Dark Chat

martes, 22 de febrero de 2011

Bring me to Life

Hello mis angeles hermosos!!
aqui les dejo este precioso One Shot ,  me encanto y con mucho gusto lo comparto con ustedes
Este One shot le pertenece a Triana Cullen , muchas gracias nena hermosa por permitirme subir uno mas de tus trabajos al sitio, te mando mil besitos.
asi q q mis angeles a leer vicio y dejen sus comentarios al final.
Angel of the dark
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Bring me to Life





Cuando me subí al carruaje que me llevaría hasta la Mansión Cullen, donde trabajaría de institutriz de una pequeña niña de diez años, jamás pensé que me encontraría ante una casa tan grande y lujosa.

Me bajé del coche tratando de alisar mi modesto vestido azul y recogí del suelo mi baúl, donde tenía unas pocas pertenencias. Sólo ropa y un par de libros que me habían regalado en el internado donde crecí.

Arrastré el baúl hasta la entrada de la mansión, donde me esperaba una mujer pequeñita, de unos cuarenta años, de cabello negro y largo, trenzado apretadamente y envuelto en un moño en su nuca.

— ¿Es usted la señorita Swan? — me preguntó, examinándome de los pies a la cabeza.

— Sí, soy yo, señora — hice una reverencia y eso pareció simpatizar a la mujer, pues me sonrió un poco.

— Por aquí, señorita Swan — me indicó, antes de abrir las rejas que impedían el paso a los jardines de la mansión y comenzando a caminar con rapidez asombrosa para un par de piernas tan cortas.

Caminé detrás de ella a paso apresurado. Mi baúl pesaba un poco, por lo que la tarea de arrastrarlo por el camino de piedra que conducía a la mansión, era un poco dificultosa, pero hice mi mayor esfuerzo.

— ¡Jasper! — la voz de la mujer fue fuerte, tanto que me sobresaltó.

— ¿Mande, señora? — de la nada apareció un chico de unos veinte y tanto años, alto, con el cabello rubio y ojos color café pardo.

— Se un caballero y ayuda a la señorita Swan con su equipaje — el chico, cuyo nombre al parecer era Jasper, me saludó con un asentimiento de cabeza, luego tomó mi baúl y lo arrastró con facilidad por el caminito.

— Mi nombre es Nelly y soy el ama de llaves — se presentó la mujer. Luego hizo un ademán hacia el muchacho que llevaba mi baúl. — Él es Jasper, el cochero y su esposa Alice es la cocinera. Los patrones no se encuentran en este momento en la casa, — explicó — pero estarán de vuelta para la hora del té. — Hizo una pausa, rebuscando algo en sus bolsillos. — Por el momento puede descansar del viaje, antes de que el almuerzo esté servido.

Sacó un gran manojo de llaves y sin dudarlo siquiera, tomó una y con ella abrió los grandes portones de la casa. Entramos y me volví a sorprender por el lujo y el buen gusto con el que estaba decorado cada rincón, después de todo había crecido en un orfanato, donde la modestia y mesura se veía por todas partes, desde las paredes con la pintura algo descascarada, hasta las ropas sencillas y sin grandes adornos que utilizaba el profesorado y las alumnas mismas.

— Por aquí, señorita — me indicó.

Subimos dos tramos de escaleras, hasta llegar a un segundo piso, donde caminamos por un largo pasillo hasta dar con una puerta de color blanco, en el fondo del corredor. Nelly abrió la puerta y me dejó pasar.

— Esta será su habitación, espero que le acomode — me dijo amablemente. — Deja el baúl de la señorita en la entrada, Jasper.

— Gracias — contesté antes de que los dos se perdieran fuera de la habitación.

Observé a mí alrededor. Era más de lo que jamás había siquiera soñado tener. Era una alcoba con una cama de una plaza en mitad del lugar, con doseles color vino y un cobertor del mismo color. Un par de silloncitos estaban al frente de la cama, y en uno de los costados se hallaba un closet de doble puerta. Pero lo que más llamó mi atención fue que en un rincón había un escritorio de madera color caoba hermoso y amplio, además de una estantería llena de libros justo al lado.

Caminé indecisa hasta la cama y me dejé caer sobre ella. Era suave y mullida. Jamás había dormido en una cama tan cómoda, al menos no en los últimos diez años.

Sin saber cómo me quedé dormida, y sólo fui conciente de ello cuando una campanilla resonaba en mis oídos. Me levanté asustada, pero este estado sólo duró unos segundos, hasta que me di cuenta del lugar en el que me hallaba y de que esa campana debía de anunciar el almuerzo.

Me mojé la cara con un poco de agua que había en un jarro y lavé mis manos en la palangana que acompañaba al jarrón. Me sequé las manos y la cara, antes de arreglar mi cabello con rapidez, trenzándolo apretadamente.

Salí de mi habitación a la carrera. La campanilla había dejado de sonar y temía llegar tarde a mi primer almuerzo en la mansión. Bajé los dos tramos de escaleras tratando de no tropezar y lo logré a medias, ya que cuando estaba por bajar el último escalón choqué contra una figura bajita y de cabello negro y corto. Un peinado extraño para la época.

— Lo siento — me disculpé.

— ¡Oh, no es problema! — la voz alegre y algo chillona de una mujer llenó mis oídos. — Mi nombre es Alice y soy la cocinera — se presentó. — Nelly me mandó por usted, señorita Swan.

— Por favor, llámame Bella — le pedí.

— De acuerdo, Bella. El almuerzo está listo.

El almuerzo fue algo silencioso e incómodo, aunque la presencia de Alice logró que fuera un poco más ameno. Ella llevaba casi toda la conversación y fue realmente agradable hablar con ella, aunque de vez en cuando Nelly nos interrumpía haciendo preguntas que versaban casi por completo sobre mi aburrida y triste vida en el orfanato.

Fue un poco embarazoso tener que contestar alguna de las preguntas formuladas, como el hecho de que mis padres hubieran muerto cuando yo apenas tenía nueve años y que no tuviera ningún pariente que me pudiese cuidar, no quedándome más opción que vivir en un internado para niñas huérfanas.

— ¿Vamos a dar un paseo por el jardín, Bella? — Alice notando mi incomodidad cuando Nelly hizo otra de sus impertinentes preguntas, se alzó y me ofreció un brazo para que lo tomara y saliéramos de la cocina.

Caminamos una al lado de la otra por el pasto muy bien cuidado del jardín. La brisa era suave y agradable. Suspiré.

— Gracias, Alice — le dije de corazón.

— No es nada — me aseguró. — Y por favor no creas que Nelly es así todo el tiempo, sólo trababa de conocer mejor a quién trabajará de ahora en adelante con nosotros. Las dos institutrices anteriores resultaron no ser la mejor clase de personas.

— ¿Qué dices? — anduve un poco más lento para poder mirarala a la cara.

— Eran mujeres mayores, sabían todo lo que se necesitaba saber sobre artes, ciencia, y lenguas, pero castigaron a la señorita Rosalie golpeando sus manos cuando equivocaba alguna operación matemática o hacía alguna travesura. — negó con la cabeza. — Por supuesto, todos sabemos que es un método muy usado, pero es lo que menos quieren los señores Cullen, que su niña sea castigada. Pobre angelito, ya ha sufrido mucho en la vida.

— ¿Puedo saber por qué? — pregunté sin querer sonar entrometida.

— Oh, la señorita Rosalie quedó huérfana hace unos meses. Sus padres eran primos de la señora Esme y ella era la única pariente que tenía en el mundo. El señor Carlisle y la señora Esme la adoptaron.

— Deben de ser muy altruistas si aceptan adoptar a una niña de diez años y no mandarla a un internado — opiné sintiendo una repentina simpatía por aquel matrimonio.

— Lo son — apoyó Alice.

La conversación terminó allí, pues Alice debía de volver a la cocina. Yo en cambio me quedé unos minutos más disfrutando de la naturaleza y el aire fresco.

Había arbustos hermosos y flores muy fragantes en cada lugar que se mirase. Era un espectáculo realmente lindo y que llenaba de tranquilidad, pero debía de volver pronto a la casa para conocer a los señores Cullen, pues ellos estarían de vuelta en cualquier momento.

Estaba por dar la vuelta para volver a la casa, cuando mis ojos quedaron clavados en una estatua de mármol colocada entre cuatro arbustos que formaban un semicírculo.

Me quedé congelada mirando la escultura, que representaba la figura de un hombre sentado sobre una superficie de mármol también. El hombre tenía una pierna estirada y la otra doblada formando un ángulo recto. Su cuerpo estaba algo encorvado y sus brazos se estiraban hasta acabar en sus manos entrelazadas. Era una posición extraña, pero por eso mismo llamaba la atención.

Me acerqué unos cuantos pasos hasta quedar parada frente a él. Parecía una estatua griega, como las que había visto en las ilustraciones de mis libros cuando estudiaba sobre la antigua Grecia.

Con la cercanía pude apreciar claramente cada detalle de su cuerpo con precisión. El escultor era un verdadero artista, pues supo plasmar en su obra la perfección de un cuerpo humano, más allá de cualquier canon establecido. Cada plano de su cuerpo era hermoso y cada músculo de mármol que se marcaba de forma suave, sobre su vientre, pecho, brazos y piernas, tenía un aire de elegancia y hermosura únicos…

Pero sin duda lo que más impactaba, era su rostro. Parecía tan humano y delicado. Mis ojos se deslizaron por sus rasgos pálidos. Me detuve un poco en mi escrutinio para deleitarme con la dureza de su mandíbula cuadrada, la línea recta de su nariz, el ángulo agudo de sus pómulos y la suave curva que formaban sus labios carnosos torcidos en una mueca desolada, que parecía asemejarse a un grito lleno de desesperación.

Pero había algo más en su expresión. La forma en la que su ceño se fruncía. Parecía que estaba sufriendo, como si hubiese perdido algo, o quizás, como si él no tuviese oportunidad de conseguir lo que más anhelaba.

En mi análisis una pequeña placa de metal captó mi atención. Me incliné un poco y la miré más de cerca. Tenía una inscripción en Francés.

— Le Désespoir (1) — leí el pequeño letrerito que estaba clavado en el mármol donde la escultura descansaba. — La desesperación — musité.

Me acerqué un poco más, atraída como por la fuerza de un imán hacia él y con mi mano algo temblorosa, acaricié sus cabellos de mármol blanco, suave y perfecto.

Mis ojos estaban clavados en él. Hipnotizados por su tristeza, por su desolación. Había tantos sentimientos encontrados que me dejaban sin aliento a cada segundo, mientras más analizaba su cuerpo y su rostro de ensueño.

— ¡Isabella, los patrones ya llegaron! — La voz de Nelly me sacó de mi trance y corrí de vuelta a la casa, tomando mi vestido y subiéndolo un poco para no tropezarme y caer.

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Los señores Cullen resultaron ser las personas más amables del mundo. Realmente se notaba su calidad humana excepcional. No podía concebir a una pareja más noble y agradable que Esme y Carlisle Cullen. Me dieron la bienvenida a la casa con mucha cordialidad y me presentaron a la pequeña que sería mi pupila de ahora en adelante.

Aquella tarde en la que los conocí me percaté de que ambos eran ese tipo de parejas afortunadas que se casan por amor y no por conveniencia, como se acostumbraba en la época. Además pude percatarme también de que ambos adoraban a Rosalie como si fuera su propia hija y eso llenó mi corazón de un cariño especial por aquellas personas tan maravillosas.

La pequeña Rosalie, era una niña mimada, sí, pero muy dulce y llena de ocurrencias, además de muy inteligente. Era aplicada en las clases, pues le gustaba aprender idiomas, música y pintura. Las matemáticas le costaban un poco más, lo mismo que las ciencias, pero a cada clase le ponía todo el esfuerzo posible.

Fue así como los meses se sucedieron uno tras otro, hasta que sin darme cuenta llevaba más de seis meses trabajando en la casa Cullen, y con eso era la institutriz que más tiempo había trabajado allí.

Rosalie y yo nos llevábamos bien. Pasábamos juntas casi todo el día, entre las clases y las horas libres que dedicábamos a juegos de mesa y en el jardín, corriendo de un lado a otro, pues como niña que era, también necesitaba de recreación y unas cuantas horas de sol al día.

Pero cuando la niña dormía su siesta y Alice, quien se había convertido en una muy buena amiga, no me entretenía con su conversación alegre y llena de vida, mi mente viajaba hasta el jardín, donde una estatua de mármol descansaba en soledad entre los árboles.

No había podido dejar de pensar en él en todos estos meses. Desde que lo había visto aquella tarde que llegué a la mansión no había existido un solo día en el que mi mente no hubiese vagado por sus alrededores, pensando en lo atrayentemente cautivador que era aquel hombre de mármol.

Y había días en los que, dando como excusa el querer estar sola y leer con tranquilidad, caminaba por el jardín hasta donde estaba él y me sentaba junto a su inmóvil figura a leer mis libros favoritos.

A veces pensaba que me estaba volviendo loca, pero junto a él me sentía completa y feliz, más de lo que me había sentido jamás, por eso mismo cada día buscaba y anhelaba más y más su compañía.

— ¿Bella, estás bien? — levanté la vista de golpe y me encontré con Alice mirándome preocupada.

— Sí, estoy bien — sacudí la cabeza en un intento de dejar de pensar en la escultura.

— ¿Segura? — asentí. — Estás un poco extraña últimamente. Creo que pasas demasiado tiempo allá afuera, sola y leyendo. Deberías venir más seguido a conversar conmigo, podríamos pedirle permiso a los patrones y salir alguna tarde a pasear y comprar unos vestidos. ¿Te agrada la idea?

— Supongo que eso estaría bien — acepté no queriendo que viera mi reticencia. — Creo que debo ir a ver a la señorita Rosalie.

— Ve, ve. — me sonrió y yo me marché.

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Para mi desazón, Alice consiguió que los señores Cullen nos permitieran ausentarnos durante el día viernes por la tarde, pues ellos saldrían de paseo con la niña.

Caminamos por las calles concurridas entre charlas triviales, mientras yo no podía sacar de mi mente la imagen de la escultura en el jardín. Lo único que deseaba era poder estar sentada sobre el pasto, mientras le leía algunos versos que él jamás llegaría a oír.

Cuando llegamos de vuelta a la casa, lo primero que hice, después de dejar las bolsas que contenían el par de vestidos que me había comprado, fue salir al jardín con un libro en la mano y dejarme caer en el húmedo pasto, a su lado.

— Hola, nuevamente — le saludé. — Perdóname por no venir antes, Alice me arrastró hasta la ciudad y no pude decirle que no. — Elevé una mano y la deposité sobre sus dedos pétreos. Los acaricié. — Me hubiese gustado quedarme aquí la tarde entera y no dejarte solo.

Sabía que estaba completamente demente al hablarle, pues él nunca me contestaría ninguna de mis palabras. Me sentía tonta al conversarle, pero a la vez eso llenaba de tranquilidad mi corazón, pues aunque me costara admitirlo cada día que pasaba mi corazón le pertenecía un poco más a él, y cada día me enamoraba más de su expresión de desesperación y desesperanza que deseaba borrar con una de mis caricias.

Le leí toda la tarde, hasta que se hizo de noche y la visibilidad era nula.

Me metí en la casa, no sin antes despedirme de mi amor inmóvil y sin vida, y me dejé caer en una de las sillas de la cocina.

Estaba entumecida, hacía algo de frío en el exterior, y el haber estado en la misma posición por horas había enfriado mi cuerpo, agarrotándolo un poco.

— Hasta que entras, Bella — Nelly apareció de la nada y me tocó el hombro. Me sobresalté, pues creí que la cocina estaba desierta.

— Estaba leyendo y se me pasó la hora — le dije.

— ¿Otra vez haciéndole compañía inútil a esa estatua? — me preguntó bruscamente.

— Es un buen lugar para leer — mentí.

— Lo que tú digas — aceptó de malas. — Le pediré a Alice que te haga un té.

Se perdió por las puertas que daban al salón y pronto Alice apareció por estas mismas. Me saludó y se dispuso a preparar dos tazas de té, que puso sobre la mesa, antes de sentarse también.

— Nelly está preocupada por ti — Al parecer, no era su estilo irse con rodeos.

— ¿Por qué? — me extrañé falsamente.

— Cree que te estás volviendo loca — se rió un poco. — Cree que has caído en la maldición de esa estatua del jardín.

— ¿Maldición? — fruncí el ceño.

— Sí, hay toda una leyenda acerca de esa estatua, y todo es a raíz de que la señora Esme comprara esa estatua hace unos tres años, justo después de que su hijo de quince años muriera.

— No sabía que la señora Esme…

— No es algo que le contamos a todo el mundo — me interrumpió. — Yo alcancé a conocer al señorito unos meses antes de que muriera. Era muy guapo e inteligente, pero una extraña enfermedad lo atacó. No pudieron hacer nada. La señora Esme estaba destruida y comenzó a decorar la casa compulsivamente, pero dándole toques sombríos en cada rincón.

Alice suspiró antes de continuar. La escuché con atención.

— Una de las adquisiciones fue aquella estatua. La leyenda cuenta que fue esculpido a petición de una princesa, ella quería una escultura como las antiguas esculturas Griegas que su padre había mandado a destruir y que sólo había visto en libros.

Paró su relato. Le hice un ademán para que continuara, ansiosa de saber más.

— Dicen que el escultor puso tanto ahínco en la perfección y en los detalles que cuando la escultura estuvo terminada, esta parecía un hombre real y lleno de dolor, esta expresión cautivó a la princesa hasta enamorarla de la estatua.

Bebí un poco de mi té y Alice me imitó.

— ¿Qué sucedió después?

— La mujer se suicidó cuando se dio cuenta de su amor por la estatua y que esta no podía corresponder a sus sentimientos. No podía soportar el que su amor no fuera reciproco y que sus ruegos a Dios, porque su estatua cobrara vida, no fueran escuchados. Pero antes de arrojarse por el acantilado, lanzó una maldición. Dijo que cualquier mujer que quedase cautivada con la mirada triste de la escultura, se enamoraría de ella irremediablemente, hasta que muriese de la misma desesperación que ella.

— Es una historia muy triste — dije aguantando las lágrimas y sintiendo un pequeño dolor en el pecho.

— Tiene su lado positivo — repuso en tono soñador. — Hay quienes dicen, que si el amor de la mujer por aquella estatua es verdadero, la estatua cobrará vida y sólo bastará un beso para aquello.

Me reí un poco con el final. Esa parte de la historia que me contaba Alice con aire triste y soñador, no era más que una adaptación, bastante retorcida he de añadir, de un antiguo mito griego que me habían enseñado en el internado.

En el caso de aquel mito, la estatua era una mujer, llamada Galatea, que había sido esculpida por Pigmalión, un rey que vivía en soledad y que decidió esculpir una estatua de la cual se enamoraría más tarde. Pigmalión desesperado porque su amor cobrase vida le ruega a la diosa Venus que le de vida a Galatea y la diosa Venus, viendo que su amor es verdadero le concede su deseo.

Sonreí mientras limpiaba mis lágrimas. Ojalá todo fuese tan fácil como en los mitos y la realidad se tiñera de esa fantasía.

— Esa estatua es lo único que queda de aquellos tiempos. — continuó Alice — Cuando la señorita Rosalie llegó, la señora Esme cambió la decoración de a poco, hasta que la casa dejó de ser un lugar sombrío y lúgubre.

— La señorita Rosalie podría iluminar la vida de cualquier madre — le dije a Alice tratando de dejar de pensar en los mitos.

Aquella noche cuando me fui a dormir, me costó mucho conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en la leyenda que Alice me había contado y su semejanza con el mito griego a la vez que con mi situación.

Cuando por fin me dormí, debían de ser más de las dos de la mañana.

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Abrí los ojos cuando una extraña brisa me hizo tiritar. Estábamos a mediados de Agosto, no era posible que un viento helado corriera por entre las ventanas, pero así era. Las cortinas que flaqueaban mi ventana se agitaban al son de la brisa y volví a estremecerme.

Me levanté de la cama, colocándome la bata en el proceso. Era de fina seda blanca y no logró protegerme contra el frío. Froté mis manos contra mis brazos, intentando darme calor a través de la fricción, mientras caminaba hasta la ventana y me paraba frente a ella.

La noche se veía hermosa y extrañamente luminosa gracias a los rayos de la luna que brillaba plateada y magnifica en el cielo estrellado.

Me entretuve mirando por la ventana varios minutos, sin importarme el frío que se colaba por esta y me hacía tiritar. Los árboles del jardín se mecían perezosamente al son de la suave ventisca. Los seguí en su movimiento, tratando de que entre la oscuridad y el hipnotizante movimiento me volviese a dar sueño, pero en el recorrido de mi vista, esta se topó con la imagen de la estatua que me robaba la razón día a día.

Y al parecer también robaba mi razón por las noches.

La observé a la distancia. Se veía igual de magnifica y hermosa que siempre. El mármol lucía atrayente bajo la luz de la luna. Brillaba en su propia tonalidad marfileña y emitía pequeños destellos que parecían llamarme a gritos para ser acariciados por mis dedos.

Solté un suspiro y cerré los ojos.

Esto se estaba saliendo de mi control por completo. Me estaba volviendo irremediablemente loca y no hacía nada para evitarlo. Es más, cada día me encargaba de alimentar mi amor por esa escultura. Pasaba las tardes en su compañía, leía junto a ella, cuando no estaba dándole clases a la señorita Rose.

Volví a abrir los ojos, y me dediqué a observarlo.

Tendría que renunciar a mi trabajo y largarme de aquella mansión, eso sería lo correcto y lo mejor para mi sanidad mental. Pero no podía. Mi corazón gritaba desangrándose, adolorido, ante la idea.

Me alejé un paso de la ventana, sin dejar de clavar mis ojos en él.

No podía alejarme de su presencia, porque aunque sonase enfermizo estaba enamorada de él, de la expresión triste y desolada de su rostro pétreo. Pero a la vez, aunque yo no me alejase, él me alejaba de su lado a cada segundo que pasaba, porque él no es humano, él no es de carne y hueso, él es sólo una estatua en mitad de un jardín de gente adinerada.

Sin darme cuenta estaba llorando. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas hasta caer por mi cuello perdiéndose entre mi escote.

¿Cómo era posible que lo amara con aquella intensidad tan fuerte? ¿Cómo era posible que mi vida girara en torno a él, si jamás obtendría una sola respuesta de sus labios? ¿Cómo era posible que no concibiera mi vida sin él, si jamás podría obtener si quiera un beso de sus labios o un abrazo reconfortante?

Él era piedra y yo era carne. En él no había un alma ni un corazón que albergara un sentimiento que igualara el mío.

Él es de piedra y yo de carne — pensé nuevamente con amargura. — Pero aún así lo amo más que a mi propia vida.

Me alejé un paso más de la ventana, pero esta vez aparté la vista de mi hombre de mármol y la posé en la puerta de mi habitación. Me sentía encerrada, agobiada entre las cuatro paredes de mi alcoba.

Irreflexivamente me dirigí hacia la puerta y sin pensar en lo que podrían opinar mis patrones si me veían deambulando en mitad de la noche por los pasillos, salí al corredor y caminé por él hasta la escalera, la cual bajé casi corriendo.

Llegué a las puertas principales en un abrir y cerrar de ojos. Las abrí sin importarme el ruido que pudieran causar las bisagras y salí al frío exterior.

El viento azotaba mi rostro, revolviendo mis cabellos mal amarrados en la trenza floja que usaba para dormir, además de hacer que mi bata y mi camisola se mecieran violentamente a mis espaldas.

Avancé hasta donde se encontraba él y me dejé caer de rodillas frente a su figura de mármol.

— ¿Por qué no puedes ser real, de carne y hueso como yo? — inquirí sin esperar respuesta alguna. — ¿Por qué tengo que amarte con esta intensidad?

Caminé de rodillas unos centímetros y envolví su inmóvil cuerpo con mis brazos, descansando las palmas de mis manos sobre sus hombros. Mi mejilla reposó en el hueso de su clavícula y me quedé en esa posición por varios minutos incontables. Estaba cómoda y en paz así.

— ¿Por qué no puedes cobrar vida como Galatea? —pregunté de pronto, recordando la leyenda de la que había hablado aquella misma tarde con Alice y su parecido con el mito de Galatea y Pigmalión. — ¿O es que aquellos dioses del Olimpo sólo se apiadan de los mortales en los mitos?

A regañadientes me aparté de su cuerpo y lo observé. No había ni un cambio en él. Seguía siendo una estatua fría y sin vida. Una estatua que cautivaba mi corazón por completo.

— Sí, definitivamente los dioses no tienen piedad de los mortales realmente, son sólo mitos que nos enseñan para que creamos en la misericordia de cualquier Dios y cuando roguemos con el alma rota en mil pedazos sólo recibamos el silencio como respuesta.

Con dedos temblorosos acaricié su nariz y sus pómulos pálidos antes de estirarme hasta posar mis labios sobre los suyos.

Lágrimas mojaban mis mejillas mientras movía los labios contra los suyos casi con furia sin obtener ninguna respuesta por su parte.

— ¡Malditos sean aquellos mitos, malditos sean por ilusionar corazones destrozados como el mío! — pensaba mientras seguía besando sus labios pétreos.

Pero de pronto, sus labios no me parecieron tan duros, ni tan gélidos como antes. El movimiento de mis labios se volvió cada vez más pausado mientras comenzaba a recibir una contestación a mis demandantes besos.

La piel de sus labios se fue haciendo blanca y más cálida. Ya no besaba a una estatua, besaba a un hombre que me había envuelto en sus firmes y fuertes brazos, apretándome contra su musculoso pecho, mientras sus labios deleitaban los míos con sus movimientos llenos de delicadeza y ternura.

— ¿Cómo es posible? — inquirí cuando nos separamos, muy, muy lentamente.

— Quizás los dioses si escuchan a los mortales — contestó con una suave voz de terciopelo. — Quizás Venus o cualquier dios ha escuchado mis súplicas y las tuyas.

— ¿Tus súplicas? — me extrañé.

— Cada día y cada noche, desde que llegaste a esta casa, he rogado por tener aunque sea un hálito de vida para decirte cuanto te amo, cuanto tiempo he esperado para encontrarte.

— Yo también he esperado por ti. Sólo me siento completa, en cuerpo y alma, cuando estoy en tu presencia.

Nos quedamos mirando una cantidad de tiempo que supe no precisar, y en ese lapso de minutos u horas, me dediqué a analizar cada plano de su rostro. Tenía las mismas facciones que yo ya había visto con anterioridad, pero ahora pinceladas por la humanidad de su blanca piel. Sus ojos eran el cambio más impresionante. Eran de color verde, como dos joyas preciosas mirándome con adoración. Y su cabello era de color bronce, y tan suave al tacto como tener un millón de pétalos de rosas entre los dedos.

— Eres hermosa — me dijo de pronto. Sus dedos se amoldaban a mis mejillas y a mis cabellos, acariciándome.

— Estás robando mis líneas — le acusé medio en broma medio en serio. — Tú eres hermoso, fuiste esculpido por un artista.

— Y tú fuiste diseñada por Dios, o lo dioses.

Se inclinó y volvió a presionar sus labios contra los míos. En este beso había tantos sentimientos involucrados que me sorprendí por la intensidad de ellos.

— Te amo— suspiró apoyando su frente contra la mía, una vez nos separamos.

— Como yo a ti — le aseguré. — Te amo más que a mi propia vida.

— Bella — murmuró mi nombre mientras nuestros labios se unían en un beso.

La mención de mi nombre trajo a mi mente una pregunta que parecía muy obvia y que debería haberla formulado en cuanto él había efectuado su primer movimiento.

— ¿Cuál… cuál es tu nombre? — le pregunté.

— ¿Importa, realmente? — asentí. — Quien me creó me llamaba Edward.

— Edward, un nombre perfecto para alguien tan perfecto como tú — le dije.

— Isabella es un nombre hermoso también — me alabó.

Nos sonreímos y avergonzada por la intensidad de sus ojos bajé la vista abrumada por la situación, pero esta acción trajo consigo una nueva oleada de vergüenza, aún más fuerte, alejando todo pensamiento coherente de mi mente cuando noté que él no llevaba ninguna ropa puesta, y que su pecho estaba desnudo de la misma forma que el resto de su impresionante anatomía.

Él nunca había llevado ropa puesta, pero siempre había una tela, esculpida en mármol también, que tapada su intimidad y jamás había sido capaz de mirarlo completamente desnudo, como ahora.

Si su cuerpo me parecía antes una verdadera obra de arte, ahora era mucho más que eso. Su anatomía era perfecta e impresionante.

Me mordí el labio inferior sonrojada por el espectáculo y quité la vista avergonzada, para luego mirarlo con arrepentimiento por mi impertinente escrutinio.

— Lo… lo siento — enterré la cara contra su cuello, totalmente avergonzaba por mi actitud. No debería haberme quedado mirándolo tan fijamente. No era apropiado.

— No hay problema, Bella — sus dedos debajo de mi barbilla me obligaron a mirarlo a los ojos. En ellos sólo había ternura y cariño.

Nuestros labios se volvieron a unir, pero esta vez había una desesperación que se traducía en un cosquilleo que me recorría el cuerpo entero, como un fuego que parecía emanar de él y que me quemaba los labios y cualquier parte de mi cuerpo que hacía contacto con el suyo.

Los dedos de mi mano derecha se deslizaron por los músculos de su pecho, delineando cada línea que se marcaba con firmeza, mientras que con mi mano izquierda me dediqué a jugar con sus cabellos entre mis dedos.

Él murmuraba palabras dulces en mi oído, mientras sus labios depositaban besos de mariposa por mi cuello y mejillas.

— Dime que eres real — le rogué antes de unir nuestros labios en un beso distinto, demandante, furioso como los que le había dado cuando él todavía era una estatua. — Dime que eres real, por favor.

— Soy tan real como tú quieres que sea — contestó.

— ¿Qué significa eso? — me separé y aferré su cara entre mis manos, obligándolo a mirarme.

— Me tendrás todo el tiempo que seas capaz de mantenerme aquí — nuevamente tenía una respuesta críptica.

— No quiero que seas sólo un sueño — de pronto me sentí desesperada. Era tan feliz en este momento, que no soportaría que todo fuera sólo producto de mi imaginación. Necesitaba que él fuera real.

— Entonces, no seamos sólo un sueño, seamos tan reales como podamos, hagamos de este momento el mejor momento de nuestro amor.

Me mordí el labio inferior, nerviosa. Nunca había conocido a ningún hombre al que entregarle mi amor y mi cuerpo, y había sido criada bajo las enseñanzas cristianas de que había que llegar virgen al matrimonio, sino mi alma ardería en el infierno, pero en este momento nada de eso importaba, lo único que deseaba en este momento era hacer de este instante el más importante de mi vida.

Lo que siguió a continuación fue mágico y jamás me arrepentiría de mis decisiones.

Edward se encargó de quitar mi ropa, siempre mirándome como pidiendo permiso cada vez que sus manos arrebataban una prenda de mi cuerpo. Se encargó de primero desanudar mi bata y deslizarla por mis brazos hasta el suelo. Luego de ir soltando botón por botón la camisola que llevaba para dormir. Cuando esta estuvo abierta hasta mi abdomen, revelando parte de mis pechos y mi ombligo, él levantó la vista, indeciso.

— ¿Estás segura?

— Sí — tragué saliva y él asintió.

Sus dedos se posaron en mis hombros y corrieron los breteles de encaje, bajándolos por mis brazos, cuya piel se erizaba bajo su toque helado, pero que extrañamente quemaba.

La prenda quedó en mis caderas, después de que Edward la guiara en su recorrido descendente.

— Eres la criatura más hermosa que he visto — quise rebatir sus palabras, diciendo que él no había visto a muchas mujeres realmente, pero las palabras quedaron atoradas en mi garganta cuando pude sentir la suavidad de sus labios rozar mis pechos desnudos.

Simplemente me abandoné a las sensaciones que él me causaba. No tenía más alternativa que disfrutar de su roce gélido, de sus labios besando cada centímetro de piel al descubierto y sus manos acariciando los costados de mi cuerpo, enviando olas de placer por todas mis terminaciones nerviosas.

Mis brazos cobraron vida propia y rodearon su cuello con fuerza, mientras sentía como su lengua se deslizaba con exquisita lentitud sobre mis pezones erectos por el frío y las caricias.

— Tu piel es tan dulce — murmuró contra mis labios, antes de atraparlos entre los suyos.

Estaba sonrojada y avergonzada por sus palabras y por sus caricias, además de deslumbrada con su belleza y su delicadeza al tratarme, pero eso no impidió que mis manos tocaran su ancha espalda, perdiéndose más allá de donde era correcto mencionar.

Jamás me había comportado tan osada, pero Edward no dijo nada, sino que dejó que mis dedos acariciaran sin reservas su maravilloso cuerpo.

Mientras yo me deleitaba con la suavidad de su piel, sus manos de dedos largos y finos, se perdieron entre mis cabellos, soltando la trenza que los apresaba, dejándolos libres sobre mi espalda desnuda.

Fue en el momento en que mis manos volvieron a sus hombros y luego se enterraron en sus cabellos de bronce, cuando sus manos se encargaron de dejarme completamente desnuda frente a él. Tomó la tela del camisón, que estaba en mis caderas, junto con mi ropa interior y bajó ambas vestimentas hasta dejarlas en el suelo, aunque no pudo quitarlas del todo, ya que ambos estábamos, frente a frente, de rodillas todavía.

— Me llamas perfecto a mí, pero no has contemplado nunca tu perfección como yo lo estoy haciendo — un sonrojo enmarcó el siguiente y agradecí que fuera de noche y mis mejillas no fueran tan visibles como lo serían a la luz del sol.

— Tú tampoco has sido testigo de tu perfección — lo besé en las mejillas, en la mandíbula, dejando para el último los labios, pues no había nada más dulce y placentero que sentirlo devolverme el beso con pasión.

Sin darme cuenta mi cuerpo había ido cayendo poco a poco hacia atrás, hasta quedar recostada sobre el pasto. Sólo fui conciente de este hecho, cuando Edward separó sus labios de los míos, ganándose una protesta de parte mía, y se encargó de terminar de quitar mis ropas, enganchadas aun en mis rodillas.

Estando los dos desnudos, sentí una corriente de pasión recorrerme el cuerpo, y quedarse estancada en mi bajo vientre. Necesitaba sentirlo por completo mío. Hacer que este momento fuera único y el mejor de mi vida, porque si luego iba a tener que pagar un precio por este momento, despertando de mi sueño o quizás viendo como él volvía a ser una estatua, lo menos que podía hacer era disfrutar por completo del amor que él me profesaba.

Sus labios besaban mi cuello, mis pechos, mi abdomen, rindiéndole un verdadero culto a mi piel, como si yo fuera una especie de divinidad a la que él adoraba.

— Por favor, sé real — le pedí mientras separaba mis piernas y dejaba que sus dedos exploraran cada rincón de mi intimidad sin sentir ya vergüenza de mis actos. Estaba completamente entregada al momento, a él y sus caricias.

Gemí cuando sus dedos encontraron un punto en mi anatomía que hizo que me estremeciera. Era sólo un botoncito que reaccionaba a los movimientos circulares que Edward realizaba contra él, adormeciéndome hasta la punta de los dedos de los pies, llenándome de un placer que jamás había experimentado.

Jadeé, gemí y casi grité su nombre cuando sentí que mi cuerpo no podía albergar más placer y simplemente me dejé llevar por las sensaciones.

Se posicionó sobre mí y sus dedos se posaron sobre mis labios, mientras su boca capturaba el lóbulo de mi oreja.

— Respira, amor — me ordenó.

Hice lo que me ordenaba y me fui calmado poco a poco.

Cuando mi respiración se normalizó, abrí los ojos y lo observé. Estaba sobre mi cuerpo, pero no podía sentir más que una dulce presión, pues sostenía su peso con sus brazos.

Fue en ese momento cuando lo sentí entrar en mi cuerpo. Lo hizo con lentitud, con cuidado. Sus ojos jamás se apartaron de los míos. Me aferré a sus hombros con fuerza, enterrando mis uñas en su piel.

No sentía dolor, por sorprendente que pareciera. Sólo había placer, un placer que me consumía hasta los huesos.

Nuestros movimientos se volvieron cada vez más ansiosos. Los movimientos lentos y cuidadosos dieron paso a los más firmes e íntimos, que hacían que un calor extraño se apoderara de mi vientre y que gemidos salieran de mis labios sin control.

— Te amo, te amo — murmurábamos ambos en el oído del otro, entre jadeos y gemidos entrecortados.

Parecía que en el mundo sólo existíamos él y yo. No había ninguna realidad más allá del momento mágico que estábamos viviendo.

Mis movimientos estaban en total sincronía con los de él. Sus caderas chocaban con las mías en cada embestida de su cuerpo contra el mío, creando una fricción deliciosa que me estaba llevando a la locura.

Gemir su hombre, besar sus labios, y moverme a su compás ya no era suficiente para expresar la cantidad de sensaciones que me hacían estremecer y simplemente me dejé llevar por el placer, arrastrándome hasta la cima y dejándome caer, sintiendo el vértigo y el placer complementarse en un millón de colores que estallaron frente a mis ojos.

Mi cuerpo se tensó por completo y de mi garganta nació un grito que ahogué contra la piel de su cuello.

Mientras aún me estremecía de placer, pude sentir claramente como Edward se movía dentro de mi cuerpo, alargando mi propio placer, mientras el suyo lo golpeaba.

Ambos jadeantes y tirados sobre el pasto del jardín, nos unimos en un beso pausado y dulce. Sus brazos se ceñían en mi cintura y las mías estaban sobre su pecho.

Me sentía relaja y en paz, somnolienta pero a la vez completamente dichosa, por eso las palabras de Edward me desconcertaron cuando llegaron hasta mis oídos.

— Déjala conmigo, por favor — repetía con aquella voz aterciopelada y hermosa, tan hermosa como él mismo. — por favor, déjala en este sueño conmigo…

Sus palabras se fueron apagando poco a poco, hasta que no dijo nada y tuve miedo de efectuar alguna acción o decir alguna palabra. Sabía, en el fondo de mi corazón y en lo más profundo de mi alma, que sus ruegos no fueron escuchados, pues sus brazos a cada segundo se fueron haciendo más y más duros, más gélidos, volviendo a ser la criatura de mármol que me había cautivado, enamorado y hechizado en cuerpo y alma.

Temerosa aún, levanté la vista y pude ver sus facciones volviéndose de piedra una vez más. Adoptando la mirada perdida y taciturna de quien pierde lo más importante en su vida, y ciertamente él lo estaba perdiendo, estaba perdiendo su vida y con ella ambos estábamos perdiendo la oportunidad de amarnos.

Y lloré, aferrándome a él.

.

.

.

Desperté sobresaltada. Estaba jadeante y temblorosa. Sentía como si realmente hubiese estado atrapada a aquellos brazos de mármol que me envolvían con fuerza, no dejándome escapar. Sentía como si de verdad sus labios gélidos y tan duros y suaves a la vez hubiesen estado besando los míos con cuidado, con cariño y pasión.

Me levanté de la cama presurosa, hacía calor, no como en mi sueño que el hielo parecía congelarme hasta lo huesos, y me puse la bata sobre el camisón del pijama. Tomé de mi velador una lámpara a gas, la encendí con cuidado y sin pensarlo mucho me aventuré fuera de mi habitación.

Caminé por los pasillos tratando de no hacer ruido. Mis pies estaban descalzos, pero aún así a veces la madera del suelo parecía rechinar, más de la cuenta, en el silencio de los desiertos corredores.

Cuando llegué al primer piso, respiré aliviada al no haber despertado a nadie. Avancé hasta la puerta principal y la abrí con cuidado de que no emitiera ningún sonido al empujarla. Los goznes crujieron un poco, pero me deslicé hacia afuera, antes de hacer más ruido y cerré con extrema lentitud y sigilo.

Bajé la escalinata que daba al jardín principal y cuando mis pies tocaron el pasto húmedo por el rocío suspiré de alivio.

Disfruté de la sensación de libertad que me daba caminar descalza y sentir la textura de la hierba en las plantas de mis pies, haciéndome un poco de cosquillas en los dedos.

Reí suavemente, como una niña y avancé entre los arbustos y árboles cuidadosamente podados, hasta donde se encontraba él. Su figura impasible e inmutable estaba ahí, sin movimiento ni vida, como siempre, pero esta vez había algo distinto en él, o quizás en mí. Sentía que esta vez, mientras avanzaba a paso presuroso hasta su encuentro, él me esperaba, ansioso por nuestro reencuentro.

Salvé la distancia que nos separaba casi corriendo, hasta quedar parada frente a él. Su belleza era tanta que aún me costaba acostumbrarme a ella y sabía que aunque lo estuviera observando por el resto de mi vida su belleza me aturdiría y cautivaría de la misma forma que la primera vez que mis ojos se posaron en él.

Era perfecto, cada plano de su cuerpo esculpido en mármol era de una precisión y elegancia única.

Me sonrojé al recordar como en mi sueño aquella criatura perfecta entrelazaba su cuerpo con el mío con agraciada pasión, llenando mi cuerpo de besos a cada movimiento de sus caderas contra las mías.

Aparté la vista azorada y respiré hondo.

Realmente me estaba volviendo loca.

Volví a encararlo y me acerqué unos cuantos pasos. Estiré mi mano y la posé con lentitud sobre sus cabellos. Hubiese querido que mis dedos pudieran filtrarse entre su cabello, acariciando su nuca, pero lo único que pudieron hacer fue amoldarse a la dureza de su cabeza.

Suspiré, cerrando los ojos. Si mantenía mi concentración podía imaginar lo que sería que él fuera de carne y hueso. Si me concentraba firmemente podría recordar a su vez, mi sueño y casi podría sentir la exquisita suavidad de sus cabellos broncíneos en entre mis torpes dedos.

Abrí los ojos y mi fantasía se disolvió, tal y como mi sueño. Él seguía siendo un hombre de mármol, con mirada triste.

Dejé caer la mano hasta dejarla situada sobre su mejilla. Con el dedo índice delineé sus labios. Su textura era como la del vidrio pulido, pero tan duros y helados que no podía olvidar que no eran unos labios humanos.

— ¿Por qué tengo que amarte a ti? — murmuré. — ¿Por qué no puedo amar a cualquier hombre real? ¿Por qué siento que sin ti no podría vivir?

Dejé la lámpara en el suelo, y lentamente me puse de rodillas, hasta que mi cabeza estuvo apoyada en uno de sus brazos. Mi frente descansó varios minutos allí, sin recibir respuesta de parte de él. Mis lágrimas no se hicieron esperar.

Me sentí una tonta nuevamente por creer que por alguna clase de milagro él cobraría vida y me envolvería entre sus brazos, tratando de consolarme.

— Me gustaría dejar de esperar un milagro que te traiga a la vida, pero no puedo — mis dedos se deslizaron por los músculos de su brazo hasta sus dedos entrelazados. Jugué entre ellos hasta que pude hablar nuevamente, a través de las lágrimas. — Sería tan hermoso que los mitos fueran realidad y bastara un beso para que tú cobraras vida y pudieras amarme como en mi sueño.

Parsimoniosamente me estiré hasta que mis labios tocaron los suyos, depositando un beso sobre su piel de mármol. Presioné muy dulcemente mi boca con la suya y luego me aparté, todavía con los ojos cerrados.

No quería ver como él seguía siendo una escultura perfecta de mármol sin movimiento ni vida.

No podía entregarme a esa realidad tan rápido. Quería seguir soñando que los mitos y las leyendas eran ciertos. Quería seguir en mi mundo de fantasía donde él abriría sus ojos y estos serían verdes como esmeraldas y su cabello se iría volviendo cada vez más fino y se movería con el viento hasta tornarse de un color castaño cobrizo.

Una vez más me estiré hasta alcanzar sus labios. Presioné mi boca contra la suya pero esta vez mis labios no parecieron apretarse contra una piedra, sino que se amoldaron a una superficie un poco más blanda, que lentamente iba correspondiendo a la presión ejercida por mis labios.

Sobresaltada me aparté de golpe, pero unos brazos me envolvieron la cintura y me dejaron pegada a un pecho frío y duro, pero en cuyo interior podía sentir el palpitar de un corazón, lento y trabajoso, como si estuviera aprendiendo a ejercer su latido.

Levanté la vista y me obligué a abrir los ojos.

Solté un jadeo ahogado.

Un par de ojos verdes como esmeraldas, brillantes y llenos de curiosidad me miraban con amor.

Temerosa de que fuese sólo una alucinación y pronto despertara, sola y llena de angustia en mi cama, elevé un brazo y con mis dedos toqué sus parpados, que cedieron a mi toque. Subí hasta sus cejas y luego hasta su frente. Su piel tenía una textura extraña, entre la piel humana y el mármol, pero muy agradable al tacto, suave y lisa.

— No eres un sueño — musité acariciando su mejilla, su sien y los mechones de cabello que caían sobre su frente.

Negó con la cabeza y mis labios fueron besados con lentitud y delicadeza por los suyos. Le correspondí a su beso con el corazón latiendo a toda velocidad y la respiración acelerada.

Aquel beso, en estricto rigor, no era mi primer beso, pero yo lo sentí como el primero, pues era la primera vez que él me correspondía moviendo sus labios al mismo compás que los míos. Separé mi boca de la suya, solamente el tiempo necesario para pronunciar su nombre, el que me había dicho en mi sueño, al mismo tiempo que él pronunciaba el mío y volví a unir mis labios con los gélidos y duros labios de él.

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Fin




domingo, 20 de febrero de 2011

Guerrero del Desierto

CAPITULO VII

Los siguientes días fueron para Bella una verdadera pesadilla. Edward se había alejado de ella tanto que estaba asustada. No importaba lo que intentara, bromas, enfado, ruegos, sexo, él no se inmutaba. La confianza en sí misma de Bella se veía amenazada por la fuerza de voluntad de Edward para mantenerse al margen de su existencia.

-Edward, por favor, háblame -le dijo en el coche, camino de Zulheina. Necesitaba que le hablara.

-¿De qué quieres hablar? -dijo él alzando la vista de los papeles; sus ojos mostraban el tipo de interés amable que se tiene hacia un extraño.

-¡De cualquier cosa! ¡No te cierres ante mí! -dijo ella a punto de echarse a llorar, lo que la horrorizaba.

-No sé a qué te refieres -contestó él volviendo a sus papeles y zanjando así la conversación.

Bella se acercó entonces y le quitó los papeles de las manos.

-¡No dejaré que me hagas esto!

Los ojos verdes de Edward echaban fuego mientras su mano la tomaba de la barbilla.

-Has olvidado las reglas. Ya no obedezco tus órdenes -dijo él sin aparente furia, tan sólo calma. Incluso la forma de tocarla fue amable y después la dejó ir.

-Te amo. ¿No significa eso nada para ti? -preguntó ella con un hilo de voz.

-Gracias por tu amor -dijo él tomando los papeles que le había quitado y se puso a ordenarlos-. Estoy seguro de que tiene el mismo valor que hace cuatro años.

El tono de sutil sarcasmo y su actitud altiva le llegaron al alma.

-Ya no somos los mismos que hace cuatro años. ¡Danos una oportunidad! -rogó ella.

La miró con unos ojos neutros en los que no reconocía los de su pantera.

-Tengo que leer estos informes.

La primera noche a su llegada a Zulheina, se sintió tentada de dormir en su propia habitación, dolida e insegura de si sería bienvenida en el lecho común. Pero en vez de ello, se cepilló el pelo en el espejo de Edward y se echó en su cama. Y cuando él se estiró para tocarla, ella accedió. Allí, sí conectaban. El sexo que compartían siempre era salvaje, apasionado. Mantenía las esperanzas de Bella porque tenía que haber algo más que lujuria en él para tocarla como lo hacía y susurrarle «Eres mía, mi Bella» cuando la penetraba con intensidad.

Una semana después, Bella estaba sujetando con alfileres una prenda que estaba confeccionando y se estiró para tomar las tijeras.

-Me gustaría hablar contigo, esposa mía. Sorprendida, dejó caer los alfileres que sujetaba en la boca.

-Me voy a París una semana.

Edward ocultó con maestría cualquier fuego que el beso de Bella pudiera haber encendido en él, si era que lo había hecho.

-¿Cómo? -Bella no podía ocultar su sorpresa-. ¿Cuándo? -dijo con los puños apretados.

-Dentro de una hora.

-¿Por qué no me lo has dicho antes?

-No tengo por qué decirte esas cosas.

-¡Soy tu mujer!

-Sí. Y te quedarás en tu sitio.

La inesperada reprimenda la golpeó como una bofetada. Inclinó la cabeza e inspiró profundamente.

-Sabes que algunos de los diseñadores franceses más importantes están organizando desfiles esta semana. Si me lo hubieras dicho antes, podría haber ido contigo.

Bella sabía que Edward necesitaba hacer gala de su control sobre las cosas, y hasta podía comprenderlo, pero nunca la había tratado con tanta dureza, como si no le importaran lo más mínimo sus sentimientos. No sabía que lamentara tanto lo ocurrido en Zeina.

-No, Bella. No puedes salir de Zulheil.

-No confías en mí, ¿verdad? -dijo ella frunciendo el ceño-. ¿Qué esperas que haga, eh, huir a la primera oportunidad?

-Puede que me comportara como un idiota una vez, pero no me dejarás en ridículo por segunda vez -contestó él con un gruñido-. Ya no me puedes controlar, como seguramente esperabas, y no tengo la intención de dejar que lo vuelvas a hacer. Y como lo sabes, puede que quieras huir. Tampoco tengo la intención de perderte.

-Te amo -dijo ella sacudiendo la cabeza en señal de negación, pero él no la soltó-. ¿No sabes lo que eso significa?

-Significa que puedes volver la espalda y huir en cualquier momento -contestó él en tono seco.

-¿Cuánto tiempo seguirás comportándote de esta manera? -le preguntó desesperada-. ¿Cuánto tiempo vas a seguir castigándome? ¿Cuándo terminará tu venganza?

-No hago esto para castigarte. Para querer vengarme, tendría que sentir algo más que lujuria, y no lo siento. Eres para mí una posesión, de gran valor, pero no irremplazable.

Bella se puso lívida. No podía articular palabra. Le sangraba el corazón. En un intento desesperado por ocultar su angustia, se mordió las paredes internas de la boca tan fuerte que le sangraron, y esperó a que su suplicio terminara.

-Voy a París por cuestiones de estado. Jasper sabe cómo ponerse en contacto conmigo -añadió.

Bella guardó silencio, apenas si podía oírlo a través del zumbido en sus oídos. Cuando este inclinó la cabeza y le dio un posesivo beso en los labios, ella lo aceptó con desgana.

-No te opondrás a mí -le susurró junto a los labios porque conocía sus puntos débiles. Ella no se opondría. No cuando llevaba tanto tiempo deseando estar con él.

Cuando se retiró, un frío aire de satisfacción brilló en sus ojos.

-Puedo hacer que jadees por mí siempre que quiera, Bella, así es que no intentes manipularme con tu cuerpo. Me iré en cuarenta minutos -y diciendo eso se levantó y salió de la habitación.

Edward no sabía cuánto tiempo estuvo allí sentada, incapaz de moverse. Le dolía demasiado el alma para sentir nada más que dolor. Cuando finalmente se levantó y se dirigió hacia la puerta acristalada que daba al balcón sobre los jardines principales, vio a Edward entrando en su limusina oficial.

A punto de sufrir una crisis nerviosa, salió corriendo por los pasillos rogando por no encontrarse con nadie; entró en el jardín privado y se escondió bajo las ramas colgantes del árbol, llenas de flores azules que le proporcionaron un refugio aromático; en el que tratar de olvidar su tormento.

Había creído que podría amar a Edward lo suficiente para hacer que le correspondiera, una chica a la que nunca nadie había querido. Bella se preguntaba si sólo se había casado con ella para humillarla, para castigarla. La noche cayó pero ella no se daba cuenta. Había expulsado todas las lágrimas que tenía dentro, pero el dolor no desaparecía.

De pronto, la invadieron los recuerdos de aquel terrible día muchos años atrás, cuando sólo era una niña, en que descubrió la verdad que se cernía sobre ella de labios de su tía. La que creía ser su madre era en realidad su tía y la había adoptado a cambio de dinero. Ese día, Bella se vio golpeada por el hecho de que los cuidados que había recibido en su vida habían estado pagados de antemano. Tantos años después, seguía sin ser amada, sin ser querida.

Al día siguiente, Bella decidió que no ganaría nada llorando todo el tiempo por algo que no podía cambiar. A pesar de que el peso seguía allí presente, se obligó a meterse en su habitación de trabajo y a tomar las tijeras. Una hora después, sonó el teléfono, pero no le hizo caso. Al momento, alguien llamó a su puerta.

-¿Señora?

-¿Si,? -le dijo a la sirvienta.

-El Jeque Cullen quiere hablar con usted.

La garganta se le cerró al oír su nombre. Pensó en pedirle que le dijera que estaba ocupada pero eso sería mentir y, al pensar en las consecuencias, decidió acceder.

-Por favor, transfiere la llamada a este teléfono -dijo señalando el aparato que estaba junto a la puerta.

La empleada asintió y salió de la habitación. El teléfono sonó segundos después. Bella se levantó y se acercó. Tomó el auricular... Y colgó. Con el corazón latiendo desbocado, salió corriendo por el pasillo hacia su habitación y desde allí al jardín. El teléfono volvió a sonar cuando salió pero ella se escondió tras el árbol.

Una hora más tarde, salió del jardín y volvió a la habitación de trabajo. Había un mensaje en la mesa, junto al teléfono. Lo tomó con manos temblorosas. Decía que llamara a Edward al número que se indicaba.

-¡Vete al infierno! -gritó arrugando el papel y tirándolo a la papelera, y se puso a trabajar en el corpiño que estaba confeccionando.

Edward colgó el teléfono por cuarta vez. Lo molestaba aquella rebelión por parte de su mujer, pero otra emoción mucho más profunda amenazaba con salir a la luz: la que le impedía olvidar el dolor que le había causado la última vez que habían hablado.

Después de tanto tiempo, la ira y el dolor que había controlado sin piedad durante años habían conseguido salir de la prisión que los atenazaba. Cuando Bella le había declarado su amor, se sintió como si le abriera las heridas que apenas si había conseguido cerrar. El dolor casi insoportable se había alzado por encima de una necesidad que no quería aceptar. Le había hecho decir cosas que no debería haber dicho.

Pero Bella no le tendría rencor. En cuanto hablara con ella, todo volvería a la normalidad, y la próxima vez que levantara el teléfono, hablaría con ella.

Bella se sentía como si se estuviera preparando para una lucha a vida o muerte. Había ignorado a Edward durante dos días. Edward le había dado un fuerte golpe que la había hecho despertar a la cruda realidad de que el hombre al que amaba no era el hombre con quien se había casado.

No estaba segura de si amaba a aquel hombre pero su furia se negaba a que la siguieran ignorando. La siguiente vez que Edward llamara, obtendría respuesta. Y la llamada llegó en la madrugada. Descolgó el teléfono al segundo tono.

-La posesión da gran valor al habla -dijo sin pensar. Quedó horrorizada, pero orgullosa de sí misma.

Un silencio absoluto llegó del otro extremo de la línea.

-No me hace gracia, Bella -dijo finalmente-. Estás siendo muy obstinada.

-Sí.

-¿Qué esperabas cuando regresaste? -preguntó Edward con un hilo de rabia bajo el estudiado autocontrol-. ¿Que nada habría cambiado? ¿Que te entregaría mi confianza sin más?

-No. Esperaba que me hubieras perdonado -era una cruel verdad-. Pero no lo has hecho. Me tomaste por esposa, y me diste un lugar en tu vida. ¿Cómo te atreves a tratarme como... como un objeto, como si fuera una piedrecita que puedes sacarte de la suela del zapato? ¿Cómo te atreves? -dijo ella con las lágrimas a punto de saltársele por encima de la ira.

-¡Nunca te he tratado así! -contestó él con reprobación.

-Sí lo has hecho. ¿Y sabes otra cosa? No quiero hablar con un hombre que me trata así. Casi podría odiarte. No me llames más. Tal vez cuando llegues a casa me haya calmado, pero ahora, no tengo nada que ofrecerte. ¡Nada! -era el dolor más intenso el que hablaba.

-Hablaremos cuando regrese -dijo él con una nota en el tono que ella nunca había escuchado antes, una nota que no podía comprender.

Bella colgó el teléfono con manos temblorosas, sorprendida de su estallido de rabia. Quería mostrarse beligerante, pero había terminado deshaciéndose de los escudos que protegían su corazón. Ella merecía que la trataran mucho mejor. Podría ser que no la amaran, pero merecía respeto.

Vida : Dulce Inmortalidad

Hello mis angeles hermosos!!
una disculpa chicas , este fic lo debi de haber subido ayer , pero tube un dia de locos, y  no pude
en fin
Esta historia le pertenece a Liz19forever, yo solo la publico.
Muchas gracias mi querida Liz , por compartir una vez mas tu trabajo con estas viciosas de fics
Les mando m il besitos a todas y a leer chicas, por fiss dejen sus comentarios al final ya q son muy importantes para nosotras
Angel of the dark
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Prefacio: El comienzo del final



No alcance a percatarme de su presencia, ni siquiera logre sentir el ruido que hace el viento contra su cuerpo, así de sigilosa era, estaba ahí parada frente al vacío y ni aún en esa circunstancia, no podía terminar con mi vida, pero claro él ya lo había hecho.

El dolor parecía no acabar, mi corazón se había roto en mil pedazos y no lograba encontrar una razón de vivir, aunque habían transcurrido exactamente siete meses de aquel día, todavía seguía sintiendo como sí hubiera sido ayer cuando él me había dejado en aquel bosque, sola, y se había ido lejos de mí "Edwards" susurre, mientras lagrimas afloraron de mis ojos y recorrieron mis mejillas, fue entonces cuando decidí rendirme a este maldito sentimiento que embargaba mi corazón, baje mis manos derrotada por el dolor y el sufrimiento, estaba rindiéndome a esta batalla que no podía, o más bien no quería ganar.

No hasta hace mucho había constatado tres grandes verdades: Primero Edwards era un vampiro, Segundo una parte de él – y no sabia que tan poderosa era – quería mi sangre, y Tercero estaba incondicionalmente e irrevocablemente enamorada de él; hoy estaba segura de la Cuarta: No podía vivir sin él, y sí Edward no estaba dispuesto a estar conmigo entonces mi vida no tenía sentido.

Abrí los ojos y comencé a respirar irreflexivamente, mis manos comenzaron a temblar sin control, ya no sentía mis piernas, pero el único reflejo innato es ese momento era correr, así que lo hice, corrí como si mi vida dependiera de ello, ninguna enfermera se percato de mi huida, llegue corriendo al borde del Parque a las afueras del Hospital donde mis padres me habían internado hace un par de semanas. Fue entonces cuando, esperando una absolución miré al cielo y en ese preciso momento sentí un ardor mortalmente ya conocido para mí, los recuerdos del año pasado, en Phoenix se presentaron ante mis ojos como un déja vu, acto seguido mis piernas se doblaron, la vista comenzó a nublarse como la última vez, podía sentir sus labios fríos como la nieve succionar la poca vida que me quedaba.

Cuando finalizó caí de lado sobre mi cuerpo, mi vista aún estaba puesta en el horizonte, estaba amaneciendo, jamás había visto el sol como aquella madrugada, estaba absorta contemplándolo. Según Edward y los Cullen, la conversión era algo doloroso, incluso yo cuando había sido mordida por James sentí el dolor de la ponzoña entre mis venas como un recordatorio que no quedaría nada al finalizar esa agonía, extrañamente ahora, no era así.

La sensación se parecía más a cuando el alma deja abandonado el cuerpo, mis ojos comenzaron a nublarse aún más, desenfocando mi mirada, sólo alcance a divisar el reflejo borroso de unos pies frente a mi observando satisfecha su hazaña, pero no tuve la suficiente fuerza para levantar la mirada, y ver de quien se trataba. Lo siguiente que escuche fue un murmullo en mi odio, eran palabras: "dile que estamos parejos" y mis ojos se cerraron apesadumbrados, estaba cansada, mi respiración fue más lenta, casi imperceptible, mi corazón no rugía como antes, era un débil latido que estaba apagándose con cada segundo que transcurría.

No recuerdo exactamente que sucedió después, sólo que desperté en la mitad del bosque, tapada por ramas como si alguien me hubiera tratado de esconder, así llena de arbustos constate que era cerca de medio día, estaba aturdida y mi cuerpo estaba entumecido, "Imposible" susurre mientras mi mente comenzaba inconcientemente a recorrer el lugar, era casi vertiginosamente increíble cuan rápido había visto todo con solo dar un vistazo de reojo, con solo una mirada vi como un arbusto se movía a un par de metros, era como si hubiera estado a un paso frente de mí, de pronto escuche un sonido que estaba siendo para mí, en ese momento, familiarmente delicioso se sentía tenue, sincronizadamente perfecto para mis oídos "pum, pum, pum" escuche claramente, no paso una milésima de segundo cuando sentí un ardor que quemaba el fondo de mi garganta, sin siquiera pensarlo ya estaba erguida siguiendo casi por instinto a la fuente de aquel ruido tan deliciosamente enfermizo.

Lo siguiente que recuerdo fue una muy vivida película de acción, ¿estaba yo succionando la sangre de un animal? pensé, tenía mi boca justo en su cuello, mis dientes apretaban la gruesa piel como si fueran cuchillos untando mantequilla, estaba ahí parada succionando su sangre como si estuviera tomando una bebida en pleno verano.

De pronto el pánico y el horror inundo mi mente y solté el cuerpo inerte de aquel animal que me había servido de sustento hasta hace algunos escasos segundos y me lleve las manos a mi boca, ésta aún estaba sedienta y comprobé un hecho del que iba a estar completamente e irremediablemente segura el resto de mi existencia, Quinto: me había convertido en una vampiro.



Capitulo Primero: Nunca digas Nunca

Habían pasado cinco años ya, como si hubieran sido cinco días en realidad. Más pronto que tarde repetía esta misma rutina: iba a una cabina de teléfono y discaba aquel número tan conocido para mí, espere que contestará pero salió el sonido de la grabadora, "genial" exclame frustrada, como odiaba que aún no pudiera controlar la tecnología, "mamá que sucedió esta vez, déjame adivinar, ¿huyo nuevamente de ti el cargador?" pregunte sarcásticamente tomé aire y luego continúe "Estoy REALMENTE BIEN…" dije fuerte y claro, pronunciando separadamente cada palabra, exagerando su entonación, después de mi pequeña desaparición por un año, mi madre se había puesto un poco más paranoica y suspicaz conmigo.

De pronto un ruido me distrajo, miré a mi alrededor examinando mi entorno y divise a una anciana, bastante familiar para mí, de pronto entre en pánico cuando la vi colocar el dichoso e infame letrero en la entrada del edificio, y que estaría probablemente toda la noche puesto ahí – cerrado por inventario – era las palabras que se leían en forma categórica. Me devolvió a la realidad el ruido del teléfono

"eh, mamá creo que voy a llamarte mañana, espero que hayas conseguido cargar tu celular, te quiero y saluda a Phil de mi parte" colgué el auricular presurosamente.

Sin mucho esfuerzo estaba ya en la esquina de en frente, estupefacta contemplando el cartel con mis propios ojos, "Porque demonios hacen los inventarios de noche" me pregunte a mí misma, mientras miraba atónita, que se supone haría yo, toda la noche si la biblioteca iba a estar cerrada, donde mataría mi sueño.

Me mordí mi labio inferior en desengaño mientras daba vuelta y emprendía el rumbo a mi hogar, esta vez procuré hacerlo más despacio, lo último que quería hacer era precisamente llamar la atención de los pocos humanos que habían en los alrededores, porque ya lo había hecho bastante en el pasado, y la única cosa buena de esta eternidad era que mi mala suerte, por decir así, había cambiado.

Camino a casa pensé en mi madre, su preocupación era normal claro, como hubiera reaccionado yo si mi hija de 18 años se pierde de un hospital por casi un año entero y luego aparece en otro lugar según ella feliz de la vida comiendo perdices, "probablemente la hubiera ido a buscar jalándola del pelo para que volviera conmigo" pensé riéndome ante la expresión de René aquella tarde cuando dí por fin señales de estar con vida.

Volví a suspirar al recordar aquel día, el día en que había inventado esta vida para mí, al menos había algo bueno de todo aquello, apenas podía recordar su imagen, mis recuerdos de humana eran dificultosamente borrosos, y esa sensación de vacío había sido superada – al menos eso creía yo – y ocupado por algo más importante: Sed, debía controlar mi Sed para poder vivir entre ellos, ahora entendía sus palabras: Jamás había deseado tanto la sangre humana. Era difícil, pero yo estaba dispuesta a superarlo, y para lograrlo disponía de bastante tiempo.

Sin darme cuenta ya estaba afuera del edificio donde estaban los dormitorios de los estudiantes, mi hogar por estos últimos tres años, desde el día que había despertado, había resuelto que no desaprovecharía mi existencia, y que haría algo bueno con ella. Así que en parte estaba cumpliendo su deseo, había hecho lo que él hubiera querido que hiciera, seguir con mi vida, y el paso siguiente después de graduarse en el Instituto era éste, entrar a una Universidad.

Me había matriculado en la facultad hacia exactamente tres años, al principio había sido difícil, estar rodeada de tantos efluvios exquisitamente apetitosos, pero era una ventaja poder tener a disposición mía un banco de sangre tan próximo cuando necesitaba saciar mi sed, sin duda mi elección había sido la correcta, no es que me apasionará ser médico pero tenia sus ventajas estar estudiando esto.

Pronto tendría que comenzar las prácticas, y aunque me había preparado psicológicamente para ello aún me parecía difícil ver tanta sangre y no untar mis labios con ella, tome las llaves de mi cuarto y dí la vuelta al cerrojo "vacio" pensé con desgano mientras entraba, era extraño pero agradable que nadie hubiera querido compartir conmigo su cuarto este año, al menos la tentación iba a estar más lejana, era extremadamente difícil no resistirse, pero cada día que pasaba mi práctica mejoraba.

Tire mis cosas aún lado y prendí mi laptop, comencé a buscar la infaltable bibliografía que ocupaba mis largas noches de sueño, tema: Vampiros. Tenía que aprender todo lo que estuviera a mi alcance antes de cometer alguna tontería, más considerando que no tenía una familia a quien preguntar, por un minuto me hubiera gustado que Victoria se hubiera quedado a mi lado, para al menos enseñarme de esta nueva vida, tome aire y lo exhale en un acto reflejo, sin meditarlo mucho, era una costumbre para no levantar sospechas.

No te has topado con NADIE pensé mientras miraba los links que aparecían en la pantalla, por ese lado me mantenía tranquila el pensar que tal vez jamás me toparía con nadie, y remarque en mi subconsciente esa palabra, que pensaría él si supiera que era inmortal, ¿lo sabría ya?, ¿lo habría visto Alice venir?, la esperanza que albergaba era que no lo supiera, así podría engañarme como lo había hecho por todo este tiempo.

Era mejor que él creyera que era feliz y que había estado haciendo mi vida humana de lo más feliz, aunque eso no fuera exactamente la realidad. Mire algunos reportajes sin mucho destino, hasta que me aburrí, esto de no dormir era patéticamente molesto, más cuando no se tiene nada más que hacer, deje a un lado la computadora y me recosté en mi cama, pase las manos por la colcha, y cerré los ojos remembrando viejos tiempos, era un acto inconsciente, me quede ahí con los ojos cerrados, fingiendo que dormía. Hacer esto de vez en cuando me mantenía cuerda, no me di cuenta como paso el tiempo, desde que había renacido, mi apreciación de éste era escasamente incomprensible, lo que antes me parecía una eternidad ahora eran segundo, la noche había acabado más pronto que lo que hubiera imaginado.

Ahí estaba nuevamente el amanecer, el tímido sol estaba alumbrando por el horizonte, cubriendo con sus rayos todos los edificios, poniendo un poco de color al oscuro manto que había prevalecido las ultimas doce horas. Respire nuevamente, ahora lo había hecho meditadamente mientras me cambiaba de ropa, recogí mis bolsos no sin antes beber desayuno, ese extraño y exquisito liquido tan apetecible para mi todo este último tiempo, tenia un sentimiento extraño, como si no fuera yo la que estaba viviendo esta vida, antes tomaba leche ahora bebía sangre pensé, empine el último trago, unas gotas se derramaron por mis labios, frote mis dedos contras ellos para secarlas, sin duda era extraño no tenerlo cerca de mí.

- Espero que esto sea suficiente – susurré pensativa mientras examinaba mi horario, Anatomía Nivel 6, uff como si ya no me hubiera memorizado el cuerpo humano entero, tener tanto tiempo extra me había convertido en la alumna más promisoria, y eso no era algo anormal, simplemente una consecuencia de mi nueva falta de sueño, que más iba a hacer, que no fuera estudiar. Ahora podía entenderlo, debe haber sido muy frustrante ir al instituto tanto tiempo y tantas veces supuse.

Entre al salón, y pude ver a Susan alzar su mano mientras me indicaba un asiento vacío junto a ella - por favor Bells, trata de no asesinar a la humana – me dije a mi misma, mientras bajaba lentamente los peldaños que nos separaban. El aula era enorme, todas me parecían tan enormes, tanta gente sentada ahí me ponía un poco ansiosa debía reconocerlo, como aquel primer día en el Instituto de Forks, "soy de las que sufren en silencio" me repetí mientras me sentaba a su lado, Susan me saludo de un beso en la mejilla y yo la esquive sin dudarlo, ella me dio una mirada extraña

- Por Favor Bella, porque siempre saltas cuando me acerco, ni que fuera a morderte. exclamo divertida mientras se acomodaba en el asiento.

- Me has asustado eso es todo. Me defendí tratando de sacar de mi mente la palabra asesinato.

- mmm..., profesor nuevo, ¿a esta altura del semestre? comento extrañada entre susurros.

Su comentario no me hubiera llamado la atención a no ser porque no escuche un sonido familiar, ¿Por qué no le sonaba el corazón a este nuevo profesor?, podía contar exactamente cuantos corazones debían haber en esa aula, sí debían haber exactamente 103 pums familiares, y hoy habían sólo 102, de pronto una chispa hizo que mi cerebro prendiera, me distraje un momento del resto de la habitación, para dar una ojeada a mi teoría.

Mire y sólo pude ver una cabellera rubia y un cuerpo esbelto dado vuelta contra la pizarra escribiendo su nombre, antes que pudiera emitir sonido, mis ojos se abrieron como platos, me quede en shock, atónita mirando casi sin pestañar, mi rostro se desencajo y seguro no estaba poniendo ninguna expresión buena a juzgar por el rostro de Susan que me movía de un lado para otro, haciendo señales delante de mi rostro, fue entonces cuando comprendí que su alboroto llamaría la atención de el nuevo profesor y eso justamente era lo que tenia que evita, de pronto me convertí en una presa, la silencie con un sólo movimiento, apreté sus manos entre la mía y puse la que tenía libre sobre su boca, presionando fuertemente.

-¡Silencio! Gruñí entre dientes, mientras volteaba mi rostro aterrorizada.

Sí tenia suerte el nuevo profesor no se habría percatado de la escena, contaba con que este arrebato hubiera pasado inadvertido para él. Pero nada me había preparado para ver a Carlisle frente a mí a menos de dos metros, la escena casi hubiera sido capaz de hacerme latir nuevamente mi corazón, mis manos comenzaron a temblar, él dejo de escribir y yo sólo quería huir, mi mente calculaba distancias, analizaba toda la habitación dándome las posibilidades de escape, pero había un pequeño problema, no podría irme sin que Susan se diera cuenta. La expresión de dolor en su rostro me recordó que mi fuerza no era la misma de antes, le solté las muñecas lentamente y quite de su boca mi mano como mordaza, ésta respiro y me dio una mirada desconcertada.

- ¿Qué te pasa? – me preguntó con voz entrecortada mientras yo ponía mis dedos sobre sus labios para silenciarla nuevamente.

- Por favor - supliqué por lo bajo

Con un poco de suerte podría salir airosa de esto, una hora y cuarenta y cinco minutos era todo lo que necesitaba y jamás lo volvería a ver, me iría de aquel lugar, razones habían muchas, por ejemplo tenía que evitar que Edwards se enterará de mi reciente incorporación a la inmortalidad.

Y con suerte lo lograría, éramos más de 100 personas en aquella habitación era imposible que él se fijará en mi, ningún profesor lo hacia, pero ¿era él un profesor común? ¿Acaso él podría reconocer, olfatear, siquiera aventurar que había otro ser igual en la habitación?, de pronto tuve un déja vu, las imágenes de la familia de Edwards en el claro, mientras jugaban béisbol se vinieron a mi mente, ellos habían reconocido a los nómadas mientras se aproximaban, o sólo había sido Alice con sus visiones, comencé a inquietarme, más bien a aterrorizarme, me quede muy quieta, incluso deje de respirar, eso comenzó a preocupar a Susan.

- ¿Bella que te sucede, por qué no respiras? Preguntó. Porque tenía que ser tan fijona, solté un respiro profundo para que creyera que estaba nerviosa, ella me miro sin entender y se concentro cuando Carlisle quien comenzó la clase, como se esconde uno de un vampiro me pregunté.

Exactamente treinta minutos habían trascurrido desde que había comenzado la clase, la verdad si me hubieran preguntado no tenia idea de lo que estaba hablando, al mirarlo no podía evitar pensar en él, ¿donde estaría él?, ¿estaría aquí?, ¿estarían todos aquí?, mi mente repaso en cuestión de segundos quinientas interrogantes distintas, mire el reloj que colgaba sobre la pizarra, sólo faltaban 5 minutos para terminar y todo acabaría, saldría airosa de esta prueba, después de esto tendría que marcharme de ahí, pero ¿dónde?, porque estaba tan asustada que él me encontrara, acaso eso no era lo que deseaba en el fondo de mi corazón.

Carlisle iba a dar por finalizada la clase, cuando vi que Susan levanto su mano haciendo señales, sentí un incomodo espasmo en mi estomago, mis ojos se abrieron otra vez como platos, y si hubiera sido un humano cualquiera quien hubiera estado al frente seguramente podría haber bajado la mano de Susan, sin que siquiera lo percatará, pero no, él no era un humano y había notado a aquella alumna tan insistente sin siquiera darse vuelta a mirar, sino haciéndolo de reojo.

- Si… Señorita…. perdón no se su nombre, la de polera azul - hizo una pausa y la expresión de su rostro fue de incredulidad absoluta, incluso la sorpresa que denotaban sus ojos fue mucho mayor a la mía – Bella – susurró.



viernes, 18 de febrero de 2011

Corazon de Hierro

Cap. 2 Un paciente muy singular

—¿Un trabajo nuevo? —preguntó mi padre.*

—Sí papá, es un nuevo puesto.

—¿Dónde?

—En una casa particular, seré la enfermera de cabecera de un «magnate» —dije, haciendo las comillas en el aire.

—Pero Bella, ¿no crees que estas desperdiciando la oportunidad de estar en el hospital?

—Tal vez sí papá, pero aquí me pagan mucho mas y eso es lo que necesito. Además, lo único que deseo es marcharme de aquí. Tú lo sabes.

—Claro que sí hija, lo sé ¿Y cuándo empiezas?

—Por lo que me dijeron mañana, pero aún no lo tengo muy claro.

—¿Y te irás a vivir a su casa?

—No, él necesita de alguien que lo cuide de día, creo. Yo pasare todos los días con él y en las noches me vendré con ustedes.

—Ya veo, ojala todo resulte bien hija mía.

—Lo será papá, ya verás que todo cambiara —dije con una sonrisa.

La puerta de la calle se cerró violentamente, indicándonos que Carmen había llegado. Cerré la puerta de mi habitación para quedarme sola con papá, no estaba dispuesta a soportar sus humillaciones.

—Carmen se va a morir cuando se entere de que nos vamos.

—Y a mí no me interesa, que se pudra papá, ella no se merece nuestra compasión.

—Lo sé, ojala que cuando podamos tener una mejor situación pueda iniciar los trámites del divorcio.

—Sí, eso también será una de mis metas, no quiero que estés unido a esa perra —dije, con un sabor amargo en mi boca.

Ese mismo día presente mi carta de renuncia al hospital y fue aceptada por mis superiores. La doctora Weeber hizo hincapié en que mi lugar estaría reservado para cuando necesitara volver, me sentí muy feliz de saber que aun podía contar con todos. Como era mi último día de trabajo me hicieron una despedida y me dieron recuerdos de parte de todos. Los extrañaría a rabiar, pero sabía que todo era para un bien común: mi familia.

Era de noche, pasadas las nueve, mi celular sonó, pero era un número desconocido.

—¿Diga?

—Buenas tardes, ¿la señorita Isabella Marie Swan?

—Sí, con ella, ¿quién habla?

—Mi nombre es William Lickwood y soy el mayordomo de la casa Cullen. La llamaba para concertar una cita con usted, necesito que se haga presente en ésta residencia para conocer todos los procesos y procedimientos que requiere el señor Cullen.

—Oh ya veo, sí, no se preocupe. Si quiere podría ir mañana temprano y así podríamos hablar.

—Claro, sería perfecto, el señor Cullen llega ésta semana de viaje así que le aseguro que pronto comenzara a trabajar aquí.

—Bien, entonces mañana a primera hora me paso por la casa.

Concertamos la cita y me dio los datos para llegar. Estaba nerviosa, mi trabajo empezaba ésta semana. La noche paso mas rápida de lo que pensaba, me desperté alrededor de las cinco de la mañana y no pude volver a dormir, mire a mi lado y el angelical rostro de Kathe me infundía aun mas ánimos, por ellos quería salir adelante, por ellos estaba aceptando este trabajo, tenía que sacarlos de ésta mierda.

—Buenos días, ¿es usted la señorita Swan? —me saludó un hombre que por el uniforme supe que era el mayordomo.

—Buenos días, soy Isabella Swan, ¿es usted el Señor William Lickwood?

—Mucho gusto señorita, pase a la sala —agradecí. Caminé con cuidado, la casa era enorme, pero cuando decía enorme creo que la misma palabra se quedaba corta, éste era realmente un palacio.

—¿Le gusta la casa? —preguntó con una sonrisa al ver mi expresión—. Ha pertenecido a la familia Cullen desde principios del siglo.

—Ya veo —susurré. Me condujo a través de un corredor, llegamos a una enorme sala en donde tomamos asiento.

—Ellos son de una alta estirpe, tienen nexos directos con la realeza inglesa.

—¿El señor Cullen es Ingles?

—Sí, lo es. Llego a éste país hace algunos años, cuando sus negocios se comenzaron a expandir. Su familia es originaria de Inglaterra, pero tenía parientes aquí en éste país, es por eso que ésta casa les pertenece.

—Wow —suspiré.

—Bueno señorita Swan, me imagino a lo que viene.

—Sí-sí… —tartamudeé—, quería saber en que consistía el trabajo.

—El trabajo es algo muy simple.

—¿Ah sí? —pregunté dudosa.

—Consiste en darle al señor Cullen todo lo que quiera, su estancia aquí es para propiciarle el cuidado necesario y todo lo que Señor Cullen necesite. Él debe levantarse de esa cama y debe hacerlo estando fuerte, pero no podrá lograrlo si no recibe los cuidados que necesita, la dedicación es fundamental. Usted está en ésta casa para cuidar y sacar al señor Cullen adelante.

—Entiendo.

—Sepa que no habríamos confiado su salud a nadie, yo lo conozco desde que es muy pequeño y no me agrada confiar algo tan importante como su vida a terceros, pero lamentablemente mis conocimientos de medicina son tan escasos y es por eso que le sugerí al señor que usted fuera contratada, además, viene con las mejores recomendaciones de la doctora Webber.

—Muchas gracias, pero dígame ¿el señor Cullen ya está aquí?

—No, el señor está de viaje y regresara el día domingo por la tarde, su trabajo comenzaría el día lunes a primera hora.

—No hay problema.

—Señorita Swan… —dijo, mirándome fijamente.

—Llámeme Bella por favor —en su rostro pude ver un pequeño atisbo de una sonrisa, pero desapareció de inmediato.

—Lo siento, aquí nos tratamos con propiedad, al señor Cullen no le gustan las confianzas. Si usted me permite la llamare Isabella —me pidió, sorprendida asentí—. Bueno, Señorita Isabella, debo recordarle que en el contrato que usted firmo existe una clausu…

—¿Cláusula de confidencialidad? —terminé la oración.

—Sí, es mi deber recordarle que todo lo que vea, escuche o haga en ésta casa no debe salir de su boca ya que si lo hiciera se arriesgaría a millonarias demandas.

El solo pensarlo mi cuerpo se tensó y un escalofrió atravesó por todas partes. ¿Qué tan terrible será lo que pasa en ésta casa? Edward Cullen, por lo que sabía, era uno de los hombres mas ricos de éste país. Tenía enormes empresas a lo largo de todo el mundo y era un magnate de los negocios, las revistas de economía lo definían como un hombre de hierro, el cual era un animal cuando se trataba de negocios o de finanzas. Iba a cuidar al Dios de los negocios.

La charla con el mayordomo, William Lickwood, fue muy agradable. Era un hombre muy serio y con modales de un duque, pero que sabía perfectamente cual era su lugar y además era fiel a su amo.

Era día sábado y tenía todo el fin de semana por delante, el señor Cullen llegaría el domingo y el lunes estaría comenzando con mis labores. Estaba nerviosa, no sabía que podía esperar. Camine rápidamente a la casa de la única persona que sabía calmarme y me conocía mejor que nadie.

—Rosalie, soy Bella —dije por el comunicador.

—Pasa —me dijo, y la puerta de su edificio se abrió.

Subí rápidamente por las escaleras y llegué a la puerta de su departamento, entré rápidamente, el departamento de mi amiga era hermoso, se notaba que había sido decorado por ella misma, su gusto estaba impregnado en cada pared.

Rosalie Lillian Hale era mi mejor amiga, nos conocimos en la escuela, pero nuestra amistad no comenzó como debía, de hecho, nosotras nos odiábamos, en un campamento escolar fue cuando tuvimos oportunidad de conocernos y desde allí que no nos separamos mas, de eso ya van casi siete u ocho años. Mi amiga es Arquitecto paisajista, tiene a su cargo una importante empresa de construccion de jardines, de hecho, ahora está llevando unos proyectos que son muy importantes, las familias más acaudaladas de la ciudad requieren de sus servicios.

—¡Estoy en el estudio! ¿Cómo te fue? —preguntó.

—Creo que bien —le respondí al entrar—, tuve una entrevista con el mayordomo y me explicó como se hacían las cosas en la mansión Cullen —me senté en uno de los sillones que había en su estudio, mi amiga estaba dibujando unos planos.

—¿Pero te gustó?

—¿El trabajo? Sí claro, tu sabes cuales son mis motivos Rose, aunque no me guste me quedare allí, ganare una fortuna en un año.

—Sí, lo sé, ¿Carmen sigue siendo una perra?.

—Como siempre, ella no se cansa.

—¡Maldita mujer! —dijo Rose aventando el lápiz.

—Dímelo a mí —respondí con una sonrisa que no tenía nada de alegría.

—Bella cariño, ¿cuánto no te he ofrecido mi casa? —preguntó Rose, sentándose frente a mi.

—Millones de veces amiga, pero déjame decirte nuevamente lo que te digo siempre, sacare yo misma adelante a mi familia. Te juro que si no tuviera ésta oportunidad no habría pasado mucho en que no aceptara tu ayuda, pero como ves, ya puedo solucionar mi problema y además tener un trabajo excelente.

—Está bien Bella, pero si no pasa nada en un par de meses yo misma iré por Charlé y Kathe y me los traeré aquí.

—Te lo prometo —la abracé y me deje descansar en su abrazo, ella era la única que me entendía y sabía realmente como era mi vida.

Isabella Swan era muchas cosas, enfermera, introvertida, algo torpe y muy trabajadora, pero lo que siempre había sido y nadie podría discutirlo es mi perseverancia, luchare hasta el ultimo momento y si tengo que traer de vuelta a la vida a un hombre como Edward Cullen por mi familia, lo haré. El solo recordar su nombre me trajo una pregunta aun más consistente a mi mente: ¿quién es Edward Cullen?

—Rosalie, ¿tú sabes quién es Edward Cullen? —pregunté, ella me sonrió, pero en su cara se veía el desconcierto.

—¿Tu nuevo jefe? —dudó.

—Sí, pero me refiero, ¿sabes algo mas de él?

—A ver —pensó—, creo que está forrado en plata, es un hombre perseguido por las caza fortunas y creo que es ingles. Pero nada más.

—Bueno —pensé un poco—. ¿Me prestas tu laptop?

—Sí claro, está encima del buro de mi recamara —fui corriendo a su habitación y saqué su laptop rosada, era tan «Rose», tenía su estilo en cada cosa que le pertenecía.

—A ver, dame un lado —me dijo, cuando ya estaba instalada en su sofá prendiendo el aparato—. ¿Buscaras sobre Cullen?

—Sí —respondí, y ella se acomodó a mi lado.

—Entonces veamos —me quitó la laptop y comenzó a escribir.

—«Edward Cullen» —colocó en el buscador—. Ahora veremos quién es ese sujeto —presionó entre y mis ojos se abrieron como platos al ver la cantidad de información que había en la red sobre él, Rosalie se fue a la primera página y entro para verificar la información.

—Hay muchas cosas —dije, con el asombro que aún tenía.

—Sí, veo que es un hombre muy cotizado —se aclaró la garganta.

—Dice: —comencé a leer— «Edward Cullen, hombre de treinta y dos años de edad, nacionalidad inglesa, pero radicado hace algunos años en los Estados Unidos. Dueño de una de las multinacionales más famosas del mundo. Cullen es propietario de una fortuna que es difícil de calcular. Viene de una acaudalada familia residente en Londres, Inglaterra, es el mayor de dos hermanos, la que le sigue es la prestigiosa diseñadora de modas Alice Cullen. Entre sus bienes ésta una mansión en Londres junto a la de sus padres, una casa en Italia, una en Grecia, un chalet en los Alpes suizos y un departamento en New York. Además de Cullen Enterprise, Edward Cullen dirige o es accionista de muchas empresas. Para todas ellas tiene delegados o gente de confianza, los cuales las tienen a cargo»

—«En el ámbito amoroso —siguió Rose al ver que yo me quedaba callada— Edward Cullen es igual de rico que en dinero, esta demás decir que sus novias o acompañantes son todas modelos o cantantes famosas. Él se caracteriza por ser un amante de la belleza femenina y por tener a todas las mujeres a sus pies, muchas de ellas han saltado a la fama por verse vinculada en algún romance con él, lamentablemente todos no pasan de unas cuantas citas. Cullen también es conocido por cambiarlas rápidamente, es un hombre que no se deja amedrentar por ninguna, dicen que no ha nacido la mujer que pueda cambiar a éste magnate, ¿será cierto?»

—Wow —exclamé entre un suspiro.

—Espera hay mas, aquí dice «de clic para ver los álbumes de fotos» —Rosalie presionó sobre las imágenes y mi boca fue cayendo a medida que las imágenes se iban cargando.

—Es un…

—¡Dios! —Exclamó mi amiga—. ¡Trabajaras con un Dios Griego! —la sonrisa de Rosalie era innegable, mis ojos recorrían una y otra vez las fotografías de mi próximo jefe.

Edward Cullen era un hombre de piel clara como la cal, tenía unos ojos intensos que aunque estuvieran en una foto parecían estar penetrándote sólo con una mirada. Sus orbes y su piel daban aún mas realce al cabello cobrizo que se extendía en su cabeza, eso le daba el toque ideal. Por mis mejillas se extendió el molesto sonrojo usual en mí.

—¿Te gustó verdad? —preguntó Rose al ver mi reacción.

—¿A quién no? —pregunté—. Si el hombre tiene con que creerse ¿no?

—De todas maneras… creo que te será algo difícil estar en su habitación sin que te sonrojes —musitó divertida.

—Ya basta —le dije parándome—, él es mi jefe y por lo que veo ya tiene suficientes novias para divertirse como para «agregar» una más a su lista.

—En eso tienes razón —sentenció Rose cerrando su laptop—, pero bueno ya salimos de dudas, ya sabemos quien es Edward Cullen y a quien deberás enfrentarte el lunes.

—Sí —respondí—, creo que tienes razón, ojala que no lo arruine ésta maldita torpeza.

—Tranquila Bells lo harás bien, sólo relájate y actúa como en el hospital, no por nada eres la mejor enfermera del County General.

—Gracias —respondí, sentándome nuevamente.

Volví a mi «casa» por la noche, no podía jamás perderme una cena en casa ya que no sabía si mi hermana y papá habrían comido, tenía la costumbre de volver antes para asegurarme de que cenaran.

—¡Bella! —exclamó la alegre voz de mi hermana pequeña.

—¡Kate!, ¿Cómo estás pequeña?

—Muy bien.

—¿Y papá? —pregunté, al no verlo por ninguna parte.

—Está dormido, mamá salió en la tarde y no dijo si volvería, así que aprovechamos para comer y dormir tranquilos —el escuchar esas palabras siempre hacia que mi estomago se contrajera, ¿por qué mi familia tenía que esperar para dormir y comer? Como odiaba sentirme impotente.

—Ya todo esto quedara atrás pequeña —le dije abrazándola.

—Sé que tu nos llevaras lejos a donde podamos ser felices los tres —me dijo, correspondiendo mi cariño.

—Sí mi pequeñita, jamás nos separaremos.

Besé su frente y contuve las lágrimas de impotencia que amenazaban con salir, era un dolor muy grande tener que afrontar esto, cuando Kate era pequeña yo había tenido que pedir y algunas veces hasta robar para poder alimentarla, a Carmen no le importaba si ella comía o no, lo único importante era que no llorara y que ella pudiera dormir en paz. Tanta fue la desesperación por no saber como alimentarla que pensé en dejarla en un orfanato. Cuando llegue a la puerta con la pequeña Kate de solo tres años dormida en mis brazos la monja que estaba allí me extendió sus brazos para que yo se la entregara, ella inconcientemente y en un profundo sueño se pegó a mi cuerpo impidiendo que la apartara de mi, basto sólo eso para darme cuenta de que no importaba como lo hiciera, pero ella no podía separarse de mi lado, era mi hermana y al costo que fuera permanecería conmigo.

Fui por mi padre sumida en mis recuerdos y lo desperté para cenar, si Carmen no estaba teníamos la oportunidad de comer en familia y sobre una mesa, ya que siempre debíamos hacerlo en el suelo o arriba de las camas.

A las nueve de la noche papá y Kate cayeron rendidos en un sueño reparador. Ambos dormían placidamente, yo me quedé a planchar algunas cosas y a doblar otras, a eso de las once de la noche me fui a dormir. Estaba rendida, sólo quería descansar. Mi sueño se vio interrumpido a la mitad de la noche por un ruido en la cocina. Mire el reloj y eran las cuatro y doce de la madrugada, lentamente y sin despertar a mi padre y hermana me fui hacia la puerta, abrí con cuidado y casi palidecí al ver lo que pasaba afuera.

—¿Dónde demonios tiene el dinero la puta de tu hijastra? —preguntó una voz femenina.

—¡No lo sé! Hay que buscarlo, la perra trabaja en un hospital, así que gana muy bien.

—Entonces hay que seguir registrando —los cajones de las cómodas y los otros muebles eran desbaratados por Carmen y alguna de sus drogadictas amigas, ésta no era la primera vez que alguna me quería robar—. Busca en su cartera —le dijo a la otra mujer.

Ella comenzó a registrar mis cosas hasta que encontró mi billetera. Rápidamente metió sus manos dentro y registro todo lo que había.

—Aquí hay dinero —dijo, asegurando su victoria. Tomé el bate de Beisbol que había detrás de nuestra puerta y caminé lentamente por el pasillo.

—¿A dónde demonios crees que vas con mi dinero? —le dije, empuñando el bate y preparándolo para usarlo si fuera necesario.

—¡Demonios! —exclamó la mujer.

—¡Baja ese bate Bella! —dijo Carmen con sus ojos idos, estaba muy drogada.

—Deja mi dinero ahí y lárguense de la casa malditas drogadictas, si no quieren que les parta la cabeza.

—Mierda eres una grandísima… —dijo Carmen, pero empuñe aún más mi arma.

—Mucho cuidado con lo que dices mamita, si no quieres que te aplaste la única neurona que te queda.

—¡Vámonos de aquí! —dijo la otra mujer, y salió corriendo.

—Ésta me las pagas maldita.

—Cuidado con hacernos algo porque te juro que te mato desgraciada, ahora vete —le dije, y salió caminando tranquilamente, cerró la puerta con más fuerza de la habitual y desapareció entre las escaleras del edificio.

Volví a la habitación, Charlie y Kate seguían durmiendo placenteramente. No pude evitar pensar que algún día llegaría el día en el que podríamos dormir una noche de corrido y sin preocuparnos por los demás, ansiaba porque esos tiempos llegaran.

El día domingo Carmen no apareció en todo el día, sabía que cuando volviera la encararía por lo que paso, así que creo que decidió quedarse un rato mas vagando en las calles. Con mi familia vimos una película e hicimos algo de cabritas para acompañarla, Kate estaba feliz, el sueño de mi pequeña hermana era poder estudiar algo relacionado con la actuación o el modelaje, era preciosa, pero lo que nos detenía eran los recursos, yo no podía mantener una casa y pagarle los estudios. Ahora como tenía éste nuevo empleo esperaba que durara lo suficiente como para poder juntar algo de dinero aunque fuera para su primer año.

El día lunes por la mañana llegó mas rápido de lo que esperaba, me levante a las cinco de la mañana, la casa de Edward Cullen quedaba al otro lado de la ciudad y debía de tomar dos buses para llegar allí. Me desperté con más energía de lo acostumbrado, me metí a la ducha y disfrute por algunos minutos del agua caliente. Me puse mi traje que consistía en una falda hasta la rodilla, una chaquetilla que era un poco justa a mi cuerpo, además de mi toca de enfermera y mis zapatos blancos.

Rápidamente salí de la habitación y comprobé que Carmen aun no volvía, sonreí al pensar que mi padre y mi hermana pasarían un día más de tranquilidad. Preparé su desayuno y les deje todo en la habitación. Cuando ya eran las seis y cuarto salí de mi casa, tenía que estar en la puerta de su casa a las siete y cincuenta ya que mi trabajo comenzaba a las ocho a.m.

Me subí al primer bus y casi me quedo dormida en él, hice el trasbordo a las siete y veinticinco, el siguiente me dejaba a sólo unas calles de la mansión Cullen. Cuando eran diez para las ocho de la mañana toqué el timbre, era segunda vez que veía la casa y pareció impresionarme mas que la primera vez.

—Buenos días señorita ¿qué se le ofrece? —preguntó una amable señorita.

—Buenos días, soy Isabella Swan, la nueva enfermera.

—Oh, bienvenida señorita. Mi nombre es Rachel y estoy a su servicio —la encantadora niña estaba vestida con uniforme de servidumbre, al saludarme hizo una reverencia que me hizo sonrojarme.

—No tienes porque hacer eso —le dije nerviosa.

—Éstas son medidas de cortesía, al señor Cullen le gusta que las usemos.

—¿Enserio?

—Claro que sí, él es un hombre muy correcto y apegado a las costumbres inglesas.

—Oh —solté, con completo asombro.

—Señorita Swan —dijo una voz a mis espaldas, me giré y era el mayordomo.

—Señor Lickwood.

—Buenos días, espero que venga preparada para su primer día.

—Claro que sí, ¿el señor Cullen llego bien?

—Sí, está en perfectas condiciones en todo lo que cabe de su estado, la está esperando. En unas horas más tiene una entrevista con su médico de cabecera.

—Que bien —dije, sintiendo un ligero temblor en mis rodillas.

—Sígame por favor —me pidió, y asentí.

Mis piernas siguieron sintiendo los estragos de sus palabras, ese hombre estaba esperándome, no podía esperar a conocer a mi nuevo Jefe.