuestros sentidos. Os sabéis hermosa y creéis que el mundo gira alrededor vuestro...
-¡Ahora también soy culpable por mi belleza! -espetó ella sintiendo que la ira iba invadiéndola más y más con cada una de sus ofensas.
-Sois culpable de coquetería y frivolidad y de pensar que vuestra hermosura os servirá para conseguir vuestros fines. ¡Qué ilusa sois! -añadió en tono burlón. -¿De qué sirve una flor de vistosos colores si no tiene fragancia que nadie pueda oler? ¿De qué sirve la más exquisita rosa pero tan llena de espinas que nadie se atrevería a acercarse a tocarla -dijo aproximándose a ella con su mirada acusadora fundida en la de ella. -Que hombre en su sano juicio querría estar con una mujer vacía y sin corazón como vos -sentenció.
Rosalie sintió que aquello atravesaba su pecho como un puñal y fue presa de la impotencia, la frustración y, lo peor de todo, de una tristeza infinita. Hubiera querido abofetearle, como un último resquicio de dignidad herida, pero no tuvo fuerzas para ello. Simplemente se dio media vuelta y se marchó antes de que él viera sus lágrimas correr como ríos desbocados, con un gran pesar en su alma y el corazón hecho pedazos.
Emmett la observó alejarse mientras rogaba al cielo perdón por aquella infamia que acababa de cometer, bien se merecía el infierno por haberla herido así, en lo más profundo. De hecho, él mismo terminaba de hundirse en el más mísero abismo al provocar que aquella mujer que se alejaba de él, lo hiciera para siempre.
Bien tarde se había dado cuenta de que Rosalie se había metido en él como una enfermedad que acabaría por consumirle sin remisión. Él había sido el iluso al imaginar que en todo momento podría controlar la situación y jugar aquel juego con la seguridad de proclamarse victorioso, creyendo dominar las reglas que él mismo quería imponer. Y resultó que había obviado lo que supuso que no intervendría jamás, su tramposo corazón, al que sintió palpitar con loco frenesí esa mañana en las caballerizas cuando a punto estuvo de robarle aquella miel que se ocultaba en sus labios.
¿Cómo había osado siquiera a imaginarlo? Era como querer tocar una estrella, inalcanzable o como querer atrapar el viento con las manos, imposible.
La cólera lo cegó por un segundo y sintió deseos de golpear con fuerza aquel sillar de piedra hasta que sangraran sus puños, pero sabía que el posible daño que pudiera infligirse era mínimo en comparación con el que le había causado a ella. Es lo mejor -quiso autoconvencerse. Debía distanciarse de ella cuanto antes, evitando así que lo dominase la falta de cordura llevándolo a la perdición y, si para ello tenía que conseguir que lo aborreciese, así sería.
Tomó la dirección contraria a la que había tomado ella para dirigirse al Patio de Armas. Era de esperarse que Peter acudiese tarde a la instrucción aquella mañana, así que él mismo tomaría su lugar mientras tanto. Al menos alguien podría ser feliz.
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Jasper caminaba a grandes zancadas alrededor de su escritorio. Con cada minuto que pasaba más se convencía de que había sido un acto infantil el haberle pedido aquello. No era que pusiera en tela de juicio sus cualidades, jamás, ni siquiera se lo había planteado, aunque era cierto que el asunto en cuestión a él mismo le había ocasionado más de un quebradero de cabeza. Sin embargo eso no era lo que le preocupaba, le preocupaba el hecho de que no había sido capaz de encontrar otra excusa aparte de aquella con tal de pasar más tiempo con ella. Debería haberla invitado a dar un paseo a caballo, o a caminar por los jardines... no a asesorarlo en asuntos de estado... ¡era ridículo! ¿Necesitaba una razón, un motivo para querer compartir más tiempo con su esposa?
Abrió el gran ventanal situado tras su escritorio y se asomó, captando una brizna de aire fresco en aquella mañana de verano. En cierto modo le ayudó a serenarse y a convencerse de que poco remedio podía ponerle a aquello ya. Lo importante era que gozaría de su compañía y debía disfrutar de ello.
Un leve toque de nudillos sonó en la puerta.
-¡Adelante! -exclamó volviendo hacia su escritorio. -No cerréis -le pidió -hay una brisa muy agradable.
Alice asintió caminando hacia la mesa.
-Os agradezco que hayáis venido -le dijo.
-Aunque no estoy familiarizada con cierto tipo de asuntos, espero seros de utilidad, de una forma u otra -le advirtió.
-Estoy seguro de ello -aseveró mientras le ofrecía asiento en una silla próxima a la suya. -Aunque he de reconocer que se trata de un tema bastante tedioso.
-¿Hay algo que resulte más tedioso que los libros de filosofía de Bella? -bromeó.
-¿Tal vez la recaudación de impuestos? -respondió Jasper con una pequeña mueca.
-Vos ganáis -suspiró Alice con fingida resignación, provocando la risa en ambos, mientras Jasper le alcanzaba un libro con estados de cuentas.
Alice lo estudió durante unos momentos, viajando por sus páginas como si buscara algo que no lograba hallar en aquellas líneas.
-¿Usáis el mismo sistema que en Asbath? -preguntó extrañada.
-Me temo que sí -admitió él. -Y como podéis imaginar, estoy empezando a detectar ciertos problemas de fraude.
-Sabéis que las finanzas de Asbath están bastante resentidas ¿verdad?
-Sí y me preocupa que esto desemboque en lo mismo -asintió pensativo. -Le pedí consejo a Edward pero, desgraciadamente, ellos también siguen las mismas disposiciones, aunque con más suerte hasta el momento.
Alice guardó silencio por un momento, pensativa.
-Mi tío Charles impuso hace un par de años un nuevo sistema de recaudación de impuestos en Breaslau y parece estar funcionando. De hecho yo lo considero mucho más justo y equitativo. No creo equiparable las posesiones de un feudo comparados con los de un campesino para que se les deba aplicar el mismo porcentaje en lo que a impuestos se refiere. Para un señorío poco es un cofre de oro si nueve más ocupan sus arcas, pero para un pobre campesino, una vaca, aunque tenga nueve más, puede suponer el sustento de su familia.
-Creí que no estabais familiarizada con este tipo de asuntos -bromeó sorprendido citando sus mismas palabras de hacía un momento.
-Justo esta reforma coincidió con una época en la que estuve hospedada por varios meses en su castillo -le informó -Y, podría decirse, que soy un poco curiosa -añadió soltando una risita. Jasper rió con ella.
-Bien, escuchemos pues -dijo mientras se reclinaba contra la silla mostrando todo su interés.
-A grandes rasgos se trata de un sistema de baremos -comenzó. -Cada habitante se sitúa en un intervalo dependiendo de sus posesiones y a cada uno de estos tramos se le aplica su porcentaje correspondiente. No se pretende que el feudo pague mucho más, pero sí que el campesino pague menos. Puede que afecte las Arcas Reales pero opino que no es un gran perjuicio si así se gana en bienestar para el pueblo.
-Sí, por supuesto -se apresuró a afirmar Jasper, completamente anodadado ante el discurso de Alice.
-Ya sé que me vais a preguntar -exclamó sin dejarle apenas reaccionar. -Cómo controlar esas posesiones para que nadie intente defraudar y así situarse en un intervalo más bajo... Con alguaciles.
-¿Alguaciles? -preguntó dubitativo.
-Se encargarían de ir haciendo catálogo de viviendas, tierras, cosechas, ganados y si alguno de ellos no fuera reclamado por nadie pasarían a la corona. De ese modo, si alguien decidiera no declarar alguno de sus bienes buscando pagar menos impuestos, lo conseguiría pero dejaría de disfrutar de los beneficios que ese bien pudiera procurarle.
Jasper asentía una y otra vez con la cabeza, analizando cada uno de los argumentos que Alice lanzaba.
-¿Y qué pasa con bienes que resultan fáciles de eludir, como las joyas o el dinero? -quiso saber. Alice sonrió al tener una clara respuesta para eso.
-Si queréis obtener beneficios de las joyas, tendríais que venderlas, pagando en ese caso el ya implantado impuesto por compraventa. Y si tenéis mucho dinero, deberíais "canjearlo" por bienes para poder disfrutarlo, no sirve de mucho tenerlo guardado en un cofre. El alguacil será el que certifique ese cambio de nombre en el título de propiedad por lo que volvemos a tener catalogado ese bien.
-Lo tenéis todo bien pensado -decidió Jasper viendo como Alice sonreía satisfecha al ver su aprobación.
-Por supuesto -afirmó Alice animada. -Es más, la imagen del alguacil nos servirá también para otorgar al pueblo la tranquilidad, la protección y el amparo que estamos obligados a procurarles.
-Si os referís al pillaje....
-No sólo a eso, mi señor -lo interrumpió provocando la risa en Jasper. Lo que más le maravillaba era ver con que fervor defendía su razonamiento. Si un tema tan monótono podía enfocarlo con tal entusiasmo como sería con las cosas que verdaderamente la apasionaran. De nuevo sintió deseos de conocer hasta el último rincón de su mente, todas sus inquietudes y todos sus anhelos, para poder comprenderla, cuidarla, incluso consentirla. De nuevo daba gracias a la providencia por haber unido su destino al de ella.
-Podrían reportar informes sobre todas las demarcaciones del reino ¿Sabíais que las aldeas situadas más al sur han sufrido graves inundaciones?
Jasper la miró sorprendido.
-Me he enterado por Emmett. Se lo escuchó decir a uno de los guardias cuya familia vive en aquella zona -le explicó al fin Alice.
-¿Y por qué no he sido informado sobre eso? -inquirió molesto.
-Yo me he enterado casualmente esta mañana -dijo con prudencia. -Me he tomado la libertad de pedirle a Emmett que mandase una partida de hombres para que ayuden a reconstruir las casas -le aclaró tras lo que se mordió tímidamente el labio.
-Habéis procedido correctamente -concordó para disipar su recelo.
-Por eso mantengo que los alguaciles no ayudarían a que el pueblo cumpla sus obligaciones y a que nosotros cumplamos las nuestras -concluyó Alice.
Jasper se levantó y caminó hacia el ventanal. La palabra nosotros resonó en su mente mientras observaba el horizonte. Deseaba tanto que Alice considerara esa palabra en todos los sentidos posibles, con todos sus significados, sobre todo, el de su completa unión...
-¿Qué pensáis, mi señor? - preguntó Alice ante su silencio acercándose a él. -¿No os parece buena idea?
-Me parece magnifica -la contradijo. -Habría que estudiar de que forma implantar este sistema ocasionando el menor disturbio en el pueblo, pero estoy seguro de que con vuestra ayuda pronto quedará resuelto.
-Me alegra haberos sido útil -afirmó ella sonriendo.
-Más que útil -puntualizó. -Le habéis ahorrado a vuestro esposo un terrible dolor de cabeza -dijo devolviéndole la sonrisa. -¿Cómo podría compensaros?
-Eso es absolutamente innecesario, mi señor -lo disuadió. -Me siento muy honrada de poder ayudaros en vuestra labor.
-Entonces digamos que es un pequeño obsequio que vuestro pueblo quiere haceros por haberle prestado un buen servicio hoy -añadió con tono divertido. -¿No necesitáis nada? No sé... ¿Otro jardín quizás? -bromeó.
Alice rompió a reír.
-No, mi señor.
-No me privéis de la satisfacción de hacer algo por vos -insistió ante su negativa. -Os lo ruego -murmuró tomando una de sus manos.
-Quizás... -susurró pensativa mordiéndose el labio.
-Decidme -le pidió. Le resultaba fascinante aquel pequeño gesto suyo.
-Quisiera conocer los lagos que dan nombre a este reino -dijo tímidamente. -Me han asegurado que son espléndidos.
Jasper entonces cayó en la cuenta de que Alice apenas conocía los territorios que gobernaba, sólo los había contemplado en su viaje hacia el castillo aquel maravilloso día en que llegó a su vida. Desde entonces, ni siquiera había salido fuera de las murallas.
-Que mejor guía que su soberano para mostrároslos ¿cierto? -le propuso entonces Jasper.
Alice no pudo ocultar la emoción que sintió en ese momento. Jasper sonrió complacido. Sus ojos, su rostro, toda ella parecían brillar de ilusión.
-¿Cuándo? -preguntó tratando de contener su entusiasmo.
-Ahora mismo si queréis -respondió. -Y os informó que no tengo intención de regresar hasta que oscurezca. Tengo mucho que enseñaros -le insinuó.
-¿Todo el día? -se sorprendió.
-¿No os agrada la idea? -una pequeña sombra de decepción nubló su voz. -¿No queréis que yo...?
-Al contrario, mi señor -se apresuró a aclararle. -Nada me gustaría más -admitió. Rápidamente bajó la cabeza avergonzada ante las palabras que se habían precipitado de su boca.
Jasper suspiró con alivio mientras su corazón comenzaba a golpear su pecho con fuerza alimentado por aquella esperanza que nuevamente asomaba a su alma. Lentamente tomó su barbilla alzando su rostro mientras llevó la pequeña mano que aún sostenía entre la suya hacia su pecho, con la esperanza de que Alice sintiese aquel palpitar y con él, todo lo que ella era capaz de provocar en todo su ser. Con la punta de sus dedos comenzó a acariciar su mejilla. Era tan suave, tan dulce, tan tierna, tan hermosa... Alice cerró los ojos, disfrutando de aquel contacto. Había deseado tantas veces una caricia suya, así. Su corazón repicaba en sus oídos, al unísono, en conjunción con aquel pálpito que resonaba en la palma de su mano, como si fueran uno solo. La mano de Jasper abandonó la tibia mejilla, recorriéndola hasta su nuca, enredándola entre su largo cabello negro mientras afianzaba la mano de Alice contra su pecho antes de soltarla y descender hasta su cintura. Esta vez no hizo su aparición ningún tipo de duda o vacilación, sólo existían Alice y su amor por ella. Poco a poco fue acercándose a su rostro y, durante un segundo, temió que ella lo rechazase. Buscó en sus ojos algún atisbo que lo incitara a detenerse pero se encontró con aquellos ojos violáceos que tanto adoraba llenos de anhelo... nunca los había visto brillar así. Bajó durante un momento la vista hacia sus labios, sonrosados, trémulos, casi expectantes que parecían llamarlo cual canto de sirena. Se inclinó un poco más sobre ellos, ya podía sentir su perfume embriagador aturdiéndole y su cálido aliento sobre su piel. El sabor de aquellos labios vino a su memoria, al igual que esa necesidad por sentirlos de nuevo, era incluso más poderosa que aquella vez cuando la besó en el altar. Finalmente el deseo le venció y no pudo dilatar más aquel momento, posando sus labios sobre los suyos, lo más delicadamente que le permitió ese fervor que turbaba sus sentidos. Los acarició con dulzura, sintiendo como los de Alice se unían a aquella sinuosa danza. Sin embargo, aquello no fue suficiente para Jasper, para sus deseos, para aplacar esa necesidad que tenía de ella. Aferró su cintura y la apretó contra su cuerpo, haciendo que un pequeño gemido escapara de los labios de Alice y aquello fue su perdición. Deslizó la mano desde su nuca hasta su espalda para abrazarla con fuerza a la vez que sus labios se separaron durante un segundo de los de ella para después volver a atraparlos con afán, casi con desesperación. Jasper profundizó el beso mientras Alice entreabría los labios para recibirlo y tuvo que ahogar un gemido al sentir como la dulce boca femenina se entregaba a su caricia sin reservas y como su cuerpo se estremecía entre sus brazos, fundiéndose con el suyo.
Reticente se separó de ella, ambos sin aliento. Jasper apoyó su frente sobre la de ella, disfrutando de aquel pequeño cuerpo que temblaba bajo sus manos, aún turbado por como se había abandonado ella a ese beso, como si también le hubiera impulsado el mismo deseo, el mismo anhelo que lo impulsaban a él. ¿Sería posible? ¿Sería posible que lo que tanto había esperado por fin le fuera concedido? ¿Sería ese el día en que por fin podría decirle, expresar todo lo que en su interior guardaba para ella?
Un carraspeo desde la puerta le obligó a despertar de su ensoñación y tuvo que reprimir aquellas palabras que luchaban por escapar de sus labios.
Tanto Alice como él se giraron tras separarse para comprobar que era Peter. El capitán se inclinó, apabullado por su intromisión.
-¿Sí, Peter? -le saludó Jasper.
-Los muchachos ya están preparados, Majestad -le informó. Jasper asintió.
-Os espero en media hora al pie de la escalinata -le susurró a su esposa.
-Iré a preparar la comida -concordó ella.
-Y yo me encargaré de los caballos.
Alice lo miró con un deje travieso y, poniéndose de puntillas se acercó a su oído.
-Con una montura será suficiente para los dos -susurró. Jasper rió para sí mientras veía a su esposa alejarse de él con su delicado caminar.
-Adiós, Peter -se despidió alegremente antes de retirarse. El capitán, sorprendido, apenas tuvo tiempo de inclinarse. Luego miró de nuevo a Jasper haciendo un esfuerzo casi sobrehumano para no reír.
-Ni se te ocurra -le advirtió apuntándole con el dedo de modo intimidatorio.
-Jamás osaría, Majestad -alcanzó a decir antes de ahogar otra carcajada.
-¿Quieres ser sometido a un consejo de guerra? -insistió Jasper.
Ambos mantuvieron la mirada fija durante un momento y, súbitamente, lanzaron sendas risotadas.
-Siento mucho la interrupción, Majestad -se disculpó.
-¿No tenías nada mejor que hacer? -suspiró resignado Jasper cerrando el ventanal.
-En realidad sí -confirmó -lo mismo que vos -añadió con cierta presunción.
-¿Charlotte? -preguntó -¡Ya era tiempo!
-¿Acaso era yo el único estúpido que no lo sabía? -se molestó.
-Amigo mío -le dijo con una palmada en la espalda -no hay más ciego que el que no quiere ver -concluyó dirigiéndose a la salida.
-¿También vos? -se le oyó decir antes de cerrar la puerta tras de sí.
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1 comentarios:
Mme encanto.. queria partes en donde estuvieran edward y bellaa :S
jaja pero estubo buenisimo..
gracias VASNNE por subir el cap..
besoos!
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