Cap.2.-Una nueva razón para vivir.
Por un minuto en presencia de ella él estaba dispuesto a darlo todo, por un instante de su amor no importaría lo que tuviese que pasar, lo que tuviera que entregar, anhelaba tanto su fragancia, tenía hambre de ella, de sus caricias, de sus besos, de su piel, hambre que dolía, que desesperaba y le mataba lentamente.
Y justo cuando pensó que ya todo estaba perdido, aún de rodillas sollozando por su amada, un aroma inundo sus sentidos.
Aquel perfume que hacía enardecer su garganta, la fragancia que se abría paso en su interior se le hacía exquisitamente familiar. Fresia, esa esencia se le hacía demasiado conocida.
Entonces sucedió, una lágrima brotó de sus ojos. Un vampiro que derramaba una lágrima, su única lágrima. El dolor dejaba de abrirse paso a su cuerpo, aquel aroma le había cautivado. Se encontraba lo suficientemente confundido como para dar importancia a que por primera y única vez en su larga existencia desde su conversión el podía derramar una lagrima.
Aún preso del asombro no quería dar crédito de aquella esencia que se comenzaba a acercar, no podía ser ella. Bella había muerto, pero entonces ¿cómo?, aquel perfume, aquella droga tan concentrada, la mezcla perfecta entre Fresia y lavanda no podía ser otra cosa que ella, su ángel, su niña, su mujer.
No quiso girar, no tenía las fuerzas, le aterraba el hecho de albergar esperanzas erróneas, pero entonces sintió un fluido que para él era demasiado conocido, junto con esa fragancia enloquecedora que provocaba que su garganta estuviese al fuego vivo se acercaba un perfume dulzón que a él se le hacía demasiado familiar. Sus sentidos le alertaron, fuese quien fuese el portador de aquel aroma, corría peligro, puesto que uno de los de su especie rondaba cerca, pero entonces notó que ese fluido tan propio de los de su especie no era otro aroma más que el suyo propio.
Se sintió ahora más confundido, quería voltear, sabía que su visión le mostraría la persona que se acercaba aún a metros de distancia, pero era masoquista, quería creer por al menos unos minutos que ese aroma pertenecía a Bella, quería disfrutar por un momento de un pedacito de ella, disfrutar aunque sea su aroma.
Continuó ahí por un momento, sin moverse un centímetro, inhalando y exhalando, sintiendo cada partícula de oxígeno anidarse en su interior. Rememorando cada segundo junto a su ángel. Casi podía oír su voz.
—Me podías haber llamado —dijo decidida. Yo la mire confundido
—Pero sabía que estabas a salvo. — Respondí
—Pero yo no sabía dónde estabas. Yo... —vaciló y entornó sus hermosos ojos.
— ¿Qué? —pregunté, era demasiado frustrante no saber que pasaba por su cabeza
—Me disgusta no verte. También me pone ansiosa.
Se sonrojó al decir aquello en voz alta. Yo me quedé quieto y alcé mi vista con aprensión.
Me dediqué a observarla, su expresión denotaba nerviosismo y vergüenza, mientras que un adorable rubor bañaba ahora sus mejillas.
—Ay —musité en voz baja—, eso no está bien.
— ¿No lo ves, Bella? De todas las cosas en que te has visto involucrada, es una de las que me hace sentir peor
—. No quiero oír que te sientas así —dije casi en un susurro
—. Es un error. No es seguro. Bella, soy peligroso. Grábatelo, por favor.
—No. — Respondió convencida
—Hablo en serio —no pude evitar soltar un gruñido
—También yo. Te lo dije, no me importa lo qué seas. Es demasiado tarde.
Unos tenues pasitos le alertaron sacándolo de manera abrupta de su ensoñación. Volteó a ver al responsable de romper su burbuja personal y el vampiro no supo bien que le impactó más, la fuerza con la que le golpeó aquel perfume en cada una de sus terminaciones nerviosas o aquella pequeña que estaba de pie a pocos metros de la tumba, justo tras él. La niña poseía una belleza inhumana, la fragancia que emanaba era solo comparable con la de Bella, su Bella, pero como podía ser eso posible.
Entonces se percató de que la pequeña que se le acercaba con torpes pasos era dueña de unos preciosos ojos cafés cómo el más dulce chocolate, aquellos que le recordaban tanto a su ángel. Su cabello era de un largo promedio, no sobrepasaba sus diminutos hombros, caía formando perfectas ondas en cada una de sus terminaciones, los rizos de la pequeña se movían al compás de sus débiles pasos, provocando que el color cobrizo de estos se acentuase más con cada débil rayo de sol que se abría paso en el lugar,
Atónito sin saber que decir, pensar o hacer cayó preso del pánico y solo atinó a observarla, sin moverse ni emitir sonido, dejó que la pequeña se acercase, él sólo esperaría, ya habría tiempo para respuestas. Para su sorpresa la pequeña llegó hasta él solo para regalarle una mirada cargada de confusión, una mirada que se le hizo extremadamente familiar. Entonces nuevamente fue preso de la melancolía.
—Hola — Dije con aquella voz tranquila que utilizaba cuando quería hacer sentir cómodo a alguien, formando una cortés sonrisa con mis labios de forma que no mostrara ningún diente.
Entonces levantó la mirada, sus grandes ojos marrones lucían asustados-casi desconcertados- y llenos de silenciosas preguntas. Era la misma expresión que había estado obstruyendo mi visión la semana pasada.
Mientras miraba dentro de esos extrañados y profundos ojos marrones, me dí cuenta que el odio-el odio que imaginé merecía esta chica sólo por el hecho de existir-se había evaporado. Sin respirar, sin sentir su esencia, era difícil creer que alguien tan vulnerable pudiera proyectar tanto odio.
Sus mejillas comenzaron a ruborizarse, y no dijo nada.
La pequeña siguió de largo, entonces Edward comprendió que no venía a verlo a él, sino por el mismo motivo que él. Recién en ese momento se percato de las rosas blancas que traía en sus pequeñas y delicadas manos. No dejó pasar el hecho de que alguien se había dado el trabajo de quitar cada una de las espinas de las hermosas y hora inofensiva rosas. Seguramente para evitar que se dañase.
Con particular interés e incluso y hasta una cuota de adoración, Edward contempló cada movimiento que emitía la pequeña. No debía sobrepasar los cuatro años, pero era muy menuda, su torpe caminar y su rostro angelical le daban la apariencia de una niña de tres años e incluso dos. Notó como la niña con extremo cuidado depositaba las bellas flores en la tumba de su amada, tan bellas como su ángel, no, las rosas no le hacían justicia, no había nada comparable con la hermosura de su esposa.
Nada podría tener la dosis justa de hermosura y ternura, sensualidad e ingenuidad. No existía belleza tan natural como la de Bella que pudiese ser digna de ser comparada con su ángel.
Notó como la pequeña intentaba emitir débiles frases, casi balbuceando logró emitir un “mami te extraño”. Eso fue todo lo que Edward necesitó para reaccionar, su mente comenzó a idear cientos de hipótesis, Bella, su Bella, había tenido una hija.
Ella lo había olvidado…
De pronto comenzó a sentirse estúpido, el en una tumba lamentando su perdida. Odiándose cada segundo de su patética existencia por dejar ir a un ángel, mientras que ella ya había rehecho su vida, pero ¿eso era lo justo no?
Él había sido el responsable de su ruptura, ella tenía derecho a ser feliz sin él.
Entonces todo cobró forma… Ella le había pedido encarecidamente que siguiera adelante sin ella… Le había hecho jurar no acabar con su existencia. Bella había conservado su apellido de casada, Isabella Cullen.
Su vista se desvió hacia la tumba en donde la pequeñita se dedicaba repartir las rosas de forma ordenada, formando así un perfecto corazón. Observó una vez más la tumba con detenimiento y comprendió que de haber sido humano en ese segundo hubiese muerto de un ataque al corazón, esto no podía ser cierto, no podía estar pasando. Él no podía, los de su especie no podían concebir.
“CUIDA DE MI CORAZÓN, LO HE DEJADO CONTIGO”
Bella, le había dejado su corazón, su razón de ser, un trocito de ella, un pedacito de su amor.
Un nuevo motivo para vivir se abría paso ante sus ojos, una razón para continuar con existencia.
Recién ahora comprendió el evidente parecido entre ambos, compartían el mismo color de cabello, tan peculiar y propio de Edward. Pese a que su rostro era la viva imagen de su ángel, podía notar finos rasgos marcados.
En ese momento quiso correr hacia su pequeña, tenerla entre sus brazos, llenarla de infinitos besos, decirle lo mucho que la amaba, aún cuando recién ahora se enteraba de su existencia. Sentía una extraña comezón en sus manos, preso de la ansiedad y la incertidumbre se debatía entre acercarse o no a la pequeña. Justo cuando se decidía por acercarse a ella, una enorme ira comenzaba a apoderarse de él por el hecho de que su bebé anduviese sola sin nadie que la cuidase, Charlie hizo acto de presencia.
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El lugar donde descansaban los restos de Bella quedaba a pocos metros de la casa de Charlie, por lo que no le sorprendió que se encontrasen en aquel lugar, prácticamente era su patio trasero.
Un vez que Charlie le explicó que al morir Bella Carlie había quedado a su cuidado, Edward se sintió más tranquilo, le reconfortaba saber que su pequeña no había estado sola, también le tranquilizaba el hecho de que Charlie no le odiara. Aún no comprendía como Bella pudo cargar con todo aquello sola, sin emitir un comentario o descargar su rabia, pena o dolor con alguien.
Para él había sido un suplicio llevar tanto dolor por cuatro largos años, no podía siquiera imaginar lo que había significado para Bella el sobrellevar un embarazo.
— ¿Porque no me dijo nada? ¿Por qué no me llamó?
— Ella nunca hizo mención acerca de su ruptura. Bella al igual que yo no éramos personas que se caracterizaran por hablar mucho, pero me bastó con ver en sus ojos todo ese dolor acumulado, guardado, escondido, ella lo mantenía todo en secreto. Ella te amaba, pero algo muy grande ha de haber pasado para que ella te dejara. Eso me bastó para apoyarla, si ella no quería hablar de aquello, yo no la forzaría, siempre creí que con el tiempo se abriría a mí… Nunca pensé que duraría tan poco a mi lado.
— Lo siento tanto Charlie, no puedes imaginarte como he sufrido estos años lejos de ella, pero venir a enterarme ahora y de esta forma ¡Dios, yo tenía derecho a saberlo!
— Lo sé, intenté ubicarte, pero toda tu familia desapareció a la semana que Bella y tu se separaron, para cuando me enteré del embarazo era muy tarde.
— ¿Tú, tu pensabas decírmelo antes de que Bella muriese?
— La muerte de mi hija fue un golpe para todos, nadie se lo imaginó, si bien su embarazo fue delicado, no pasaba de lo normal, jamás me imaginé que ella… El caso es que cuando yo me enteré de que Bella estaba esperando un hijo tuvimos una discusión, ella era tu mujer, ambos habían contraído matrimonio, Tú tenías derechos, y aunque ella fuese mi pequeña tu merecías saberlo, pese a que le prometí mantenerme al margen en secreto te busqué, usé mis contactos, pero nada, tu y tu familia no aparecían en los registros, era como si se los hubiese tragado la tierra.
En fin Edward, ahora estás acá y eso es lo que importa.
— Gracias Charlie, no sabes como te agradezco tu apoyo, pensé que me juzgarías…
— Edward yo no soy nadie para juzgarte, aparte eso no es todo…
— ¿A qué te refieres cuando dices que no es todo? ¿Hay más acaso?
— Tengo cáncer Edward, cáncer al esófago para ser exactos. Me quedan dos meses a lo mucho, por lo que tendrás que hacerte cargo de Carlie.
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