Escondidos detrás de las misericordiosas sombras
Alejados de la luz del día
Vivimos para cazar y matar, somos los condenados hijos de la noche.
Arrastrando nuestra inmune existencia por centenares de siglos
Y desde el anochecer hasta al amanecer, sufrimos nuestra inmortalidad…
Almas muertas (Dead Souls) – Sopor Aeternus
- Hola -
Jasper no sabía qué lo había incitado para saludar a Alice, simplemente, lo había hecho. La pequeña humana levantó la mirada del cuaderno que sostenía entre las manos y los fijó en el joven alto y rubio que se había materializado, literalmente, frente a ella. Ningún sonido le había advertido ates de su presencia.
- Hola – respondió mientras se ponía de pie frente al muchacho quien, automáticamente, había dado un paso hacia atrás al sentir su aroma aproximarse más de lo debido. Alice no pudo evitar sentirse incomoda por el gesto
¿Tendré mal olor? Se preguntó mentalmente, dudando en gran medida en la afirmación hacia tal pregunta. Ella, al igual que Bella, si algo tenía era mucha higiene con su cuerpo y su ropa…
- ¿Y tu amiga? – preguntó Jasper para distraerla al darse cuenta que, para la chica, su reacción no había pasado inadvertida.
- La estoy esperando – informó Alice, aún de manera cautelosa - ¿También tu esperas a alguien? –
- A Edward – ninguno de los dos se atrevió a continuar con la plática y un prolongado silencio se extendió en el ambiente, en el cual ella aprovecho para deducir que, si el olor despedido por su cuerpo fuera desagradable, cualquier persona no se quedaría a su lado, tal como lo hacía el rubio muchacho, si no que, por el contrario, se marcharía en cuanto tuviera la más mínima oportunidad…
Es lógico que mi olor no es ofensivo dedujo Entonces… ¿por qué aleja de mí de esa manera? No es la primera vez que lo hace…
- Dibujas – comentó Jasper, interrumpiendo sus cavilaciones, mientras veía el ancho cuaderno que Alice sostenía entre sus brazos, el mismo en el cual, había visto la perfecta copia de su rostro y el rostro de Edward, plasmados con lápiz de carbón – ¿Puedo ver? – preguntó
Desde pequeña, Alice siempre mantenía ocultos todos sus dibujos, por alguna extraña razón, un instinto dentro de su mente le gritaba el que mantuviera en secreto aquellos trazos y, obedientemente, ella accedía.
La única persona (además de ella) que, hasta ese momento había visto el contenido de aquel cuaderno, era Bella… y recordó vagamente que, cuando lo hizo, por un momento sintió cierto pánico, el cual se fue desvaneciendo conforme su amiga, fuera de criticar o asustarse por las imágenes plasmadas, le felicitaba de manera sincera.
Entonces… ¿Por qué maldita razón sus manos se habían movido de manera inconciente, tendiéndole a aquel muchacho el cuaderno para que lo hojeara?
Fuera de eso, estaba aquel sentimiento que le había embargado, una paz, una confianza tan infinita que llegaba a asustar. Ella sabía perfectamente (aunque de manera inexplicable) que él jamás le haría daño… y eso había bastado para no negarse ante tal petición.
Mientras tanto, Jasper podía sentir como se contagiaba, de nuevo, de aquel maravilloso sentimiento emanando del cuerpo de la muchachita, al mismo tiempo que sus ojos se deleitaban con aquellos finos trazos que daban forma a cada uno de los dibujos.
- Victoria Frances – señaló tras haber visto varias paginas
- Me gustan mucho sus pinturas, es una mujer muy talentosa – dijo Alice, sintiéndose un poco ruborizada. Acababa de recordar que tenía plasmados, en aquellas hojas, el rostro de aquel muchacho y el de su hermano y que no faltaba mucho para que él los viera, ¿cómo le iba a explicar aquella semejante y embarazosa situación?
- Tus dibujos son mejores – murmuró Jasper, quien, por segunda vez, veía aquel retrato en el que él se encontraba – ¿pasa algo? – preguntó al sentir la gran oleada de aflicción que se desprendía de Alice
- No – mintió la muchacha, sorprendida de que Jasper no le hiciera ningún comentario al respecto. Por lo que alcanzaba a ver, y conocía de su cuaderno, estaba segura que ese dibujo había quedado atrás tenía pocos segundos.
Tal vez se saltó algunas páginas y no lo vio, pensó, dejándolo pasar y volviendo a tranquilizarse. Los ojos de Jasper se dilataron ligeramente al ver la última página utilizada: era un pequeño castillo. No. No era un castillo. Era la casa en la que él y Edward ahora se alojaban. El bosquejo no estaba aún terminado, pero no hacían falta más detalles para saber con precisión que era el mismo lugar, oculto en medio del bosque, en donde todas las noches él solía contemplar el horizonte.
- ¿Conoces este lugar? – preguntó sin poder reprimir su curiosidad. ¿Se debía acaso a otra de sus predicciones?, le aterraba pensar el que así fuera, ¿Qué sucedería en aquel espacio? ¿Qué era lo que el destino le tenía deparado a esta jovencita en aquella vieja casa?
- No – respondió Alice
- ¿Lo has dibujado, así, simplemente? -
- Si. Por lo general, los dibujos que tienen mi autoría, los plasmo a partir de ciertos sueños que suelo tener – explicó la pequeña, aún sorprendida por la confianza que aquel pálido joven le inspiraba. Jamás antes, alguien le había inspirado este sentimiento de absoluta seguridad y comodidad, ni si quiera Bella, su mejor y única amiga.
- Entonces, ¿has soñado con este castillo? – persuadió Jasper – ¿Me contarías tu sueño?
- No…– respondió Alice, bajando la mirada hacia sus pies
- ¿Por qué no? – preguntó el vampiro con un ligero toque de desilusión en su suave y varonil voz. Sabía perfectamente que aquel sentimiento resultaba absurdo, pero le afligía el hecho de pensar que ella no le tuviera confianza. Más que aflicción, aquello le causaba una extraña sensación de melancolía.
- No suelo recordarlos… – comenzó a explicarle Alice, al percatarse de que una pequeña sombra cubría a esas hermosas pupilas doradas – solamente me quedan algunas imágenes, borrosas y sin sentido… son difíciles, imposibles, de narrar – Jasper la miró fijamente, tratando de comprender el por qué de aquella necia necesidad de estar junto a ella le dominaba cada vez más…
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Las sombras ya se habían expandido completamente por todo el cielo. Ni un solo rayo de luz, ni la más mínima iluminación que no fuera la de su pequeña linterna, alumbraba el brumoso camino que se abría paso ante sus negras botas.
Era fin de semana y, desde hacía ya días, Bella había planeado aquella excursión. La ocasión se había prestado perfecta ese sábado por la noche. La lluvia había cesado tenía menos de dos horas, dejando como recuerdo, solamente una espesa neblina que optaba el carácter de una suave capa cubriendo a los sepulcros.
- Bella, solamente ten mucho cuidado – le había dicho Renne antes de que ella saliera por la puerta
- Mamá, el cementerio es uno de los lugares más seguros que pueden existir – recordó la muchacha mientras se ponía una capa de terciopelo negro que cubría su demás vestimenta oscura – los muertos no se levantan de sus tumbas para atacar o traicionar a los demás, esa actividad solamente es realizada por los vivos
Renee suspiró mientras una leve sonrisa levantaba las comisuras de sus labios. Su hija siempre sabía encontrar las palabras justas para darle a sus actividades un significado diferente y, raramente, verídico.
- Regresa temprano – fue lo único que pudo decir mientras caminaba hacia Bella y depositaba un beso sobre su frente y, por la ventana, miraba como su hija se alejaba caminando, perdiéndose entre la espesura de la noche.
Bella había llegado, al fin, a su lugar preferido del camposanto. Se trataba de un bellísimo mausoleo, en el cual se encontraba inscrito el nombre de una niña que había muerto a los quince años. Se sentó sobre ella y recostó su espalda sobre la cruz que adornaba a la escultura. Levantó la mirada hacia el cielo, cubierto por enormes nubes ennegrecidas que, con suma astucia, habían cubierto hasta la más pequeña de las estrellas y, cerrando sus ojos, inhaló profundamente para poder sentir el olor a tierra húmeda combinada, de manera deliciosa, con aquel olor mortecino. Sonrió ligeramente ante la sensación de plenitud que le daba estar en aquel lugar.
Recordaba perfectamente la primera vez que había estado en un cementerio y fue cuando tenía nueve años; accidentalmente, se había perdido en una salida que había organizado su escuela y, sin saber cómo, había dado a parar en un camposanto de la ciudad. Recordó que, con lágrimas en los ojos, se sentó sobre una de las tantas sepulturas y, cuando estuvo ahí, completamente sola, el viento que soplaba, el sonido completamente puro, casi inadvertido, del lugar y el aroma tan seductoramente diferente, le daban a su alma una paz difícil de explicar.
Desde aquella vez, optó por visitar ese sitio con más frecuencia, al principio, solía ir solamente por las mañanas u horas tempranas de la tarde. Generalmente, lo hacía al salir de la escuela. Ya después, cuando su edad le permitía permanecer más tiempo fuera de casa, la idea de ir por las noches le pareció más atractiva. Otra pequeña sonrisa se le volvió a dibujar en sus negros labios al recordar la expresión de Charlie y Renne en cuanto se enteraron de su hobbie. Afortunadamente, gozaba de tener a unos padres abiertos de mente, los cuales, pese a su descontento y preocupación, no le impidieron seguir con sus excursiones nocturnas cada semana.
Pero, desde que se habían mudado a Forks, solamente había visitado ese lugar en unas cuantas ocasiones. Recordaba que había pasado alrededor de casi un mes desde la ultima vez que había visitado a su amiga Claudia, (así se llamaba la muchacha que yacía enterrada debajo de ella), en compañía de Alice.
Acomodó su pequeña linterna a un costado de su cintura y sacó de su mochila el libro que en esos momentos se encontraba apenas leyendo (aquel lugar, era donde más concentración podía otorgarle a sus lecturas). Antes de buscar la página en la que se acomodaba su separador, reparó en buscar las pistas apropiadas para la ocasión.
Nada mejor que Sopor Aeternus, Lacrimosa, Therion y Nocturnal Depression para esta noche, pensó y apretó el botón de play, y al momento, la voz de Anna Varney Cantodea comenzó a cautivar sus tímpanos con la letra de “Dead Souls” (almas muertas)
- Bella – llamó una aterciopelada voz en medio de la penumbra, traspasando de manera suave la música que resonaba en sus oídos y provocando que levantara la vista, encontrándose, al instante, con una figura masculina, tan pálida e increíblemente atractiva, que parecía un alma vagabunda que habitaba y reinaba aquel espacio.
Edward le miraba con el ceño levemente fruncido a causa de la extrañeza que le daba el ver a aquella muchacha. Ciertamente, jamás imaginó encontrarse a un humano, con vida, en aquellas horas y en aquel lugar… ¡mucho menos pensó encontrarse justamente a ella, merodeando por ahí!
¿Hasta que punto sería Bella diferente a los demás?
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó la muchacha quitándose los audífonos y el gorro de su capa, dejando a la vista del vampiro, la piel pálida y frágil de su rostro. Sus ojos se perdieron en aquella belleza que le resultaba tan irreal y cautivadora.
Tenía que admitirlo: le encantaba el como aquella humana se veía en medio de aquellas sombras vírgenes y espectrales. Si no hubiera sido por que podía sentir el tentador sabor de su sangre y el pasivo latido de su corazón, hubiera jurado que se había encontrado con un oscuro ángel perdido.
- ¿Te he asustado? – inquirió
- Aún no has respondido lo que yo te pregunté – recordó Bella de manera cautelosa
- Tienes razón – acordó el vampiro con leve deje de diversión en su voz – pero tú tampoco lo has hecho
- Fuiste tu quien apareciste de la nada – discutió ella - soy quien merece las explicaciones - sin decir más, Bella esperó en silenció
- Me gusta caminar por este lugar – comenzó a decir Edward mientras miraba hacia alrededor, contemplando maravillado, cada metro que se alzaba frente a sus ojos – no suelo hacerlo a diario, pero hoy me pareció una noche muy hermosa como para desperdiciarla estando encerrado en cuatro paredes
- Cierto – murmuró Bella
- Ahora, ¿responderás tú mi pregunta? – preguntó el joven de vestimenta oscura, mirando de nuevo a la muchacha – ¿Te he asustado?, si así fue, te pido mis disculpas
- No es necesario – respondió la chica con voz amable, mientras se volvía a sentar sobre la tumba – no me asustaste
- Supongo que tu también estas aquí por placer - Bella asintió – es un lugar demasiado pacifico ¿verdad?
- Si – contestó – no hay quien te moleste… la compañía de esta gente – dijo mientras pasaba su mano sobre la sepultura – es agradable, los mejores consejeros son los que, con su silencio, te guían hacia las mejores opciones
- ¿Necesitas ahora un consejo? – quiso saber Edward, acercándose inconcientemente hacia ella. Sintiendo como su sed era fácilmente reemplazada por el embelesamiento que le causaban las palabras salidas de los sabios labios de aquella niña
- No – aseguró Bella mientras, sin planearlo, una sonrisa se dibujaba en su rostro, dejando, sin estar conciente de ello, más admirado al vampiro que la contemplaba – esta noche solo venía a escuchar música, a leer, a pensar… a estar un momento a solas
- Entonces, estoy interrumpiendo el motivo principal de tu paseo por este lugar – dijo Edward a modo de disculpa
- ¡No! – exclamó Bella demasiado rápido para su vergüenza – Lo siento – murmuró después – no quise decir eso. Tu compañía no me ha resultado molesta, al menos no por ahora – agregó y, para deleite suyo, vio como los labios de aquel pálido rostro se curvaban hacia arriba, en un tiempo similar a un segundo. Estaba segura que, de haber parpadeado, se habría perdido tal espectáculo
- Entonces, mientras mi compañía no sea molesta para tu persona, ¿aceptarías el que me quedara?
¿Cómo podría negarme? Se preguntó Bella mentalmente y, aunque en ese instante el pensamiento le pareció fuera de lugar, no pudo evitar sentirse identificada con Eva, al verse tentada por el Demonio en forma de serpiente… todo el mundo (o al menos, la mayoría), la juzgaba por lo “débil” que había sido y lo “fácil” que había resultado de persuadir, sin embargo ¿Sabían si no aquel animal resultó ser, para sus ojos, algo de una belleza tan inhumana a la cual simplemente no podría negarle lo que ésta le pidiera?... ¿Acaso no todos los humanos, tarde o temprano, terminaban accediendo o doblegándose ante la hermosura?...
Pero para Bella, la hermosura era una de las cosas más subjetivas que pudieran existir en ese mundo, por lo tanto, no era tanto la belleza física de aquel muchacho lo que le incitaba a decir “Si” (aunque, claramente, también contaba). Era algo más fuerte, era aquel carácter tan misterioso que Edward poseía, aquella aurora siniestra que le envolvía a cada paso que sus pies daban, las palabras que de sus labios salían, el brillo amotinador que emanaban de ese par de ojos de un exquisito y estremecedor color dorado…
- Si, acepto – respondió, dejando a un lado sus divagues y concentrándose por mantener su mente en otra cosa lejana a lo que tenía poco acababa de pensar
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