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Capítulo 3: La Cacería
La miré un poco más, aún sin creer que la visión frente a mí era cierta y, cuando me convencí de que, realmente, era mi hermana, caminé hacia sus brazos
"Alice" – murmuré – "Cuanto gusto me da verte otra vez"
"Lo mismo digo" – dijo y, separándome gentilmente con sus delicadas manos, comenzó a evaluar mi rostro con sus intensos ojos negros – "Tu primer siglo te ha sentado de maravilla" – señaló – "Es una lástima que el carruaje se haya descompuesto en el camino. No quería perderme tu primera coronación"
"Con lo poco prudente que es, decirte que tu ausencia se recompensará el siguiente siglo, sería mentirte" – farfulló mi padre
"Siento mucho haberlos preocupado" – dije, bajando la mirada. Sentí la mano de mi hermano posarse sobre mi hombro
"Ya pasó" – calmó – "pero, para la siguiente ocasión, escucha nuestros consejos"
Apreté los labios y asentí, probablemente, mintiéndoles.
"¿Te parece bien si vamos a caminar a los jardines?" – propuso Alice – "Tiene décadas que no te miro, tengo tantas cosas que contarte"
"Por supuesto" – accedí y ella me tomó de la mano.
Dimos los primeros pasos en un cómodo silencio y, cuando llegamos al jardín más extenso de aquel castillo – su lugar preferido – tomó asiento en una piedra con base planta y me invitó a acomodarme a su lado.
"A mi no me puedes engañar, Bella" – comenzó a decir – "Este poder que me ha sido otorgado, desde nacimiento, me permite ver claramente lo que hiciste hace pocas horas"
Clavé mi mirada en una pequeña flor morada que yacía al lado de mis pies. No sabía qué contestar. Podría a engañar a todos, fingiendo que todo estaba bien, que mi vida inmortal no suponía una tortura, pero, a la chiquilla que se encontraba a mi lado, a ella, si que no podía.
Alice era la tercera, y última hija, procreada por mis padres. Nuestra especie solo podía concebir a tres crías y su temporada de gestación – así como el sexo – era algo que el destino decidía. Algunas hembras daban a luz a sus tres hijos en un solo parto. Otras, como mi madre, los concebían por separado y por tiempos impredecibles. Y, algunas más, llevaban siglos sin poder engendrar, aún, a un hijo y se encuentran esperando el momento en que la fecundación haga efecto en su cuerpo…
"Faltó poco para que ese vampiro te mordiera. Pude ver claramente que no hiciste nada, ni el más mínimo intento, para defenderte…"
"Alice, no pasó nada" – volví a repetir
"Pero, Bella…"
"Alice, no quiero hablar de esto" – interrumpí, sin querer sonar grosera. Mi hermana me miró fijamente por un momento y, después, con un suspiró resignado, asintió.
Nos quedamos en silencio por varios minutos, hasta que fui yo quien lo decidió romper
"¿Qué has hecho durante estos años? Tiene cerca de una década que no te he visto ¿A dónde has ido"
"A muchos lugares" – contestó, con una sonrisa – "Tantos, que me es difícil nombrar sus nombres en una sola plática. ¡Deberías de ver todas esas tierras, Bella! Soy hermosas, únicas. Cada una tiene diferentes olores en sus árboles y diferentes caricias en el viento" – suspiró profundamente – "¿Por qué no vienes conmigo?"
Negué con la cabeza, lentamente
"No, Alice. Tú espíritu y el mío no son iguales y, para ser sinceras, no me gusta recorrer largos caminos. Amo la naturaleza y las tierras, pero no tanto como tú. Mi pesimismo te contagiaría y no quiero que eso pase"
"¿Por qué no lo piensas?" – insistió – "Me iré dentro de quince puestas de sol. Tienes tiempo para meditarlo"
"¿Por qué te marchas tan pronto?" – pregunté
"Solamente venía a tu primer coronación. Quiero aprovechar los últimos cuatro años que me quedan de completa libertad. Cuando lleve mi tiara, ya no podré viajar tan seguido como en estos tiempos, tendré que quedarme como buena princesa en mi pueblo"
"Alice, el que lleves o no la tiara, eres una princesa" – recordé – "No cambiará en nada"
"Claro que si" – discutió "Ahora, si viajo entre los hombres que no son de esta tierra, puedo pasar por una humana, pero, llevando el diamante en mi frente, ya no habrá forma de ocultarme"
"Pensé que te gustaba ser princesa"
"¡Y me gusta!" – aclaró – "Es me destino y estoy contenta con él. Solamente que, no voy a negarlo, resulta un poco molesto, al menos para mí, que todos se inclinen a tus pies y te hagan reverencias"
Sonreí, al menos, Alice y yo teníamos algo en común.
"¿En realidad creen que eres humana?" – inquirí, puesto que se me hacía imposible que la hermosura de mi hermana pudiera considerarse algo procreado por el hombre mortal.
"Parece imposible, pero si. Principalmente en los reinos más lejanos" – agregó – "En las tierras vecinas resulta difícil. Conocen a nuestra familia… Pensaras en lo que te acabo de proponer, ¿Verdad?"
"Si voy contigo, tu disfraz de mortal se vendrá abajo" – dije, a mi favor. Ella hizo un pequeño puchero
"Eres imposible" – refunfuñó. Unos pasos a nuestras espaldas nos hicieron girar el rostro.
Era una de las doncellas, quien, tras dar una pequeña reverencia, nos anunció que la cena estaba lista y nuestros padres, al igual que mi hermano y esposa, nos esperaban. Caminamos hacia el inmenso comedor y James nos ayudó a ambas para tomar asiento.
"¿Lograron atrapar al vampiro?" – preguntó Victoria
"No" – contestó mi hermano, intentado ocultar su furia – "Es demasiado rápido"
"Pero lo hirieron" – afirmó Alice
"La flecha se insertó en su pierna" – informé
"Los seguiremos buscando. Acabaremos con cada uno de ellos" – prometió James
Ya recostada en mi cama, mis ojos se encontraban dirigidos hacia la enorme ventana que daba hacia el bosque. Los rayos de la luna traspasaban la espesa cortina blanca y dibujaban formas en el suelo. No sé cuantos minutos llevaba tratando de dormir y no podía. Las palabras de mi hermana resonaban en mi mente. Me hubiera gustado haber heredado un poco de su entusiasmo y optimismo. Me preguntaba si, acaso, era yo la única que no se encontraba a gusto con la vida que le había tocado llevar. A todo mundo parecía agradarle la inmortalidad… Jamás había escuchado queja alguna por parte de mis padres, de mis hermanos, ni de los pocos conocidos que teníamos en los reinos vecinos…
¿Acaso estaba loca?...
Apreté fuertemente mi almohada y cerré los ojos, rezando por que, algún día, este vacío tan inmenso tuviera fin.
Al día siguiente me desperté mucho antes que mi doncella llegara para ayudarme a vestir. Me acomodé mi vestido de manta color negro. Parecía que sería uno de los pocos días soleados en Forks. Bajé hacia la pequeña biblioteca de mi hermano y me sorprendió mucho el hallarle ahí
"James" – llamé su atención para que sus azules ojos despegaran la mirada del libro que leían
"Bella" – dijo, mientras se paraba rápidamente de su asiento y caminaba para depositar dos besos sobre mis mejillas y tomarme las manos entre las suyas – "No esperaba encontrarte aquí y, mucho menos, a tan temprana hora"
"Lo mismo digo. ¿No pudiste conciliar el sueño"
"No" – admitió – "toda la noche tuve pesadillas con aquel vampiro que no hemos podido atrapar"
"Debe de ser muy ágil" – aventuré – "Yo misma vi como la flecha le causaba mucho dolor"
"Ha de estar escondido en algún lugar. Tenemos que encontrar su refugio. Estamos seguros que hay muchos más con él… Debo de mover a los hombres rápido. El los últimos días han acabado con aldeas enteras"
"Tranquilo" – susurré, estrechando sus manos – "Todo saldrá bien. Los encontraran pronto, ya lo veras"
Mi hermano me sonrió calidamente y sus ojos brillaron con gran amor y tranquilidad. Inclinó su rostro para besar mis ambas manos y, después, acercó su rostro y depositó un beso sobre el diamante de mi frente. Cerré mis ojos ante la paz que su cariño y protección me daban. Un guardia apareció a los pocos segundos.
"Príncipe James, los caballos están listos" – anunció
"En seguida voy" – contestó mi hermano, separando sus manos de las mías y alcanzando el arco que reposaba a un lado del asiento, en el que antes se encontraba
"Hermano, ¿Podría acompañarlos en la cacería?"
"De ninguna manera" – contestó, rápidamente.
"Por favor" – supliqué, al ver que sus pasos se dirigían ya hacia la salida. Esperé que diera media vuelta y me viera, aunque sabía que me iba a encontrar con aquel gesto endurecido.
"Bella, ¿Por qué te encantan este tipo de cosas?" – inquirió – "Alice está acá. Sal con ella…"
"¿Y si mejor me uno a la cacería también?" – interrumpió mi pequeña hermana, entrando, con su eterna sonrisa, a la biblioteca – "Tiene años que no salimos todos a una pequeña expedición"
"Esto no es un juego. No vamos a casar conejos ni venados. No voy a permitir que vayan y arriesguen su vida, solamente por un capricho"
"Vamos, James" – imploró Alice, con aquella mirada tan angélicamente persuasiva, que resultaba mortal para todo tipo de determinación en las personas – humanas o no – "No le negarás a tu pequeña hermana un poco de diversión, ¿O si?"
Mi hermano intentó mantenerse firme ante el par de oscuros ojos suplicantes que le miraban fijamente, pero, como era de esperarse, flaqueó, al poco tiempo, ante la inocencia y brillo de éstos.
"Me tienen que prometer que no se alejaran de mí, ni un solo instante" – advirtió, con un suspiró sonoramente resignado
"Prometido" – dijo Alice, con una radiante y extensa sonrisa
"Las espero en las caballerizas" – farfulló, mientras salía del lugar
En cuanto quedamos solas, mi hermana se giró para verme y su rostro de duendecillo denotaba una gran suficiencia.
"¿Esperas que te de las gracias?" – pregunté, levantando una de mis cejas.
"No es necesario que lo digas" – contestó, mientras se disponía a salir de la estancia, con pasos tan ágiles que parecía ir bailando – "Sé que, por dentro, me estas bendiciendo de todas las maneras que te es posible"
"Qué modesta" – solté, con ironía, mientras le seguía.
Llegamos a las caballerizas. Alice eligió tomar una yegua blanca y yo, una de color canela. Mi hermano se acercó para ayudarnos y un guerrero le imitó, aproximándose hacia mi pequeña hermana
"¿Me permite, Alteza?" – preguntó, mientras tendía su mano y mi hermana la aceptaba sin ninguna vacilación.
"Irán en medio de nosotros" – ordenó James, cuando estuvimos montadas sobre los caballos – "No quiero que se desvíen, ni que galopen a las orillas, ¿Quedó claro?"
Alice y yo asentimos y, tras dar la orden, los caballos comenzaron a trotar. Durante todo el camino, estuvimos perfectamente resguardadas por el resto de los hombres que iban con lanzas y arcos. James frenó su caballo de repente y todos le imitamos. El animal comenzó a relinchar y se debatía entre los jalones que su dueño le propinaba a sus cuerdas. Era obvio hasta para un ciego: El peligro estaba cerca. Se podía oler en el aire. Casi podía sentir aquel aroma tan fresco y dulce que los caracterizaba. Las lanzas, las espadas y los arcos se tensaron, listos para atacar. Yo viajaba mi mirada hacia todas partes – sin mover el rostro – y trataba de controlar mi respiración entrecortada. El bosque guardaba un absoluto silencio, ni un solo trinito de los pájaros, ni una sola pisada de ardillas o venados cerca. Solamente el viento soplaba y agitaba mis cabellos
"Cubran a mis hermanas" – ordenó James, mientras se ponía al principio de todos.
Ni bien había terminado de hablar, trece vampiros aparecieron frente a nosotros, agazapados y emitiendo un gutural gruñido que curvaba sus labios y nos permitía ver aquellos dientes, completamente blancos y perfectos, con dos colmillos ligeramente alargados que, fuera de quitarle encanto a sus bocas, las volvía algo tenebrosamente hermosas. Me estremecí al ver a mi hermano a menos de dos metros de todos ellos.
James levantó el arco y acomodó la flecha, con un movimiento rápido y ágil. Un vampiro se lanzó sobre él y lo tiró del caballo. Los guerreros comenzaron a atacar. Alice y yo le imitamos. Una hembra de cabello negro se materializó frente a mí, en cuclillas sobre el lomo de mi yegua. No lo pensé dos veces y le ensarté una flecha en medio de la frente, antes de caer de espaldas, sus uñas me rasgaron parte de las mangas del vestido y me desangraron un poco la piel… Y entonces, fue cuando los ocho vampiros que sobraban se giraron para verme con los ojos completamente negros.
Mi yegua comenzó a relinchar y a debatirse de tal manera que me caí de la montadura.
"¡Bella!" – escuché que gritaba James cuando todos nuestros contrincantes se lanzaron hacia mí. Cerré fuertemente los ojos, esperando sentir todos esos dientes enterrados en mi piel…
No pasó nada.
"¡Corre!" – ordenó mi hermano y temblé al ver, a mi alrededor, tres cabezas, con sus ojos mirándome fijamente.
Me tomó más de dos segundos el ponerme de pie. Alice se plantó frente a mí y me tendió una de sus manos para que pudiera subirme al caballo.
"Tenemos que salir de aquí" – dijo y se echó a trotar. Tres guerreros nos cuidaba la espalda.
"¿Qué pasará con James"
"Él estará bien. Tenemos que llegar rápidamente al castillo para enviar más hombres a ayudar…"
El animal dejó de trotar al tener, frente a él, a un pálido obstáculo que le impedía, amenazadoramente, avanzar. Clavé mi mirada en aquel rostro que anteriormente había visto. Sus ojos color sangre se clavaron en mí. Los guerreros que nos cuidaban la espalda se dispusieron a defendernos.
Me bajé del caballo de un salto y corrí hacia el frente
"Bella, ¿Qué haces?" – exclamó Alice
"Corre hacia el castillo"
"¡Estas loca…!"
"¡Corre!" – interrumpí, volví mi vista hacia uno de los jóvenes que nos cubrían – "Llévate a mi hermana" – le ordené a un muchacho de cabellos rubios y mirada gris
El muchacho asintió y, a los pocos segundos, su caballo había sido abandonado y Alice había sido llevada lejos de mí. Los dos hombres que quedaban conmigo formaron una barrera entre el inmortal demonio y yo. Una risa sarcástica y tenebrosa curvó sus labios cuando vio que corrían hacia él , con aquellas filosas espadas.
Pronto supe el por qué de tan confiada actitud.
Los cuerpos de los humanos salieron volando lejos, estampándose con los árboles… y ya no se volvieron a levantar. Jamás antes había visto a un vampiro con movimientos tan rapidos.
Me tragué la amarga impresión lo mejor que pude y acomodé una flecha en el arco, apuntándole directamente. Apreté mi mandíbula al ver aquella actitud irónica no se desvanecía ni un solo segundo de su rostro. Lo odiaba. Disparé la flecha, y mi rabia aumento al ver la facilidad con que la esquivaba. Y, de pronto, tal y como había pasado ayer, en un abrir y cerrar de ojos, lo tuve frente a mí.
"Debería de mejorar su puntería, Alteza" – recomendó.
Mis ojos se clavaron fijamente en los suyos, haciéndole saber con éstos, el repudio inmenso que le tenía a su especie y, principalmente a él… Sin embargo, no pasó mucho tiempo para perderme en el mar escarlata que en ellos se dibujaba. Debía admitir que era algo hermoso y único. La representación misma del demonio: Poseedor de una belleza tan esplendida que te podía hacer pecar nada más con verlo.
Su rostro se inclinó lentamente hacia abajo, hasta llegar en la parte donde mi vestido se encontraba roto y una pequeña raspadura se pintaba sobre mi piel. Me estremecí completamente cuando su lengua se pasó por la sangre que de ella salía. No fue un estremecimiento de miedo, si no de placer. Un placer jamás antes experimentado, que se paseó por mis venas y removió cada uno de mis poros. Sus manos se apretaron más a mis brazos y un gruñido salió de su garganta.
Sabía que el sabor de mi sangre le había gustado.
Ahora no había nada que pudiera salvarme.
Iba a morir…
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Capítulo 4: Deuda
Me encontraba temblando violentamente, de pies a cabeza, mientras seguía sintiendo como su lengua se desplazaba por la fresca herida. El gemido que su pecho emitió, fue una anticipación de mi muerte. Cerré fuertemente mis ojos e intenté mantener todo el valor para aceptar mí partida con el mayor orgullo y dignidad que me era posible. Definitivamente, el morir en manos de una bestia como esa era repugnante… Aunque, hablando sinceramente, una parte de mi se sentía tranquila. Al fin de cuentas, mi tan anhelado descanso llegaría.
"¡Edward!" – escuché que gritaba una voz delicada y femenina. El vampiro que me tenía acorralada se separó en cuanto la escuchó. Entonces, ambos giramos el rostro para ver de quién se trataba
Me encontré con algo simplemente hermoso. Era una mujer vampiro con gentil rostro de corazón. Me perdí en el dorado de sus ojos y comprendí que eran de los pocos que no cazaban humanos. ¿Qué hacía alguien como ella a pocos metros de nosotros?
"Edward, déjala ir" – pidió y volví mi vista hacia el demonio que aún me mantenía sujeta hacia el árbol, pero tenía la mirada puesta sobre la hermosa mujer que le hablaba – "Ya basta de tantas muertes, hijo. Suéltala"
"No" – gruñó el aludido – "A ellos nos les ha importado matarnos como animales, ¿Por qué habría yo de sentir compasión?"
"Edward, por favor…" – la vampiro no continuó hablando pues dos lanzas le había atravesado uno de sus brazos y había caído de rodillas frente a nosotros.
"¡Esme!" – exclamó el muchacho y me perdí, por un momento, en aquella voz angustiada. Ni un solo rasgo de rencor había quedado en ella tras ser sustituido, completamente, por un desgarrador gemido de desesperación.
Después, solo vi como se lanzaba hacia el joven guerrero que había disparado la flecha y se escondía detrás de un espeso árbol. Estoy segura que, de haber parpadeado, no me hubiera dado cuenta del momento en que lo había aventado lejos. Tardé más de tres segundos en comprender que me había liberado y que tenía una pequeña oportunidad de ir. Pero, fuera de correr, me quedé viendo como se inclinaba y tomaba entre sus brazos a la herida mujer que crispaba su rostro por el dolor.
"Tranquila, te llevaré a casa" – susurró – "No debiste de haber salido de ahí…"
Era sorprendente la manera en que aquella desesperación me había pasmado. Jamás imaginé posible que, alguien como él, fuera capaz de sentir amor. Y, sin embargo, ahí estaba. Había olvidado todo: que se encontraba a pocos kilómetros de seres que estaban dispuesto a cazarle, su venganza contra mí, su fachada de ser maligno y despiadado… Solamente quedaba un joven completamente sumergido en una inmensa intranquilidad.
Los galopes de los caballos comenzaron a oírse. Se estaban acercando. Contemplé como aquel desesperado vampiro vacilaba un poco en qué dirección tomar para huir y, cuando sus pies se decidieron por un pequeño sendero que se habría por el bosque, le llamé
"Espera. No podrás correr mucho y seguirán tu rastro con facilidad" – le recordé, mientras veía que la herida de su pierna aún le molestaba
"¿Qué ha dicho?" – preguntó, mirándome de manera escéptica.
Empuñé mis manos, pues, aún no podía creer lo que estaba a punto de soltar
"Sígueme. Yo sé de un lugar en el que no podrán encontrarte" – comencé a caminar, rápidamente, hacia la dirección contraria que él estaba dispuesto a tomar – "¡Confía en mí!" – dije, al ver que sus pies no se movían.
Él bajó la mirada hacia el rostro de la persona que reposaba sobre sus hombros.
"Hazlo" – escuché que le susurraba
"No tardaré en matarle si lo que esta haciendo es una traición"
Me dieron muchas ganas de responderle como se debía pero, sabía que no era tiempo para ello. En cambio, solamente me limité a fruncir el ceño y regalarle una mirada envenenada.
"Date prisa" – dije, de manera seca, mientras comenzaba a caminar, a paso rápido, hacia el interior del bosque. Escuché el casi inaudible sonido que sus pasos daban detrás de mí.
El galope de los caballos se aproximaba cada vez más y, no entendí por qué me sentí tan ansiosa, como si mi vida dependiera de ello, como si fuera yo quien, también, estuviera huyendo.
Fue un sentimiento demasiado frustrante, debo confesarlo.
No tardamos mucho en llegar al escondite. Me paré frente a lo que, aparentemente, era una gran piedra cubierta de musgo. Con mis manos, removí todas las hierbas que la vestían, dejando frente a nosotros una reducida entrada.
"Es aquí" – indiqué. El vampiro me dedicó otra mirada dudosa – "¿Te piensas quedar aquí, esperando a que mi hermano y sus hombres nos vean?" – reté, levantado ligeramente mi barbilla.
Sus ojos carmesí se clavaron, por menos de un segundo, en los míos y, después, se adentró en el pequeño espacio. Le seguí por detrás y, volví a acomodar las trenzaderas de hierba en su lugar. No fue hasta que estuve en aquella completa oscuridad que caí, realmente, en la realidad en la que me encontraba…
… Yo, Isabella Swan, estaba al lado de un vampiro, el cual me había intentado matar en dos ocasiones. Y eso, no era todo. No. Lo estaba ayudando a permanecer con vida…
– "¿Por qué nos ha ayudado?" – preguntó, haciendo eco a mis pensamientos.
Bajé la mirada hacia el suelo de tierra que se expandía bajó mis pies y abracé mis rodillas
"Lo hice por ella" – contesté, evadiendo su mirada, que brillaba como la de un gato al acecho en la oscuridad – "Ella no es como ustedes"
"No" – acordó él y su voz se escuchaba endurecida – "Esme es diferente"
"¿Estará bien?"
"Si. El aturdimiento desaparecerá, más o menos, al anochecer"
Suspiré profundamente.
– "Es hora de que me vaya" – anuncié, con voz seca – "Quédense aquí y no salgan hasta que el cielo este cubierto, completamente, por su manto negro. Llevaré a mi hermano y a sus guerreros de vuelta al castillo. Les diré que han huido hacia el oeste" – expliqué, mientras me movía hacia la salida – "Un último consejo: Váyanse de aquí si no quieren que su especie sea exterminada por completo. No son, ni serán, bienvenidos en estas tierras. Busquen su lugar en otra parte"
No esperé por una respuesta. Pero pude sentir su mirada clavada sobre mi espalda en el momento en que abandoné aquel lugar. Salí de entre las ramas, mirando hacia todas partes. Suspiré, aliviada, al notar que no había alma alguna por los alrededores. El bosque se había vuelto a bañar con su silencio pacifico. Comencé a caminar, dirigiéndome hacia el lugar en el que, por segunda vez, la muerte me había amenazado.
Solamente me encontré con el cadáver de los guerreros que habían matado frente a mis ojos y varias huellas de las herraduras de los caballos. Todas se dirigían hacia el otro sendero. Me debatí por un momento entre si irme al castillo o ir detrás de mi hermano. Sabía que, seguramente, estaría muy preocupado por mí. ¿Estaría él bien?...
Me decidí por la primera opción. Sabía que era imposible alcanzarlo, por mucho que corriera. Comencé a andar por el sendero que me llevaría al castillo. Me miré la herida de mi brazo, ya había desaparecido. Me pasé los dedos por la piel sana y no pude evitar no recordar aquella lengua que la había acariciado. Estaba enloqueciendo. ¿Cómo había sido capaz de ayudar a una pareja de demonios solamente por que la mujer me pareció alguien gentil? Empuñé mis manos a mis costados agité mi cabeza, de derecha a izquierda, mientras continuaba mi marcha.
"¡Bella!" – escuchar esa voz resultó ser un alivio.
Por primera vez, no quería caminar tanto en el bosque. Me estaba encontrando con cuerpos decapitados y cabezas regadas a cada paso que daba. Me giré para encarar a mi hermano. Tenía un arañazo en su angulada mejilla y todo su rostro se encontraba cenizo. Se me llenaron los ojos de lágrimas al verlo completamente a salvo. Leí en su mirada que también se tranquilizaba de verme.
Pero, para este tipo de sentimientos tan profundos, las palabras resultaban ser innecesarias. Bajó de su caballo y, con un movimiento delicado, me subió a éste. Comenzamos a galopar hacia el castillo, frente a los pocos hombres que habían quedado tras la batalla.
ALICE POV
Me encontraba caminando, de un lado a otro, dentro del castillo. El dolor de cabeza me estaba comenzando a marear, no lograba ver nada con claridad. En situaciones como esta – cuando había demasiadas criaturas involucradas – era cuando el pequeño y complicado don que me había sido otorgado se volvía algo realmente molesto. Mis padres se encontraban a mi lado y el tener sus miradas puestas sobre mí, aumentaban mi ansiedad. Decidí salir del lugar. Me dirigí hacia una de las ventanas por las cuales podías mirar todo el horizonte y suspiré profundamente al no encontrar rastro alguno de mis hermanos.
Tonta Bella… ¿Cómo había dado aquella estupida orden?
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Si algo les pasaba a mis hermanos yo no sabría qué hacer. Los amaba tanto…
"Princesa, ¿Se encuentra usted bien?" – giré mi rostro para encarar al joven que me había hablado.
Fruncí el ceño nada más al saber de quién se trataba. Tensé mi quijada y le dediqué la mirada más envenenada que pudiera ofrecerla a alguien en todos mis siglos de vida.
"Estaría bien si no le hubieras hecho caso a la orden que mi hermana te dio" – contesté, descargando mi tensión con aquel pobre muchacho.
"L-lo siento, solo hice lo que su hermana me exigió" – balbuceó, y el miedo era palpable en su mirada gris.
Tensé mi quijada y volví mi rostro hacia la ventana. Suspiré profundamente para poder tranquilizarme
"¿Cuál es tu nombre?"
"Jasper Withlock, para servirle, su Alteza"
"Jasper" – repetí – "No siempre hagas lo que se te dice" – musité – "No todas las ordenes son las correctas…"
El galopeo de varios caballos llamó mi atención. Agudicé mi vista y pude verlos, venían a una distancia aproximada a un kilómetro. Una sonrisa de tranquilidad se dibujó en mi rostro y, olvidándome rápidamente del joven guerrero que tenía detrás de mí, salí en su encuentro.
Bajé corriendo las escaleras y no esperé a que los guardias abrieran las enormes y pesadas puertas que protegían el castillo.
"¡James! ¡Bella!" – exclamé. Nuestros padres venía detrás de mí.
Mi hermano fue quien bajó primero. Me lancé hacia ellos. Solamente sus ropas venían desgarradas. Ni una sola herida se lograba ver sobre su pálida y lisa piel.
"Eres… eres… ¡Eres de lo peor!" – le dije a Bella – "¿Cómo pudiste hacerme eso: apartarme de tu lado?"
"No pasó nada. Logré librarme de él" – tranquilizó – "Ya le informé a James que se ha ido al oeste. Está muy herido…"
"Mandé a varios hombres hacia esa dirección" – terció mi hermano – "Y mañana, seguiremos de casería. Y no permitiré la compañía de nadie más que las personas a quienes yo indique" – agregó, mirándonos significativamente
Bella y yo bajamos la mirada y, sin decir más, los que nos rodeaban se adentraron en el castillo y nos dejaron solas.
EDWARD POV
Podía sentir que el anochecer había llegado.
¡Maldición!
Esme aún no se despertaba.
Tensé fuertemente mi quijada al sentir como la rabia volvía a apoderarse de mí. Malditos humanos y maldita Realeza, ¡Cuánto los odiaba! Ahora más que nunca… Gruñí fuertemente al recordar a aquella Princesa y el sonido despertó a Esme
"¿Edward…?" – musitó
"¿Cómo te encuentras?"
"Mucho mejor" – contestó, mientras se incorporaba. Se quedó meditabunda un par de segundos y después, agregó – "¿Qué pasó con la muchacha que nos ayudó?"
"Se ha ido" – contesté, a regañadientes.
"La ibas a matar"
"Si" – aseguré, mirándole a los ojos – "Es lo menos que se merecen"
"Edward…"
"Nos tratan y ven como animales" – interrumpí, pues sabía que su noble corazón la iba a llevar a darme un sermón que no estaba dispuesto a escuchar – "Mira lo que te hicieron" – señalé – "Tú no tenías nada que ver en todo esto y te han herido. A ellos no les importa si somos o no asesinos de sus humanos. Solamente quieren exterminarnos por que somos los únicos que podríamos acabar con ellos y quitarles todo los privilegios que poseen"
"Ese odio no te llevará a nada bueno"
"Tampoco la compasión" – discutí, sintiéndome mal al ver como su rostro se ensombrecía y bajaba la mirada. Suspiré pesadamente mientras intentaba borrar aquel débil sentimiento de la mente – "Te llevaré con Carlisle, seguramente ha de estar muy preocupado."
Esme asintió, dándome la razón. La tomé entre mis brazos, en cuanto salimos de aquella cueva. Mi ira incrementó cuando noté que, en realidad, la princesilla había cumplido su promesa.
"Puedo correr"
"Aún te encuentras débil" – dije y salí corriendo del lugar.
Tal y como lo imaginaba, Carlisle se encontraba ya muy preocupado por Esme. Corrió hacia nosotros cuando nos vio llegar y le explicamos todo lo que había sucedido. Él nos escuchó con atención y sin ningún atisbo de furia reflejado en alguna de sus facciones. Nunca podría explicarme de dónde provenía tanta paz de su alma.
"¿Te irás?" – preguntó Esme, sujetándome de la mano
"Si. No puedo quedarme aquí"
"Hijo, este es tu lugar" – recordó Carlisle. Lo miré fijamente a los ojos, pues sabía lo que sus palabras querían decir.
"No" – disputé, con voz contenida
"Eres mi hijo… el príncipe…"
"Por lo mismo" – interrumpí – "por que sé quién soy, no permitiré que acaben con nuestra raza"
"La violencia no es le mejor método"
"¿Entonces cuál es?" –
Carlisle tardó en contestar
"Has dividido a nuestra familia en dos grupos"
"Eso no es culpa mía. Los que se encuentran conmigo son por que comparten la misma aspiración que yo: dejar de estar escondidos. Dejar de vivir en penumbras"
"Han acabado con aldeas enteras. ¿Cómo piensan ser aceptados si se comportan como bestias?"
"¿Y a ti te ha servido de algo tu obstinación por la sangre humana?" – reté – "¿Les ha servido a todos ustedes alimentarse con sangre de animales? No" – me auto contesté – "No ha servido de nada. Siguen siendo igual para ellos"
"Edward…"
"No quiero seguir discutiendo" – tajé – "pero no puedo quedarme aquí, reprimido, cuando sé que puedo hacer algo más por todos nosotros"
"Quédate, por los menos esta noche" – rogó Esme.
Sus dorados ojos me miraron con súplica, pero luché por mantenerme firme en mi decisión. Me incliné para depositar un beso sobre su frente, para después dar media vuelta e irme con el grupo de vampiros que habían logrado sobrevivir.
"Deberíamos de tomar en cuenta el consejo que la Princesa nos dio"
Envaré mi cuerpo al escucharle.
"Yo no me pienso ir de aquí" – susurré
"Entonces, ¿la mataras? ¿mataras a su familia?"
"Esa es mi prioridad ahora"
"¿Acaso no le estas agradecido? ¡Nos ayudó! Sin ella, ahora estuviéramos los dos muertos"
Crispé mis manos a mis costados y chasqueé mis dientes ¿Tenía que recordarlo?
"Nosotros no se lo pedimos. Yo no tengo ninguna deuda con ella"
"Hijo…" – volvió a terciar Carlisle
"Los veré pronto" – anuncié, y salí corriendo de ahí, antes de que pudieran decir más.
Corrí y corrí, sin dirección alguna pues era mi única manera de descargar toda rabia que sentía al saber que las palabras de Esme eran ciertas. No tanto por mi vida, si no por la de ella. Mi madre estaba viva por esa insignificante muchacha inmortal…
Ciertamente, me encontraba en deuda con ella…
Pero, ¿Cómo saldar un adeudo con el peor de tus enemigos?
No encontraba respuesta alguna a mi pregunta…
CAPITULO 5
"Puestos en orden de batalla con sus respectivos jefes, los troyanos avanzaban chillando y gritando como aves..."
El sonido de nudillos sobre la puerta interrumpió el relato de Bella.
-¿Quién osa interponerse entre troyanos y aqueos cuando la batalla ya está dispuesta? -exclamó Rosalie con exasperación. Bella y Alice, que se hallaban sentadas a los pies de su cama, rompieron a reír.
-Creo que os estáis adentrando demasiado en la historia -aseguró Bella entre risas.
-O me estáis contagiando con la pasión con que la narráis -se defendió Rosalie riendo también.
-¡Adelante! -dijo al fin. Su sonrisa se tornó en una desagradable mueca en cuanto vio quien aguardaba tras la puerta.
Emmett entró en la habitación con paso seguro y se detuvo frente a las princesas.
-Buenas tardes -saludó haciendo una venia. -Espero que vuestro tobillo esté mejor, Alteza -se dirigió a Rosalie.
Ella respondió con un simple movimiento de cabeza, sin apenas mirarlo. Emmett rió para sí. La princesa no ocultaba su disgusto ante su presencia y a él, inexplicablemente, lo llenaba de satisfacción. El hecho de que ella respondiera ante la más mínima provocación le resultaba casi un desafío, desafío que estaba a un paso de aceptar, a pesar de sus posibles consecuencias.
-Princesita, ¿podemos hablar un momento? -le preguntó ahora a Alice con una sonrisa.
-Claro, Emmett -contestó alegremente levantándose de la cama.
-Bella, ni se te ocurra continuar con la lectura -le advirtió a su prima. Bella asintió con una sonrisa.
-Vamos -le dijo a Emmett tironeando de su brazo, apenas permitiéndole despedirse de las jóvenes.
Rosalie sintió una extraña punzada en su pecho mientras la palabra "princesita" retumbaba en sus oídos. ¿A qué se debía tanta familiaridad por parte de aquel guardia insolente? Apenas si había compartido unas horas con la que iba a ser su cuñada pero no hacía falta más para darse cuenta de que Alice era la ingenuidad y la inocencia personificadas, así que le resultaba difícil culparla. Mas no podría afirmar lo mismo de él, parecía un hombre experimentado y consciente de sus actos. ¿Se estaría aprovechando de la inocencia de la muchacha para cumplir con ciertos planes oscuros y deshonrosos? ¿Por qué de repente el dolor de su pecho se hizo más agudo? No puedo permitir que se burlen de mi hermano pensó, excusándose a si misma, sí, eso debe ser. Se preguntó si Bella tendría algún conocimiento de sus intenciones, aunque, a decir verdad, ella parecía conforme con el comportamiento de ambos. Sin embargo, no perdía nada por intentarlo.
-¿Puedo preguntaros algo, Alteza?
-Por favor, llamadme Bella -le pidió. -Después de todo, pasaremos a ser familia en muy pocos días.
-Entonces llamadme Rosalie -dijo sonriendo. Bella asintió devolviéndole la sonrisa.
-¿Qué queríais saber?
-Vuestra prima y ese guardia -empezó Rosalie, no muy segura de como debía enfocar la cuestión.
-Ah, ya entiendo a que os referís -la interrumpió Bella, ahorrándole el esfuerzo. -A mí me parecen adorables -añadió con una sonrisa.
¿Adorables? pensó Rosalie mientras aquella punzada decidía instalarse en su pecho por tiempo indefinido. ¿Entonces era ciertas sus sospechas? Permaneció en silencio deseando que Bella continuase.
-Sé que su comportamiento puede estar sometido a duras críticas pero, en realidad, nadie tiene derecho a juzgarlos -dijo Bella mientras jugueteaba con el borde de su vestido. -Alice le adora y ella es su debilidad.
Rosalie no podía creer lo que estaba oyendo, el simple hecho de pensar en lo que Bella estaba insinuando la escandalizaba. No era posible, no era posible que lo dieran a entender de forma tan descarada y menos que su prima hablara de ello de forma tan despreocupada.
-Acaso ellos son.... están... -titubeó haciendo una mueca.
-Oh, no. No me malinterpretéis -se apresuró a aclarar Bella al ver como palidecía el rostro de la muchacha. -Les une el más puro cariño fraternal -le informó.
-¿Fraternal? -Rosalie no terminaba de comprender.
-Ella lo ve como un hermano mayor y de ese modo lo ha tratado siempre. Él en un principio intentó mostrarse indiferente ante su afecto pero, cuando la conozcáis mejor, sabréis porque le fue imposible mantenerse al margen. Mi prima es afectuosa en la misma medida que persuasiva, al final, uno tiende a rendirse a su encantadora alegría e inocencia.
-Pero ella es una princesa y él un simple guardia -le recordó Rosalie.
-Lo sé, Rosalie, y os aseguro que ella también lo sabe. Ojalá algún día entendáis que Alice no ve el estatus o la posición social en las personas, ve su corazón.
-Pero... -quiso objetar.
-Soy consciente de que para la mayoría es irrespetuoso -le cortó. -Mi difunto tío trató por todos los medios de corregir su comportamiento, o tratar de moderarlo al menos, pues siempre trato con cordialidad a sus súbditos. Como podéis comprobar, nunca lo consiguió, de hecho desistió y ¿sabéis por qué? Porque jamás osaron a faltarle el respeto, al contrario, todos le guardan la más absoluta lealtad y devoción.
Rosalie la miró sorprendida. Ella siempre había tenido la convicción de que había que tratar a los sirvientes con firmeza, nunca con dureza, eso sí, jamás abusando de su autoridad, pero dejando clara la diferencia entre ambos roles.
-Ya sé lo que estáis pensando -le dijo Bella. -Sé que su proceder está fuera de lo establecido, pero yo he optado por pensar que Alice ve el mundo desde otra perspectiva. No ve la maldad en la gente e, incluso, es demasiado confiada. Por suerte, ha tenido a Emmett a su lado para protegerla y para tratar de hacerle ver como son las cosas en realidad.
Rosalie se removió en la cama, incómoda. Ahora resultaba que ese guardia arrogante era todo un ejemplo de virtud.
-Aunque no lo aceptéis, os ruego que al menos tratéis de entenderlo -le pidió Bella.
-No os preocupéis, Bella. No puedo negar que me ha desconcertado ese grado de confianza en su trato pero no soy quien para juzgar su comportamiento -la calmó.
-Os lo agradezco -sonrió Bella.
-Por su bien espero que mi hermano sea igual de comprensivo -le advirtió Rosalie.
-Viendo la expresión de Emmett podría asegurar que así ha sido -le confirmó Bella.
-Vuestro prometido ha sido muy comprensivo -le informó Emmett.
-¿Y por qué no habría de entenderlo? -se quejó ella.
-Lo hemos discutido muchas veces, princesita. Lo que para vos es lo correcto no tiene porque serlo para los demás, y éste es el caso -la corrigió.
-Pero acabas de decir que vuestra conversación ha ido bien ¿no? -dudó Alice.
-Sí, porque he optado por mitigar cualquier tipo de duda que hubiera podido asomar a su mente y creedme cuando os digo que ha sido la mejor decisión.
-¿Acaso ha dudado de...?
-No lo creo -la interrumpió Emmett. -Pero hubiera estado en todo su derecho si no me hubiera permitido acercarme a vos bajo ningún concepto.
-¿Y por qué tendría que hacer eso? -le increpó Alice, casi ofendida.
-Princesita, vuestro prometido es abierto de mente y no me ha costado ningún esfuerzo hacerle ver que sois como una hermana para mí, pero sabéis que es una situación que se puede malinterpretar muy fácilmente y que se presta a comentarios.
-¡Sabes que no me afecta lo que piense la gente de mí! -exclamó, enojada de que siempre utilizara el mismo tipo de excusas.
-¿Y no pensáis que a lo mejor a él si le afecta lo que piensen de vos? -quiso saber Emmett.
Esa cuestión la golpeó en el pecho y todo su enfado se esfumó. Se mordió el labio al darse cuenta de su error.
-¿Lo veis ahora? -le confirmó Emmett. -Deberías corresponderle tratando al menos de comportaros correctamente en presencia de los demás. Aunque Su Majestad sea el hombre más comprensivo del mundo y vos seáis el ser más inocente del universo, para el resto de los mortales no tenéis porque ser más que una esposa irrespetuosa y él un hombre indigno de su corona al no ser capaz de ni tan siquiera controlar a su esposa ¿cómo puede un hombre que no es capaz de gobernar su casa gobernar a su pueblo? -la inquirió Emmett.
Pronto se dio cuenta de que había sido demasiado duro en su alegato, las lágrimas empezaron a asomar en los ojos de la muchacha. Emmett la atrajo contra su pecho y la abrazó con ternura.
-Disculpadme princesita si he sido muy brusco -la consoló.
-No te disculpes, Emmett -le dijo enjugándose una pequeña lágrima mientras se apartaba de él. -Tienes toda la razón -admitió.
-Vuestro prometido se preocupa por vuestro bienestar, de eso no me cabe duda. Ya sólo por eso merece vuestra consideración -le dijo. -Pero, además, por encima de todo, esperaba complaceros con su decisión -le insinuó.
Alice se sintió sonrojar. Apartó su mirada hacia el cuidado seto del jardín. De repente, las margaritas le resultaban de lo más interesante. Emmett soltó una carcajada.
-Y por lo que veo el interés es mutuo -bromeó.
-¡¡Emmett!! -le increpó Alice.
-Está bien -se defendió él. -Tan solo os digo que deberíais agradecérselo.
-Es lo menos que puedo hacer -admitió ella.
El cantar de un gorrión sobre el alféizar de su ventana la despertó. Apenas estaba amaneciendo así que decidió seguir durmiendo. Sin embargo, se sentía del todo despejada, sería muy difícil volver a dormir. Una idea cruzó su mente, se vistió lo más rápido que pudo y se dirigió corriendo hacia la recámara de Bella. Por el corredor se cruzó con un par de camareras que se apartaron de su camino azoradas. Quizás Emmett tenga razón y deba considerar mi comportamiento pensó Alice.
Cuando llegó a su habitación, abrió la puerta despacio, cerrándola tras de sí sin hacer el menor ruido. Se acercó a la cama lentamente, comprobando que Bella seguía dormida.
De repente, saltó sobre su cama.
-¡Buenos días, Bella! -exclamó Alice con voz cantarina, sin parar de saltar en la cama.
-¡Por todos los Santos, Alice! -se sobresaltó Bella, llevándose las manos al pecho -¿Pretendes despertarme o matarme? -la regañó.
-No seas exagerada, Bella -rió Alice ante la palidez de su prima. Ella le respondió lanzándole una almohada, haciendo que Alice estuviera a punto de caer al esquivarla. Ambas rompieron a reír.
-¿Qué haces aquí tan temprano? ¿No puedes dormir pensando en tu paseo con Jasper? -bromeó Bella.
-¿Y qué me dices de tu cita con Edward? -preguntó con voz pícara.
-No es una cita -se defendió Bella.
-Por favor Bella, se nota a una legua que te agrada -sonrió Alice.
-¿Desde cuando eres una experta en amoríos? -le preguntó Bella.
-No lo soy -rió Alice -pero nunca te has comportado así con el Príncipe Jacob.
-¿Y cómo, según tú, me estoy comportando? -quiso saber.
-Déjame que lo piense -respondió simulando estar concentrada mientras se bajaba de la cama y tomaba el cepillo de encima de la cómoda para alisar su cabello.
-Ya sé -exclamó como si hubiera recibido inspiración de las musas -ayer no apartabas los ojos de él ni un segundo, te sonrojabas de pies a cabeza cada vez que te sonreía y tu decepción fue más que evidente cuando un criado, en vez de él, trajo el libro que se había ofrecido a prestarte -concluyó Alice con sonrisa maliciosa.
Bella tapó su cara con la almohada y se dejó caer sobre la cama.
-Y de nuevo te sonrojas -se rió Alice, yendo hacia ella y apartando el almohadón.
-¡Alice! -se quejó.
-¿Qué tiene de malo, Bella? -le preguntó ahora más seria. Alice se sentó sobre la cama mientras su prima se incorporaba.
-¿Que qué tiene de malo? ¿No has visto lo apuesto que es? -le cuestionó. Alice se colocó tras ella y comenzó a cepillarle el cabello.
-¿Eso lo hace inalcanzable? -dudó.
Bella se giró para mirarla por encima del hombro de forma inquisidora.
-Al menos tenéis cosas en común -le animó Alice.
-Oh, sí, que le guste la lectura es una cualidad que sólo se puede hallar en la mitad de los habitantes del mundo -respondió con ironía.
-Y él tampoco dejaba de mirarte -le aseguró.
-Pura curiosidad masculina y debida justamente a eso que según tú tenemos en común -dijo con tono firme.
-Quizás eso sea un comienzo -le alentó. -Disfruta de tu paseo y permítele conocerte, uno nunca sabe lo que puede depararnos el futuro.
-¿Vas a aplicarte tus mismos consejos como casamentera? -bromeó Bella.
-De momento vamos a terminar de prepararnos para bajar a desayunar -respondió evadiendo el tema.
-Eres una tramposa -se rió Bella, cogiendo el almohadón y golpeando a su prima que reía ante su ataque.
Finalmente, Bella tomó un vestido de su baúl y empezó a vestirse mientras Alice se sentaba en la cómoda a trenzarse el cabello.
-Déjatelo suelto como ayer Alice, te veías muy bien. -le dijo mientras se colocaba los botines.
-¿No me da un aspecto descuidado? -dudó mirándose en el espejo.
-Así que eso es lo que opinas de mi cabello ¿no? -le inquirió Bella puesto que siempre lo llevaba suelto. Alice se mordió el labio, como siempre hacía cuando reparaba en algún error por su parte. Bella rompió a reír.
-¿Buscas mi aprobación o la de tu prometido? -repuso divertida.
-¿Por qué mejor no bajamos a desayunar? -dijo Alice evadiendo la pregunta.
-Sí, será lo mejor -respondió Bella sin parar de reír.
Cuando las muchachas llegaron al comedor, Edward y sus padres ya aguardaban en la mesa, mientras Jasper ayudaba a su hermana a sentarse.
-Buenos días, queridas -las saludó Esme en cuanto las vio llegar.
-Buenos días -respondieron ambas mientras se inclinaban levemente. Tanto Edward como Jasper acudieron a su encuentro para acompañarlas a la mesa.
-¿Cómo amaneció vuestro tobillo, Rosalie? -se interesó Alice.
-Mucho mejor, el ungüento de Bella es mano de santo -respondió.
Jasper miró con cara de incredulidad a su primo, que con la misma expresión perpleja asentía con la cabeza. Adoraba a su prima pero tenía que reconocer que su carácter era bastante complicado por llamarlo de alguna forma y que, tras sólo un día de conocer a las princesas, ya se tratasen con esa familiaridad, era poco menos que sorprendente.
-Por lo que veo pasasteis un día agradable ayer -dijo Edward.
-Hacía tiempo que no disfrutaba de tan grata compañía -afirmó Rosalie. -Bella nos deleitó con su lectura, ponía tanta pasión en ella que por momentos sentí deseos de salir de mi cama y correr a por una espada para enfrentar a aquellos troyanos.
Todos en la mesa rieron ante el comentario, excepto Bella que se limitó a sonrojarse.
-Es que el libro de vuestro primo es muy interesante -se defendió Bella.
-Pero sin duda, el mejor momento fue con la prueba del vestido de Alice. En cuanto tocó el tejido fue como si hubiera tenido una visión de como iba a ser y comenzó a dar órdenes precisas a las costureras para su confección. Mi costurera la miraba estupefacta ante tanta decisión.
Rosalie sonrió mientras evocaba en su mente ese momento.
-Oh, Jasper, es una lástima que la tradición no te permita ver el vestido de novia antes de la ceremonia. Aún le faltan algunos retoques pero el resultado es perfecto y Alice luce de maravilla con él -le explicó a su hermano. -Alice parece un hada con ese vestido no, un hada no, una ninfa, una...
-Una náyade -murmuró Jasper dirigiendo su mirada hacia su prometida.
-Eso mismo -confirmó Rosalie mientras Alice bajaba su rostro sonrojado al verse comparada con una deidad.
-¿Una náyade? -preguntó confuso Carlisle.
-Según la mitología griega eran ninfas que habitaban las aguas dulces como los ríos o los lagos -le aclaró Bella.
-Entiendo -respondió Carlisle dirigiéndole una sonrisa a su sobrino.
-Pero se acabaron el encierro y el reposo ¿verdad tío? -continuó Rosalie. -Quedan sólo tres días para la boda y, si es preciso, me sentaré en el trono de mi hermano para dirigir desde ahí a toda la servidumbre de este castillo con tal de que esté todo dispuesto y a tiempo.
De nuevo todos los presentes rompieron a reír y a Alice le sirvió para dejar de sentir todas las miradas sobre ella.
Cuando concluyó el desayuno y se levantaron de la mesa, Jasper se acercó a su prometida.
-¿Os apetece que demos ese paseo que aún está pendiente? -le preguntó un tanto dudoso.
-Por supuesto -le confirmó Alice. -La costurera de vuestra hermana quería que hiciéramos la última prueba esta mañana pero le dije que estaría ocupada, así que esta tarde terminaremos el vestido.
-Es muy considerado por vuestra parte -le agradeció él.
-No quería haceros esperar de nuevo, es lo mínimo que puedo hacer ya que os tomáis la molestia de enseñarme el castillo -admitió ella.
-No es ninguna molestia, mi señora -la corrigió Jasper -No me habría ofrecido si así hubiera sido -concluyó mientras tomaba su mano para guiarla.
-Veamos, creo que ya conocéis la Torre del Homenaje y el torreón donde están situadas el resto de las recámaras -dedujo Jasper a lo que Alice asintió con una sonrisa.
Antes de abandonar el comedor desvió brevemente su mirada hacia su prima que en ese instante aceptaba la mano del Príncipe Edward para guiarla hacia su "sorpresa". Se preguntó a dónde la llevaría.
-¿Vais a decirme a dónde me lleváis? -se quejó Bella por cuarta vez desde que habían abandonado el comedor.
-No mentíais cuando afirmasteis que no os gustaban las sorpresas -sonrió Edward.
-Quien avisa no es traidor -le advirtió Bella.
-Tenéis razón -dijo Edward entre risas antes de pararse ante una gran puerta. -Ya hemos llegado.
Bella exhaló aire de forma sonora, mostrando su impaciencia.
-Ahora os ruego que cerréis los ojos -le pidió.
-¡Alteza! -se quejó ella -¿queréis acabar con esta tortura de una vez?
Edward lanzó una carcajada.
-Es mi última petición del día -le aseguró. Bella lo miró de reojo.
-Por favor -le rogó Edward, dedicándole una de aquellas sonrisas arrebatadoras. Bella empezó a sentir que el calor inundaba sus mejillas. Después de todo, no iba a ser mala idea cerrar los ojos y apartar la vista de aquella sonrisa que la deslumbraba de aquella forma.
-Gracias -le escuchó decir, seguido del rechinar de una puerta. La tomó de los hombros indicándole el camino a seguir. Por suerte, Edward la guiaba pues el escalofrío que recorrió en aquellos instantes todo su cuerpo le habrían impedido moverse por su propia voluntad. Tras unos cuantos pasos, se detuvieron. Notó que se acercaba a ella y de nuevo aquel escalofrío que le erizaba la piel la recorrió por completo al sentir su aliento cerca de su mejilla.
-Podéis abrir los ojos -le dijo. Bella obedeció y casi podría jurar que sus párpados habían seguido de modo sumiso la orden de aquella voz sin que ella hubiera dictado esa indicación a su cerebro.
Tuvo que parpadear un par de veces para acostumbrarse a la luminosidad de la estancia y un suspiro de asombro escapó de su garganta ante aquella visión. La mayor biblioteca, la mayor colección de libros a la que ella había tenido acceso jamás. Dio un par de vueltas sobre sí misma, contemplando la enorme dimensión de aquella estancia, maravillada. Ni en sus sueños habría imaginado un lugar como ése. Decenas de estantes recorriendo toda la habitación, ampliamente iluminada consiguiendo una luz y un ambiente perfectos para la lectura.
-Sabía que os gustaría -dijo Edward con una sonrisa de satisfacción al ver la expresión de asombro de la muchacha.
-¿Gustarme? ¡Me encanta! -le aseguró Bella mientras paseaba entre los estantes.
-Me complace que así sea -asintió. Bella se detuvo ante un conjunto de volúmenes de aspecto desgastado.
-Pero estos tomos son rarísimos, auténticas joyas -exclamó tomando uno de los libros en sus manos.
-Lo sé -sonrió -yo mismo los traje.
-¿Vos? -se sorprendió Bella depositando con cuidado aquel tesoro en su lugar.
-Sí. Muchos tomos de los que veis aquí los traje de mi biblioteca -le informó.
-¿Hay otra biblioteca como ésta en vuestro castillo? -preguntó sin salir de su asombro.
-Sí, semejante a ésta -asintió. -En estos momentos la de mi primo está mucho mejor surtida pues muchos libros los he traído conmigo en mis innumerables visitas.
-Entonces pasáis mucho tiempo aquí -supuso ella.
-Casi más que en mi reino -admitió Edward mientras se sentaba en uno de los divanes situados en el centro de la estancia. -Incluso mis padres viajan aquí siempre que su deber se lo permite.
Bella lo miró confundida mientras se sentaba frente a él.
-Si me lo permitís, un día me gustaría enseñaros los hermosos parajes que rodean este castillo. Sus bosques parecen sacados de una fábula y sus lagos cristalinos se muestran misteriosamente templados durante todo el año, atemperando el ambiente de tal forma que su clima es incomparable.
-Habláis con tanto cariño de esta tierra.
-Estoy intentando convencer a mi padre para que traslade aquí su gobierno -bromeó. Ambos rompieron a reír.
-Sería lo más práctico -añadió ella.
-Sin duda -concluyó él riendo. -Seguro que a vos también os cautivará su encanto -le aseguró él.
-Viviendo en un reino tan frío como el mío, cualquier lugar en el que pueda asomar un rayo de sol me enamora -admitió.
-¿Así que un poco de calidez basta para enamoraros? -insinuó con un susurro.
Bella se sintió enrojecer y, aunque quiso corregirle, empezó a titubear. Edward sonrió ante tal apuro pero decidió cambiar de tema.
-Confío en que nos honrareis con vuestra encantadora presencia durante un largo periodo.
-Sólo el tiempo que mi prima me necesite -le informó un poco más calmada.
-A no ser que os enamoréis -añadió él deslumbrándola con otra de sus sonrisas.
Bella palideció ante aquella insinuación y bajó su mirada tratando de ocultar su turbación.
-De esta tierra, quise decir -le aclaró él.
-Sí, claro -respiró con alivio.
-¿Debo entender que no tenéis un prometido que os espere? -quiso saber Edward.
-No -contestó Bella enrojeciendo por enésima vez esa mañana.
-¿Tampoco un pretendiente? -insistió.
-Podría ser -admitió ella, si es que al Príncipe Jacob se le podía llamar pretendiente.
-¿Y vos no estáis interesada? -preguntó.
-Digamos que mi padre no me ha puesto aún en el dilema de elegir esposo -le aclaró.
-Tenéis más hermanos -supuso.
-No, yo soy su única hija -le informó. -A pesar de que mi madre murió hace algunos años creo que mi padre sigue aferrado a su recuerdo, así que no ha considerado el casarse de nuevo y buscar un posible heredero.
-Pero imagino que le preocupará saber en manos de quien deja a su hija y a su reino.
-Él es tan consciente de ello como lo soy yo -le aseguró Bella.
Edward la miró sorprendido.
-Alteza, en primer lugar no tengo apuro en buscar esposo pues mi padre aún es joven y con la Gracia de Dios reinará por muchos años. En segundo lugar, mi padre confía en mi criterio. Soy consciente de que algún día tendré que elegir esposo y confío, al igual que él, en que mi elección sea acertada. Ya que me otorga cierta libertad, en aras de mi buen juicio, intentaré complacerle con un yerno que pueda considerar digno de heredar su corona.
-Permitidme que dude de nuevo de vuestra edad, Alteza -Edward la miró perplejo. Bella emitió una leve risita.
-Así que lo tenéis todo planeado -bromeó él. -Apuesto a que habéis elaborado una larga lista con cualidades y virtudes que debe poseer un pretendiente para ser vuestro digno esposo.
-Os equivocáis. -le corrigió.
-¿Y cómo sabréis si es el candidato apropiado? -preguntó con tono divertido.
-Simplemente lo sabré -aseguró Bella con tono firme. Edward se sorprendió ante tal afirmación y buscó con sus ojos los de la muchacha. En ese momento habría dado cualquier cosa por poder adentrarse, leer en su mente y saber con certeza que tipo de hombre podría considerarse digno de ella. En ese instante, mientras se hundía en su oscura mirada, el deseo de convertirse en ese hombre se apoderó de él, a la vez que una rabia incontenible al imaginar que fuera otro y no él quien pudiera tenerla se abría paso en su pecho.
Sobresaltado ante tal intensidad se levantó y dirigió sus pasos a uno de los estantes mientras intentaba sosegarse.
-Este libro aún no lo he leido -comentó despreocupado, tomando un libro y ojeando sus páginas.
-Yo tampoco -admitió ella acercándose a él para comprobarlo.
Edward, con su cercanía, sintió como un dulce aroma a azahar inundaba sus sentidos. Hubiera querido permanecer así por siempre, percibiendo ese perfume embriagador e indagó en su mente en busca de algo que pudiera dilatar ese momento y permitirle estar cerca de ella todo el tiempo que le fuera posible.
-¿Qué os parece que si lo leemos juntos? -preguntó, deseando que esa estúpida idea que acababa de asaltarle funcionara.
-No os entiendo -le miró Bella confusa.
-Escuché como Rosalie alababa vuestra lectura y me encantaría escucharos -le explicó.
Bella pensó en negarse pero Edward adivinó su intención y se adelantó.
-A cambió yo podría leer también para vos -añadió Edward tratando de convencerla. En vista de que la muchacha dudaba se apresuró a dar el último paso.
-Y para que veáis que cumpliré con mi parte del trato, empezaré yo -le dijo. -Por favor, tomad asiento -le pidió acompañándola al diván, invitándola a sentarse. La miró por última vez y, con una sonrisa en los labios, inició la lectura.
Bella sintió que sus intentos de réplica se diluían conforme aquella voz aterciopelada invadía sus oídos, turbando su mente por completo. Tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse en sus palabras y no abandonarse al sonido de aquella voz que la abrumaban. Se sintió egoísta por un segundo y deseó que Alice la necesitase por siempre, dándole así motivos para no abandonar aquel reino. La culpabilidad asomó casi al instante, Alice merecía ser feliz y ella se marcharía en cuanto estuviera segura de que así era.
-Mi señor, vuestro castillo es inmenso -afirmó Alice entusiasmada. -¿Cómo hacéis para organizarlo tan a la perfección?
-Todo el mérito es de mi hermana -admitió Jasper. Una duda asaltó su mente con ese comentario, pero quizás no era el momento para hablar de ello así que desechó la idea. Sin embargo, Alice se percató de la seriedad de su expresión.
-¿Ocurre algo, mi señor? -quiso saber.
-No, es sólo que -titubeó intentando poner en orden sus ideas.
-¿Os preocupa algo? -lo miró inquieta.
-No, mi señora -la tranquilizó. -Me preguntaba si ahora que pasaréis a ser la señora de este castillo os querríais hacer cargo de ese menester.
-Es mi deber como esposa -le confirmó -pero no quisiera incomodar a vuestra hermana. He comprobado que es una tarea que no le desagrada y no quisiera ofenderla con mi autoridad. Trataré el tema con ella y seguro que llegaremos a un buen entendimiento -afirmó con ese tono alegre que empezaba a serle tan familiar en ella.
Jasper respiró aliviado y se asombró de lo fácil que parecía todo una vez visto desde el punto de vista de Alice. Recordaba como había saludado y les había dedicado una amplia sonrisa a cada uno de los súbditos que se habían encontrado en su camino y empezaba a entender las palabras de Emmett del día anterior: era imposible resistirse ante su dulzura. El palpitar de su corazón le anunció que posiblemente él ya se hubiera rendido sin remisión a esa alegría que emanaba del brillo de sus ojos.
-¿A dónde nos dirigimos? -preguntó Alice mientras salían a un patio exterior.
-He querido dejar este lugar al final para coronar nuestro paseo -contestó mientras seguían una vereda. -He supuesto que os gustaría.
Al final del camino un inmenso jardín se abría ante ellos. El rostro de Alice se iluminó ante tan colorida imagen. Nunca había visto tantas especies florales en un sólo vergel y tan perfectamente combinadas. Alice soltó la mano de su prometido y corrió para adentrarse en las flores a oler su perfume. Jasper se acercó a ella sonriendo ante la efusividad de su prometida. Arrancó una pequeña rosa blanca y se la ofreció.
-Gracias -le dijo ella, acercando el pequeño capullo a su nariz.
-¿Queréis sentaros? -preguntó Jasper señalando unos bancos situados en medio del jardín. Alice asintió y él volvió a tomar su mano para guiarla.
Alice suspiró mientras observaba el bello jardín y una amplia sonrisa se dibujaba en sus labios.
-¿Qué os parece? -quiso saber él.
-Sin duda éste va a ser a partir de ahora mi rincón favorito -le informó ella.
-Me alegro de que os guste -sonrió él complacido.
-Me fascina -le corrigió ella -El conjunto de tonalidades tan bien escogida, la conjunción de sus aromas formando un perfume único, perfecto... es asombroso. Dadle mi más sincera felicitación al jardinero -concluyó Alice.
-Gracias -dijo él inclinando la cabeza.
-¿Vos? -lo miró sorprendida.
-Sólo en parte -admitió él. -Como es lógico mis ocupaciones y deberes no me permiten dedicarle el tiempo que yo quisiera pero procuro supervisar personalmente el trabajo de los jardineros.
Alice lo miró perpleja. Se dio cuenta de cuan diferente era ese joven que estaba frente a ella comparado con el rey que se había ganado el respeto de todos con su fama de frío estratega. Supo que una gran sensibilidad debía residir en su corazón y que, probablemente, se veía obligado a ocultar su bondad por miedo a parecer débil ante su pueblo. Sin embargo, daba muestras de querer mostrarse ante ella tal cual era, y, esa idea, la llenó de emoción pues, hasta ahora, no había visto más que virtudes en él. Sería tan fácil entregarle mi corazón, pensó Alice. De repente, Jasper se levantó sacándola de su ensoñación.
-¿Que ocurre?
-Quiero mostraros algo -le indicó.
Se adentraron un poco más en el jardín y vio como se acercaban a un pequeño parterre con la tierra removida, preparada para ser plantada. A su lado, decenas de rosales blancos y matas de violetas esperaban en sus tiestos para ser trasplantados.
Alice observó el pequeño parque con cautela, con miedo a sacar conclusiones precipitadas.
-Confío en que esté terminado para nuestra boda -le informó él. -Sé que debería haber aguardado hasta ese momento para enseñároslo, pero no he podido resistirme. Sólo espero que lo anticipado no le reste valor a mi regalo de bo...
Pero ya no pudo continuar, el delicado cuerpo de Alice se apretaba contra su pecho, abrazándolo y tomándolo totalmente desprevenido. No fue capaz de mover ni uno sólo de sus músculos ni articular palabra alguna. Sólo sentir como el calor de ese pequeño cuerpo se adentraba en el suyo recorriéndolo por completo, desbocando su corazón, haciéndolo palpitar con tal fuerza que pareciera querer salirse de su pecho.
-Disculpadme -dijo Alice apartándose rápidamente de él, bajando su rostro. Una pequeña lágrima recorría su mejilla, alarmando a Jasper.
-¿Lloráis mi señora? -dijo él, posando su mano bajo su barbilla, levantándole el rostro para que lo mirase.
-Es sólo la emoción, mi señor -le aseguró ella. -Sé que intentáis complacerme y os estoy inmensamente agradecida.
Jasper enjugó sus lágrimas con un leve toque de sus dedos, sintiendo de nuevo ese calor bajo su tacto. Se volvió a repetir que haría lo que estuviera en su mano con tal de que ella fuera dichosa y quería que ella lo supiera.
-Imagino que no ha sido fácil aceptar la decisión de vuestro padre -le dijo. -Creedme que entiendo vuestra situación mejor que nadie. Dentro de tres días nos uniremos en matrimonio sin apenas conocernos y sin ningún indicio que vaticine como será nuestro futuro juntos -le aseguró.
Alice respiró aliviada ¿cómo era posible que supiera exactamente como se sentía? ¿Acaso podía leer esa inquietud de su alma?
-En estos momentos no estoy en posición de prometeros nada -prosiguió él. -Sólo puedo aseguraros que mi máxima preocupación es vuestro bienestar y deseo -susurró -deseo que seáis feliz aquí.
Jasper miró en sus ojos tratando de encontrar el mínimo atisbo de desaprobación o disgusto en ellos, pero aquellos ojos grises que ahora se le antojaban más violetas que nunca lo miraban con una ternura infinita mientras una dulce sonrisa se dibujaba en sus sonrosados labios. Por vez primera, un deseo profundo de abrazarla, de besarla, de probar el sabor de aquellos labios casi lo dominó por completo, pero, haciendo gala de todo su temple, logró contenerse. No debía malograr, confundir aquella ingenuidad suya con sus anhelos. Tomó su mano y la acercó hacia sus labios, depositando un suave beso sobre la yema de sus dedos mientras una certeza se hacia cada vez más evidente en su corazón, la certeza de que se había enamorado de ella sin condición.
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CAPITULO 6
Alice se dirigía a la biblioteca. Intentaba poner en práctica uno de los consejos de su prima, quizás, si conseguía concentrarse en la lectura conseguiría disipar esos nervios pre-nupciales que la estaban asediando. Rosalie, con su ayuda y con la de su tía, había conseguido dejar listos todos los preparativos de la boda antes incluso de lo previsto. Así que se sentía del todo ociosa y eso no estaba ayudando demasiado a sus alterados nervios.
Se preguntó por un momento cual era la verdadera razón de su estado. Era muy fácil mentirse a ella misma y a los demás diciendo que la inquietaba la perspectiva de un futuro incierto junto a un hombre que apenas conocía, pero sabía muy bien que eso no era del todo cierto. Lo que la inquietaba sobremanera era en realidad aquel hombre con el que se casaría al día siguiente y que estaba despertando en su ser sentimientos del todo ajenos para ella hasta ese momento.
Aún podía sentir el roce de esos labios varoniles en la yema de sus dedos a pesar de que ya habían pasado dos días y su corazón latía fuerte en su pecho cada vez que evocaba ese momento en el que creyó por un segundo que iba a besarla. Tantas y tan intensas sensaciones fusionadas en un solo instante, asombro, duda, expectación, deseos de recibir ese beso, un tizne de decepción al no ser así, y un ardor hasta entonces desconocido para ella al tocar aquellos labios que le parecieron tan suaves, tan masculinos y tan... sensuales, como si en realidad ella supiera el significado de eso.
Otra vez ese ardor recorrió su interior y deseó con todas sus fuerzas que el consejo de su prima funcionase. Tan decidida abrió la puerta que no se percató hasta que hubo entrado de que había alguien allí.
-¡Bella! -exclamó -¿Qué haces aquí?
-Espero a Edward -admitió sobresaltada por la intrusión repentina de su prima. Alice la miró confundida.
-Estos últimos días nos hemos citado aquí para leer -le aclaró.
-¿Para leer? -preguntó extrañada.
-Bueno, recitamos el libro en voz alta. Hoy es el turno de Edward -le explicó tímidamente.
-Así que era una cualidad que perfectamente se podía encontrar en la mitad de la humanidad -bromeó Alice haciendo a Bella enrojecer.
-Osea que es aquí donde te has pasado estos dos últimos días... y en compañía de Edward -exclamó con excitación.
-Calla que te pueden oír -le reprendió Bella.
-Te agrada ¿no? -inquirió maliciosa.
-No sé de que me hablas -le rebatió.
-Pues podría asegurar que tú también le agradas -afirmó firmemente haciendo caso omiso de su negativa.
-¿Ah sí? ¿Y en que te basas para afirmar tal cosa? -quiso saber.
-Pues en que en este reino hay muchas cosas que un joven príncipe podría hacer para ocupar su tiempo como, por poner un ejemplo, cristalinos lagos en los que darse un baño o frondosos bosques en los que perderse a cazar. No "malgastaría" su tiempo con una muchacha que le es del todo indiferente -concluyó Alice.
Bella comenzó a titubear ante tal razonamiento.
-Me da pena el Príncipe Jacob -dijo Alice simulando un tono lastimero en su voz.
-¿De qué hablas Alice? -la recriminó alzando la voz.
-Bella, cálmate un minuto ¿quieres? -le pidió en tono divertido. -Estás hablando conmigo, sabes que te conozco muy bien y que es absurdo que me mientas o me ocultes cosas que tarde o temprano acabaré por descubrir, como siempre. -Bella suspiró con resignación.
-¿Acaso tus ideales de mujer inteligente, ilustrada e independiente te impiden reconocer ante mí, tu prima querida, que estás enamorada del Príncipe Edward? -preguntó por fin.
La expresión de Bella se tornó en una mueca de disconformidad.
-¡Bella! -le advirtió Alice ante su intención de rebatirle.
-De acuerdo, lo admito -reconoció por fin a regañadientes. Alice se lanzó a sus brazos gritando.
-Cálmate Alice, va a escucharte todo el castillo -la reprendió Bella de nuevo. Alice tapó su boca con ambas manos mientras se escuchaba una risita a través de ellas.
Alice depositó el libro sobre la mesita de piedra levantando la vista de sus páginas, dirigiéndola hacia aquel jardín de tonos blanquecinos y malváceos que se extendía ante sus ojos. Cerró durante un momento los ojos y aspiró profundamente, dejando que aquel perfume perfecto la envolviera. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios al recordar cuando el Príncipe Edward había llegado a su cita con su prima en la biblioteca. No le pasó desapercibido el leve gesto de desencanto que se dibujó en su rostro cuando comprobó que Bella no estaba sola.
-Príncipe Edward, seguro que vos podéis ayudarme -le había dicho Alice sin apenas darle la oportunidad de saludarlas.
-¿En que puedo serviros ? -preguntó extrañado mientras cerraba la puerta tras de sí.
-Me dirigía al jardín -le informó recalcando esta parte para dejar clara que su estancia allí era momentánea -y sentí deseos de llevar un buen libro como compañía -continuó. -Mi prima insiste en que Sócrates sería el compañero perfecto para estas horas de espera previas a mi matrimonio, mas yo no estoy del todo convencida. ¿Qué me aconsejáis vos?
-Dejadme pensar -contestó con aire pensativo. De repente, se adentró en el bosque de estantes y sustrajo de uno de ellos un pequeño tomo. Se dirigió de nuevo hacia ellas y se lo entregó.
Rápidamente Bella lo observó de modo inquisitivo. Alice se lo mostró aceptando su supervisión.
-Sé que no es una lectura tan culta -le explicó a Bella -pero le resultará muy amena y creo que, sin duda, es lo que su mente necesita en estos momentos -se justificó Edward dedicándole una amplia sonrisa a la muchacha, a lo que ella respondió asintiendo mientras una leve sonrisa se asomaba en su sonrojado rostro.
-Disculpadme el retraso -murmuró. -Cuando mi padre me pidió ayuda para catalogar las existencias de medicinas del dispensario no creí que nos fuera a ocupar tanto tiempo -se excusó sin dejar de sonreír.
-¿También entendéis de medicina? -preguntó Bella maravillada.
Alice sonrió al sentirse del todo ignorada, debería haber agradecido a Edward su recomendación, pero no le pareció nada oportuno interrumpir tal escena. Sus miradas fundidas el uno en el otro al igual que toda su atención y todos sus sentidos, como si nada de lo que pudiese acontecer a su alrededor tuviera la más mínima importancia.
Alice caminó lentamente hacia la puerta intentando no hacer el menor ruido. Antes de cerrar la puerta echó un vistazo y, tal y como había imaginado, ninguno de los dos se había percatado de su marcha.
Ahora, sentada en aquel jardín de ensueño, volviendo a recordar ese momento, la convicción de que el Príncipe Edward sentía algún tipo de afecto su prima le pareció más que obvia.
-Estoy empezando a creer que esto, en vez de un castillo, es una universidad -la voz de Jasper a su lado la hizo sobresaltarse.
-Siento haberos asustado -se disculpó rápidamente mientras se sentaba a su lado al notar su respiración agitada.
-No os preocupéis -le sonrió ya más calmada -¿por qué decís eso? -quiso saber.
-Primero me he encontrado a Rosalie en el salón. Tras informarme de que estaba todo listo para la ceremonia de mañana me ha advertido que no quería ser molestada hasta no terminar la lectura de "la Iliada", puesto que, y cito textualmente, no lo dejará hasta saber en que concluye la ira de Aquiles.
El comentario de Rosalie hizo reír a Alice.
-Después he acudido a la biblioteca donde Edward estaba recitándole a vuestra prima ciertos pasajes que he creído reconocer que pertenecen a Platón. Ellos me han indicado que posiblemente estaríais aquí y ¿cómo os encuentro? leyendo también. -concluyó Jasper simulando desesperación con un tono del todo teatral ante el que ambos rompieron a reír.
-Definitivamente tenéis razones para alarmaros -le aseguró Alice.
-Gracias a Dios, Emmett es la excepción -añadió Jasper sonriendo mientras ambos giraban su rostro hacia la figura del guardia que se encontraba no muy lejos de allí custodiando a la princesa.
-Lo suficientemente lejos como para no oír conversaciones ajenas pero sí lo bastante cerca como detectar cualquier peligro que pueda acechar -pensó Jasper, reconociendo con agrado cuan seriamente se tomaba aquel guardia su cometido.
-¿A vos también os atrae la lectura como a vuestra prima? -le preguntó finalmente a su prometida, posando ahora su atención por completo en ella.
-Sí pero digamos que en ella es innato y en mí adquirido. Jasper la miró intrigado.
-Hace años hicimos una especie de pacto. Yo mostraba cierto interés por la literatura y, a cambio, ella me permitía introducir cierto colorido a su vida y a su vestuario -le explicó con tono divertido. Jasper asintió entendiendo.
-En cualquier caso resultó beneficioso para ambas, ella trata de ser un poco más consciente de las posibles formas en las que puede resaltar su belleza y yo encontré en la lectura un pasatiempo tan interesante como didáctico -concluyó.
Jasper tomó el libro, interesándose en la lectura de su prometida.
-"Razón de amor" -Jasper leyó el título en voz alta. -¿Así que os gusta la poesía? -preguntó con curiosidad.
-¿Lo conocéis? -quiso saber. -Me lo recomendó vuestro primo.
-"Quien triste tenga su corazón venga a oír esta razón. Escuchará razón acabada, hecha de amor y bien rimada" -le confirmó Jasper recitando las primeras estrofas.
-Es mi libro de poesía favorito -le informó. Alice sonrió complacida.
-No pensé que, con tantas obligaciones, tuvierais tiempo de leer.
-Y por desgracia así es, pero cuando lo hago, confieso que siento predilección por la novela épica -admitió.
-Como buen hombre de acción -ratificó Alice. Jasper asintió sonriendo.
-A mí también me apasiona ese tipo de novelas -reconoció ella, -pero lógicamente por motivos diferentes a los vuestros.
-No os entiendo -afirmó Jasper
-¿Nunca os percatasteis de que el trasfondo de todas esas luchas, batallas e intrigas es siempre una gran historia de amor? -puntualizó Alice. La expresión dudosa de Jasper la animó a continuar.
-¿No fue el amor de Paris por Helena la que llevó a Troya a la ruina? -le aclaró -¿El amor de Ulises por su amada y fiel esposa Penélope no fue lo que hizo que recorriese por años los confines del mundo para volver a sus brazos? ¿Acaso no arriesgó Perseo su propia vida para matar a Medusa, la gorgona, cuya mirada aún después de muerta podía transformar a cualquier ser viviente en piedra, y poder así salvar a su amada Andrómeda de las terribles garras del monstruo Ceto?.
Alice se dio cuenta entonces de cuanta pasión había puesto en su alegato.
-Disculpadme -pidió mientras bajaba su rostro avergonzada.
-¿Por qué? -preguntó Jasper sin comprender.
-Bella siempre me censura por mi ideas, me aconseja que deje de fantasear y que madure, instándome a leer más filosofía, tal y como hace ella -le explicó.
-No es necesario que os disculpéis -la corrigió. -Al contrario -prosiguió -¿no habéis oído ese dicho que asegura que el amor es el sentimiento que mueve al mundo? Alice sonrió tímidamente, dedicándole una dulce mirada a través de sus largas pestañas mientras asentía con la cabeza.
No, no es inmadura, pensó Jasper, sino soñadora y romántica. Decidió que su prometida, inocentemente albergaba en su corazón el ideal femenino del héroe que lucha por el amor de la doncella en apuros, un ideal tan antiguo que se podía remontar al inicio de los tiempos. Nunca hasta ese momento se había parado a pensar cuan ciertas eran las palabras que acababa de decirle, ni había tenido la certeza de lo que puede llegar a hacer el hombre por el amor de una mujer. Se dio cuenta de que él mismo sería capaz de llevar su reino a la más cruenta batalla o arriesgar su propia vida por salvar la de Alice, él podría ser sin ningún tipo de reserva ese héroe que la rescatase de cualquier peligro, de cualquier sufrimiento, de cualquier infierno.
Por un momento se perdió en aquellos reflejos violáceos. Si tan sólo ella pudiera sentir algo por mí, pensó Jasper. Si supiera cuál es el camino, la forma de poder llegar a su corazón lo recorrería sin dudarlo a costa de lo que fuera. Quiso convencerse de que la mejor decisión que había tomado era darle tiempo, sin hostigarla ni confundirla con sus propios sentimientos. Si algún día ella llegara a sentir algo por él, y ojala así fuera, debía ser siguiendo los dictados de su corazón y no por sentirse comprometida u obligada por un sentimiento no correspondido.
-Mi señor -la voz de Alice interrumpió sus pensamientos -¿debo entender que me estabais buscando? -preguntó al recordar que había acudido a la biblioteca en su busca.
-Ah, sí -respondió sacudiendo la cabeza, poniendo en orden sus ideas.
-Quería recordaros que esta tarde el obispo nos espera para confesión.
Jasper era consciente de que podía haber mandado a cualquier sirviente a transmitirle dicho recado en su nombre pero desde aquel paseo que dieran hacía ya dos días, apenas si la había visto y se dio cuenta de que la extrañaba enormemente. Aquella excusa le había venido como anillo al dedo para poder buscarla y conversar aunque fuera un momento con ella.
-Muy bien, estoy preparada -le confirmo.
-Aprovechando la ocasión quería comunicaros que he resulto que mañana se celebren ambas ceremonias -le informó. -En vista de que vuestro Reino está carente en estos momentos de alguien que lo gobierne tras la desafortunada muerte de vuestro padre y para evitar cualquier conflicto que pueda ocasionar tal vacío de poder, he decidido acelerar nuestra coronación a mañana, tras nuestro matrimonio -le explicó.
-Entonces mañana... -titubeó Alice.
-Pasaréis a ser mi esposa y la soberana de ambos reinos -le confirmó. El rostro de Alice se ensombreció repentinamente, hecho que a Jasper no le pasó desapercibido.
-¿Os preocupa la ceremonia o...?
-No -le corrigió ella rápidamente.
-¿Qué os aflige entonces? -preguntó preocupado. Alice se tomó unos segundos para contestar, suspirando en un intento de infundirse valor.
-Decidme, mi señora -insistió mostrándose impaciente.
-Me preocupa no cumplir correctamente tanto con mis deberes de reina como de esposa -dijo en un susurro. Jasper se quedó en silencio por un momento, atónito. Sin embargo, se apresuró por darle una respuesta a su prometida e inspirarle confianza si eso era lo que ella necesitaba.
-No diré que vuestros deberes como reina serán fáciles porque no es cierto, pero confío en que me permitáis guiaros en tan ardua tarea. Sentíos libre de recurrir a mí en busca de consejo siempre que lo consideréis necesario, y yo, por mi parte, os aseguro que siempre estaré dispuesto a escuchar vuestras inquietudes y vuestras ideas.
Alice asintió agradecida, aunque la turbación de su rostro no había desaparecido. Jasper supuso cual era el motivo aunque no sabía muy bien como afrontarlo.
-Por lo que respecta a vuestros deberes como esposa, debéis saber que compartimos inquietud pues yo también soy inexperto en el papel de esposo -le confesó en un susurro.
De repente, Alice sacó un papel plegado de entre la manga de su vestido y jugueteó con él entre sus dedos, nerviosa. Finalmente, tras un momento de indecisión, se la entregó a Jasper que la miró confuso.
-Os ruego que lo leáis -le pidió sonrojada. Jasper se limitó a obedecer.
-Pero esto son.... -titubeó Jasper.
-Nuestros votos matrimoniales -le confirmó Alice con tenue murmullo. Jasper fue incapaz de ocultar su asombro.
-Si no los encontráis apropiados, si preferís no... -las palabras salían atropelladamente de la boca de Alice.
-Son perfectos -murmuró Jasper sin separar la vista del pliego recorriendo aquellas líneas manuscritas por su prometida. Alice respiró aliviada.
-Espero que no consideréis una osadía que yo... -se apresuró a justificarse pero Jasper la interrumpió con un ligero sacudir de su mano.
-He de reconocer que había olvidado por completo ese detalle así que, en realidad os estoy agradecido -le confirmó mirándola ahora con una amplia sonrisa en sus labios.
-¿Qué significa esto? -dijo acercándose a ella para mostrarle a que se refería -¿Son nuestras iniciales? -preguntó señalando algo en el papel mientras ella se inclinaba más sobre él para comprobarlo.
-Sí, indican las estrofas que cada uno de nosotros debería recitar -le explicó.
-Entiendo -dijo él alzando su rostro.
Justo en ese instante, a escasos centímetros se encontró con la mirada gris de Alice, tan cerca que podía vislumbrar la forma exacta de aquellos reflejos violáceos que lo tenían absolutamente hipnotizado, tan cerca que podía sentir su dulce aliento sobre su rostro ¿Serán igual de dulces sus labios? -pensó mientras dirigía su mirada a aquellos labios sonrosados. La tentación era casi insostenible, esos labios se le mostraban irresistibles y casi podía notar su calidez, su suavidad, lo único que tenía que hacer era acercarse un poco más y...
-Majestad -una voz sonó a su lado rompiendo el encantamiento. Jasper se giró con una expresión poco disimulada de fastidio en su rostro a comprobar quien les había interrumpido .
-¿Si, María? -espetó mientras la muchacha se inclinaba.
-Su Ilustrísima me manda a avisarles que espera a Vuestras Majestades en la capilla -le informó ella con la mirada pegada al suelo.
-Está bien -dijo levantándose del banco de piedra, ofreciéndole su mano a Alice.
-¿Vamos, mi señora? -preguntó con una sonrisa, mientras un sentimiento de frustración luchaba por explotar en su pecho.
-Sí -asintió Alice tímidamente, tomando su mano.
Cuando se disponían a abandonar el jardín, Alice se volteó durante un momento para comprobar que Emmett los seguía, pero, en su lugar, se encontró con el rostro de María. Alice se irguió rápidamente, y siguió caminando, pensativa. No entendía muy bien cual podría ser el motivo pero, habría jurado que en los labios de la doncella se perfilaba una pérfida sonrisa de satisfacción.