Dark Chat

domingo, 13 de febrero de 2011

Guerrero del Desierto

CAPITULO VI

Cuando Edward regresó de hacerle una consulta de último momento a uno de los guías, Bella estaba encogida en su lecho y medio dormida. Una sensación de ternura lo invadió. Parecía muy pequeña y frágil, pero al mismo tiempo podía hacerle sentir muy intensamente. Demasiado. En medio de la noche se despertó y se incorporó de pronto. Edward casi podía oler el miedo que la invadía. Se levantó y le hizo volver a tumbarse entre sus brazos.

-¡Edward! -exclamó volviéndose ciegamente hacia él.

-Estoy aquí, Mina -dijo tomándole las manos y abrazándola con fuerza contra su cuerpo.

-Edward -repitió ella con voz apenas audible esta vez, pero no con menos angustia que antes. Se agarró a sus hombros con sus pequeñas manos.

-Sssh. Estás a salvo, mi Bella -la reconfortó él acariciándole la espalda. Como siguiera temblando, la tumbó de espaldas y apoyó su cuerpo contra el de ella. Parte de la tensión pareció desaparecer al sentir el peso de él contra ella-. ¿Mina?

-Te hicieron daño.

-¿Quiénes?

-Los hombres de los camiones. Pensé que ellos te separaban de mí.

-Estoy a salvo -contestó él. No se le había ocurrido que su revelación pudiera tener un efecto tan potente-. No lo consiguieron. No me has perdido -la miró y como ella pareciera no estar de acuerdo, la apretó ligeramente-. No quiero que te preocupes por esas cosas.

Entre los brazos de Edward, pareció que los miedos de Bella comenzaban a disiparse.

-Lo intentaré. Seguramente lo he soñado porque estaba cansada.

-No volveremos a hablar de ello nunca más.

-Espera

-Está decidido. Puedes enfurruñarte si quieres, pero no volveremos a hablar de ello.

-No puedes decidirlo tú solo -dijo ella.

-Sí que puedo -contestó él con tono neutral, aunque con determinación férrea.

Despierta, volvió a pensar en la pesadilla. Al contrario que en ella, los asesinos reales no habían conseguido su objetivo, pero habían roto la conexión entre Edward y ella; habían hecho trizas cualquier resto de lazo que pudiera quedar después de que ella lo abandonara.

El orgullo de un hombre era algo muy frágil.

El orgullo de un guerrero era su arma más poderosa.

El orgullo de un jeque era el pilar sobre el que se cimentaba el honor de un pueblo.

En la persona de Edward se juntaban los tres y ella tenía que aprender a tratar con ello.

-Vamos a acabar lo que empezamos anoche.

-No. No quiero que nada te perturbe -dijo Edward. Aunque no le sorprendía la testarudez de Bella, su intención primordial era protegerla. Cada vez que recordaba la forma en que la había visto temblar de miedo la abrazaba con más fuerza.

-Soy mayor. Puedo soportarlo.

-No -no permitiría que se hiciera daño.

-¡Edward! No hagas eso. Mantenerme en la ignorancia no es una manera de protegerme -protestó Bella rígida por la frustración que sentía-. Ya no tengo dieciocho años.

-Tal vez no -contestó Edward sorprendido de que Bella hubiera comprendido sus motivos.

-Entonces los asesinos...

-Sabes todo lo que tienes que saber, Mina. Lo sabes -dijo él sintiendo de nuevo el dolor.

-Lo siento -dijo Bella tras un pequeño silencio.

Incapaz de soportar que Bella sufriera, la estrechó contra su pecho con más fuerza y le contó historias del desierto y de su pueblo, y tras un rato, volvió a sonreír.

El cuarto día de viaje por la mañana se dirigieron hacia la pequeña ciudad industrial de Zeina. A pesar de su carácter funcional, el diseño de los edificios de hormigón y acero seguía unas líneas suaves. Para la sorpresa de Bella, pasaron la ciudad hasta llegar a un lugar donde se arracimaban montones de tiendas de colores sobre la arena del desierto.

-Bienvenida a Zeina -susurró Edward a su oído.

-Pensé que Zeina era eso de ahí atrás -dijo ella volviendo la cabeza para indicar la ciudad que acababan de dejar atrás.

-Eso es parte de Zeina, pero esto es el corazón.

-No hay casas, solo tiendas -dijo ella en voz alta.

-Jacob y su gente lo prefieren así. Y mientras ellos sean felices, yo no tengo nada que objetar.

-Supongo que la mayoría trabajará en el sector industrial; ¿cómo lo hacen aquí?

-Hay camellos para aquellos que prefieren vivir a la antigua usanza y también vehículos todoterreno -dijo Edward riendo.

-¿Y por qué no hemos venido en uno?

-Algunas zonas que hemos atravesado son demasiado sinuosas incluso para esos vehículos. Además, hacen mucho daño a los delicados ecosistemas del desierto. Pero, para cubrir la distancia que los separa de las fábricas son muy útiles -explicó-. Puede que la gente de Jacob sea gente chapada a la antigua, pero también son eminentemente prácticos. ¿Ves esas tiendas azules?

-Hay bastantes.

-Parecen iguales a las otras, pero mira más atentamente.

-¡No se mecen con el viento! ¿De qué están hechas? ¿Plástico?

-Son de un tejido muy resistente creado por nuestros ingenieros -explicó Edward-. Hay una por cada cuatro familias para uso sanitario.

-Muy ingenioso -dijo Bella impresionada por la forma tan creativa en que lo nuevo y lo antiguo se mezclaba.

-Jacob lo es.

Poco después conoció al intrigante Jacob. Era un hombre como un enorme lobo , con una barba cuidadosamente recortada, pero su cálida sonrisa hacía desaparecer su aspecto amenazador.

-Bienvenidos -dijo saludando a la comitiva y haciéndolos pasar a su enorme tienda-. Sentaos, por favor.

-Gracias -Bella sonrió y se sentó sobre uno de los lujosos cojines que había alrededor de una pequeña mesa.

-Te prohíbo que le sonrías a este hombre.

Bella miró a su marido desconcertada.

-¿Acabas de prohibirme que le sonría al hombre que nos hospeda en su casa?

La sutil reprimenda hizo que Edward curvara los labios en una inexplicable sonrisa y Jacob aulló de risa. Bella miró de hito en hito a ambos, consciente de que se había perdido algo. Al ver que Edward seguía sonriendo con un brillo de niño travieso en los ojos y que Jacob seguía riendo a carcajadas, levantó las manos.

-Estáis locos los dos.

-No, no -respondió Jacob cuyos hombros seguían temblando de risa-. Lo que le pasa a este es que teme mi poder con las mujeres.

Intrigada, Bella se volvió hacia Edward en busca de explicación, pero él sólo sonrió. Sacudió la cabeza y se esforzó en seguir la conversación que no podía ser en inglés, ya que su anfitrión no tenía la fluidez necesaria para captar las pequeñas sutilezas del lenguaje.

-Mis disculpas -dijo Jacob frustrado por ello.

-Oh, por favor, no digas eso -respondió ella-. Esta es su tierra. Soy yo la que debería aprender tu idioma, y para ello, será mejor que esté rodeada de gente que lo hable.

El hombretón pareció aliviado. Edward apretó ligeramente las manos de Bella en señal de agradecimiento. Su mano cálida y fuerte representaba gran parte de lo que él era.

-Es suficiente -anunció Jacob en inglés-. Sería un anfitrión horrible si prolongara esta conversación sin haberos dado la oportunidad siquiera de cambiaros esas ropas polvorientas del viaje -y diciendo esto descruzó las piernas y se levantó con una agilidad asombrosa para un hombre de su tamaño.

-Terrible -admitió Edward, pero sus ojos estaban llenos de alegría mientras seguía el ejemplo del otro hombre.

-Vuestra tienda debería ser mayor. Os dejaría la mía pero tu marido no quiere que lo trate como a un miembro de la realeza -dijo Jacob haciendo gestos a Edward por encima de la cabeza de Bella. La pobre estaba acorralada entre los dos hombres.

-Si me metiera en esa caverna que llamas tienda la gente no se acercaría a mí tan dispuesta como lo hace cuando estoy en una tienda más parecida a las de tu pueblo -dijo Edward, y sin dejar de caminar, alargó el brazo para colocarle a Bella el turbante para que la protegiera del sol-. Contigo es diferente. Te conocen desde siempre.

-Este -dijo señalando hacia una tienda de color pardo-, será vuestro hogar durante los próximos tres o cuatro días.

A pesar del aspecto externo un tanto feo, el interior estaba decorado con gran belleza. Los cojines multicolor que había repartidos por doquier y los adornos colgantes de seda hacían brillar la estancia. Encantada, Bella asomó la cabeza entre los cortinajes que servían para separar la habitación en dos partes y descubrió un suntuoso dormitorio.

-Gracias. Es maravilloso -exclamó ella ofreciéndole una de sus radiantes sonrisas a Jacob. Este pareció desconcertado.

-Ya puedes irte -dijo Edward con una mueca-. Tengo que hablar con mi esposa de las sonrisas que va regalando tan fácilmente.

Jacob se rió y se marchó a continuación, pero no antes de guiñarle a Bella un ojo. Ella corrió entonces hacia su marido para darle un beso.

-¿Por qué me prohibiste que le sonriera a tu amigo?

-Porque gusta mucho a las mujeres. Es un provocador -contestó él con tranquilidad.

-A mí me parece que es muy gentil.

Era extraño ver a su marido de un humor tan juguetón y tenía toda la intención de disfrutar de ello al máximo.

-¿De veras? -preguntó él tomándola en brazos hasta que sus ojos estuvieran al mismo nivel que los de él. ,

-Mmm -Bella se ancló al cuerpo de Edward con brazos y piernas-. Pero creo que tú lo eres más.

La sonrisa de Edward era puramente varonil. La recompensa que recibió por su sinceridad fue un cálido beso.

Cenaron en la tienda de Jacob con este y otros miembros del campamento. A Bella le gustaba ver a su jeque entre la gente del pueblo. Estaba magnífico. Era un hombre que gozaba de un poderoso carisma, brillante y muy seductor.

-¿Están a tu gusto los aposentos? -preguntó Jacob.

Bella tuvo que obligarse a dejar de mirar a su marido, consciente de que en ese momento Edward la miraría. La forma en que siempre la tenía presente, incluso en medio de una ruidosa cena, la llenó de ternura.

-Es preciosa. Gracias -sonrió-. Se me ha prohibido sonreírte porque gustas mucho a las mujeres.

-Es una maldición que tengo que soportar -dijo él acariciándose la barba-. Hace que encontrar una esposa sea tarea difícil.

-¿Difícil? -preguntó Bella, que creía haber entendido mal.

-Sí -dijo él con aspecto compungido-. ¿Cómo podría un hombre elegir una sabrosa fruta cuando todos los días se encuentra ante un huerto lleno?

Bella se llevó una mano a la boca para evitar reír ante la audacia de aquel hombre. No había duda de que él y Edward eran amigos. Justo en ese momento, su marido la tomó de la mano. Aunque le estaba hablando a alguien, era indiscutible que quería que también ella le prestara atención. Sabía que no estaba preocupado por Jacob y las mujeres, y fue por eso por lo que su movimiento tan posesivo la sorprendió.

-Es como un niño, incapaz de compartirte -dijo Jacob y en ese momento se inclinó hacia ella-. En eso tiene razón.

Bella ignoró lo último y se concentró en lo primero que le había dicho. Edward no quería compartirla con nadie... a veces. Le gustaba que se relacionara con la gente y tuviera amigas como Alice. Sin embargo, parecía querer tenerla siempre cerca.

Lo que no sabía era si la quería tener cerca porque la necesitaba, o porque no confiaba en ella y por eso no la quería perder de vista.

-Hoy, tengo la intención de visitar varias minas de Rosa de Zulheil -dijo Edward tumbándose tras dar por terminado el desayuno a la mañana siguiente. El poder y la belleza de su impresionante musculatura dejó a Bella sin aliento-. Será necesario un largo camino sobre un camello, así es que desafortunadamente no me acompañarás.

-Tal vez la próxima vez. Cuando volvamos a casa, me enseñarás a montar en esas bestias -dijo ella haciendo una mueca de decepción.

-Lo haré, Mina -dijo él-. Mientras estés aquí, a lo mejor deseas... no sé la palabra, pero sería bueno si caminaras entre el pueblo.

-¿Quieres que me mezcle?

-Sí. Especialmente con las mujeres. Aquí, en el desierto, tienden a ser más tímidas que en las ciudades.

-¿Entonces quieres que hable con ellas y me asegure de que se encuentran bien?

-Tú eres una mujer y eres muy amistosa, sobre todo si sigues sonriendo a destajo -dijo él asintiendo con la cabeza. Su tono era de regañina, pero su expresión era de aprobación-. La mayoría de los ciudadanos de Zeina tratarán de venir a conocernos. Así fortalecemos los lazos que unen a los distintos pueblos del país. Los hombres suelen querer hablar conmigo pero las mujeres se encuentran mejor contigo.

Bella se mordió el labio inferior súbitamente indecisa, sobre todo al ver que el cuerpo relajado de Edward se tensaba.

-¿No te apetece hacerlo?

-Oh, sí. Es solo que... ¿crees que podré hacerlo? No soy más que una mujer normal. ¿Tu pueblo se acercará a hablar conmigo?

-Ah, Mina -dijo Edward tomándola en sus brazos y abrazándola con fuerza-. Eres mi esposa y ellos ya te han aceptado.

-¿Cómo lo sabes?

-Lo sé. Tendrás que confiar en tu esposo y hacer lo que dice.

-A sus órdenes, mi Capitán -dijo ella adoptando una expresión cómica que le hizo sonreír y besarla.

Diez minutos más tarde, Edward salía a lomos de su camello a recorrer el desierto y ella se dirigió hacia el centro del campamento.

No regresó hasta el atardecer. Tras un aseo rápido para quitarse el polvo del día, se puso una falda hasta los pies a juego con un hermoso corpiño cosido con hilos de oro y se dejó caer en unos de los divanes a esperar a su marido.

De nuevo, Edward la encontró dormida, pero esta vez tenía que despertarla para satisfacer, no deseo carnal, sino algo más peligroso.

-Despierta, mi Bella -dijo con voz áspera.

-Edward -dijo ella sonriendo y abriendo los brazos en señal de bienvenida-. ¿Cuándo has regresado?

-Hace unos cuarenta minutos. Ahora tienes que levantarte para que podamos cenar -dijo él inclinándose hacia ella para que le rodeara el cuello con los brazos.

El hecho de haber pasado el día lejos de ella por primera vez desde su boda había hecho aflorar un dolor ya viejo pero intenso, que se mofaba de él por fingir que no la necesitaba. Cuando lo cierto era que la necesitaba más de lo que ella jamás lo necesitaría a él.

-¿Con Jacob?

-No -dijo él acariciándole el pelo que le caía sobre la cara-. Solos tú y yo. Mañana cenaremos con todo el mundo.

-No te vayas. Te he echado mucho de menos -dijo ella cuando Edward hizo ademán de levantarse.

-¿De veras, Mina? -y al decirlo no pudo evitar el sesgo irónico de su voz. La necesitaba, pero nunca se lo diría.

-Sí. Te he estado esperando todo el día -dijo ella mirándolo con dulzura.

-Muéstrame cuánto me has echado de menos, Mina. Muéstramelo -y la oprimió contra su pecho con fuerza, insatisfecho.

La desnudó tan rápidamente que Bella ahogó un grito, pero no protestó. Edward la tumbó sobre la gruesa alfombra, loco de deseo al ver el contraste entre el color cremoso de su piel desnuda y la mata de cabello . Era como una fantasía pagana, un sueño hecho para volver locos a los hombres.

Rodeándole el cuello con la mano, la besó; la necesitaba. Saboreó todos y cada uno de los rincones de su boca mientras su mano libre recorría el cuerpo femenino, hasta llegar al montículo de los pechos. Entonces interrumpió el beso y se inclinó para chupar el pezón duro.

Bella perdió todo control bajo él y sus manos se enredaron en el cabello negro de Edward.

-Por favor... oh, sí...

Los sonidos entrecortados lo animaron a seguir. Le separó con suavidad las piernas con ayuda de la rodilla y se colocó entre ellas, exponiéndola a él. Apoyado en una mano, alzó la cabeza y la observó mientras con la otra mano le recorría el estómago y proseguía su camino hacia partes más íntimas. Bella entreabrió los labios y lo miró con sus ojos azules llenos de pasión en el momento en que los dedos de Edward localizaban su centro húmedo.

Le levantó las piernas para tener acceso más directo a sus secretos ocultos. Bella gimió al contacto pero eso no era suficiente para Edward. Necesitaba más. Necesitaba que Bella se rindiera ante él. Necesitaba que ella también lo necesitara a él, que lo amara tanto que nunca jamás volviera a alejarse de él.

Edward introdujo un dedo entre las piernas de Bella y el cuerpo de esta dio un salto, la piel se le humedeció mientras él agachaba la cabeza y le lamía un pezón. Bella tensó los músculos de modo que el dedo de Edward quedó íntimamente aprisionado en su interior. Tuvo que meterse un puño en la boca para ahogar los gritos de placer y, en ese momento, Edward retiró la mano, se quitó los pantalones y la penetró.

Incapaz de controlar los espasmos que la sobrecogían, se abrazó a él y le mordió el hombro para silenciar los gemidos.

A Edward le agradaba que lo hiciera. Bella estaba a punto de llegar a su límite pero él no quería rendirse aún. Apretando las caderas empujó con más fuerza, más rapidez. La estaba marcando.

-Eres mía, Mina. Solo mía.

Solo cuando Mina perdió finalmente la batalla por controlar el grito de placer y este recorrió el aire de la noche, Edward se dejó caer al vacío.

Bella se enteró de la relación existente entre ambos hombres durante la última cena que compartieron con Jacob.

-Edward pasó un tiempo en cada una de las doce tribus cuando cumplió los doce años. De esa forma aprendió la forma de vida de su pueblo.

Bella pensó que la experiencia debió haber sido extremadamente solitaria. Habría vivido como uno de ellos pero teniendo siempre en cuenta que en un futuro se convertiría en su líder, lo que lo separaría del resto.

-Llegó a Zeina con quince años y nos hicimos amigos -continuó Jacob.

Las palabras de Jacob eran sencillas, pero Bella notó que sus sentimientos eran muy profundos. Su esposo no confiaba en los demás a la ligera, y cuando alguien traicionaba su confianza...

-Y habéis sido amigos hasta ahora -dijo Bellla con una sonrisa, tratando de no pensar en la aprensión que le atenazaba la garganta.

-Es mi amigo -asintió Jacob-, pero también es el jeque. Asegúrate de que es para ti un marido, no un jeque.

El consejo le recordó los pensamientos que había tenido hacía no mucho tiempo. Sabía que Edward necesitaba libertad para desprenderse de la carga que significaba ser el jeque, aunque solo fuera durante un par de horas al día. Algo fácil de decir pero difícil de llevar a la práctica.

Aquella noche, Bella se sentó con las piernas cruzadas sobre el edredón de seda y observó a Edward mientras se desnudaba a la cálida luz de las lámparas. Se giró entonces y la llamó con un gesto de lo más aristocrático. Ella se levantó y se dirigió hacia él: sabía lo que quería aunque no hubieran mediado una palabra. Comenzó a ayudarlo a quitarse la ropa dejando al descubierto su bello cuerpo, un cuerpo que ardía bajo el leve contacto de ella.

-Serías una esclava perfecta en un harén -comentó él.

-Me parece que el ambiente de este territorio primitivo no te hace ningún bien -dijo ella mordiéndole en la espalda.

Edward se rió entre dientes de la respuesta de Bella. Esta retrocedió cuando Edward sólo llevaba encima los calzones blancos y ligeros. Para su asombro, se los quitó sin dejar de mirarla. No era que nunca lo hubiera visto desnudo antes, era simplemente que antes él nunca había actuado de una forma tan agresiva sexualmente. Ni cuando le había hecho el amor lleno de furia la noche anterior había sido tan... insultante.

Era un guerrero fornido que controlaba su fuerza por su mujer. Sabía que nunca Edward le haría daño físico, lo que hacía más atractiva su masculinidad. Entreabriendo los labios por el deseo que sentía, alzó la cabeza y lo miró a los ojos, entre las sombras que se formaban en la habitación débilmente iluminada.

-Tienes demasiada ropa encima para ser una esclava de harén -murmuró él y, sacándole el camisón por la cabeza, la dejó completamente desnuda.

-¿Y qué pasa con las mujeres? -consiguió articular Bella, aunque tenía la garganta seca por la necesidad y sus pensamientos eran como una madeja embrollada.

-¿Mmm? -dijo él acariciándole el cuello.

Bela se había dado cuenta de que esa caricia era la favorita de Edward como preludio a una noche de amor, además de ser un gesto afectuoso.

-¿Ellas tienen harenes?

-¿Quieres tener un harén, Mina? -preguntó él mirando sus ojos sonrientes.

Bella frunció el ceño como si lo estuviera considerando en serio y él la apretó con fuerza.

-De acuerdo, de acuerdo. Creo que podré arreglármelas con uno solo cada vez-dijo finalmente.

-Solo me tendrás a mí -dijo él con un gruñido. Bella sonrió y sin pararse a pensar dijo:

-Por supuesto. Tú eres el único a quien amo. Edward se puso rígido como una roca. Bella deseó poder retroceder en el tiempo y evitar su apresurada declaración. Edward no estaba preparado aún; ella lo sabía, pero sus palabras estaban tan enraizadas en su corazón que se le habían escapado antes de que pudiera detenerlas.

-No es necesario que me digas esas cosas -dijo él, que se había vuelto de pronto frío como el hielo.

-Lo he dicho en serio. Te amo -no había vuelta atrás. Tuvo que olvidar su orgullo y mirándolo, le rogó en silencio que la creyera.

-No puedes amarme -dijo Edward cuyos ojos se habían vuelto negros a la luz de las lámparas.

-¿Y cómo puedo hacer que creas que sí te amo? -dijo ella sintiendo profundamente que la alegría y la risa hubieran desaparecido.

Era tarde. Cuatro años tarde.

En el pasado, la había engañado con su forma de controlar sus sentimientos haciéndola creer que simplemente no eran tan profundos como los de ella. Pero esta vez, aunque demasiado tarde, se daba cuenta de que le había entregado su corazón de guerrero y ella lo había tirado ignorando lo que verdaderamente significaba para él.

¿Cómo podía creerla después de semejante traición?

Cuando la besó, ella se dejó llevar por el abrazo, tragándose las lágrimas. Edward jugaba con ella como si fuera un instrumento bien afinado, arrancándole notas de placer, pero no le daba su corazón en sus encuentros.

Cuando Bella se despertó Edward no estaba. Lo echaba de menos. Echaba de menos su sonrisa, sus caricias mañaneras, su cuerpo encajando con el de ella de una manera que nunca creyó posible entre un hombre y una mujer.

Bella se levantó rápidamente y corrió al cuarto de baño cuando los recuerdos amenazaban con hacerla llorar. Estaba buscando un sujetador cuando la tienda se abrió a su espalda y una brisa cálida le rozó la piel. Temerosa, se giró y miró por encima del hombro.

-Oh -dijo visiblemente aliviada.

-¿Esperabas a alguien? -preguntó Edward alzando una ceja. La puerta de la tienda se cerró tras él ocultando la incipiente claridad del día.

Bella se sonrojó. Nadie se atrevería a entrar en esa tienda sin permiso expreso del jeque.

-Es solo que no me acostumbro a que estas tiendas estén tan abiertas -respondió ella y con un escalofrío se giró y tomó el sujetador.

-Déjalo.

La orden brusca e inesperada de Edward la sorprendió haciendo que la prenda de encaje y raso cayera al suelo. La sensación del pecho desnudo de Edward contra su espalda la sorprendió aún más. Cuando entró estaba completamente vestido y le había vuelto la espalda hacía solo unos segundos. A diferencia de la noche anterior, sus manos se mostraban impacientes mientras abrazaban sus pechos y jugueteaban con sus pezones. Bella no podía escapar. Edward se estaba mostrando un poco brusco y muy posesivo.

Deslizó una mano bajo su falda, e introdujo un dedo entre los muslos de Bella mientras continuaba acariciándole el pecho con la otra mano.

-Estás preparada -dijo él con una voz profunda que traslucía satisfacción, como si estuviera muy complacido ante la reacción de Bella.

Antes de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, le quitó la falda dejando el trasero al descubierto. Demasiado ansiosa para sentirse turbada, le apretó los muslos a Edward cuando este le rodeó las caderas con las manos y la atrajo con fuerza hacia él haciéndola deslizarse sobre su miembro tan lentamente que creyó que iba a volverse loca.

-Edward, sí, sí -gimió-. Oh, sí.

A juzgar por la manera en que Edward gemía igualmente y le daba lo que ella quería, Bella sabía que a él le gustaba verla ansiosa, le gustaba la forma en que lo animaba a ir más rápido. Bella alcanzó el orgasmo con una fuerza atroz. Sabía que lo había arrastrado a él con ella, y sus jadeos se habían unido.

Después, la sostuvo en el regazo, sus cuerpos aún unidos. Ella levantó la cabeza y la apoyó en el hombro firme de él tratando de calmar los latidos de su corazón.

-¡Vaya!

Edward rió entre dientes y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

-¿No ha sido demasiado rápido? Creía que a las mujeres os gustaba ir despacio.

Su tono era de absoluta provocación, instándola a negarle que hubiera ardido como una hoguera entre sus brazos.

-Eres un provocador terrible, pero estoy demasiado saciada para ponerme a discutir contigo.

-Así es que esto es lo que tengo que hacer para que me des la razón en todo -dijo él riendo-. Resultará agotador.

Bella también rió. Edward cerró las manos sobre los pechos de ella a modo de caricia final antes de retirarse de mala gana.

-Tenemos que prepararnos para marchar, mi Bella. Es hora de volver a casa.

Justo antes de salir de la tienda, Bella inspiró profundamente y le puso la mano en el brazo musculoso. Edward le ofreció una sonrisa indulgente, disfrutando aún de los efectos del sexo matutino.

-¿Qué te pasa? Te prometo que jugaremos más cuando lleguemos a casa.

La provocación la hizo sonrojarse. Era como si la noche anterior nunca hubiera tenido lugar. Su marido había regresado. Pero eso no era suficiente. Si le dejaba a Edward negar el amor que ella sentía por él, entonces esa vida a medias sería lo único que lograría de él. Y estaba cansada de no ser nunca lo suficientemente buena.

-Si sigues abriendo así los ojos, estallarán -dijo Edward pasándole un dedo por los labios.

-Lo dije en serio. Te amo.

El rostro de Edward sufrió un cambio repentino: ya no era abierto y juguetón sino totalmente reservado.

-Tenemos que irnos -y diciendo eso se dio la vuelta y salió de la tienda.

Bella sintió que una hoja afilada le rasgaba el interior. Le dolía que no reconociera que lo amaba pero merecía la pena luchar si con ello conseguía recuperar lo que había perdido por culpa de su ingenuidad.

Edward esperó a Bella fuera de la tienda controlando sus emociones para que nadie pudiera notarlas en su rostro. No estaría bien que su pueblo viera que su jeque era un ser atribulado.

¿Por qué Bella había hecho algo así? ¿Acaso pensaba que podría controlarlo por el simple hecho de declararle su amor? Era muy fácil decir las cosas y... romper promesas. El le había ofrecido su corazón y su alma cuatro años atrás y ella lo había rechazado como si fuera algo sin valor después de haberle prometido amor eterno. Aunque él nunca dejaría que ella lo supiera, el golpe sufrido aún le dolía.

Una parte de él quería creerla cuando esta le decía que ya no era la niña asustada que se había rendido al sentirse presionada, sino una mujer lo suficientemente fuerte como para luchar por él aunque estuviera furioso. Sin embargo, Edward se negaba a escuchar esa voz. Su corazón tenía abierta la herida aún y no podía creer el compromiso que Bella defendía.

Solo a fuerza de voluntad había conseguido ocultarle esa parte de él que había quedado fascinada por ella. Le sorprendía lo cerca que había estado de entregarle de nuevo su corazón, aun cuando era evidente que ella no confiaba en él.

sábado, 12 de febrero de 2011

AMOR EN SILENCIO

hello mis angeles hermosas , aqui les dejo un  cap de mi fic esta editado y como no tengo  mas cap de destellos de oscuridad les dejo este mientras , para q  no se queden sin vicio
por fiss dejenme muchos comentarios al final si( yo poniendo carita de piedad)
les mando mil besitos a todas
Angel of the dark
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Prologo


Hoy. Aquí me encuentro iniciando el último semestre.
Al fin el último.
Ya solo me quedan unos pocos meses más de sufrimiento.
¿Porque no puedo pensar con claridad?
Estoy cegada por este amor que a al vez es mi tormento mi condena silenciosa.
¡Déjalo ya! me grita la razón…
Y mi terco corazón se niega a obedecer… en mi pobre corazón roto albergo este infinito amor que me tortura día con día.
Puñalada tras puñalada de dolor por estar lejos de él.
Viviendo este amor en silencio.


Capitulo 1: Sufriendo

Bella POV

Me encuentro sentada, de nuevo oculta, evadiendo mi realidad tan dolorosa aquí en el sucio piso de la cafetería escondida de nuevo.

"Eres una cobarde".

—Lo sé.

Sufriendo en silencio de nuevo… por él.

"Por él que ni si quiera te mira. Que ni se da cuenta que existes…" Sin embargo por él mi alma llora en silencio, no sé cuantas noches enteras me he pasado soñando con él.

Con sus besos, con sus caricias, con sus brazos fuertes y bien formados ciñendo mi cintura, con sus labios pegados a los míos.

Pero son solo sueños.

Asistimos a clases juntos, me la paso horas sentada a su lado observándolo, admirando su belleza y perfección en silencio. Añorando una mirada.

Sin tan solo tuviera el valor. Si él supiera cuanto lo amo, lo amo desde el primer momento en que lo vi.

No puedo olvidar su mirada… esos ojos verdes tan profundos, bellos como el mar. Hipnóticos. Me pierdo en ellos con una facilidad.

Y su rostro tan perfecto, como el de un ángel. Si los dioses existieran, él seria una fuente constante de envidia. Él un simple mortal, poseedor de belleza divina. Perfecto. Con un cuerpo fantástico, un adonis reencarnado.

Y yo la tonta nerd, la chica más simple y ordinaria del planeta, estoy perdidamente enamorada de él.

Él que con cada amorío, con cada beso repartido, me destroza el alma.

Ya mi pobre corazón… casi no late de tanto dolor. Todos los días muero, agonizo por su causa y él ignora por completo todo este sufrimiento, esta maldita agonía que llevo por dentro.

El no lo sabe ni lo sabrá nunca. Mi corazón se niega a dejarlo de amar, mi razón me grita que lo olvide, pero mi terco corazón se niega, no la obedece, Y lo seguirá amando por siempre hasta el fin de mis días.

Él, mi ángel destructor tiene nombre y apellido, se llama: Edward Cullen

Y el es la razón de mi existencia. Si tan solo me notara.

El timbre sonó, sacándome de mi mundo en donde me la paso pensando en él, y en mi dolor

Timbró de nuevo para así recordarme mi triste realidad, y como siempre iba tarde.

"Pero que estúpido afán tuyo Isabella, ¿por qué te torturas así?"

"No lo sé, tal vez sea una estúpida masoquista".

"A lo mejor. ¡Anda corre! Te cerrarán las puertas del salón, ¡corre!" Me gritó mi conciencia.

— ¡Demonios!

Me levanté lo más rápido posible como si eso fuera tarea fácil para mí, yo que me paso de tonta y distraída, que me caigo a cada momento, casi siempre se me ocurre caerme delante de la clase o en medio de la cafetería mmm pero no seamos pesimistas hoy no me caído.

Tal vez hoy sea mi día de suerte

"A lo mejor pero ten cuidado".

Y justo en el momento que entro al salón, tropiezo con la estúpida mochila de Rebecca, una de las tantas chicas con las que mi amor suele entretenerse. Ay voy otra vez para el suelo

"Cierra los ojos".

Cerré mis ojos esperando el inminente golpe en mi rostro, el cual recibiré cuando me estampe contra el suelo… uno… dos… tres segundos.

¿Nada pasó? ¿Por qué no me duele? ¿Cómo rayos no he sentido el golpe?

Ya sé, me desmayé. Genial Isabella te has desmayado a causa del impacto y ahora te llevaran a la enfermería, y sabes cual es lo peor parte que serás la burla de toda la escuela durante la semana.

Genial. Como si mi vida no fuera ya lo bastante miserable

Un segundo si estoy inconsciente, ¿por qué siento como si alguien me estuviera sosteniendo en brazos?

OH ese aroma lo reconocería en donde fuera. Por dios es él. Estoy entre sus fuertes brazos. No estoy desmayada, ¿estoy muerta? ¿Será real o estoy en el cielo?

Si estoy viva ¡él me está tocando con sus hermosas manos! Mi tormento, mi amor, estoy entre sus brazos.

"Ahora si te pasaste de la raya, aparte de torpe alucinas. ¡Alucinas genial!"

"¡Ya cállate!"

Dejé de pelear con mi conciencia cuando escuché su voz, esa voz tan varonil y sexy que con solo oírla me erizo la piel.

—Bella, ¿te encuentras bien?

Me obligué a mi misma a abrir mis ojos. Cuan grata fue mi sorpresa al ver que si tenía razón, estaba entre sus brazos, sintiendo el delicioso calor que irradia su cuerpo, aspirando su dulce aroma.

Es real. No es una alucinación mi mente no me ha jugado sucio y ahí está él con su rostro tan perfecto cerca del mío, tan cerca que puedo sentir su dulce aliento sobre mis labios. Al tener mi cabeza recargada sobre su fuerte pecho escucho el latido de su corazón, así al tenerlo tan cerca me dediqué a observarlo con detenimiento solo para poder grabarme una vez su rostro en mi memoria.

Qué ironía de la vida, aquí lo tengo tan cerca de mí pero a la vez tan lejos

"Mmm Bellita, hello ¡responde a la pregunta! Él está esperando tu respuesta", me gritó esa vocecilla en mi interior

—S… si estoy bien gracias—, no pude evitar sonrojarme al verlo de nuevo—. Es... este muchas gracias por la ayuda.

Él solo me regalo una sonrisa torcida, mi sonrisa preferida. Y mi corazón latió como nunca feliz, lleno de alegría, tanta que casi se me sale del pecho, una alegría que bien sabía que no me iba durar mucho porque en cuanto él me suelte desaparecerá.

—Bella ¿ya te puedo soltar?

—Si ya suéltame, gracias.

— ¿Segura que estás bien? Te encuentro algo acalorada.

"Genial, si, búrlate de mí ahora. Tonta Bella."

—Ya suéltame de una buena vez, estoy bien gracias, solo fue el susto no creo que vuelva a necesitar de tu ayuda Edward.

—Como gustes.

Me liberó de sus brazos alejándose de mí, claro me ayudo a ponerme de pie. El dejar de sentir su cuerpo junto al mío me produjo una sensación de dolor, de vacío muy grande. Ya lo extraño, y ahora como podré sobrevivir sin su calor, sé que solo estuve unos segundos entre sus brazos, pero solo eso me basto para ser inmensamente feliz, y ya causo más estragos en mí de los que puedo soportar.

Me duele el cuerpo, necesito de su calor, necesito su aroma nublando mis sentidos.

Iba a sentarme en el lugar que siempre ocupo en la clase, cuando escuche que alguien se aclaró la garganta.

— ¿Bella? —Me giré para verlo una vez más.

—Di… me Edward.

—Mmm quiero pedirte un favor.

¿A mi quiere pedirme un favor? ¿Se burla de mi, o se dio cuenta de lo que siento por él y me pedirá que deje de pensar en él?

—Este, Bella, ¿me estas escuchando? —"rayos esta chica me pone muy nervioso, concentración Edward".

—Si Edward, dime ¿que mas quieres de mi? — ¿Mi corazón, mi alma, mi cuerpo? Tómalos son tuyos, como si tuviera el valor de decirle. —Este, si Edward disculpa, ¿dime que necesitas?

— ¿Me puedes ayudar a estudiar para el próximos exámenes?

— ¡Sí! Que diga claro que si te ayudo, ¿en tu casa o en la mía?

—No, en la tuya por supuesto, digo que clase de caballero seria al permitir que fueras hasta la mía, es mejor que estemos en la tuya aparte la mía está muy lejos.

—Está bien, ok, en la mía será.

—Bueno me despido te llamo más tarde, gracias por aceptar ayudarme, nos vemos más tarde.

—Si, como quieras.

Tonta bella no se te ocurrió mejor despedida que esa va pensar que lo odias, pues eso es mejor a que sepa lo que siento realmente por él.

Edward POV

Genial, Bella acepto ayudarme.

Pobre chica a veces es tan torpe, si no fuera por mi ayuda, tremendo golpe que se da, casi seguro que se abre la cabeza.

Pero que bien huele. Lo sé aun tengo su aroma impregnado en toda mi ropa. Y su piel es tan suave y tersa.

Aun no puedo olvidar la sensación tan placentera que fue tenerla entre mis brazos, y esa mirada que posee tan enigmática

¿Cómo no la note antes?

"Parece que te ha impresionado".

Lo sé, ¿por qué no puedo sacármela de la cabeza? Me tiene deslumbrado.

viernes, 11 de febrero de 2011

Corazon de Hierro

Hello mis angeles hermosos!!
hoy es viernes de estreno y como lo prometido es deuda aqui les traigo una nueva historia llena de emociones , ami me gusta mucha y la verdad no me canso de leerla uan y otra vez
la Historia y la trama le pertenecen a una chica muy especial ella es Tiwii Cullen , es de chile y ha sido muy buena con nosotras , si despues de andarla acosando jajajajaja, no es cierto es broma chicas
muchas gracias mi querida Tiwii por compartir con nosotras estas humildes viciosas de fanfics , tu trabajo; te mando mil besitos.
y chicas a disfrutar y ya saben al final sean buenitas y dejen sus comentarios
Mil besitos a todas
Angel of tha dark
Nota: mayores 18 +
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1. Trabajo Particular

—¡Enfermera Swan! ¡Rápido, a urgencias! —me dijo una de las enfermeras de la sala. Corrí hacia mi destino con la clara idea de salvar una vida más en éste día.

Mi trabajo es lo que mas amo en todo el mundo, no podría vivir sin tener toda la acción que representa el hospital. Estar cara a cara con la muerte todos los días era el golpe de adrenalina que siempre había estado buscando.

Mi nombre es Isabella Marie Swan, tengo veinticinco años y soy enfermera profesional desde hace dos, trabajo en el County General Hospital de Chicago. Aquí como en todo hospital público la vida es dura, muchas veces tenemos que hacer maravillas con un bisturí y un poco de vendas, la realidad que se vive a diario es muy diferente a la que presume el estado.

Cuando entré en la sala de traumas todo era un caos, cables por aquí, cables por allá y más de diez personas trabajando al unísono en un cuerpo.

—¿Qué tenemos? —pregunté, entrando en la sala y vistiéndome con la ropa de trauma, una bata y guantes desechables.

—Hombre de cuarenta y cinco años, balazo en el área cardio-respiratoria, saturación: setenta, pulso: 85/60 —dijo el interno.

—Perdemos el pulso —gritaron al momento que la maquina que marcaba los latidos comenzó a sonar avisando de la urgencia.

— ¡Comenzando compresiones! —me subí a uno de los pisos que siempre había al lado de las camillas y comencé a presionar su pecho, masajeando y bombeando sangre a su cerebro.

— ¡Bandeja de intubación! —un doctor se dispuso a entubarlo mientras una enfermera estaba lista para ventilar.

— ¡Ventilen! —gritó, pidiendo el vital elemento para mantener con vida a éste paciente.

—Detengan compresiones —solté su pecho y levante mis manos.

— ¡Bien! Tenemos pulso.

—Saturación subió a setenta y nueve.

—Sigan ventilando.

Salí de la sala ya que mi trabajo estaba hecho. Me sentía satisfecha con lo que hacia, sin duda salvar vidas y ayudar a otras era lo que mas quería hacer en la vida. Mi Hospital y mi carrera era una parte importante en mi vida.

—Bella —me llamó una voz conocida.

—Dime Ángela —ella era la jefa de las enfermeras y una amiga muy querida.

—La doctora Webber te llama a su oficina —la directora de la sala de urgencias me necesitaba ¡demonios! ¿Qué querría?

—¿A mí?

—Sí, a ti —soltó una risita—. Ve, que parece que te conviene.

—Está bien —asentí, dudando de la veracidad de sus palabras.

Me dirigí al sexto piso del hospital en donde estaban todas las oficinas de los directores y altos puestos. Salí del ascensor llena de miedo, no sabía que podría necesitar mi jefa, ella nunca me llamaba a no ser cuando nos daba los turnos o por alguna reunión de personal. Pasé donde estaba su secretaria, era una chica muy simpática, me miro con una cara divertida y anuncio mi llegada. A los pocos minutos me hizo pasar. La oficina de la doctora Weeber era enorme, tenía un escritorio de color caoba que siempre estaba lleno de papeles, ella era una mujer de pelo rubio y corto, de un carácter indomable, pero que tenía la cabeza más brillante de todo el hospital. Era autora de numerosas investigaciones en medicina de urgencia y además fue mi profesora en la facultad.

—Buenas tardes Isabella —saludó cortes, sin levantar la vista de la mesa.

—Buenas tardes doctora Webber.

—Me imagino que te debes estar preguntando que es lo que haces aquí.

—Sí —respondí segura.

—Bueno Isabella te mande a llamar porque te tengo una propuesta —ella levantó la vista y nuestras miradas se encontraron—, tengo un trabajo muy importante para ti.

—¿Un trabajo?

—Sí, un trabajo.

—¿Y de qué?

—De enfermera claro está. Lo que pasa es que tengo un muy buen amigo que esta enfermo, padece una extraña patología que lo ha imposibilitado de casi todo tipo de acciones. En este momento está en un hospital en Houston haciéndose un chequeo de rutina, pero con el paso de los meses su pronóstico no cambia y todavía no encuentran el significado de su mal.

—¿Y en qué consiste el trabajo?

—Bueno en ser su enfermera de cabecera, estarías constantemente apoyada de su medico de cabecera y del personal que hay en su casa. Él necesita a alguien que vaya todos los días y que tenga conocimientos en medicina de urgencias en caso que fuera necesario.

—¿Y porque me escogió a mi? Digo, en la urgencia hay enfermeras con más años de experiencia que yo.

—Eso lo sé, pero te escogí porque a pesar que tienes dos años en este hospital eres la mejor enfermera del departamento y tienes la mejor evaluación de tus superiores, además de que fuiste una de mis alumnas mas destacadas. Eso pesa y mucho, en casos como estos.

—Gracias —respondí con una sonrisa.

—Se me olvida decirte que el salario es demasiado bueno, mi amigo paga excelente a las personas que lo ayudan y ofreció una cantidad digamos exorbitante para contratar a la mejor enfermera del país.

—¿Exorbitante? —susurré, abriendo mis ojos.

—Sí, está de más decirte que mi amigo es muy rico, tiene negocios por todo el mundo y es un empresario con un futuro brillante, todos en el rubro conocen su nombre.

—¿Cuál es?

—Edward Cullen —entrecerré mis ojos y comencé a pensar, no me sonaba para nada, jamás lo había escuchado nombrar.

—No me suena su nombre —dije siendo sincera.

—Cuando conozcas todo lo que hace si que te sonara conocido —tosió—. Bueno Isabella el asunto es así: yo te doy hoy para que lo pienses y mañana temprano me das una respuesta.

—Está bien doctora Webber —asentí, saliendo de su oficina.

Mientras esperaba el ascensor comencé a recordar sus palabras, la paga era excelente y sólo me necesitaba en el día. Eran condiciones de trabajo a las cuales no accedía en el hospital, no negaba que amaba mi trabajo más que nada en el mundo, pero tener un horario mas flexible me serviría mucho, además tenía muchas cosas porque preocuparme y el dinero me hacía mucha falta, nos hacía mucha falta.

Llegué al primer piso que era el de urgencias, caminé por los pasillos y recordé cuando era sólo una estudiante, lo mucho que me había costado llegar hasta aquí, pero al fin lo había conseguido y hoy todo ese esfuerzo tenía su fruto. Mi jefa me consideraba una de las mejores y eso era algo que tenía que celebrar, la doctora Webber no se caracterizaba por alagar a su personal abiertamente, el escuchar de su boca que era «la mejor enfermera» era algo que me hacía sentir orgullosa.

—Y bien… ¿qué era? —preguntó mi amiga Ángela.

—Era para ofrecerme un trabajo particular.

—¿Trabajo particular? Te refieres a trabajar en una residencia.

—Sí —susurré.

—¿Y en donde? —preguntó con curiosidad.

—En la casa de un amigo de Webber, necesita que alguien preste servicios de enfermería.

—¡Wow! Si te lo pidió ella es porque es alguien realmente importante.

—¿Tú crees?

—¡Claro! Webber no hace esas cosas por nadie Bella.

—Bueno, me dio hasta mañana para pensarlo, así que creo que esta noche en casa lo meditare.

—Ojala que puedas y no tengas que nuevamente desvelarte.

—Ni me lo recuerdes que me baja de inmediato el sueño —dije cerrando mis ojos.

—Si aceptas espero que tu vida cambie para bien.

—Yo también, ojala que la entrada de más dinero me ayude.

Mi turno terminaba a las seis de la tarde, salí a las heladas calles de Chicago, era invierno y hacía un frió de los mil demonios. Pensé en pasar a comprar algo para llevar a la casa, ¿pero de que me servía si tampoco podría comer en paz? Llegué y el frío recibidor de nuestro pequeño departamento me recibió. Los gritos no se hicieron esperar, fui hasta la cocina y ahí estaba nuevamente la razón por la que me había desvelado la noche anterior: mi madrastra, Carmen.

—Y aquí viene la buena para nada de tu hija.

—Deja de jodernos la vida Carmen, ¿por qué demonios no te largas de aquí?

—Porque esta es mi casa maldita engreída y ustedes viven de mi caridad.

—Y tú vives de la nuestra porque si yo no te mantuviera no tendrías nada para comer, así que cierra esa maldita boca —dije enfrentándola.

—¡Bella! —susurró la voz débil de un hombre sentado en una silla de ruedas, baje la mirada y mis ojos brillaron al ver a mi padre tratando de parar nuestra pelea—. Amor por favor, ya no más, no más —dijo, casi rogándome.

—Sí papá, vamos a tu habitación, creo adivinar que no haz descansado en todo el día.

—Vamos cariño —dijo con su voz cansada.

Llevé la silla hasta el último cuarto del pasillo, entramos y cerré la puerta con pestillo ya que no quería ser molestada.

—Hola papito —salude a ese hombre de pelo blanco y bigote de igual color—. ¿Cómo pasaste el día?

—Como todos amorcito, como todos —todos los días en el apartamento las cosas eran igual.

Carmen y mi padre, Charlie Swan, se habían casado hace diecisiete años. En un principio papá estaba locamente enamorado de Carmen y puso ante ella todo lo que tenía, él era un prestigioso abogado y tenía muchísimo dinero. Se casaron al poco tiempo y Carmen se embarazo de mi pequeña hermanita, Kate. Ella, a diferencia de su madre, amaba a mi papá por sobre todas las cosas al igual que yo. El tiempo paso y hace cinco años papá tuvo un accidente vascular, dejándolo imposibilitado para trabajar y perdiendo la mayor parte de lo que tenía.

Carmen, acostumbrada al lujo, comenzó a gastarse todo lo que podía de las cuentas conjuntas de papá, hasta dejarnos en la banca rota. Yo estaba casi a la mitad de mi carrera cuando ella con un increíble cinismo me dijo que no había más dinero para pagar mi universidad, casi ardí en cólera, así que como pude me pagué mis estudios y saqué mi carrera adelante.

Lo que le paso a papá había sido tan grave que los médicos dijeron que jamás volvería a ser lo mismo, por lo que papá se sumió en una depresión muy fuerte. Cuando supimos que no teníamos ni un solo centavo, Carmen casi se murió de la vergüenza, tuvimos que mudarnos a un estrecho departamento que tenía ella antes de casarse con papá y aquí comenzó nuestro infierno. Kate creció en un ambiente lleno de peleas y disputas por dinero.

A penas salí de la universidad tuve que trabajar ya que no podíamos ni mantenernos, Carmen se negaba a trabajar alegando que ella no había nacido para eso. Mi pequeña Kate y papá pasaron mucha hambre, cosa que jamás me perdonare, es por eso que trabajo tanto y quiero salir adelante. Además, ellos son una razón mas por la que aceptaría ese trabajo, ya que si tenía dinero podría comprarle una casa a mi padre y hermana y dejarlos vivir tranquilos.

—No te preocupes papá, te prometo que todo cambiara, ya verás —dije, ahora mas convencida que nunca de aceptar ese trabajo, por mi familia y además por mi, tenia que sacar a Carmen de nuestra vida para siempre.

Una manita golpeando la puerta me indicaba quien era, abrí enseguida el pestillo para ver los hermosos ojos azules y el cabello rubio de mi pequeña Kate.

—Hola Bella —dijo lanzándose a mis brazos—, que bueno que estas aquí —se acunó en mis brazos e inhalo el aroma de mi ropa.

—Hola mi pequeña, dime ¿cómo fue tu día?

—Como siempre, fui a la escuela, volví y papá estaba solito, le hice algo de comer y después mamá llegó y como siempre nos encerró en la pieza hasta hace poco.

—Demonios —dije mordiendo mi labio inferior. La única razón de que estuviéramos ahí era porque no tenía suficiente dinero para rentar una casa y pagarle a una enfermera para que cuidara de papá. Pero sabía que con lo que iba a hacer ahora tendría muchas más posibilidades.

Salí de la habitación a preparar la comida para los tres, todos los días tenía que preparar algo, casi siempre lo dejaba escondido en al habitación, ya que si Carmen lo pillaba se lo comía todo, dejando a papa y a Kate sin comer. Ella casi siempre pasaba fuera de casa bebiendo o drogándose con sus amigas. Para conseguir dinero ella se había prostituido varias veces. A pesar de los años y del evidente deterioro de su piel, además de que me costara reconocerlo, ella seguía siendo hermosa, tenía la piel blanca como la porcelana y unos ojos y cabellos que destellaban con el sol. Esa era una de las razones por las que papá se había enamorado de ella, brillaba en cualquier parte.

—Espero que estés cocinando para todos, tengo hambre —dijo la mujer detrás de mí.

—Bueno entonces ándate a comer a la casa de tus proxenetas porque no te daré de lo que prepare —la sentí avanzar y me agarró fuerte del cabello.

—Mira maldita mocosa no vengas a insultarme así, tienen suerte que los deje aquí, podría echarlos a la calle muy rápido —forcejeamos y logré soltarme.

—No nos corres porque pagamos tus cuentas, además tu cuerpo de ramera barata no te da lo suficiente como para mantener tus vicios y darte alimento.

—Cállate mocosa del demonio —dijo avanzando hacia mí para pegarme. La noche anterior había intentado golpear a Kate y yo había salido en su defensa, nos peleamos muy fuerte y casi tuve que dormir con un ojo abierto para que no cometiera una locura nuevamente. Mi hermana era lo único que tenía aparte de papá, no dejaría que se perdiera como ella. Además, ella solo tenía dieciséis años, no permitiría que marcara su adolescencia con golpes y agresiones.

—Piérdete maldita imbécil o te juro que no respondo —le dije, agarrando una de las afiladas espátulas de la cocina, era de las que usas para retirar un huevo de la sartén.

—Ahora intentas matarme en mi propia casa, era lo que me faltaba, ¿sabes? Métete tu comida por donde mejor te caiga, yo me largo —dijo poniéndose un abrigo, segundos mas tarde la puerta se cerró haciendo retumbar los vidrios.

Ella era muy extraña, todavía no nos explicábamos porque demonios no se iba, aunque el departamento era de ella, la vida diaria era un completo infierno, si nada me amarrara aquí yo me habría marchado hace mucho.

Era casi media noche y ella no volvía, poco me importaba. Mire a mi lado y Kate dormía placidamente al igual que papá. No podía conciliar el sueño, la propuesta de Webber me daba vueltas y vueltas en mi cabeza. ¿Seria esta la gran oportunidad que estaba esperando?, ¿podría sacar a mi familia adelante? Esperaba que sí.

—Llegas temprano —me dijo John, uno de los internos de la sala de urgencias.

—Sí, al parecer me caí de la cama —respondí con una sonrisa.

—Oye ¿y qué le responderás a Webber?

—¡Wow! Las noticias vuelan —dije enarcando una ceja.

—Ya sabes tú que aquí todas son unas cotorras, además, Webber te andaba buscando hace unos minutos.

—¿Enserio?

—Sí, venía acompañada de unos tipos. Parecían guardaespaldas por los trajes oscuros y gafas, pero los maletines los hacían verse mas abogados.

—Entonces iré a verla —dije, poniéndome mi bata de enfermera.

—Buena suerte —me dijo concentrado en las fichas de ingreso.

Salí del ascensor nuevamente al sexto piso, llegué donde la secretaria y ésta me miro con ojos de suplica.

—Señorita Swan que bueno que viene, la doctora Webber la busca desde hace mucho tiempo.

—¿Enserio?

—Sí, pase por favor.

La secretaria me anunció y entré. En la oficina había tres personas, la doctora Webber sentada en su escritorio de siempre y dos hombres vestidos completamente de traje y que portaban maletines de cuero, tal como los había descrito John.

—Buenos días — saludé cortes.

—Buenos días —saludaron todos.

—Isabella te estábamos esperando, déjame presentarte al señor Tyler Williamson y al señor Patrick Odonell, ellos son los abogados y asesores legales de mi amigo Edward, el paciente del que te hable ayer.

—Oh… ya veo.

—Ellos han venido a saber tu respuesta —dijo la doctora con ojos serios.

—Eh si bien, bueno mi respuesta es sí —contesté nerviosa.

—Excelente señorita Swan —dijo uno de los hombres sonriéndose—, entonces tenemos algunas cosas que hacer.

—¿Cómo qué tipo de cosas? —dije con duda.

—Debe firmar unos papeles antes de comenzar el cuidado de Señor Cullen.

—¿Papeles?

—Sí, son documentos de protección a la privacidad y cosas así.

—Está bien.

—Entonces aquí están —me entregó una carpeta—. Léalos por favor y cuando este lista continuamos.

—De acuerdo.

Me senté en uno de los asientos de la oficina mientras las tres personas aguardaban pacientemente, me sentí observada y me molestaba bastante la sensación. Mis manos comenzaron a sudar al igual que mi frente, estaba nerviosa y sólo quería salir de allí.

Cuando por fin me pude concentrar el «contrato» decía que me comprometía a cuidar del señor Cullen en su residencia y lo acompañaría en cualquier situación en la que él me necesitara. Además de acuerdos de privacidad que me prohibían volver a emitir cualquier cosa que escuchara en su casa. Cuando llegué a la parte de las compensaciones monetarias mis ojos casi se salieron de orbita al ver la cantidad que se me ofrecía por sus cuidados, sin duda el señor Cullen sabía agradecer a las personas que cuidaban de él ya que poseía muchos ceros y puntos. Lo que no me gusto de todo esto es que decía que mis horas y días de trabajo podrían ser modificados de acuerdo a como el señor Cullen lo solicitara, pero creo que ya aclararía esa parte después.

—¿Y bien señorita Swan?, ¿está lista? —me preguntó uno de los abogados cuando ya había terminado de leer.

—Sí, ya lo estoy, ¿dónde firmo? —pregunté segura, el abogado me dio una sonrisa y me indicó donde era. Sellé nuestro acuerdo con mi firma.

—Bien señorita, entonces su primer día será el lunes de la próxima semana, el señor Cullen llegara al medio día de su viaje así que tiene que estar a esa hora en su residencia. Aquí le dejamos una tarjeta con los datos que necesitara para llegar y los teléfonos. Además, aquí esta su primer sueldo, el señor Cullen mandó su primera paga por adelantado. Espera que sea de su agrado la cantidad —observé el cheque y casi palidecí al ver que era mas de la suma acordada—, además, dijo que ha incluido un bono de agradecimiento por aceptar tan rápido.

—Muchas gracias —respondí tartamudeando.

—Nos vamos, que pasen buenos días —se despidieron los hombres.

Observé como se perdían entre los pasillos del hospital, había aceptado. Ahora era la nueva enfermera de cabecera de Edward Cullen y estaba segura que mi vida estaba a punto de cambiar. Por mí y por ellos, cuidaría a éste hombre todo el tiempo que fuera necesario.



jueves, 10 de febrero de 2011

Pecados Carnales

Capítulo 21 Accidente

¿Asesinato?

Aún seguía tratando de procesar esa palabra, Jacob me miraba esperando mi reacción pero yo no sentía mi cuerpo, en realidad, no sentía nada, tenía como entumecido todas mis extremidades, de hecho estaba con la mano apoyada en el marco de la puerta y seguía en la misma posición.

— ¿Edward? —sentí decir y era Tanya, su voz, me trajo de regreso a salvo, porque si no hubiera sido por su voz, por ella, tal vez me hubiera caído al suelo derrotado por una culpa demasiado pesada para sostenerla en mis hombros — ¿Estás bien? —preguntó dulcemente interponiéndose entre ambos, venía llegando, y era usual que Tanya pasará la mañana de navidad con nosotros, generalmente le traía regalos a Anthony, después de todo, ella era la figura materna que mi hijo de cuatro años y medio había tenido hasta hacía poco.

— Sí —contesté con la voz ronca producto de la sorpresa, la miré y advertí que traía una bolsa entre sus manos — Pasa mi madre esta en la cocina —le dije corriéndome de la puerta, ella miró a Jacob que miró al suelo y luego a mí, me sonrió nerviosa y enarco una ceja.

— ¿Seguro? —preguntó sin moverse un ápice de su posición, sin quitarme la vista de encima, sonreí forzadamente pero claro no iba a engañarla, me acerque a ella, y le bese la frente

— Todo está bien —murmuré contra su piel y luego desvié mis labios hacía su oído — Anthony esta con Alice en la sala de estar —le dije y ella apretó la bolsa contra su pecho, escondió el regalo que era para él, y miró a Jacob de refilón.

— No tardes —me pidió entrando a la casa, cerré la puerta detrás de mí.

— Muy bien hablemos —le dije y Jacob asintió.

"Todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta en el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio" Schopenhauer

Entre de vuelta a la casa con el corazón en la mano, cómo había sido capaz de hacer tanto daño, si tan solo hubiera magnificado las cosas, pero no lo había pensando en la manera en que me lo hizo ver él.

— ¿Asesinato? — pregunté apenas estuvimos lejos de mi casa, en realidad fue a un par de metros de distancia, Jacob se giró para encararme

— Bella mató a su madre, una noche, después que tú le quitaste a su hijo, escucho que ella te había ayudado y… —su voz se acalló porque yo lo interrumpí

— ¡Por dios! — exclamé llevándome la mano a la boca, y fue allí cuando Jacob decidió ser demasiado explicito y sincero conmigo.

— No contaste con que su cuerpo le recordaría a su hijo, creíste que al llevarte al niño ella se olvidaría, que sin él sólo habría un recuerdo intangible más no real pero lo cierto era que Bella no podía controlar los cambios que habían surgido luego de dar a luz, su cuerpo completo había cambiado y estaba listo para criar a ese hijo que tú te llevaste. Para ellas es diferente, demasiado distinto a como lo hubiera sido para ti, si hubiera sido a la inversa. Tu cuerpo no te hubiera recordado que sólo hacia un par de semanas habías dado vida. Tú venganza fue la última carta en la frágil torre de naipes que era ella, socavó su mente, su cordura y enloqueció, se suponía que tu debías protegerla pero contrario a todo te aliaste con su propia familia para destruirla.

- ¡Papi, papi los regalos!

Me gritó Anthony apenas entré corriendo hacia mí se estrelló contra mis piernas, sentí sus manos abrazarme, su cuerpo tibio contra mí, su mirada dulce e inocente caló hondo en mí y casi perdí el equilibrio, de pronto sentí que el aire me faltaba de solo recordar las palabras de Jacob, mi garganta se apretó en un nudo, y no pude contestar nada.

- La conocí cuando lo intento por primera vez, yo fui el médico que la recibió ese día en urgencias, me llamaron para hacer la evaluación.

- ¿Primera vez… acaso hubo más?

- Cuando ella habla de Convento, esta refiriéndose al Instituto Psiquiátrico donde la internaron, ella sólo recuerda parte de su estadía ahí, su diagnóstico fue en un comienzo stress post traumático pasando a depresión post parto severa; ese hospital es de la congregación a la que partencia el Padre Alfonso.

- ¿Jamás estuvo en un convento?

- No, ella lo recuerda así porque las enfermeras son mojas, pero en verdad ella estuvo interna en un hospital no en un convento

- ¿Cuándo tiempo?

- Hasta hace un año atrás, cuando ella salió de su… letargo por así decirlo. Fue cuando la di de alta.

Dos lágrimas rodaron por mis mejillas, mis ojos estaban vidriosos, no podía articular palabra alguna, desvié mi vista de Anthony, no podía mirarlo, no después de saber que yo era el causante de la locura de su madre.

- Anthony, deja a tu papá tranquilo, ven vamos a vestirte para que abramos los regalos que te dejo Santa Claus —le dijo Tanya a mi hijo alzándolo en su regazo, la miré y se lo agradecí con la mirada.

Se acercó y me puso su mano en mi barbilla, la acarició como lo había hecho tiempo atrás cuando hablaba sobre Bella y me mostraba frágil, destruido — Hiciste lo que creíste correcto, no tienes que torturarte por aquello —había sido sus palabras siempre que yo me sentía miserable, hoy su mirada era la misma, sus ojos verdes estaban fijos en los míos y la ternura y comprensión eran demasiadas, yo no las merecía. Se acercó y apoyo su rostro en uno de mis hombros, deslizo su mano sacándola de mi barbilla para llevarla por mi pecho hasta la cintura.

— Basta Edward, no eres el culpable —murmuró y suspiré tomé su mano y la separé.

— Muy a mi pesar lo soy —le contesté entre dientes — Bella está arriba ¿Podrías…? Necesito hablar con ella —le pedí y ella asintió.

— Anda —contestó dejándome pasar hacía las escaleras.

Caminé poseído por el recuerdo de las palabras dilapidadoras de Jacob, y haya o no haya querido hacerme sentir miserable, lo había conseguido, me sentía como el ser más ruin de la tierra, había, lejos de ser la felicidad para ella, sido la destrucción absoluta. ¿Cuándo terminaría esta pesadilla?, me pregunté cuando puse el primer pie en el escalón, fue allí cuando la voz de mi madre me detuvo, miré hacía el costado donde estaba la cocina.

— Hijo —me llamó — ¿Edward te sientes bien? ¿Paso algo? — preguntó acercándose hacía mí, y seguro mi expresión no era la mejor, apostaba a que no tenía color en el rostro, sentía como si mis manos estuviera frías y aunque traté de calmarme era imposible, aún me era difícil procesar la información, todo ese tiempo la había creído consagrada a la religión y en parte por eso no había vuelto a buscarla y me había conformado. Si hubiera sabido que estaba internada todo habría sido distinto. En eso sentí los pasos frenéticos y el grito de mi pequeño fruto de amor.

- ¡Papi, papi, papi! —volvió a gritar Anthony, me giré y se había soltado de los brazos de Tanya, que se acercó otra vez hacía mí mirándome con una expresión de disculpas, lo miré sin - entenderlo, por primera vez me parecía tan subreal esa palabra, me sentía demasiado culpable por todo el daño que le había hecho a Bella que el hecho que mi hijo me llamara "padre" lo empeoraba. No era digno de ese amor infantil tan incondicional que él me ofrecía sin cuestionamiento.

Mi madre me miraba pero yo tenía la vista perdida en la conversación que acababa de sostener.

- ¿Dónde quedo el secreto profesional?

- No te creas importante, si te estoy contando esto, es porque quiero que estés consciente de lo que causaste. Esta vez no estaré para recoger los pedazos que dejes.

- Yo la amo

- Más te vale que así sea porque de lo contrario esta vez el resultado no será alentador. Bella no soportaría otra vez una cosa semejante, un sufrimiento como el que tuvo, un dolor más como el anterior y su mente se perdería para siempre.


- ¡Edward! ¡Edward! —grito moviendo mi cuerpo mi madre, chasqueo sus dedos frente a mis narices y fue allí cuando salí del recuerdo. La miré asustado y ella me miró de vuelta.

- ¿Quién era? —inquirió y yo sentí las manos de Anthony jalarme para que le pusiera atención. Tanya estaba parada a mi costado, también estaba esperando mi respuesta.

- Nadie, ¿mamá podrías? — le pedí tomando las manos de mi hijo, lo alce en brazos pero solo para dárselo a mi madre, que me miró un tanto confundida.

Miré a Tanya y luego simplemente subí ignorando a todo el resto. Cuando entre en la habitación aún Bella dormía, me acerque y tenía una sonrisa en el rostro, su expresión era dulce y tranquila. Lo que me calmo en parte, al menos estaba soñando algo bueno y me hubiera gustado dejarla en ese sueño pero tenía que hablar con ella, tenía que decirle que la amaba y que estaba vez no iba a dejarla sola, que yo la quería dentro de mi vida, dentro de la vida de nuestro hijo, que quería mi familia feliz, que yo estaba eligiéndola a ella como siempre lo había hecho, solo esperaba que esta vez ella me eligiera a mí. Quería con todas mis fuerzas tener una oportunidad de ser feliz junto a ella. Y no sé que trató de hacer Jacob al contarme aquello, al hundir la daga en mi pecho al romper su secreto pero estaba claro que no iba a conseguir lo que se proponía. Esta vez, nadie se interpondría entre nosotros, ya había muerto Renée, Jacob no se convertiría en la sombra de ella, eso no lo iba a permitir.

- Bella

La llamé y ella despertó pero sus mejillas estaban rojas como si tuviera vergüenza o hubiera dormido mucho, durante mucho tiempo. Me miro un tanto desconcertada, un tanto asustada, traté de darle mi mejor expresión pero era inevitable, para ella yo era siempre un cristal donde ella podía ver, demasiado claro mi alma.

- Yo tengo algo que decirte —exclamé tomando entre mis manos las suyas, acariciándolas, dilatando el momento de enfrentarme con la verdad, con un detalle que yo había pasado por algo aquella noche en que nos habíamos reencontrado, en que había vuelto a ser mía, las voltee dejando sus palmas hacia arriba, quería ver sus cicatrices con mis propios ojos, tenía que comprobar que él había dicho la verdad, cuando notó lo que yo buscaba intentó quitarlas pero se lo impedí sujetando con fuerza — yo no debí —agregue con pena y mis ojos vidriosos me traicionaron — Yo debo — y mi voz se ahogo, vamos Edward debes ser fuerte esta vez, me dije para mí — Yo debiera alejarme de ti —concluí acariciando sus cicatrices, buscando en mi corazón la verdad de mi decisión.

No alce mi vista de inmediato, pero sentí su cuerpo temblar tímidamente, entonces alce mi mirada y sus ojos chocolates estaba perdidos otra vez en la nada, estaban mirando al vacio, sus facciones se hicieron tristes en cuestión de segundos, el dolor se marco en su rostro, la angustia tiño esos bellos labios, sus ojos marrones se dilataron en la sorpresa de la pena.

- Pero no puedo, no quiero y no lo haré —le aseguré como una verdad consumada, mi corazón había decidido y sus lágrimas se detuvieron, me miró confundida.

- Te amo — declaré solemne y con un orgullo inexplicable — y no importa el pasado, ni siquiera lo que él trato de hacer - agregue besándola en la frente – Esta vez no voy a huir porque te amo, siempre lo he hecho — y tomé sus mejillas, seque con mis dedos sus lágrimas — mi amor yo te amo y lo siento, lo siento en el alma, ¿Crees que algún día puedas perdonarme? —le pregunté y sus ojos se volvieron a llenar de las lágrimas, la miré esperando su respuesta — Sólo te pido una oportunidad más, ¿Me la darás? —Insistí y traté que mi voz no sonará desesperada pero lo estaba.

Yo la amaba realmente y como lamentaba haber llegado a esto, me abrazó rodeando mi cuello con sus brazos y nuestros rostros se quedaron nariz con nariz. Ahora yo estaba con mis ojos vidriosos, y ella ahogo mis lágrimas con un beso, sus labios tibios y dulces se posaron sobre los míos. Para cuando rompimos el beso no me quedaba duda de su respuesta, pero aún así ella lo dijo en voz alta.

- Si Edward… ¿me darás tú a mí una segunda oportunidad?—preguntó en un murmulló contra mis labios. Y mi regalo de navidad se había completado, la tenía a ella, tenía a mi familia feliz como tanto había deseado desde que me había enterado que mi amor por ella había dado un fruto, un fruto que respiraba y saltaba.

- Claro que si mi vida — respondí y fue allí cuando fuimos interrumpidos.

- ¡Mami! —grito nuestro hijo y ambos nos giramos a mirarlo un tanto asustados pero en nuestros rostros apareció una sonrisa inevitable. El permaneció en el umbral de la puerta contemplándonos, se llevó un dedo a su boca y nos sonrió como un ángel, nuestro perfecto ángel para hacer una perfecta familia feliz. Sentí los dedos de Bella apretar mi mano.

- ¿Cómo llego él aquí? —preguntó mi amor apretando más mi mano, haciéndome reaccionar a lo evidente.

- Seguro olvidaron poner la reja de seguridad —murmuré sin quitarle la vista de encima. Estaba pensando en que yo había sido el último en subir al segundo piso y en cómo había olvidado algo que jamás olvidaba mientras me levantaba de la cama para tomarlo y evitar un accidente cuando él se escapo corriendo de mí.

- ¡Anthony! —lo llamé acariciando el rostro ansioso de Bella — ¡Hijo espera! —grité pero para cuando llegue a la puerta mi pequeño retoño estaba parado de espaldas en borde de la escalera, me miraba divertido y sonreía como si su escapada fuera la mejor hazaña que pudiera mostrarme.

Mis ojos se abrieron como plato producto del pánico de verlo allí parado en el borde de la escalera y quise correr pero pensé que podría asustarlo y eso sería nefasto, justo cuando iba a hablarlo, Anthony sintió que mi madre lo llamó y su cuerpo se tambaleo cuando miró hacia abajo.

- ¡No! —murmuré bajito — ¡Anthony! — susurré ahogado haciendo que mi cuerpo caminará pero ya era demasiado tarde. Su pequeño y frágil cuerpo cayó de espaldas y el sonido agudo del golpe de su cabeza contra el suelo del primer piso hizo que me congelara en mi posición.

No se sintió ni un llanto ni nada, simplemente estaba tirado en el suelo a los pies de la escalera, en el primer piso. El grito de mi hermana Alice, sumado al de Tanya que dejo caer unos platos que traía en sus manos que se quebraron al dar contacto con el piso, más el charco de sangre al lado de su cabecita fue la señal que esa navidad no iba a ser feliz después de todo.