Dark Chat

martes, 22 de febrero de 2011

Mascara De Odio

Cap. 28 Edward Cullen


No me sentía aun con la fuerza de voluntad necesaria para marcharme, así que después de que ella respondiera a mi ayuda incondicional con esa frase tan enigmática no pude retirarme como lo había planeado. Al contrario.

Se presento un cambio tan notable como loable y cuando menos lo esperaba, en lo que quedo de la tarde, me dedique a hablar con Bella de muchas cosas.

Me conto, aunque sin lujo de detalles, (sabía que le era doloroso recordarlo), todo lo que había pasado con su embarazo, todo lo que había pasado durante esos seis meses y lo que recordaba que había pasado desde entonces. Aun me sorprendía, me anonadaba, me admiraba que volviera a confiar en mí de esa manera cuando a todas luces no debía hacerlo, no por que estuviera pensando siquiera en traicionarla sino porque después de lo que había pasado, de cómo la había tratado y de lo que le había hecho, debía odiarme para la eternidad, pero ahí estaba, contándomelo todo, con su voz cansina, pero inclinada levemente a la melancolía, la escuchaba en silencio porque sabía que no tenía nada que decir, ya todo lo que tenía que decirle se lo había dicho, ahora solo me dedicaba a tocarle la mano o el cabello ya decirle cuanto lo sentía, cuando lo lamentaba y como me arrepentía, silenciosamente.

Me hubiera gustado besarla, amarla hasta el cansancio pero no me atrevía a pedirle más de lo que me daba libremente, esperaba que si las cosas continuaban así ella finalmente accediera a casarse conmigo y tener una relación marital real.

El tiempo pasaba de prisa mientras las palabras seguían fluyendo de sus labios y la escuchaba demasiado complacido, después, de alguna manera, ella estaba acostada en la cama con la cabeza sobre mi pecho, hablándome todavía, yo la acunaba en mis brazos dándonos calor mutuamente, seguía oyéndola y podría seguir haciéndolo por meses, años, toda la vida.

Cuando dejo de hablar supe que se había quedado dormida, quise levantarme para arroparla y colocarla en una posición mas cómoda, pero era demasiado placentero tenerla así, conmigo, como siempre quise estar, tal vez en paz no fuera la definición correcta, pero tranquilos, cómodos el uno con el otro, con el odio fuera, con las recriminaciones inexistentes a pesar de merecerlas enormemente.

Gracias Dios, repetía una y otra vez dentro de mí a medida que la respiración de Bella se había más profunda. A pesar de todo lo que hice, cosas que me condenarían para siempre, ella había tenido la gentileza de perdonarme, tal vez de darme una segunda oportunidad, y eso sin duda era algo que debía ser agradecido, sabía también que el haberles pedido este milagro a mis hijos había influenciado al destino, recordaba en algún momento haber dicho que no era de los que creían en predestinaciones y esas cosas, pero volvía a estar en contradicho cuando miraba a Bella y descubría, para mi profundo deleite, que el destino si había influenciado a mi vida, que el hecho de volver a tener a esa mujer en mis brazos, después de todo, no podía ser otra cosa sino eso, el destino.

No pude dormir, por que el tenerla junto a mi extinguía cualquier sensación de cansancio y por que había esperado por esto demasiado tiempo para desaprovecharlo ahora. Por eso cuando los primeros toques de sol en la mañana empezaron a pegar por mi cara me asegure de que Bella estuviera cómoda y seguí mirándola y velando por su sueño como un obseso.

Sabía que la Dra. Hale no aprobaría esto, pero en mi concepto Bella estaba mucho mejor, ya ahora mi presencia no podía dañar sus emociones, eso esperaba.

Se removió un poco, parecía que el sueño estaba abandonándola.

Cuando parpadeo dos veces para aclarar su mirada, recorrió la estancia con sus ojos y finalmente me vio directamente.

No hizo ningún movimiento para retirarse, tan solo se quedo mirándome a los ojos de una manera fija, me sobrecogía como podía esa mirada dar vuelta a todo lo mío. Su mano que había estado en mi pecho se levanto y rozo mis labios con sus dedos.

- pensé que te habías marchado – dijo susurrando.

-no pude hacerlo - confesé sin pena – no quería hacerlo.

Ella sonrió un poco y todo en mi se estremeció.

- me alegro…hacia tiempo no tenía una noche tan tranquila. – tampoco esperaba esta confesión.

- Elevas mi ego de una manera peligrosa – dije esperando que lo encontrara gracioso y me sentí levemente orgulloso de mi mismo cuando volvió a sonreír.

- es en serio – dijo después de un momento.

- lo sé…- corrobore deseando que no pensara que me burlaba de ella en absoluto.

Ella se quedo pensativa, pero como si pudiera leerla, los acontecimientos del día anterior, y lo que estaba por venir penetraron en su ensimismamiento.

- ¿tienes miedo? – le pregunte esperando que esa fuera la interpelación correcta en ese momento, y esperando, de alguna manera poder tranquilizarla acerca de eso.

-si…y no… tengo miedo por como pueda reaccionar, y no lo tengo a la vez porque…se que estarás ahí. – volvió a mirarme, y había tal vulnerabilidad en ese rostro que tuve el fiero deseo de protegerla de todo. – estarás, ¿verdad? –

- tanto como me quieras.- dije besándole la frente

-te voy a querer siempre…- dijo después de unos momentos - no sé lo que me haces…se que debería odiarte, pero no puedo hacerlo – Odio, eso me dolió, pero la entendía a sobremanera, lo que había pasado daba pie para que ella quisiera matarme nada mas verme, pero el corazón de Bella era demasiado grande para odiar, demasiado inocente, demasiado puro…

- se que merezco que me odies…se que deberías hacerlo, y siendo decirlo así, pero me alegra demasiado que no lo hagas. Bella, durante todo este tiempo me di cuenta de lo mucho que te dañe, pero también de cuanto te amo, tú me embrujaste el alma con tu ternura, tu amor hacia mí. Estoy enamorado de ti, y voy a estarlo siempre. – algo que, sin duda alguna no me arrepentiría nunca de decir. Ella cerró los ojos, como si de pronto pudiera saborear esas palabras que le decía.

-Cuando todo termino…- comenzó ella, seguramente haciendo referencia a cuando la eche de mi vida, fue lo único que se me ocurrió. – soñaba con este momento, con que volverías a decirme que todo era una broma, que cada cosa que me habías dicho no era sino invento. Después todo se terminaba y seguía ahí…- había supuesto bien, después de todo, pero no tenía derecho siquiera a pensar mal porque ella lo recordara, sabia cuan marcada estaba.

-¿sabes cuando me duele escucharte hablar así? – susurre contra su frente sintiendo dolor en el pecho.

- no más de lo que a mí me duele recordarlo…- suspiro quedamente- Edward…no va a ser fácil olvidar…todo lo que paso…- dijo ella, negando con la cabeza

- no te estoy pidiendo eso, lo único que quiero es compensar con recuerdos alegres cada una de las experiencias oscuras de tu vida – por un segundo me sentí perdido ante la idea de que ella, después de todo, decidiera no perdonarme, me sentía como un niño ante la expectativa. – ¿me has perdonado, Bella?, ¿accederás a casarte conmigo, a ser mi esposa de verdad?- quise saber, era sorprendente que aun no me sintiera seguro.

El silencio de ella fue exterminador, pero después soltó un suspiro, casi como si se viera resignada a decirlo.

- Si, lo he hecho , y… si, acepto casarme contigo…otra vez -

Alivio. ¿Que podía ser mejor que eso? ¿Felicidad?, pura y llana

Levante su mentón rozando sus labios con mis dedos, la mire a los ojos y baje la cabeza para besarla.

Comenzó lentamente, aun me costaba trabajo creer que volvía a hacer esto, volvía a besar su boca, a tocar su rostro.

El beso cobro intensidad después de unos momentos, sentí las manos de ella tirando de mis cabellos, la agarre por la cintura y la apreté contra mi mientras rápidamente me movía hasta quedar encima de ella. Me apoye en los codos para seguir besándola sin incomodarla con mi peso, abrió las piernas y me acomode gustoso entre ellas saboreando, paladeando su boca como un poseso ante una visión esplendorosa. Descendí mis manos por su torso, sintiéndola temblar contra mí, era una sensación que recordaba muy bien de ella cada vez que hacíamos el amor, como si siempre que la tocara algo la recorriera de arriba abajo. Abandone sus labios por su dulce cuello y lo bese ansiosamente mientras ella comenzaba a gemir pesadamente, sentí fuego en las ingles pero sabía que esto no podía prolongarse hasta donde yo quería hacerlo, y no era por falta de voluntad, dentro de poco tiempo ella seria requerida por sus tíos y para todo lo que quería hacerle necesitaría al menos tres cuartos de día.

Deje que mis manos se cerraran sobre sus pechos y descanse mi cabeza entre ellos mientras recuperaba la cordura. Era sorprendente que aun encendiera mi deseo de esa manera. Sabía que seria así por toda la vida.

Cuando pude regular mi respiración me levante lentamente, ella volvía a mirarme fijamente, pero ahora no me sentía incomodo, casi creía que ella estaba tratando de leerme y ver si todo lo que hacía o decía era verdadero. Aun seguía teniendo parte de la inseguridad de antes, o eso me pareció, bajo mi mano izquierda sentí el latido frenético de su corazón y no pude evitar reírme, me hacía sentir demasiado, demasiado bien.

- Te amo…- le dije, era algo que repetiría constantemente hasta que se le grabara.

- te amo…- respondió aun con sus ojos clavados en mi.

´- ¿que me miras? – le pregunte mientras le besaba la punta de la nariz.

-eres…muy hermoso – dijo ella dudando, pude ver que las mejillas comenzaban a tener más color que el normal. – nunca te lo dije, ¿verdad? – dijo mirándome otra vez. – insoportablemente perfecto…-

- no, nunca lo hiciste – dije apoyándome nuevamente en ella, sus manos seguían en mis cabellos, nuestras miradas fijas en el otro, como si una conexión hubiera sido forjada.

- te lo digo ahora – se irguió besándome la frente, sus labios me ardieron la frente y encendieron fuego en mi sangre.

Iba a empezar a derramarme en elogios para ella, unos que equipararan y sobrepasaran los de ella hacia mi cuando escuchamos que alguien toco la puerta.

Bella soltó una risita traviesa, tan nada propia de ella que no fui capaz de quitarle la vista de encima.

- no deben enterarse de que estas aquí – dijo empujándome suavemente para que me quitara de encima.

- tienes miedo de que nos descubran… – le dije tomándola de la mano mientras se sentaba y se calzaba unas pantuflas de lana.

- no…- dijo volviéndose a mirarme, se lanzo levemente hacia mí y me dio un beso ligero – tengo miedo de que la Dra. Hale no te deje regresar.

Se puso de pie mientras yo me bajaba hacia el otro lado de la cama para quedar oculto.

- Buenos Dias, Señora, los señores Swan y la Dra. Hale la están esperando.

-en un momento iré – dijo ella luego de unos segundos la voz de Bella se escucho repentinamente alterada, oscura y medrosa, maldije internamente a la portadora del mensaje, había tratado de distraerla un poco de su preocupación principal en esos momentos pero todo había vuelto nuevamente.

Me puse de pie cuando escuche que la puerta se cerraba, ella se volvió lentamente a mirarme, su rostro denotaba miedo.

- no tienes nada de que preocuparte, todo irá bien – le dije mientras me acercaba y le tomaba de las manos.

- si, todo estará bien – dijo en voz baja asintiendo, mas para sí que para mí. – yo... creo que me bañare, debes hacer lo mismo…- se dio media vuelta soltándome las manos y yendo a su ropero, me fascino ver como pasaba de un vestido a otro, irracionalmente, no podía creer que considerara casi erótica la manera en que buscaba lo mejor que tuviera para vestirse. Me quede de pie mirándola completamente deslumbrado.

Escogió un par de jeans de color oscuro y una blusa blanca que me recordó a la primera cita que tuvimos en el gato negro. Luego se volvió, ignorándome completamente y se metió al baño que había en la habitación sin cerrar la puerta.

Podía ser una invitación, o podía no serlo, lo cierto es que cuando menos lo pensé mis pasos me llevaron a el baño.

Abrí la puerta mientras el vapor acumulado en esos minutos fluía hacia el exterior, cerré la puerta tras de mí para que el frio no entrara.

Adivine su forma a través del vidrio que cubría la entrada a la bañera, había una serie de tubos de acero que supuse que estaban diseñados para que en la habitación también se albergar a alguien con problemas fisiológicos.

El baño olía irremediablemente a ella, cerré los ojos y aspire su esencia concentrándome en ella para tranquilizarme.

El silencio con el que se bañaba parecía casi palpable, detrás de él, adivinaba, estaba todavía la preocupación de ella, debía estar estresada, no quería que lo estuviera quería que estuviera completamente bien para esto que se le avecinaba.

Sin pensar en lo que hacia abrí lentamente el vidrio del baño y me bebí la figura de su espalda, desnuda del todo.

La recorrí incansablemente con la mirada, desnude su alma con mis ojos marcándola lentamente, tal como la recordaba, más fina mas grácil, mas mujer.

Ella se dio la vuelta lentamente cuando sintió mi presencia, pero no me echo ni nada por el estilo, tampoco hizo nada más que mirarme. De repente me sentía como si nunca nos hubiéramos mirado realmente desde su intento de suicidio, ella parecía ver cosas en mi que antes no había hecho, y yo, tal vez inconscientemente hacia lo mismo.

Lentamente ella separo la mano que estaba cruzada sobre su pecho y la extendió hacia mí.

Creí entender su mutismo, lentamente comencé a desabrochar los gemelos de mi camisa, y luego a la prenda hasta retirarla de mi cuerpo, ella seguía mirándome mientras terminaba de desvestirme y extendía mi mano para tocar la de ella.

Era más atrevida que la Bella que recordaba, pero aun era ella, esa que ni mis más viles maldades pudieron corromper.

Cerré mis brazos a su alrededor imaginando que esto era lo que necesitaba, alguien que la sostuviera y pudiera soportar sus miedos con ella.

El agua cayó sobre nosotros como testigo de ese momento de unidad, me sentía unido a Bella, atado de por vida.

Hundí mis dedos en su cuello y comencé a masajear lentamente los nudos de tensión que había en el. Ella se estremecía a cada contacto, pero sabía que estaba intentando relajarse.

Le susurre palabras tranquilizadoras en el oído y seguí intentando relajarla.

Aun abrazada a mi apoyo su cabeza en mí pecho y dejo que la siguiera mimando sin importar cuánto tiempo pasaba y cuanto pudieran demorarse esperándola.

- quisiera quedarme aquí toda la vida –hable descubriendo mis pensamientos en ese momento.

Sentí que sus mejillas se contraían en una sonrisa. Abandone el masaje en su cuello para levantar su rostro entre mis manos.

-todo estará bien, ya verás que él te va a querer, mereces ser amada por encima de todas las cosas. –no lo decía por querer congraciarme con ella, lo decía por que así era, nada más que la verdad.

-yo también espero eso… -dijo ella mientras los ojos se le llenaban de lagrimas, aun a pesar de la humedad las pude notar – es curioso que me sienta aprensiva por estar a punto de conseguir lo que siempre soñé con tener.- sorbió un poco - es que no se…han pasado tantas cosas, tantas decepciones, tantos eventos adversos que…tengo miedo de que sea uno de esos – me sentía mal, sabía que parte de esos miedos de ella no eran sino culpa mía.

-Bella, ¿como podría no quererte?, eres su hija, eres con lo que ha soñado desde que tuvo ese accidente. – ¿como podía negarse a querer a una mujer tan buena como ella?

Asintió nuevamente y volvió a poyarse en mi pecho.

Nunca supe como hice para bañarme y bañarla ya que la mayoría del tiempo permaneció abrazada a mí, como una niña temerosa, no me incomodaba pero realice maniobras que ni siquiera sabía que fuera capaz de hacer.

Cuando la saque en brazos no protesto, recordé amarga y a la vez apasionadamente cuando había hecho algo similar en nuestra luna de miel, cuando a pesar de haberla amado realmente esa noche, aun tenia sobre mí el velo, la ceguera de la ambición, ahora estaba limpio de cualquier pensamiento insano sobre Bella, excepto aquellos en donde la poseía una y otra vez sin control alguno.

Nos vestimos nuevamente en silencio, me asee los dientes como pude y use el cepillo de cabello de Bella para acomodarme un poco la apariencia.

Cuando estuvo lista se volvió hacia mí y me dijo.

- no importa lo que haga o suceda, no te alejes de mi –

Asentí nuevamente mientras ella se daba la vuelta y salía, seguida de cerca por mí.

Caminamos en profundo silencio hasta la oficina de la Dra. Hale, que supuse no estaría nada contenta con nuestra demora.

- buenos días – saludamos apenas cruzamos la puerta, ellos estaban ahí, y me miraron algo hostiles, al parecer seguían sin asimilar que Bella fuera mi esposa. Nos quedamos de pie a un lado mientras la Dra. Hale comenzaba a hablar.

-creo que los señores Swan deben decidir la manera correcta de hacer esto, o le dicen ustedes la verdad, o se las dice la señora Cullen. No podemos plantearlo de otra manera, y creo que no tengo el derecho de decirle algo así a Charles.

- lo sabemos, estuvimos dialogándolo con la familia. – sentí que Bella a mi lado se sobrecogía.

-¿ustedes…- hablo en voz alta – su familia ya sabe que…estoy viva? –

- sí, ayer se lo confirmamos a nuestros padres, están fuera de sí del alivio y la felicidad, quieren conocerte.

Ella se volvió a estremecer, y una sonrisa, que sabía que ella en verdad no quería plasmar, se dibujo en su cara.

- ellos estuvieron de acuerdo que en fueras tu misma quien se lo dijera.

Bella permaneció en silencio, sentía que me apretaba la mano, esto parecía ser demasiado para ella.

- ¿Yo? – pregunto ella- pero…no sería mejor que lo hicieran ustedes, al fin y al cabo el…los conoce.

-a ti también te conoce, siempre nos habla cosas lindas de ti – dijo Adam.

- no lo sé…no me siento con el derecho…- dijo ella negando con la cabeza

- tienes todo el derecho del mundo…eres, después de todo, su hija legitima.

El silencio que llego tras esta afirmación lleno toda la estancia, apreté la mano de Bella en un gesto mudo de apoyo y ella me devolvió el apretón.

-está bien…- dijo aunque parecía estar más segura de que las vacas volaban. Mi preciosa muñeca…sabia que estaba muriendo de ansiedad y de nervios, pero estaba casi completamente seguro de que nada de esto iba a ir mal, al menos para ella, ella merecía esto, merecía ser feliz.

Nos dimos la vuelta para salir, la Dra. Hale informo que esta era la hora en la que la enfermera sacaba a Charlie a tomar el sol.

Los pasos resonaban en el piso de madera mientras nos acercábamos más y mas al jardín, al destino que aguardaba a Bella.

Divise a lo lejos la figura encorvada en la silla de Charlie, estaba encorvado por que miraba de cerca de una paloma que se le acercaba a pasos lentos y cautelosos. Este se irguió nada mas aparecimos en su campo de visión, sentí los pasos de los tíos de Bella cerca de nosotros, detrás.

Ella miro por unos momentos y le sonreí para darle animo, lentamente solté mi mano de la de ella para que fuera al encuentro de su padre.

Ella me volvió a mirar, como si estuviera rogándome que no la dejara sola.

- estoy contigo…pero es un momento en el que no debo intervenir- dije quedamente.

Ella asintió lentamente y se dio la vuelta para dar los pasos que la separaban de su destino.

La vi alejarse, como si estuviera alejándose de mí, volvía a esa parte que detestaba en la que sentía que podía perderla por todo esto, rece por que se obrara algún milagro, la vi arrodillarse frente a la silla de Charlie y comenzar a mover los labios.

Pedí por ella, porque esto significara cosas buenas, pedí por él, porque se recuperara pronto y pudiera ser la familia que quería ser al lado de su hija perdida y recién encontrada.

La expresión del hombre era seria mientras miraba a Bella a sus pies hablándole, parecía que lentamente su cerebro, que se había fundido en la locura para escapar de la realidad dolorosa volvía en si lentamente ante lo que ella le estaba diciendo.

Después de unos momentos los labios de ella dejaron de moverse, hasta en esa distancia sentía ese silencio incomodo que seguía después de que la gente contaba un secreto, o decía la verdad y el resto de la audiencia debía asimilarlo.

Y luego, como si algo hubiera hecho reaccionar al hombre, extendió sus brazos lentamente y Bella, después de unos momentos se refugió en ellos como hacia conmigo, solo que en esa ocasión la pasión que se veía en ese abrazo era puramente fraternal. De amor de familia.

Aun a distancia podía escuchar los sonidos de los sordos sollozos de Bella, se me encogió el estomago, jamás, nunca la había escuchado llorar de esa manera, como si estuviera desgarrándose por dentro, di un paso para acercarme y ayudarla pero sentí una mano suave en mi brazo y vi que era la Dra. Hale, deteniéndome.

-no…aun no - dijo como si comprendiera que Bella necesitaba ese momento a solas con su padre.

La volví a mirar, seguía abrazada al hombre llorando sin misericordia, sin control…

La compadecía, y la comprendía enormemente, yo estaría clamando igual si en algún momento de mi vida se presentara la oportunidad de recuperar a mis padres de la muerte, envidiaba de una manera inocente a Bella, me sentía solo…intruso en esa reunión familiar.

Sé que le había prometido estar a su lado, pero sentía que ella no me necesitaba ahí, no en esos momentos, así que di un paso para retroceder e irme a pasar este apretón de pecho en un sitio en donde sus sollozos no me lastimaran como lo estaban haciendo.

Ya había dado la vuelta cuando escuche un sonido ahogado, más un graznido que un grito, pero audible a distancia, perforo mis entrañas con un anhelo absurdamente insoportable.

- ¡EDWARD! -

Era Bella, me di la vuelta y la vi de pie, al lado de la silla de ruedas de su padre, mirándome, la cara completamente hinchada, las lagrimas brotando de sus ojos sin control, tan hermosa y pálida como un hada…llamándome, tentándome con su canto.

Sus ojos me rogaron que me acercara. Quería hacerlo pero sentía que algo me detenía, no sabía que era, seguía con el conocimiento de que, de algún modo, no tenía nada que hacer aquí, negué con la cabeza.

-Por favor – dijo ella en la distancia solo moviendo sus labios.

Maldije para mis adentros, ¿dónde estaba la promesa de que no la dejaría sola?

Mis pasos comenzaron a llevarme lentamente hacia ella, hacia su llamado, hacia ese al que acudiría sin más tregua.

Cuando estuve a unos metros de distancia los ojos del hombre, tan parecidos a los de mi frágil muñeca, me miraron evaluadores.

- acércate, hijo – dijo el hombre anonadándome completamente. Di los pasos que faltaban y estreche la mano del hombre, arrugada y ajada, pero aun fuerte.

-papa…el es…mi esposo…Edward Cullen.

El hombre asintió, parecía que en su locura me aceptaba, parecía….

- acércate, hijo, déjame abrazarte –

Me quede petrificado cuando los brazos se abrieron para recibirme como si de verdad me considerara parte de la familia. Me sentía completamente desorientado, ¿que debía hacer?

Mire a Bella quien a su vez me miraba interrogante, como esperando que yo tomara el siguiente paso.

Los brazos del hombre no bajaron ni un ápice, parecía tener toda la paciencia del mundo para esperarme, me acerque, aun no podía creer en lo que hacía cuando me incline y sentí que sus brazos cansados y enfermos me rodeaban sin tregua.

Muchas cosas pasaron por mi cabeza en ese momento, todas ellas relacionadas con recuerdos olvidados de mis padres y mi niñez, súbitamente aplastada por su desaparición, este hombre me aferraba y me decía gracias una y otra vez, no entendía por que, supuse que Bella le había dicho algo relacionado conmigo, a juzgar por la entrega del abrazo, debió haberle dicho alguna mentira.

Después de unos momentos nos separamos, me enderece como si un gran peso hubiera sido removido de encima de mí.

Mire a Bella que me observaba con una sonrisa triste en sus labios.

Escuche pasos tras nosotros, eran los tíos de Bella que permanecieron a un lado mientras él los miraba.

- Hermanos….encontré a mi hija – dijo mientras lagrimas de felicidad se escapaban de sus ojos – y esta casada…-

Los hermanos se abrazaron efusivamente mientras Bella volvía a mirarme, solo que ahora su mirada estaba teñida de algo que me pareció reproche. Debía estar así después de mi intento de escapar de lo que no podía comprender.

Bella debía estar feliz, su padre la aceptaba sin reservas y ese debía ser su principal miedo. Ahora nos encontrábamos en la encrucijada sobre lo que iba a pasar después de esto.

Los tíos se retiraron después de unos momentos, querían dejar a Bella sola con su padre. Me acerque a ella para despedirme.

- Bella…- el llame quedo, estaba sentada en el suelo sosteniendo la mano de Charles que hablaba sin parar. Se volvió hacia mi.- debo irme – no era cierto, pero ya había hecho aquí lo que tenia quehacer.

-Si, claro…Char…papa, permíteme unos momentos.

El hombre asintió y Bella se puso de pie. Cuando llego a mi lado sin previo aviso me abrazo con fuerza, correspondí a su abrazo con creces.

-Gracias por estar aquí, siempre lo recordare

-no hay problema- le respondí, ya me había dicho que no quería importunar ni a Alice ni a Jacob mientras ambos preparaban sus bodas–

-¿debes irte en verdad? – dijo mirándome aprensiva.

-si –mentí – debo ir a la empresa a arreglar unos asuntos.

-si…perdón por retenerte tanto tiempo…gracias otra vez.

- estaré ahí cada vez que lo necesites. – le bese la frente por que no me parecía correcto besarla como quería hacerlo frente a su padre.

-Gracias. -

Me di la vuelta y lentamente me marche.

Cuando subí al auto me quede mucho tiempo mirando hacia el frente, sin esperar nada de nada, pero con esa tranquilidad que se apodero de mí en el momento en que el abrazo con Charles termino.

Era como si hubiera sido, de alguna bizarra manera, purificado de tantas cosas. Nuevamente el tener a Bella en mi vida aportaba cambios tan notables que me era imposible acostumbrarme.

Partí rumbo a la oficina, aunque mi presencia allí no era necesaria del todo, pero necesitaba alejarme de todo lo que este encuentro de sentimientos había producido en mi, era como si no estuviera preparado para enfrentarme a esta nueva realidad, esa que incluía vivir apasionadamente para que en el momento de perder todo supiera que había aprovechado mi vida del todo.

Aparque en la oficina y trate de embadurnarme de trabajo para así poder pensar más tarde y con más detenimiento todo lo que había acontecido el día de hoy.

No sabía como procedería al día siguiente, pensaba mientras la última hora de la tarde se cernía sobre mi oficina. No sabía si ir a ver a Bella, si, en caso de que no fuera, ella se enfadaría, me sentía tan perdido y desorientado.

Cuando llegue a la casa seguía pensando, parecía que la cabeza se me iba a cocinar, no era una sensación agradable pero tampoco me desagradaba. Contradictorio.

Cuando finalmente estuve acostado, no pude pegar ojo, a pesar de que sentía los parpados cansados debido a mi insomnio de la noche anterior al ver dormir a Bella. Cerré los ojos por distracción, para sentir así un poco menos cansancio.

Quise levantar el teléfono muchas veces, quise hacer muchas cosas, pero nada surgía más que el sonido del segundero de mi reloj d mesa pasando el tiempo.

Así que cuando llego la mañana seguía igual que el día anterior, sin ningún tipo de propósito.

Estaba tomando el desayuno cuando escuche que el teléfono sonaba.

-señor, es para usted – dijo Victoria pasándome el teléfono.

- Buenos Dias? – salude pensando que era un poco temprano para llamadas.

-Señor Cullen?-escuche del otro lado la voz de James.

-Ah! ¿James, buenos días, sucede algo? – dije, el día anterior no había sido notificado de ninguna anomalía.

-señor, recibí una llamada de la Clínica Saint Thomas.

-¿que pasa? – dije rápidamente, era la clínica de la Dra. Hale.

- Los señores Swan…se han ido, con Charles y con…la señora Cullen.

-se… ¿se han ido a donde? -

- a la residencia de ellos en Londres-

Cerré los ojos lentamente mientras la realidad se abría paso entre mis pensamientos, ahí estaba, lo que había temido, se la habían llevado con ellos tal como lo había supuesto desde el principio.

- ¿como pudo salir de la clínica?, soy su tutor legal…- dije desesperado por ostentar un poder sobre Bella que a todas luces ya no tenía más.

- sus tíos dieron la autorización para que pidiera una salida voluntaria, se han marchado a donde se encuentra toda la familia Swan…todos quieren conocer a la muchacha.

Eso lo entendía, 19 años creyendo a alguien desaparecido y posiblemente muerto y que de repente apareciera vivo frente a sus ojos era algo descomunal.

- ella le dejo una carta, la Dra. Hale pidió que le fuera entregada inmediatamente, debe estar por llegar por el servicio postal.

- si…- dije sin saber exactamente que decir. Una carta…eso no solucionaba nada. Si ellos querían quedarse con ella…si la convencían de dejarme…

Sentí una tristeza tan profunda como hacía demasiado tiempo no sentía. La sensación de pérdida de Bella era demasiado, mucho más de lo que podía tolerar. Había estado cerca, había logrado convencerla de que fuera mi esposa otra vez…y ahora ellos se la llevaban, la arrancaban de mi lado sin mayor contemplación.

James corto al otro lado de la línea al mismo tiempo que mi secretaria irrumpía en la oficina informando que había llegado una carta con el postal.

Firme el recibido y ella me la trajo tiempo después.

Estaba en una hoja blanca con la impecable letra de Bella impresa en cada línea. Parecía que ese trozo de papel aun contenía parte de la esencia de su piel que se había grabado en el momento en que la había escrito.

La abrí lentamente, como si estuviera seguro de que era una carta de despedida.

"Edward:

Sé que cuando recibas esto ya habrás tenido noticias sobre mi partida con Charlie y mis tíos. Fue una decisión de último momento, ellos vinieron temprano, me dijeron que la familia no podía esperar para conocerme y querían ver a Charlie también, es increíble que en unas pocas horas haya presentado tal mejoría, como si enterarse de que existo le hubiera dado la energía que necesitaba para salir adelante.

Me siento orgullosa de él, tanto como de ti.

Comprendí que eres un hombre bueno, un hombre al que los golpes del destino han vuelto duro y frio pero que en el fondo sigue siendo ese niño que perdió a sus padres, ese niño que necesita ser amado, ese niño al que le costó aprender las lecciones de la vida pero que ahora…ahora esta resarciendo sus errores, conmigo.

Yo te amo Edward, ya te lo dije, y esto no se trata de un adiós ni mucho menos, se trata de descubrir si soy algo más que esa alma vacía que vagaba sin tener donde pisar seguro.

Sé que comprendes mi necesidad de descubrirme, así como quiero pedirte que te descubras también.

Quiero que medites, que pienses seriamente en todo, y decidas después de eso si en verdad quieres vivir conmigo…si quieres que sea tu esposa.

También sé que te prometí que nos íbamos a casar, te pido ahora por esa promesa que me des tiempo para conocer esta nueva realidad que la vida me ofrece, tiempo para asimilarla, y tiempo para volver a ti.

Nunca dejare de amarte y eso está escrito con sangre, solo dame tiempo…espérame…

Si no puedes esperarme comprenderé perfectamente, después de todo no tienes necesidad de hacer ningún sacrificio aunque me ames.

Si puedes espérame…te prometo que volveré."

Cerré la carta mientras las lágrimas abandonaban mis ojos lentamente, no era una carta de despedida, después de todo, pero podían pasar muchas cosas en ese tiempo que ella me pedía.

Ella aun dudaba que la esperara cuando desde hacía mucho tiempo había decidido esperarla hasta volverme anciano sin nada que desear salvo a ella y su compañía. Deje la carta a un lado y me abandone al llanto que había estado conteniendo desde el día anterior. Volvía, como la carta lo decía, a ser ese niño desorientado y sin propósito que era cuando mis padres murieron.

Pero una cosa era segura.

Esperaría a Bella aun desde el más allá si era necesario

Isabella Swan

Me sentía completamente fuera del lugar, desesperada, patética, emocionada, ilusionada y muchas otras cosas más.

Se abría ante mi algo con lo que no contaba realmente, algo que tenía pinta de querer cambiar mi vida de una manera poderosa.

Seguía asimilándolo mientras las palabras, ahora más lentamente, se me colaban en el cerebro junto con su implicación, en un momento estaba tranquila, aceptando lo que había pasado, y al siguiente sentía que me faltaba el aire, como si tuviera alguna reacción alérgica a las noticias. Lagrimas de emoción acudieron a mis ojos en sin fin de cantidades. Lloraba lentamente, como casi nunca había hecho desde que crecí

-Señora Swan… ¿se encuentra bien? – me dijo la Dra. Hale mirándome a los ojos, quise responderle con algo más que esos sollozos ahogados que brotaban sin control de mi garganta pero no fui capaz de ir más allá de unos sordos balbuceos.

Uno de los señores Swan se acerco a mí, no tuve voluntad de alejarme, ni siquiera cuando su brazo me insto a sentarme para no caerme ante el profundo mareo que me atenazaba.

Resultaba imposible de creer que algo como esto pudiera suceder, tener a mi padre, a la familiar que había deseado desde que era una niña abandonada en ese orfanato, a dos pasos de mi y en la misma clínica psiquiátrica a la que había acudido para tratar de organizar mi poco de vida.

Respire hondo para tranquilizarme mientras terminaba de asimilar esta nueva situación, esperaba con ansias una señal que me guiara, alguien que me entendiera, alguien con quien contar sin necesidad de molestar. No podía con Alice, aunque sabía que me había ofrecido su ayuda incondicional, pero no me sentía con la fuerza moral para pedirle que interrumpiera su felicidad por mi causa, Jacob había salido de viaje con Leah y tampoco podía regresar pronto.

De repente la solución fue tan obvia como atemorizante, el estaba ahí, había dicho que estaría ahí, y diablos si lo necesitaba, enormemente, ya no importaba si lo perdonaba o no, no importaba nada de nosotros, al menos no ahora, por el momento lo más importante era lo que tenía yo en este momento, unas profundas ganas de apoyarme en alguien que no fuera mi médico de cabecera, me sentía tan sola y frustrada que hice lo primero que se me vino a la cabeza.

- necesito un teléfono…y el numero de móvil de Edward…

-¿quien es Edward? –pregunto Adam mirándome-

- - necesito un teléfono… - parecía que era lo único que podía pronunciar, la Dra. Hale señalo el de su escritorio y me paso una libreta.

- - encontrara el nombre de su esposo en la letra C.

Asentí lentamente sin sentirme capaz de mayores entusiasmos, marque rápidamente el numero mientras mi pecho seguía doliendo de esa manera tan…"dolorosa"

-¿hola?- escuche la voz del Edward al otro lado de la línea, sentí un vértigo en el estomago difícil de describir y soportar, su voz, era lo único que parecía necesitar para escuchar, para ser capaz de pedirle que acudiera a mí una vez más. Para hacer a un lado todos mis miedos y mis inseguridades y pedirle a él, precisamente al, la persona a la que mas debería odiar en la vida, que viniera a mi "rescate".

-¿Edward? – pregunte aunque era más que obvio que se trataba de él.

Escuche por el auricular como si un auto frenara estrepitosamente y temí haberle provocado algún accidente, espere unos segundos.

- - Be…Bella – parecía tan sorprendido como yo por esta llamada tan intempestiva pero debía actuar de prisa, no quería hablar con nadie más que con él. Aun no comprendía como podía ser eso. – Sí, soy yo – dijo el después de unos momentos, – ¿sucede algo?-

- -Edward…yo… - hasta pronunciar su nombre me llenaba de una emoción desconocida - no sabía a quién mas llamar – confesé completamente anonadada de mi propio atrevimiento, decidí explicarme para que no pensara nada más que lo correcto - Alice está planeando su boda con Jasper y Jacob no ha vuelto del exterior, no tengo a nadie más.- Y resultaba tan verdadero como todo lo demás

- - no importa…cuentas conmigo para lo que sea, lo que sea….- dijo casi en un suspiro. Luego no pude contenerme Más y empecé a explicarle entrecortadamente lo que estaba sucediendo

- -Charlie…Oh Dios!, en resultado es…él es…- respire hondo volviendo a tratar de calmarme, pude ver que la Dra. Hale estaba bastante preocupada y mis tíos me miraban impasibles. Aunque también podía adivinarse preocupación bajo esa mascara – ven, por favor – dije sin poder retrasarlo por más tiempo.

- -en diez minutos estaré allá – respondió el apresuradamente, espere que fuera cierto y uve que morderme la lengua para no decirle que viniera en incluso menos tiempo. Puse el teléfono en su sitio mientras todos me miraban.

- - necesito que el este acá…por favor no me pregunten nada –

Los tres, la Dra. Hale y los Swan me miraron fijamente, casi como si creyeran que definitivamente me había vuelto loca, pero ahora eso no me importaba, ahora lo único que quería era que alguien me dijera que hacer, yo, que nunca había dependido de nada, sino de mi propio ser, necesitaba de otra persona que me soportara, y nada menos que el hombre que había acabado con mi vida meses atrás.

Me quede sentada en la silla abrazando mis rodillas, nadie decía nada, parecía que habían comprendido mi necesidad de estar en silencio mientras miles de ideas cruzaban por mi cabeza sin control alguno. Escuche sonido de pasos, me puse de pie rápidamente y Salí corriendo sin importarme nada mas, cuando lo vi a lo lejos me lance sin pensarlo a sus brazos y allí, solo allí halle el consuelo que estaba necesitando, en brazos de él nada malo podría pasarme.

Sentí que sus brazos se cerraban en torno a mí y eso me dio aun más seguridad. Mis píes subieron unos diez centímetros del suelo y no me importo, solo sabía que así me sentía confortada.

-Tranquila…Tranquila, estoy aquí…estoy aquí, no pasa nada – decía el despacio mientras sentía sus dedos tocándome la espalda, su voz parecía el calmante que me daban al inicio de mis sesiones, me sentía pesada, preocupada, asustada, pero laxa.

No pude hacer cuentas del tiempo que trascurrió, pero me parecieron días cuando decidí apartarme un poco para darle espacio, seguramente él sí que pensaba que ahora si me había vuelto loca.

- - lo siento – fue lo único que se me ocurrió decir, no pude darle la cara excepto cuando sus manos me rodearon el rostro y me hizo inclinarme hacia atrás para poder mirarlo directamente.

- -¿que es lo que pasa? – escuche su pregunta, esa que me trajo a la realidad nuevamente.

- - Charlie…- comencé – Charlie…él es…- suspire tratando de decirlo aunque me costara aun mas aceptarlo

- - Cálmate, pequeña, respira profundo y dime que está pasando – "pequeña"…nunca me había llamado así y lo encontraba tan…tranquilizador….tan enternecedor que quise abandonarme a sus brazos sin importarme nada más.

- - el es mi padre – termine con esa frase que ni yo misma me podía creer, el se quedo mirándome en silencio mientras parecía asimilar la información que le había dado.

- - eso es…bueno, pequeña.- escuche su voz pero todo lo que decía me parecía que tenia significado contrario, al menos para él.

- - no sé qué hacer…- confesé en ese momento mi inseguridad, mire hacia la Dra. Hale y hacia donde los Swan pensando en que realmente todos ellos eran unos desconocidos.

- -debes decírselo, a él le alegrara saber que su hija se encuentra viva…- volví a mirarlo mientras lo escuchaba hablar, realmente el parecía estar de acuerdo en que le dijéramos a Charlie la verdad, yo no sabía nada acerca de que decisión tomar.

- -tu…- comencé no muy segura de cómo interpretar su expresión – ¿eso es lo que crees que debo hacer?-

- - nunca me preciaría de decirte, al menos ahora, lo que debes hacer, Bella. No importa la decisión que tomes, yo estaré aquí…- lo que dijo a continuación lo dijo en un susurro - no voy a dejar que nadie te aparte de mi….

Lo mire a los ojos esperando encontrar algo más en ellos aparte de esa profunda determinación y la verdad en cada palabra que había dicho. Realmente pensaba que algo podia pasar con todo esto que haría que dejáramos de vernos. Mire hacia donde los Swan

- - yo…no sé como decírselo a Charlie. – dije hablando para el pero mirándolos a ellos, algo que podían interpretar igual.

- - ¿quien es él? – la pregunta broto de repente de la boca de George, miraba a Edward de una manera demasiado hostil.

- -es el esposo de la señorita Swan, se llama Edward Cullen –contesto la Dra. Hale, los Swan la miraron cuando comprendieron que se trataba de mi marido, de quien habíamos hablado hacia unos momentos.

- - ¿Esposo?, pero si solo tiene 19 años – cuando hablo Adam me hizo sentir como si fuera una niña de 14 años y no una chica de 19, como si no hubiera estado a punto de ser madre. , pero claro, el no podía saber eso, sospechaba que si alguno de ellos llegaba a enterarse de la naturaleza de mi vinculo con Edward no dejarían que me acercara a él a menos de 10 pasos.

- - Es mayor de edad – dijo George, sentí que Edward usaba un poco mas de fuerza en la mano que tenía en mi hombro.

- - de todas maneras, ¿que está haciendo aquí?, no es como si fuera parte d esta familia ¿verdad? –

Si, puede que fuera verdad, pero Edward, durante mucho tiempo fue la única familia que tuve.

- - Señor…- no me atreví a decirle tío ni nada por el estilo, aun no me sentía preparada para ese tipo de intimidad – yo…no tengo a nadie más en este momento, no va a ser fácil cuando se lo diga a Charlie…y quiero que…el este ahí….conmigo – explique justifico la presencia de Edward en este momento.

- - pero…- iba a discutir

- - ya basta Adam…debemos pensar como decírselo a Charlie y no alterarlo.- dijo George yen silencio apoye su moción enormemente,

Caminamos en silencio hasta el despacho de la Dra. Hale, una vez ahí deje que ellos se sentaran y me quede como una estatua al lado de Edward quien no se separaba de mí y a quien no tenía ningún deseo de pedirle que hiciera lo contrario.

- - Se darán cuenta de que se presenta una situación de lo más…peculiar – La Dra. Hale comenzó a hablar pero solo podía escuchar la mitad de lo que decía, lo único que entendí y que me hizo volver a estremecerme de miedo fue el peligro que esta situación suponía para la salud mental de Charlie, y no quería eso por ningún motivo pero no me atrevía a hablar, no en ese momento..

- - Charlie siempre ha dicho que encontrar a su hija aliviaría todas sus penas – dijo George – siempre pensamos que sería duro aceptar para el que su hija había desaparecido y también que su destino estaba más que abierto a posibilidades de muerte y otras cosas, creo sinceramente que el hecho de que se entere de que su hija, su amada hija, se encuentra viva aliviara su salud, lo suficiente para que podamos tenerlo en casa.

Eso ultimo si lo escuché y pensé que no sabia cuanto de cierto tenia eso que el había hablado.

- me gustaría decírselo a Charlie – dije, aunque pensé que alguien mas estaba usando mi voz. – creo que…espero…deseo que esta noticia sea para bien, conociendo a Charlie como lo conozco, se de lo que hablan, el siempre me ha hablado de su…hijita como si fuera su más preciado…tesoro – confesé que conocía esta fase de Charlie, la que más me había enternecido y compadecido de él. . yo se lo diré...- dije más segura de lo que en realidad me sentía, ya que no sabía si ellos estarían de acuerdo en esto de que fuera yo quien lo dijera.

- - ¿cuando? – indago George

- - cuando los señores Swan lo dispongan – respondió la Dra. Hale

- - mañana, en la mañana – informo uno de los hermanos de Charlie con decisión, una que me hizo desistir en mi idea de sugerir una fecha no tan aproximada. – ¿Estás de acuerdo?- casi no respondo a esa pregunta ya que me hallaba elevada, demasiado pensante.

- - lo que ustedes decidan – respondí sin pizca de carácter.

La reunión dio por concluida en ese momento, ellos decidieron marcharse pero no se despidieron con besos ni abrazos, con un simple adiós que me decía que eran tan poco prestos a expresar las emociones, las verdaderas emociones, como yo.

Cuando se marcharon y me sentí más segura me volví hacia Edward dispuesta ad disculparme por lo intempestivo de mi llamada. Caminamos en silencio hasta mi habitación, todo en mi gritaba que le pidiera que se quedara pero empecé a hablar para ahorrarme la vergüenza

- - siento haberte hecho volver tan pronto –

- - no me importa, te dije que vendría cuando me lo pidieras.- la confianza de su voz me amedrento un poco a pesar de que a la vez me dio seguridad.

- - si…- abandone su mano, finalmente no me sentía en capacidad de invitarlo a seguir acompañándome, pero su mirada me decía que si de él dependiera no habría nada que nos separara.

En ese momento llegue a la conclusión mas obvia, a la que no pude llegar en el fragor de saber que Charlie era mi padre y todo lo demás. Edward, finalmente, había sido sincero conmigo, sus palabras, la verdad que parecía venir de ellas, ni siquiera en los pocos minutos que duramos separados pude dejar de pensar en ellas, su significado, lo que se escondía tras de ellas, lo que Edward decía acerca de amarme, todo eso se confabulaba para hacerme débil, y era débil con él. El era la debilidad que nunca debí tener, la que a la larga casi me mato, la que en este momento estaba haciendo estragos con mi habilidad de controlarme.

– Edward yo…necesito hablar contigo, sigue por favor. – así lo invite a entrar, estaba a un paso de confesarle mi verdad, la que escucharía de mis labios, deseaba que fuera la que él esperaba.

El entro y cerré la puerta ya que esperaba que nadie interrumpiera este momento, sentí que el corazón comenzaba a palpítame sin control, reacción debida única y exclusivamente a él.

- He… he estado pensando en lo que me dijiste… - empecé a decirle lentamente, era todo lo que podía hacer, pensar y pensar, por esto, por lo que pensaba de él en ese momento, por eso había sido mi súbita necesidad de tenerlo a mi lado en el momento en que todo se derramaba sobre mi sin control alguno. – en lo de tu arrepentimiento… y en todo lo demás. – hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.

Busque en mi cabeza las palabras que debían continuar con estas frases anteriormente pronunciadas, pero solo una me vino a la cabeza y solo una se materializo en mi boca sin poder detenerla y sin siquiera querer hacerlo.

-Yo…te amo Edward…nunca he dejado de hacerlo…- escondí mis ojos ante esa vergonzosa situación, nunca en toda mi vida me había planteado la posibilidad de decirle a alguien que lo amaba, pero son embargo ahí estaba diciéndoselo a él, sin mirarlo pero hablando con toda la verdad – se que no es el momento más indicado para decirlo, pero debía hacerlo…- si, no era el más indicado, acababa de enterarme que tenía un padre y tendría que confrontarlo a él y confrontar el momento en que le diría la verdad - ni siquiera pude dejar de amarte cuando perdí a mis hijos, ni cuando estaba muriendo…- recordaba tal vez demasiado bien como su voz había llamado mi nombre y como pude comprobar después que no había sido mi imaginación, que el realmente había estado ahí, intentando ayudarme, eso era algo que ofrecía mucha más claridad de la que estaba dispuesta a admitir. - incluso en esos momentos estabas ahí…estaba rezando por que te encontraras en mejor situación que yo.

- - Bella yo…- el iba a decirme algo, pero una vez que había tomado el carrillo no quería que nada me detuviera, no quería flaquear y quedarme con algo que sabía que debía manifestarla.

- - déjame terminar…ya sabes que te amo, creo que lo has sabido siempre – si, selo había demostrado de todas las formas que sabía cuando habíamos estado juntos en ese periodo de tiempo que, aun bajo engaños, fue el más feliz de mi vida. - pero, yo debo…debo reconciliar mi relación con mi padre… debo saber quién es realmente mi familia…yo quiero…saber lo que se siente una familia, necesito que estés ahí…y queme apoyes aun si me piden que me vaya con ellos… - Apenas ahora surgía dentro de mi esa posibilidad, tal vez ellos querrían que conociera a alguna familia que pudiera encontrarse en el exterior o yo que sabia…

- -¡NO! – la vehemencia de su grito hizo que retrocediera asustada un paso, sabía que sui genio podía ser volátil y no sabía cuando de este había cambiado en todo ese tiempo. – Yo no puedo dejarte ir… - decía mientras se acercaba imperceptiblemente a mi.- entiéndelo…no quiero ser egoísta…no quiero…no quiero perderte...quiero… quiero vivir contigo…quiero que seas mi esposa, mi mujer…mía…quiero tener hijos contigo, quiero hacer mi vida contigo, no, te ruego que no me dejes. –su discurso hizo que se me encogiera el pecho, especialmente porque de alguna manera deseaba exactamente eso que él estaba deseando.

- -Edward, aun no es nada seguro, solo estoy hablando de opciones…- dije esperando tener un poco de razón, y esperando también que él se calmara un poco.

- - no me importa – dijo acercándose, ahora de manera deliberada hacia mí, hasta que la única cosa que se interponía entre él y la puerta era yo. Inclino la cabeza y comenzó a olerme el pelo como si fuera la esencia mas deliciosa del mundo, respiraba profundo la vez que se acercaba mas y lo sentía cada vez mas apoyado contra mi – creí que comprendías que no puedo vivir sin ti, no soy nada sin ti. Yo también te amo, tanto como tú me amas a mí…más que a mi vida, más que a todo, estoy dispuesto a todo por ti…no me dejes.

Cada palabra que salía de su boca era como un bálsamo uniforme que cayó sobre mi llenándome de ese placer cálido que solo sentía cuando estaba cerca de él, comencé a respirar agitadamente cuando una excitación que no sentía hacia tiempo se apoderaba de mi. Levante los brazos por instinto y lentamente, tan lentamente que hasta a mi me dio miedo cortar la tensión, se cerraban en torno a él, a la figura en la que hacia unos momentos había apoyado cada una de mis preocupaciones sin importarme las consecuencias. Apoye la cabeza en su pecho e inevitables lagrimas comenzaron a fluir de mi, parecía que llorar se había vuelto algo cotidiano en mi, tal vez todas las lagrimas guardadas desde que era niña empezaban a cobrar a hora su cuenta resolviendo fluir en cualquier momento de debilidad y de manera profunda y dolorosa.

- Bella…déjame estar a tu lado….perdóname, no dejes que te alejen de mi.- senti su aliento en mi oído y escucho el latido de su oscuro corazón a través de su pecho en donde tenía apoyada la cabeza.

Me mantuve allí, dejando que esas traicioneras lágrimas siguieran haciendo lo suyo, dejándome en una posición aun más vulberable, pero no me importaba, bastante había tenido que aguantar por todo.

Separe mi rostro de su pecho y lo mire a los ojos, esperaba con ansias que me besara, más que nada en el mundo, y el pareció leer mi mente cuando bajo su cabeza hacia mí y capturo mis labios en los suyos sin ninguna contención. Sentí su lengua abrirse paso por entre mis labios y la aocgi gustosa dándole la mía, ya sentía que la cabeza comenzaba a darme vueltas sin control. Cuando fue necesario separarnos por la falta de aire el tomo mi rostro en sus manos y prosiguió a que lo mirara

- quiero que nos volvamos a casar…- su aliento rozo mis labios cuando dijo esas palabras, sus labios rozaron la comisura de mis labios y después cada parte de mi rostro que estuvo a su alcance –quiero ser tu esposo de verdad…por la iglesia…

Su esposa…durante mucho tiempo ese que mi sueño de vida, ser la esposa de ese ser al que amaba incondicionalmente, pero en un pequeño instante todas las cosas dolorosas que viví desde el momento en que me case con el hicieron dudar cada propósito que tenía en mente aceptar del.

- - Edward…yo…- ¿que podía decirle?, no quería rechazarlo, pero por otro lado tampoco me sentía capaz de decirle que si a la ligera, no después de cuanto había sufrido la primera vez

- - no tienes que darme una respuesta ahora – dijo el atropelladamente – solo tenlo en cuenta. Bella, yo te amo…no te voy a privar de esta oportunidad pero…no te olvides de mi…no vayas a olvidar que te amo…y que…estaré esperándote –

Y de alguna parte me llegaba la convicción de que estaba hablando seriamente, con compromiso, con una verdadera promesa que empapo mis entrañas de mucho jubilo, lo mire a los ojos durante mucho tiempo y después le dije

-no, nunca podría olvidarlo. – en respuesta a su oferta de antes, aquella en la que decía que estaría esperándome.

De otra parte llegaba también la seguridad de que estaba hablando en serio

Bring me to Life

Hello mis angeles hermosos!!
aqui les dejo este precioso One Shot ,  me encanto y con mucho gusto lo comparto con ustedes
Este One shot le pertenece a Triana Cullen , muchas gracias nena hermosa por permitirme subir uno mas de tus trabajos al sitio, te mando mil besitos.
asi q q mis angeles a leer vicio y dejen sus comentarios al final.
Angel of the dark
*****************************************

Bring me to Life





Cuando me subí al carruaje que me llevaría hasta la Mansión Cullen, donde trabajaría de institutriz de una pequeña niña de diez años, jamás pensé que me encontraría ante una casa tan grande y lujosa.

Me bajé del coche tratando de alisar mi modesto vestido azul y recogí del suelo mi baúl, donde tenía unas pocas pertenencias. Sólo ropa y un par de libros que me habían regalado en el internado donde crecí.

Arrastré el baúl hasta la entrada de la mansión, donde me esperaba una mujer pequeñita, de unos cuarenta años, de cabello negro y largo, trenzado apretadamente y envuelto en un moño en su nuca.

— ¿Es usted la señorita Swan? — me preguntó, examinándome de los pies a la cabeza.

— Sí, soy yo, señora — hice una reverencia y eso pareció simpatizar a la mujer, pues me sonrió un poco.

— Por aquí, señorita Swan — me indicó, antes de abrir las rejas que impedían el paso a los jardines de la mansión y comenzando a caminar con rapidez asombrosa para un par de piernas tan cortas.

Caminé detrás de ella a paso apresurado. Mi baúl pesaba un poco, por lo que la tarea de arrastrarlo por el camino de piedra que conducía a la mansión, era un poco dificultosa, pero hice mi mayor esfuerzo.

— ¡Jasper! — la voz de la mujer fue fuerte, tanto que me sobresaltó.

— ¿Mande, señora? — de la nada apareció un chico de unos veinte y tanto años, alto, con el cabello rubio y ojos color café pardo.

— Se un caballero y ayuda a la señorita Swan con su equipaje — el chico, cuyo nombre al parecer era Jasper, me saludó con un asentimiento de cabeza, luego tomó mi baúl y lo arrastró con facilidad por el caminito.

— Mi nombre es Nelly y soy el ama de llaves — se presentó la mujer. Luego hizo un ademán hacia el muchacho que llevaba mi baúl. — Él es Jasper, el cochero y su esposa Alice es la cocinera. Los patrones no se encuentran en este momento en la casa, — explicó — pero estarán de vuelta para la hora del té. — Hizo una pausa, rebuscando algo en sus bolsillos. — Por el momento puede descansar del viaje, antes de que el almuerzo esté servido.

Sacó un gran manojo de llaves y sin dudarlo siquiera, tomó una y con ella abrió los grandes portones de la casa. Entramos y me volví a sorprender por el lujo y el buen gusto con el que estaba decorado cada rincón, después de todo había crecido en un orfanato, donde la modestia y mesura se veía por todas partes, desde las paredes con la pintura algo descascarada, hasta las ropas sencillas y sin grandes adornos que utilizaba el profesorado y las alumnas mismas.

— Por aquí, señorita — me indicó.

Subimos dos tramos de escaleras, hasta llegar a un segundo piso, donde caminamos por un largo pasillo hasta dar con una puerta de color blanco, en el fondo del corredor. Nelly abrió la puerta y me dejó pasar.

— Esta será su habitación, espero que le acomode — me dijo amablemente. — Deja el baúl de la señorita en la entrada, Jasper.

— Gracias — contesté antes de que los dos se perdieran fuera de la habitación.

Observé a mí alrededor. Era más de lo que jamás había siquiera soñado tener. Era una alcoba con una cama de una plaza en mitad del lugar, con doseles color vino y un cobertor del mismo color. Un par de silloncitos estaban al frente de la cama, y en uno de los costados se hallaba un closet de doble puerta. Pero lo que más llamó mi atención fue que en un rincón había un escritorio de madera color caoba hermoso y amplio, además de una estantería llena de libros justo al lado.

Caminé indecisa hasta la cama y me dejé caer sobre ella. Era suave y mullida. Jamás había dormido en una cama tan cómoda, al menos no en los últimos diez años.

Sin saber cómo me quedé dormida, y sólo fui conciente de ello cuando una campanilla resonaba en mis oídos. Me levanté asustada, pero este estado sólo duró unos segundos, hasta que me di cuenta del lugar en el que me hallaba y de que esa campana debía de anunciar el almuerzo.

Me mojé la cara con un poco de agua que había en un jarro y lavé mis manos en la palangana que acompañaba al jarrón. Me sequé las manos y la cara, antes de arreglar mi cabello con rapidez, trenzándolo apretadamente.

Salí de mi habitación a la carrera. La campanilla había dejado de sonar y temía llegar tarde a mi primer almuerzo en la mansión. Bajé los dos tramos de escaleras tratando de no tropezar y lo logré a medias, ya que cuando estaba por bajar el último escalón choqué contra una figura bajita y de cabello negro y corto. Un peinado extraño para la época.

— Lo siento — me disculpé.

— ¡Oh, no es problema! — la voz alegre y algo chillona de una mujer llenó mis oídos. — Mi nombre es Alice y soy la cocinera — se presentó. — Nelly me mandó por usted, señorita Swan.

— Por favor, llámame Bella — le pedí.

— De acuerdo, Bella. El almuerzo está listo.

El almuerzo fue algo silencioso e incómodo, aunque la presencia de Alice logró que fuera un poco más ameno. Ella llevaba casi toda la conversación y fue realmente agradable hablar con ella, aunque de vez en cuando Nelly nos interrumpía haciendo preguntas que versaban casi por completo sobre mi aburrida y triste vida en el orfanato.

Fue un poco embarazoso tener que contestar alguna de las preguntas formuladas, como el hecho de que mis padres hubieran muerto cuando yo apenas tenía nueve años y que no tuviera ningún pariente que me pudiese cuidar, no quedándome más opción que vivir en un internado para niñas huérfanas.

— ¿Vamos a dar un paseo por el jardín, Bella? — Alice notando mi incomodidad cuando Nelly hizo otra de sus impertinentes preguntas, se alzó y me ofreció un brazo para que lo tomara y saliéramos de la cocina.

Caminamos una al lado de la otra por el pasto muy bien cuidado del jardín. La brisa era suave y agradable. Suspiré.

— Gracias, Alice — le dije de corazón.

— No es nada — me aseguró. — Y por favor no creas que Nelly es así todo el tiempo, sólo trababa de conocer mejor a quién trabajará de ahora en adelante con nosotros. Las dos institutrices anteriores resultaron no ser la mejor clase de personas.

— ¿Qué dices? — anduve un poco más lento para poder mirarala a la cara.

— Eran mujeres mayores, sabían todo lo que se necesitaba saber sobre artes, ciencia, y lenguas, pero castigaron a la señorita Rosalie golpeando sus manos cuando equivocaba alguna operación matemática o hacía alguna travesura. — negó con la cabeza. — Por supuesto, todos sabemos que es un método muy usado, pero es lo que menos quieren los señores Cullen, que su niña sea castigada. Pobre angelito, ya ha sufrido mucho en la vida.

— ¿Puedo saber por qué? — pregunté sin querer sonar entrometida.

— Oh, la señorita Rosalie quedó huérfana hace unos meses. Sus padres eran primos de la señora Esme y ella era la única pariente que tenía en el mundo. El señor Carlisle y la señora Esme la adoptaron.

— Deben de ser muy altruistas si aceptan adoptar a una niña de diez años y no mandarla a un internado — opiné sintiendo una repentina simpatía por aquel matrimonio.

— Lo son — apoyó Alice.

La conversación terminó allí, pues Alice debía de volver a la cocina. Yo en cambio me quedé unos minutos más disfrutando de la naturaleza y el aire fresco.

Había arbustos hermosos y flores muy fragantes en cada lugar que se mirase. Era un espectáculo realmente lindo y que llenaba de tranquilidad, pero debía de volver pronto a la casa para conocer a los señores Cullen, pues ellos estarían de vuelta en cualquier momento.

Estaba por dar la vuelta para volver a la casa, cuando mis ojos quedaron clavados en una estatua de mármol colocada entre cuatro arbustos que formaban un semicírculo.

Me quedé congelada mirando la escultura, que representaba la figura de un hombre sentado sobre una superficie de mármol también. El hombre tenía una pierna estirada y la otra doblada formando un ángulo recto. Su cuerpo estaba algo encorvado y sus brazos se estiraban hasta acabar en sus manos entrelazadas. Era una posición extraña, pero por eso mismo llamaba la atención.

Me acerqué unos cuantos pasos hasta quedar parada frente a él. Parecía una estatua griega, como las que había visto en las ilustraciones de mis libros cuando estudiaba sobre la antigua Grecia.

Con la cercanía pude apreciar claramente cada detalle de su cuerpo con precisión. El escultor era un verdadero artista, pues supo plasmar en su obra la perfección de un cuerpo humano, más allá de cualquier canon establecido. Cada plano de su cuerpo era hermoso y cada músculo de mármol que se marcaba de forma suave, sobre su vientre, pecho, brazos y piernas, tenía un aire de elegancia y hermosura únicos…

Pero sin duda lo que más impactaba, era su rostro. Parecía tan humano y delicado. Mis ojos se deslizaron por sus rasgos pálidos. Me detuve un poco en mi escrutinio para deleitarme con la dureza de su mandíbula cuadrada, la línea recta de su nariz, el ángulo agudo de sus pómulos y la suave curva que formaban sus labios carnosos torcidos en una mueca desolada, que parecía asemejarse a un grito lleno de desesperación.

Pero había algo más en su expresión. La forma en la que su ceño se fruncía. Parecía que estaba sufriendo, como si hubiese perdido algo, o quizás, como si él no tuviese oportunidad de conseguir lo que más anhelaba.

En mi análisis una pequeña placa de metal captó mi atención. Me incliné un poco y la miré más de cerca. Tenía una inscripción en Francés.

— Le Désespoir (1) — leí el pequeño letrerito que estaba clavado en el mármol donde la escultura descansaba. — La desesperación — musité.

Me acerqué un poco más, atraída como por la fuerza de un imán hacia él y con mi mano algo temblorosa, acaricié sus cabellos de mármol blanco, suave y perfecto.

Mis ojos estaban clavados en él. Hipnotizados por su tristeza, por su desolación. Había tantos sentimientos encontrados que me dejaban sin aliento a cada segundo, mientras más analizaba su cuerpo y su rostro de ensueño.

— ¡Isabella, los patrones ya llegaron! — La voz de Nelly me sacó de mi trance y corrí de vuelta a la casa, tomando mi vestido y subiéndolo un poco para no tropezarme y caer.

.

.

.

Los señores Cullen resultaron ser las personas más amables del mundo. Realmente se notaba su calidad humana excepcional. No podía concebir a una pareja más noble y agradable que Esme y Carlisle Cullen. Me dieron la bienvenida a la casa con mucha cordialidad y me presentaron a la pequeña que sería mi pupila de ahora en adelante.

Aquella tarde en la que los conocí me percaté de que ambos eran ese tipo de parejas afortunadas que se casan por amor y no por conveniencia, como se acostumbraba en la época. Además pude percatarme también de que ambos adoraban a Rosalie como si fuera su propia hija y eso llenó mi corazón de un cariño especial por aquellas personas tan maravillosas.

La pequeña Rosalie, era una niña mimada, sí, pero muy dulce y llena de ocurrencias, además de muy inteligente. Era aplicada en las clases, pues le gustaba aprender idiomas, música y pintura. Las matemáticas le costaban un poco más, lo mismo que las ciencias, pero a cada clase le ponía todo el esfuerzo posible.

Fue así como los meses se sucedieron uno tras otro, hasta que sin darme cuenta llevaba más de seis meses trabajando en la casa Cullen, y con eso era la institutriz que más tiempo había trabajado allí.

Rosalie y yo nos llevábamos bien. Pasábamos juntas casi todo el día, entre las clases y las horas libres que dedicábamos a juegos de mesa y en el jardín, corriendo de un lado a otro, pues como niña que era, también necesitaba de recreación y unas cuantas horas de sol al día.

Pero cuando la niña dormía su siesta y Alice, quien se había convertido en una muy buena amiga, no me entretenía con su conversación alegre y llena de vida, mi mente viajaba hasta el jardín, donde una estatua de mármol descansaba en soledad entre los árboles.

No había podido dejar de pensar en él en todos estos meses. Desde que lo había visto aquella tarde que llegué a la mansión no había existido un solo día en el que mi mente no hubiese vagado por sus alrededores, pensando en lo atrayentemente cautivador que era aquel hombre de mármol.

Y había días en los que, dando como excusa el querer estar sola y leer con tranquilidad, caminaba por el jardín hasta donde estaba él y me sentaba junto a su inmóvil figura a leer mis libros favoritos.

A veces pensaba que me estaba volviendo loca, pero junto a él me sentía completa y feliz, más de lo que me había sentido jamás, por eso mismo cada día buscaba y anhelaba más y más su compañía.

— ¿Bella, estás bien? — levanté la vista de golpe y me encontré con Alice mirándome preocupada.

— Sí, estoy bien — sacudí la cabeza en un intento de dejar de pensar en la escultura.

— ¿Segura? — asentí. — Estás un poco extraña últimamente. Creo que pasas demasiado tiempo allá afuera, sola y leyendo. Deberías venir más seguido a conversar conmigo, podríamos pedirle permiso a los patrones y salir alguna tarde a pasear y comprar unos vestidos. ¿Te agrada la idea?

— Supongo que eso estaría bien — acepté no queriendo que viera mi reticencia. — Creo que debo ir a ver a la señorita Rosalie.

— Ve, ve. — me sonrió y yo me marché.

.

.

.

Para mi desazón, Alice consiguió que los señores Cullen nos permitieran ausentarnos durante el día viernes por la tarde, pues ellos saldrían de paseo con la niña.

Caminamos por las calles concurridas entre charlas triviales, mientras yo no podía sacar de mi mente la imagen de la escultura en el jardín. Lo único que deseaba era poder estar sentada sobre el pasto, mientras le leía algunos versos que él jamás llegaría a oír.

Cuando llegamos de vuelta a la casa, lo primero que hice, después de dejar las bolsas que contenían el par de vestidos que me había comprado, fue salir al jardín con un libro en la mano y dejarme caer en el húmedo pasto, a su lado.

— Hola, nuevamente — le saludé. — Perdóname por no venir antes, Alice me arrastró hasta la ciudad y no pude decirle que no. — Elevé una mano y la deposité sobre sus dedos pétreos. Los acaricié. — Me hubiese gustado quedarme aquí la tarde entera y no dejarte solo.

Sabía que estaba completamente demente al hablarle, pues él nunca me contestaría ninguna de mis palabras. Me sentía tonta al conversarle, pero a la vez eso llenaba de tranquilidad mi corazón, pues aunque me costara admitirlo cada día que pasaba mi corazón le pertenecía un poco más a él, y cada día me enamoraba más de su expresión de desesperación y desesperanza que deseaba borrar con una de mis caricias.

Le leí toda la tarde, hasta que se hizo de noche y la visibilidad era nula.

Me metí en la casa, no sin antes despedirme de mi amor inmóvil y sin vida, y me dejé caer en una de las sillas de la cocina.

Estaba entumecida, hacía algo de frío en el exterior, y el haber estado en la misma posición por horas había enfriado mi cuerpo, agarrotándolo un poco.

— Hasta que entras, Bella — Nelly apareció de la nada y me tocó el hombro. Me sobresalté, pues creí que la cocina estaba desierta.

— Estaba leyendo y se me pasó la hora — le dije.

— ¿Otra vez haciéndole compañía inútil a esa estatua? — me preguntó bruscamente.

— Es un buen lugar para leer — mentí.

— Lo que tú digas — aceptó de malas. — Le pediré a Alice que te haga un té.

Se perdió por las puertas que daban al salón y pronto Alice apareció por estas mismas. Me saludó y se dispuso a preparar dos tazas de té, que puso sobre la mesa, antes de sentarse también.

— Nelly está preocupada por ti — Al parecer, no era su estilo irse con rodeos.

— ¿Por qué? — me extrañé falsamente.

— Cree que te estás volviendo loca — se rió un poco. — Cree que has caído en la maldición de esa estatua del jardín.

— ¿Maldición? — fruncí el ceño.

— Sí, hay toda una leyenda acerca de esa estatua, y todo es a raíz de que la señora Esme comprara esa estatua hace unos tres años, justo después de que su hijo de quince años muriera.

— No sabía que la señora Esme…

— No es algo que le contamos a todo el mundo — me interrumpió. — Yo alcancé a conocer al señorito unos meses antes de que muriera. Era muy guapo e inteligente, pero una extraña enfermedad lo atacó. No pudieron hacer nada. La señora Esme estaba destruida y comenzó a decorar la casa compulsivamente, pero dándole toques sombríos en cada rincón.

Alice suspiró antes de continuar. La escuché con atención.

— Una de las adquisiciones fue aquella estatua. La leyenda cuenta que fue esculpido a petición de una princesa, ella quería una escultura como las antiguas esculturas Griegas que su padre había mandado a destruir y que sólo había visto en libros.

Paró su relato. Le hice un ademán para que continuara, ansiosa de saber más.

— Dicen que el escultor puso tanto ahínco en la perfección y en los detalles que cuando la escultura estuvo terminada, esta parecía un hombre real y lleno de dolor, esta expresión cautivó a la princesa hasta enamorarla de la estatua.

Bebí un poco de mi té y Alice me imitó.

— ¿Qué sucedió después?

— La mujer se suicidó cuando se dio cuenta de su amor por la estatua y que esta no podía corresponder a sus sentimientos. No podía soportar el que su amor no fuera reciproco y que sus ruegos a Dios, porque su estatua cobrara vida, no fueran escuchados. Pero antes de arrojarse por el acantilado, lanzó una maldición. Dijo que cualquier mujer que quedase cautivada con la mirada triste de la escultura, se enamoraría de ella irremediablemente, hasta que muriese de la misma desesperación que ella.

— Es una historia muy triste — dije aguantando las lágrimas y sintiendo un pequeño dolor en el pecho.

— Tiene su lado positivo — repuso en tono soñador. — Hay quienes dicen, que si el amor de la mujer por aquella estatua es verdadero, la estatua cobrará vida y sólo bastará un beso para aquello.

Me reí un poco con el final. Esa parte de la historia que me contaba Alice con aire triste y soñador, no era más que una adaptación, bastante retorcida he de añadir, de un antiguo mito griego que me habían enseñado en el internado.

En el caso de aquel mito, la estatua era una mujer, llamada Galatea, que había sido esculpida por Pigmalión, un rey que vivía en soledad y que decidió esculpir una estatua de la cual se enamoraría más tarde. Pigmalión desesperado porque su amor cobrase vida le ruega a la diosa Venus que le de vida a Galatea y la diosa Venus, viendo que su amor es verdadero le concede su deseo.

Sonreí mientras limpiaba mis lágrimas. Ojalá todo fuese tan fácil como en los mitos y la realidad se tiñera de esa fantasía.

— Esa estatua es lo único que queda de aquellos tiempos. — continuó Alice — Cuando la señorita Rosalie llegó, la señora Esme cambió la decoración de a poco, hasta que la casa dejó de ser un lugar sombrío y lúgubre.

— La señorita Rosalie podría iluminar la vida de cualquier madre — le dije a Alice tratando de dejar de pensar en los mitos.

Aquella noche cuando me fui a dormir, me costó mucho conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en la leyenda que Alice me había contado y su semejanza con el mito griego a la vez que con mi situación.

Cuando por fin me dormí, debían de ser más de las dos de la mañana.

.

.

.

Abrí los ojos cuando una extraña brisa me hizo tiritar. Estábamos a mediados de Agosto, no era posible que un viento helado corriera por entre las ventanas, pero así era. Las cortinas que flaqueaban mi ventana se agitaban al son de la brisa y volví a estremecerme.

Me levanté de la cama, colocándome la bata en el proceso. Era de fina seda blanca y no logró protegerme contra el frío. Froté mis manos contra mis brazos, intentando darme calor a través de la fricción, mientras caminaba hasta la ventana y me paraba frente a ella.

La noche se veía hermosa y extrañamente luminosa gracias a los rayos de la luna que brillaba plateada y magnifica en el cielo estrellado.

Me entretuve mirando por la ventana varios minutos, sin importarme el frío que se colaba por esta y me hacía tiritar. Los árboles del jardín se mecían perezosamente al son de la suave ventisca. Los seguí en su movimiento, tratando de que entre la oscuridad y el hipnotizante movimiento me volviese a dar sueño, pero en el recorrido de mi vista, esta se topó con la imagen de la estatua que me robaba la razón día a día.

Y al parecer también robaba mi razón por las noches.

La observé a la distancia. Se veía igual de magnifica y hermosa que siempre. El mármol lucía atrayente bajo la luz de la luna. Brillaba en su propia tonalidad marfileña y emitía pequeños destellos que parecían llamarme a gritos para ser acariciados por mis dedos.

Solté un suspiro y cerré los ojos.

Esto se estaba saliendo de mi control por completo. Me estaba volviendo irremediablemente loca y no hacía nada para evitarlo. Es más, cada día me encargaba de alimentar mi amor por esa escultura. Pasaba las tardes en su compañía, leía junto a ella, cuando no estaba dándole clases a la señorita Rose.

Volví a abrir los ojos, y me dediqué a observarlo.

Tendría que renunciar a mi trabajo y largarme de aquella mansión, eso sería lo correcto y lo mejor para mi sanidad mental. Pero no podía. Mi corazón gritaba desangrándose, adolorido, ante la idea.

Me alejé un paso de la ventana, sin dejar de clavar mis ojos en él.

No podía alejarme de su presencia, porque aunque sonase enfermizo estaba enamorada de él, de la expresión triste y desolada de su rostro pétreo. Pero a la vez, aunque yo no me alejase, él me alejaba de su lado a cada segundo que pasaba, porque él no es humano, él no es de carne y hueso, él es sólo una estatua en mitad de un jardín de gente adinerada.

Sin darme cuenta estaba llorando. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas hasta caer por mi cuello perdiéndose entre mi escote.

¿Cómo era posible que lo amara con aquella intensidad tan fuerte? ¿Cómo era posible que mi vida girara en torno a él, si jamás obtendría una sola respuesta de sus labios? ¿Cómo era posible que no concibiera mi vida sin él, si jamás podría obtener si quiera un beso de sus labios o un abrazo reconfortante?

Él era piedra y yo era carne. En él no había un alma ni un corazón que albergara un sentimiento que igualara el mío.

Él es de piedra y yo de carne — pensé nuevamente con amargura. — Pero aún así lo amo más que a mi propia vida.

Me alejé un paso más de la ventana, pero esta vez aparté la vista de mi hombre de mármol y la posé en la puerta de mi habitación. Me sentía encerrada, agobiada entre las cuatro paredes de mi alcoba.

Irreflexivamente me dirigí hacia la puerta y sin pensar en lo que podrían opinar mis patrones si me veían deambulando en mitad de la noche por los pasillos, salí al corredor y caminé por él hasta la escalera, la cual bajé casi corriendo.

Llegué a las puertas principales en un abrir y cerrar de ojos. Las abrí sin importarme el ruido que pudieran causar las bisagras y salí al frío exterior.

El viento azotaba mi rostro, revolviendo mis cabellos mal amarrados en la trenza floja que usaba para dormir, además de hacer que mi bata y mi camisola se mecieran violentamente a mis espaldas.

Avancé hasta donde se encontraba él y me dejé caer de rodillas frente a su figura de mármol.

— ¿Por qué no puedes ser real, de carne y hueso como yo? — inquirí sin esperar respuesta alguna. — ¿Por qué tengo que amarte con esta intensidad?

Caminé de rodillas unos centímetros y envolví su inmóvil cuerpo con mis brazos, descansando las palmas de mis manos sobre sus hombros. Mi mejilla reposó en el hueso de su clavícula y me quedé en esa posición por varios minutos incontables. Estaba cómoda y en paz así.

— ¿Por qué no puedes cobrar vida como Galatea? —pregunté de pronto, recordando la leyenda de la que había hablado aquella misma tarde con Alice y su parecido con el mito de Galatea y Pigmalión. — ¿O es que aquellos dioses del Olimpo sólo se apiadan de los mortales en los mitos?

A regañadientes me aparté de su cuerpo y lo observé. No había ni un cambio en él. Seguía siendo una estatua fría y sin vida. Una estatua que cautivaba mi corazón por completo.

— Sí, definitivamente los dioses no tienen piedad de los mortales realmente, son sólo mitos que nos enseñan para que creamos en la misericordia de cualquier Dios y cuando roguemos con el alma rota en mil pedazos sólo recibamos el silencio como respuesta.

Con dedos temblorosos acaricié su nariz y sus pómulos pálidos antes de estirarme hasta posar mis labios sobre los suyos.

Lágrimas mojaban mis mejillas mientras movía los labios contra los suyos casi con furia sin obtener ninguna respuesta por su parte.

— ¡Malditos sean aquellos mitos, malditos sean por ilusionar corazones destrozados como el mío! — pensaba mientras seguía besando sus labios pétreos.

Pero de pronto, sus labios no me parecieron tan duros, ni tan gélidos como antes. El movimiento de mis labios se volvió cada vez más pausado mientras comenzaba a recibir una contestación a mis demandantes besos.

La piel de sus labios se fue haciendo blanca y más cálida. Ya no besaba a una estatua, besaba a un hombre que me había envuelto en sus firmes y fuertes brazos, apretándome contra su musculoso pecho, mientras sus labios deleitaban los míos con sus movimientos llenos de delicadeza y ternura.

— ¿Cómo es posible? — inquirí cuando nos separamos, muy, muy lentamente.

— Quizás los dioses si escuchan a los mortales — contestó con una suave voz de terciopelo. — Quizás Venus o cualquier dios ha escuchado mis súplicas y las tuyas.

— ¿Tus súplicas? — me extrañé.

— Cada día y cada noche, desde que llegaste a esta casa, he rogado por tener aunque sea un hálito de vida para decirte cuanto te amo, cuanto tiempo he esperado para encontrarte.

— Yo también he esperado por ti. Sólo me siento completa, en cuerpo y alma, cuando estoy en tu presencia.

Nos quedamos mirando una cantidad de tiempo que supe no precisar, y en ese lapso de minutos u horas, me dediqué a analizar cada plano de su rostro. Tenía las mismas facciones que yo ya había visto con anterioridad, pero ahora pinceladas por la humanidad de su blanca piel. Sus ojos eran el cambio más impresionante. Eran de color verde, como dos joyas preciosas mirándome con adoración. Y su cabello era de color bronce, y tan suave al tacto como tener un millón de pétalos de rosas entre los dedos.

— Eres hermosa — me dijo de pronto. Sus dedos se amoldaban a mis mejillas y a mis cabellos, acariciándome.

— Estás robando mis líneas — le acusé medio en broma medio en serio. — Tú eres hermoso, fuiste esculpido por un artista.

— Y tú fuiste diseñada por Dios, o lo dioses.

Se inclinó y volvió a presionar sus labios contra los míos. En este beso había tantos sentimientos involucrados que me sorprendí por la intensidad de ellos.

— Te amo— suspiró apoyando su frente contra la mía, una vez nos separamos.

— Como yo a ti — le aseguré. — Te amo más que a mi propia vida.

— Bella — murmuró mi nombre mientras nuestros labios se unían en un beso.

La mención de mi nombre trajo a mi mente una pregunta que parecía muy obvia y que debería haberla formulado en cuanto él había efectuado su primer movimiento.

— ¿Cuál… cuál es tu nombre? — le pregunté.

— ¿Importa, realmente? — asentí. — Quien me creó me llamaba Edward.

— Edward, un nombre perfecto para alguien tan perfecto como tú — le dije.

— Isabella es un nombre hermoso también — me alabó.

Nos sonreímos y avergonzada por la intensidad de sus ojos bajé la vista abrumada por la situación, pero esta acción trajo consigo una nueva oleada de vergüenza, aún más fuerte, alejando todo pensamiento coherente de mi mente cuando noté que él no llevaba ninguna ropa puesta, y que su pecho estaba desnudo de la misma forma que el resto de su impresionante anatomía.

Él nunca había llevado ropa puesta, pero siempre había una tela, esculpida en mármol también, que tapada su intimidad y jamás había sido capaz de mirarlo completamente desnudo, como ahora.

Si su cuerpo me parecía antes una verdadera obra de arte, ahora era mucho más que eso. Su anatomía era perfecta e impresionante.

Me mordí el labio inferior sonrojada por el espectáculo y quité la vista avergonzada, para luego mirarlo con arrepentimiento por mi impertinente escrutinio.

— Lo… lo siento — enterré la cara contra su cuello, totalmente avergonzaba por mi actitud. No debería haberme quedado mirándolo tan fijamente. No era apropiado.

— No hay problema, Bella — sus dedos debajo de mi barbilla me obligaron a mirarlo a los ojos. En ellos sólo había ternura y cariño.

Nuestros labios se volvieron a unir, pero esta vez había una desesperación que se traducía en un cosquilleo que me recorría el cuerpo entero, como un fuego que parecía emanar de él y que me quemaba los labios y cualquier parte de mi cuerpo que hacía contacto con el suyo.

Los dedos de mi mano derecha se deslizaron por los músculos de su pecho, delineando cada línea que se marcaba con firmeza, mientras que con mi mano izquierda me dediqué a jugar con sus cabellos entre mis dedos.

Él murmuraba palabras dulces en mi oído, mientras sus labios depositaban besos de mariposa por mi cuello y mejillas.

— Dime que eres real — le rogué antes de unir nuestros labios en un beso distinto, demandante, furioso como los que le había dado cuando él todavía era una estatua. — Dime que eres real, por favor.

— Soy tan real como tú quieres que sea — contestó.

— ¿Qué significa eso? — me separé y aferré su cara entre mis manos, obligándolo a mirarme.

— Me tendrás todo el tiempo que seas capaz de mantenerme aquí — nuevamente tenía una respuesta críptica.

— No quiero que seas sólo un sueño — de pronto me sentí desesperada. Era tan feliz en este momento, que no soportaría que todo fuera sólo producto de mi imaginación. Necesitaba que él fuera real.

— Entonces, no seamos sólo un sueño, seamos tan reales como podamos, hagamos de este momento el mejor momento de nuestro amor.

Me mordí el labio inferior, nerviosa. Nunca había conocido a ningún hombre al que entregarle mi amor y mi cuerpo, y había sido criada bajo las enseñanzas cristianas de que había que llegar virgen al matrimonio, sino mi alma ardería en el infierno, pero en este momento nada de eso importaba, lo único que deseaba en este momento era hacer de este instante el más importante de mi vida.

Lo que siguió a continuación fue mágico y jamás me arrepentiría de mis decisiones.

Edward se encargó de quitar mi ropa, siempre mirándome como pidiendo permiso cada vez que sus manos arrebataban una prenda de mi cuerpo. Se encargó de primero desanudar mi bata y deslizarla por mis brazos hasta el suelo. Luego de ir soltando botón por botón la camisola que llevaba para dormir. Cuando esta estuvo abierta hasta mi abdomen, revelando parte de mis pechos y mi ombligo, él levantó la vista, indeciso.

— ¿Estás segura?

— Sí — tragué saliva y él asintió.

Sus dedos se posaron en mis hombros y corrieron los breteles de encaje, bajándolos por mis brazos, cuya piel se erizaba bajo su toque helado, pero que extrañamente quemaba.

La prenda quedó en mis caderas, después de que Edward la guiara en su recorrido descendente.

— Eres la criatura más hermosa que he visto — quise rebatir sus palabras, diciendo que él no había visto a muchas mujeres realmente, pero las palabras quedaron atoradas en mi garganta cuando pude sentir la suavidad de sus labios rozar mis pechos desnudos.

Simplemente me abandoné a las sensaciones que él me causaba. No tenía más alternativa que disfrutar de su roce gélido, de sus labios besando cada centímetro de piel al descubierto y sus manos acariciando los costados de mi cuerpo, enviando olas de placer por todas mis terminaciones nerviosas.

Mis brazos cobraron vida propia y rodearon su cuello con fuerza, mientras sentía como su lengua se deslizaba con exquisita lentitud sobre mis pezones erectos por el frío y las caricias.

— Tu piel es tan dulce — murmuró contra mis labios, antes de atraparlos entre los suyos.

Estaba sonrojada y avergonzada por sus palabras y por sus caricias, además de deslumbrada con su belleza y su delicadeza al tratarme, pero eso no impidió que mis manos tocaran su ancha espalda, perdiéndose más allá de donde era correcto mencionar.

Jamás me había comportado tan osada, pero Edward no dijo nada, sino que dejó que mis dedos acariciaran sin reservas su maravilloso cuerpo.

Mientras yo me deleitaba con la suavidad de su piel, sus manos de dedos largos y finos, se perdieron entre mis cabellos, soltando la trenza que los apresaba, dejándolos libres sobre mi espalda desnuda.

Fue en el momento en que mis manos volvieron a sus hombros y luego se enterraron en sus cabellos de bronce, cuando sus manos se encargaron de dejarme completamente desnuda frente a él. Tomó la tela del camisón, que estaba en mis caderas, junto con mi ropa interior y bajó ambas vestimentas hasta dejarlas en el suelo, aunque no pudo quitarlas del todo, ya que ambos estábamos, frente a frente, de rodillas todavía.

— Me llamas perfecto a mí, pero no has contemplado nunca tu perfección como yo lo estoy haciendo — un sonrojo enmarcó el siguiente y agradecí que fuera de noche y mis mejillas no fueran tan visibles como lo serían a la luz del sol.

— Tú tampoco has sido testigo de tu perfección — lo besé en las mejillas, en la mandíbula, dejando para el último los labios, pues no había nada más dulce y placentero que sentirlo devolverme el beso con pasión.

Sin darme cuenta mi cuerpo había ido cayendo poco a poco hacia atrás, hasta quedar recostada sobre el pasto. Sólo fui conciente de este hecho, cuando Edward separó sus labios de los míos, ganándose una protesta de parte mía, y se encargó de terminar de quitar mis ropas, enganchadas aun en mis rodillas.

Estando los dos desnudos, sentí una corriente de pasión recorrerme el cuerpo, y quedarse estancada en mi bajo vientre. Necesitaba sentirlo por completo mío. Hacer que este momento fuera único y el mejor de mi vida, porque si luego iba a tener que pagar un precio por este momento, despertando de mi sueño o quizás viendo como él volvía a ser una estatua, lo menos que podía hacer era disfrutar por completo del amor que él me profesaba.

Sus labios besaban mi cuello, mis pechos, mi abdomen, rindiéndole un verdadero culto a mi piel, como si yo fuera una especie de divinidad a la que él adoraba.

— Por favor, sé real — le pedí mientras separaba mis piernas y dejaba que sus dedos exploraran cada rincón de mi intimidad sin sentir ya vergüenza de mis actos. Estaba completamente entregada al momento, a él y sus caricias.

Gemí cuando sus dedos encontraron un punto en mi anatomía que hizo que me estremeciera. Era sólo un botoncito que reaccionaba a los movimientos circulares que Edward realizaba contra él, adormeciéndome hasta la punta de los dedos de los pies, llenándome de un placer que jamás había experimentado.

Jadeé, gemí y casi grité su nombre cuando sentí que mi cuerpo no podía albergar más placer y simplemente me dejé llevar por las sensaciones.

Se posicionó sobre mí y sus dedos se posaron sobre mis labios, mientras su boca capturaba el lóbulo de mi oreja.

— Respira, amor — me ordenó.

Hice lo que me ordenaba y me fui calmado poco a poco.

Cuando mi respiración se normalizó, abrí los ojos y lo observé. Estaba sobre mi cuerpo, pero no podía sentir más que una dulce presión, pues sostenía su peso con sus brazos.

Fue en ese momento cuando lo sentí entrar en mi cuerpo. Lo hizo con lentitud, con cuidado. Sus ojos jamás se apartaron de los míos. Me aferré a sus hombros con fuerza, enterrando mis uñas en su piel.

No sentía dolor, por sorprendente que pareciera. Sólo había placer, un placer que me consumía hasta los huesos.

Nuestros movimientos se volvieron cada vez más ansiosos. Los movimientos lentos y cuidadosos dieron paso a los más firmes e íntimos, que hacían que un calor extraño se apoderara de mi vientre y que gemidos salieran de mis labios sin control.

— Te amo, te amo — murmurábamos ambos en el oído del otro, entre jadeos y gemidos entrecortados.

Parecía que en el mundo sólo existíamos él y yo. No había ninguna realidad más allá del momento mágico que estábamos viviendo.

Mis movimientos estaban en total sincronía con los de él. Sus caderas chocaban con las mías en cada embestida de su cuerpo contra el mío, creando una fricción deliciosa que me estaba llevando a la locura.

Gemir su hombre, besar sus labios, y moverme a su compás ya no era suficiente para expresar la cantidad de sensaciones que me hacían estremecer y simplemente me dejé llevar por el placer, arrastrándome hasta la cima y dejándome caer, sintiendo el vértigo y el placer complementarse en un millón de colores que estallaron frente a mis ojos.

Mi cuerpo se tensó por completo y de mi garganta nació un grito que ahogué contra la piel de su cuello.

Mientras aún me estremecía de placer, pude sentir claramente como Edward se movía dentro de mi cuerpo, alargando mi propio placer, mientras el suyo lo golpeaba.

Ambos jadeantes y tirados sobre el pasto del jardín, nos unimos en un beso pausado y dulce. Sus brazos se ceñían en mi cintura y las mías estaban sobre su pecho.

Me sentía relaja y en paz, somnolienta pero a la vez completamente dichosa, por eso las palabras de Edward me desconcertaron cuando llegaron hasta mis oídos.

— Déjala conmigo, por favor — repetía con aquella voz aterciopelada y hermosa, tan hermosa como él mismo. — por favor, déjala en este sueño conmigo…

Sus palabras se fueron apagando poco a poco, hasta que no dijo nada y tuve miedo de efectuar alguna acción o decir alguna palabra. Sabía, en el fondo de mi corazón y en lo más profundo de mi alma, que sus ruegos no fueron escuchados, pues sus brazos a cada segundo se fueron haciendo más y más duros, más gélidos, volviendo a ser la criatura de mármol que me había cautivado, enamorado y hechizado en cuerpo y alma.

Temerosa aún, levanté la vista y pude ver sus facciones volviéndose de piedra una vez más. Adoptando la mirada perdida y taciturna de quien pierde lo más importante en su vida, y ciertamente él lo estaba perdiendo, estaba perdiendo su vida y con ella ambos estábamos perdiendo la oportunidad de amarnos.

Y lloré, aferrándome a él.

.

.

.

Desperté sobresaltada. Estaba jadeante y temblorosa. Sentía como si realmente hubiese estado atrapada a aquellos brazos de mármol que me envolvían con fuerza, no dejándome escapar. Sentía como si de verdad sus labios gélidos y tan duros y suaves a la vez hubiesen estado besando los míos con cuidado, con cariño y pasión.

Me levanté de la cama presurosa, hacía calor, no como en mi sueño que el hielo parecía congelarme hasta lo huesos, y me puse la bata sobre el camisón del pijama. Tomé de mi velador una lámpara a gas, la encendí con cuidado y sin pensarlo mucho me aventuré fuera de mi habitación.

Caminé por los pasillos tratando de no hacer ruido. Mis pies estaban descalzos, pero aún así a veces la madera del suelo parecía rechinar, más de la cuenta, en el silencio de los desiertos corredores.

Cuando llegué al primer piso, respiré aliviada al no haber despertado a nadie. Avancé hasta la puerta principal y la abrí con cuidado de que no emitiera ningún sonido al empujarla. Los goznes crujieron un poco, pero me deslicé hacia afuera, antes de hacer más ruido y cerré con extrema lentitud y sigilo.

Bajé la escalinata que daba al jardín principal y cuando mis pies tocaron el pasto húmedo por el rocío suspiré de alivio.

Disfruté de la sensación de libertad que me daba caminar descalza y sentir la textura de la hierba en las plantas de mis pies, haciéndome un poco de cosquillas en los dedos.

Reí suavemente, como una niña y avancé entre los arbustos y árboles cuidadosamente podados, hasta donde se encontraba él. Su figura impasible e inmutable estaba ahí, sin movimiento ni vida, como siempre, pero esta vez había algo distinto en él, o quizás en mí. Sentía que esta vez, mientras avanzaba a paso presuroso hasta su encuentro, él me esperaba, ansioso por nuestro reencuentro.

Salvé la distancia que nos separaba casi corriendo, hasta quedar parada frente a él. Su belleza era tanta que aún me costaba acostumbrarme a ella y sabía que aunque lo estuviera observando por el resto de mi vida su belleza me aturdiría y cautivaría de la misma forma que la primera vez que mis ojos se posaron en él.

Era perfecto, cada plano de su cuerpo esculpido en mármol era de una precisión y elegancia única.

Me sonrojé al recordar como en mi sueño aquella criatura perfecta entrelazaba su cuerpo con el mío con agraciada pasión, llenando mi cuerpo de besos a cada movimiento de sus caderas contra las mías.

Aparté la vista azorada y respiré hondo.

Realmente me estaba volviendo loca.

Volví a encararlo y me acerqué unos cuantos pasos. Estiré mi mano y la posé con lentitud sobre sus cabellos. Hubiese querido que mis dedos pudieran filtrarse entre su cabello, acariciando su nuca, pero lo único que pudieron hacer fue amoldarse a la dureza de su cabeza.

Suspiré, cerrando los ojos. Si mantenía mi concentración podía imaginar lo que sería que él fuera de carne y hueso. Si me concentraba firmemente podría recordar a su vez, mi sueño y casi podría sentir la exquisita suavidad de sus cabellos broncíneos en entre mis torpes dedos.

Abrí los ojos y mi fantasía se disolvió, tal y como mi sueño. Él seguía siendo un hombre de mármol, con mirada triste.

Dejé caer la mano hasta dejarla situada sobre su mejilla. Con el dedo índice delineé sus labios. Su textura era como la del vidrio pulido, pero tan duros y helados que no podía olvidar que no eran unos labios humanos.

— ¿Por qué tengo que amarte a ti? — murmuré. — ¿Por qué no puedo amar a cualquier hombre real? ¿Por qué siento que sin ti no podría vivir?

Dejé la lámpara en el suelo, y lentamente me puse de rodillas, hasta que mi cabeza estuvo apoyada en uno de sus brazos. Mi frente descansó varios minutos allí, sin recibir respuesta de parte de él. Mis lágrimas no se hicieron esperar.

Me sentí una tonta nuevamente por creer que por alguna clase de milagro él cobraría vida y me envolvería entre sus brazos, tratando de consolarme.

— Me gustaría dejar de esperar un milagro que te traiga a la vida, pero no puedo — mis dedos se deslizaron por los músculos de su brazo hasta sus dedos entrelazados. Jugué entre ellos hasta que pude hablar nuevamente, a través de las lágrimas. — Sería tan hermoso que los mitos fueran realidad y bastara un beso para que tú cobraras vida y pudieras amarme como en mi sueño.

Parsimoniosamente me estiré hasta que mis labios tocaron los suyos, depositando un beso sobre su piel de mármol. Presioné muy dulcemente mi boca con la suya y luego me aparté, todavía con los ojos cerrados.

No quería ver como él seguía siendo una escultura perfecta de mármol sin movimiento ni vida.

No podía entregarme a esa realidad tan rápido. Quería seguir soñando que los mitos y las leyendas eran ciertos. Quería seguir en mi mundo de fantasía donde él abriría sus ojos y estos serían verdes como esmeraldas y su cabello se iría volviendo cada vez más fino y se movería con el viento hasta tornarse de un color castaño cobrizo.

Una vez más me estiré hasta alcanzar sus labios. Presioné mi boca contra la suya pero esta vez mis labios no parecieron apretarse contra una piedra, sino que se amoldaron a una superficie un poco más blanda, que lentamente iba correspondiendo a la presión ejercida por mis labios.

Sobresaltada me aparté de golpe, pero unos brazos me envolvieron la cintura y me dejaron pegada a un pecho frío y duro, pero en cuyo interior podía sentir el palpitar de un corazón, lento y trabajoso, como si estuviera aprendiendo a ejercer su latido.

Levanté la vista y me obligué a abrir los ojos.

Solté un jadeo ahogado.

Un par de ojos verdes como esmeraldas, brillantes y llenos de curiosidad me miraban con amor.

Temerosa de que fuese sólo una alucinación y pronto despertara, sola y llena de angustia en mi cama, elevé un brazo y con mis dedos toqué sus parpados, que cedieron a mi toque. Subí hasta sus cejas y luego hasta su frente. Su piel tenía una textura extraña, entre la piel humana y el mármol, pero muy agradable al tacto, suave y lisa.

— No eres un sueño — musité acariciando su mejilla, su sien y los mechones de cabello que caían sobre su frente.

Negó con la cabeza y mis labios fueron besados con lentitud y delicadeza por los suyos. Le correspondí a su beso con el corazón latiendo a toda velocidad y la respiración acelerada.

Aquel beso, en estricto rigor, no era mi primer beso, pero yo lo sentí como el primero, pues era la primera vez que él me correspondía moviendo sus labios al mismo compás que los míos. Separé mi boca de la suya, solamente el tiempo necesario para pronunciar su nombre, el que me había dicho en mi sueño, al mismo tiempo que él pronunciaba el mío y volví a unir mis labios con los gélidos y duros labios de él.

________________________________________

Fin