Dark Chat

miércoles, 9 de junio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 19
*********************************

Queridísimo Padre:

Imagino que no esperabas la llegada de esta carta, sino la mía. Siento hacértelo saber de esta forma pero no será así. De hecho, tras haber finalizado la lectura de estas líneas, vas a tener que ser tú quien decida cuando podré volver.

Si piensas que éste es otro de mis actos de rebeldía, tal y como parecer ser que los denominas tú ahora, y que estoy desobedeciendo tus órdenes cual niña malcriada, te diré que esto va mucho más allá.

Tampoco me andaré con rodeos, padre... cuando recibas esto hará al menos una semana que contraje matrimonio con el Príncipe Edward.

Puedo suponer cual será tu reacción ante tal noticia... ira al haberme negado expresamente a cumplir tus deseos, decepción al no cumplir con tus expectativas de hija obediente y abnegada, contrariedad al tener que enfrentarte a tu querido amigo el Rey William y romper el compromiso matrimonial al que accediste sin, te recuerdo, sugerírmelo antes siquiera...

Podría darte miles de justificaciones y excusas ante lo que para ti es un comportamiento completamente reprobable y me pregunto si valdría la pena el esfuerzo. Pero de lo que sí puedo hablarte es de lo que sentí yo cuando leí tu carta. Me sentí engañada, traicionada y muy desilusionada. ¿Cuántas veces te he oído decirme que te sentías orgulloso de tener una hija tan juiciosa y madura? ¿Cuántas veces me dijiste que confiabas en mí y que te sentías tranquilo al tener la suerte de que fuera una muchacha responsable y comedida? ¿Dónde quedó todo eso? ¿Eran únicamente mentiras o era algo convenientemente a olvidar cuando te hablé de mis sentimientos hacia Edward y de cual era mi decisión?

En realidad, ya poco importa todo eso. Soy la esposa de Edward y nuestra unión cuenta con legítima validez pues Jasper y Alice, como Reyes de Los Lagos nos han ofrecido asilo y apoyo. Te ratifico que este tipo de apoyo es en todos los sentidos y no creo necesario tener que hacer hincapié en los tres ejércitos que se sumarían a nuestra causa en caso de que el Príncipe Jacob decidiese tomar represalias. En lo que ti se refiere, me niego a creer que pudieras llegar a tanto y, si, por el contrario, te lo plantearas siquiera, sabe de antemano que, desde ese mismo instante, dejaría de considerarme tu hija.

Me entristece profundamente el haber llegado a esto y que no hayas comprendido cual era mi felicidad, de hecho, confío en que haya sido eso, falta de comprensión por tu parte. Me destrozaría saber que sí eras consciente de ello y, aún así, hubieras decidido sacrificarme a tu conveniencia.

Sólo por si fuera de tu interés, te hago saber que permaneceré en este Reino de forma indefinida. El Rey Jasper sufrió un atentado por parte del Reino de Adamón, del que afortunadamente ha salido bien librado y estamos en estado de sitio, con el ejército dispuesto y preparado para resistir cualquier ataque.

Cuando la situación se estabilice, que con la Gracia de Dios así será, tomaré rumbo hacia mi nueva patria, el Reino de Meissen. Hasta entonces, rogaré para que la benevolencia y la indulgencia que caracterizan tu naturaleza justa toquen tu corazón.

Tu hija que te ama

Alteza Real, Isabella de Meissen.

-Y Princesa Heredera del Reino de Breslau, Bella -exclamó el Rey Charles golpeando con ánimo el brazo de su trono. -Bien hecho, hija -masculló a través de la sonrisa que se asaltaba a sus labios, -no esperaba menos de ti.


.


.


.


.


-Esta vez habéis sido vos la artífice de esta exquisita cena -aseveró Jasper con voz firme mientras disfrutaba del último bocado de su plato.


-Estáis muy seguro de eso, mi señor -sonrió ella halagada apartando la bandeja al otro lado de la cama.


-No pretendo desmerecer las habilidades de Charlotte pero la presencia de vuestras manos en este delicioso platillo es inconfundible -se reclinó contra la cabecera de la cama.


-Me complace que os guste -asintió ella.


-Recuerdo que la primera vez que lo hicisteis me asegurasteis que os sentíais dichosa de poder hacerlo -se inclinó ahora acercándose a ella. -¿Aún pensáis igual? -le susurró clavando su mirada en ella. Durante un instante, Alice se perdió en la inmensidad de aquel mar azul de sus ojos.


-Yo... -titubeó. -Voy a buscar las cosas para curar vuestra herida.


-Como gustéis -se volvió a recostar sobre la cama con sonrisa sugerente.


Alice tomó la bandeja con manos temblorosas y se apresuró a salir de la habitación. En cuanto Jasper escuchó los pasos de su esposa alejándose por el pasillo, apartó la sábana y se levantó de la cama. Se regodeó al ver que, de nuevo, volvía a hacerlo sin sufrir ningún atisbo de mareo y, con paso vacilante primero y más seguro después al comprobar la firmeza de su equilibrio, comenzó a pasear por la habitación.


Sabía que su tío no se lo habría permitido y habría insistido en que debía reposar durante más tiempo, pero casi tres días inconsciente y cuatro guardando reposo... eran mucho más de lo que su acostumbrado sosiego podía soportar. Por eso en esos dos últimos días había aprovechado las ocasiones en que Alice lo dejaba a solas para salir de aquella cama.


Con la imagen de su esposa en su mente se dirigió a la ventana, perdiendo su vista entre la oscuridad de la noche. Durante esos cuatro días había intentado acercarse a ella, ganarse su confianza, tratar de derribar ese muro de frialdad que se interponía entre ellos y, como siempre, ella se mostraba a la defensiva, alejándose de él. Sin embargo, él no se rendía, sabía que el momento en que ella bajase la guardia llegaría y él lo esperaba atento, dispuesto a no desaprovecharla cuando se diera la ocasión.


-¿Me podéis explicar por qué motivo estáis levantado? -oyó exclamar a Alice a sus espaldas, sobresaltándolo.


Jasper comenzó a pasarse la mano por el pelo con gesto infantil al verse sorprendido.


-Esto...


-No creo que haya ningún tipo de excusa para vuestra irresponsabilidad -espetó enojada, mas guardó silencio por un momento, observándolo. -Si no me equivoco, no es la primera vez que lo hacéis ¿verdad? -aventuró al verlo en postura tan erguida y segura.


-En realidad, me levanté por primera vez ayer por la mañana -reconoció con cierta culpabilidad.


Alice lo miraba con desaprobación.


-Me exasperaba permanecer inmóvil en la cama -agregó Jasper en su defensa. -De hecho mañana saldré a caminar por el jardín -sentenció con firmeza acercándose a ella, con paso decidido, mostrándole que tan recuperado estaba. -¿Me acompañaríais a dar un paseo mañana? -le sonrió insinuante.


Alice apartó la vista de él vacilante.


-Deberíais consultarle primero a vuestro tío -concluyó finalmente. -Ahora si me lo permitís, quisiera revisaros la herida.


Jasper asintió sin perder la sonrisa. Era evidente que cada vez le era más difícil mostrarse indiferente ante a él. El joven obedeció y volvió a sentarse en la cama para que Alice le examinase. Ella se situó cerca de él y comenzó a retirar las vendas. Aún le resultaba inquietante hacerlo, el observar su torso desnudo, tocarlo... debía hacer un esfuerzo sobrehumano para controlar el temblor de sus dedos.


Cuando hubo retirado el vendaje por completo, hizo lo mismo con la gasa que cubría la herida. Ya no tenía tan mal aspecto, de hecho estaba cicatrizando y bastante bien, según Carlisle que, a modo de broma, le decía a su sobrino que pronto pasaría a engrosar su amplia colección de cicatrices. Mientras aplicaba el ungüento cuidadosamente, no pudo evitar que su vista se desviara a aquellas marcas que le resultaban tan fascinantes. A pesar de ser un claro reflejo del dolor que le habría sido infligido al realizarle aquellas heridas, ella sentía un inexplicable deseo de acariciarlas y sentir el tacto de aquellas líneas rosadas.


-¿Os producen aprensión? -preguntó él preocupado al ver como observaba ella aquellos cortes que desfiguraban su cuerpo. -Puedo cubrirme si os incomodan.


-No -se apresuró a corregirle ella. -Disculpadme si os he importunado.


-¿No os inspiran repulsión? -se sorprendió él gratamente.


Alice negó con la cabeza volviendo a vendar su herida.


-¿Os... duelen? -dudó sin poder reprimir su curiosidad.


-Únicamente ésta que es más reciente -le dijo señalándole uno de los cortes que recorría su hombro derecho. -¿Queréis saber algo más? -la alentó, complacido ante el interés que le producían a Alice aquellos desagradables estigmas.


-¿Cuál fue la primera? -se animó a preguntar, mordiéndose el labio, dudosa de si estaría resultando una molestia para Jasper el tratar ese tema.


-Ésta -giró levemente su rostro indicándole una pequeña ramificación que brotaba de su ojo izquierdo llegando casi a su sien. Alice recordaba bien esa cicatriz. También era la primera que ella le había visto.


-¿Fue una dura batalla? -se interesó ella.


-Cruenta -admitió él con seriedad. -Edward con una piedra en la mano, aunque contara con tres años de edad, era mortífero.


Alice no pudo impedir soltar una carcajada.


-Pues no creáis que él salió bien parado de aquella contienda -agregó tratando de mantener seriedad en su expresión, sin apenas conseguirlo. -Preguntadle por su coronilla la próxima vez que lo veáis.


Viendo la naturalidad con la que Alice reía ante su comentario, él no pudo evitar acompañarla y reír también. Cuando ambos pararon, el rostro de Alice se mostraba relajado y resplandeciente.


-Sois preciosa cuando sonreís –le dijo Jasper con suavidad, acercando su mano a su rostro, acariciando su mejilla levemente, produciendo que el rubor maquillara su piel.


Quizás éste era el momento que había estado esperando...


Con lentitud se inclinó hacia ella, deslizando su mano tras su nuca, atrayéndola hacia él, deseoso de volver a probar la dulzura de su labios. El tiempo que había transcurrido desde la última vez que lo hiciera le parecía una eternidad ahora. Se miró un momento en sus ojos grises, que lo miraban con brillo trémulo, instándole a perderse en ellos. Jasper continuó el tumultuoso viaje hacia sus labios y casi podía sentir la frescura de su aliento cuando Alice se separó de él.


-No, os lo ruego -exclamó levantándose de la cama, yendo hacia la cómoda y apoyándose en ella, con una mano en el pecho como si buscase un hálito que le faltara.


-¿Por qué? -preguntó él lleno de frustración.


-Porque no soporto la doble moral -dijo con voz desgarrada. -Es superior a mis fuerzas.


Jasper se incorporó lentamente y caminó hacia ella, despacio y se posicionó unos pasos tras ella, en silencio, expectante. Por fin había llegado el momento en que Alice se abriera a él y aguardaría paciente el tiempo que fuera necesario.


-Soy consciente de que muchos hombres lo hacen y que a nosotras sólo nos queda el vano consuelo de la resignación, mas yo no puedo conformarme -continuó tras unos segundos, haciendo palpable en su voz la gran lucha que se debatía en su interior. -Me repugna el libertinaje, la lujuria que empuja a los hombres a compartir el lecho con su esposa y, como si eso no fuera suficiente, retozar con cuanta mujer se presente para saciar su vicio. Lo considero indigno, sucio.


Jasper apretó los puños contra sus muslos viéndola como las lágrimas comenzaban a surcar sus mejillas y con cada una de ellas la sentía más y más lejana.


-¿Mas qué nombre darle a su pecado cuando un hombre apenas toca a su esposa y prefiere refugiarse en los brazos de otra? -prosiguió con gran dureza en su voz, sus hombros temblando, tratando de dominar los sollozos que invadían su garganta. -¿Es mera indiferencia hacia ella? ¿repulsión? o...


Entonces Alice se volteó a mirarle. Pero su expresión no reflejaba ahora la acritud, la aspereza con la que le había lanzado su alegato hacia un momento, sino que eran los ojos de una mujer que lo observaba derruida, destruida, sin esperanza.


-Decidme -alcanzó a susurrar, con el llanto rompiendo su voz. -¿Tanto la amáis?


Jasper la miraba atónito, incapaz de emitir sonido alguno. Aún siendo consciente de cual era el motivo de su frialdad hacia él, jamás pensó que fuera tanto el rencor, el resentimiento y el dolor que la reconcomían, tanto que a él le acababa de golpear el pecho de forma tan poderosa que le helaba la sangre. Fue al verla encaminarse hacia su habitación, huyendo de él, humillada ante su mutismo, cuando reaccionó y corrió tras ella, tomándola por los hombros, deteniéndola, sabiendo que si no lo hacía la perdería definitivamente.


-No, Alice -aseveró con firmeza notando como sus brazos se tensaban bajo sus manos. -No sin que antes me hayas escuchado.


Tras un momento, el decaimiento de sus músculos dio la señal a Jasper para alivianar su agarre, soltándola. Alice se mantuvo en silencio, de espaldas a él, estática.


-Me prendé de ti en el primer instante en que te tuve frente a mis ojos -comenzó a decirle. -Me enamoré del brillo de tu mirada, de tu sonrisa inocente, la delicadeza de tus rasgos, de tu alma cándida. Pero fue la pureza, la calidez de tu corazón lo que hizo que perdiera por completo el control de mis sentidos. Por primera vez en mi vida me supe egoísta, deseando con todas mis fuerzas que tu corazón fuera completamente mío, que latiera por mí, para mí -admitió atormentado. -¿Mas cómo? Se abría ante mí el camino de la felicidad y la posibilidad de recorrerlo de tu mano. ¿Pero de que forma enfrentar, emprender un viaje del todo desconocido para mí?


Jasper se volteó, suspirando pesadamente, en un intento de ordenar las miles de ideas que bombardeaban su mente.


-Nunca había amado a una mujer, Alice -reconoció, asombrando a la joven con tal afirmación. -Me considero un hombre prágmatico, de estrategias, planificaciones y pautas dispuestas a priori. ¿Cómo encajar en todo eso algo tan irracional, impredecible e intempestivo como el amor? -se detuvo dubitativo. -Pero lo que más me angustiaba era no saber cómo llegar hasta ti, cómo conseguir la dicha de tu amor -manifestó abatido. -Temí que, al confesarte mis sentimientos, me rechazaras o que me correspondieras guiada por la obligación, condicionada a hacerlo y, el sólo pensarlo, me ennegrecía el alma.


Ese pensamiento de nuevo cruzó la mente de Jasper y volvió a tensar los puños. Aún ahora la mera idea era más dolorosa que antes.


-Decidí entonces darte tiempo, esperar, no hostigarte o comprometerte con el apremio de mis anhelos, ocultándolos de ti para no forzarte a amarme si no era lo que tú deseabas y ansiando el día en que por fin lo hicieras.


Se giró y la tomó por los brazos obligándola a mirarle, acercándola a él casi con brusquedad, sobresaltándola.


-Sí, soy culpable de cautela, indecisión, inseguridad y estupidez, pero jamás de indiferencia o desinterés hacia ti -sentenció con firmeza. -Y no sé qué maldita burla te ha hecho creer que te he faltado. Es una vil infamia y me enferma, me asquea el sólo pensarlo.


Jasper veía como su serenidad escapaba de su cuerpo con cada una de sus palabras. Cerró los ojos e hizo gala de todo su autocontrol, respirando pausadamente y así sosegándose. Cuando se hubo calmado, volvió a mirarla, soltándola.


-Alice -le dijo ahora con suavidad. -Tú has sido, eres y siempre serás la única mujer en mi vida. Te has convertido en la razón de mi existencia y te amaré hasta mi último aliento -le susurró. -Sólo espero que no sea tarde para nosotros y que si en tu corazón llegó a surgir algún sentimiento hacia mí no haya muerto irremediablemente.


Jasper quedó en silencio, con el alma pendiente de un hilo, observándola, intentando descifrar de entre todas las lágrimas que brotaban de sus ojos algún indicio que le anunciara cual sería su condena. Alice bajó entonces su rostro apartando su mirada de él. Con cada uno de sus segundos silenciosos, Jasper sentía que poco a poco se le escapaba la vida.


-En la infinidad de libros que Bella me ha hecho leer, a menudo trataban el tema del amor -comenzó a hablar finalmente, en un hilo de voz que era casi imperceptible. -Quizás mi ingenuidad me hacía apreciarlo como un sentimiento emocionante, fascinante, pero a la vez desconocido. Nunca había sentido nada igual y soñaba con el día en el que ese sentimiento tocara mi corazón -le confesó. -Mas todavía hoy rememoro sus pasajes y ninguna de sus líneas consigue reflejar o describir algo tan poderoso que pueda elevarme a los cielos y hacerme caer hasta el infierno en un sólo instante, o tan abrumador que consiga obnubilar la consciencia de mis sentidos dejando de pertenecerme, algo que acierte a expresar mínimamente lo que tú provocas en mí -susurró vacilante. -Sólo sé que es la luz de tus ojos la que ilumina mis días y el embrujo de tu sonrisa el que guía mis sueños, mis noches, que es el sonido de tu voz el que marca el ritmo de los latidos de mi corazón y -suspiró temblorosa -y que sería capaz de morir por una caricia tuya.


Obedeciendo un impulso, Jasper entonces alzó su mano y la posó en su mejilla, acariciándola con dulzura, incitándola a mirarle.


-No, Alice -musitó aliviado. -Jamás por algo así, nunca con todo lo que me resta aún por darte.


Y sin esperar a que ella pudiera decir algo más, sin la necesidad de tener que seguir buscando en sus ojos grisáceos lo que ya había escuchado de sus labios, la atrajo hacia él y la besó.


Disfrutar de nuevo de aquella piel suave y tersa llenaba su alma de gozo y, lo que empezó como un beso delicado y lleno de dulzura, pronto se tiñó de pasión. Tanto lo había deseado, tanto lo había soñado que sentir por fin a Alice entre sus brazos con la maravillosa certeza de su amor por él lo cegaba por completo. Necesitaba compensar todos esos besos, todas esas caricias que no le había dado, borrar con sus labios todas esas lágrimas que había derramado de forma absurda por él y mitigar con su calor toda esa soledad que la había acompañado en todo ese tiempo. La sintió estremecerse en su abrazo haciéndole temblar a él, embriagándose de la exquisitez de su boca, sabiendo que jamás conseguiría paliar la sed que tenía de ella. Era tanta...


Alice se separó de él sin aliento, turbada, azorada ante su fervor, pero la mirada azul de Jasper, oscurecida por el deseo, la hechizó sin remedio. Volvió a atrapar la boca femenina con vehemencia, con urgencia y Alice vio como su razón y sus fuerzas huían de ella con la exigencia de sus besos. Rodeó su cuello con sus brazos, hilando entre sus dedos las ondas doradas de su cabello, uniéndose más a él. La entrega de Alice lo enervó, queriendo sentirla con mayor intensidad y, dejándose llevar por el frenesí que producía en él la dulce ambrosía de sus labios, los acarició con su lengua como una clara invitación, a lo que ella respondió separándolos ligeramente, permitiéndole poseer su boca y saborearla por entero.


Cuando Jasper abandonó sus labios y le hizo bajar los brazos para dibujar un hilo ardiente de besos sobre la curva de su cuello, Alice dejó escapar un gemido sobresaltado. Jasper la miró con temor, esperando encontrar en ella alguna señal de rechazo, mas sólo halló una mirada incendiada, reflejo del ardor que lentamente se posicionaba en su interior. Sus labios enrojecidos producto de su propia pasión se mostraban entreabiertos, incitantes, alentándolo a besarlos de nuevo, a lo que él obedeció complaciente.


La vorágine de sensaciones que nacía en sus bocas ahora comenzó a invadir sus cuerpos, iniciando el viaje sin retorno a la locura. Jasper elevó sus manos hacia su nuca y empezó a acariciarla, con tortuosa lentitud, deslizando sus dedos por su cuello, hasta sus hombros mientras su boca se posicionaba cerca de su oído, sintiendo Alice su respiración cerca de su sien.


-Te amo -le susurró él con voz grave, lanzando miles de escalofríos a lo largo de su espalda, recorriendo ahora con sus labios el camino que segundos antes dibujaran sus dedos, mientras sus manos desprendían de sus hombros el vestido de Alice, que caía hasta sus pies, dejando la prenda interior femenina, la piel de sus brazos y el nacimiento de sus senos a la vista.


Jasper tomó su manos y, sin separar sus ojos de los suyos la condujo hasta el lecho, sentándola a su lado, percibiendo en sus mejillas enrojecidas su temor virginal, lo que le daba un aire puro, inocente y encantador. Entonces volvió a besarla con ternura, mostrándose gentil, mitigando así su nerviosismo y tratando de apaciguar su propio anhelo. Las caricias que Alice comenzó a trazar sobre su piel así se lo demostraron. Con la delicadeza de sus dedos comenzó a dibujar las cicatrices que marcaban su cuerpo, una por una, admirando cada uno de aquellos estigmas como si hubieran sido tallados con un cincel de divinidad y transmitiendo a su cuerpo miles de sacudidas con su tacto sobre ellos.


-¿Y tu herida? -musitó preocupada Alice al posar sus dedos sobre el vendaje que la cubría.


Jasper le dedicó una sonrisa sugerente y la tendió con delicadeza sobre la cama, recostándose cerca de ella.


-Ni mil heridas podrían impedirme que te haga mía esta noche -susurró sobre su labios, perdiéndose de nuevo en ellos, hundiendo Alice sus dedos en su cabello y uniéndolo más a ella.


Muy despacio, sin premura, Jasper empezó a deshacer los lazos delanteros de aquella prenda que ocultaba el cuerpo femenino y poco a poco lo dejó al descubierto completamente. Se separó entonces de sus labios para observar su desnudez, extasiado por su belleza, mientras Alice cerraba los ojos llena de pudor, avergonzada.


-Mírame, Alice -le pidió con suavidad. Ella obedeció, reticente para encontrarse entonces con su mirada ardiente y llena de veneración.


-Eres lo más hermoso que he contemplado jamás -murmuró él, acariciando lentamente su boca con la punta de sus dedos.


Jasper atrapó con sus labios un suspiro que Alice dejaba escapar, turbada, sintiendo como los dedos masculinos comenzaban a explorar su piel, contorneando su figura... su cuello, su clavícula, el valle de sus senos, su cintura, la curva de su cadera... Aquel peregrinar se convirtió en un tormento para ella cuando fueron sus labios los que empezaron a surcar su piel, sintiendo como su lengua dejaba ríos de fuego a su paso. Jasper deslizó entonces su mano hacia uno de sus pechos, acariciándolo, sin que Alice pudiera reprimir un gemido que al poco se transformó en un jadeo incontrolado cuando el calor de su boca sustituyó al tacto de sus dedos. Aquel sonido lo hizo estremecer, le enardecía hacerla vibrar así y como respondía ella a sus caricias, como hundía sus dedos en su pelo, arqueándose contra él, incitándole a seguir con las atenciones que su boca le ofrecía. Poco quedaba ya de su inocente timidez, que quedaba arrasada por la entrega de una mujer apasionada.


Sin que su boca abandonase su pecho, Jasper hizo descender de nuevo su mano hacia su cintura, notando como la respiración de Alice se entrecortaba con su tacto, alcanzando de nuevo su cadera y bajando hasta sus piernas. Conforme él deslizaba sus dedos hacia la cara interna de sus muslos, Alice sintió como un ardor sofocante se instalaba en sus entrañas, que la envolvía cada vez más al ir aproximándose sus dedos a su femineidad y haciéndola estallar en llamas cuando por fin alcanzó su centro. Jasper no pudo reprimir un gemido al rozar su humedad, al tocar aquella piel tersa y suave que se abría como una flor para él, elevando hasta el límite su propia excitación. Siguió acariciando con sinuoso tormento el brote que se alzaba entre los pliegues de su carne sin dejar de saborear la cima de su pecho que se endurecía cada vez más en su boca con el roce de su lengua, disfrutando del deleite que le producía escuchar los jadeos de Alice y que se reflejaba en su propio cuerpo inflamado, situándole al borde del abismo.


Se separó entonces de ella, colocando sus manos a ambos lados de su cabeza, sofocadas sus respiraciones y sus ojos fijos en los del otro, con sus miradas llenas de la misma pasión y del mismo anhelo, el de pertenecer el uno al otro. Deshaciéndose él de la última prenda que lo cubría, besó los labios de Alice y se posicionó sobre ella. Cierta sombra de temor ensombreció la mirada de Alice y Jasper acarició su rostro, volviendo a besarla con dulzura, tratando de transmitirle todo el amor que sentía por ella. Cuando notó que su cuerpo se relajaba bajo el suyo, él la miró a los ojos, buscando en ellos una señal que le indicase cuando continuar y siendo su brillo lo que de forma silenciosa lo alentó a continuar.


La hizo suya de la forma más lenta que su propio deseo le permitió, mas no pudo evitar ejercer presión contra la resistencia de su virginidad, rompiendo su barrera. Una pequeña lágrima rodando por su mejilla fue el precio por obsequiarle con su pureza.


-Daría todo lo que soy por ser yo quien padeciese ese dolor -le dijo atormentado, enjugando aquella pequeña gota que escapaba de sus ojos.


-Jasper -susurró ella con el corazón encogido por la emoción que le provocaban esas palabras.


Él cerró los ojos y dejó caer su rostro sobre el cuello de Alice.


-Mi nombre saliendo de tus labios es música celestial para mí -murmuró él turbado. -Dilo otra vez, te lo ruego.


Alice giró su cara, mirándolo.


-Jasper -musitó ella cerca de su oído, arrancándole un suspiro, produciendo en él miles de descargas que recorrieron su cuerpo y haciendo que, de forma inconsciente, se moviera dentro de ella.


Fue entonces cuando la primera oleada de placer los envolvió a los dos, emitiendo ambos sendos gemidos al sentir aquel fuego que empezaba a abrasarles.


Jasper volvió a moverse en ella, lentamente, clavando sus ojos en los suyos y Alice le respondió uniendo sus caderas a él, elevando aquel torbellino un poco más. Él fundió sus labios con los de ella mientras sus cuerpos se fusionaban a la perfección con cada uno de sus movimientos, cada uno de sus suspiros apasionados, al mismo compás y en completa armonía, siendo cada vez mayor el cúmulo de sensaciones que se anudaba dentro de ellos. Poco a poco aquel nudo que los oprimía comenzó a expandirse, penetrando en cada poro, en cada rincón de su ser para volver a contraerse en su interior de forma devastadora, lanzándoles finalmente a un vórtice de éxtasis inconmensurable.


Con los últimos resquicios de placer aún abandonando sus cuerpos, Jasper la rodeó con sus brazos abrazándola, descansando su cabeza sobre su pecho mientras ella acariciaba su cabello, ambos con la respiración entrecortada, mas llenos de dicha y de una plenitud abrumadora. Aquella noche, tras una agonizante espera, por fin habían unido sus cuerpos, sus almas y sus corazones formando uno solo y, a partir de ese momento, compartirían el resto de su vida siendo confidentes, esposos y amantes.


-Te amo, Alice -susurró él contra su piel.


-Y yo a ti -respondió ella con un suspiro. Sintió entonces como él se retiraba de ella con lentitud y, rodando sobre su espalda, la colocó a ella sobre su pecho.


-¿Estás bien? -preguntó él con preocupación, rozando con sus dedos el camino que aquella lágrima había recorrido en su mejilla como muestra de su dolor.


-No podría ser más feliz -le aseguró ella levantando su rostro hacia él, sonriente. -¿Y tú? -quiso saber ella, pasando con delicadeza sus dedos sobre la gasa que cubría su herida.


-Me duele tanto el no estar dentro de ti...


-Eres muy atrevido -golpeó ella su brazo con falso reproche, riendo.


-¿Te molesta? -le insinuó con sonrisa traviesa.


-No, es sólo que no me lo imaginaba así -se apoyó sobre su pecho.


-Es lo que se da entre un hombre y una mujer que se aman ¿no? -levantó la barbilla de Alice con su dedo. -Deseo, entrega mutua, completa unión, confianza... -hizo una pausa. Alice se mordió el labio sabiendo lo que vendría después. -Eso me recuerda, esposa mía, que aún debes explicarme de dónde sacaste la absurda idea de que yo te era infiel -le advirtió.


-No, ahora no -respondió ella con una mueca de disconformidad. -Déjame disfrutar de este momento -suspiró dejándose caer de nuevo sobre su cuerpo empezando a trazar con sus dedos las marcas que adornaban su torso.


-Está bien -concordó él -pero con una condición -le dijo, acariciando con suavidad su largo cabello negro que caía sobre su espalda.


-¿Cuál? -preguntó extrañada.


-Que a mí me dejes disfrutar de ti -le susurró. -Ahora...


Alice rió complacida mientras Jasper volvía a tumbarla sobre la cama, besándola, poniendo otra vez rumbo hacia aquel nuevo paraíso recién descubierto llamado pasión.




Por fiss comentarios ......................

martes, 8 de junio de 2010

Inmortal

Cap. 14: Confesión.

JASPER POV

–¿Seguro que no quieres otra rebanada de pan? – ofreció María, inclinándose más de lo debido hacia mí, mientras tomaba asiento sobre mis piernas, dejando a mi vista el escote de su vestido de donde resaltaban las líneas de sus pechos.


Debo admitir que hubo un momento, demasiado breve, en el que ese recorrido de sensualidad me resultó atractivo; pero, ni bien mis pensamientos se comenzaban a dirigir hacia la senda morbosa, cuando el viento se impregnó de un dulce aroma al que tan bien conocía, sacándome de mis cavilaciones y centrando toda mi atención en la fina figura que pasaba frente a mí, robando, con sus movimientos gráciles y sencillos, cada uno de mis suspiros, cada uno de mis sueños... Sus penetrantes ojos me miraron por un pequeño instante, en el cual recordé que María aún seguía sobre mis piernas.


–No gracias – contesté, levantándome y alejándome de su lado, sintiéndome absurdamente culpable, como si mi vida o mis acciones le importaran a la princesa – Estoy satisfecho y, si su Majestad me permite, me retiro


–Adelante, Jasper – accedió ella, sin si quiera verme.


En cuanto estuve fuera, cerré la puerta y me recargué sobre ella, suspirando largamente. Estaba completamente loco. ¡¿Cómo había sido posible que yo me haya podido enamorar de una Noble? Aquello era la más grande tontería que los dioses hayan podido escribir en el destino de un humano.


–¿Se le ofrece algo, mi niña? – escuché, a través de la madera, que preguntó la anciana cocinera, con voz amorosa


–¿Alguno de ustedes ha visto a Charlotte? – respondió ella, opacando todos los sonidos de la naturaleza con el hermoso sonido de su expresión – Necesito hablar con ella


–Aquí estoy, señorita – contestó la aludida – ¿Le puedo servir en algo?


–Solo quería avisarte que, en pocos días, nos iremos del Castillo...


Dejé de escuchar el resto por que todos mis sentidos se habían hundido en un silencio perpetuo, en donde sólo pude sentir varias punzadas de dolor. Me obligué a caminar lejos de ahí, con pasos inconscientes y sin destino definido, por lo cual me sorprendí cuando, al recobrar un poco de sentido, me encontré en mi habitación, con mi rostro hundido en mis manos.


Se iba...


Debería de alegrarme o, por lo menos, no debería de afectarme tanto. Tal vez su ausencia era mucho mejor que envejecer y morir, sabiéndola nunca mía... Si. Después de todo, no tenía por que ser tan mala su partida. Sólo era una muestra clara y cruel de la realidad en la que me encontraba... Sólo eso; pero, dicen por ahí que nosotros, los humanos, somos criaturas egoístas y cobardes.


Yo tenía miedo de despertar y no verla más. Tenía tan poco de conocerla, pero habían sido sus ojos, desde el primer instante en que los vi iluminar el castillo en cuanto sus pies le pisaron, los que me hipnotizaron por completo. No lograba concebir que, dentro de poco, esa luz se apartara de mí. No era mía, lo sabía, pero me conformaba con estar cerca y protegerla...


La noche cayó sobre Forks y con ella, numerosas pesadillas de una vida vacía inundaron a mis sueños.


EMMETT POV


–¿Saldrá, mi señor? –preguntó uno de mis hombres, mientras alistaba la montura de mi caballo.


–Si – contesté


–Su Majestad parece demasiado apresurado, ¿Ocurre algo?


El que ya no soporto otro día más sin verla, contesté mentalmente.


–No – tranquilicé – Es sólo que, bien sabes, el encierro me asfixia. Me urge ir al bosque y dar un paseo por él.


–La cacería de vampiros empezará en pocos días, me imagino ha de estar ansioso.


–No sabes cuánto – admití, esbozando una ancha sonrisa de emoción y montando en mi caballo – Regreso en la noche.


–Si, señor...


Espoleé las costillas de Rel para que corriera hasta aquella entrada en la que le había dejado la última vez y, así, dirigirme hacia aquel pequeño prado oculto en el que la había visto. Rezando por que ahí estuviera, penetré la espesa hierba y me interné en él, decepcionándome al encontrarle vacío. Caminé hacia el cristalino lago y hundí mis manos en el agua fresca y transparente, remembrando su gloriosa imagen dentro de ellas, envidiándolas por haber tenido la oportunidad de sentir su cálida y suave piel. Tomé asiento en una enorme y plana roca, que se encontraba a pocos metros de ahí, y me dejé caer hacia atrás, con los brazos cruzados detrás de la nuca y los ojos cerrados. Suspiré profundamente, intentando relajar mi memoria con las represalias que ésta tenía por mi actitud. Si. Sabía que mi comportamiento era más que reprobable. Ella era una hechicera, una especie la cual no debería de existir. Una especie la cual yo mismo ayudé a destruir años atrás y a la cual debería de odiar por el simple hecho de ser ellos quienes habían matado a mis padres...


Pero... Ella... a ella no la podía ver más que como la diosa que era...


Un perfume dulce llegó a mi nariz cuando volví a inspirar, logrando que abriera los ojos para encontrarme con la dama que tanto había estado interrumpiendo en mis pensamientos desde hacía días. ¿Había dicho que era una diosa? ¿Qué era una diosa comparada con su perfección? La observé por un momento, parada a menos de tres metros de mí, mientras me erguía, lentamente, para no asustarla.


–No huyas, por favor – supliqué, cuando sus pies desnudos retrocedieron, agitando la falda de su vestido y marcando más sus frágiles curvas – No pienso hacerte daño


Me miró por un momento, con el cuerpo en alerta y el azul endurecido de sus ojos, que opacaban la belleza del lago al instante; pero no se movió. Siguió ahí, frente a mí, y yo aproveché la oportunidad para otros dos pasos más. Me movía con tanta cautela, que sentí como si estuviera tratando de acercarme a una pequeña ave que amenazaba con desplegar sus hermosas alas para echarse a volar.


–Creí que no tendría la oportunidad de verte de nuevo – le dije, cuando la distancia había sido acortada – O lo que era mucho peor, pensé que habías sido sólo una ilusión.


–Yo creí lo mismo, Señor, y me desconsuela el ver que no estaba en lo correcto. Su presencia no es de mi agrado.


–Pensé que era miedo lo que había provocado que salieras corriendo la vez pasada – dije, ignorando la forma tan despectiva con la que su voz vibrante se dirigía hacia mí.


–¿Miedo? – Repitió, levantando la barbilla en una clara señal de altruismo – la única emoción que mis sentidos reconocen es la aberración que siento por la Realeza – soltó, con la mirada congelada.


Sonreí ante su actitud tan arrogante que, fuera de ofenderme, solo iba enganchándome más de aquella belleza.


–Si es eso, creo que tengo una solución – dije, llevando mis manos hacia la joya que colgaba sobre mi frente y removiéndolo de ahí.


–¿Qué es lo que hace?


–Si no fuera por el cristal que marca mis siglos de eternidad, muy probablemente podría pasar como un humano común y corriente, ya que las tierras que gobierno se encuentran tan lejos de aquí, que muy pocos me conocen – expliqué – Hagamos de cuenta, pues, que esta es la primera vez que me ves y olvídate de la raza a la que pertenezco.


–Eso es absurdo – discutió; pero pude notar un pequeño atisbo de diversión en su brillo ocular – Es como si yo, con cubrirme la marca de mi cuello, te pidiera que olvidaras que soy una bruja.


Sonreí y caminé hacia ella, recorriendo el único paso que nos separaba. Con mucho cuidado, me atreví a tomar su fino cabello y moverlo un poco, para que los delicados trazados plateados en su piel se vieran disimulados tras los hilos dorados de su pelo.


–Para mi no era necesario. Seas lo que seas, no cambia el hecho de que eres la criatura más hermosa que ha deleitado mis pupilas – aclaré, mirándole a los ojos – Pero si esto te hace sentir mejor, que así sea.


–¿Cuál es su táctica, señor? – Preguntó, dando media vuelta y rompiendo la unión de nuestras miradas – ¿Le gusta seducir a su presa antes de acabar con ella?


–¿Parece acaso que quiero lastimarte? – Inquirí, tomándola por el brazo y haciéndole girar para que me volviera a mostrar el rostro – Creo que es más probable que este hechizado, sin si quiera saberlo.


Ella me dedicó una sonrisa mordaz.


–Parece que, después de todo, no ha podido olvidarse con quién esta hablando. Y le recomiendo que no lo haga, sus palabras podrían volverse ciertas.


–Entonces, ¿no estoy bajo ningún embrujo?


–Aún no.


–Si es así, dudo que tus pócimas surjan algún efecto sobre mí – declaré – No hay antídoto que cure o mate al amor.


–Yo apesto por todo lo contrario – dijo ella, ignorando la insinuación que había hecho, con cierta maldad en sus expresiones que me resultaron adorables – He sido testigo de amores corrompidos por la magia.


–El mío no sería cualquier clase de amor – me defendí, tomando sus manos entre las mías – El mío desafiaría hasta el más grande y oscuro de los hechizos


–Señor, sus palabras son completas mentiras – discutió, soltándose de mi agarre con un movimiento delicadamente violento – ¿Cómo espera que le crea, si apenas me conoce y ya me está hablando de amor?


–No es culpa mía, si no tuya, el que haya quedado enloquecido con solo mirarte y, que ahora, al hablarte, esta locura crezca como volcán nacido de la tierra sin esperar alcanzar un fin.


Volví a tomar sus manos entre las mías, esta vez apretándolas con un poco más de fuerza para que no pudiera liberarse...


BELLA POV


Me encontraba esperando a Jacob, sentada en un pequeño jardín, cerca de las caballerizas, de donde partiríamos hacia nuestro paseo, cuando una fuerza inesperada me jaló hacia atrás, sacándome todo el aliento a través de un fuerte jadeo. No fui consiente de que me encontraba a varios metros fuera del castillo, hasta que mi vista se aclaró y los injustificables mareos me abandonaron.


Fruncí el ceño al encontrarme rodeada de frondosos arboles y, extrañada, viajé mi mirada alrededor...


¿Qué diablos?...


¡Ah! Todo tuvo explicación en cuanto me encontré con el cobarde vampiro que se había escabullido en mi habitación la noche pasada.


–Buenos días, Alteza – saludó, dando una pequeña reverencia.


Le mutilé con la mirada por un breve instante, para después, sin contestarle, comenzar a caminar lejos de él


–Espere – interrumpió mis pasos – ¿Es que acaso no piensa contestar a mi saludo?


–Hazte a un lado – ordené, con voz contenida.


–Parece que su Majestad ha amanecido de mal humor


–No lo estoy para soportar las malas bromas de un estúpido vampiro – solté


–¿Puedo saber a dónde es que se dirige? – inquirió, caminando detrás de mí e ignorando mi ofensa


–Al castillo – contesté secamente – ¿Acaso no es lógico?


–Si su Majestad me lo permite, le informo que el camino que está tomando es erróneo y se puede perder.


Frené mis pasos y no pude evitar mirarle, para encontrarme con la burla reprimida en su mirada y en la pequeña sonrisa que no podía disimular.


Idiota...


¿Es que acaso tenía falta de memoria? ¡¿Cómo podía actuar de esa manera tan descarada cuando la noche pasada me... me...? Oh, maldición... no podía ni si quiera pensarlo.


–No es de tu incumbencia – contesté, retomando mi marcha – ya encontraré la forma de llegar


No fue necesario que alguien más me dijera que no tenía ni la más mínima idea de dónde me encontraba. Lo supe cuando, después de caminar varios minutos, llegué a un pequeño claro que tenía, como extensiones, cinco veredas más. Giré mi cuerpo, de manera violenta, para encarar al vampiro que había soltado una pequeña risita a mis espaldas.


–¡Te ordeno que me lleves, ahora mismo, de regreso al castillo! – exclamé


–¿Yo?¿Y por qué habría de hacerlo? – inquirió, de manera patéticamente inocente.


–Por que, por si no lo recuerdas, fuiste TÚ quien me sacó de ahí – dije, dando dos pasos hacia él, con la barbilla ligeramente alzada, e intentando que mi mirada le intimidara... Pero todo parecía tener el efecto contrario a lo que yo deseaba, ya que era claro que el fruncimiento de sus labios era solamente para evitar soltar la carcajada que amenazaba con salir.


Cerré los ojos e inspiré profundamente, para intentar tranquilizarme y probar con otro tipo de persuasión


– Oye – dije, con voz mucho más baja – De verdad, no estoy para absurdos juegos en este momento. Jacob me espera y...


–Entonces, ¿Es por ese perro, por lo que esta tan desesperada en regresar? – interrumpió


¿Cómo sabía, con tal perfección, quién era Jacob?


–Deberías de ser más respetuoso al dirigirte al resto de las personas – recomendé, volviéndome a enojar y no dándole importancia a mi cuestionamiento anterior.


–¡Ah! – Exclamó de regreso – Entonces, ¿Cómo debo de decirle? ¿Su Majestad, "El Gran Perro"?


–Al menos él si es un hombre que no sale corriendo después de besar a una mujer – dije, sin poder contenerme. Sin saber muy bien qué tenía que ver ese tema en nuestra discusión.


–¿Acaso ya la ha besado? – exigió saber


–No tengo por que responderte – contesté.


Nuestras miradas relampaguearon en la distancia, mutilándonos, mutuamente, tres segundos antes de que él avanzara hasta mí y tomara mi rostro entres sus manos, para fundir nuestras bocas en un beso gentilmente ansioso, cargado de desesperante dulzura que me desconectó de todo alrededor.


–Esta vez no huiré – musitó, sin soltar mis labios de los suyos, que se movían con suavidad y fervor – Esta vez no, Bella...



lunes, 7 de junio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 18
*******************************


-¡Papá! ¡Papá! -el grito desgarrador de Edward que provenía del corredor estremeció a Alice. Salió de su habitación al pasillo, en busca de aquel sonido escalofriante, preguntándose que habría podido suceder, con una oscura y amarga corazonada en su interior. Fue entonces cuando se topó de frente con la terrible realidad... Edward y Emmett corrían hacia ella con el cuerpo de Jasper ensangrentado entre sus brazos.


-¡Abre la puerta de su recámara! -le ordenó Edward a una Alice que los veía llegar estática, incapaz de reaccionar por su propia voluntad.


Aún no habían terminado de colocarlo sobre su cama cuando Carlisle, Esme y Rosalie entraban en la habitación.


-¡Dios mío!- exclamó Esme en cuanto vio la escena.


-¡Jasper! -exclamó Rosalie atemorizada al verlo en ese estado.


-Tranquilizaos, Alteza -la apaciguó Emmett.


-Esme, querida, ve a por mi cofre de remedios -le pidió rápidamente. -¿Qué ha sucedido, hijo? -le preguntó a Edward, quien presionaba con perseverancia sobre el pecho de Jasper.


-Alguien le disparó una flecha mientras estábamos cazando -empezó a narrarle Edward atormentado.


-Pero... la flecha -vaciló Carlisle, incapaz de creer que su hijo hubiera cometido semejante temeridad.


-Lo sé, papá, sé que podría haberse desangrado -se excusó Edward. -No habríamos extraído la flecha si no llega a ser porque observamos que la sangre que brotaba de la herida se oscurecía...


-¿Dónde está la flecha? -se alarmó Carlisle, entendiendo ahora los motivos de su hijo. Emmett se la ofreció y el rey la tomó, acercándose la punta de metal a su rostro para olerla con cuidado.


-Papá... -la angustia de Edward era evidente ante la posibilidad de haber puesto en peligro la vida de su primo.


-Vuestras sospechas son acertadas, hijo -le calmó él. -Habéis hecho bien.


-Emmett me ayudó a extraerle la flecha evitando desgarrarle demasiado la carne -le explicó ahora más calmado. -Dejé brotar la sangre durante un momento, presionando un poco sobre la herida tratando de extraer toda la sangre contaminada posible.


-¿Contaminada? -se sobresaltó Alice -¿Acaso la flecha estaba envenenada?


De súbito, como si aquella voz hubiese sido la catálisis que le daba brío a su casi inexistente energía, Jasper exhaló sonoramente mientras abría los ojos.


-Alice... -susurró con un tenue hilo de aliento, alzando con dificultad una de sus manos, buscando a su esposa.


-Estoy aquí -ahogó ella un sollozo, tomando su mano entre la suyas... ¿Es que no podía verla?


-Alice... yo...


-No habléis, por favor -le pidió ella entre lágrimas. -No debéis agitaros.


-He de explicarte...


Pero, de repente, su agarre se debilitó y su mano cayó pesadamente sobre la cama, inerte, sin vida...


-¡Carlisle! -gritó Alice horrorizada.


-Tranquila, sólo ha perdido el sentido -la calmó el rey.


En ese instante irrumpieron en la habitación, Esme y Bella, acompañadas por Peter quien traía consigo el cofre de Carlisle y Charlotte que portaba un aguamanil con agua caliente y paños limpios.


-Sus músculos se están endureciendo -puntualizó Edward.


-Son los primeros síntomas de la intoxicación por cicuta -le aclaró Carlisle mientras comprobaba lo que su hijo decía.


-Sospechaba de algo así pero... ¿cicuta? -se extrañó Emmett -Creí que ese era un veneno que se ingería...


-Estás en lo cierto, pero puede ser igual de letal impregnada en una flecha si la sustancia alcanza el riego sanguíneo principal -le dijo. -Como buen narcótico que es afecta al sistema nervioso, paralizándolo. Si llega al corazón lo detiene... produciendo la muerte.


Alice colocó las manos sobre su boca ahogando un gemido.


-Afortunadamente, le han herido en la parte derecha del pecho y habéis retirado la flecha con rapidez – afirmó Carlisle mientras le tomaba el pulso a su sobrino. -Su latido tampoco se ha debilitado... con un poco de suerte lo superará. Emmett, corta con tu daga la túnica, con sumo cuidado. Hay que quitarle esas ropas -le pidió al guardia. -Edward, trata de seguir presionando mientras lo hace.


El rey caminó hacia el arcón y sacó algunos recipientes y un pequeño mortero.


-Papá ¿tienes algún antídoto? -preguntó Edward esperanzado viendo a su padre elaborando uno de sus ungüentos.


-Seseli -le dijo mostrándole un botecito de cristal verdoso.


-Ayudadme, Majestad -demandó Emmett a Alice rasgando ya las vestiduras de Jasper. Alice fue apartando lentamente la tela de su cuerpo, dejando al descubierto varias cicatrices que recorrían su pecho y sus brazos.


-Aunque sí es la más grave, ésta no es la primera herida de guerra que sufre tu esposo -respondió Edward a la expresión perpleja que asomaba al rostro de la muchacha. -Desde que tuvo la fuerza suficiente como para sujetar una espada, ha habido muy pocas batallas en las que no haya estado presente.


Durante un segundo, Alice sintió deseos de acariciar aquellas marcas que rubricaban la piel masculina como un símbolo de su fortaleza. Viéndolo tan desvalido ahora... rezó para que esa misma fortaleza le ayudara a luchar contra aquel veneno que amenazaba con arrebatarle la vida.


-Lava su herida, por favor -solicitó Carlisle.


Alice, enjugando sus mejillas, se apresuró a tomar uno de los paños que Charlotte le ofrecía y lo humedeció para limpiar de forma delicada la hendidura que le había producido aquella mortífera flecha.


-Sigue sangrando -musitó ella con sus manos enrojecidas por la sangre.


-Este emplasto debería detener la hemorragia y penetrar en el flujo anulando los efectos del veneno -le aseguró mientras extendía el engrudo sobre la herida.


-¿Qué canalla ha sido el causante de esta infamia? -masculló Rosalie, apretando los puños con rabia sobre su regazo.


-Alguien del Reino de Adamón -respondió Emmett con firmeza.


-¿Cómo puedes afirmar eso, Emmett? -lo miró Edward atónito.


Emmett tomó la flecha entre sus manos y le señaló las plumas de su parte trasera.


-Son de cóndor, Alteza -aseveró él. -El cóndor es un ave casi extinta y que sólo se da en las escarpadas tierras altas de Adamón.


-¿Estás convencido de ello? -la eficiencia y don de la oportunidad de Emmett estaban resultando más que sorprendentes.


-Completamente, Alteza -le aseguró.


-Pero ¿por qué? -susurró Alice que no era capaz de reprimir las lágrimas viendo el rostro pálido e inexpresivo de su esposo.


Peter miró al guardia durante un momento, pareciera que mantenían una conversación silenciosa.


-Creo que habría que tomar ciertas precauciones -anunció el capitán.


-Opino igual -concordó Emmett. -Majestad -se dirigió a Carlisle -si no me necesitáis me retiro.


-Tú labor aquí ha sido más que loable -lo alabó el rey. -Las posibilidades que tiene mi sobrino para sobrevivir se las habéis otorgado vosotros con vuestra rápida y acertada decisión.


-Nada digno de mención -respondió él con humildad.


-Sí lo hay -se apresuró a contradecirlo Rosalie, tomando una de sus manos, agradecida. Emmett no pudo evitar que la mirada femenina lo atravesara, una mirada llena de reconocimiento y admiración.


-Con vuestro permiso, Alteza -musitó inclinándose levemente.


-Emmett, acudiré a vuestro encuentro dentro de un momento -le informó Edward.


-Sí, Alteza -asintió antes de marcharse en compañía de Peter.


-Me temo que hay poco más que yo pueda hacer -se lamentó Carlisle terminando de colocar el vendaje alrededor del cuerpo de Jasper.


-¿Se salvará? -cuestionó Alice, temerosa incluso de plantear la pregunta.


Carlisle suspiró profundamente.


-Si afirmara que sí de forma rotunda te mentiría -admitió a su pesar. -No hay duda de que mi sobrino es fuerte y parece que la suerte ha estado de su parte pero, es cierto que, aunque era el proceder correcto -dijo ratificando lo dicho a su hijo -ha perdido mucha sangre.


-¿Y entonces...?


-Sólo queda esperar -concluyó el rey.


.


.


.


.


-¿A qué tipo de precauciones se refería Peter? -le preguntó Bella a Edward que la acompañaba de camino a la escuela.


-Es lo que quiero averiguar -respondió él. -Pero por lo pronto, tal y como te dije, creo que será mejor mandar a los niños a sus casas.


Bella asintió.


-Luego quiero que te reúnas con mis padres -le pidió. -De sobra esta decir que no quiero ni que te asomes al patio ¿no?


-No va a pasarme nada -se quejó ella ante su sobreprotección. -¿O es que piensas que Jacob tiene algo que ver con esto?


-Emmett asegura que el Rey Laurent está detrás de este atentado -negó él. -Pero, aún así, más vale prevenir.


-De acuerdo -suspiró ella con resignación.


Edward se detuvo y tomó las manos de su esposa.


-Bella, quizás estoy exagerando -admitió él con seriedad, -pero estuve a un paso de perderte hace unos días y te aseguro que es el sentimiento más horrible y agonizante que he experimentado jamás. No me importa reconocer ante el mundo entero que no concibo mi vida sin ti y el sólo pensar que puedas faltarme... prefiero la muerte.


El corazón de Bella dio tal vuelco que casi se escapa de su pecho. Con lágrimas emocionadas en sus ojos y sin que pudiera encontrar palabras adecuadas que reflejaran cuanto lo amaba, se abrazó a él. Edward buscó con urgencia sus labios, besándola fervientemente. Bella rodeó su cuello con sus brazos, arqueando su espalda para unirse más a su cuerpo, correspondiendo a su beso con ardor. Quería que sintiese en su propia piel lo que hacía unos segundos no había sido capaz de expresar con palabras y, cuanto más se derretía ella entre sus brazos, más se estremecía él con su entrega. Faltándoles el aliento separaron sus labios, sus miradas abrumadas por la intensidad de sus propias emociones. Edward la estrechó contra su pecho, ocultando ella su rostro en la curva de su cuello.


-Te amo, Bella -le dijo sin poder dominar el temblor de su voz.


-Del mismo modo te amo yo a ti -susurró ella contra su piel lanzando miles de descargas a través de su cuerpo.


-Si no fueras mi esposa te pediría en matrimonio ahora mismo -murmuró él.


Bella dejó escapar una leve risita.


-Pero para mi fortuna ya lo eres y vas complacerme en lo que te pedí ¿cierto? -le insinuó esbozando una de sus deslumbrantes sonrisas.


-Te esperaré en el salón con tus padres -accedió sonriente.


Edward volvió a besarla sin ocultar su satisfacción, despidiéndose de ella, viéndola adentrarse en la pequeña sala. Tras eso, se dirigió al Patio de Armas donde encontró a Peter y Emmett, quienes, a modo de saludo, se cuadraron al verle. A Edward no dejó de sorprenderle esa actitud tan militar en Emmett.


-Hemos apostado guardias en todas las almenas y alzado el puente levadizo, Alteza -le informó Peter. -Además hay algunos hombres patrullando por el bosque en busca de algún indicio.


-He de suponer que prevéis alguna ofensiva por parte del Rey Laurent -aventuró Edward.


-Lo que sí es claro es que este ataque no es fortuito, Alteza -agregó Emmett.


Edward lo miró con cierto grado de desconfianza.


-¿Hay algo más que debería saber? -preguntó con declarada intención.


Fue entonces cuando Emmett le narró como la sed de poder del Rey Laurent y su deseo de conquistar el Reino de Asbath le había llevado a intentar secuestrar a Alice y como él pasó a ser entonces su protector.


-Habiéndose coronado mi primo como Rey de Asbath, también se convierte en su objetivo -concluyó Edward tras la explicación del guardia.


-Eso me temo, Alteza -concordó Emmett.


-¿Su Majestad estaba al tanto de este asunto? -quiso saber Edward.


-Sí, Alteza -afirmó él. -Le informé en la primera conversación que mantuve con él.


-De acuerdo -asintió. -Que los muchachos estén alerta -les advirtió haciendo ademán de marcharse.


-Sí, Alteza -respondieron ambos hombres al unísono.


-Deberías habérselo contado todo -le reprochó Peter cuando Edward se había alejado lo suficiente.


-Son sólo conjeturas sin una base sólida -le recordó. -Benjamin aún no regresa de su misión para poder corroborarlo.


-No me refería a eso y lo sabes -le insinuó.


-No veo como pueda afectar esa información al modo en que se vayan a desarrollar los acontecimientos -Emmett se tensó lanzándole una mirada de advertencia que, indiscutiblemente, le exigía silencio ante esa cuestión.


-Como prefieras -se encogió de hombros el capitán.


Emmett se relajó entonces dándole una palmada amistosa en la espalda.


-Te veo luego -dijo despidiéndose de él.


Se encaminó hacia el otro extremo del patio, hacia el Cuartel de Guardias. A diferencia de Edward, él todavía no había podido asearse y, tanto su jubón como sus pantalones, estaban ensangrentados. Aún no lo había atravesado cuando sintió un calor punzante en su nuca y, casi de forma inconsciente, giró su rostro. Se encontró con la mirada azul de Rosalie que lo observaba desde uno de los ventanales del corredor. Aunque hubiera tratado, no habría podido retirar su vista de ella, su mirada despedía un fulgor hipnotizante.


Quizás deberían haber hecho gala del decoro y apartar sus ojos de los del otro, pero no lo hicieron. Ni un instante dejó de fluir entre ellos ese halo que los unía irremediablemente, aunque ninguno de los dos fuera capaz de admitir que irradiaban el mismo, por miedo a que éste se rompiera. Sabían que una gran barrera invisible los distanciaba, eran como la noche y el día que, aún formando parte de una misma esencia, estaban destinados a estar separados. Al igual que al anochecer o al amanecer se da la etérea ilusión, la efímera posibilidad de que ambos puedan coexistir, ellos compartían unos segundos en los esa distancia dejaba de tener sentido y en esos momentos, aunque no se atrevieran a reconocerlo, ambos brillaban bajo sus miradas.


Cuando Emmett se adentró en el castillo y tuvo que retirar sus ojos de ella, volvieron a oscurecerse sus almas, y, de nuevo, ella se convirtió en día y él, en noche...


.


.


.


.


-¿Ha tenido fiebre hoy? -le preguntó Carlisle a Alice mientras retiraba con lentitud el vendaje.


Alice negó con la cabeza, estaba tan atemorizada que casi no se atrevía a hablar, con gran esfuerzo conseguía dominar el temblor de sus manos.


-¿Me ayudas? -le pidió él con el único propósito de infundirle un poco de confianza.


Alice asintió y comenzó a retirar cuidadosamente las gasas que cubrían la herida. La joven se estremeció cuando ésta quedó a la vista. Era una abertura en forma oval de varios centímetros que mostraba la carne sonrosada en su interior y que se oscurecía al llegar al centro, donde había estado alojada la flecha y había penetrado el veneno, corroyendo todo a su paso. Alice se echó las manos a la boca con estupor.


-¿Te da aprensión? -se preocupó Carlisle al ver la extrema palidez de su rostro. -¿Te sientes enferma?


-No -se apresuró a decirle, tragándose las lágrimas que intentaban inundar sus ojos.


-No te alarmes -la alentó él comprendiendo. -Aunque parece tener mal aspecto está sanando muy bien.


Alice volvió a mirar aquella herida que laceraba el pecho de Jasper sin ocultar su incredulidad.


-No ha tenido fiebre por lo que no hay infección -le explicó -y, por otro lado, sus músculos han empezando a relajarse -añadió mientras palpaba sus brazos. -Eso es señal de que los efectos del veneno han remitido.


-¿Funcionó el antídoto entonces? -respiró aliviada.


-Sí -afirmó -hemos tenido suerte y la cantidad de veneno que se introdujo en su cuerpo ha podido ser contrarrestada.


-¿Y por qué no reacciona? -quiso saber ella. -Hace casi tres días que está inconsciente.


-Te recuerdo, jovencita, que tú también nos tuviste en vilo casi tres -bromeó él mientras comenzaba a elaborar uno de sus linimentos medicinales. Alice se mordió el labio apenada.


-Alice- la miró con amabilidad -en su caso es completamente normal -le aclaró. -Perdió mucha sangre y está débil. El organismo tiene sus propios métodos de defensa y el permanecer sin sentido es una buena forma de no malgastar energía ¿no crees? -trató de animarla.


-Pero si no conseguimos darle alimentos, se debilitará más -le rebatió ella.


-Veo que lo estás intentando -le dijo señalando un pequeña vasija de caldo liviano que había en la cómoda.


-Apenas le introduzco unas cuantas gotas cada vez por miedo a que se asfixie -le respondió mortificada. -Temo que no sea suficiente y... -vaciló -muera de inanición.


Carlisle posó su mano sobre su hombro de forma cariñosa.


-Eso no sucederá -le aseguró firmemente.


-¿Se va a salvar? -preguntó con esperanza.


Carlisle suspiró hondamente.


-Ahora depende de él -respondió con gravedad. -Pero con tus cuidados y atenciones conseguirás que se recupere -le sonrió.


Alice negó enérgicamente con la cabeza.


-Resultan inútiles comparado con lo que has hecho tú por él. Si no hubieras estado aquí... -Alice sintió que le fallaba la voz.


-Digamos que es un muchacho afortunado -alegó restándole importancia -y esa misma fortuna le hará superar esta crisis.


-Ojalá así sea -suspiró sujetando las gasas con el ungüento sobre la herida para que Carlisle colocara las vendas.


-Ya está listo -anunció cuando hubieron terminado, incorporándose de la cama. -¿Bajas conmigo a cenar? -le preguntó mientras se lavaban las manos.


-Charlotte me subirá la cena -le contestó ella.


-Sí, y, como siempre volverá a bajar la bandeja con el plato casi intacto -le reprochó. Alice bajó el rostro. -Entiendo como te sientes -le dijo besando su frente -pero si eres tú la que se debilita por no alimentarse, no le serás de mucha ayuda cuando despierte.


-Está bien -accedió.


-Me retiro -le anunció Carlisle. -Cualquier cosa, por simple que te parezca, no dudes en avisarme ¿de acuerdo? -le dijo ya desde la puerta.


Cuando hubo cerrado la puerta, Alice volvió a su butaca y se dejó caer en ella, observando a su esposo. Entendía perfectamente todos los argumentos que le daba Carlisle pero aquella inmovilidad en él la angustiaba. Alice sabía que ella había permanecido inconsciente más de dos días pero, al menos se agitaba en su estado febril; eso le había contado Bella. Sin embargo, Jasper no hacía ni el más mínimo movimiento que a ella le pudiera dar a entender que estaba vivo, sólo el acompasado ritmo de su pecho, que subía y bajaba con su respiración. Llevaba casi tres días concentrada en aquella candencia, rezando para que no se detuviera. Era sorprendente como el simple sonido de su efluvio podía mantener la esperanza de su recuperación viva en su corazón.


-¿Puedo pasar, Majestad?


Aquella voz hizo que Alice se sobresaltase y se levantase del butacón... ¿María?


-Sí -titubeó Alice.


La doncella entró con paso decidido, siendo Jasper lo primero en lo que se posaron sus ojos ladinos.


-Majestad -le sonrió la doncella, con la falsedad dibujada en su rostro y su voz impregnada de hipocresía. -Quería avisaros de que la cena está lista en el comedor.


Alice vaciló un momento, sin comprender.


-Charlotte no tardará en subirme la cena...


-No es necesario, Majestad -comenzó a caminar hacia ella -yo puedo relevaros mientras tanto y cuidar de él.


Alice la miró perpleja, viendo claras sus intenciones. Su falta de recato y pudor llegaban a ser insultantes.


-Es por vuestro bien -le aseguró la doncella, mas la maldad de sus ojos no correspondía a los buenos deseos que manifestaban sus palabras. -Os ayudará a despejaros...


-¿Qué haces aquí? -la voz de Charlotte a su espalda la alarmó.


-Yo... -titubeó ante la mirada severa de Charlotte. -Le decía a su Majestad que si quisiera bajar a cenar con los demás yo podría quedarme a...


-Gracias por tu ofrecimiento pero es absolutamente innecesario -la atajó Charlotte entrando en la recámara.


-Pero... -quiso replicarle.


-Los deseos de Su Majestad son cenar aquí -aseveró la doncella dejando la bandeja en la cómoda y colocando sus brazos en jarra, con las manos en la cintura. -¿Tienes algún problema con eso? -inquirió desafiante.


-No, por supuesto -masculló entre dientes tras lo que se marchó, airada.


-¿Cómo sigue Su Majestad? -se interesó la muchacha. Alice agradeció para sus adentros que Charlotte no hubiera hecho ningún tipo de comentario a lo que había sucedido.


-El Rey Carlisle se muestra optimista -le informó ella.


-Cuánto me alegro, Majestad -exclamó alegre la doncella. -Os he preparado vuestro platillo favorito -le dijo señalando la bandeja. -Comedlo antes de que se enfríe.


-Muchas gracias, Charlotte -le sonrió Alice.


-No las merece, Majestad -se inclinó ella. -A vuestro servicio.


Alice asintió mientras la veía dejar la habitación. La duda de si era cierto el comentario que lanzó Jessica aquel día sobre la cocinera la asaltó inevitablemente... otra duda más a aquella zozobra que parecía infinita. Se volvió a sentar en la butaca. Quizás la simpatía que parecía tenerle la muchacha era sincera... Miró la bandeja que había depositado sobre la cómoda. Apreciaba enormemente las molestias que se había tomado la doncella para con ella, y sentía mucho contrariarla, pero no era capaz de digerir nada en ese momento.


Puso de nuevo la vista en Jasper. Aquella candencia milagrosa de su pecho seguía impasible y volvió a invadirla esa brizna de alivio. Se inclinó sobre la cama y posó su mejilla en ella, sin dejar de mirar aquel compás tan elemental y, a su vez, tan lleno de armonía, tratando de no pensar... mas era del todo imposible. Pareciera que aquella maldita mujer había acudido allí con la única intención de atormentarla y, si así era, lo había conseguido. ¿Pretendía hacerle creer que su lugar era al lado de él... que le correspondía ese privilegio? ¿Sería así?


Las lágrimas empezaron a brotar con libertad hacia sus mejillas, lágrimas inútiles que no mitigaban su pesar, pues no la ayudaban a descubrir la verdad ni tampoco harían que él se salvara. Alargó la mano queriendo tocar una de aquella cicatrices que marcaban su brazo, pero se detuvo. Quizás ni siquiera tenía derecho a hacer eso. Cerró el puño y lo dejó caer sobre la cama con rabia contenida, dejando por fin que escapase de su boca aquel gemido que le quemaba la garganta.


-¿Sabes? -comenzó a hablarle entre sollozos -Ya no consigo distinguir lo que es correcto y que no lo es, cual es la verdad de entre todas las mentiras... ya no sé nada... -gimió. -Sólo sé que si ese es el camino que tú has elegido no seré capaz ni de entenderlo y mucho menos de aceptarlo, es superior a mí. Me alejaré de ti, me marcharé de tu lado si es lo que deseas... pero vas a tener que ser tú quien me lo diga, habré de escucharlo de tus labios -sentenció sumida en el llanto. -Prefiero saberte lejano, ajeno... pero estarás vivo... vivo -le dijo mientras apretaba las sabanas contra su puño, con desesperación, llena de impotencia. Todo parecía estar establecido, fijado de antemano y ella era la que estaba fuera de escena. Y si así era, bienvenido fuera, todo acabaría de una maldita vez.


-No creí que los ángeles pudieran llorar...


Alice cesó su llanto por un momento, tal era su deseo que la hacía delirar con el sonido de su voz. Fue cuando sintió el tacto de una mano sobre la suya cuando por fin abrió los ojos sobresaltada para encontrarse con la mirada azul de Jasper que la observaba atormentado.


-¿Por qué lloráis? -susurró él.


-Mi señor -exclamó ella irguiéndose, enjugando con rapidez sus mejillas. -¿Cómo os sentís? -le sonrió ella aliviada.


-Débil, adolorido -le dijo con un hilo de voz.


-No tratéis de moveros -se apresuró a decirle. -Vuelvo enseguida con vuestro tío.


Jasper asintió cerrando los ojos y la escuchó marcharse, mas cuando dejaron de resonar sus pasos en la habitación, comenzaron a hacerlo las palabras que acababa de escuchar, palabras llenas de resentimiento y lágrimas, que le dolieron en lo más hondo, más que aquella herida que le ardía en su pecho. Recordaba de forma nítida lo que había ocurrido en el bosque, lo que le había narrado Edward y, después, aquel dolor infernal producido por aquella flecha que se estrelló contra su cuerpo. Ahora, ese dolor ya no le parecía tan mortífero, no después de escuchar a Alice.


Escuchó de nuevo pasos acercándose y abrió los ojos, viendo como toda su familia irrumpía en tropel en la recámara. Primero Alice, seguida de sus tíos, su hermana, Bella de la mano de Edward, e incluso Emmett y Peter, en compañía de Charlotte y María. Aun sin saber de que forma había colaborado la doncella para que surgiera aquel maldito malentendido entre Alice y él, Jasper tuvo que controlar lo deseos que lo embargaron de levantarse de la cama y sacarla arrastras de la habitación.


-Todos aquí... parece una audiencia -bromeó, tratando de dominar su rabia.


-Al menos tienes buen ánimo -se regocijó Carlisle. -¿Cómo te sientes?


Jasper intentó moverse para incorporarse un poco en la cama, lanzando un aullido. Edward corrió a asistirlo, ayudándolo a hacerlo de forma lenta.


-Por si no lo sabías te atravesaron hace unos días con una flecha envenenada -se mofó su primo. -Deberías ser más un poco más cuidadoso.


-¿Envenenada? -preguntó, tratando de reprimir el dolor.


-Cicuta -le informó su tío, que empezó a palparle el pecho. -¿Sientes algo?


-¿Además del dolor de tus dedos clavándose en mí? -se quejó Jasper.


-Había olvidado lo mal paciente que eres -se rió su tío.


-¿Y cuál es tu diagnóstico, papá? -preguntó con sorna Edward.


-Por desgracia, sobrevivirá...


Jasper puso los ojos en blanco.


-Tía, por favor ¿puedes decirle a este par que deje el tono festivo y contarme que ha sucedido?


-Lo de la flecha con cicuta es cierto -le ratificó. -Tu primo y Emmett detectaron algo raro en tu herida y decidieron extraer la flecha allí mismo. Corrías el riesgo de desangrarte pero si el veneno se hubiera extendido no habrías tenido posibilidades de sobrevivir.


-Gracias, Emmett -miró condescendiente al guardia. -Estoy en deuda contigo.


-No las merece, Majestad -se inclinó él.


-¿Y a mí no me das las gracias? -se quejó Edward.


-Era tu deber -le respondió divertido -por algo eres mi primo.


Todos rieron excepto Edward que le lanzó una mueca.


-En cuanto te trajeron te apliqué un antídoto, aunque tampoco tienes que agradecérmelo -bromeó Carlisle. -Lo único que habías perdido mucha sangre y perdiste el sentido, hasta ahora. Tu esposa temía que no despertaras.


Jasper buscó con los ojos a su esposa y en vez de hallarla al lado de su cama, como debería ser, estaba casi al fondo de la habitación. El muchacho maldijo para sus adentros.


Su tío entonces comenzó a revisarlo de nuevo.


-Quiero asegurarme de que el veneno no te deja secuelas -le explicó. -¿Puedes mover el brazo derecho? -le pidió.


El muchacho obedeció aunque con gesto adolorido.


-¿Y notas mi tacto? -le preguntó Carlisle. Jasper asintió.


-¿Se sabe quién fue el autor del disparo? -quiso saber mientras dejaba hacer a su tío.


-Parece que el Reino de Adamón está detrás de ello -le informó Edward.


Jasper miró a Emmett alarmado.


-Hemos tomado todo tipo de precauciones, Majestad -lo tranquilizó.


-Estamos preparados para cualquier tipo de ataque -añadió Peter.


-En ese caso...


-Quieto, jovencito -detuvo Carlisle a su sobrino, que pretendía levantarse de la cama. -Tú debes reposar y calmarte. Ya te avisé que perdiste mucha sangre, debes empezar a alimentarte y reponer fuerzas -le exigió. -Te aseguro que está todo bajo control.


-Majestad -María se aproximó sinuosamente a Carlisle. Jasper vio como Alice se tensaba, ocultando sus puños apretados entre los pliegues de su vestido. -Me preguntaba cuales son las instrucciones que debemos seguir para ayudar en la recuperación de Su Majestad, como la alimentación, las curas...


-De ese tipo de menesteres se puede encargar perfectamente mi esposa -la cortó Jasper con sequedad. -¿Cierto? -la miró entonces buscando sus ojos.


-Si es vuestro deseo... -vaciló Alice.


-¿Es el vuestro? -murmuró él. Ella asintió tímidamente.


-La herida acabamos de revisársela, así que estará bien hasta mañana -le recomendó entonces Carlisle a la joven que lo escuchaba con atención. -Y algún caldo suave para esta noche será suficiente. Si lo tolera bien que mañana tome algo sólido.


-Majestad, puedo ayudaros en la cocina si queréis -se ofreció Charlotte.


-Claro Charlotte -le sonrió ella.


-Y nosotros nos retiramos -anunció Carlisle. -Descansa y obedece las indicaciones de tu esposa -bromeó mientras desordenaba el cabello de su sobrino.


Estaban por marcharse todos cuando Alice se detuvo, al ver que, María, en lugar de salir, disimuladamente se adentraba más en la recámara.


-Mi señora, no os inquietéis -escuchó decirle a Jasper. -Edward me acompañará en vuestra ausencia.


Eso fue suficiente para que María se marchara dándose por vencida y para que la sangre retornara a las mejillas de Alice.


-Temo por Alice -le confesó Jasper a su primo en cuanto estuvieron solos.


-Sí bueno, Emmett ya me puso al día acerca de lo de su intento de secuestro -puntualizó Edward. -Pero, tal y como te dijo mi padre, está todo bajo control...


-No me refería a eso -lo interrumpió Jasper.


-Basta con que hables con ella y lo aclaréis todo -se encogió de hombros.


-No va a ser tan sencillo como todo eso -masculló él.


-Ya he visto lo escurridiza que es la doncella en cuestión pero parece que sabes manejarla a la perfección -se burló su primo.


-Edward -lo miró con reprobación.


-¿No estás exagerando?


Jasper resopló.


-Ella no se ha dado cuenta pero la escuché hablar hace unos momentos -admitió. -Y es peor de lo que yo suponía. Había tanta amargura, tanta desilusión en sus palabras... incluso quiere marcharse -se lamentó. -Me cree de la peor calaña.


-No estoy tan seguro de eso -le contradijo Edward. -En estos días no se ha apartado de ti ni un momento. Apenas sí ha comido -añadió. ¿No ves lo pálida que está? Apostaría a que tampoco ha dormido en su vigilia.


-En cualquier caso he de hacer algo o la perderé -sacudía la cabeza.


-¿Alguno de tus brillantes planes, señor estratega? -le dijo con cierto tono divertido.


-No -negó rotundo. -Esta vez no.


-Verás que todo se aclará -Edward posó su mano sobre su hombro sano infundiéndole ánimos. -Y hablando de estrategas -cambió de tema, -Emmett está resultando ser de gran ayuda.


-Pareces desconcertado -se extrañó Jasper.


-Es que no entiendo como tanto potencial es desaprovechado siendo un simple guardia, aunque sea el guardia de Alice, no te ofendas -se excusó.


-No, tranquilo, yo opino igual.


Unas voces femeninas en el corredor les alertó de la llegada de Alice. Edward corrió a asistirles, abriéndoles la puerta.


-Creí que mi padre había comentado algo de una cena ligera -se rió Edward cuando vio entrar a Charlotte y Alice con sendas bandejas.


-Alteza, este plato es para la Reina -le aclaró Charlotte sonriendo, dejando la bandeja en la cómoda, cerca de la que le había traído a Alice con anterioridad. -Supuse que éste se le habría enfriado -agregó tomándolo para llevárselo.


Jasper comprobó mientras la muchacha se iba que, tal y como le había sugerido su primo, ni siquiera lo había tocado.


-Te dejo en buenas manos, así que me retiro -anunció Edward.


-Gracias, Edward -le sonrió Jasper.


-Majestad -se inclinó con gesto jocoso antes de cerrar la puerta.


-¿Vais a cenar conmigo? -le preguntó con suavidad a su esposa que dejaba la bandeja sobre la cama.


-En realidad no tengo apetito -admitió ella.


-Puedo negarme a comer si vos no lo hacéis -le advirtió.


-Vuestro tío os dijo expresamente que debíais obedecerme -le recordó.


-Eso no quita que podáis complacerme y cenar conmigo -le sonrió sugerente.


-Está bien -accedió ella colocando también su bandeja sobre la cama. -Vuestro tío tenía razón al afirmar que sois un mal paciente -afirmó Alice, acercándole un pequeño cuenco con caldo.


-No digáis que no estabais prevenida -le susurró mientras posaba su mano sobre los dedos femeninos que sostenían el cuenco y llevándoselo a la boca, fijando su mirada de modo penetrante en la suya.


-¿De niño eráis igual? -preguntó, retirando la mirada, azorada.


-Me temo que peor -le aseguró. -Cuando contaba con unos seis años me rompí una pierna y mi tío me la entablilló. -Empezó a narrarle. -En cuanto se descuidó, me escabullí y salí al patio a ver el entrenamiento de la guardia, intentando imitar sus movimientos con mi espada de madera.


Alice vio como una sonrisa asomaba a los labios masculinos al evocar sus recuerdos de infancia.


-Aquello me costó caro -continuó él -pues tuvieron que colocarme el hueso en el sitio y volverme a entablillar la pierna. Mi madre casi me ata a la cama -rezongó con una mueca.


Alice no pudo evitar emitir una risita al verlo así, con el pelo alborotado y su actitud de niño travieso, dejando atrás su imagen imponente de soberano y guerrero.


-Apuesto a que vos erais un niña obediente -sonrió él.


-Era bastante inquieta -le respondió negando con la cabeza.


-¿Quién lo habría imaginado? -bromeó haciéndose el sorprendido.


Y así transcurrió la cena, hablando de su niñez y tiempos pasados, un momento lleno de confianza, tranquilidad y sosiego, como no lo habían compartido hasta entonces. Él se sintió satisfecho al poder arrancarle en más de una ocasión la sonrisa a Alice al narrarle sus diabluras infantiles y ella volvió a sentir su pecho palpitar al perderse de nuevo en la inmensidad de sus ojos azules.


-Creo que deberíais descansar -titubeó ella cuando hubieron terminado de cenar.


-Vos también deberíais ir a acostaros -le dijo, haciéndole una seña hacia puerta que separaba sus recámaras.


-No -negó ella. -Prefiero quedarme aquí -señaló el butacón. -Podríais necesitarme y...


-Por eso no os angustiéis -clavó su mirada en ella. -Os necesito siempre -murmuró.


Alice bajó su rostro sonrojada, incapaz de sostener aquella mirada de fuego un instante más sin rendirse a ella.


-Creo que tengo la solución a este problema -sugirió Jasper.


-¿Y cuál sería? -alcanzó a preguntar ella.


-Podéis tumbaros aquí conmigo -respondió con voz grave.


-Pero...


-Nadie tiene porqué escandalizarse, a fin de cuentas sois mi esposa -susurró.


Alice lo miró insegura.


-Qué mejor que estéis a mi lado si requiero de vuestras atenciones -concluyó con suavidad. -Estoy seguro de que mi sueño será mucho más plácido y reconfortante si os tengo cerca.


¿Alguien sería capaz de resistirse al embrujo de su voz, al hechizo de su mirada? Alice no, hallándose obnubilada bajo su influjo.


-Id a poneros algo más cómodo -le pidió. -No creo que ese vestido sea muy apropiado para dormir. Prometo no moverme de aquí -bromeó, haciendo que se dibujase una sonrisa en el rostro de Alice.


Finalmente la muchacha obedeció y se fue a su cuarto. El temblor de sus manos no le facilitó la tarea. Se puso un sencillo camisón de lino y respiró hondo un par de veces antes de volver a la habitación de su esposo. Aún sabiendo que no sucedería nada esa noche entre ellos, el sólo pensar en la cercanía de su cuerpo la hacían estremecerse.


Con paso vacilante volvió a caminar hacia la cama donde reposaba Jasper. Entonces volvió a su memoria las palabras que le dijera Esme unos días antes cuando afirmaba que Carlisle la hacía sentir como lo más preciado del mundo. Jasper la veía acercarse a él ensimismado, extasiado, como si tuviera ante él la cosa más bella que hubiera visto jamás. Y es que para él, la imagen de Alice se le presentaba como la de un ser celestial, divino... delicado, hermoso y perfecto.


Alice se acercó a la cabecera de la cama y le ayudó a recostarse. Después retiró la sábana y se tumbó a su lado, mirándole.


-¿Os sentís bien? -quiso asegurarse ella, preocupada.


-En la gloria -musitó él uniendo su mirada de nuevo a la suya, con esa intensidad que le hacía perder la noción de sus sentidos. Con delicadeza, Jasper tomó unas de sus manos y la acercó a sus labios, besando la yemas de sus dedos. -Buenas noches, esposa.




chicas comentarios por fiss son 17 hojas de word sean buenas  por fiss !!!!!