Dark Chat

viernes, 18 de junio de 2010

Tan lejana como una estrella

Cap.1.Nuevo Trabajo

Y bien, ahí estaba: en mi primer día en la casa de los Swan.

Soy Edward Cullen y esta es mi historia.

Era un joven de 19 años en ese entonces. Tenía como padres a dos personas extraordinarias: Carlisle y Esme. Además, era hermano mayor de Alice, Jacob y Seth, de 16, 10 y 5 años respectivamente. Pertenecía a una familia muy humilde, pero unida. Mi madre trabajaba, desde hacía tres años, en la casa de los multimillonarios Swan, mientras que mi padre desempeñaba sus dotes de carpintero en una sencilla mueblería.

Había tomado la decisión de ayudarlos económicamente desde muy joven y, en los últimos cuatro años, había trabajado de cargador, repartidor y /o velador en una bodega, la cual habían clausurado tenía poco, dejándome desempleado.

Acababa de ingresar a la universidad pública de Forks para estudiar medicina, mi principal objetivo en aquellos momentos, el cual me provocaba gastos, los cuales, la beca que me había sido otorgada, no bastaba.

Tuve suerte de que, Simon, el chofer de los Swan, decidiera marcharse hacia otra ciudad, dejando su puesto vacante. Mi madre se apresuró a informarme y obtuve una entrevista con la señora Swan al día siguiente. Quién diría que ese sería el inicio de todo.

La señora Swan, una mujer de porte elegante y carácter engreído y altanero, me explicó en qué consistía el trabajo. Me dijo que, a diferencia de mi madre y hermana (quien tenía poco trabajaba en aquella mansión,) yo tendría que quedarme a dormir en la casa por si mis servicios hicieran falta durante la noche o alguna hora poco recurrida.

El trabajo era casi de medio tiempo (digo casi, por que, pese a que generalmente comenzaría a partir de las dos de la tarde, la señora dejo muy en claro que, si se me llegase a necesitar durante el día, ella no se hacía responsable de mis faltas en la escuela)

Acepté sin titubear ya que estaba acostumbrado al estudio autónomo y el dinero era realmente necesario para ayudar a mi familia para que mis hermanos continuaran con sus estudios. Al día siguiente, antes de llevar mis pertenencias (que no eran muchas) a lo que era mi nueva habitación (un pequeño lugar al fondo de un pasillo), me dirigí hacia la universidad y pedí hablar con el director para poder cambiar mi horario de manera que pudiera estudiar durante el día. No tuve problema con ello gracias a mi buen promedio.

Todo estaba listo. El inicio de una nueva vida.

Y ahora me encontraba frente a aquella dominante puerta. Frente a mi destino. Frente a todo lo que me enseñaría a vivir.

Mi madre me recibió segundos después de tocar el timbre. Me reconfortó verla ahí, aunque sabía que a partir de las cinco de la tarde, quedaría completamente solo en aquella residencia. Había visto, en muchas ocasiones, esa enorme y lujosa casa, pero jamás en mi vida había puesto un pie dentro de ella.

La mansión era más parecida a un castillo, inmensamente enorme y con adornos con los cuales mi familia y yo comeríamos por semanas. Esme me dirigió hacia la cocina, en donde me informó que, después de comer, vería a la señora Swan.

–Buenos días – saludé poniéndome de pie

–Llegas a tiempo, muchacho – dijo, ignorando mi saludo y examinándome con su altiva mirada – Espero siempre sea así, no me gustan las impuntualidades. Mi hija saldrá de la escuela en media hora – informó, sin más ni más – Ve a traerla. Que tu madre te de la dirección del colegio, aunque dudó mucho que te pierdas. Es el único de prestigió en todo este pueblo

Trabé los ojos sin que ella se diera cuenta. Si algo no soportaba era la soberbia. Y claro que sabía donde quedaba aquel ostentoso colegio de monjas. Era imposible no girar la vista cuando pasabas al lado de semejante construcción.

Asentí mientras tomaba las llaves que ella me proporcionaba y me dirigí hacia el garaje. Me quedé embelesado al ver a los tres lujosos autos deportivos pulcramente lustrados. El que manejaría era uno de color negro. Tomé el volante con un poco de vacilación. No era la primera vez que conducía, pero había una enorme diferencia entre las toscas camionetas y aquel carro. Aun así, no tuve problema alguno para ponerlo en marcha y dirigirme hacia mi destino.

Llegué a la dichosa escuela minutos antes de lo predicho. Escuché cuando la campana de salida sonó y una pequeña cantidad de jóvenes fue saliendo poco a poco, (la gente capaz de pagar semejante cuota era contada en Forks). No me preocupé por buscar a la hija de la señora ya que ni siquiera la conocía y mi madre me había dicho, antes de salir, que ella sería quien se acercaría al reconocer el automóvil. Esperé fuera del carro, con mis ojos fijos en las llaves mientras jugaba con ellas.

–Hola – saludó una voz suave.

Alcé mi vista y, por un momento, pensé que me había muerto y había despertado en el cielo. Aquella jovencita era más hermosa. Más que hermosa, era divina. Su largo y espeso cabello color caoba caía sobre su rostro, tan fino y pálido, que parecía de porcelana, sus inmensos ojos color chocolate estaban adornados por espesas y rizadas pestañas negras y sus mejillas tenían un ligero rubor rozado que contrastaba perfectamente con la blancura de su piel-

–Tu debes ser el hijo de Esme – continuó ante mi silencio. Su rostro tenía una sonrisa que dejaba a ver que era tan engreída como su madre – Yo soy Isabella Swan.

–Buenas tardes, señorita – saludé en cuanto me repuse del asombro.

Me apresuré a abrirle la puerta trasera de la camioneta e indiqué con mi mano que podía subir. Ella caminó sin vacilación y subió sin verme ni agradecer a mi gesto.

Llegamos a la casa en poco tiempo. Bajé rápidamente y abrí la puerta para que bajara. De nuevo, no obtuve un agradecimiento; pero me dedicó por varios segundos una mirada supervisora.

–Bella, súbete a cambiar. Tenemos una comida con los Hale – ordenó su madre mientras se acercaba.

Noté que el rostro de Isabella se ensombrecía mientras comenzaba a caminar hacia la puerta del recibidor

–Muchacho, ¡¿Pero qué esperas? ¡Ayuda a mi hija con su mochila! – exclamó e inmediatamente tendí mi mano para coger el objeto que me habían indicado

La chica no discutió y se descolgó su ligeramente pesado bolso y me lo tendió

–Date prisa – indicó su madre – y tú muchacho, en cuanto dejes las cosas de mi hija en su recamara, bajas inmediatamente.

Asentí sin decir palabra alguna y seguí a la señorita Swan hasta el segundo piso. Ella tampoco dijo palabra alguna y, en cuanto llegamos al umbral de una enorme puerta, se detuvo

–Hasta aquí esta bien – su voz sonaba molesta – ¿No pretenderás que te voy a dejar pasar, o sí?

No contesté. Asentí, como lo hacía con su madre, y tendí la mochila para que la cogiera.

Lo último que hizo antes de dar media vuelta y cerrar la puerta frente a mis narices fue dedicarme una inmerecida mirada congelada.

Definitivamente, me encontraba trabajando en una casa en la que había tanta altanería como dinero.

Conduje, siguiendo las indicaciones de la señora Swan, hasta una mansión, igual de grande y lujosa que la de los Swan. Estacioné el carro en el enorme garaje y bajé para cumplir con mi papel de abrir y cerrar la puerta para que las "patronas" tuvieran la facilidad de entrar o salir del coche.

–Regresa a la casa y a las diez vienes por nosotras – fue la última orden que obtuve.

Regresé a la casa y mi madre estaba ya fuera de ella, junto a mi hermana, listas para irse. Me despedí de ellas dándoles un beso y mandando saludos a mis hermanos y a papá.

Me encontraba en la cocina, bebiendo un vaso de agua cuando una chica, muy guapa y con uniforme, hizo acto de presencia. Se quedó parada por un segundo en el umbral de la puerta al verme y después siguió caminando mientras me dedicaba una amable sonrisa

–Hola – saludó – ¿Tu eres el nuevo chofer?

–Si – contesté sonriendo.

–No sabía que tendríamos un chofer tan joven y… apuesto

–Gracias por el cumplido – dije, mientras la miraba a los ojos – Tampoco sabía que tendría de compañera de turno a una mujer tan guapa

Con las mujeres, afortunadamente, siempre había tenido suerte y lo confieso: me encantaba jugar el papel del seductor. Aunque, generalmente, yo era el seducido y accedía encantado de la vida.

Mis padres muchas veces me habían reprendido ante esta actitud, pero era algo incontrolable en mí, eso sí: siempre les dejaba claro que yo no buscaba una relación seria y siempre les daba a elegir.

–Creo que tú y yo nos llevaremos muy bien. ¿Cómo te llamas?

–Edward Cullen – respondí mientras me ponía de pie y le tendía la mano

–Mi nombre es Tanya – informó la chica mientras correspondía mi gesto. Llevé su mano hacia mis labios y deposité un beso sobre ellas

–Mucho gusto – dije, volviéndola a mirar a los ojos

Le ofrecí asiento y nos pusimos a charlar sobre trivialidades en las cuales le comenté que era hijo de la cocinera y estudiaba medicina por las mañanas. Por mi parte, me enteré que ella trabajaba medio tiempo y, al igual que yo, se quedaba a dormir todos los días, a excepción de los miércoles, y que se encontraba estudiando tercer semestre de preparatoria.

La chica, además de guapa, era agradable. Nada mal para mis gustos, pensé, y por sus miradas, tal parecía ella pensaba lo mismo. El teléfono sonó y Tanya se apresuro a atender la llamada, segundos después me informó que era para mí, de parte de la señorita.

–¿Si? – dije en cuanto tuve la bocina del teléfono en mi oreja

–Ven por mí. Ahora mismo – fue la respuesta que obtuve.

–¿Pasa algo? – preguntó Tanya en cuanto entré a la cocina y cogí las llaves del carro

–La señorita quiere que vaya por ella – expliqué - Nos vemos – dije con voz suave

Ella no contestó, solo emitió una risita nerviosa.

En cuanto llegué a la casa de los Hale, visualice rápidamente a la señorita Isabella quien se encontraba en la acera de la carretera. Me detuve frente a ella y no tuve tiempo ni de bajarme por que ella caminó, a grandes zancadas, hacia la camioneta y se adentró violentamente en ella

–Te tardaste – casi gritó – Cuando te diga ahora mismo, es ahora mismo – la violencia de sus palabras me sacó que de quicio.

– Disculpe, señorita, pero yo no soy costal de arena para que me use de desquite ante sus problemas – solté, arrepintiéndome casi al instante.

Sabía que aquellas palabras podrían significar el despido en mi primer día de trabajo

–¿Qué has dicho? – el miedo incremento al oír el tono ofendido y, más enfadado aun, de su voz

–Lo siento señorita – me disculpé. No obtuve respuesta y manejé nervioso hacia la casa. Baje rápidamente del carro y en cuanto abrí la puerta, Isabella bajó y se posicionó frente a mí con gesto desafiante

–¿Qué sabes tú de mis problemas? – retó

–Le ruego me disculpe – volví a suplicar

–¿Sabes que te puedo despedir cuando yo quiera, verdad? – Sus palabras me hicieron temblar – Ten cuidado en como me hablas. Tú y yo, no somos iguales – recordó – Y noticia de última hora, criadito: si quiero que tú seas mi costal de arena, serás mi costal de arena. Para eso te paga mi mamá: para servirnos

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Cap.2.Mi lugar, Tú lugar.

EDWARD POV

Pude sentir un ligero olor a alcohol en su aliento mientras hablaba. Tuve que morderme la lengua para no responderle como se merecía a aquella mimada jovencita y quedarme callado, aguantando sus groserías.

– Le ofrezco mis disculpas de nuevo – fue lo que dije. Tragándome el coraje ya que, si alguien debía disculpas aquí, era ella.

– Tus disculpas me valen… –

Empuñé mis manos y decidí alejarme antes de no poder controlar mi lengua y decirle un par de cosas, con las cuales, mi despido sería automático

– Como guste – dije entre dientes – si me permite, me retiro

Me dirigí de nueva cuenta a la cocina para tomar un vaso de agua y esperar a que el reloj marcara las diez. Mis dedos se apretaron en torno al cristal como única prueba de toda la rabia que me consumía. Maldita niña ricachona. ¿Qué se creía? Bien sabía que el dinero les robaba razón a la mayoría de las personas pero nunca pensé que fuera en medidas tan grandes.

– Llévale esto a mi hija – fue lo ultimo que me ordenó la señora en cuanto estuvimos dentro de la casa, tendiéndome una pequeña cajita de regalo

Subí hacia el cuarto de la "señorita gruñona" y estaba a punto de tocar la puerta cuando alcancé a escuchar un llanto proveniente de la misma habitación. Dudé dos segundos antes de tocar

–¿Quién? – preguntó una voz fingidamente clara

– Su madre me ha ordenado que le diera esto – dije, con voz ligeramente alta para que me pudiera a escuchar al otro lado de la puerta

No obtuve respuesta. Tras varios segundos, la puerta se abrió. Mis ojos visualizaron a una Isabella completamente despojada de todo maquillaje y caro accesorio. Sus enormes ojos chocolates estaban enrojecidos. Tendí el regalo y ella lo cogió sin decir palabra alguna. Mi mirada se perdió un momento en lo frágil que se veía. En lo bellamente frágil que se veía.

–¿Se encuentra bien? – quise saber. Por alguna extraña razón, me sentía preocupado por aquella soberbia muchachita

– No – contestó clavando sus ojos en los míos y antes de que pudiera decir algo más, cerró la puerta en mis narices

Bajé las escaleras aún con su imagen en mi cabeza, preguntándome si todas las niñas hermosas y millonarias serian así de extrañas y difíciles.

Los días pasaron sin ninguna controversia. Se volvió rutinario para mí el levantarme temprano para ir a la universidad y salirme de alguna clase para llegar a tiempo a mi trabajo, ir a traer a la señorita Isabella al colegio y atender sus ordenes, autoritarias y faltas de respeto o consideración. Aún así, en algunas ocasiones, la encontré con los ojos hinchados provocando que naciera en mí, una preocupación absurda e incontrolable. Así como la misma ardiente atracción que no iba aceptar de manera tan fácil.

Llevaba casi un mes trabajando en aquella lujosa casa y era extraño que no conocía aun al señor de esta. Cuando le pregunté a mi madre, me dijo que el señor Swan era un hombre importante y de muchos negocios y casi nunca se encontraba en su hogar debido a sus frecuentes y prolongados viajes.

Debido al buen sueldo, había podido comprar los libros necesarios y le había dado íntegramente la beca mensual a Esme. Todo iba bien, si se descartaba el hecho de que mi hígado se estaba pudriendo debido a todos los encontronazos que tenía, a diario, con la hija de la patrona. La chica realmente era rebelde y grosera. ¡La más grosera que haya conocido en toda una vida! No le podía decir nada para llamarle la atención. No le podía prohibir nada, por que ya tenía en la punta de la lengua la contestación que me dejaría completamente callado. Si llegaba tarde, de puro milagro no me mataba. Y no terminaba de recalcarme lo deficiente que era en mi trabajo durante todo el camino. Era importable. Más que insoportable, la chica era un verdadero demonio...

... Pero qué bellos y hechizantes ojos tenía...

Esa madrugada me encontraba en pleno periodo de exámenes y llevaba dos días sin dormir ni descansar un solo minuto. Me hallaba sentado, casi desparramado, en una de las sillas del comedor, tratando de relajar mi mente y mi vista para continuar leyendo. Era, aproximadamente, media noche y el sueño trataba de apoderarse de mí, cuando el sonido de unos pasos se escuchó detrás.

– Hola, Edward – saludó Tanya.

Levanté mi vista y el sueño se fue inmediatamente en cuanto vi el pequeño camisón que traía

– Tanya – dije, sin poder ocultar la sorpresa en mi voz.

–¿Sigues estudiando? – preguntó acercándose y sentándose en el borde de la mesa. Mi vista se dirigió hacia su pierna que había quedado descubierta – Te ves cansado. Deberías relajarte un poco

– Tal vez, necesito que alguien me de un masaje – susurré, mientras acercaba mi rostro al de ella.

Una sonrisa picara se dibujó en sus labios rellenos y sus brazos encarcelaron a mi cuello.

Sus labios se presionaron contra los míos de manera violenta y apasionada. No era la primera vez que la besaba, pero no había pasado nada más, ya que, al dejarle claro mis prioridades, ella había decidido dejar todo esto en una amistad. Noté con satisfacción que, tal parecía, se había decidido, al fin, en ser una muy buena y complaciente amiga.

Su cuerpo se pegó al mío y yo no vacilé en recostarla en la mesa. Mis manos se dirigieron hacia sus piernas y, con un gemido, me dijo que fuéramos a su cuarto.

No lo escuché dos veces...

Como anteriormente lo había dicho: me encantaban las mujeres y jamás, por nada del mundo, desperdiciaría una buena noche de pasión en brazos de una.

Me vestí y salí de su recamara en cuanto ella se quedó dormida. Me dirigí hacia la cocina para recoger mis libros e irme a estudiar a mí recamara. Las letras entrarían ahora con mucha más facilidad. O al menos eso pensaba, pues no esperaba encontrarme con lo que se venía.

Me quedé petrificado al ver de espaldas la silueta más fina que había visto en toda mi vida. Jamás me había fijado en el cuerpo de Bella ya que sus delicadas facciones era capaz de llamar tanto la atención, como para que su figura no fuera algo esencial; pero, en ese momento, había sido un crimen no bajar la vista de su rostro ya que su delgada blusa se pegaba a su cuerpo, como una segunda piel, y su diminuto bóxer dejaba ver sus piernas, tan exquisitas como ella

Mi atención a su cuerpo se rompió en cuanto vi que en su mano llevaba un frasco, e impacientemente se servía un vaso de agua y un puño de píldoras. Aterrorizado, me lancé hacia ella, quien emitió un grito, interrumpido por mi mano. Jamás la había tocado, pero en ese momento, estaba tan asustado que no tuve tiempo de pensar en mi atrevimiento. Giré su cuerpo, sin destapar su boca, para que me viera y dejara de forcejear. Sus ojos se abrieron como platos al verme y, en cuanto tuve seguro que no gritaría más, la liberé.

–¿Qué pensaba hacer? – pregunté, arrebatándole de las manos las pastillas sueltas y viendo la etiqueta del frasco

– No te importa. Lárgate – ordenó

– De acuerdo. Si no me va a dar explicaciones, iré ahora mismo a preguntarle a su madre si esta enferma

–¿Me estas amenazando? – inquirió ella, pero percibí miedo en su voz

– De ninguna manera. Una amenaza viene cuando hay temor, supongo que su mamá esta enterada de que usted necesita tomar once somníferos al mismo tiempo, así que no creo que haya problema.

Ella calló y desvío su mirada de la mía, dándome la respuesta que tanto temía con aquel silencio

– Señorita, ¿Qué tramaba hacer?

Su respuesta me dejo helado: sus brazos engancharon mi cintura y empezó a llorar con su rostro pegado a mi pecho.

Instintivamente, una de mis manos se dirigió hacia sus largos y suaves cabellos, acariciándolos. Ella no dio explicaciones y tampoco se las pedí. La abracé hasta que su llanto se convirtió en un pequeño sollozo.

Y ahí estaba otra vez aquella Bella, inofensiva y cautivadora, con sus ojitos irritados y su cuerpo temblando bajo mis manos.

Me acomodé en una silla para sentarla sobre mi regazo y acunarla como una pequeña bebé. El tiempo se me hizo inexistente con ella entre mis brazos. Era nuevo todo lo que sentía al tenerla así de cerca. Un instinto que me pedía protegerla, cuidarla...

Un hondo suspiro salió de su pecho. Fue entonces cuando supe que era conveniente que se fuera a su habitación. Estaba completamente dormida y no quise despertarla. La cargué lo más suavemente que pude y me dirigí escaleras arriba.

Dejé caer su cuerpo delicadamente sobre su ostentosa cama y me retiré. No sin antes perderme un breve instante en el camino que las lágrimas secas habían dejado sobre sus mejillas.

Fue imposible estudiar. Mi mente estaba completamente ocupada en el por qué Bella había querido hacer semejante estupidez. ¿Qué era lo que le tenía tan angustiada? ¿Quién la lastimaba tanto?

Al día siguiente, la mascara de frialdad y superioridad habían desaparecido de su rostro aquella tarde. Al momento de abrirle la puerta para que subiera y bajara del carro, ocultó su rostro con sus cabellos, evitando verme.

– Veo muy mal a la señorita Bella – dijo a mi madre y a mí, Alice una mañana – No ha probado bocado alguno, tiene días

– Pobre muchacha – lamentó mi mamá – Está tan flaquita que me da pena que no coma

–¿Siempre es así? – pregunté, tratando de sonar desinteresado

– Tiene un par de meses que empezó a comportarse diferente – contestó mi hermana – la señorita tiene su carácter, pero es buena, ¡Aquí la bruja es su mamá!, sabrá Dios que le hizo

– Alice, no tienes por que hablar así de la señora – reprendió mi madre

–¿Esa es la charola de su desayuno?

Mi hermana asintió

–¿Qué vas hacer, Edward? – preguntó mi madre al ver que salía de la cocina con la charola en manos

– Tal vez la señorita necesita motivación para comer

Caminé hacia la habitación, sin comprender aún el motivo que me había impulsado a moverme hacia allá.

– Adelante – ordenó Bella, sin preguntar antes quién había tocado

– Permiso – dije, apareciendo por la puerta, viendo, con contenida diversión, como ella se erguía de su cama y, con grandes zancadas, acortaba la distancia que nos separaba, posicionándose frente de mí, con gesto airado y menospreciante.

–¿Quién diablos te ha…?

– Usted señorita – contesté antes de que terminara de formular la pregunta – Hace cuatro segundos

Ella calló y yo reprimí una sonrisa.

– Dime qué se te ofrece y después desaparece de mi vista – ordenó, dando media vuelta, negándome otra vez el acceso a sus pupilas

– Mi madre me mandó para que le trajera el desayuno – informé mientras acomodaba la charola en una mesita que estaba por ahí.

– Ya le había dicho a Alice que no tengo apetito

– Si sigue sin comer, se va a enfermar –

Sus ojos me miraron con burla

–¿Qué? ¿El doctorcito mediocre viene a darme sermones sobre salud? – preguntó con fría y afilada voz, hiriendo mi ego

– No – contesté, con el mismo timbre de voz condescendiente – "El doctorcito mediocre viene por que le dan lastima las pacientes depresivas y anoréxicas"

– ¿Cómo te atreves? – inquirió, claramente molesta, mientras se giraba para verme con desprecio.

Sin embargo, esa vez, no sentí miedo, si no una gran satisfacción por no dejarme humillar. Ya era el momento de decirle sus verdades a esa niña malcriada.

– Me atrevo, por que usted me ha provocado

– Chachito ¿se te olvida que tú y yo no somos iguales? – Preguntó con odio mientras se acercaba a mí – ¿Se te olvida que ahora mismo, si yo quiero, te puedo correr y dejarte sin dinero para que no puedas continuar con tu estúpida carrera?

– No sé por qué demora tanto en cumplir con sus amenazas – desafié.

– No lo hago, por que en primera: me das lastima – confesó – y, en segunda: será cuando YO quiera, no cuando tu así lo desees

–¿Le doy lastima? – Repetí, con la burla presente en mis palabras – ¡Vaya! ¡Pensé que la que daba lastima aquí, era usted!

Una fuerte cachetada fue lo que recibí como respuesta. Tenía pensado darle una de mis más duras y frías miradas a aquella petulante muchacha, pero no pude. Mi plan quedó completamente estropeado al ver que ella estaba llorando.

Inexplicable era la sensación que sentía cuando la veía en ese estado tan voluble. Era enfermiza la necesidad que me daba el querer consolarla y limpiar sus lágrimas.

– Lo siento – murmuré.

Esperé varios segundos por su reacción. Ni diez bofetadas, ni veinte mil palabras ofensivas que me hubiera podido dar, me hubieran hecho sentir así de fatal cuando despegó su mirada de mí, dio media vuelta y, con sus manos empuñadas a sus costados, murmuró

–Retírate, Cullen. Y deja de meterte en mi vida.

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Cap.3.-¿Asco?

BELLA POV

–¿Te has fijado en lo guapo que esta tu chofer? – preguntó Jessica en cuanto vio a Edward bajar del carro

–No – mentí, patéticamente, mientras caminaba.

Y es que realmente se tendría que estar completamente ciega como para no fijarse en ese tipo.

–¡¿Estas loca? ¡Pero si es un bombón! – exclamó sin despegar la vista del muchacho.

Trabé los ojos, irritada

–Si tanto te gusta, ¿Por qué no vas y si lo dices? – propuse extrañamente exasperada. Jessica dejó de alardear sobre Edward conforme más nos acercábamos.

–Buenas tardes – saludó él, clavando sus verdes ojos en mí, mientras abría la puerta para que Jessica y yo pudiéramos subir.

Yo, como siempre, traté de ignorarlo lo más que pude. Aun no me lograba explicar por que no había pedido a mamá que lo corriera. Era tan… irritante. Seguramente era la lastima que me daba el pobre muchacho… o tal vez era el miedo a que dijera algo de las muchas cosas que sabía con el poco tiempo de conocerme

–¿A la casa de la señorita Jessica?

–No – contesté, de manera tajante – Iremos a la casa

–¡Bella, Rose y yo tenemos un trabajo! – agregó Jessica con voz animada.

Edward se limitó a asentir, sin despegar su vista sobre la carretera.

En cuanto llegamos a mi casa, Jess y yo subimos a mi recamara.

–Ay Bella – dijo, con un profundo suspiro en cuanto estuvimos a solas – Realmente que Edward es… guapísimo

–¿Podrías dejar de hablar, un solo minuto sobre mi chofer? – pedí, frunciéndole el ceño para manifestar mi desaprobación.

–¡Ash! ¡Este bien! ¿De que quieres hablar entonces? – Preguntó – Todavía falta para que Rose venga… ¡Hablando de Rose!... ¿Cuándo viene Jasper?

Volví a poner los ojos en blanco. Hubiera preferido seguir hablando sobre ese bastardo chofer en lugar del hermano gemelo de mi mejor amiga que, por cierto, se suponía llamar mi novio.

–No sé nada de él, Jess.

–¡Pero es tu novio!

– "Jessica" – reprendí, con voz afilada – Tiene AÑOS que no lo miro

–A tu mamá no parece importarle eso – recordó

–Lo sé. Pero tengo la esperanza de que él se niegue o que ya tenga a alguien más

–Lo dudo mucho… hasta donde sé, Jasper sigue siendo muy exigente a la hora de escoger alguna novia

–Tal vez cuando me vea ya no llene sus expectativas – dije con esperanza.

–¿Bromeas? – Inquirió mi amiga en medio de una sonora risotada – Si le gústate cuando estabas en plena pubertad, no dudes que le gustaras ahora.

–Qué "emoción" – repuse sarcásticamente

–Señorita, ¿Puedo entrar? – pidió Alice al otro lado de la puerta

–Si, Alice, pasa

–La señorita Rose ya vino – anunció.

Le dediqué una sonrisa amable. Alice era todo lo diferente a su hermano y me caía bien, si no fuera por que mi madre amenazó con correrla si se "entrometía" en mi vida, estoy segura que aquella niña sería una gran amiga

–Dile que suba – pedí, amablemente

–Ya le dije, pero quiere que usted baje… dice que tiene una sorpresa para usted

–¿Una sorpresa?" – Repitió Jessica con demasiada curiosidad – ¡Vamos, Bella!

Suspiré, de nueva cuenta, irritada. Jessica me caía bien pero a veces era demasiado animosa para mi gusto.

Bajé las escaleras y me reuní con Rose quien se encontraba a pies de estas

–Hola – saludé – ¿Qué pasa? Me dijo Alice que quería que bajara

– Así es – asintió la rubia, con una sonrisa – Mira quién vino

Un hombre alto, de cabello rubio que caía por encima de sus hombros, apareció ante mi vista. Mis ojos se abrieron como platos

–¡Jasper! – exclamó Jessica y éste le dedicó una sonrisa.

Yo seguía sin decir palabra alguna

–Hola, Bella – saludó el chico, dedicándome una sonrisa de lado, con la cual, hubiera arrancado los suspiros de innumerables chicas que se encontraran alrededor.

Pero yo me encontraba demasiado asombrada como para dejarme aturdir por un rostro bonito.

–No pensé que fueras a venir tan… pronto – lo siento, no pude decir nada más.

–Yo también me alegro de verte– repuso, sonriente. Me imagino que tratando de simular mi seca bienvenida

–Jazz, ¿Por qué no vas a la cocina a pedir una jarra con agua? – ofreció Rose para ayudarme a recuperar el aliento.

El chico no discutió y se marchó hacia donde le indicó su hermana.

–Gracias – dije sinceramente, mientras me dejaba caer sobre el sofá.

–Discúlpame, Bella – se apresuró a decir mi rubia amiga – No pensé que te lo fueras a tomar mal...

–No es eso, Rose… – calmé – lo siento es tu hermano y…

–No, Bella. Tú eres mi amiga y me preocupa lo que sientas… Además, Jasper me ha contado algunas cosas en el camino – confesó

–¿Qué te contó? – se adelantó a preguntar Jessica

–Digamos que Jasper ya tiene a alguien más – susurró Rose confidencialmente – Pero les cuento en cuanto se vaya. No tardará mucho. Solo venía a saludar

Jess y yo asentimos, esperando a que el gemelo de Rose apareciera por la puerta

JASPER POV

–Oye, ¿Podrías preparar una jarra de agua y cinco vasos? – le pedí a la chica con uniforme que se encontraba en la cocina, dándome la espalda.

–Seguro joven, en un momento – dijo mientras giraba su cuerpo.

Mis ojos se abrieron como platos, sin que lo pudiera evitar, al ver su rostro.

La chica era linda. Demasiado, para ser sincero. Sus rasgos eran muy finos, más que los de una muchacha de clase alta que se la pasa untándose cremas caras para "el cuidado de la piel".

–¿Agua de limonada esta bien? – preguntó mientras sacaba los vasos de la lujosa alacena

–Si – respondí, aún sin dejar de contemplarla

–En seguida lo llevo – anunció, cuando vi que aun seguía en la cocina

–No – discutí – Esperaré

Me maravillé al ver la gracia con la que se movía de un lado a otro en la espaciosa cocina. Me extrañé al encontrarme en esta situación, ya que no solía perder el tiempo con cualquier muchachita y menos de esta forma.

¿Qué rayos me pasaba?... Tenía claro mi tipo de chica, o al menos eso creía. Jamás antes me había llamado la atención alguien de esta manera, al menos que se presentara frente a mí una jovencita guapa, rubia, de delineadas curvas, bien vestida, rica…

… Y esta niña era todo lo contrario.

Aunque no por eso dejaba de ser lo más sencillamente hermoso que había visto en mi vida. Su cabello era negro, al igual que sus ojos. Su cuerpo era pequeño, y resultaba frágil a la vista de toda persona… por sus facciones, podía calcularme a lo mucho unos diecisiete años…

–Aquí tiene, joven – dijo la chica rompiendo mis cavilaciones – ¿Quiere que llevé la charola? – preguntó al no ver ningún movimiento en mi cuerpo

–No – volví a discutir – Yo la llevaré – sostuve la charola y salí de la cocina.

Tras platicar un pequeño momento con las chicas, me retiré. No había en aquella plática que no hubiera escuchado ya antes: maquillaje, viajes, películas, grupos de rock… solía escuchar de ello todo el tiempo, hasta con Vanessa, mi novia que vivía en Colombia

Dejé a las vanidosas muchachas en su mundo y salí de aquella casa con el carro de Rose (Bella se había ofrecido en llevarla), eran aproximadamente las seis de la tarde. Manejé dos calles arriba y la vi de nuevo. Caminaba al lado de una señora. Ya no portaba el uniforme. Su ropa era sencilla, apostaría que de segunda mano, pero aún así pude notar que varias miradas masculinas se posaban en ella (incluyendo la mía). Traté de tomarle menos importancia y las rebasé. Aún así, mis ojos no pudo evitar posarse en ella, por el espejo retrovisor, hasta que la perdí de vista

BELLA POV

–Ya me dio flojera este trabajo – se quejó Jessica aventando su pluma a un lado.

–Tienes razón. No logro entender absolutamente nada – acordó Rose

–Odio las matemáticas – agregué

Las tres suspiramos profundamente y nos quedamos largo rato en silencio

–¡Bella! – soltó Jessica de repente – ¡Tu mamá no esta!

–Si. ¿Y eso qué?" – pregunté

–¿Todavía tienes la botella que no nos acabamos aquella noche? – Inquirió con voz juguetona y traviesa.

Capté al instante. Rose y yo le sonreímos. Me levanté rápidamente para ir a la cocina, en donde había escondido hasta debajo de un cajón de la alacena la botella de vodka. Rebusqué hasta el fondo hasta que mis manos tocaron su objetivo. Me levanté victoriosa, con la botella en mano

–¿Qué se supone que es eso? – preguntó aquella aterciopelada y molesta voz

–Edward… de veras, búscate algo mejor que hacer que vigilarme – pedí, de manera arrogante.

Su mirada se clavo en la mía.

–Deme eso – ordenó extendiendo la mano. Aferré la botella a mi pecho

–No – me negué con obstinación.

–Señorita, sus amigas tiene que irse hoy a su casa – recordó – Si sus madres se quejan que aquí fue donde se embriagaron, es muy probable que la señora me despida

–Y eso... ¿Debería importarme?

–Debería" – acordó, sosteniéndome la mirada con gesto airado – Recuerde que yo puedo soltar muchas cosas que a su madre le interesaría saber.

– No va a pasar nada, Edward – dije tratando de no exasperarme – Solo serán unas copitas. Si quieres, hasta puedes acompañarnos – traté de usar la persuasión para que accediera, pero su rostro era aún serio e inescrutable

–¡Edward! ¡Por favor! – Chillé – Te prometo que no pasará nada

Tras pasar casi un minuto en silencio, al final, suspiró vencido

–No me haré responsable de esto – amenazó antes de irse.

Lo contemplé mas de la cuenta. El garbo de Edward era algo a lo que no lograba acostumbrarme por mucho que me repetía que solo era un pobretón…

Salí disparada hacia la habitación, con el jugo de uva en una mano y la botella en la otra. Jessica y Rose celebraron dando mudas palmadas con las manos. No perdimos tiempo alguno, encendimos el aparato de música a todo volumen y comenzamos a tomar el líquido embriagante sin detenernos. Tras un par de horas la botella estaba ya vacía y nosotras muy mareadas

–Creo que ya… es hora de que nos vayamos – dijo Rose, meneando la cabeza, tratando de controlar el mareo

–Iré a llamar a Edward – anuncié, mientras me ponía de pie en medio de un bamboleo.

–Si quieres… voy yo – dijo Jess.

–I–ré yo – atajé, con voz firme

Bajé las escaleras a tropezones. Los escalones simplemente no estaban en donde suponía mi vista. Caminé hacia la cocina, gritando "Edward" desde la sala. Pero no obtenía nada más que silencio.

– "¡Edward!" – no contestaban. Ni siquiera la muchacha que se quedaba supliendo el turno de la tarde, así que decidí ir hacia la recamara de mi chofer.

–¡Ah! Ed-Edward...

Me quedé parada en el umbral de la puerta. Escuchando los gimoteos de una mujer.

Algo dentro de mí, me ordenó… me exigió abrir la puerta de tajo y, lo lamenté al instante, pues encontré a mi chofer en la cama, con la sirvienta que cubría el turno de la tarde. No recordaba su nombre.

–¡Bella! – exclamó el muchacho mientras se separaba bruscamente de la sudada mujer.

Esperaba que ninguno de los dos hubieran notado mi expresión un segundo antes de tornarla sarcástica y grosera

–Vaya, vaya – dije, contemplando fríamente los cuerpos desnudos cubiertos por las sabanas – Ya veo por que estuviste tan accesible…

–Señorita, por favor… – comenzó a decir la muchacha, a la cual silencié simplemente con la mirada.

–Apresúrate, Edward. Tengo prisa – ordené con una voz completamente desconocida para mí. Era una mezcla de furia, burla, frustración, amargura, condena, pena y fingida despreocupación…

–¿Te pasa algo? – preguntó Rose en cuanto me vio entrar al cuarto. Seguramente mi cara había retomado el gesto dolido que tuvo por un segundo al ver a Edward con aquella muchacha

– "No" – mentí. No encontraba palabras para describir lo que sentía. Sabía que era absurdo el sentirse molesta, dolida… más que absurdo, era algo estúpido. Edward no era nada mío y jamás lo sería. Obviamente

Tras esperar unos cuantos minutos bajamos (a como pudimos debido al mareo) y nos encontramos a Edward ya listo con el carro. Sus ojos se clavaron en mí, y yo le respondí la mirada de forma acusadora y burlona. Noté que Jessica le coqueteaba a la hora en que la ayudaba a subir del auto (la cerveza la hacía más atrevida) y que Rose lo contemplaba un buen rato

– Llévanos primero a la casa de Jessica – ordené. Edward se limitó a asentir y me echó otra ojeada por el retrovisor.

–¿Por qué a mi primero? – rezongó mi amiga

–Por que es la casa que nos queda más cerca – contesté

–Edward, ¿No quieres ir a trabajar a mi casa? – ofreció Jessica coquetamente.

Él aludido no pudo evitar emitir una pequeña risita.

Maldito Don Juan Pica Flores.

–Créeme, Jess –dije despectivamente - El servicio de Edward es completo… hasta ofrece espectáculos pornográficos gratis.

La sonrisa de esté se desvaneció

–Si es conmigo, con todo gusto – respondió Jessica mientras se acercaba hacia el chofer. Vi sus intenciones: quería acariciar su cabello o su rostro, la jalé antes de que tuviera oportunidad.

–¡Ya cálmate! – ordené, esperando que se interpretara que estuviera enojada por la dignidad de mi amiga y no por los celos que me invadían irracionalmente

– "¡Ash!, Bella. El hecho de que tu no quieras aprovechar a este mango no significa que yo no

–Esta bien – acordé tajantemente – allá tu si quieres probar saliva de chacha… creo que Edward estará muy complacido de terminar lo que yo interrumpí hace un momento. ¡Hubieran escuchado! Los gimoteos de la sirvienta se escuchaban hasta la sala.

Rose y Jessica abrieron los ojos ante mi comentario y vi como Edward apretaba con fuerza el volante. Nadie dijo ni una sola palabra más durante todo el camino, pero su rabiosa mirada se posó en mí de manera amenazante.

.

.

–¿Me puede decir por qué se empeña en hacerme la vida imposible? – preguntó en cuanto estuvimos a solas

– "¿Yo?" – inquirí de manera inocente mientras me auto señalaba con un dedo

– Si, usted – repitió, firmemente.

–Ay, Edward – suspiré, en un intento exagerado de demostrar apatía – Créeme que tengo mejores cosas que hacer que estar vigilando tu miserable vida

–Claro, como intentar suicidarse – repuso, levanté mi mirada, para aniquilarlo con ella

–¿Pero quién te crees…?

–¡No! – Interrumpió furioso – ¡¿Quién te crees TU para estar divulgando mi vida con tus amigas?

Me quedé estática ante el tono de su voz… era incapaz de creer que un simple chofer me hablara de esa manera.

– Nadie te ha dado derecho de que me tutees – alegué – Respétame, por que no somos iguales y tal parece que eso se te esta olvidando conforme pasan los días

–Respeto se da a quien lo merece – dijo, con voz afilada – Y tu, Bella, lo menos que inspiras en mí es respeto

–¡Claro, claro! El hacer el amor con la sirvienta en la casa de la patrona no es muy educado que digamos – discutí

– Tampoco lo es el abrir la puerta sin antes tocar – protestó

– Al menos la hubieras llevado a otro lugar para "amarla"" – recomendé mientras a mi mente venía aquella grotesca imagen y los incómodos quejidos que había escuchado

– No la amo – confesó en un susurro

– ¿No? – pregunté, realmente curiosa y sin poder ocultar lo sorprendida que estaba ante su confesión. Él negó con la cabeza – ¿Entonces por qué…?

– Vamos, Bella – interrumpió divertido – ¿No me digas que eres de esas niñas fresas que piensan que solo el amor te mueve a tener sexo con un persona?

Agaché mi cabeza. Realmente ese había sido el motivo del por qué no me había acostado nunca antes con ningún chico. La idea parecía divertirlo, así que obviamente no lo admitiría frente a él

–Eres un idiota – acusé, con verdadero enojo. Sentí un poquito de lastima por la muchacha. Solo un poquito. Edward se encogió de hombros

–Eres un patán – volví a acusarlo.

No hizo gesto alguno, su mirada se clavo en la carretera – "Pero supongo que la estúpida es ella…" – concluí

–¿Tu nunca has hecho algo parecido? – preguntó

–Deja de tutearme – ordené, tratando de desviar el tema

–¿Lo has hecho o no? – insistió, ignorando fácilmente mi comentario anterior.

–¿Ser la idiota de un tipo? No – respondí. Con esa contestación no iba a mentir y él podía suponer lo que quisiera

– ¿Tanya es idiota? – inquirió en cuanto el carro paró en el garaje de mi casa

– Idiota es poco – aclaré – Mira que acostarte contigo es… lo más bajo que alguien pueda hacer – esperaba que no notara la nota de celos debajo de la frialdad de mis palabras

–¿Es mi imaginación o estas celosa? – ¡Maldición!

–¡Por favor, Edward! – Exclamé – No sueñes tanto – le recomendé mientras emprendía la marcha hacia la puerta de la sala. Huyendo, realmente. Ni bien había dado dos pasos hacia delante, sus brazos me acorralaron entre su cuerpo y el carro.

– ¿Y por qué no puedo soñar? – preguntó con voz peligrosamente seductora.

–Te estas pasando, chachito – advertí, concentrándome al máximo para no hacer manifiesto mi nerviosismo. Desgraciadamente mi voz se corto ligeramente

–¿La estoy haciendo temblar, señorita? – cuestionó, la suficiencia salía a borbotones de aquellas palabras. ¿Qué podía esperar? Era obvio que él muy idiota sabía que feo no era. Era claro que estaba consciente de que todas podían caer rendidas ante sus verdes e hipnóticos ojos, ante la miel y profundidad de su voz, ante la perfección de su rostro y de su alto y musculoso cuerpo…

– Solamente de asco – respondí desafiante, olvidándome de lo que momentos antes había pensando. Esperaba que se separara ante el veneno y crueldad de mis palabras, pero paso lo contrario.

Su cuerpo se apretó hacia al mío, dejando solo escasos milímetros entre nuestros labios. Inclinó su rostro para que su nariz rozara levemente mi cuello, y, después, subió lentamente, hasta mi mandíbula. Cerré los ojos ante el placer que me dio el tener su aliento contra mi piel.

– ¿Te sigo dando asco, Bella? – preguntó con su boca casi pegada a la mía

Ya no podía pensar coherentemente. ¿Quién podría resistirse ante semejante tentación? Moví mis manos hacia su cabeza, aferré mis dedos en su cabello y jalé su rostro hacia el mío para poder besarlo.

Él correspondió el beso de manera intensa. Moviendo sus labios contra los míos con fiereza. Me atrapó aún más contra el carro. Podía sentir la fuerza de su cuerpo sobre el mío. Su calor traspasando hasta mis huesos. Mis manos se deslizaron hacia su cintura. Quería que me apretara más. Quería sentir ese calor más cerca de mí.

En ese momento entendí como es que Tanya, y muchas otras más, no habían sido capaces de no dejarse llevar por él…

Pero yo no era Tanya…

Con una gran fuerza de voluntad, que emergió de no sé donde, llevé mis manos hacia su pecho y lo alejé. Sus ojos brillaban en la oscuridad, sus labios estaban húmedos y su respiración era un pequeño jadeo al compás del mío. Estuve a punto de volver a besarlo, solo a punto. Antes de que eso pasará, lo quité de mi camino y salí lo más rápido que mis pies lo permitieron

Tan lejana como una estrella


Holaa mis niñaas!


Primero que nadaa perdon por tenerlas tan abandonadas estas ultimas semanas pero la escuela me traia locaa con tantos trabajos y examenes finales, pero ya gracias a dios me desocupé, asi que ya me tendraan de regresoo por aqii


Me da mucho gusto regresar con este fic que a mi en lo personaal me encantó cuando lo leí, es de nuestra querid Anjudark de qien debo confesar soy su faan, me encantaan sus fics, esperoo que les gustee tanto como a mi, aqui les dejo la portadaa y los primeros 3 caps


lqmmm besitooooss


anitaa cullen!

jueves, 17 de junio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 21
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-Duque James de Bogen -se levantó Jasper de su silla saludándolo. -¿A qué debemos el honor de tu presencia? -añadió con un toque de ironía y tratando de ocultar su disgusto por la non-grata sorpresa.


-Majestad -hizo una profunda reverencia, con gesto casi teatral. -Quise hacer firme la invitación que muy amablemente vuestra hermana me hizo antes de marcharme de vuestro reino, cuando asistí a vuestro magnífico enlace matrimonial.


Rosalie palideció al instante mientras miraba de reojo a Emmett. Había olvidado por completo aquel episodio con el Duque y, precisamente cuando en su corazón albergaba la felicidad inmensa que otorgan los sueños cumplidos, ese joven venía a ensombrecerla con su inconveniente aparición.


-Cuando partí de aquí viajé hasta el Reino del Sur donde debía resolver ciertos asuntos -les explicó James -y de regreso ahora hacia Bogen he decidido hacer un paro en el camino.


-Más bien un rodeo de varias decenas de millas -susurró Edward por lo bajo.


-Cualquier distancia es ínfima si se trata de volver a contemplar la extraordinaria belleza de la Princesa Rosalie -contestó James con tono mordaz a su comentario.


-Me alagáis, Excelencia -respondió ella simulando complacencia ante sus palabras. James inclinó su cabeza sonriente.


-Debes estar cansado tras un viaje tan largo -aventuró Jasper. -¿Has desayunado ya?


-Ciertamente, no -admitió.


-Entonces, siéntate -le indicó con la mano un lugar frente a Emmett, quien se hallaba al lado de Rosalie. -Acompáñanos.


-Os lo agradezco, Majestad -dijo ocupando su puesto, lanzándole una mirada llena de desprecio al guardia. -Veo que han habido muchos cambios en este tiempo -puntualizó James sin apartar sus ojos lacerantes de Emmett. Rosalie, con su mano oculta bajo la mesa apretó con disimulo la del joven, que ahogó los deseos de hacerle apartar su vista de él con un puñetazo en su refinado mentón.


-No entiendo a que te refieres -apostilló malicioso Jasper, sin querer darse por enterado.


-A la cantidad de soldados y guardias que he visto apostados en la murallas del castillo -se apresuró a responder, obviando el tema en cuestión.


-Eso se debe a un desafortunado episodio que hemos vivido recientemente -le anunció Edward.


-¿Puedo saber que sucedió? -quiso saber lleno de curiosidad.


-Sufrí un pequeño atentado que, como puedes observar, no tuvo grandes consecuencias -le informó, sin querer declarar demasiado.


-Pues nadie mantendría que haya sido de tan insignificante calibre -le rebatió él. -Conforme me adentraba en el castillo tenía la sensación de estar penetrando en una fortaleza infranqueable.


-Cualquier precaución es poca -espetó Emmett quien recibió otra mirada altiva por parte del Duque.


-¿Y cuánto tiempo piensas permanecer con nosotros? -cambió de tema Jasper tratando, sin apenas conseguirlo, de mostrarse amable.


-Quizás abuso de vuestra hospitalidad si os dijera que deseo quedarme todo el tiempo que sea posible -reconoció. -Pero la duración de mi estancia aquí lo dejo en las delicadas manos de Su Alteza -añadió dedicándole a Rosalie un sonrisa deslumbrante, que habría azorado a cualquier muchacha, mas no a ella que maldecía para sus adentros por la inoportuna visita del Duque.


-Por lo pronto ordenaré que os preparen una habitación -dijo Rosalie, aprovechando que Charlotte llegaba al comedor para servir. -Charlotte, que alisten una de las recámaras del Torreón de Invitados -le pidió a la doncella.


-Sí, Alteza -asintió ella.


-Lástima que hayas decidido visitarnos precisamente ahora -comentó Jasper. -Mi hermana no podrá mostrarte las maravillas de este Reino.


-No os entiendo, Majestad -se extrañó James.


-Desde que atentaron contra mi hermano tratamos de no salir de las murallas del castillo -le aclaró Rosalie.


-¿Habéis decretado el estado de sitio? -preguntó con asombro.


-Es una simple medida cautelar –agregó Jasper restándole importancia. -En cualquier caso, no creo que mi agresor tenga nada contra ti así que eso no implica que tú no puedas hacerlo cuando gustes, siempre bajo tu responsabilidad, claro -agregó.


-Sí, es algo lamentable, pero no me cabe duda de que, a pesar de eso, mi estancia aquí será más que satisfactoria, siempre y cuando cuente con la compañía de la princesa -admitió James mientras miraba a Rosalie insinuante.


-Majestad, he de retirarme -anunció Emmett de súbito levantándose de la mesa, bajo la mirada sorprendida de los asistentes. -Debo atender cierto asunto que no puede esperar -se excusó.


-De acuerdo -asintió finalmente Jasper. -Cuando te desocupes me gustaría que vinieras a mi escritorio. Quiero terminar de concretar aquel asunto de las recaudaciones.


-Por supuesto, Majestad -se inclinó. -Con permiso. -Y sin más dilación abandonó la estancia.


-Admirable -murmuró James maravillado.


-¿Cuál es la razón por la que os mostráis tan asombrado? -lo miró Edward con recelo.


-Disculpadme, Alteza, si me inmiscuyo en asuntos que no me conciernen pero, en mi anterior visita, creí que ese muchacho afirmaba que era un simple guardia y, ahora, no sólo se sienta en vuestra mesa sino que se tratan con él temas de estado -apuntó James molesto, sin poder contener más su disgusto al observar la cordialidad y la familiaridad con la que se trataba a aquel burdo plebeyo que había osado a ridiculizarlo frente a todos. Rosalie no pudo evitar tensarse ante su despectivo alegato.


-Como bien has dicho antes -se sonrió Jasper al comprobar que la incomodidad del duque era mayor que su discreción -han habido muchos cambios.


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.


.


Emmett caminó rápidamente hacia la que desde ese día era su nueva habitación y se apresuró a entrar. De nuevo se sobrecogió al contemplarla, a la luz de las velas la estancia seguía siendo magnifica. Se quitó la camisa dejándola en la butaca y se tumbó pesadamente sobre la cama mientras se pellizcaba el puente de la nariz. Tanto en un solo día resultaba demasiado. Primero que le invitaran a compartir la mesa de los señores y lo trasladaran a esa habitación y luego...


Giró la vista hacia el centro de la recámara y rememoró en su mente lo que había sucedido esa mañana en aquel preciso lugar haciendo que su cuerpo volviera a estremecerse con el simple pensamiento. Lo había deseado tantas veces... las mismas que había tratado que sacarlo de su cabeza y de su corazón. Sin embargo, por más que intentaba convencerse a sí mismo de que aquello estaba lejos de estar permitido no pudo reprimir por más tiempo todo lo que se agolpaba en su interior y menos después de oír aquellas palabras Tú lo eres todo... Quizás la última brizna de cordura que quedaba en él le habría hecho apartarse de ella si hubiera visto en sus ojos cualquier atisbo de duda, pero esos labios sugerentes ardían deseosos por ser besados, al igual que él moría por hacerlo. Lo que nunca, ni en sus sueños más osados había imaginado era una respuesta tan apasionada por parte de Rosalie, cosa que, lejos de incomodarle, lo atraía más hacia ella. Lo había besado con el mismo incontrolable frenesí que lo había dominado a él, sin reservas ni tapujos. Volvió a sentir escalofríos al recordar sus labios exigentes y su manos cálidas aferradas a él, mas una sombra acechante pronto lo sacó de su ensoñación.


-¡Maldito Duque! -masculló para sus adentros. Había tenido que llegar justo en ese momento para derrumbarlo todo de un sólo plumazo, volatilizando su ilusión como si fuera una efímera burbuja, simplemente con su petulante presencia y su pomposa y casi ridícula grandilocuencia.


Emmett se sentó en la cama apoyando la cabeza en sus manos. Era absurdo engañarse. Él era un hombre pragmático, nada dado a los misticismos pero, sin duda alguna, que aquel pretencioso hubiera vuelto justo ese día le pareció una señal muy difícil de obviar. Le mostraba con claridad que él no era el tipo de hombre que Rosalie merecía y que jamás podría serlo.


Un ruido en el corredor lo sobresaltó y se puso en pie, expectante. Sin tener tiempo apenas para reaccionar, vio a Rosalie entrar a hurtadillas a la recámara y cerrar la puerta tras ella.


-Rosalie...


Mas ya no pudo añadir nada más. Rosalie corrió hacia él, lanzándose contra su pecho y estrellando sus labios contra los suyos besándolo con fervor. Turbado por un instante, la estrechó contra su cuerpo, apretando sus manos entre aquel fino camisón que la cubría mientras ella hundía sus dedos en su torso desnudo, gimiendo en su boca.


-Necesitaba tanto verte -susurró ella contagiándole con su aliento embriagador.


-¿Cómo se te ocurre venir aquí? -musitó él tratando de hacer uso del poco sentido común que aún residía en él.


-Apenas sí te he visto en el día de hoy -dijo elevando otra vez su rostro para volver a besarlo.


-Y ambos sabemos bien la razón -aseveró de repente con tono hiriente, separándose de ella un par de pasos.


-¿Me consideras culpable de que el Duque haya decidido visitarme? -le reprochó Rosalie.


-Desde luego no fui yo quien lo invitó -apuntó con tono mordaz.


-Aquello sucedió bajo otras circunstancias -se defendió ella.


-Sí, puedo recordar perfectamente lo que yo te inspiraba en aquellos días -se volteó tensándose.


-¿Y qué era si tan seguro estás de saberlo? -preguntó con sarcasmo.


-Desprecio -la miró con dureza.


-Más que eso -se mofó ella. -Desprecio y rabia infinita -se acercó a él y tomó sus rostro entre sus manos -por no ser dueña de mis sentidos cada vez que tus ojos se posaban en mí y no poder dominar la reacción de mi cuerpo ante tu cercanía -sentenció con seriedad. -Hace mucho que mi alma dejó de pertenecerme para convertirse en tuya.


Emmett dejó escapar un suspiro que parecía querer oprimirle el pecho y atrapó su estrecha cintura entre sus manos para atraer sus labios hacia los suyos. La besó con lentitud, acariciando cada rincón de su boca muy despacio, memorizando cada milímetro su dulce piel y deleitándose en la exquisitez de su efluvio. Rosalie soltó su rostro y deslizó sus manos hasta su nuca, enredándolas en ella, perdiéndose en la cálida sensación que le producían aquellos labios.


-Perdóname -susurró Emmett con arrepentimiento. -Me enferma verlo cerca de ti.


-Para mí tampoco es agradable aunque reconozco que fue mi error -se disculpó ella. -Pero créeme que me mostraré ante él lo más indiferente posible y que me esforzaré para que se marche de aquí cuanto antes.


-Sí, pero mientras tanto...


-¿No confías en mi amor por ti? -se molestó ella.


-No es eso -respondió angustiado.


-¿Entonces? -quiso saber ella.


-Veros juntos hace que me cuestione...


-¿Qué? -preguntó Rosalie con impaciencia.


-Mi condición -aseveró finalmente.


-¿Acaso el amor que dices tenerme queda medido por tu posición y tu cuna? -inquirió ella airada.


-Por supuesto que no -se molestó él. -No hallarías a nadie en este mundo que pudiera amarte como yo, pero... -vaciló -un hombre como él es lo que te conviene.


-¿Y por qué debería conformarme con un amor incompleto cuando sólo tú podrías dármelo por entero? -exclamó -¿Qué importan el linaje o un título nobiliario si únicamente en tus brazos podré hallar la felicidad? Quizás soy yo quien no sea suficiente para ti.


-¿Cómo se te ocurre semejante estupidez? -la miró mortificado. -No hay ser terrenal o celestial que se te pueda comparar, ni hay mujer en el mundo que pueda obsequiarme con la dicha que siento al tenerte entre mis brazos -la estrechó contra su pecho. -Si supieras todas las veces que deseé que cada una de las palabras que respiraban tus labios, cada una de tus miradas teñidas del azul de tus ojos fueran sólo para mí.


-Del mismo modo deseaba yo sentirme refugiada en el calor de tu pecho -susurró ocultando su rostro entre su cuello, -sentir las caricias de tus manos y el sabor de tus besos.


Emmett bajó su rostro buscando los labios de Rosalie fundiéndolos con los suyos. Inició una danza sinuosa, pausada sobre ellos impregnándose de su dulzor y que para Rosalie pronto se convirtió en tormento, deseosa de embriagarse de él. Con osadía, los entreabrió y acarició suavemente con su lengua su labio inferior, gesto que él no esperaba y que produjo que un gemido escapase de su garganta. Emmett perdió entonces el poco sosiego que aún restaba en su cuerpo y entreabrió los suyos respondiendo a la demanda que ella le hacía y dio comienzo el delirio que embargó a ambos al profundizar su beso, mientras se derretían sus bocas ante el ardor de su aliento. Rosalie separó las manos de su nuca y empezó a recorrer con sus dedos el pecho desnudo de Emmett, contorneando con ellos cada una de las líneas de sus músculos bien formados, sintiendo él como su piel se incendiaba bajo su tacto y como iba perdiendo el control con cada uno de sus roces.


-¿Cómo te hicieron esta herida? -le preguntó Rosalie sin apenas alejarse de sus labios con la voz revestida en sensualidad, trazando con las puntas de sus dedos, como tantas veces había deseado hacer, la larga cicatriz que marcaba su abdomen.


-En... un entrenamiento, hace años -titubeó él.


-¿Te cuesta recordarlo? -sonrió ella con malicia al ver que se tomaba su tiempo para contestar.


-Anulas toda mi voluntad -se apartó Emmett un poco de ella calmando su respiración.


Rosalie no pudo evitar que eso exaltara su vanidad femenina al saber lo que era capaz de producir en él y una sonrisa con pinceladas de orgullo se dibujó en su rostro.


-¿Creí que habíamos acordado ser cautelosos? -inquirió él con fingido reproche.


-Lo estamos siendo ¿no? -dijo con coquetería.


-No creo que el venir a mi recámara vestida con esta prenda que deja adivinar hasta la más minúscula curva de tu cuerpo lo sea -le sugirió él.


-¿Insinúas que trato de tentarte? -le sonrió provocativa.


-No lo insinuó, lo afirmó -aseveró él. -Toda tú eres una tentación.


-No parece que te esfuerces por resistirte -susurró ella en su oído sintiendo él como un escalofrío recorría su espalda.


-Por Dios, Rosalie -blasfemó Emmett. -No soy de piedra -musitó atormentado.


Rosalie hizo caso omiso a sus quejas y posó sus labios en su cuello, depositando besos ardientes en él. Emmett suspiró hondamente, abrumado por la pasión arrolladora de aquella mujer que hacía temblar todo su cuerpo y tuvo que hacer gala de todo su autocontrol para separarse de ella.


-No, Rosalie -la tomó por los hombros apartándola, tratando de escapar del influjo de su boca mientras ella lo miraba confundida. -Sé que he traspasado los límites de lo establecido por todos los cánones humanos o mundanos y abandonado el sendero de la sensatez y el buen juicio al dejarme llevar por mis sentimientos hacia ti, pero ésta es una barrera que no tengo intención de quebrantar.


De repente Rosalie le dio la espalda, con expresión turbada, avergonzada. Había perdido por completo la lucidez, hasta tal punto que había dejado de lado el decoro y el más mínimo intento por salvaguardar su propio honor y su virtud.


-Discúlpame, yo... -vaciló ella. -Me aterra imaginar lo que pensarás de mí en este momento -cruzó los brazos sobre su pecho, afligida.


Emmett se posicionó frente a ella y se inclinó a besarla, levemente y ella bajó su rostro aturdida.


-Creo que eres una mujer muy hermosa, apasionada y fascinante -tomó su barbilla obligándola a mirarle -y te amo aún más por ello.


-Y yo te amo a ti -le respondió con la emoción en sus ojos.


-Ahora, deberías irte a tu recámara -le sugirió.


-Está bien -aceptó ella con una sonrisa, depositando un dulce beso en sus labios. -Te veo mañana en el desayuno -concluyó mientras caminaba hacia la puerta, pero no la hubo alcanzado cuando Emmett la tomó por un brazo para llevarla hacia él y estrecharla de nuevo.


-¿Te sentarás a mi lado? -preguntó él suspicaz.


-Es lo que he hecho durante todo el día de hoy ¿no? -lo miró con aire pícaro.


-Sólo quería asegurarme -bromeó.


-Desde hoy ocupas ese lugar y lo harás siempre, al igual que ocuparás para siempre mi corazón -susurró ella acariciando su rostro.


-Como tú el mío -añadió con seriedad.


-Que descanses -le sonrió ella, separándose de él, dejándola Emmett ir esta vez.


Cuando hubo cerrado la puerta, Emmett se volvió a dejar caer sobre la cama, con una inquietud sobrevolando la estancia. Con seguridad sabía que ella sería por toda la eternidad la dueña de su corazón pero... ¿lo sería él del suyo?


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Ya hacía casi dos semanas del atentado contra Jasper y, por tanto, de que se hubiera decretado el estado de sitio. En ese tiempo, la vida intramuros se había normalizado considerablemente, aunque los portones y puentes levadizos seguían cerrados y se tenía especial precaución a la hora de permitir el paso hacia el castillo. Así que Bella, aunque Edward se mostró reticente, decidió continuar con la escuela.


-¿Qué tal las clases, mi amor? -recibió Edward a su esposa abrazándola, besándola con ternura.


-Agotadoras -suspiró con pesadez dejando que Edward rodeara sus hombros con su brazo y la instara a salir de la sala que hacía las funciones de aula. -Aún tienen dificultades para comprender las operaciones aritméticas un poco más complejas -le explicó.


-Me lo imaginaba -apuntó él. -Por eso, hoy nada de lectura -agregó enseñándole sus manos vacías. -Disfrutarás de una relajante tarde de verano en compañía de tu esposo.


-Eso suena prometedor -sonrió ella mientras se dejaba guiar.


Acababan de adentrarse en uno de los jardines cuando vieron a Angela caminar hacia ellos.


-Estaba buscándoos, Alteza -se detuvo frente a ellos la doncella, con aire de preocupación en su mirada.


-¿Sucede algo? -se interesó Bella.


-Un emisario ha traído esto para vos -le informó alargándole un pliego lacrado.


-Gracias, Angela -le dijo tras lo que la muchacha se retiró. -Edward, es de mi padre -le anunció mostrándole inquieta el sello de Breslau.


-Tranquila, Bella -la calmó él mientras la llevaba hasta uno de los bancos de piedra. -Dámela, yo la leeré para los dos -le pidió sentándose a su lado y tomando la misiva.


Queridísima hija:


Antes que nada quiero expresar mi profundo pesar por el atentado que sufrió el Rey Jasper y quisiera que le hicieras llegar en mi nombre mis más sinceros deseos de recuperación. De más está decir que si precisase de mi ayuda para cualquier tipo de menester, incluido el apoyo de mi ejército, estoy a su entera disposición.


Dicho esto paso al motivo real de esta carta y que tanto me va a costar expresar. Antes de continuar, quiero apelar a vuestro entendimiento y comprensión, tanto tuyos como de tu esposo y, a ti en concreto, al amor de hija que, en el fondo de mi corazón, espero aún me profeses.


La verdad de todo esto es que nada de lo que te escribí en última carta fue dicho desde la sinceridad, no sentí ni una sola de las palabras que plasmé en aquel pliego y si lo hice fue sólo con la esperanza de provocar lo que ha sucedido, que unas tu vida a la del Príncipe Edward.


Imagino vuestro más que comprensible asombro y sin más dilación paso a relatar la inverosímil e incalificable situación que me ha llevado a actuar así.


Bella, como bien sabéis, el Príncipe Jacob viajó conmigo de vuelta a casa después de la boda y durante todo el trayecto no hizo más que sugerirme lo conveniente de una alianza entre nuestros Reinos mediante la unión entre vosotros, además de confesarme sus sentimientos hacia ti y asegurarme que te haría feliz. Yo no dudé de ello, y creí que sus deseos de establecer finalmente un compromiso entre vosotros lo llevó a manifestarlo abiertamente. Hoy por hoy creo que, además de eso, él si percibió, al contrario que yo por desgracia, que algo comenzaba a nacer entre el Príncipe Edward y tú y quiso anticiparse.


Cuando llegamos a Breslau y después de tres jornadas de viaje, expresó sus deseos de hacer noche allí para descansar, antes de partir hacia Dagmar y yo, por supuesto, acepté encantado. Bella, tú sabes que siempre he tenido en gran estima a ese muchacho y muchas veces te hice saber mi preferencia a que te unieras en matrimonio con él y, ahora me doy cuenta de que él también lo sabía. Lo que aconteció después... incluso todavía me avergüenzo al recordarlo y, aunque quisiera justificarme y culparlo a él de que me engatusó vilmente o me engañó con malas artes, sería injusto pues yo mismo, inconscientemente permití que lo hiciera. Nos pasamos la velada brindando, e imaginando en voz alta la dicha que traería para nuestras familias el que se produjera tal unión. Jacob hizo especial hincapié en tu aprecio por él y se mostraba más que convencido de que llegarías a amarle, era una felicidad completa. Entre eso, y el sopor de un par de jarras de vino de más, me convenció de que firmara un acuerdo nupcial entre vosotros... así de sencillo y... bochornoso.


Al día siguiente, con el documento en la mano, partió hacia Dagmar, imagino que lleno de gozo y satisfacción. Sin embargo, yo me angustié al saber que había roto la promesa que te había hecho hacía sólo unos días, pero confié en que fuera cierto ese aprecio que tú sentías por él del que tanto hacía mención Jacob y que, por tanto, no te negaras a aceptar aquel compromiso. Me disponía a escribirte cuando llegó tu carta. Créeme cuando te digo que me sumí en la desesperación al comprobar que en un acto tan irresponsable, insensato e impropio de mí estaba poniendo en juego tu felicidad y, aunque jamás puse en tela de juicio tu amor por el Príncipe Edward o lo apropiado o no de tu elección, no sabía como hacer para asumir la situación que yo mismo había procurado con tanta simpleza y estupidez.


Decidí partir hacia Dagmar. Como era de esperar, William estaba radiante de felicidad ante la perspectiva del matrimonio entre nuestros hijos. Sin embargo, Jacob no entendía el porqué de mi pronta visita y lo noté inquieto, por lo que decidí tantearlo. En lugar de comunicarles claramente tu firme decisión de unirte a Edward, les confesé mi preocupación ante tu reacción al no habértelo consultado primero y fue cuando Jacob me mostró su verdadera cara. No trató como la vez anterior de convencerme alegando que tu afecto por él pasaría rápidamente al amor sino que se mostró del todo ofendido, airado, restregando en mis narices el maldito acuerdo que yo había firmado de mi puño y letra y, me dejó entrever las consecuencias de romper dicho pacto. No habló expresamente de un enfrentamiento pero no hizo falta.


Puedes imaginar primero la decepción que sentí ante aquel muchacho que alguna vez creí que podría ser mi sucesor y luego, la impotencia de no saber como romper ese endemoniado compromiso sin provocar una catástrofe. Para mi fortuna, él mismo me dio la idea. Me propuso que lo mejor era escribirte cuanto antes para poder empezar con los preparativos de la boda... definitivamente ese muchacho temía que surgiera algo entre vosotros dos.


Decidí complacerle, y de que manera... era incapaz de ocultar el gozo que le creaba la dureza y firmeza de mis palabras caligrafiadas en ese pliego obligándote a volver y tuvo por seguro que tú no dudarías en acatar mi voluntad. Sin embargo, yo confiaba en que no sería así. Eres mi hija y te conozco y, si tu amor por Edward era tan genuino y verdadero como narrabas en tu carta, no te conformarías tan fácilmente, lucharías por hacerlo valer y recé para que ocurriera lo que justamente ha ocurrido.


Hijos míos, me apena en lo más profundo que las cosas se hayan dado de esta forma, que os haya precipitado a celebrar vuestro matrimonio de un modo furtivo e intempestivo, sin que todos vuestros seres queridos hayan sido testigos y creyendo que contabais con mi profunda desaprobación. Edward, para mí es un verdadero castigo el no haber podido ser yo quien te entregara a mi única hija en el altar, aunque soy consciente de que es muy poco para lo que merezco. Sé que apenas te conozco pero estoy seguro de que tú eres la felicidad de Bella, por algo te ha elegido, y eso hace que te respete y te aprecie, sabiendo con certeza que dejo a mi hija y a mi Reino en las mejores manos. No puedo hacer más que pedirte perdón humildemente. Y a ti, mi querida hija, no sé con que palabras describir el pesar que siento y la vergüenza por haberte decepcionado de esta forma. Sólo espero que algún día puedas, si no perdonarme, tratar de entenderme. Este es tu Reino, Bella y sus puertas, al igual que las de mi corazón siempre estarán abiertas para vosotros. Sólo espero que no me cerréis las vuestras.


Con todo mi amor y arrepentimiento.


Charles, Rey de Breslau.


Cuando Edward concluyó la lectura de la carta desvió su mirada hacia Bella y vio que las lágrimas recorrían sus mejillas. Él mismo se hallaba aturdido, sin habla. La apretó contra su pecho y acarició su cabello, tratando de darle consuelo.


-Edward, no sé que decir -susurró ella.


-No creo que debas decir nada, ya está todo dicho -la calmó él.


-Pero mi padre...


-Cometió un error -atajó él. Bella alzó su rostro sorprendida.


-Es una forma muy sutil de llamarlo ¿no crees? -lo miró confundida. -Es una actuación totalmente deplorable y... ridícula -espetó. -Dejarse manipular así.


-Lo que me lleva a pensar que él no fue el único culpable en esta historia, Bella -aseveró con firmeza.


-Jacob... -agregó ella. -Nunca creí que fuera tan ruin. -La decepción en su voz era más que evidente. -Me preocupa como pueda actuar cuando se entere de todo -dijo con recelo.


-Pues a mí en lo absoluto -sentenció él con seguridad. -Ya eres mi esposa, nada puede hacer para remediarlo -le sonrió mientras secaba suavemente con sus dedos los rastros que había dejado el llanto en su piel -Y dudo que se atreva a provocar un enfrentamiento, sabe que está en desventaja ante nuestros ejércitos.


-¿No estás... molesto? -preguntó vacilante ante su calma. Edward resopló.


-No podría definirlo, Bella -negó con la cabeza. -Me reconcome el dolor que has sentido este tiempo al pensar que tu padre no aprobaba nuestra unión y que te hayas casado conmigo con la certeza de que lo hacías en contra de su voluntad aunque... -dudó durante un momento -llámame egoísta si quieres pero en el fondo me alegro de que estoy haya sucedido -acarició con ternura su rostro. -He disfrutado de la dicha de hacerte mi esposa, de hacerte mía, mucho antes de lo que jamás hubiera imaginado y eso nadie podrá cambiarlo, ni siquiera Jacob lanzando una horda de demonios sobre nosotros -añadió con un susurro, deslizando sus dedos hacia su barbilla e inclinándose sobre ella de forma peligrosa. -Eres mía, Bella, me perteneces, en cuerpo y alma y para siempre.


Y con sus labios rubricó aquella afirmación, besando los suyos con urgente necesidad, tratando de borrar con el dulce sabor que emanaba de Bella esa pequeña punzada que había sentido en su pecho ante la fugaz idea de que aquel príncipe tramposo tratara de recuperarla. Moriría antes que permitir que así fuera.


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Charles bajó con gesto agotado del carruaje, desde Breslau al Reino de Dagmar sólo había dos jornadas de viaje pero el calor veraniego los hacía extenuantes, además de que el motivo de su visita tampoco elevaba su ánimo. Iba a atravesar el pequeño patio que antecedía la puerta principal cuando un linda muchacha de largo y negro cabello, al igual que sus ojos, y piel de un tenue cobrizo salía a su encuentro.


-¡Leah! -exclamó el Rey al verla.


-¡Hola, Majestad! -lo saludó ella con entusiasmo.


-Qué grata sorpresa encontrarte aquí -respondió él animado.


-Llegamos hace unos días -le informó.


-Me alegra enormemente tener la ocasión de encontrarme a tu padre -le sonrió. -¿Ha venido también tu hermano?


-Sí, Seth está con Jacob en las caballerizas y mi padre está en la sala con el Rey William -le respondió.


-¿Me podrías hacer el favor de ir a buscar a Jacob? -le pidió amablemente.


-Claro que sí -asintió antes de ir a cumplir su petición.


Charles la vio por un momento alejarse y volvió a emprender su camino hacia el interior del castillo. Su amistad con William se remontaba a muchos años atrás y su visitas eran asiduas, así que ya no precisaba de ser anunciado, por lo que pasó directamente al salón, encontrando a sus dos amigos riendo, sentados a la mesa con sendas jarras de cerveza.


-¿No es demasiado pronto para empezar con la cerveza? -les dijo a modo de saludo. Ambos hombres se voltearon a mirarlo y se levantaron abandonando la mesa para ir a su encuentro.


-Querido Harry -le palmeó la espalda de su amigo con entusiasmo. -¡Cuánto tiempo sin verte! -exclamó. -Acabo de encontrarme con Leah y casi no la reconocí. Se ha convertido en una jovencita preciosa.


-William me estaba contando sobre Bella y su compromiso con Jacob -le guiñó el ojo.


-Charles, sabes que aprecio cada una de tus visitas pero sólo hace un par de semanas que te marchaste de aquí -le sonrió. -Si lo que quieres es pasar una temporada con nosotros no tienes más que decirlo -bromeó.


-Temo que el motivo de mi visita no sea nada agradable -anunció con seriedad.


-Me alarmas amigo mío, ¿que sucede?


-Deberíamos esperar a Jacob antes de explicar nada -le dijo. -Esto le concierne a él más que a nadie.


-No será necesaria la espera -apreciaron la voz de Jacob en la entrada al salón, que caminaba flanqueado por Seth y Leah. -Ya estoy aquí y dispuesto a escuchar todo lo que tengáis que decir -añadió con gran suficiencia.


Aquella muestra de soberbia molestó a Charles, y aún más al recordar su innoble engaño, así que se limitó a buscar en el bolsillo de su capa la carta de Bella.


-Enterate tú mismo -demandó ofreciéndosela.


Jacob tomó el pliego con desconfianza y comenzó a leerlo. Conforme sus ojos iban recorriendo cada una de sus líneas su expresión se tornaba más y más iracunda.


-¡Esto es una vil calumnia! -le acusó exaltado sin apenas terminar de leerla -¡Una verdadera infamia! ¡No creo ni una sola palabra de este miserable escrito!


-¿Qué está sucediendo? -insistió William molesto.


-Amigo mío, siento comunicarte que el acuerdo matrimonial que firmé, en el que fijaba el compromiso entre nuestros hijos no podrá hacerse efectivo -le informó con solemnidad. -Desobedeciendo mis expresos deseos, Isabella ha contraído matrimonio con el Príncipe Edward de Meissen.


-¡Eso es una completa falsedad! -gritó Jacob, incapaz de creer aquello.


-Tú mismo lo has leído -aseveró Charles.


-Tendré que verlo con mis propios ojos -masculló entre dientes.


-¿Qué piensas hacer, hijo? -se alarmó William.


-Ir al Reino de los Lagos -le aclaró.


-Eso es una necedad -le sugirió Harry, aunque Jacob hizo caso omiso y se dispuso a abandonar la sala.


-¿No has terminado de leer la carta? ¡Están sitiados! -alcanzó a agregar Charles haciendo que Jacob se detuviera.


-¿Sitiados? -se sorprendió William.


-Parece que el Rey Jasper sufrió un atentado -comenzó a explicarse.


-¡Poco me importa! -le interrumpió Jacob. -No podrán negarse a recibirme -le advirtió. -Bella me debe una explicación.


-No Jacob, espera -le sujetó por un brazo Seth.


-¡Suéltame! -se zafó con brusquedad de su agarre y salió a grandes zancadas del salón, yendo Leah tras él.


-¡Muchacho, que ensillen mi caballo! -le ordenó a uno de los mozos que encontró en el corredor mientras se dirigía a su recámara.


-Jacob, estás siendo un inmaduro, actuando de forma tan impulsiva -lo acusó Leah quien casi tenía que correr para poder alcanzar sus pasos. -Párate a pensar por un minuto.


-¡No tengo nada que pensar! -vociferó abriendo con violencia la puerta de su habitación.


-Pero si ya se ha unido a otro hombre es algo que no tiene remedio -trataba ella de hacerlo entrar en razón -¿qué vas a hacer si no? ¿matarlo? -agregó con sorna.


Jacob soltó encima de la cama la muda de ropa que había tomado y la miró con dureza, los ojos inyectados de furia.


-No me des ideas, Leah -farfulló crispado.


-¿Te has vuelto loco? -se alarmó ella. -Manchar tus manos de sangre por una mujer que no te ama y a la que estoy segura que no amas tú tampoco.


-¿Qué sabrás tú de mis sentimientos? -se puso a la defensiva, airado. -Además, esto no es de tu incumbencia.


-Por supuesto que lo es -le gritó ella. -Me duele ver como has hecho el ridículo todo este tiempo, tratando de que ella simplemente te mirara, de ganar su favor, cuando estaba más que claro que a Bella sólo la unía a ti un afecto fraternal. Te viste deslumbrado por su naturaleza tan singular, mezcla de fragilidad y fortaleza, sin ni siquiera plantearte si una mujer como ella te haría feliz -aventuró con voz firme. -Y ahora te has propuesto conseguirla a como de lugar, utilizando incluso argucias indignas de alguien de tu posición, únicamente porque otro hombre ha posado sus ojos en ella.


-No sabes lo que dices -espetó mientras terminaba de acomodar su morral, sin mirarla, tratando de impedir que su subconsciente depurase de aquellas palabras lo que pudieran tener de ciertas, que él bien sabía era mucho.


-Jacob, no es más que un sueño de humo -le dijo ahora con mirada comprensiva, posando una mano sobre su brazo, afablemente. -No sabes el dolor que produce cuando crees que estás a punto de tocarlo y se desvanece entre tus dedos.


-Cualquiera diría que sabes de qué estás hablando -concluyó con cierta sorna en su voz, colgando el morral en su hombro, tras lo que abandonó la recámara.


-Lo sé mejor de lo que tú crees -susurró ante una habitación ya vacía, con el corazón entristecido y anegado por las lágrimas.