Dark Chat

martes, 6 de julio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 24
******************************



Aunque era bien entrada la noche, Emmett, asaltado por el insomnio y la melancolía, caminaba por el corredor que recorría la parte alta de la muralla, entre las almenas. Recordó sus tiempos de juventud, cuando se pasaba noches enteras de guardia entre aquellos sillares y pensó en lo lejanos que quedaban aquellos días.


Apoyó sus brazos en la mureta, inclinando su cuerpo, asomándose al vacío y suspiró, respirando el silencio de la noche mientras su vista se perdía en la oscuridad del horizonte... en aquella dirección, a una jornada de distancia, había dejado abandonada su alma, con ella. Apenas llevaba separado de Rosalie un día y con cada minuto que pasaba se sentía morir un poco más. Había sido un completo estúpido al pensar que iba a poder superarlo... maldito iluso ¿superarlo? Para eso la herida de su pecho debería dejar de sangrar y sabía que no lo haría hasta que se consumiera su último aliento, ese dolor lo acompañaría por el resto de sus días.


Las lágrimas anegaron sus ojos y no fue capaz, ni quiso contenerlas. Las dejó vagar libremente por su rostro pero, como siempre, la desazón volvió a apresarlo. Aquello no mitigaba su tormento, su maltrecho corazón no hallaba serenidad ni alivio entre sus sollozos y, lo peor de todo era que sabía con exactitud que era lo único que sanaría su herida... un simple roce, una caricia, un solo beso de los labios de Rosalie tornaría ese oscuro abismo de soledad y amargura en radiante y abrumadora felicidad.


Elevó sus ojos humedecidos al cielo y se maravilló de ver al cielo llorar con él. Decenas de pequeños y rápidos destellos caían raudos atravesando la negrura del firmamento.


Lágrimas de San Lorenzo -recordó. Eran comunes en esa época del año. Pero no, en esa ocasión esas lágrimas eran un solemne homenaje a él. Serían la única recompensa que recibiría por haber convertido su vida en tortuoso infierno.


Sólo le quedaba el consuelo de creer haber hecho lo mejor para ella, no merecía a alguien como él. Rezó para que así fuera, para que ella pudiera encontrar al hombre apropiado, el que la hiciera dichosa y le diera una vida plena. Imploró a los cielos para que aquello sucediera, porque si ella no era feliz él prefería morir.


Alzó de nuevo la vista y la única respuesta que recibió fueron aquellas lágrimas que recorrían el cielo y, de pronto, la brisa de la noche le trajo un quejido lastimero que parecía provenir de la lejanía. Una terrible certeza lo invadió, la que definitivamente lo rasgaría por dentro... Aquello no había traído solamente sus propias lágrimas, se las había arrebatado también a ella y eso sería algo que jamás se podría perdonar...


.


.


.


.


-Es una verdadera lástima que la Princesa Rosalie aún esté indispuesta y no haya podido acompañarnos a desayunar -apuntó James con clara decepción en su voz. -Confío en que su dolencia no se haya agravado.


-Seguro que en un par de días más estará del todo respuesta ¿verdad Carlisle? -aventuró Alice.


-Eso espero -concordó él.


-Si me lo permitís Majestad, volveré a abusar de vuestro ofrecimiento y saldré del castillo -le propuso a Jasper. -Lo poco que contemplé de vuestro Reino en mi salida de ayer me dejó completamente fascinado.


-Me alegra oír eso, Duque -concordó él. -Y, como ya dije, puedes salir del recinto amurallado cuando gustes, si es tu decisión.


-Entonces, con vuestro permiso, me retiro -se levantó de la mesa, inclinándose antes de salir del comedor.


-Qué liberación -susurró Alice por lo bajo cuando se hubo ido.


Aún así no pudo evitar que llegara a oídos de su familia, provocando sus risas.


-Pareciera que el Duque te desagrada -bromeó su esposo.


-Pareciera que no soy la única -le hizo un mohín infantil haciendo que Jasper soltara otra carcajada.


-Tío, ¿qué tan mal se encuentra Rosalie? -se interesó él mirándolo con cierto recelo. -Ayer fui a verla pero dormía.


-Bueno -titubeó él. -Según los síntomas que ella me explicó que padece podría ser una indigestión, aunque lo que me preocupa en realidad es su estado de ánimo. Parece muy... deprimida.


-¿Deprimida? -se preocupó Jasper. -Pero...


-Será por no poder disfrutar de la agradable compañía del Duque -ironizó Alice, tratando de desviar el trasfondo de la conversación.


-¿Significa eso que no le agrada? -sugirió Edward con el ceño fruncido. -Creí que ella lo había invitado a visitarla.


-Las cosas cambian -concluyó ella encogiéndose de hombros.


-¿Y por qué no se lo dice y acaba con esto de una vez? -Jasper parecía molesto.


-¿Y cómo hacerlo sin desairarlo? -quiso saber Alice. -Enemistarnos con otro Reino no creo que esté en los planes de tu hermana, dadas las circunstancias actuales.


-Ese no es un problema del que ella tenga que preocuparse -negó él. -No por eso debe soportar una situación que le incomoda.


-Majestad, disculpadme -les interrumpió de repente Angela, que estaba en mitad del comedor con el rostro desbordado en desasosiego.


-¿Qué sucede? -se alarmó él.


-Acaba de llegar el Príncipe de Dagmar -le anunció con voz inquieta.


-¿Jacob? -exclamó Bella mientras se oía cierto revuelo en la mesa.


-Exige ver al Príncipe Edward.


-Pues veamos que quiere de mí -se levantó Edward al instante.


-¡No! -tomó Bella su brazo tratando de detenerlo.


-Tranquila, Bella. Ya venía esperando su visita -reconoció.


-Hijo, se prudente -le pedía su padre.


-No pretenderás que me oculte en lo más profundo del castillo para evitar este encuentro ¿no?


-Asegura que no se marchará hasta que lo haya hecho -se atrevió a intervenir Angela.


-Y yo voy a consecuentarle -sentenció él.


-Entonces te acompaño -decidió ella.


-Más bien te acompañaremos todos -añadió Jasper, poniéndose en pié, sin esperar a que su primo contestara.


Edward no tuvo más remedio que aceptar y, tomando la mano de su esposa, se dirigió a la entrada, siguiéndoles los demás a una distancia prudencial.


-Cuan bella estampa -se mofó Jacob al verlos llegar.


-¡Jacob! -le iba a reprochar Bella, pero Edward alzó su mano pidiéndole silencio.


-¿Venís a felicitarnos por nuestro matrimonio? -preguntó Edward con gran sarcasmo en su voz.


Jacob no respondió manteniendo su rictus impasible. Sin embargo, lentamente sacó los guanteletes de sus manos y, para perplejidad de todos, los arrojó a los pies de Edward.


-Quiero pensar que tantas jornadas bajo el abrasador sol veraniego hasta llegar aquí os han trastornado el raciocinio -espetó Edward ante su acción.


-¿Vais a disfrazar vuestra cobardía achacándolo a mi falta de cordura? -se rió Jacob. -No me esperaba esto de vos.


-Es simplemente que os creí más inteligente, Alteza -repuso Edward con severidad. -¿Me estáis retando a duelo?


-Y no a un duelo cualquiera -agregó con gran ironía. -Habéis obviado el insignificante detalle de que es a muerte -señaló los guanteletes en el suelo. -Es lo menos por el agravio cometido.


-¿Sois de ese tipo de hombres tan ingenuo que piensa que una muerte puede restaurar el honor herido? -inquirió Edward con altivez.


-Es el que me arrebatasteis al casaros con mi prometida -escupió lleno de rencor. -Tal vez así recupere las dos cosas de una sola vez.


-Eso nunca sucederá y lo sabéis -le advirtió.


-Dejemos que la fortuna y nuestras habilidades guíen a la justicia y sea ella quien lo decida -le sugirió.


-Jacob -quiso intervenir Jasper.


-Con todos mis respetos, Majestad, no tratéis de apelar al diálogo -habló con suficiencia, -sabéis que estoy en mi justo derecho. El acuerdo matrimonial se firmó antes de que vos consintierais su unión -le recordó.


Jasper suspiró pesadamente pero se mantuvo en silencio ante su argumento.


-Os recomiendo que desenvainéis la espada -se dirigió ahora a Edward. -Se está agotando mi paciencia y no me gustaría que me acusaran de haber sido tan despiadado como para mataros desarmado.


-¿Ahora? -inquirió con sarcasmo. -¿No queréis descansar antes de vuestro viaje?


Jacob lo miró con desdén, mientras asomaba una sonrisa de suficiencia a sus labios, siendo esa la mera contestación que otorgó.


Sin apartar la mirada de él y en silencio, Edward comenzó a deshacerse de la cota de malla, lo único que le servía de protección a su cuerpo, dando así por entendido que aceptaba su desafío.


-No, Edward -susurró Bella con el terror instaurado en su rostro.


Él continuó con su tarea desoyendo su súplica, depositando la prenda en el suelo cuando hubo terminado, tras lo que desenvainó la espada. Fue entonces cuando se volvió hacia su esposa.


-Confía en mí -le pidió tomando una de sus manos. -El amor está de nuestro lado.


Bella quiso replicar pero Edward la silenció posando sus labios sobre los suyos. Fue un beso suave, dulce y lleno de esperanzas, mas pronto se vio aderezado por las lágrimas de Bella.


-Te amo -respiró él sobre su piel fijando su verde mirada en la de ella.


-No más que yo a ti -alcanzó a musitar ella, ahogada su voz.


Edward enjugó sus lágrimas con sus dedos antes de besar su mejilla.


-Veo que os estáis despidiendo -apuntó Jacob con sorna, aunque su mano empuñada era buena prueba de su furia.


-Y vos tenéis prisa por morir -respondió Edward sin amilanarse, separándose de su esposa para encararlo. -Parece que habéis olvidado nuestro último enfrentamiento.


-Al contrario, Alteza -se sonrió. -Aprendo rápido de mis errores -aseveró mientras se ponía en guardia.


Edward alzó también su espada, sosteniéndola con ambas manos y caminando en círculos alrededor de Jacob. Era muy posible, tal y como le había apuntado hacía un momento, que cambiase su táctica de lucha pero confiaba en que se dejara llevar por la rabia que lo estaba consumiendo y las ansias de desquite.


Sin bajar la guardia, continuó girando, aguardando, no sería él quien diera el primer paso y, a cada segundo y para su satisfacción, el rostro de Jacob se tornaba más y más iracundo por la impaciencia. Hasta que, por fin Jacob lanzó su primer ataque, tan impetuoso y descontrolado como en aquella ocasión en la que se enfrentaran.


Edward sonrió para sus adentros mientras resistía su lance, sacarle de sus casillas era más fácil de lo que creía. Jacob volvió a lanzar otra serie de embates, igual de potentes y agresivos y Edward siguió devolviéndolos, siempre a la defensiva, pero sin ceder terreno.


-¿Es así como pensáis vencerme? -le quiso provocar Edward... y funcionó.


Jacob alzó la espada sobre su cabeza y lanzando un grito encolerizado, embistió contra él, bajando el arma con rapidez y violencia. Edward tuvo que hacer un gran esfuerzo por resistirlo esta vez, elevando también el filo y recibiéndolo, soltando chispas al impactar el metal contra el metal. Ambas armas estuvieron en contacto unos segundos, presionando uno sobre el otro, con brío, tratando de derribar al contrario, hasta que Edward tomó impulso flexionando las rodillas y rechazó el contacto, empujando a Jacob a unos metros de él.


Jacob sonrió satisfecho y Edward comprendió el porqué. La fuerza de Jacob era poderosa y sospechó que, en esta ocasión, no había hecho uso de toda su energía en su ataque. Esa se la reservaría para sus próximos embates... si es que él se lo permitía.


Edward volvió a caminar en círculos, con expresión dura, sin amedrentarse, con el arma en alto, decidido a cual iba a ser su siguiente paso. De súbito, acortó la distancia entre ellos y, con premura comenzó a asestarle una serie de golpes cortos y veloces con la espada, tanto que Jacob apenas atinaba a adivinar por donde vendría la siguiente acometida. No tuvo más remedio que liberar espacio entre ellos, alejándose un poco de él.


Bella se abrazó a Alice, ocultando por unos instantes su rostro en el hombro de su prima; el miedo la tenía completamente dominada y temía derrumbarse en cualquier momento. Ambos jóvenes se observaban atentamente, sus respiraciones agitadas, acompasadas con el movimiento ascendente y descendente de su pecho y con rostros impasibles, como si fueran ajenos al hecho de que estaban jugándose la vida.


Cuando volvió la mirada hacia ellos otra vez, Jacob alzaba su arma y se abalanzaba sobre Edward, devolviéndole, como respuesta a su anterior ataque, un golpe horizontal con su espada, tan enérgico que habría podido cortar a cualquiera por la mitad. Sin embargo Edward volvió a ser más rápido y, saltando hacia atrás, se agachó justo a tiempo para quedar debajo de la espada de Jacob. La furia hervía en su rostro cobrizo; a pesar de su potencia claramente superior, la espada de Edward siempre estaba allí para recibir la suya, rechazándola.


Jacob se aproximó, blandiendo la espada en el aire. Edward lo esperó, calmo y alerta. Cuando el arma bajó, él volvió a esquivarla con movimientos ágiles y fluidos. Jacob atacó de nuevo pero el golpe fue evitado una vez más. Rabioso, emitió un grito de ira, salvaje y entonces, comenzó un intercambio continuo de golpes y el ruido metálico del encuentro de las hojas se tornó ensordecedor.


La rapidez de Edward se acrecentó si eso era posible y el vigor de Jacob disminuyó en intensidad pues cada vez le resultaba más difícil manejar la espada al mismo ritmo de su oponente. Sin donar un segundo de tregua, Edward giró sobre sí mismo dándose impulso, revoleando su espada sobre su cabeza, para hacerla descender en un gesto raudo, inesperado y certero y fue entonces, cuando con horror, comprobó la ausencia del sonido del arma de Jacob chocar contra la suya interceptando su golpe. En su lugar escuchó el murmullo de tela y carne rasgarse al paso de su filo y su corazón se paralizó durante unos segundos.


Jacob, jadeante y exhausto, cayó de rodillas con una mueca de intenso dolor en su cara, soltando su espada y llevando su mano al brazo izquierdo, dejando correr entre sus dedos hilos de sangre que corrían hasta el suelo.


-¡Maldita sea, Jacob! -exclamó Edward sin dejar de sentir cierto alivio al comprobar que, por suerte, no era una herida mortal la que le había infligido. -¡Has llevado esto demasiado lejos! ¡Ya fue suficiente! -añadió lanzando su propia espada a metros de ellos.


Jacob lo miró con una mezcla de confusión y rabia en sus ojos. ¿Qué significaba eso? ¿Es que en ningún momento había tenido intención de tomar su desafío en serio? ¿Qué clase de burla era ésa?


-Vamos adentro y que mi padre te revise esa herida -agregó Edward con tono desenfadado, mientras giraba su cuerpo, poniendo rumbo al interior del castillo.


Aquello enfureció más a Jacob si cabe. Lo estaba tratando como a un niño, ignorándolo, como si su actitud no fuera más que una simple rabieta infantil. No, Jacob había acudido allí con un firme propósito y lo cumpliría.


Desatendiendo el dolor de su miembro lacerado, tomó de nuevo su espada poniéndose en pié.


-¡Estoy aún no ha terminado! -le gritó a Edward.


Edward se volteó a mirarlo sin comprender y vio como Jacob alzaba su espada desafiante dispuesto a asestarle un duro golpe. Ni siquiera había pasado por su mente la idea de recuperar su espada o defenderse cuando el cuerpo de Bella se interpuso ante ellos dos.


-¡Basta Jacob! -le exigió Bella.


-¡Apártate, Bella! No quiero lastimarte -le pidió sin bajar su arma.


-Tendrás que hacerlo, no te quedará más remedio -declaró uniendo instintivamente su espalda al pecho de su esposo, que la observaba atónito.


-¿Qué demonios haces? -inquirió Jacob bajando su arma por fin.


-Es evidente ¿no? -alzó su barbilla.


-¿Eres capaz de tal bajeza por él? -la miró de arriba abajo.


-No es ninguna bajeza entregar mi vida por el hombre que amo -se defendió ella enérgicamente.


Jacob no salía de su asombro mientras una punzada alcanzó su pecho. Sin embargo no logró descifrar su naturaleza, aquello no eran celos, ni siquiera su propio orgullo herido ¿que era entonces? A pesar de eso se mantuvo firme y con el rostro impávido. Desvió su atención hacia Edward, que miraba a su esposa con una mezcla de devoción y admiración en sus ojos.


-¿Y vos os escondéis tras las faldas de una mujer? -quiso provocarlo. -¿No os avergüenza permitir que quiera entregar la vida por vos?


-No será él quien me obligue a entregarla, si no tú pues si quieres matarlo tendrás que matarnos a los dos, no pienso separarme de él. -Respondió Bella por Edward. -Si lo que quieres es restituir tu honor descarga tu espada sobre mí pues fui yo quien rompió ese maldito acuerdo que, por cierto, conseguiste con tus malas artes.


El rostro de Bella que, hasta ese instante se había mostrado enrojecido de la rabia, se tornó en decepción al recordar que todo aquello había sido provocado por lo que ella consideraba la traición de un amigo, un ser muy querido y Jacob supo leer aquello en sus ojos; por primera vez la vergüenza lo invadió y bajó su rostro, huyendo de la censura de la mirada femenina.


-Bella, no es momento para reproches -le susurró Edward colocándola a un lado al hacerse cargo de la situación. -Sólo tiene que entender que...


-¿Qué debo entender? -inquirió Jacob ahora airado.


-¿Acaso crees que matándome conseguirías a Bella? -le preguntó con tono sosegado.


-Muy seguro pareces de que no -lo miró con desprecio.


-Por supuesto que no me iría contigo -repuso ella. -Prefiero la muerte.


El rostro de Jacob se ensombreció.


-¿Tanto me desprecias? -la miró con tristeza.


-Claro que no, Jacob, pero no se trata de eso -le corrigió. -¿No puedes pensar durante un segundo en lo que yo siento? Lo amo y no concebiría mi vida al lado de alguien que no fuera él; es Edward y nadie más.


-¿Y qué pasa con lo que siento yo? -le recriminó él.


-No sé lo que sea que sientas por Bella pero desde luego no es amor -intervino Edward.


-¿Qué sabrás tú de mis sentimientos? -espetó él furibundo.


-Si la amases te conformarías con su elección, aunque no recayera sobre ti, si sabes que esa es su felicidad.


-Es muy fácil decirlo siendo ya su esposo -lo miró con desdén.


-No seas ingenuo, Jacob -habló Edward con calma, sin embargo. -Hace un momento, cuando te herí podría haberte asestado un último golpe y haber acabado de una vez por todas con esto. ¿Por qué crees que no lo he hecho? ¿por lástima? -le preguntó. -No te confundas, Jacob, no soy ningún santo.


-Pero... -titubeó.


-Razona por un minuto, Jacob. ¿No entiendes que no está en mi mano, ni en la tuya? -se acercó a él. -Está en las suyas -aseveró señalando a Bella. -Si para mi desgracia su corazón te perteneciera, poco podría hacer yo para retenerla a mi lado. Sí, podría dejarme llevar por mis bajos instintos y tratar de arrebatártela pero a lo máximo que podría aspirar sería a tener su cuerpo, jamás su amor.


Edward consumió la distancia que lo separaba de él y posó su mano en su hombro, con gesto conciliador mientras Jacob bajaba su rostro contrariado.


-Es lo primero que se aprende cuando uno ama de verdad -le dijo. -No podemos exigir que nos amen por más que lo deseemos, debemos conformarnos con la felicidad del ser amado, aunque sea lejos de nosotros.


Jacob dirigió su vista hacia Bella quien, a su vez, miraba a su esposo y vio en sus ojos la misma devoción y admiración que había visto en los de él hacía un instante, en el momento en que la vio poner su cuerpo frente al suyo en un intento casi cándido e inútil, aunque sincero, de protegerlo. De nuevo esa punzada cruzó su pecho y fue a comprender entonces el porqué. No, por supuesto que no eran celos o rencor por el orgullo herido. Era resquemor, desazón, egoísmo, todo causado por su propio anhelo, por el deseo de que hubiera alguien capaz, dispuesto a hacer por él lo mismo que había hecho ella. ¿Habría alguien en el mundo que pudiera sentir por él un amor así, tan fuerte, tan fiero que no dudase en ofrecer su vida a cambio de la suya como había demostrado Bella hacía tan solo un momento?


Supo entonces que ella nunca sería esa mujer y entendió también que la intensidad de su sentimiento hacia ella se despejaba por fin y que no iba más allá de una profunda fraternidad. Se sintió vil y miserable, por tratar de arrebatar de ella un amor que, en realidad, él tampoco sentía y por primera vez en su vida una sensación de soledad y desencanto lo asoló.


Volvió a bajar su mirada y rebuscó en su mente las palabras adecuadas, y, para su desconsuelo, no halló ninguna. Entonces introdujo la mano en su jubón y extrajo un pliego del interior, el acuerdo matrimonial. Lo observó durante un segundo y luego, si más, lo rasgó en pedazos, una vez tras otra, hasta que se convirtió en una amalgama, teñida con su propia sangre y su culpabilidad y reconcomio. Extendió su brazo y se lo ofreció a Bella, quien lo observaba sorprendida, mientras él se mantenía así, en silencio, aguardando a que ella hablara, actuara.


Después de su actitud esperaba cualquier reacción por su parte, ya no sólo que lo insultase o incluso que lo abofetease, si no que lo odiara por haber tratado de destruir su felicidad de una forma tan infame. Habría esperado cualquier cosa de ella, excepto lo que hizo. Bella ignoró su gesto y avanzó hacia él, con paso decidido, seguro y el semblante sonriente y, cuando estuvo a su altura, elevó sus brazos hacia su cuello abrazándolo.


Jacob quedó estático, estupefacto, sin atinar a reaccionar y lo único que alcanzó a hacer fue mirar a Edward lleno confusión y con una disculpa en sus ojos, a lo que Edward respondió asintiendo. En ese momento Jacob se armó de valor y, tomándola levemente de la cintura, la separó de él.


-Mancharás tu vestido -musitó con la voz impregnada de culpa y vergüenza.


-Eso me recuerda que debería revisarte esa herida, muchacho -intervino Carlisle quien se había esforzado por mantenerse al margen, como el resto de la familia, convencidos de que no debían entrometerse en algo que bien sabían serían capaces de resolver por sí mismos.


Jacob miró dubitativo a Bella mientras Carlisle lo instaba a seguirle.


-Hablamos después -le dijo ella dejándolo marchar.


Jacob echó un último vistazo hacia Edward, quien volvió a asentir con la cabeza y se separó de ellos, siguiendo la indicación de Carlisle.


-Papá...


-Tranquilo -lo cortó entendiendo -es menos grave de lo que parece -añadió antes de que continuara guiando a Jacob al interior del castillo. El resto hizo lo mismo, en silencio, apenas podían asimilar lo que había ocurrido y como había ido a concluir.


Bella también aguardaba en silencio mientras observaba con cierto temor a Edward que se mantenía cabizbajo. No sabía descifrar la expresión de su rostro, una mezcla entre compungido y aliviado. Quizás le reprocharía su proceder, tal vez esperaba que hubiera sido más intolerante ante la actuación de Jacob y seguramente no comprendía que lo hubiera disculpado tan rápidamente, al igual que tampoco entendería el cariño que, a pesar de todo, sentía hacia el joven.


Bella susurró su nombre, con el mismo temor que la invadía impreso en su voz y Edward alzó su rostro al fin. Estaba ya preparada para cualquier tipo de reclamo cuando él tomó su rostro entre ambas manos y la atrajo hasta él, besándola. Bella casi se tambaleó ante el ímpetu de su esposo y tuvo que colgarse de su cuello para no caer, mientras Edward rodeaba su cintura fuertemente entre sus brazos. La besó como nunca antes lo había hecho, no sólo consciente del amor tan inmenso que sentía por ella sino tan lleno de dicha como sólo podía estar al haber tenido la mejor y definitiva prueba de la magnitud del amor que Bella sentía por él. Nunca antes la había sentido tan suya como en ese instante y la estrechó más aún en su pecho con el único deseo de que ella supiera que él también le pertenecía, por entero.


-Te amo, Edward -suspiró ella en cuanto sus bocas se separaron reclamando aire.


-Lo sé, Bella -susurró contra su pelo sin dejar de abrazarla.


-¿No estás molesto? -se atrevió a preguntar.


Edward negó con la cabeza.


-Aunque creo que, en cualquier caso, deberíamos mantener una conversación con él -le sugirió.


-Me parece bien -accedió ella -pero eso será después. Ahora lo único que quiero es estar con mi esposo. Hubo momentos en los que creí que te perdía.


-Sigues sin confiar en mis dotes en combate por lo que veo -bromeó.


Bella chasqueó la lengua con desaprobación y Edward no pudo evitar reír.


-Estoy convencido de que Jacob no tenía intención de matarme, Bella -reconoció con seriedad -pero yo tampoco quiero hablar de eso ahora.


-¿Y qué es lo que quieres? -le preguntó Bella con sonrisa inocente.


-Amarte hasta desfallecer -susurró sobre sus labios con aquella voz aterciopelada que la hacía temblar. Bella se sintió enrojecer ante el ardor que desprendían sus palabras, y no sólo por eso, sino por el delicioso fuego que había empezado a recorrer sus labios al volver a tomar los suyos, como preludio a lo que sabía, y deseaba, vendría a continuación.


.


.


.


.


-Dichosos los ojos que os ven -se mofó Jasper al ver entrar a Bella y Edward al comedor. -Después de vuestra ausencia a la hora de la comida pensé que tampoco bajaríais a cenar.


-Hemos ido a ver a Jacob pero estaba dormido -repuso Edward tratando de evadir el tema, aunque le guiñó el ojo a su primo con disimulo.


-¿Cómo has visto su herida, Carlisle? -preguntó Bella mientras Edward la ayudaba a acomodarse en la mesa antes de sentarse a su lado.


-Le he tenido que dar varios puntos pero no hay infección así que no tardará en sanar -le informó. -Comió bien a mediodía y es normal que esté cansado del viaje, así que no hay de que preocuparse.


-¡Qué desafortunada mi salida de hoy! -intervino James con exagerada aflicción. -No he podido asistir a lo que sin duda ha debido ser el acontecimiento más emocionante desde que llegué aquí.


Alice lo miró contrariada aunque no quiso hacer ningún comentario.


-Parece que tu visita no está resultando tan satisfactoria como creías en un principio -habló Jasper en cambio, y con declarada segunda intención.


-Confío en que finalmente vuestra hermana se reponga para que así varíe la perspectiva -respondió con un desenfado casi insultante y grosero.


Inevitablemente se hizo el silencio discurriendo así la cena, hasta que el mutismo se vio rasgado de repente por una profunda y grave voz que provino de la entrada.


-Disculpad nuestra intromisión -se escuchó decir mientras todos levantaban la vista de sus platos para ver a los recién llegados.


-¡Padre! ¡Leah! -exclamó Bella levantándose apresuradamente para correr hacia Charlie en cuyo rostro se dibujaba una sonrisa de alivio al ver la reacción de su hija. Después de lo que había provocado era lo que menos esperaba. Sin embargo, rompiendo todos sus pesimistas esquemas, Bella se echó a sus brazos.


-¿Qué hacéis aquí? -le preguntó con cierta reprobación -Te dije que era muy peligroso.


-El padre de Jacob nos facilitó algunos hombres para escoltarnos -le narró.


Mientras abrazaba a su hija vio como se aproximaba a ellos Edward quien lo miraba con cierto asombro.


-Majestad -se inclinó saludándolo.


Charles, sorprendido en cierto modo por su actitud amistosa se acercó a él y lo tomó por los hombros instándole a levantarse.


-Por favor, llámame Charles, muchacho -le pidió. -Tanta formalidad me hace sentir más culpable de lo que ya me siento con mi proceder.


-Eso es del todo innecesario -sacudió Edward la cabeza. -En vuestra carta quedó perfectamente explicado y, en eso estamos todos de acuerdo, más que justificado.


-En cualquier caso permíteme que me disculpe de nuevo con vosotros humildemente y de paso, reiterar las palabras que os escribí y daros personalmente mi bendición -añadió mientras posaba sus manos en los hombros de Edward y su hija.


-Os lo agradezco, Charles -repuso Edward con sinceridad.


-Pero no os quedéis ahí parados -les interrumpió Alice. -Pasad a la mesa.


-Mi querida sobrinita -le sonrió Charles yendo hacía ella para besarla. -Te ves preciosa.


Alice le respondió con una risita risueña.


-Jasper, me alegra verte tan repuesto -le saludó. -Como ya le dije a Bella, si necesitas a mis hombres para combatir a ese bellaco cuenta con ellos.


-Lo tendré en cuenta -le dijo complacido.


-No veo a tu preciosa hermana -apuntó.


-Está recostada, no se ha sentido bien estos días, pero no es nada de cuidado -le informó. -¿Recuerdas al Duque James?


-Sí -lo observó Charles por un momento. -Asististe al matrimonio ¿verdad?


James asintió sin mostrar mucho interés, así que Charles no insistió, dirigiéndose entonces a Carlisle y Esme.


-No sabéis lo apenado que estoy con todo lo sucedido -se disculpó de nuevo ante ellos. -Y os aseguro que es todo un honor el crear vínculos familiares con vosotros aunque siento mucho la forma en que...


-Ese asunto ya es agua pasada, querido Charles -le cortó Esme en cuya sonrisa se reflejaba la franqueza de sus palabras.


-Además, Jacob ya se ha encargado él mismo de solucionarlo -apostilló Carlisle.


-¿Dónde está Jacob? ¿Qué ha pasado con él? -intervino por primera vez Leah desde que había entrado al comedor. En su rostro no se podía ocultar su gran preocupación.


-Perdonadme la falta de delicadeza -se disculpó Charles. -Os presento a Leah, la Princesa de Tarsus. Su padre, Harry, es un gran amigo mío, al igual que el padre de Jacob.


Leah se inclinó respetuosamente, tratando de contener su impaciencia. Bella que hacía tiempo sospechaba del interés de la muchacha por su amigo veía confirmadas sus sospechas al observar su expresión angustiada. A pesar de las circunstancias, no pudo evitar alegrarse, Jacob tenía la felicidad al alcance de su mano y no tenía más que estirarla para alcanzarla.


-Jacob está descansando -la tranquilizó.


-¿Pero qué ha sucedido? -le preguntó su padre. -Venimos siguiendo a ese muchacho impulsivo desde Dagmar.


-Digamos que hicieron falta más que palabras para que diera por zanjado el tema -admitió Edward con cierto pesar.


-Sólo una herida en el brazo -les informó Carlisle viendo la inquietud de sus rostros. -No es nada grave.


-¿Podría verlo? -solicitó Leah anhelante.


-Claro que sí -afirmó Bella que le hacía una señal a una de las doncellas. -Por favor, condúcela a la habitación del Príncipe Jacob.


-Sí, Alteza.


-Muchas gracias -le sonrió Leah. -Con permiso -se excusó antes de dejarse guiar por la doncella.


Mientras la observaban alejarse, Edward se inclinó hacia su esposa, con cierta suspicacia en su mirada.


-¿Acaso ella...? -quiso insinuar.


-Eso mismo que estás pensando -le corroboró ella lo que él también había sabido entrever.


-A veces uno se empeña en buscar lo que tiene justo delante...


Sé que voy en busca de algo, mi instinto me lo dice, estoy en plena búsqueda pero ¿de qué? ¿y dónde estoy? ¿por qué aquí? Las sendas de este bosque me son del todo desconocidas y la espesura del follaje parece querer oprimirme, impidiéndome avanzar. La luz del sol apenas se filtra entre la hojas y este camino que recorro no parece llevar a ningún lugar, no hay nada que me indique si es el correcto o cual debería seguir en su lugar.


-Jacob...


Me sobresalto...


Una voz femenina reclama mi nombre, sí, viene de aquella dirección, estoy seguro, siguiendo aquella pequeña senda. ¿Me llevará a lo que sea que estoy buscando?


-Jacob...


Conforme avanzo la voz resuena con mayor claridad y cada vez me parece más conocida. En realidad me atrae la sensación que me produce; me inspira al anochecer sentado cerca de una hoguera, el olor a hierba mojada con la lluvia primaveral, los primeros rayos de sol que iluminan mi rostro desde mi ventana, la calidez de mi hogar...


Apresuro mi paso, necesito averiguar que hay más allá. Esa voz que recita mi nombre sigue sonando en mis oídos y con cada segundo que pasa más seguro estoy de que este vagar por este escenario desconocido está cerca de terminar.


De repente, la frondosidad abrupta del bosque se abre a un claro bañado por un torrente cristalino pero furioso, aunque el rugir del agua no me impide seguir escuchando esa voz que ya se ha introducido en mí de malsana forma y que me obliga, me exige encontrarla. En realidad, ya se ha convertido en una necesidad, sé, estoy convencido de que la he escuchado antes y necesito saber a quien pertenece, dar por terminada esta maldita búsqueda que me lleva a ella.


Decido atravesar el arroyo, ya no me importa que pueda llevarme la corriente, debo llegar a la otra orilla como sea, llegar a ella. En cuanto pongo un pie en el río, al otro lado una silueta de mujer parece desdibujarse entre la bruma que asciende desde el agua y eso me alienta a luchar contra la fuerza del cauce que amenaza con arrastrarme en cualquier momento. Opto por no bajar la vista ni un segundo y concentrarme en aquellos brazos que parecen abrirse esperando mi llegada y centro todos mis sentidos en ella, en su figura, en su voz, sabiendo por fin que no es una ilusión, que mi esfuerzo valdrá la pena y que, en cuanto mis manos toquen su piel, esta aventura incierta llegará a su término. El sonido de mi nombre sigue alentándome y yo creo que no he escuchado jamás sonido más bello que ese...


-Jacob... Jacob...


-Jacob, ¿me escuchas?. Despierta, Jacob...


-¿Entonces eras tú, Leah? -se incorporó el muchacho sobresaltado en la cama al ver sentada frente a ella a la joven.


-Jacob, ¿estás bien? -preguntó ella confundida.


-Sí... titubeó él. -¿Tú...? ¿Cómo...? ¿Qué haces aquí? -quiso saber, sintiéndose aún aturdido por el sueño del que acababa de despertar.


-El Rey Charles y yo salimos detrás de ti pero no conseguimos darte alcance -le explicó.


-Pero... ¿por qué has venido tú? -le cuestionó sin acabar de comprender.


La muchacha bajó el rostro apenada buscando en su mente alguna excusa plausible que diera una explicación a su presencia allí.


-Temí que cometieras alguna tontería -dijo al fin, sin saber muy bien que tanto declaraba con aquella afirmación.


-Pues siento decirte que llegaste tarde -se miró el brazo vendado haciendo una mueca.


-¿Te duele mucho? -murmuró ella afligida posando su mano sobre la herida.


Jacob iba a asentir cuando sus ojos quedaron fijados en los finos dedos que lo tocaban. No, ni siquiera lo estaba tocando, era una leve presión sobre las gasas que cubrían su herida... Sin embargo una cálida sensación parecía traspasar el tejido como bálsamo que mitigaba el dolor de su carne injuriada. ¿Qué era aquello? Estaba a punto de eliminar esa idea de su mente cuando Leah retiró su mano haciendo que una punzada recorriera todo su brazo, endureciendo Jacob sus facciones, ya no sólo por aquel dolor que avanzaba a ráfagas, sino por no acabar de entender lo que acababa de ocurrir.


-Te ves muy cansado -continuó ella. -Incluso tienes ojeras.


Y entonces volvió a suceder. Leah había posado las yemas de sus dedos en una de sus mejillas, rozando la sombra morada que se extendía bajo sus ojos y aquella calidez volvió a invadirle. Y no era una calidez cualquiera, era la misma que había sentido momentos antes en su ensoñación, una calidez familiar, que lo calmaba pero que a su vez lo llenaba de una deliciosa inquietud. Mas, al igual que la vez anterior, la intoxicante sensación desapareció cuando Leah apartó su mano de él.


Jacob apretó sus puños instintivamente ante la repentina ausencia. Los deseos de volver a sentir aquello lo invadieron, a pesar de no poder descifrar de que se trataba. De lo que no había duda era de que era ella quien lo provocaba y, miró en sus ojos oscuros tratando absurdamente de hallar una respuesta, aun sabiendo que no la hallaría. Se encontró con la mirada de Leah, confiada, dulce, límpida, cristalina, como el agua del riachuelo de su sueño y, del mismo modo que su arrojo le había empujado a cruzarlo, a seguir más allá, se dejó llevar de nuevo por él en un intento de averiguar, de despejar aquella duda que se había instaurado en su mente como una semilla insignificante para tornarse en agonía.


Despacio alzó una de sus manos hacia su mejilla, preguntándose como sería su tacto y conteniendo la respiración, pidiendo, casi rogando porque ella no rechazara su contacto. Cuando las puntas de sus dedos alcanzaron su piel, la calidez que él esperaba sentir se transformó en una oleada fulgurante que recorrió todo su cuerpo. Escuchó a Leah ahogar un pequeño suspiro en su garganta y él no pudo evitar que el que apresaba la suya se liberara de modo delator.


-Jacob -musitó ella.


Y esa fue su epifanía... esa voz... ella, era ella. Su corazón comenzó a cabalgar en su interior desbocado y la certeza de que su búsqueda había terminado se posó ante él. Los ojos de Leah le decían a gritos lo que él tantas veces se había negado a escuchar y que ahora no podía obviar, siendo su propio corazón el que ahora entonaba el mismo canto. Acarició su mejilla con suavidad, deleitándose por fin de aquella tersura y quiso embriagarse de aquella maravillosa sensación que lo invadía con su simple contacto.


Deslizó su mano por la linea de su rostro hasta su cuello, enredando sus dedos en su nuca, entre su pelo y la atrajo hacia él. Posó sus labios sobre los suyos, con un delicado roce pero que fue suficiente para que un escalofrío lo recorriera por entero, traspasando su corazón como una flecha. Se separó un segundo de su boca para volver a tomarla con mayor intensidad haciéndola suspirar y aquello lo enardeció. Ignorando su herida, la rodeó entre sus brazos, acercándola a él, profundizando más ese beso que había abierto una brecha en él por donde lo asaltaban una y otra vez un cúmulo de sensaciones hasta ahora desconocidas para él, pero que con el paso de cada segundo se iban transformando en elixir vital. Necesitaba seguir sintiéndolo, seguir sintiéndola a ella y como sus labios sonrosados y llenos se movían bajo los suyos guiados por el mismo ardor, el mismo anhelo que lo dominaban a él. Se perdió en la dulzura de su sabor, la ambrosía más exquisita que jamás había probado y hundió sus manos en el contorno de su cuerpo, aferrándose a ella, haciéndola temblar ante la exigencia de sus labios.


Se separó de ella levemente y observó su rostro y su cándida belleza lo golpeó fuertemente. Sus mejillas enrojecidas le daban un aire inocente, delicioso, sus ojos brillaban llenos de ese amor que él estaba deseando tomar y sus labios ligeramente hinchados por su propia pasión lo incitaban a besarlos de nuevo. Apartó una de sus manos de su cintura y los acarició, arrancando otro suspiro de su pecho agitado.


-Jacob -respiró ella contra su piel.


Jacob cerró los ojos en un suspiro... de nuevo aquella melodía que susurraba su nombre.


-Eras tú -musitó él inclinándose de nuevo hacia sus labios, fundiendo su mirada con sus negros ojos cuyo fulgor titilaba como un lucero de la noche.


-¿Quién? -preguntó ella con un hilo de voz.


-Quien había estado buscando -le dijo antes de volver a tomar sus labios, para llenarla de promesas y sueños cumplidos... como el suyo.


.


.


.


.


Las ansias de llegar a su destino le habían hecho abandonar la posada mucho antes del amanecer. Tenía tantos motivos para llegar cuanto antes a Los Lagos... Con toda la información que Emmett le había facilitado para su misión sabía bien que las noticias que portaba eran de vital importancia pero, no era esa la única razón que alimentaba esa urgencia de volver...


¿Cuántas semanas se había ausentado? ¿Cinco? ¿Seis? Incluso más... pero aquello no habría sido más que una aventura o un simple mandato que cumplir si su mente no hubiera estado llena de ella... Angela. Su nombre revoloteaba en su mente acompañado de la imagen de su rostro, haciéndolo sonreír como a un jovencito ingenuo. Si alguien, cuando abandonó el castillo, le hubiera asegurado que iba a extrañarla tanto, seguramente se habría reído en su cara, aunque ahora, ni siquiera sabía en que preciso momento de su cruzada había empezado a echar en falta a aquella muchacha de mirada lánguida que solía observarlo tímidamente a través de sus largas pestañas. Estaba más que acostumbrado a su presencia, a las bromas que le hacían los muchachos cuando la veían pasar por delante de la liza de entrenamiento para encontrárselo, tratando de que fuera algo casual, incluso estaba familiarizado con el leve temblor de su voz al hablarle... pero para lo que no estaba preparado era para soportar su ausencia...


Eso era lo que le hacía espolear con ánimo su caballo, el regresar cuanto antes a ella y ponerlo todo en su lugar y que era ella a su lado, junto a él. Conocía bien el terreno y sabía que La Encrucijada quedaba cerca, indicándole aquello que sólo restaban unas horas para llegar a su destino. Con suerte llegaría antes del anochecer.


Sin embargo, se vio obligado a disminuir la marcha al vislumbrar lo que parecía un campamento apostado en la lejanía. Acercándose con cautela, comprobó que los estandartes y banderines que ondeaban en el aire llevaban la insignia de Asbath y aquello lo alertó. Al llegar al asentamiento un soldado lo detuvo, tal y como esperaba.


-Mi nombre es Benjamín y pertenezco al ejército de Los Lagos -se apresuró a presentarse. El rostro serio de su interlocutor se volvió más afable conocedor de la hermandad entre ambos pueblos. -¿Qué hacéis apostados aquí? ¿Ha sucedido algo?


-Aquella es la tienda del Capitán -le señaló con la mano. -Él te lo explicará mejor que yo.


-¿El Capitán? -dudó -¿Emmett está aquí? -preguntó extrañado.


El muchacho, que había dado por supuesto que lo conocía, afirmó algo confuso.


-Entonces, con tu permiso, voy a hablar con él -le informó.


-Es propio -asintió permitiéndole el paso.


Benjamín desmontó y ató a su caballo a un madero cercano a la tienda, quedándose en la entrada.


-¿Da su permiso para entrar, Capitán? -se anunció.


-Adelante -lo escuchó responder con cierto tono distraído.


Cuando accedió a la estancia que formaba la carpa vio a Emmett sentado a una mesa situada en un extremo, cercana a una abertura a modo de ventana que dejaba pasar la luz del mediodía, mientras estudiaba unos mapas con mucho interés.


Su aspecto era bien distinto a cuando lo vio por última vez en Los Lagos, ahora su atuendo era el apropiado para alguien de su rango, incluso sus rasgos parecían haberse endurecido desde entonces. Alzó por fin la vista de los documentos y su expresión se tornó llena de sorpresa.


-¡Benjamín! ¡Por fin estás de vuelta! -exclamó al verlo frente a él. -Creí que era uno de los muchachos -le aclaró. -¿Desde cuando te diriges a mí con tanto formalismo?


-Desde que vuelves a ser el Capitán -le señaló con la mano, refiriéndose a su vestuario.


-Capitán de Asbath -le recordó con cierta sorna. -Si Peter te escuchara hablar así te tacharía de desertor -bromeó.


-¿Pero qué hace tu ejército aquí? -quiso saber. -¿Ha sucedido algo?


-Te lo explicaré todo enseguida -repuso ahora con seriedad. -Pero primero necesito saber que noticias me traes de Bogen -solicitó con clara impaciencia.


-No son muy halagüeñas -se lamentó.


-¿A qué te refieres? -se alarmó él.


Benjamín no respondió. Se limitó a abrir su morral y extraer un objeto que permanecía envuelto en un hatillo, tras lo que se lo entregó a Emmett. Su rostro daba claras muestras de que no comprendía el significado de aquello, pero Benjamín le instó con un gesto a que lo abriera. Emmett obedeció descubriéndolo con cuidado y, lo que era un expresión confusa, se tornó en pavor ante lo que aquel objeto representaba.


-Benjamín, ¿estás seguro de que esta...?


-La tomé yo mismo -le corroboró.


-Siendo así debemos partir ahora mismo hacia Los Lagos -aseveró con la voz infectada en la misma desesperación que irradiaban sus ojos -y por Dios espero que lleguemos a tiempo.




*****************************************************

CAPÍTULO 25
*********************


Jacob entró cabizbajo en el comedor. Una de las doncellas había acudido a su cuarto a ofrecerle el desayuno y, en esos instantes se preguntaba si no habría sido mejor idea el quedarse recluido en la recámara un poco más. Sin embargo debía enfrentar su propia vergüenza y las consecuencias de sus actos y decidió hacerlo de una buena vez.


Se acercó con cierta cautela a la mesa, no muy seguro de cómo irían a recibirle los demás quienes, para su sorpresa, lo hicieron con gran cordialidad y familiaridad ¿dónde había quedado todo lo que sucedió el día anterior?. Estaban casi todos a la mesa, sólo faltaban Rosalie y James; quizás se interesaría después por su ausencia, la única persona que en verdad le interesaba ver se situaba justo frente a él, bajando el rostro, apartando su mirada de él... ¿por qué?


-Ven, Jacob, siéntate a mi lado -le indicaba Bella obligándolo a desviar la mirada.


Para su fortuna, el asiento que debía ocupar estaba justo frente a ella, frente al objeto de sus ensoñaciones, porque, aquella muchacha de piel trigueña y ojos oscuros había ocupado sus pensamientos desde que ella irrumpió en ese castillo, directamente hasta su corazón.


Se posicionó tras la silla y, colocando ambas manos sobre el respaldo, tomó aire, dándose aliento y ánimo para afrontar la situación y hacer lo que debía.


-Antes que nada quería disculparme sinceramente con todos y cada uno de vosotros -comenzó mirando directamente a sus interlocutores, esforzándose porque la vergüenza no le hiciera bajar la cara. -No tengo ningún tipo de excusa plausible para mi comportamiento en este último tiempo y ni siquiera me atrevo a pedir que me perdonéis.


Jasper hizo intención de hablar pero Jacob se lo impidió con un gesto de su mano.


-Por favor, Majestad, permitidme que continúe, es lo menos que puedo hacer después de todo. Invadí vuestro hogar y el de vuestra esposa avasallando con mis malas maneras, y, aún así, me habéis recibido y tratado con hospitalidad, al igual que Sus Majestades -inclinó la cabeza ante Esme y Carlisle -que, aún habiendo atacado a su hijo con la peor intención, sin derecho o justificación alguna me asistieron y trataron mi herida.


-No creo que en ningún momento tuvieras seria intención de matarme -le interrumpió Edward que lo miraba con suspicacia.


-Tienes razón -admitió Jacob lanzando un suspiro pesado, -pero habría podido herirte.


-Mas no lo hiciste -puntualizó.


-Sí, me heriste tú a mí y me diste una gran lección.


-No era mi propósito el aleccionarte -se excusó Edward.


-No me malinterpretes -se apresuró a corregirle. -Pero es cierto que tus palabras significaron para mí mucho más de lo que imaginaba -añadió dirigiendo su mirada por un momento a Leah quien la evadió de nuevo. -Te agradezco enormemente que me ayudases a abrir los ojos y a darme cuenta de la barbaridad que estaba cometiendo. Traté de entrometerme entre vosotros por algo que era una pura fantasía, como alguien me dijo una vez, un sueño de humo y que, como era de esperar, acabó por desvanecerse.


Por primera vez, Jacob bajó su rostro hacia el suelo, afligido y volvió a tomar aire antes de continuar.


-Bella, sólo espero que el cariño que sé me has tenido todos estos años, al igual que tu padre no muera irremediablemente -miró a ambos recorriendo la mesa con la vista. -Soy consciente de que os ha decepcionado mi actitud pero confío en que no sea algo irreparable.


-Por supuesto que no lo es -intervino Charles con aire socarrón. -Sólo recuérdame que cuando lleguemos a casa te dé una buena tunda.


Aquello, inevitablemente produjo una carcajada generalizada y terminó con el alegato de Jacob, quien miraba a su alrededor agradecido y aliviado, con una sonrisa esbozada en sus labios. Bella le volvió a indicar que tomará asiento y así lo hizo, disfrutando del desayuno y de la compañía de aquella familia que reía y compartía en completa armonía.


Sin embargo, al cabo de unos minutos, una extraña desazón comenzó a invadirle. El hecho de que Leah se mostrase tan esquiva con él empezó a atormentarle. Quizás la noche anterior, como siempre le sucedía, había sido demasiado impulsivo pero no por eso era menos válido su acto, al contrario, la felicidad que lo había embargado hasta ese momento era buena prueba de que no había errado en su proceder, en lo único que había errado era en no haberlo hecho mucho antes.


De repente, al parecer, a Leah se le hizo insostenible la mirada indagadora de Jacob pues, sin haber terminado de desayunar, presentó sus excusas y se levantó de la mesa.


-Maldición -farfulló Jacob entre dientes viéndola marcharse.


-Parece molesta -se atrevió a apuntar Edward por lo bajo, tratando de que los demás no le escucharan.


-No -negó Bella categóricamente. -Por lo que conozco del carácter de Leah te puedo asegurar que no es simple molestia lo que había en sus ojos, sino algo más -escudriñó en el rostro de Jacob que evadía su mirada. -¿Sucedió algo anoche? -indagó en vista de su mutismo. -¿Fuiste grosero con ella?


Jacob sacudió la cabeza negando.


-¿Qué pasó entonces? -le cuestionó.


El muchacho suspiró hondamente pero evitó contestar.


-Jacob -insistió Bella intentando no alzar la voz.


-Pasó lo que tenía que pasar -declaró al fin.


Bella y Edward intercambiaron sendas miradas, llegando ambos a la misma conclusión ante su afirmación.


-Me alegro mucho por ti -le dijo Edward con gran sinceridad.


-También me alegraba yo hasta hace un momento -se lamentó Jacob abatido.


-Quizás sólo ha malinterpretado lo que fuera que sucedió entre vosotros -se atrevió a aventurar Bella.


-O peor, quizás haya ido a suceder demasiado tarde -apostilló Jacob endureciendo su expresión.


-No quisiera inmiscuirme en tus asuntos -le anunció Edward, -pero creo que lo mejor sería que hablaras con ella y, cuanto antes.


-Tienes toda la razón -asintió levantándose.


-Si me disculpáis todos he de retirarme -anunció llamando la atención de los presentes. -Hay un asunto que debo resolver con urgencia.


-Sí, claro -repuso Jasper algo confuso.


Sin detenerse a dar más explicaciones, Jacob apresuró el paso para ir tras ella. Salió a la puerta principal y, desde lo alto de la escalinata la vio dirigirse a uno de los jardines. Bajó los escalones de varios saltos y no tardó en alcanzarla, dándose unos segundos para controlar su respiración y su corazón desbocado. Esta vez debía dominarse, tenía muy claro lo que quería decirle y lo haría, sin dejar lugar a equívocos o dudas.


-Leah -la llamó al fin, haciendo que se volteara a mirarlo, deteniéndose.


Jacob la observó durante unos instantes, tratando de leer en su rostro, en sus ojos, deseando encontrar el mismo brillo que viera en ellos la noche anterior y que, ahora, parecía ir apagándose, escapando a su comprensión el motivo.


-Quiero hablar contigo -le pidió.


-Tú dirás -respondió con cierta sequedad que bien supo él que era fingida.


-Antes, en el comedor, no me han dado la ocasión de disculparme también contigo -le dijo con seriedad.


Leah le dio la espalda sin querer terminar de escucharle. Sabía muy bien lo que le iba a decir, la razón por la que quería disculparse. Con rapidez y disimulo enjugó una lágrima que empezaba a surcar su mejilla; no le daría esa satisfacción, no la vería llorar, ni derruida como lo estaban ahora sus ilusiones.


-Puedes ahorrártelo -espetó tratando de que no se le quebrara la voz. -Puedo entender que anoche te dieron algún tónico que no te hacía ser consciente de lo que ocurría a tu alrededor, posiblemente estabas aturdido.


Jacob sonrió para sus adentros. No era demasiado tarde, el resquemor que leía en su voz se lo decía. Rogó porque fuera cierto y que sólo se tratase de un malentendido o de incomprensión.


-Sí, reconozco que estaba aturdido -alegó con media sonrisa, -aunque deberías saber que no fue a causa de un tónico. Si bien es cierto que el Rey Carlisle me lo ofreció, me negué a tomarlo a modo de "autocastigo", digamos que para sentir en mi propia carne las consecuencias del exabrupto que había cometido.


Leah giró un poco su rostro, mirándolo de reojo y sorprendida por su declaración.


-Entonces ya comprendo. Fue el dolor lo que te aturdió -aseveró ella sin poder contener el temblor de su voz, deseando acabar de una vez por todas con aquel diálogo tan absurdo como amargo. -No te preocupes, Jacob, me hago cargo de la situación así que estás más que disculpado -concluyó mientras daba media vuelta y retomaba su camino.


Jacob la asió por un brazo y la detuvo, mientras una extraña inquietud se instalaba en su pecho y una cruel duda en su mente. ¿Sería que ella no sentía lo mismo por él? ¿Tal vez la anoche anterior se había dejado llevar por un sentimiento de lástima al verlo herido y por eso no lo rechazó?


-¿Por qué te comportas así conmigo? -quiso saber. -¿Por qué eludes mi mirada?


-¿Y desde cuando te interesa lo que yo haga o deje de hacer? -inquirió ella mordaz. -¿Y por qué estás aquí hablando conmigo? Deberías estar bajo las faldas de tu Bella, feliz porque sigue teniéndote en gran estima.


Entonces Jacob comprendió. Lo que la invadía era una mezcla de celos, inseguridad y desconfianza hacia él y hacia lo que había pasado entre ellos y, en cierto modo, no la culpaba. Por la mañana había llegado a ese castillo decidido a reponer su honor mancillado y a batirse en duelo por una mujer y, esa misma noche, como si aquello no hubiera ocurrido, estaba besando con todo su fervor a otra, a ella.


Jacob agarró su otro brazo y la hizo girarse, aunque ella mantuvo la vista baja.


-Mírame, Leah -le exigió, haciendo ella oídos sordos, por lo que tomó su barbilla y se la alzó, obligándola. -Estoy donde debo estar, donde debí estar siempre.


-No te comprendo -se soltó ella de su agarre a lo que Jacob respondió colocando su mano en su mejilla para que volviera a fijar sus ojos en los de él.


A pesar de verse ensombrecidos conservaban esa belleza que a él le habían encandilado la noche anterior, al igual que sus rasgos, femeninos y delicados. Su agitada respiración se escapaba de sus sonrosados labios, dulces y suaves, como ya sabía que eran. Ahora que había disfrutado de su sabor, aquel dulzor había penetrado en su sangre como elixir adictivo y se había convertido en una necesidad el volver a sentirlo. Mas no, debía controlar sus anhelos, antes tenía aclarar todo aquello. Deslizó su mano lentamente, liberando así su mejilla.


-He estado ciego, Leah, durante mucho tiempo -comenzó a decirle. -Y me arrepiento enormemente de haber venido aquí, pudiendo haber provocado una tragedia, aunque, en cierto modo, me alegro de que haya ocurrido.


La joven lo miró confundida, sin alcanzar a comprender.


-Como bien dije antes, estaba persiguiendo una fantasía, un espejismo y viéndola allí, junto a Edward, me vine a dar cuenta de que Bella no era lo que yo quería, lo que yo buscaba -prosiguió. -Permanecí recluido toda la tarde en esa recámara preguntándome que era en realidad lo que necesitaba o a quien, y la cruel idea de que en realidad no hubiera nadie ahí fuera destinado para mí se instaló en mi mente de forma lacerante.


Leah cruzó sus brazos sobre su pecho, y bajó su rostro, mordiéndose el labio, atormentada. Si tan solo tuviera el valor para decirle que sí que había alguien para él, que ella...


-Y, de repente, apareciste tú -agregó Jacob entonces, levantando ella su rostro, sorprendida. -Y por eso te quiero pedir disculpas, Leah -se acercó a ella, tomando sus manos, soltándolas de su cuerpo. -Todo este tiempo has estado frente a mí y yo te veía sin mirarte, tan ciego como estaba. Anoche te miré por primera vez, por fin, y bastó el simple tacto de tus dedos para mitigar de un solo soplo todo el dolor y el cansancio que acusaba mi cuerpo, una sola mirada tuya para quedar cautivo de ti y tu cálida voz entonando mi nombre para que mi corazón golpeara mi pecho de forma desmedida.


Jacob alzó su mano haciéndola resbalar por su mejilla, recorriendo con las punta de sus dedos la linea de su piel, hasta llegar a sus labios.


-Cuando te besé, tantas emociones invadieron mi cuerpo que creí que iba a enloquecer. No me habría importado rendirme a aquella gloriosa sensación que me aturdía por completo -declaró mientras se acercaba más y más a ella. -Temí por un instante que desapareciera cuando me separé de tus labios -admitió mientras se los acariciaba, -y lo hizo, durante un momento, hasta que volví a tenerte entre mis brazos y me golpeó de nuevo, con más furia incluso que la vez anterior.


Leah cerró un instante los ojos, embargada por aquel roce de sus dedos. Cuando volvió a abrirlos, Jacob suspiró con alivio al volver a percibir aquel brillo, aquel fulgor que lo había deslumbrado hacía tan solo unas horas, ofreciéndole todo aquello que él ansiaba, aunque, de repente, una sombra fugaz cruzó por ellos.


-Sé lo que estás pensando -hizo él eco de sus pensamientos. -Que es únicamente deseo lo que me impulsa estar junto a ti, pero no, Leah -negó con la cabeza. -Sí es cierto que deseo volver a sentirlo, embriagarme de ti hasta perder el sentido pero, sobre todas las cosas, deseo que lo sientas tú y ser yo quien lo provoque -le susurró deslizando sus manos hasta su cintura, acercándola a él. -Hacerte estremecer, que tiemble todo tu ser hasta que necesites sostenerte en mí para no caer, que tu corazón palpite tan fuerte que sientas que vas a morir incapaz de soportarlo, que creas sumirte en la locura si no te toco, si no te beso y que enloquezcas vertiginosamente cuando lo haga. Deseo que tú lo desees, con todas tus fuerzas, que desees mis caricias, mis besos, o un simple abrazo que te reconforte. Porque quiero cuidarte y que me cuides, consentirte y que me consientas, pertenecerte y que me pertenezcas.


Leah dejó escapar un suspiro que había estado oprimiendo su pecho, sin poder emitir palabra alguna y Jacob sintió su dulce aliento en su cara. Aquella necesidad se hizo presente en él y se inclinó lentamente sobre ella, sabiendo que no sería capaz de resistirse a ella por mucho tiempo más.


-Dime, Leah, si esto no es amor ¿qué es? -musitó fijando sus ojos en los suyos. -Tiene que serlo porque, de no ser así, todo mi mundo, mi realidad y mi fe no habrán sido más que quimeras. Dime que sí, que este sentimiento inexplicable, incontenible, impetuoso e incontrolable es el mismo que te domina a ti -respiró sobre su boca. -Dímelo.


-Sí, Jacob.


Y eso fue todo lo que alcanzó a decir antes de que él poseyera sus labios con avidez, con vehemencia, lanzándola a una vorágine de sensaciones indescriptible. Turbada, rodeó su cuello con su brazos mientras él la apresaba contra su cuerpo, gimiendo en su boca al sentirla finalmente entre los suyos, como tanto había ansiado desde que la viera en el comedor. Lo llenó de gozo el notarla temblar entre sus manos y como se entregaba a su beso, besándolo a él con el mismo ardor. Leah entreabrió sus labios permitiéndole saborear de nuevo su dulce ambrosía y, de nuevo, aquel elixir de su esencia lo invadió. Era sublime el alcanzar toda esa dicha con un simple beso, como un pequeño milagro y, ahora que estaba al alcance de su mano no lo iba a perder.


-Te amo, Leah -le confesó sin apenas separarse de su labios. -Te amo, te amo, te amo -le repetía una y otra vez.


-Y yo te amo a ti -le respondía ella mientras volvía a perderse en sus besos, sin apenas prestar atención a aquellas lágrimas que habían empezado a surcar sus mejillas, las de los dos, escurriéndose y llegando a sus bocas. Allí se entremezclaron con sus labios, maravillándose ambos de cuan dulces eran, hasta que cayeron en la cuenta, ¿de qué otra forma podían ser las lágrimas de felicidad?


.


.


.


.


El atardecer ya comenzaba a colorear los lagos con tiznes anaranjados cuando divisaron el castillo, recortando con silueta solemne el horizonte. El corazón de Emmett no había dejado de cabalgar en su interior desde el mismo instante en que decidió emprender el camino de vuelta. Mas no era únicamente por la gravedad de los motivos que le había dado Benjamin sino por saber que iba a volver a verla.


No podía llevarse a engaños, si bien sabía que era su deber acudir al Rey a comunicarle aquellas noticias que le había traído el muchacho por estar siguiendo sus órdenes, en el fondo de su alma habitaba la certeza de que no habría pasado mucho tiempo hasta que hubiera decidido volver a Los Lagos, a ella. No podía menos que admitir que le era imposible sobreponerse a ese calvario que él mismo se había impuesto, todo su ser iba muriendo cada día con aquella distancia y no sabía cuanto tiempo más habría podido soportarlo.


Sólo esperaba que ella no le guardase rencor, se conformaba con que aún existiese aunque fuera un pequeño resquicio de aquel amor que ella había asegurado tenerle. Una simple brizna sería suficiente, él sabría como hacer para alimentarla y que volviera a crecer, resurgiendo cuan ave fénix en un sentimiento igual o incluso más poderoso de lo que era antes de que él cometiera el absurdo de marcharse de su lado.


Al atravesar el puente levadizo principal vieron como en su interior se respiraba el aire previo a la batalla, el ejército estaba terminando de concretar los últimos preparativos, aguardando a que se diera el aviso de que se reunieran con él y sus hombres en La Encrucijada. Y no sólo era portador de aquel hecho sino que debía revelarle a Jasper más de una verdad que él había estado ocultando, quizás de modo equivocado, y que ya había llegado el momento de confesar. Rogó por que le escuchara y, al menos, le dejara luchar a su lado... tenía más de un motivo para hacerlo.


Aún no habían terminado de atravesar el Patio de Armas cuando vieron en el corredor que daba a la cocina a Charlotte y Peter que conversaban, tomadas sus manos en actitud cariñosa, siendo él quien se percató de su llegada.


-¡Emmett! ¡Benjamin! -exclamó Peter animadamente. -Qué sorpresa veros de vuelta y juntos.


-Sí, ya estaba deseando volver -respondió Benjamin con cierta premura. -Y os rogaría que me dierais un minuto -pidió descabalgando.


Sin ni siquiera asegurar al caballo y dejando a los tres siguiéndolo con mirada atónita, corrió hacia el otro lado del patio, hacia la puerta trasera de lo que era la escuela. Allí, con sonrisa amable, se encontraba Angela, que despedía a los últimos niños que salían de clase para dirigirse a sus casas. Tan inmersa estaba en su tarea que no alcanzó a ver al muchacho ir hacia ella hasta que casi lo tuvo enfrente.


-¡Benjamin! Por fin has vuelto -la alegría en la voz de la muchacha era difícil de ocultar, al igual que la ilusión que irradiaban sus ojos al volver a verlo.


El joven no pudo evitar sonreír ante aquello, llenándolo de regocijo el observar como ella bajaba su rostro sonrojada, avergonzada por, tal vez, haber declarado más de lo que ella habría deseado con su saludo.


-Sí, por fin -agregó él, emocionado por la anticipación de lo que estaba seguro iba a suceder, él se encargaría de que así fuera. -Aunque si evitas mirarme creeré que en realidad no te alegras.


-No digas eso -se apresuró ella a discrepar, volviendo a mirarle, obviando la vergüenza que coloreaba sus mejillas.


A Benjamin le pareció delicioso aquel rubor y poco pudo hacer para evitar acariciarlo, posando una de sus manos sobre él, haciendo que ella ahogara un suspiro al notar su tacto.


-Te extrañado tanto, Angela -le confesó con tenue voz. -Lo único que deseaba era acabar con ese asunto que me mantenía lejos de aquí y volver, sólo para verte.


-¿Y por fin terminaste? -preguntó ella con inocencia, titubeante, desviando su mirada con timidez.


-Aún no -negó él con la cabeza.


-Entonces ¿qué te falta por hacer? -quiso saber ella. Su mirada ingenua lo hizo sonreír, queriendo dilatar aquel momento un poco más, pero ya no era capaz, y no por el temor de perder el momento, la ocasión, sino porque la necesidad de hacerlo le oprimía el pecho.


-Esto -le dijo mientras deslizaba sus dedos hasta su nunca, atrayéndola hacia él. Posó sus labios en los suyos, con suavidad, como una caricia, tratando de dominar el impulso que le hacía desear apretarla contra su pecho, esperando su reacción. Y fue deliciosa, como toda ella, titubeando primero, azorada ante su beso, alzando temerosa sus finas manos y colocándolas en su espalda para después abandonarse a sus labios, que comenzaban ya a danzar sobre los suyos con exigencia, uniéndose ella a su cadencia. Benjamin se liberó entonces de aquello que lo apresaba y la rodeó con sus brazos, con ímpetu, fundiendo más sus labios a los de Angela, que alzaba sus manos para colgarse de su cuello haciendo más pleno el contacto de sus cuerpos y profundizando su beso. Sendos gemidos ahogados escaparon de sus gargantas, turbados los dos por el cúmulo de sensaciones que se abría paso a través de ellos y que aunaba sus esencias con la ligadura de aquel mutuo sentimiento que residía en sus corazones.


-Ahora sí he vuelto a casa -musitó él casi sin aliento, juntando su frente con la de ella, sin dejar de abrazarla.


-Bienvenido -susurró ella, justo antes de que Benjamin volviera a besarla.


-Eso es lo que se llama un reencuentro en toda regla -observaba la escena Peter, con expresión divertida.


-Bien hubiera querido Ulises que Penélope lo hubiera recibido así cuando retornó de su Odisea -sonrió Emmett. -Dejémoslo, lo merece después de haber cumplido con su cometido con tanto éxito.


-¿La investigación ha dado frutos? -preguntó Peter con cierta expectación.


Emmett sacó del morral que colgaba de un costado de Goliath el hatillo que Benjamin le entregara horas antes y, al desenvolverlo para mostrárselo, el rictus de Peter, quien había comprendido al instante, se endureció, con una mezcla de horror y aprensión.


-Por suerte he tenido varios hombres vigilando -alegó Peter.


-Eso me tranquiliza -reconoció Emmett mientras volvía a cerrar el hatillo y lo colocaba en la parte trasera de su pantalón.


-Yo me hago cargo -se ofreció. -Tú deberías ir a hablar con el Rey.


-Lo sé -reconoció cabizbajo.


-Está en su escritorio con el Príncipe Edward y el Príncipe Jacob - le indicó.


-¿El Príncipe Jacob? -preguntó extrañado.


-Es una larga historia -se encogió de hombros. -Mejor la dejamos para luego.


-Y...


-El día que abandonaste el Reino, amaneció enferma -leyó su pensamiento. -Desde entonces, no ha abandonado su recámara.


Emmett sintió rigidizarse todos los músculos de su cuerpo al escuchar aquello.


-Pero está...


-Calma -agitó sus manos. -No parece que sea nada grave, aunque yo estoy completamente seguro de que sanará pronto ¿verdad? -agregó con declarada insinuación.


-Eso espero -suspiró él.


-Vé -lo alentó palmeando su hombro. -Todo irá bien.


Emmett, asintió con la cabeza y se encaminó hacia el interior del Palacio, hacia cualquiera que fuera su destino.


-No exageres, Jasper -le recriminaba Rosalie a su hermano.


-No exagero -discrepaba él mientras la instaba a sentarse en el diván. -No hay más que mirarte.


-¿Me has hecho venir sólo para sermonearme? -inquirió Rosalie dirigiendo su mirada al escritorio donde Jacob y Edward se esforzaban por mantenerse ajenos a la conversación.


-No -hizo él un mohín. -Quería decirte que si en realidad te disgusta que el Duque permanezca aquí, puedo hablar con él y, apelando a las circunstancias en que estamos inmersos, pedirle que se vaya. Amablemente, por supuesto -remarcó la última parte.


-¿Harías eso por mí? -preguntó ella con expresión aliviada.


-Rosalie, eres mi hermana. ¿Qué esperabas? -repuso él con cierto enojo. -Me molesta que no hayas sido capaz de confiar en mí. Si te desagrada la presencia de James, no hay ninguna necesidad de continuar con esta farsa.


-Pero...


-Buenas tardes -la voz grave de Emmett resonó en la estancia haciendo que todos desviaran la mirada hacia la puerta que estaba abierta.


Emmett aguardó en el umbral a que le permitieran entrar y tuvo que hacer gala de todo su temple al ver a Rosalie allí, forzando a que su expresión se mostrará impasible ante aquello tan inesperado y, a la vez, tan deseado. La observó durante un instante, lo justo para guardar las apariencias frente a los demás, pero lo suficiente para comprender a lo que se refería Peter. Su extrema palidez, sus rasgos pesarosos, entristecidos, el brillo mortecino de sus ojos de un azul casi cenizo que, sin embargo, le habían parecido destellar al verlo. Se esforzó por desplazar aquellos pensamientos e inclinó su cabeza a modo de saludo. Había otros asuntos que debía resolver antes.


-¡Emmett! -exclamó Jasper con sorpresa mientras lo instaba a entrar. -No esperaba noticias tuyas tan pronto.


-Ni de esa guisa -añadió Edward divertido. -¿Te han nombrado Capitán? -agregó señalando sus ropas.


-Estás de broma ¿no? -preguntó Jacob ceñudo.


-¿De broma? -se extrañó Edward. -No te entiendo.


-Ninguno te entendemos -apostilló Jasper y Emmett contuvo la respiración al ser consciente de que el momento de la verdad había llegado y no de la forma que él esperaba.


-Emmett es el Capitán de Asbath desde hace varios años -despejó finalmente Jacob sus dudas.


Los rostros de Edward y Jasper, incluso el de Rosalie no dejaban lugar a dudas del desconcierto que aquella afirmación les producía.


-No puedo creer que no lo supierais -aseveró Jacob asombrado. -Pero si Emmett fue quien comandó a los ejércitos aliados en la Batalla de Teschen, incluso yo combatí bajo sus órdenes. Creía que vosotros también habíais luchado -prosiguió sin ser apenas consciente de lo que estaba revelando.


Tanto Jasper como Edward se voltearon a mirarlo, excepto Rosalie, que había bajado su rostro, apretando sus manos en su regazo. Emmett mantuvo sus miradas, aunque sin altivez, esperando cualquiera que pudieran ser sus reproches.


-Aquello coincidió con los funerales por la muerte de mi tío -rompió el silencio Edward que seguía mostrándose atónito. -Ni mi primo ni yo pudimos combatir pero si es cierto que mandamos a un grupo de hombres de nuestros ejércitos para que apoyasen la causa.


-Así que eras tú -apuntó Jasper.


-¿Quién? -quiso saber Edward.


-Cuando Peter regresó de la batalla y me narró lo acontecido me habló de la gran hazaña del joven comandante que había guiado a las tropas a una victoria impecable, sin apenas bajas en las filas aliadas, aunque mermando de modo implacable las fuerzas enemigas.


Emmett escuchó aquellas palabras con sorpresa, y ya no sólo por la generosa apreciación de Peter sino porque, aunque apenas se atrevía a creerlo, pareciera que el Rey se refería a él con cierta admiración.


-Peter era consciente de quien eras ¿verdad? -aventuró Jasper.


-En realidad todos los muchachos, Majestad -admitió Emmett con tono de disculpa.


-¿Y por qué, sin embargo, te presentaste ante nosotros como guardia de la entonces Princesa Alice? -le cuestionó con calma, sin la brusquedad que Emmett habría esperado.


-Porque en aquellos entonces lo era -le aclaró. -Hasta hace unos días que regresé a Asbath y volví a ocupar mi antiguo cargo.


-Somos todo oídos -se cruzó Jasper de brazos, apoyando su espalda en el escritorio, como clara indicación de que deseaba y esperaba oír toda su explicación. Emmett bajó la vista tomando aire y comenzó su relato.


-Como bien os ha indicado el Príncipe Jacob y, a pesar de mi juventud, hace varios años que ostento el cargo de Capitán del Ejército de Asbath. Al poco tiempo de mi nombramiento me llegó información de una fuente nada fidedigna de que el Rey Laurent trataba de atentar contra la vida de nuestro Rey. Aquello coincidió con una época en la que sufrimos incontables ataques por parte del Reino de Adamón así que decidí tomar cartas en el asunto. Si recordáis, cuando os hablé sobre el intento de secuestro de la Princesa...


-¿Trataron de secuestrar a Alice? -le interrumpió Rosalie que miraba estupefacta a su hermano quien, con un gesto de su mano, le indicaba que ya habría tiempo para relatarle aquello.


-Sí, recuerdo que me hablaste acerca de un infiltrado -continuó Jasper con el hilo de la conversación.


-Yo fui quien se infiltró en el Reino de Adamón -le confesó Emmett.


-¿Tú, siendo el Capitán? -Jasper no comprendía.


-El Rey tampoco estaba de acuerdo con mi decisión pero no quise arriesgar la vida de ninguno de mis hombres, a pesar de estar ampliamente cualificados. Sabía que era una misión suicida y mi conciencia no me lo permitía.


-Eso te honra -admitió Jasper a lo que Emmett asintió agradecido.


-Varios meses estuve malviviendo en aquel castillo, como un simple yegüero, un mozo de cuadras.


-Por eso sabes tanto de caballos -intervino Edward.


-Sí -afirmó él. -El trabajo era relativamente sencillo y me permitía estar cerca del castillo y del Cuartel de Guardias. Fue entonces cuando descubrí los planes del Rey Laurent de secuestrar a la Princesa Alice. Huí de allí con el tiempo justo de avisar a mis hombres y preparar una emboscada a aquellos malditos -apretó los puños contra sus muslos. -Como ya sabéis, vencimos pero yo -titubeó mientras llevaba una de sus manos de forma inconsciente a su abdomen, -yo fui herido de gravedad. Con seguridad habría muerto de no ser por mis hombres y por los cuidados de la Princesa -reconoció.


Esa revelación conmovió a Jasper, sabía de la naturaleza generosa y desprendida de su esposa y aquello se lo reiteraba. Volvió a agradecer que la Providencia hubiera procurado que se encontrara en su camino, llevándola a su vida y colmándolo de dicha.


-Creí que ella no sabía nada de aquella tentativa de secuestro -aventuró Jasper.


-Y no lo supo -le confirmó. -Creyó que era simplemente un ataque más.


-Entiendo -repuso Jasper.


-Durante el largo tiempo que duró mi recuperación -continuó Emmett, -un muchacho muy capaz ocupó mi puesto y, después, viendo que mi cargo quedaba en buenas manos decidí pagar aquel gesto de la Princesa ofreciéndole a su padre mi protección, escoltándola, sabiéndola blanco de la demencia del Rey Laurent, hasta que llegara el día en que ya no fuera necesaria mi custodia.


-¿Y crees que ese momento ha llegado? -cuestionó Jasper viendo que había recuperado su rango.


-En realidad mi intención era marcharme después de vuestro matrimonio -admitió él, -pero bien sabéis que el principio resultó un tanto duro así que decidí no alejarme, hasta que no me convenciera de que ella era realmente feliz y, cuando al fin sus ojos volvieron a brillar, reconozco que aquel día debería haber vuelto a Asbath -añadió Emmett recordando que fue lo que lo retuvo en ese castillo o, mejor dicho, quien; aquella que ahora lo miraba con una mezcla de asombro y orgullo en sus ojos y de forma tan intensa que lograba aturdirlo. -Cuando decidisteis luchar -prosiguió -vi la oportunidad de volver, de escapar -pensó.


-Por eso me asegurabas que el Ejercito de Asbath lucharía -recordó Jasper aquel momento.


-Sí, Majestad -respondió Emmett con la culpabilidad reflejada en su rostro.


-Y ahora vienes a informarme de que tus hombres están listos ¿no? -supuso él.


-En realidad no, Majestad. Si es cierto que vuestro ejército -Emmett hizo hincapié en ello, -está preparado, pero pensaba mandar a un grupo de soldados mañana para avisaros.


-¿Entonces...?


-Lo que me ha traído hoy aquí es algo mucho más grave de lo que yo alcancé a imaginar -alegó con gravedad en su voz. -Y os ruego, a todos, que me permitáis apelar a vuestra comprensión y a la certeza de que mi proceder fue siempre pensando en vuestra tranquilidad, jamás creí que ponía en riesgo vuestra seguridad.


-Está bien -accedió Jasper con cierta impaciencia.


-Todo comenzó con la llegada del Duque James -les contó. -Yo ya le había hecho partícipe a la Princesa Bella de que su rostro me era familiar pero no era capaz de situarlo. Su alteza trató de disuadirme de esa idea pero no pude evitar inquietarme. Fue entonces cuando, en los juegos, escuché a vuestra hermana hacer referencia a una batalla en la que él había participado, la de Teschen, y aquello me alertó.


-¿Por qué? -preguntó Rosalie al verse aludida.


-Porque el Reino de Bogen no participó en aquella batalla, Alteza -le respondió tratando de controlar el temblor de su voz al dirigirse a ella, directamente. -Se mantuvieron neutrales en aquella contienda.


-Nadie mejor que tú para saber eso, claro -intervino Edward.


-Si, y me consta que nadie luchó fuera de sus filas por lo que no había posibilidad de que él hubiera participado bajo otra bandera -agregó. -En un principio pensé que únicamente estaba alardeando frente a la Princesa pero después, todos pudieron comprobar su "nobleza" a la hora de luchar conmigo.


-Ciertamente -apostilló Edward quien recordaba perfectamente su modo indigno de luchar al golpear a Emmett en el yelmo.


-Soy de naturaleza desconfiada -reconoció Emmett -y, tras comentarlo con Peter decidimos que no perdíamos nada por enviar a Benjamin a Bogen a ver si averiguaba algo.


-Emmett, puedo entender que en aquel entonces no me informases por que, en realidad, había pocas bases para tu sospecha pero, te recuerdo que cuando partiste hacia Asbath, James ya llevaba aquí varios días.


-Tenéis razón, Majestad, y eso mismo alegó Peter antes de que me marchara -admitió, -pero es que seguía sin haber ninguna base para mi desconfianza, ni siquiera era una sospecha, era una simple corazonada. Tal vez el Duque estaba siendo el blanco de mi bien declarada antipatía hacia él. Aún así, por precaución, Peter me acaba de informar de que ha tenido a varios hombres vigilándolo.


De repente, Emmett hincó una de sus rodillas en el suelo, apoyando sus manos en la otra, y bajando el rostro con gesto arrepentido.


-¿Pero que haces, Emmett? -preguntó Jasper que lo miraba atónito, al igual que todos los demás y se apresuró a tomarlo de los hombros para que se irguiera.


-Necesito suplicar vuestro perdón -declaró con pesadumbre. -Por no informaros de esto antes y haberos puesto en peligro.


-Eso es innecesario -espetó Jasper. -Con lo que me has contado ahora, que imagino habría sido lo mismo que me habrías comunicado antes de marcharte a Asbath, no habría hecho más que ordenar lo que Peter ha previsto -aseveró disculpándolo. -A no ser que en esos entonces supieras algo más que aún no me has dicho.


-Nada, Majestad, os lo juro -le aseguró con firmeza.


-Sin embargo hay algo más ¿verdad? -sugirió Edward.


-Sí Alteza, y tan pronto como he sido conocedor de ello me he apresurado a volver -le indicó.


-¿Qué ocurre? -quiso saber Jasper quien, a pesar de todo se mantenía calmado.


-Esta mañana, Benjamin, volviendo de Bogen se ha encontrado con nuestro asentamiento en La Encrucijada y ha acudido a hablar conmigo. Ahí ha sido cuando me ha entregado esto -agregó mientras tomaba el hatillo y lo mostraba frente a ellos, desenvolviéndolo.


-¿Una flecha? -preguntó Jasper.


-Un momento, esas plumas no son...


-Sí, Alteza, de cóndor -corroboró las sospechas de Edward.


-Es una flecha idéntica a la que te hirió a ti, Jasper -añadió. -Entonces, James...


-Asesinó al verdadero Duque de Bogen para suplantarlo -concluyó la afirmación por él. -Mostrando interés por la Princesa y cortejándola se aseguró de poder visitarla de nuevo y ya hemos visto cuales han sido las consecuencias. Ha atentado contra vos y ahora está al tanto de todos nuestros movimientos contra su Reino.


-¡Hay que detenerlo, apresar a ese malnacido inmediatamente! -exclamó Jasper que se mostraba alterado por primera vez desde que Emmett llegara allí.


-Peter me ha asegurado que se hacía cargo de la situación mientras yo os informaba -trató de calmarlo.


-Está bien -respiró con cierto alivio.


-Que me aspen si llego a imaginar algo así -intervino Jacob que había tratado de mantenerse al margen en la conversación. -Habéis tenido al enemigo bajo vuestro mismo techo sin sospecharlo siquiera.


-Y no un enemigo cualquiera -apostilló Emmett. -Por desgracia no he ido ha recordar quien era James hasta que Benjamin me ha contado todo. Ha sido al relacionarlo con el Reino de Adamón que he ido a situar el momento y lugar donde vi su rostro, una sola vez, pero que jamás debería haber olvidado. ¡Maldita sea! -blasfemó apretando su mandíbula. -Y pensar que él mismo lo había dicho.


-Claro, en la Batalla de Teschen, pero del lado enemigo -sugirió Jacob.


-Fue uno de los primeros cobardes que huyó -escupió con rabia, -acompañando al Rey Laurent.


-¿Quién es? -inquirió Edward con perspicacia.


-La mano derecha del Rey, su perro guardián, el brazo ejecutor, quien se encarga del trabajo sucio. Su fama de sanguinario es igual de amplia que la lista de vidas que ha arrebatado -les explicó con el desprecio inundando su boca.


-Quien iba a suponerlo -sacudía Edward la cabeza con incredulidad. -Con aquellos aires de grandilocuencia, tan refinado y tanta palabrería banal.


-En el tiempo que estuviste en su castillo, ¿no volviste a verlo? -se extrañó Jasper.


-Como buen sabueso que es, James no se separa del Rey Laurent, quien jamás se mezclaría entre la plebe -le aclaró. -Con todos mis respetos, su carácter no es tan afable como el vuestro, Majestad. Fijaos -bajó su rostro avergonzado. -Estáis hablando conmigo como si todo esto fuera ajeno a mí, cuando merecería que me azotasen por mi imprudencia y temeridad.


-No digas más sandeces -lo atajó Jasper. -Si no fuera por que gracias a tu "corazonada" mandaste a Benjamin a Bogen quien saber lo que habría sido de este Reino. Jamás lo habríamos descubierto hasta que hubiera sido demasiado tarde.


-Aún así...


-Ya sé Emmett, deberías habérmelo dicho -lo cortó, -y yo te repito que habría hecho lo mismo que Peter. Supuestamente, James era un noble y, en aras del honor, ni siquiera yo me habría atrevido a ir más allá de vigilarlo -agregó volviendo a excusarlo. -Aunque debo admitir que sí habría actuado de forma diferente si hubiera sabido quien eras tú.


-¿A qué os referís, Majestad? -preguntó confuso.


-Emmett, a veces parecías un mozo de cuadra -frunció los labios con desaprobación.


-Os recuerdo que nadie me obligaba a ello, Majestad y no veo de que otra forma deberíais haberme tratado -alegó. -Al contrario, fue mucho más de lo que merecía, ya hubiera sido como guardia o como capitán. Al menos, en Asbath, el Capitán sigue durmiendo en el Cuartel de Guardias y no comparte la mesa con los Señores.


-Eso te lo ganaste por méritos propios, como ya te dije en su día -le reiteró, -y no quiero...


-¡Majestad! -el gritó desde el pasillo de Peter los alertó.


-¡¿Qué ocurre? -bramó Jasper al verlo llegar con el rostro desencajado y las manos y el pecho ensangrentados.


-¡James ha escapado!


-Pero, ¿cómo? -lo miró sin comprender. -¿No había hombres vigilando?


-¡Esta sangre es de ellos! -le dijo con la voz rota y mostrando sus manos. -Ese maldito no ha dudado en matarlos. Al igual que al guardia del portón norte.


-¿Por qué? -Jasper no entendía. -Podría haberse ido sin más.


-Para llevarse a la Reina Alice con él -espetó Peter sin rodeos.


-¡Qué barbaridad estás diciendo! -tomó al joven de los hombros.


-Majestad, la Reina ha desaparecido -le explicó. -Hemos registrado todo el castillo y no la encontramos por ningún lado.


-Yo la dejé hace un par de horas en su jardín -exclamó Jasper presa del pánico. -¿La habéis buscado ahí?


-Ha sido el primer lugar, Majestad. Hemos encontrado esto en el suelo.


Peter extrajo de la parte trasera de su pantalón un libro, "Razón de amor" -leyó Jasper en la portada y, de repente, sintió detenerse el latido de su corazón, como si toda la sangre hubiera abandonado su cuerpo. Se volteó soltando el libro sobre el escritorio, apoyando sus manos en el mueble, cabizbajo, sin fuerzas, con las nauseas abordando su garganta y temblando todo él, horrorizado ante aquella realidad.


-Jasper -posó Edward sus manos sobre sus hombros. -Sería un buen momento para que hicieras gala de todo tu temple y control que suelen caracterizarte. Te ruego que no te dejes llevar por la desesperación.


-Juro por mi alma que ese maldito pagará por todo lo que ha hecho -maldijo Jasper con la voz inyectada en odio. -Si algo le ocurre a Alice yo mismo le arrancaré el corazón con mis propias manos.


-Si hubiera querido dañarla ya lo habría hecho -se atrevió a apuntar Edward.


-Lo sé -repuso Jasper más calmado. -Sé que Laurent querrá utilizarla como baza a su favor.


Edward observó a su primo con gran admiración. A pesar de todo, aquel dominio suyo seguía siendo firme ante cualquier adversidad, incluso ante esa que bien sabía lo estaba hiriendo en lo más profundo.


Entonces Jasper inspiró hondo, tratando de llenarse de esa calma a la que Edward había hecho referencia, y ya no sólo por complacencia sino porque él mismo lo necesitaba, necesitaba tener la mente despejada, la cabeza fría, tanto como aquel dolor que le atravesaba las entrañas le permitiera. Moriría si algo le pasaba a Alice pero no la ayudaría si se dejaba dominar por aquel terror que apenas le dejaba moverse. Dio media vuelta apoyando de nuevo la espalda en el escritorio y observó a los demás. Sí, la salvaría, a como diera lugar, y sabía que no lo haría sólo, que contaba con el apoyo de todos, ellos le ayudarían en aquella cruel empresa que le había interpuesto la Fatalidad. Tanto Edward como Jacob lo miraban expectantes, deseosos de seguir sus instrucciones, Peter con los puños cerrados y el rostro retorcido de furia esperaba cualquiera que fuera su orden, su hermana limpiaba de forma fugaz las lágrimas que corrían por sus mejillas, tratando de guardar la compostura y Emmett, apoyado en el quicio de la puerta, aguardaba con los brazos cruzados sobre su pecho, intentando ocultar sus manos trémulas y con el rostro desdibujado por la culpabilidad.


-Quítate esa idea de la cabeza -le ordenó Jasper de súbito, sorprendiendo todos, habiendo recuperado la serenidad en su voz.


-Majestad -masculló Emmett con aire derrotado.


-¿Aún no has entendido que esto escapaba por completo a tu control? -dijo tratando de disuadirlo. -Hemos estado a merced de ese miserable desde el día que se presentó en mi matrimonio. Ese mismo día podía habernos matado a todos sin piedad y poco podrías haber hecho tú para impedirlo.


Jasper se acercó a él y posó una mano en su hombro, con gesto conciliador.


-Nada de esto es culpa tuya -le repitió. -Es culpa del malnacido de Laurent y sus ansias de sangre y poder.


-¿Qué ordenáis Majestad? -inquirió Peter impaciente.


-¿Crees que mandará a alguien para informarnos de sus exigencias? -aventuró Edward.


-No -negó Jasper. -Ese cobarde querrá que nos mostremos ante él, en cambio abierto.


-Entonces lo haremos -agregó Emmett con el semblante endurecido. -Como ya os dije, los hombres están listos.


-Emmett, me consta que siempre habéis resistido los ataque de Laurent y, el hecho de que estuvierais replegados entre las murallas de Asbath imagino que os habrá ayudado.


-¿A dónde quieres ir a parar? -lo interrumpió Edward que no entendía aquel alegato.


-A que no quiero dejar el castillo desprotegido -le aclaró. -Cabe esperar cualquier cosa de la mente retorcida de esa sanguijuela.


-La mitad de nuestros hombres resistiría sobradamente si permanecen afinados tras los muros -le indicó Peter.


Jasper asintió y volvió a mirar a Emmett, en espera de una respuesta.


-Con el resto de hombres y el ejército de Asbath sería suficiente para acabar con esa plaga -le corroboró Emmett.


-Pues no perdamos más tiempo -decidió Jasper. -Peter, tú alista a los hombres mientras nosotros informamos de todo a nuestra familia. Emmett, tú...


-Sólo necesito unos minutos para refrescarme y cambiarme de ropa -declaró él. -Me reuniré con vos en un momento.


-Sí -accedió Jasper. -Después de tu largo viaje es comprensible.


-Con permiso -se inclinó dispuesto a retirarse.


Le dedicó una última y breve mirada a Rosalie, que seguía en el diván con expresión compungida. Por un instante ella le devolvió el gesto y Emmett quiso, con sus ojos como único instrumento, gritarle todo lo que tenía en su interior. Se alejó de allí habiendo deseado pasar aunque solo hubiera sido un segundo con ella a solas para besarla, abrazarla, tocarla al menos, poder transmitirle con un leve roce todo lo ella significaba para él.


Cuando entró en la que había sido su recámara, lo que había sucedido en aquel escenario le golpeó con fuerza y vio con ironía como todo se mantenía intacto, ajeno a la debacle que se estaba dando fuera. Se alegró de no haberse llevado la totalidad de sus cosas la última vez y se apresuró a registrar en su baúl, un pantalón, una camisa y, del fondo, una brigantina de cuero. Ni siquiera sabía porqué había incluido en su equipaje su uniforme de Capitán, aunque ahora le sería de utilidad.


Para su asombro, la jarra de la cómoda tenía agua, como si, efectivamente, alguien se hubiera encargado de que todo siguiera igual, como si hubieran tenido la certeza de que él regresaría pronto. Volcó el contenido del recipiente en el aguamanil y agradeció su frescura.


Con premura se colocó el pantalón y estaba tomando la camisa cuando alguien irrumpió en la habitación, cerrando de un golpe. Emmett no prestó atención a como la prenda se resbalaba de sus manos, sus sentidos estaban completamente enfocados hacia la puerta donde se apoyaba, con respiración agitada, la dueña y señora de su vida.


Emmett casi no se atrevía a moverse, temía que si lo hacía aquella imagen se fuera a desvanecer, tenía que ser un sueño el tenerla frente a frente como tanto había deseado. Estudió sus ojos, anhelantes y que, mágicamente habían recuperado su deslumbrante brillo y que era a causa de él, tenía que serlo.


-Emmett -la escuchó susurrar con la voz quebrada y aquella fue la catálisis que hizo despertar a su cuerpo. Con un par de zancadas se posicionó frente a ella y sin pedir permiso o preguntarse que la había llevado a su habitación la tomó entre sus brazos y la besó con infinita pasión, queriendo arrancar con sus labios aquel dolor que él les había infligido a ambos, queriendo obligarla a olvidar el sufrimiento por el que la había hecho deambular y que a él tanto le atormentaba. Al cabo de unos instantes sintió como Rosalie alzaba sus manos hacia su pelo, exigiéndole una mayor proximidad de sus bocas y sus cuerpos, arqueándose contra él y haciéndolo gemir ante su arrebatadora respuesta. Apretó los puños en los pliegues del tejido que vestía su fina cintura y la unió más a él, devorando sus labios con afán, tratando de saciar aquella sed que lo había consumido todos aquellos días llenos de su ausencia.


Dejó atrás toda su sensatez, su tan arraigado sentido común, hasta su honor, nada de eso importaba ya. Sólo estaba Rosalie y la certeza de que moriría antes del volver a separarse de ella. La Fortuna le estaba otorgando la dicha de que aquel amor siguiera intacto en el corazón de ella y él no osaría jamás a cometer de nuevo la estupidez de rechazarlo.


-Estaba empezando a temer que este momento no llegara nunca -le confesó ella sobre sus labios.


-¿Entonces aún no sabes que mi vida está condenada sin ti? -musitó él fundiendo sus negras orbes en las suyas.


-¿Significa eso que ya no te irás, aunque te marches ahora? -preguntó suplicante.


-Claro que no -le aseguró él. -Parto a luchar porque tengo miles de motivos para hacerlo pero existe uno, mucho más importante que todos ellos juntos, que me hará regresar a ti.


-Dime qué es -le suplicó ella. -He de escucharlo de tus labios.


-Eres tú, Rosalie -le dijo. -Tú eres mi razón para existir, el impulso que hace latir mi corazón, la sangre que recorre mis venas, el aliento que le da la vida a mi alma. Sin ti no soy nada.


Rosalie se lanzó a sus labios mientras las lágrimas comenzaban a surcar sus mejillas, tan distintas a las que las había acompañado todos esos días. Ellas eran la catarsis de su propia alma, expulsando todo ese dolor, borrándolo como ablución purificadora. Su sal pronto quedó cubierta por el intoxicante sabor de aquellos labios que la poseían con desenfreno, como jamás lo habían hecho.


-Prométeme que volverás a mí -le exigió. Sabía que no podría soportar de nuevo su abandono.


-Te lo juro, mi hermosa princesa -respiró sobre su boca. -Estaré a tu lado mientras tú lo quieras.


-Te advierto que será para siempre -le sonrió ella coqueta.


-Que así sea -susurró antes de volver a besarla... nunca se saciaría de ella.


-¿Por qué nunca me lo dijiste? -le preguntó separándose un poco de él, haciendo deslizar los dedos por su torso desnudo, recorriendo la cicatriz que lo cruzaba.


-Perdóname -suspiró él pesadamente. -No pienses que fue por desconfianza -le pidió. -Simplemente no creí que eso pudiera ser de ayuda en nuestra situación. ¿De qué habría servido?


-Para estar aún más orgullosa de ti, mi gallardo Capitán -le sonrió con picardía mientras jugueteaba con la punta de sus dedos por aquella línea sonrosada, como si no fuera consciente de lo que aquel roce producía en él.


-¿Ah sí? -sonrió él con complacencia y malicia.


-Aunque, pensándolo bien, eso me habría entristecido más -añadió ahora con seriedad, deteniendo su caricia y bajando su rostro. -Tal vez incluso habría alimentado mi rencor hacia ti.


-¿Por qué dices eso? -le alzó él la barbilla para que lo mirara.


-¿Dónde quedó tu valentía cuando te marchaste? -le dijo ella casi con reproche.


-Sí que salí huyendo, Rosalie -reconoció, -pero no por cobardía. Me sobraba arrojo y valor para subirte a lomos de mi caballo y arrancarte de este castillo -le aseguró. -Y fue de eso mismo de lo que huí. Sabes que nunca creí ser digno de ti, que merecías a alguien mejor que yo.


-¿Y ya no lo crees? -preguntó ella con un tizne de esperanza en sus ojos.


-La verdad, no sé si te merezca o no -admitió. -Y puedes tacharme de egoísta si quieres. Sólo sé que te necesito, como el aire, en mi vida, amándome, amándote y no pienso renunciar a ti. Soy capaz de luchar contra el mundo con tal de tenerte conmigo, incluso soy capaz de obligarte.


-No tendrás necesidad -le declaró ella con mirada emocionada, con el corazón lleno de dicha ante aquella declaración.


-Júramelo -le rogó él.


-Te lo juro -selló ella su voto fundiendo sus labios con los suyos. Para Emmett aquello fue la más sagrada de las promesas y así se lo hizo saber, correspondiendo a su beso con entrega, depositando en él todo su corazón y sus sentimientos, todo su amor.


-Júrame tú a mí que vas a volver -aseveró con angustia. Emmett supo al instante a qué se debía su inquietud.


-Será él quien caiga bajo el filo de mi acero -le aseguró, lanzando aquel augurio al aire. -Por mi vida que ese maldito pagará con la suya, y no sólo por lo que le ha hecho a Alice sino por haber osado a mirarte, a hablarte.


Emmett suspiró tembloroso, con un escalofrío de espanto recorriendo su espalda.


-Cuando pienso en que has estado a su alcance y expuesta a su mente perversa yo...


-No pienses más en eso -posó sus dedos sobre sus labios, cayándolo. -Sólo quiero que pienses en tu juramento, recuerda que me has jurado volver -le repitió ella.


-Está bien -repuso él, aunque si abandonar su expresión de culpabilidad.


-Abrázame, Emmett -le pidió ella, con la única intención de borrar aquella idea de él. Y él obedeció, sumiso, uniendo su cuerpo al de ella, deseoso de llegara el día en que no tuvieran que separarse más.


-Creo que debería irme ya -se lamentó él. -Quizás ya estén esperándome.


-Es cierto -afirmó ella, separándose de él y recogiendo del suelo su camisa, colocándosela, con toda naturalidad. Emmett sonrió ante aquello, sin poder evitar el preguntarse cuando Rosalie podría volver a hacerlo pero como su esposa.


-Reconozco que extrañaré al guardia altanero que un día conocí -suspiró con fingido lamento mientras le ayudaba a colocarse la brigantina, -pero debo admitir que luces muy atractivo enfundado en tu uniforme, mi apuesto capitán -añadió con sonrisa frívola.


Emmett no pudo reprimir una carcajada y la abrazó agradecido, por hacerlo capaz de sonreír a pesar de la tragedia que estaban viviendo.


-La salvaréis, ¿verdad? -reflejó ella en voz alta el pensamiento de ambos.


-¿Crees que tu hermano permitiría lo contrario?


-No -aseveró ella con seguridad.


Emmett la observó por unos segundos, acariciando con suavidad su mejilla. Quería llevarse con él esa imagen de ella, radiante y hermosa y, lo más maravilloso, enamorada de él; sería la que lo acompañaría en aquella lucha y la que con certeza lo haría volver.


-Creo que deberías ir delante -anunció Emmett el momento de la despedida.


Rosalie no respondió, se limitó a besarlo por última vez. Pero esta ocasión no sería como aquella en que se separaran. Ese no sería un adiós, ni tendría su mismo sabor amargo. Ese momento estaba lleno de promesas y sueños por cumplir, simplemente pospuestos, aplazados y convencidos ambos de que llegaría el día en que se hicieran realidad.


-Te amo -le dijo Rosalie como despedida.


-Te amo -respondió él antes de verla alejarse.


Cuando Emmett salio a la entrada principal, se sobrecogió al ver como los hombres iban desfilando a lomos de sus caballos, iluminado su transitar por sendas procesiones de antorchas que bordeaban ambos lados de la senda que formaban, hasta llegar al portón principal, atravesando ya el puente levadizo, firmes, erguidos, leales y entregados a aquella lucha. Al pie de la escalinata que ya había empezado a descender vio a Edward y Carlisle despidiéndose de sus esposas, a Peter de Charlotte e incluso a Jacob, que se había unido a ellos y que besaba a quien recordaba era la Princesa Leah. Desvió la vista para buscar a Rosalie y la vio frente a él, abrazando a su hermano, deseando ser él quien ocupara su lugar. Sin embargo, le reconfortó el simple hecho de que ella le dedicara la más hermosa de las miradas y lo envolviera con su sonrisa. Con gesto disimulado y sutil, Rosalie alargó una de sus manos, separándola un poco de su cuerpo, justo en el momento en que Emmett pasaba por su lado al dirigirse a su caballo, tomando la suya, por un sencillo segundo y estrechándola por un instante, llenándolo de gozo con aquel impulso suyo.


Sí, aquello sería suficiente... hasta su regreso.


Por fiss mis angeles dejen sus comentarios al final

jueves, 1 de julio de 2010

Inmortal

Capítulo 24: El engaño

Comenzaba a acabarse el día y él seguía sin poder sosegarse. El cielo había estado todo el tiempo pintado con lúgubres sombras, el sol se había negado en filtrar hasta el más mínimo rayo de luz. Miró hacia el horizonte que le mostraba el espeso bosque. Sus tierras. Parecían tan sombrías sin ellas, sin sus adoradas hermanas.

Un par de cálidos y conocidos brazos enrollaron su cintura.

–¿Qué ocurre? – Le preguntó Victoria. Él se giró para encararla

–Estoy un poco triste –confesó

–Tus hermanas regresarán pronto – alentó la mujer. Él se inclinó y besó sus labios, agradeciendo su apoyo.

–También estoy un poco preocupado – agregó, viendo de nuevo hacia la ventana

–¿Por qué?

–Ya casi anochece...

–No han de tardar en llegar – tranquilizó Victoria, regalándole una sonrisa que él correspondió con otro beso, mucho más pasional

Ella no tardó en pasear sus manos por su pecho – Es más, creo que podemos hacer algo para que el tiempo se pase más rápido

Con un pequeño gruñido, James rodeó su cintura y comenzó a guiarla hacia la cama. Ahí se amaron, con la misma, o quizás más, pasión que la primera vez. Y es que no importaba cuántos años, décadas o siglos transcurrieran, sus caricias, sus besos, su entrega, sería siempre tórrida, vibratoria, dulce...

No por nada James había visto en Victoria la compañera perfecta para pasar todos los siglos de vida que se le presentaban ante la inmortalidad. Recordaba ese día como si no hubieran pasado ya ochenta años. El cómo se había sumergido en el fuego de su mirada, mientras ella le sonreía, invitándolo a acercarse... La amó desde el primer instante en que su mano asió la suya. Y la seguía adorando de la misma manera, dando gracias por haberla encontrado, con cada nuevo amanecer.

–La lechuza está cantando – murmuró James, distraído, mientras acariciaba la espalda de la pelirroja, quien descansaba su cabeza sobre su pecho – dicen que su canto augura muertes.

Victoria alzó el rostro y un escalofrío le recorrió el cuerpo al divisar la pérdida mirada de su esposo. Tomó su rostro entre sus manos y le obligó a fijar sus ojos en los suyos, para que su atención se posara en ella y no en esos pensamientos que tanto horror le causaban.

Él sonrió, consciente de los sentimientos de su esposa, y besó la punta de su nariz para tranquilizarla.

–Lo siento – dijo – Era solo un comentario. Bien sabes que yo no podría abandonar este mundo, estando tú en él.

Victoria comenzaba a relajar los hombros, para cuando violentos golpes llamaron a la puerta.

–Adelante – indicó James, cubriendo a su mujer con las sábanas y calzándose las ropas. Un agitado guardia penetró la habitación, efectuando una rápida reverencia – ¿Qué es lo que pasa?

–Uno de los hombres que escoltaba a las princesas ha regresado, muy mal herido, y ha dicho que los vampiros han atacado el carruaje.

El rostro de James palideció al instante

–Mis hermanas – musitó, levantándose de la cama, previendo lo peor – ¡¿Dónde están mis hermanas?

–Las princesas han sido secuestradas por esas bestias

–¡Maldición! – exclamó, con notoria angustia – ¡Trae a ese hombre! Necesito hablar con él

–Lo que me pide es imposible, señor – se disculpó el guardia – él murió en cuanto terminó de hablar

–¿Y el resto?

–Hasta donde sabemos, los vampiros sólo lo dejaron a él con vida, para que viniera y diera a conocer la noticia. Hemos enviado a hombres al bosque, para buscar algún sobreviviente, pero... las probabilidades son pocas

El príncipe suspiró y se apretó el puente de la nariz, intentando encontrar un poco de sosiego. Nada ganaba con alterarse, pero sentía la sangre hervirle y bombearle cada milímetro de sus venas.

–¿Mi padre ya lo sabe?

–Pensé que lo mejor era avisarle a usted primero

–Ve entonces a buscarle – ordenó – también informa de esto al joven Jacob.

El guardia asintió y se marchó al segundo siguiente. En cuanto la habitación quedó a solas, James se dejó caer sobre la cama y hundió el rostro entre sus manos.

–James, todo estará bien…

–Si esas bestias llegan a dañarlas…

–Las encontrarás a salvo – insistió Victoria.

–Tengo que hablar con mi padre – se despidió, girándose para besar su frente

.

.

.

–¡Malditos monstruos! – el puño de Jacob golpeó el grueso roble de la mesa. Los tendones de sus brazos resaltaban y su cuerpo había comenzado a temblar, de manera violenta, previniendo una transformación que, sabía él, no llevaría a nada.

Cerró ferozmente los ojos y tomó tres profundas bocanadas de aire para controlar el fuego que comenzaba a expandirse por sus venas.

–Lo siento – masculló. El Rey Charlie se atrevió a posar una mano sobre su hombro

–Agradezco mucho la preocupación que tienes por mis hijas.

La puerta de la sala se abrió en ese instante, mostrando un extenso número de guerreros.

–¿Qué noticias son las que traen? – exigió saber James. Uno de ellos, el líder, dio un paso hacia el frente, cuadrándose antes de hablar.

–No encontramos a ni uno más con vida. A todos se les extrajo la sangre o fueron mutilados de manera cruel. El carruaje fue quemado y no hay rastro alguno de las princesas.

El rey Charlie dejó escapar un angustiado suspiro. Estaba haciendo acopio de todo control para no mostrar el terror que le causaba el saber que sus hijas podían estar en grave peligro, incluso muertas.

–¿Sólo eso? – James, por el contrario, no hacía nada por disimular su aflicción.

El guardia vaciló un poco antes de contestar.

–Hemos encontrado esto – tendió un pequeño trozo de papiro que James comenzó a leer al instante

"Príncipe James:

Siento mucho todo esta angustia que ha de estar pasando

al saber que sus hermanas han sido secuestradas por mí raza.

No se preocupe, le puedo asegurar que ellas se encuentran bien, al menos por ahora.

Me imagino que quiere volver a verlas, así que le ofrezco un trato.

Venga esta misma noche al lugar en donde ha sido incendiado el carruaje para

que podamos platicar más a gusto.

Espero ansioso nuestro encuentro y, si valora la vida de las princesas, procure

no traer a demasiados testigos."

–Prepara a los hombres – ordenó James, ni bien había acabado de leer, oprimiendo la nota entre sus manos.

–Hijo – interrumpió Charlie – Espera un momento y piensa las cosas. Estás actuando de manera demasiado precipitada

–¡Esas bestias tienen a mis hermanas! – Siseó el príncipe – No puedo quedarme tranquilo sabiendo eso. No tengo tu misma capacidad de control, padre. Iré por Alice e Isabella y las traeré aquí, adornando su camino con cada una de las cabezas de esos monstruos.

–Yo iré con usted, Alteza – apoyó Jacob – Además de las princesas, tengo la deuda de mis hombres.

James asintió, con la mandíbula rígida y el odio destilando en sus pupilas, ignorando que su esposa, oculta detrás de la puerta, había escuchado todo.

Victoria subió a la habitación, en donde el lúgubre canto de la lechuza seguía. Se asomó por la ventana, con la intención de divisar al ave, a la cual halló justamente al lado, acomodada sobre uno de los muros, con sus plumas claras resaltando entre las sombras. Comprobó entonces que el cielo estaba tan oscuro que parecía había un eclipse de luna. Se llevó las manos hacia el pecho al sentir un vacío angustiante bailando en su corazón, mientras que los penetrantes ojos del sombrío pájaro se clavaban en los de ella, negándose a liberarla.

–Victoria – la voz de James fue la que cortó esas terribles e invisibles cadenas. La pelirroja dio media vuelta y se lanzó, en medio de incontrolables sollozos, a sus brazos – Cariño, ¿Qué sucede?

–James, no vayas al bosque – suplicó, temblando – quédate en el castillo. Quédate conmigo

Él tomó su rostro entre sus manos y la hizo mirarle a los ojos

–Bajaste a escuchar, ¿no es así? – preguntó, con suavidad, aún sabiendo la respuesta. Victoria bajó la mirada y él soltó una risita, mientras besaba su frente – Siempre te preocupas más de lo que debes.

–Eres mi esposo, mi compañero. Tengo todo el derecho de temer perderte

–No me perderás – prometió él – Jamás.

–No vayas – volvió a suplicar

–Tengo que ir. Mis hermanas me necesitan

–¡Yo te necesito! – susurró, con desesperación.

Los ojos de James miraron a los suyos, con fuerza abrazadora.

–Lo sé – admitió – sé que me necesitas tanto como yo a ti. Y por eso regresaré a tu lado. Me crees, ¿verdad? Confías en mi, ¿no?

Las lágrimas de Victoria bañaban sus mejillas, mientras asentía con la cabeza. Él se inclinó entonces y besó sus labios salados. Ella alzó sus brazos, aferrándolos en su cuello para que ni la más mínima distancia separase sus cuerpos.

El anochecer estaba engalanado con un frío violento. James terminó de acomodar la montadura de su caballo y se giró para despedirse. Besó la mejilla de su madre y dio un abrazo a su padre. Por último encaró a la mujer pelirroja que, con cristalinos ojos, seguía rogándole, en silencio, que se quedará. Volvió a capturar esos labios, temblorosos y trémulos, con los suyos. Suspiró, mientras su garganta se inundaba de ese dulce y cálido sabor al que se vio obligado a abandonar poco después.

–Espérame – pidió, mientras unía su frente a la suya. Victoria asintió, temblando.

Esas eran las palabras que siempre James le decía antes de ir a alguna caza; más esa noche no lograron tranquilizarla en absoluto.

.

.

.

James iba al inicio del grupo, con sus sentidos altamente alertas en medio de aquella infinita oscuridad. Las pisadas de su caballo eran cautelosas y casi inaudibles sobre la tierra húmeda. Detrás, un pequeño grupo de hombres le seguían, junto con algunos licántropos.

El ambiente comenzó a llenarse con el fétido olor a sangre muerta. Estaban cerca. El rumbo de sus pupilas iba y venía por todos lados, intentando hallar, en medio de las sombras, alguna silueta desconocida.

El frío era torturante y hacía que las bocas exhalaran finas capas de humo. La espesa niebla tampoco solía ser de mucha ayuda. El bosque se encontraba en total silencio, previendo el peligro. Ni la más mínima pisada de algún pequeño animal, ni un sólo canto de algún pájaro nocturno. James recordó a la lechuza que había pasado volando sobre su cabeza en cuanto se comenzaban a abrir las puertas del castillo y, justo en ese instante, la figura masculina de una persona se materializó en frente.

Los ojos rojos del vampiro destellaban en la oscuridad, fijos en su dirección. James hizo frenar su caballo y el resto que venía atrás de él hizo lo mismo. No pasó mucho tiempo para que un numeroso grupo de inmortales bebedores de sangre los rodearan. Jamás pensaron que quedaran tantos después del último encuentro; pero era claro que se habían ocupado este tiempo para crear a muchos más. La mayoría ahí presente eran neófitos, era fácil reconocerlos por el extraño y opaco color escarlata de sus ojos.

Los guardias tensaron el cuerpo y sus manos asieron sus armas, listas para atacar. Las gargantas de los licántropos profirieron fieros gruñidos, mientras dejaban al descubierto sus filosos dientes.

–Alteza – saludó el vampiro, con gran burla y poco respeto – me alegra que haya venido

–¿En dónde tienes a mis hermanas, bestia? – exigió saber James.

–¡Pero qué malos modales tiene su Majestad! – Señaló el despiadado inmoral, con teatral dramatismo – ¿no cree que lo mejor sería presentarnos primero?

–Para mí todos los de tu raza tienen el mismo nombre – replicó, con el rostro y la mirada endurecida – ¿Dónde está tu líder? Tú no eres un sangre pura ¿Dónde está ese maldito que se ha atrevido a ponerle, por segunda ocasión, sus asquerosas manos sobre mi hermana?

–Oh, si. Ya sé de quién me está hablando. Pero lamento informarle que ese bueno para nada no se encuentra por aquí. Anda jugando por ahí, al príncipe enamorado.

–¿De qué hablas? – preguntó James.

–Ha sido demasiado ingenuo, "Majestad" –se mofó el aludido – Todo este tiempo ha vivido engañado, traicionado por su misma familia, por su misma sangre. ¿Ve a sus hermanas por aquí? No, claro que no. Ellas no fueron secuestradas, no. Más bien, se podría decir, se han fugado.

–¿Insinúas que no están contigo? – ignoró el resto. Sólo quería asegurarse de que Alice y Bella estuvieran a salvo.

El vampiro soltó una violenta carcajada

–Yo no perdería mi tiempo manteniendo y cuidando de dos absurdas chiquillas. Digamos que tengo una mente brillante y una suerte excepcional. He usado la situación a mi favor. El nombre de sus hermanas ha sido mi carnada para atraerle. ¡Qué triste es la vida hasta para un inmortal! ¿No cree? – Inquirió, mientras se agazapaba, alistándose para atacar – Usted va a morir en las manos del mismo tipo de monstruo con el que sus hermanas están pasando la noche.

Y esta directa confesión distrajo a James, quien cayó al suelo, acorralado por el cuerpo de Laurent.

–¿Decepcionado, Alteza?

–Jamás – repuso él, recobrando la concentración, desenvainando su espada, con un ágil movimiento.

Laurent lo liberó y alejó, al sentir el filo venenoso rozar parte de su torso. Gruñó, mientras contemplaba como el príncipe adquiría una excelente posición de batalla. Una sangrienta cruzada había comenzado detrás de ellos. Los aullidos de los lobos cantaron a la sombría luna, mientras sus dientes desgarraban la pálida y dura piel de sus enemigos y los arcos y las flechas de los guardias se disparaban por el viento.

–Mis hermanas son libres de amar a quienes quieran – aclaró – y si lo que me dices es cierto, de lo único que me puedo lamentar es no haber tenido su suficiente confianza.

–¡Pero qué noble corazón! – Se mofó el vampiro, atento a los movimientos de James y su espada – Lástima que ellas ya no podrán escuchar palabras tan hermosas de sus labios.

James sonrió.

–No pienso darme por vencido tan fácilmente – sentenció. No cuando ella me espera

Sin embargo, aunque la batalla fue ardua y Laurent también había resultado herido por el filo de su espada, el príncipe cayó al final, cuando la noche comenzaba a dar paso a la negra madrugada, en cuanto el veneno de las varias mordeduras recibidas comenzó a espesar su sangre. Sus rodillas se hundieron en la tierra y sus ojos se alzaron hacia el cielo.

Jacob gruñó, al percatarse de lo ocurrido, e ignoró a sus oponentes e intentó correr a auxiliarlo, pero una extraña ensoñación le derrumbó, al igual que al resto de sus hombres y la guardia.

Laurent se inclinó, para quedar a la altura de James, que apenas y alcanzaba a respirar y sólo era capaz de musitar, una y otra vez, el nombre de Victoria.

–¡Victoria, Victoria! – remedó el vampiro, mientras lo alzaba del cuello – No se preocupe, "Majestad", dentro de poco su adorada esposa y usted volverán a reunirse, en el mundo que halla después de la muerte.

Y dicho esto, sus dientes se clavaron en la garganta del príncipe, que profirió un escalofriante gemido. Su sangre inmortal entró a borbotones al cuerpo de Laurent y su cuerpo, seco y tieso, cayó al suelo poco después.

–Deliciosa – se lamió los labios el asesino, mientras que el resto de sus hombres se alimentaba, avariciosamente, de los guardias – dejen a los licántropos vivos – ordenó – nos serán de mucha ayuda después.

–No olvides que tendrás que obsequiarme uno – le recordó una femenina voz, que provenía detrás de un grueso árbol.

Laurent se giró para ver a la mujer de rubios cabellos y sensuales movimientos que se acercaba. Tomó una de sus manos y la llevó a sus labios

–Has hecho un trabajo excelente, mi querida Leila.

–Como siempre – repuso la mujer – te dije que no te ibas a arrepentir al aceptarme.

–Tus poderes no tienen comparación – miró hacia los licántropos y guardias desvanecidos – mira que fusionar tus pócimas con el aire, para que nosotros no saliéramos afectados, pues no necesitamos respirar, es una idea magnifica. Eres mucho mejor bruja que Rosalie.

–Prometiste que vería a mi sobrina, después de esto – sentenció Leila – la he buscado por tanto tiempo. Llegué a pensar que la habían matado... ¿Dónde está?

–Me imagino que en su cabaña – contestó Laurent, esperando que la bruja no descubriera que hacía poco había querido matar a su ansiada sobrina – no la he visto desde que atacamos el castillo.

–Vamos a buscarla – apremió. El vampiro negó con la cabeza

–Paciencia, mi estimada señora. Aún faltan un par de cosas por finalizar. No te olvides que hacemos todo esto por un principal motivo.

–A la Realeza le queda poco tiempo

–Ya cayó el primero – miró hacia James – sin su príncipe todo será más fácil. Además, aún viene lo mejor. ¿Escuchas el galopar de ese desbocado caballo?

–Si – ronroneó Leila – la princesa Victoria viene en camino

–Dame la poción.

Leila le tendió el exigido líquido, que Laurent engulló de un solo sorbo.

.

.

.

Victoria jalaba las riendas del caballo con angustiante desesperación. El corazón le palpitaba con mucha más violencia que la velocidad a la que corría. La agonía de la espera se le había tornado insoportable y había bajado, corriendo, hacia las caballerizas.

El silencio del bosque era una anticipación de la desgracia que ella se negaba a creer. No había gritos, ni aclamados de piedad, tampoco se lograba detectar ningún silbido de las espadas cortando el viento. El silencio era sepulcral y se volvió en averno cuando llegó a ese escenario escarlata.

Lo primero que sus pupilas buscaron fue el cuerpo de su esposo, al cual encontró tendido, boca arriba. Desmontó al animal y caminó hacia él, sintiendo los pasos dados en el aire.

–James – musitó, con la garganta completamente cerrada.

Su mano se paseó por la pálida, dura y fría mejilla sin vida. Tomó una extensa bocanada de aire y, después, expulsó un desgarrador grito de desconsuelo. Sus lágrimas espesaron a sus ojos y humedecieron la ensangrentada camisa de su amado. El dolor de su pecho era insoportable. La realidad era cruelmente dolorosa. Su cuerpo temblaba, convulsionado por la pena. ¿Qué iba a ser su vida sin él? ¿Qué iba a ser ella sin él?

El llanto se ahogaba en su garganta y su mano comenzó a masajear el inmóvil corazón, intentando, inútilmente, revivirlo.

–Bien dicen que la desesperación vuelve absurdas a las personas

Giró el rostro para descubrir quién le hablaba y sus ojos se encontraron con el mismo vampiro Pura Sangre que había escapado de ser quemado aquella noche.

–Mátame – suplicó – por favor, mátame

Laurent, que se encontraba ahora disfrazado con la apariencia ficticia de Edward, sonrió despiadadamente y negó con la cabeza

–He quedado bastante satisfecho por esta noche – dijo – He de admitir que la sangre de su esposo ha sido la más deliciosa que he probado en mi extensa vida. Definitivamente, la sangre de la Realeza posee una gran calidad. No dude que procuraré obtener otro poco de la misma, pero eso será después.

–Por favor, te doy toda mi sangre. Mátame

–Oh, no. Cuánto lamento el no poder complacerla – se lamentó el malévolo vampiro, disfrutando con el dolor de la princesa, que permanecía hincada frente a él.

–¡Por favor!

–¿En realidad quieres morir? – Desafió – Yo te quiero hacer un reto. Me encanta el peligro, ¿sabías? ¿Qué te parece si empezamos un juego en el que tú y yo somos los principales protagonistas? Intenta matarme, Victoria. Intenta cobrar venganza por la muerte de tu esposo. Es lo menos que se merece el desdichado. No sabes cuánto te llamó en sus últimos momentos. No cansaba de decir "Victoria, perdóname, Victoria" Sería una lástima que esa mujer a la que tanto amó se quedará sin hacer nada ¿no crees? Piénsalo, querida. Te estaré esperando, ansioso, para probar tu furia.

.

.

.


BELLA POV

–¡James! – exclamé, al despertar de mis sueños. Al instante, unas manos acariciaron mi rostro

–Al fin has despertado – dijo Edward, con voz aliviada, mientras yo buscaba el dorado de sus ojos para sosegarme– Has estado demasiado inquieta mientras duermes. ¿Te encuentras bien?

–No – contesté, al sentir un vacío inmenso abriéndose en mi pecho – necesito ir al castillo, Edward. Necesito irme ya.

–Ya casi amanece – anunció – podemos empezar a arreglar todo.

Asentí, mientras me ponía de pie y comenzaba a vestirme

–¿Dónde está Alice?

–En la sala, con Jasper. Aún sigue durmiendo. Bella, ¿qué pasa? –Insistió, buscando la respuesta en mis ojos – estás demasiado pálida.

–No sé – contesté – tengo un mal presentimiento. Tengo la sensación de que algo terrible ha pasado y que cosas peores vendrán con eso.

Sus brazos no tardaron en enrollar mi cuerpo y sus labios besaron mi frente.

–Tengo miedo, Edward – musité

–No lo tengas – dijo, con voz suave – estoy contigo y cuidaré de ti. Jamás dejaría que algo malo te pasara. Estamos juntos, eso basta para que podamos contra todo, ¿no?

*********************************************


Capitulo 25: Refulgencia.

ALICE POV

–¡James! – grité, despertándome súbitamente de un terrible sueño. Los brazos de Jasper se apretaron más a mí alrededor, recordándome con ello en dónde estaba y todo lo que había pasado.

Me fui relajando poco a poco, hasta que volví a acomodar mi cabeza sobre su pecho.

–¿Estás bien? – preguntó, mientras acomodaba la cobija sobre mis hombros. Asentí, no muy segura si decía o no la verdad – Escucha cómo late tu corazón – señaló, con voz preocupada – ¿Qué pasa, Alice?

–Soñé con mi hermano – confesé, susurrando y haciendo todo lo posible por no recordar la tenebrosa imagen que me mostraba a James totalmente inmóvil y pálido. Un escalofrío recorrió mi cuerpo – Tengo un mal presentimiento.

–Pronto lo verás – dijo Jasper y, repentinamente, sentí que los ojos me pesaban – ahora es demasiado noche, descansa, ha sido un día muy largo.

–No uses tu don conmigo – pedí, con voz apenas y legible. Sus labios se apretaron contra mi frente

–Descansa...

.

.

.

Para cuando volví a abrir los ojos, el oscuro cielo comenzaba a volverse gris. La pesadilla había insistido en regresar varias veces, pero algo la ahuyentaba. Supuse que había sido Jasper quien había vigilado toda la noche mi sueño. Suspiré, mientras me revolvía en el sofá y alzaba la mirada para ver al vampiro que me acunaba entre sus brazos.

–¿Estás mejor? – preguntó. Asentí – Espero no estés molesta conmigo

–No lo estoy – aseguré – Gracias por preocuparte por mí.

–No agradezcas – besó mi frente – eres lo más valioso que tengo y haré todo lo posible por hacerte feliz.

Una pequeña sonrisa estiró mis labios. Hundí mi rostro en su pecho e inhalé su dulce aroma.

–Bella y Edward están afuera – informó – sólo esperaban a que despertaras. Ya todo está listo para que regresen al Castillo.

Aquello me extrañó demasiado. Hubiera jurado que Bella no querría irse hasta que la madrugada se esfumara del todo. Me puse de pie y, con la mano de Jasper unida a la mía, me dirigí hacia el pequeño jardín frontal.

Ahí hallé a mi hermana, junto con Edward, tomados de las manos y mirándose a los ojos con una escalofriante intensidad.

–Bella – llamé y la castaña reaccionó con un respingo. Había en sus ojos un brillo opaco que volvió a inquietarme.

–Es momento de irnos –anunció

–¿Sucede algo? – pregunté. Ella negó con la cabeza, pero no se atrevió a mirarme a la cara.

–Las acompañaremos hasta el bosque – explicó Edward – después iré con mi padre. Si todo sale bien, estaremos presentándonos frente al castillo mañana al atardecer.

Asentí, intentando no hacer notorio los espasmos que me recorrían. Los brazos de Jasper me tomaron entre ellos, para que quedara acomodada sobre su espalda. Lo mismo hizo Edward con Bella y, después, ambos comenzaron a correr.

La espesa niebla no parecía afectar en nada a su sentido de orientación. Se desplazaban en el bosque en completo silencio y velocidad, atravesando y evitando las ramas como si de una sombra se tratasen.

Fue de un momento a otro que Edward frenó la carrera, de manera tan súbita que a mi hermana se le escapó un pequeño jadeo.

–¿Qué ocurre? – indagó Jasper.

El rostro del vampiro Pura Sangre estaba congelado en una expresión completa de infinito terror. El dorado de sus ojos destilaba una angustia que casi era tangible. Otro escalofrío, mucho más fuerte, recorrió mi espalda.

–Maldito Laurent – siseó, mientras que, con un movimiento borroso, bajaba a Bella y la cubría con su cuerpo. Jasper hizo lo mismo conmigo y, al instante después, un numeroso grupo de vampiros apareció frente a nosotros.


BELLA POV

La forma con la que Edward había posicionado su cuerpo para protegerme dejaba en claro que aquellos seres no eran de su confianza. Llevé mi mirada hacia todos ellos, eran demasiados. Si estaban dispuestos a atacarnos nosotros no tendríamos opción alguna de salir victoriosos. Sin embargo, todo ese miedo se esfumó al ver lo que sus manos llevaban arrastrando.

Eran los licántropos, algunos en su forma humana, otros con su forma aún lobuna. Varios de ellos con heridas profundas, otros solamente inconscientes. ¿Qué era lo que había pasado? Busqué desesperadamente a Jacob, sin éxito alguno. Él no estaba entre ellos y no sabía si sentirme aliviada o más preocupada por ello.

–¡Pero qué tenemos por aquí! – reconocí esa voz a la perfección e, instantáneamente, sentí una oleada de pánico recorrer todo mi cuerpo – ¡Buenos días, sus Majestades!

–Eres un maldito desgraciado –siseó Edward, con el cuerpo tenso como una piedra, como si hubiera algo terrible, que solamente él sabía.

El vampiro soltó una socarrona carcajada. Luego, sus ojos, rojos y brillantes como la sangre misma, se centraron en mí.

–¡No te atrevas! – gruñó Edward

–¿Por qué no? – Desafió Laurent – las señoritas merecen saberlo.

¿Saber qué?

–Princesa Isabella, princesa Alice – llamó el vampiro – permítanme el honor de ser el primero en darles mi más sentido pésame.

–¿Pésame? – repetí, a coro con mi hermana. De pronto, el hueco que había taladrado mi pecho hoy en la mañana volvía a hacer aparición. Volví a fijarme en los licántropos que llevaban como prisioneros.

–¡Calla, Laurent! – bramó Edward, dando un paso hacia el frente, pero retrocediendo inmediatamente, al percatarse del error que cometería al dejarme sin su protección física.

–Estoy seguro que la perdida del príncipe James será un golpe demasiado duro para ustedes – prosiguió el despiadado ser; pero ya de ahí no fui capaz de escuchar nada más.


EDWARD POV

–Maldito – siseé, mientras atraía a Bella hacia mi pecho.

Laurent esbozó una maligna sonrisa, mientras sus pensamientos taladraban mi mente.

Él no tenía planeados matarnos, al menos no en ese instante. Aún no era el momento. Había planeado todo esto cuidadosamente, para disfrutar su fin con deleite. La muerte del príncipe James era el primer paso a su gloria y yo era su siguiente carnada, pero no sería él quien acabaría con mi vida. Sería el mismo destino, los mismos engaños que él había ingeniado lo que harían ese trabajo.

Divisé a mi familia, a mi gente, sometida ante sus mandatos. Fui capaz de distinguir la borrosa figura de mi madre, junto con el resto de las mujeres, servirle día y noche. Vi a mi padre muerto, a los niños ser entrenados como bestias salvajes... El bosque lleno de sangre.

Un nuevo rostro apareció en su mente. Una mujer rubia y de ojos azules. Por un breve instante pensé que se trataba de Rosalie, pero no era ella. Su nombre era Leila, una antigua Hechicera, la nueva y poderosa aliada de Laurent. Ella era un punto clave en todo esto...

Otra serie rápida de imágenes mostrándome a Laurent engullendo una pócima que le permitió tomar mi apariencia. La princesa Victoria llegando al lado del fallecido príncipe James. Laurent apareciendo frente a ella y mofándose de su dolor, después incitándola a cobrar venganza.

Todo tuvo sentido entonces. Los pensamientos desaparecieron súbitamente, haciéndome jadear.

–Espero se divierta, Majestad – dijo Laurent, con maléfico regocijo, dando media vuelta para desaparecer por el bosque.

Mis manos se aferraron al inmóvil cuerpo de Bella, mientras un lúgubre silencio se elevaba entre nosotros. Besé sus cabellos y esperé a que dijera o hiciera algo.

–Bella – susurré.

Ella tembló al escuchar mi voz y sus ojos me miraron, como si la hubiese despertado de la más terrible de las pesadillas, con ese brillo lleno de dolor y angustia que me calcinaba la piel.

–James – musitó y una pequeña lágrima recorrió su mejilla.

La apreté hacia mi pecho, con fuerza, y sus manos se asieron a mi camisa, como si en la tela de ésta encontrara la forma de no caer. Lejanamente, me percaté de que Jasper y Alice estaban en la misma posición. Bella no lloró más que otro par de gotas cristalinas y saladas. Su dolor era tanto que no había forma de desahogo.

Yo no sabía qué hacer. Me estaba consumiendo, tanto por mis propios miedos, como por los suyos. Sólo era capaz de estrecharla y no soltarla. ¿Es que acaso nunca podríamos estar juntos? ¿Tan malo era el amarnos, siendo razas diferentes y enemigas?

El atardecer llegó rápido. Comenzaba ya a oscurecer cuando nos aproximamos al castillo. Habíamos efectuado el recorrido en completo silencio y lentitud, mientras explicaba lo que había podido leer en la mente de Laurent.

No era necesario decirlo, pero los cuatro estábamos aterrados ante la idea de enfrentar lo que se venía.

–Edward – susurró Bella, momentos antes de despedirnos – tengo miedo.

Tomé su rostro entre mis manos y la besé con desesperación.

–Estaremos juntos pronto – prometí, tratándome de convencer más a mí que a ella – verás que todo esto se solucionará...

–¿Cómo? – Exigió saber, con voz quebrada – mi padre querrá matarte. Todos en el castillo piensan que has sido tú.

–No te preocupes por mí – pedí

–Tengo miedo – repitió – no quiero alejarme de ti.

–Yo tampoco, mi amor – admití – Pero no puedo llevarte ahora conmigo. En el castillo estarás más segura. Necesito atrapar a Laurent, para hacerle confesar la verdad y protegerte a ti y a mi gente.

–Pero esa hechicera... pensé que ya no existían.

–Yo sólo conocía a una – confesé – pero esa es otra historia que luego te contaré – agregué, uniendo mí frente a la suya. Era necesario decir adiós y ambos lo sabíamos – Recuerda bien lo que tienes que decir. Tú y Alice lograron escapar mientras peleaban con tu hermano.

Ella asintió, temblando. La besé una vez más, apretando su cuerpo al mío de tal manera que su corazón casi hace palpitar al mío también.

Soltar sus labios trémulos me resultó casi imposible e, instantáneamente, un hueco inundó mi pecho, al tenerla lejos.

Es necesario, me dije, mientras mis ojos la veían perderse en el camino.

–Supongo que esto es parte de la vida – dijo Jasper, sin dejar de mirar a la pequeña silueta de oscuro cabello negro – el amar a alguien, de manera tan profunda y fuerte, no es algo que no requiera sacrificios.

–Laurent pagará por esto – aseguré

–¿Vamos a la guarida?

–Adelante, pero no digas nada hasta que yo llegue – pedí – Tengo algo más que hacer

Él asintió, sin cuestionar más sobre el asunto. La discreción de Jasper era algo digno de admirar.

Corrí por el bosque, con la imagen de Bella presente todo el tiempo en mis pensamientos y con la firme certeza de que Laurent, al igual que el resto de sus hombres, tenía que morir. Pero antes, debía de ver a Rosalie. ¿Cómo estaría? Desde el día en que habíamos atacado al castillo no sabía nada de ella. Sólo esperaba que estuviera bien y a salvo. Si algo le sucedía, no me iba a perdonar su descuido. Al final de todo, era ella quien había estado conmigo todo este tiempo. Había sido mi amante, mi hermana, mi amiga... la querría siempre, de un modo muy especial.

Me acerqué a su cabaña, oculta en lo más profundo del bosque, con pasos precavidos y escaneando si había algún pensamiento rondando el lugar.

Me sorprendió demasiado poder escuchar, precisamente, a ella. Desde que la había encontrado, vagando en el bosque como una diosa solitaria, jamás había permitido, bajo ningún momento, que yo me adentrara a su mente. Y, ahora, ahí estaba: su voz en forma de eco cantando en mi cabeza.

Estuve a punto de bloquearla, pero hubo algo que captó por completo mi atención. Sus pensamientos estaban centrados en un par de ojos castaños a los que yo tan bien conocía. Rosalie estaba pensando en Bella... y en mí.

.

.

.

BELLA POV

–¡Son las princesas! – exclamó uno de los guardias, al vernos aparecer frente a las puertas del castillo que se abrieron inmediatamente.

Nuestros padres corrieron a nuestro encuentro. Lejanamente, sentí los brazos de mi madre rodearme, al igual que sus labios besar varias partes de mi rostro y su voz dando gracias por permitirle vernos de nuevo. No prestaron demasiada atención al inventado relato que dimos sobre cómo habíamos logrado escapar de los vampiros. Lo importante era que estábamos ahí, justo cuando más se necesitaba nuestra presencia. Justo cuando el funeral de mi hermano estaba a punto de dar inicio.

Las lágrimas de Renne eran devastadoras y se fusionaron con las de Alice. Yo, por mi parte, me encontraba seca. Lo que me llenaba era la impotencia y rabia. Todo esto se había convertido en un caos sin fin. Los siglos de enemistad al fin mostraban sus primeros y amargos frutos. Primero había sido Emmett, luego mi hermano. Posiblemente Jacob también estuviera muerto... ¿Y después quién? ¿Yo? ¿Alice? ¿Edward?

Temblé nada más al imaginármelo y me negué rotundamente a aceptar una realidad como esa. El mundo entero podía perecer, menos él. Todo se podría extinguir, menos la luz dorada de sus ojos...

Dejé que las doncellas me condujeran a mi habitación y me arreglaran con el negro vestido que ya estaba previamente acomodado sobre mi inmensa cama y, luego, salí de mi habitación para enfrentarme con la realidad a la que aún me negaba a creer.

Necesité de la ayuda de mi padre para atreverme a caminar hacia la sala en donde estaban velando el cuerpo de mi hermano. Un doloroso gemido se escapó de mi garganta al verlo, tan pálido e inmóvil, tendido sobre la caja de madera. Paseé la punta de mis dedos por sus anguladas y frías mejillas y una sonrisa triste curvó mis labios. Era difícil contemplarle cuando su rostro estaba abandonado por la sonrisa amable y el brillo cálido en sus ojos, que siempre le caracterizaban.

–Perdóname – supliqué. Tal vez, si no hubiera decidido irme, todo esto no hubiera pasado. Pero ya era demasiado tarde para lamentos. Ya nada se podía hacer para regresar el tiempo y enmendar los errores que hubieran evitado este desastre – Te voy a extraña mucho.

No pude reprimir más mis lágrimas y las gotas saladas comenzaron a bañar mis mejillas de modo casi imposible. Los brazos de mi padre me enrollaron y me atrajeron hacia él. El dolor empeoró al ser testigo de su llanto. Jamás había visto a Charlie tan desconsolado... pero, ¿Quién no lo estaba? Todos los ahí presentes no hacían nada más que deplorar la pérdida de su príncipe. La pérdida de un gran hombre

Sin embargo, el conjunto de todos nuestros llantos no hacía justifica, ni de lejos, al desgarrador lamento de la pelirroja mujer que se negaba a separarse del cuerpo de mi hermano.

–¿Te imaginas? – Preguntó Alice, contemplando el mismo escenario que yo – ¿Eres capaz de imaginarte qué tan profundo ha de ser ese vacío que Victoria siente?

–No

–Yo tampoco – admitió – ¿Qué es lo que pasará, Bella?

–No lo sé – contesté, mirándole a los ojos, viendo en ellos, el mismo reflejo de mi propio miedo.

.

.

.


EDWARD POV

Jadeé con violencia y apreté mis manos contra mi cabeza, negándome a creer lo que me encontraba "escuchando y viendo" en esos instantes.

Gruñí. Gruñí quedamente. Mis dientes rechinaron y sentí la furia aflorar en mi fría y dura piel de piedra.

Era imposible. Todo esto tenía que ser imposible, pero los pensamientos de Rosalie eran claros, transparentes como el agua cristalina corriendo por el río. Había sido ella quien nos había separado, hacía poco más de veinte años. Había sido ella quien nos había tendido una trampa aquella noche, en la que mi familia y yo nos habíamos visto obligados a marchar por segunda vez del bosque de Forks y yo le había ofrecido a Bella marchar conmigo, para no volver a separarnos como anteriormente lo habíamos hecho.

Ahora lo recordaba todo. Yo me encontraba llegando a ese lugar en el bosque en el que habíamos acordado vernos, ideando las mejores palabras para explicarle todo a mi familia. Sabía que ellos lo comprenderían. Si Bella aceptaba acompañarme, estaba seguro que íbamos a ser felices.

Entonces la vi, ya me esperaba, le había llamado por su nombre y "ella" giró su cuerpo, para encararme. Sus brazos me enrollaron por la cintura y sus labios me besaron con pasión, sin darme ni si quiera tiempo de hablar. Recordé también esa extraña sensación de desconcierto al no poder reconocer ese dulce sabor que me embaucaba, pero, antes de darme tiempo a pensar más, "ella" me había tendido un frasco y me había dicho "Demuéstrame tu amor. Toma"

Yo había aceptado, sin más cuestionamientos. La amarga sustancia había entrado a borbotones por mi garganta y, de ahí, todo se volvió oscuridad. No puedo decir que me sumergí en un sueño, pues los sueños sólo se presentan cuando estoy entre sus brazos; pero, de cierto modo, "dormí".

Para cuando desperté, yo ya no recordaba nada, más que el inmenso odio y rencor por la Realeza, por la sed de sangre humana, por la ambición del poder. Había encontrado a Rosalie frente a mí y, al preguntarle quién era, me había dicho "Te acabo de salvar el pellejo. Un grupo de guardias reales te habían acorralado y herido mortalmente. Te he dado a beber una pócima para que expulsaras el veneno, seguramente te has de sentir mareado"

"Y adolorido" – había agregado, llevándome una mano hacia mi pecho, pues sentía un colosal agujero en el sitio donde se encuentra el corazón.

Sabía que era irónico, ya que ese parte de mí, desde un principio, siempre había estado muerta; pero el vacío era extraño, indescriptible... invisiblemente tortuoso. Era como si me hubieran arrancado el corazón de un solo golpe y no hubiera quedado nada. Sentía el pecho deshabitado, totalmente solo, como una oscura y fría cueva sin fin.

Rosalie me había acogido entre sus brazos y su calor y me había susurrado "No es nada. El dolor siempre ha formado parte de ti. El dolor siempre forma parte de todos"

Después de eso, mi familia y yo habíamos partido hacia otras tierras. Rosalie había ido con nosotros, reemplazando el lugar de Bella. Y Rosalie se había convertido en mi amiga, hermana y amante... pero, claro, jamás fuimos capaces de contrarrestar nuestra soledad, pues nunca nos amamos realmente.

Regresamos a Forks después de dos décadas, las mismas que estuve separado de mi verdadera razón de vivir, sin si quiera saberlo. Mi ira y mi odio por la Realeza habían crecido con cada segundo, así que lo primero que hice al pisar ese bosque, del que me había visto obligado a abandonar una y otra vez, fue enfrentar a mi padre y abandonar la guarida, junto con otro grupo de hombres que compartían mi rebeldía. Junto con ellos, cacé en las aldeas sin piedad alguna, matamos a hombres, mujeres, niños, burlamos a la guardia. Lo que yo deseaba era captar la atención de los Reyes; tener una sola oportunidad de encontrarme con alguno de esos bastardos que no merecían el don de la inmortalidad, para extraerle los ojos y beber su sangre.

Y esa oportunidad no tardó mucho en llegar. Y esa oportunidad se me dio con la única persona a la cual, sería incapaz de matar... Su aroma había llegado a mí como un silencioso y dulce llamado, imposible de ignorar. Había corrido hacia ella y, al contemplar la tiara que reposaba sobre su cabeza, una voz interior, que decía "mátala", luchaba incesantemente contra otra que decía "¿Quién eres? Yo te he visto antes"...

Desde ese día, todo había empezado para nosotros. No comprendí, hasta ya mucho después, que esa cueva en la que se había convertido en mi pecho, había sido iluminada desde que sus ojos castaños se habían vuelto a reflejar en los míos...

Abrí la puerta de la cabaña, de un solo golpe, y caminé hacia la rubia mujer que me miraba, inmóvil, con ojos dilatados.

–¿Cómo pudiste? – Exigí saber, mientras la tomaba por el cuello y la acorralaba contra la pared – ¡Dime cómo fuiste capaz de hacerme esto, Rosalie!

***********************************************


Capítulo 26: Miedo.

EDWARD POV

–¡Habla, Rose! – gruñí, apretando más mi mano contra su cuello. La rubia al fin crispó el rostro, mostrando ligeramente su dolor

–¿Cómo? No puedo hablar si me estás asfixiando – recordó. La solté de inmediato, con agresividad.

–¡Maldita seas, Rosalie! – bramé, fijando mis ojos fieros en los suyos, impávidos y gélidos. Sólo sus pensamientos me aseguraban de que sabía a qué se debía esta repentina furia, más no hallaba indicio alguno de arrepentimiento – ¿Cómo? – Pregunté, pasmado por su crueldad – ¿Por qué lo hiciste?

–Por que yo ya no quiero vivir como un animal, oculta para que la Realeza no nos cace.

–¿Y para esto era necesario que tú...?

–¡Si! – Interrumpió – Era demasiado necesario que olvidarás a esa princesa. Debí de haberla matado en ese preciso instante...

–Calla, Rosalie – advertí, empuñando mis manos para no cometer una estupidez

Ella me dedicó una sonrisa socarrona –No eres capaz de hacerme daño, Edward

Desgraciadamente, estaba en lo cierto.

–Deberías estarme agradecido. Deberías estar aquí pidiéndome que te de, nuevamente, la poción para que olvides a esa mujer que sólo sirve para volverte cobarde. Edward – se acercó y tomó mi rostro entre sus manos – piénsalo y verás que tengo razón. Date cuenta que al amarla, sufres. Yo puedo hacer que la olvides otra vez...

–No sabes lo que dices – susurré, deshaciéndome de su agarre

–Tú eres el que no sabe nada – acusó – ¡Tuviste la oportunidad de ser el señor de estas tierras y has renunciado a todo por esa simple muchachita!

–Bella es mi vida – le recordé, volviéndola a tomar por el cuello – y por ella daría hasta mi alma, si la tuviera. No te pido que lo comprendas – agregué – sé que jamás lo entenderías, pues en tu vida no ha habido nada más que rencor y amargura. Pedir que alguien como tú comprenda lo que hay entre Bella y yo es pedir lo imposible, puesto que tu no conoces el amor...

Pero estaba equivocado. Lo supe justo en el instante en que su mente se llenó, irremediablemente, de momentos vividos al lado de ese joven inmortal que no era vampiro, tampoco hechicero, mucho menos un licántropo...

Solté una carcajada, carente de humor y repleta de sarcasmo y furia.

–¿Quién lo diría, Rose? – Apreté más su cuello – la vida de verdad que es impredecible.

–Me estás lastimando, Edward...

–¡Tú, que tanto odias a la Realeza, te has enamorado de uno de ellos! – La ignoré

Una sonrisa, producto de su propia ironía, curvó sus labios.

–Si. Me he enamorado del primo de tu "adorada" Isabella – aceptó – Pero no por eso pienso olvidar todo lo que he pasado gracias a su familia. El amor y la sed de venganza, ambos, son sentimientos ardientes. Ni uno de los dos puede deshacer al otro. Deberías de saberlo bien. Así que, si en realidad quieres proteger a esa princesa, mátame. Ésta es tu oportunidad.

Mi mano ejerció más fuerza alrededor de su garganta, mientras emitía un gruñido amenazante. De verdad quería hacerlo. De verdad me hubiera gustado matarla, pero me era imposible. Así que la liberé, como ella ya sabía que lo haría.

–Te quiero demasiado, Rose – confesé, muy a mi pesar, y noté como, por un brevísimo instante, su expresión se mostraba atormentada – Matarte no tiene caso. Eso no me regresará el tiempo que estuve lejos de Bella y, por el contrario, me quitará a una hermana. No te perdono lo que hiciste – aclaré, acercándome para besar su mejilla – que el destino se encargue de cobrarte la factura.

Ella cerró los ojos y aceptó el gesto. Leí en su mente repetir, muy a lo lejos, "Yo también te quiero". Sonreí.

–No eres tan mala como crees – le dije, a modo de secreto – ¿Te doy un último consejo? Tienes todo para ser feliz con el Rey Emmett, aprovéchalo. Estoy seguro que pronto te darás cuenta que de todos los sentimientos habidos y por haber en la Tierra, ninguno es más fuerte que el amor. Adiós, Rose

–Cuídate mucho – sujetó mi mano, impidiéndome marchar y, cuando vi sus ojos, comprobé que éstos estaban llenos de lágrimas – Laurent hará todo por derrotarte...

–Muy bien dicho, preciosa – interfirió una tercera voz, haciéndonos brincar a ambos.

–Laurent – gruñí, cubriendo a Rose con mi cuerpo – ¿Qué haces aquí?

–Tranquilo – contestó – sólo vengo a hacer una breve visita a esta linda hechicera

–Largo de mi casa – siseó ésta, preguntándose mentalmente cómo es que había logrado penetrar la barrera mágica que impedía encontrarle. Y la respuesta vino de inmediato, cuando el vampiro, haciéndose a un lado, dejó ver a la rubia mujer que se encontraba tras él.

El corazón de Rosalie se detuvo por dos segundos.

–¡Pero qué carácter tan descortés para con alguien que solo viene a traerte buenas noticias! – replicó Laurent, con fingida indignación

–¡Rosalie! – Exclamó la hechicera, corriendo hacia ella y envolviéndola entre sus brazos – ¡Oh, mi pequeña sobrina! No sabes cuánto te he buscado

.


ROSALIE POV

¿Cuánto tiempo había yo deseado que este momento llegara? Décadas enteras buscando a una sola persona que fuera de mi raza, sin encontrar nunca nada. Y ahora, estaba ahí: en brazos de una mujer que no solamente era de mi misma especie, si no que la misma sangre corría por nuestras venas, aterrada, estupefacta, sin saber qué hacer o decir.

–¿Me recuerdas? Soy Leila, la hermana de tu madre...

Si. Claro que la recordaba. Obviamente no había cambiado en nada desde la última vez. Seguía teniendo esos rasgos que tanto nos caracterizaba y volvía inmortalmente hermosas. Pero era poderosa, extremadamente poderosa.

Mi experiencia, inferior a los cien años, era nada en comparación con los trescientos que ella tenía. Y eso me aterraba. No por mí, si no por Emmett. Sabía que Leila odiaba a la Realeza tanto o más que yo. Y que había venido aquí sólo para acabar con ellos, sin perdonar a nadie.

–¡¿Qué hace este maldito vampiro contigo? – explotó de repente. Me alejé de ella y salí, rápidamente, en defensa de Edward

–Es un amigo – dije

–¡Es un traidor! – Siseó – yo he visto cómo ha enfrentado a su propia raza con tal de proteger a esas asquerosas princesas. Deberíamos de acabar con él de una vez por todas

–Les recuerdo que están en mí cabaña – alcé la voz – y aquí, nadie le hará daño.

Laurent soltó una carcajada

–Claro que no – acordó – la muerte de nuestro "príncipe" llegará a su tiempo

–¡Eres un maldito cobarde! – Bramó Edward – ¿Por qué no peleas conmigo, frente a frente? ¿Tanto miedo tienes de perder?

–Cuida tus palabras, príncipe bastardo – advirtió el vampiro – mi paciencia tiene límites y créeme: Dudo que los últimos momentos de tu vida los quieras pasar viendo cómo le extraigo cada gota de sangre a tu adorada Isabella.

–Ni si quiera lo imagines

Ambos vampiros se agazaparon, listos para atacar, mostrando sus dientes y emitiendo guturales sonidos.

–¡Basta! – interrumpí.

No lo hubiera hecho si hubiera tenido aunque sea la más mínima esperanza de que Edward pudiera vencer, pero allá afuera estaba el resto de los hombres de Laurent y, además, estaba Leila. Por nada del mundo iba a permitir que mi mejor amigo muriera frente a mis ojos.

–Edward, vete –ordené.

Laurent fue el primero que abandonó su posición ofensiva. Su rostro moreno sólo expresaba suficiencia y arrogancia, mientras caminaba hacia la puerta y, con gesto de mofado respeto, la abrió para que Edward saliera.

–Nos veremos pronto, Majestad – se inclinó – más pronto de lo que se imagina.

.

.

.

–Te has convertido en una mujer extraordinariamente hermosa – susurró Leila, mientras acariciaba mis cabellos – aún recuerdo cómo eras la última vez que te vi. Tan pequeña e inocente... Pero estás tan callada – señaló – pareciera como si no te alegraras de verme.

–Estoy demasiado sorprendida – justifiqué – todo este tiempo pensé que estaba...

–... Sola

Asentí.

Aunque, la verdad, mi silencio se debía al inconstante ruego interior que llenaba mi mente. Lo único que pedía era que Emmett no regresara del Castillo esa noche.

–Entiendo – la mujer besó mi frente – Seguramente fue muy duro para ti. Pero ahora estamos juntas otra vez.

–¿Por qué te uniste a Laurent? – Quise saber – es un bastardo.

Ella soltó una melodiosa risa.

–Si, lo es – acordó – pero también hay que reconocer que es astuto. Necesitamos a personas como él, para acabar con la Realeza de una vez por todas. Con esta alianza, verás que no quedará ni uno solo de ellos.

Solté un incontenible jadeó, al mismo tiempo en que se me formaba un hueco en el estomago.

–Rose, ¿Qué pasa?

–Tía, ¿por qué mejor no nos vamos de estas tierras? – ofrecí. Estaba dispuesta a dejar mi venganza de un lado, si la vida del hombre al que amaba corría peligro

–¿Pero qué tonterías dices...?

–Tú misma lo has dicho – insistí – Ya no estamos solas. Ahora nos tenemos la una a la otra. Podemos recorrer todas las tierras, ser libres...

–Sólo seremos libres hasta que esos inmortales desaparezcan del camino – tajo, con voz cargada de odio. Un odio que superaba diez veces más al mío. Un odio que no sólo recaería en el enemigo, si no también en él, en Emmett – ¿no me digas que ese vampiro te ha convencido de que puede existir la paz entre nosotros?

Negué con la cabeza.

–Él también morirá – añadió – Todos quienes no estén de nuestro lado, morirán.

.


BELLA POV

–Dime que me quieres – insistía el joven vampiro, mientras rodeaba a la princesa con sus brazos y la atraía hacia sí.

–No

–¿Por qué no?

–Ya te lo he dicho muchas veces

–No las suficientes para mí

Ella sonrió, mientras él se inclinaba para besarla tiernamente

–Dilo... – pidió otra vez

–Te quiero

–Otra vez

–Te quiero

–Una vez más

–Te vas a aburrir de escucharlo tanto

–No seas tonta. Eso jamás pasará – prometió, mirándola a los ojos – aún así pasen siglos, milenios, no me cansaría de escucharte, ni de verte, ni de amarte... jamás.

–¿Estaremos juntos siempre? –quiso saber ella

–Siempre – acordó él, mientras besaba su frente – Nada podrá separarnos...

.

Una lágrima recorrió mi mejilla, mientras los recuerdos se disipaban entre mi memoria. Suspiré con melancolía y limpié la gotita salada que casi se perdía por la entrada de mis labios. Lo extrañaba tanto. Estar lejos de él, ahora resultaba mucho más difícil, mucho más doloroso.

Aunque, en medio de todo esto, había algo que, se podría decir, suavizaba la situación: Emmett había regresado al castillo poco después de nosotras. Mi primo estaba bien, físicamente. La realidad es que todos ahí parecíamos almas en penas y él no era la excepción. Se veía notablemente cambiado, mortificado, tanto por la muerte de James, como por la desaparición de los hombres lobos.

Jacob...

Cerré mis ojos, forzándome a creer en la idea de que él tenía que estar bien.

Caminé hacia la ventana y miré hacia el bosque. ¿Qué estaría haciendo Edward? La pregunta me causó escalofríos. Con Laurent allá afuera, nada era seguro...

–¿Bella? – mi hermana se asomó por la puerta de la habitación

–¿Qué ocurre? – pregunté, al ver su rostro ensombrecido

–Victoria – contestó – está en el patio trasero...

–¿En el patio trasero?

–Acompáñame – pidió, tomándome de la mano y llevándome hacia el lugar antes mencionado.

Comprendí todo cuando al fin vislumbré a mi cuñada, con espada en mano y frente a un guardia. No se percató de nuestra llegada. Su expresión no denotaba más que dolor. La muerte de James había sido difícil para todos, pero para ella era como si el paso de los días, en lugar de curarla, la hiriera mucho más

–Otra vez – dijo, acomodando su cuerpo en posición de ataque.

–Pero, Alteza... – vaciló el guerrero al verla tan agitada.

–¡Otra vez! – alzó la voz.

Alice y yo nos miramos con preocupación. Victoria jamás se alteraba.

El guardia asintió de inmediato y, al segundo siguiente, se encontraba esquivando los ataques de la pelirroja. La espada se movió, ágil, rápida, llena de furia y rencor, por unos cuantos minutos. Después, el arma cayó al suelo, seguida de la mujer que anteriormente la manejaba.

Las rodillas de Victoria tocaron el suelo y sus uñas arrancaron la hierba que había debajo. Gotas cristalinas comenzaron a salir de sus ojos y, lo que comenzó con un acto de furia e impotencia, se transformó en el escenario más desconsolador que haya presenciado en toda mi vida.

Alice y yo nos acercamos y le ayudamos a ponerse de pie. Estaba tan frágil. Apenas y había comido últimamente.

–Victoria, vamos a descansar – dije, mientras ella negaba con la cabeza

–Tengo que seguir practicando...

–Será mañana – prometí – mira cómo estás...

–No. Necesito practicar – insistió – Ese vampiro va a pagar por lo que le hizo a James. Lo voy a matar, Bella. Yo seré quien lo mandé al infierno.

Traté de convencerme que estaba en todo su derecho de odiar tanto a Edward. Al final de cuentas, la mentira de Laurent había sido elaborada cuidadosamente. ¿Cómo iba a saber ella que todo había sido una trampa? No podía juzgarla ¿Cómo?

Sólo me quedaba esperar a que todo se aclarara. Sólo me quedaba confiar en las palabras que Edward me había dicho y creer que, tarde o temprano, estaríamos juntos para ya no separarnos jamás.

.


EDWARD POV

–¡Hijo! – Mi madre se lanzó a mis brazos en cuanto me vio llegar – ¡Oh, gracias al Cielo que estás bien! Estaba tan preocupada ¿Dónde estabas?

–Lo siento – besé su frente y evadí su última pregunta. Hacía dos noches que Jasper había llegado a la guarida, sin dar noticias mías. Las mismas noches que yo había estado en la prado, meditando sobre qué era lo que tenía que hacer para mantener a salvo a mi gente y a Bella – han pasado muchas cosas, ¿Dónde está mi padre? Necesito hablar con él

–Aquí estoy – contestó Carlisle.

Lo miré. Él me hizo un gesto con la mano y, juntos, nos dirigimos hacia la profundidad del bosque.

–El príncipe James está muerto – informé, mientras caminábamos – lo ha matado Laurent.

–Si. Ya me había informado uno de los hombres que fue a vigilar los alrededores. Es una lástima. A pesar de nuestras diferencias, debo admitir que era un hombre grandioso.

Asentí. Mi padre acomodó una mano sobre mi hombro, para hacerme frenar y mirarme a los ojos

–¿Ocurre algo más? – Cuestionó – Desde que Jasper regresó, aquella noche, ha estado... muy extraño. Cuando le pregunté de ti, me dijo que no sabía de tu paradero; pero tuve la ligera intuición de que me estaba mintiendo.

Tardé dos segundos más de lo necesario para contestar. No hallaba las palabras para explicarme. Pero, esperar tampoco tenía caso. Tiempo era lo que, irónicamente, menos tenía. Además, la extrañaba, la necesitaba, su lejanía me estaba volviendo loco. El tiempo sin ella era como un río sin corriente, un cielo sin su luna, un hombre sin alma. El tiempo sin ella no era tiempo, si no el más cruel de los infiernos.

Tomé un poco de aire, para adquirir concentración. Luego, miré a Carlisle a los ojos. Él esperaba, con su rostro siempre sereno.

–Padre, ¿Qué tan poderoso crees que sea el amor?

– ¿El Amor? – En su mente había confusión, pero aún así respondió – el amor es muchísimo más fuerte que las raíces del más viejo de los sauces habitando en este bosque. Ni si quiera nuestras manos podrían arrancarlo, si realmente está bien sembrado en el corazón.

–Entonces, si el amor es tan intenso – dije, totalmente de acuerdo – ¿puede éste justificar lo que, probablemente, muchos tomarían como una traición?

–Hace mucho, mucho tiempo, me hiciste la misma pregunta – recordó y recordé.

Si. A mi mente vino esa tarde en la que la noche era fresca y estrellada. Yo apenas era un niño, demasiado pequeño, cobarde e indeciso; me había sentado a su lado y le había preguntado sobre lo mismo. Necesitaba respuestas, puesto que esa chiquilla inmortal, a la cual debía de ver como enemiga, se estaba adentrando en mi ser y en mis pensamientos con fuerza indomable.

Una sonrisa melancólica estiró mis labios. ¿Quién lo diría? Cerca de cien años habían pasado después de ello y había que verme ahí: como si el tiempo no hubiera pasado y siguiera siendo el mismo pequeño niño vampiro que no sabe qué hacer, ni qué pensar.

Volví a mirar a Carlisle. Su expresión era la misma: tranquila, paciente, al igual que sus pensamientos. Hablar con él siempre había sido fácil, ya que no había ni una voz retumbando como un eco, tratando de adivinar lo que está a punto de suceder.

–Estoy enamorado, padre – confesé al fin – estoy enamorado de la princesa Isabella.

Nada. En su subconsciente no había ni una sola imagen que me diera la más mínima anticipación de su reacción. Proseguí.

–La amo desde que soy un niño. Y ella me ama a mí. Sé que esto está mal. Sé que suena casi imposible y hasta un poco ilógico por el comportamiento que he tenido en las últimas dos décadas, pero si te contara todo lo que hemos pasado... No acabaría nunca... Perdóname – le pedí – Perdóname por que muchos de los problemas que han surgido y están por venir es gracias a ese amor; pero no me arrepiento. Llámame inconsciente, egoísta, como quieras, no me arrepiento de amar a Bella. Daría mi vida por ella. Lo daría todo. Es por eso que me atrevo a pedirte, aunque no lo merezca, tu apoyo. En el Castillo creen que he sido yo quien ha matado al príncipe James, más bien sabes tú que no es así. Lo que te quiero pedir son dos cosas. La primera, es que te lleves a mi madre y al resto de la familia lejos de estas tierras y que no regresen hasta que yo haya acabado con Laurent. Y la segunda, que cuando todo esto termine, me acompañes al Castillo para hablar con el Rey Charlie para pedir la mano de Bella. Es mucho, lo sé. Mucho para un hijo que te ha fallado innumerables veces, pero no puedo vivir sin Bella y ya no quiero estar lejos de ella.

Carlisle escuchó cada palabra con atención. Sus pensamientos no me permitían la menor entrada. Así que la espera por su respuesta se tornó en un segundo infinito. Me dio la espalda y caminó dos pasos hacia el frente. Luego, suspiró.

–Efectivamente, pides demasiado – acordó, mientras se giraba para verme de nuevo – me decepcionas, Edward.

Bajé el rostro, avergonzado. ¿Cuánto más iba a fallarle a mi gente?

–Yo...

–¿Cómo pides que un padre abandone a su hijo en plena guerra? – agregó. Mi expresión no pudo ocultar mi asombro.

Él sonrió y acomodó una mano sobre su hombro

–Si la amas tanto, lucha por ella – aconsejó – pero no quieras hacer a tu familia a un lado. Nosotros no te abandonaríamos nunca, mucho menos en este momento.

–Gracias – musité – pero no puedo dejar que se arriesguen. Créeme que podré estar más seguro si sé que ustedes no están corriendo ningún peligro. Laurent es traicionero y he leído sus pensamientos. Todos están en peligro: mamá, las mujeres, los niños... tú.

–Tenemos tropas fuertes, Edward – recordó – El hecho de que seamos pacifistas no significa que estemos indefensos. ¿Acaso dudas de los dotes de tu padre como luchador?

–Entre ellos hay una hechicera y sus poderes son mortales.

Pensé también en las altas probabilidades que habían de que Rose se uniera a ellos por Leila. Ese sería otro gran problema, pero no lo hice manifiesto.

–Qué hijo tan más obstinado tengo...

–Ve a la guarida – interrumpí, abruptamente, aguantando la respiración por el fuerte impacto que las ideas recién escuchadas me había causado

–¿Qué?

–Los hombres de Laurent se dirigen hacia allá. Tienes que ir y esconder a los niños en algún lugar más seguro, ¡Corre! Yo intentaré distraerlos

Mi padre asintió –Enviaré a Jasper y a Eleazar para tu ayuda. Cuídate mucho, hijo.

–Lo haré – prometí. Después partí hacia el grupo de vampiros que corrían, con la única intención de esclavizar a mi familia.

.

.

.

–Esme – Carlisle penetró la guarida, con rostro y voz sosegada.

Su esposa se acercó a él. Los siglos que llevaban juntos bastaban para que fuera ella la única capaz de descifrar, en el brillo de sus ojos, que algo andaba mal

–¿Qué sucede? ¿Dónde está Edward?

El vampiro tomó sus manos y la condujo hacia un lugar un poco más apartado, para que nadie le lograra escuchar

–Nuestro hijo está bien...

– Carlisle, no me mientas – pidió Esme. Su instinto maternal le decía todo lo contrario– ¿dónde está Edward?

–Debes de llevarte a los niños fuera de estas tierras – pidió él – Edward ha escuchado los pensamientos de los hombres de Laurent. Vienen hacia acá.

–¿Edward? ¿Edward ha ido solo?

–Acabo de mandar a Jasper y a Eleazar en su ayuda. Estarán bien – prometió – Pero no tenemos mucho tiempo. Debes irte, ya, con los pequeños. Llévate a tres mujeres más para que te ayuden y por nada del mundo frenen, hasta que estés segura hayan encontrado un lugar seguro

–¿Cómo me pides eso? – susurró Esme, aterrorizada.

Carlisle se acercó y besó su frente. Comprendía la preocupación de su esposa. Sabía que era la primera vez que tomaban medidas tan drásticas, pero eran realmente necesarias.

–Es nuestro deber el protegerlos – recordó, con voz tierna – ellos son vulnerables aún. Podremos luchar con más libertad si sabemos que ninguno caerá en manos de Laurent. Y yo... yo me sentiré más tranquilo si sé que estás bien.

–Pero... Carlisle... Cuídate mucho – dijo al fin, con resignación.

–Te veré pronto – prometió él, sonriendo para infundirle confianza – Edward tiene una noticia que darte y sé que te alegrará. Ven – la jaló hacia la guarida y, con la misma calma, hizo conocer al resto del aquelarre la situación.

Los hombres gruñeron bestialmente, formando al instante una barrera protectora, y las hembras comenzaron a despedirse de sus crías: divinos niños de piel pálida y ojos dorados que, de manera organizada y envueltos en oscuras capas, comenzaron a correr por el bosque, custodiados por Esme y otras tres mujeres más.

–Es hora – anunció Carlisle.

Los vampiros asintieron, con los cuerpos tensos, listos para la batalla, listos para defender a su raza y acabar con las amenazas.

.

.

.

–¡Dónde está! – Exigió saber Edward, azotando la cabeza de uno de los vampiros contra el suelo, agrietándolo por el impacto – ¡¿Dónde está Lauren? ¡¿Por qué no ha venido él también?

Alrededor de él, Jasper y Eleazar combatían contra el resto. Dándole a él tiempo para indagar sobre el principal enemigo.

El vampiro soltó una carcajada seca. Pareciera que el dolor originado por los golpes recibidos, sólo le producía gracia. Edward volvió a azotarlo. ¿Cómo era posible que sus mentes estuviera tan concentradas en no mostrar ese tipo de información?

El desdichado, al igual que los demás, pensaba en todo, menos en la ubicación de su líder. Pero, entonces, debido al cansancio, hubo un pequeño descuido. El paso de las imágenes fue rápido, pero nítido.

–¡Maldición! – bramó Edward, decapitando a su oponente, con un solo y rabioso movimiento de las manos.

–¿Qué sucede? – preguntó Jasper, sin dejar de evadir y propinar golpes.

Edward se unió a la batalla. La angustia que le invadía y le llevaba a pelear y matar, sin compasión alguna, no pasó desapercibida para el rubio.

–Edward, ¿Qué ocurre? – insistió

–Hemos caído otra vez en el juego de Laurent – siseó éste, sin cesar de arrancar cabezas – Necesitamos ir al Castillo. Bella y Alice pueden estar en grave peligro. Laurent y otro de sus hombres han tomado nuestras identidades y se presentaran, bajo nuestros nombres, ante el Rey Charlie.

.

.